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jueves, 1 de agosto de 2013

Francisco, candidato imbatible... De Alguna Manera...

Candidato imbatible...

Totus Tuus Papa Francisco. Dibujo: Pablo Temes

Por qué Francisco reúne características de próceres que hoy podrían cautivar a cualquier votante.

Le quiero hacer una confesión muy personal. Ya tengo elegido mi candidato a presidente para el 2015. Ya me convenció. Creo que no hay un argentino mejor que él para que conduzca los destinos del país. ¿No me cree? Mi voto de confianza es para un compatriota extraordinario que es lo mejor que se produjo en estas tierras, tal vez, en toda su historia. ¿Sabe por qué lo quiero votar? Porque tiene las virtudes, los valores y las ideas de los dirigentes políticos fundacionales de nuestro país y porque por su capacidad revolucionaria debería estudiarse en los colegios como muchos próceres de la argentinidad. ¿No me cree? ¿Le parece que exagero? Lea y después me cuenta. Yo se lo describo, le doy unas pistas para que entienda porqué siento tanta admiración por ese hermano nuestro que está protagonizando una epopeya.

De José de San Martín tiene el coraje para pelear por la libertad de los pueblos y para enfrentar las más grandes dificultades, incluso las que tienen el tamaño de la Cordillera de los Andes. Se siente un hombre libre y quiere que todos los hombres sean libres.

De Manuel Belgrano tiene la obsesión por la educación, la excelencia intelectual y la flexibilidad para moverse en todos los terrenos. También es creador de una nueva bandera de la fe.

De Mariano Moreno tiene la voluntad revolucionaria. La pasión por romper las burocracias del atraso y la apuesta al cambio de las viejas estructuras. Por algo los conservadores ya lo pusieron en la mira.

De Hipólito Yrigoyen tiene su amor por los más humildes, su lucha eterna para que la tortilla se vuelva, su profunda fe democrática. Su segunda Biblia, su plataforma electoral, el documento más importante que redactó, que sostiene que el Estado debe intervenir para suturar las heridas que produce el mercado, es un producto colectivo. Se realizó en la conferencia de Aparecida, con el aporte de pastores, peregrinos y obispos, pero tiene la síntesis de un sabio. De un sumo sacerdote. De un pontífice que piensa con ecumenismo y que no conoce lo que es el odio. Todo lo contrario, ayer proclamó la cultura del encuentro y llamó a “rehabilitar la política como una de las formas más altas de la caridad”. Dijo que “entre la indiferencia egoísta y la protesta violenta hay una opción de los oprimidos: el diálogo, el humanismo integral”.

De Juan Domingo Perón tiene su habilidad para conducir, ese liderazgo carismático necesario para guiar la organización humana más grande del planeta con 1.200 millones de fieles. Tiene una sensibilidad especial y sabiduría popular que sólo se cosecha con mucho pavimento recorrido. La picardía argentina en el mejor de los sentidos y no la viveza criolla. Tiene humor. Se podría cantar una marchita que diga: “Por ese gran argentino/ que se supo conquistar/ a la gran masa del pueblo/ con astucia clerical.

De Evita tiene su amor por los grasitas y la mirada en la periferia. Su opción por los pobres, por los cabecitas negras de La Matanza a Lampedusa. Ese abrazo que se dio con los qom que Cristina no recibió o con el indio Pataxo que le regaló su cocar y no se arrodilló porque el Papa se lo impidió. La arenga para que nadie acepte la humillación de nadie, para que se pongan de pie y se rebelen. Por eso dice que quiere que los jóvenes hagan lío y salgan de la Iglesia. Para que ocupen las calles con alegría y peleen por un mundo más justo, más solidario y fraterno. Quiere que sean callejeros de la fe.

Siembra amor y esperanza y lucha a muerte contra los asesinos que utilizan la droga para matar pibes y los que utilizan la trata para esclavizar mujeres pobres. De aquellos que rezan: “Papa nuestro que estás en el Vaticano, santificado sea tu nombre”.

De Arturo Illia tiene la austeridad republicana y franciscana. Los votos de pobreza, el despojo de todo tipo de vanidad o riqueza frívola. No vive rodeado de millonarios ni de estrellas mediáticas. Se siente a gusto en las favelas del mundo porque conoce profundamente nuestras villas miserias. Pinta su aldea y por eso es universal. No miente, predica con el ejemplo. Tiene las manos limpias, no hace falta que presente su declaración jurada porque vive como piensa. Por eso tiene autoridad moral para decir que se puede perdonar a los pecadores pero no a los corruptos. No roba pero hace.

Es argentino como pocos y no solo porque nació en Flores en una típica familia de tanos inmigrantes. Por el mate, el tango, su San Lorenzo de Almagro y el culto a la amistad. Convoca multitudes apasionadas. Tiene olor a oveja, pero no acepta el verticalismo ni la obsecuencia. Llama a que cada uno construya su propio destino junto a sus hermanos más frágiles. Propone cooperativas para recuperar la paz, el pan y el trabajo y combatir la inflación y la inseguridad. Y si no me creen, lean el documento de Aparecida que es la génesis de su papado. Reparte estampitas cargadas de futuro. Es emocionante ver como emociona. Ya produjo su primer milagro: que todo el mundo quiera a un argentino. Y que la juventud recupere su lucha por las utopías a su imagen y semejanza. Francisco fue forjado por dos matrices que atravesaron la historia de nuestro país. Por el catolicismo y el peronismo. En esas fraguas se formó. En esas convicciones e ilusiones. Muchas veces me pregunto qué me despierta tanta admiración el Papa si yo no soy católico ni peronista, aunque a veces me gustaría serlo. Para tomar lo mejor de ambos. Para tener un oído en el pueblo y el otro en el Evangelio o en la doctrina, como decía Monseñor Angelelli.

Ya sé que no lo puedo votar. Ya sé que no es candidato. Pero es el espejo que refleja lo mejor de este país. Es el argentino que nos transmite esperanza y capacidad transformadora. Es el Papa. Tranquilamente puede ser un presidente y un prócer. Podrán imitarlo, pero igualarlo jamás. Porque el país no está temblando. Esta latiendo patriotismo, solidaridad y emoción. “Se siente, se siente, Francisco presidente”, podrían cantar las tribunas, como si el país fuera el viejo Gasómetro Y si él no puede ser, que sea algún argentino que se atreva a recoger su nombre y lo lleve como bandera a la victoria.

Aclaración: Tenía pensado escribir sobre la política doméstica. Pero hubo dos motivos que me “obligaron” a repetir con módicos cambios, esta columna que leí el viernes en Radio Continental. Primero, que tuvo una repercusión inédita por las redes sociales que superó cualquiera de las más de cuatro mil editoriales que escribí en 15 años. Eso me hizo sospechar que el texto tenía algún valor o representaba algún sentimiento. Y segundo, la osadía que tuvo Cristina de comparar a Néstor Kirchner con el Papa sin que se le cayera la cara de vergüenza. Confundir el día con la noche, me pareció too much.

© Escrito por Alfredo Leuco el domingo 28/07/2013 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.



lunes, 24 de septiembre de 2012

Egoístas o ignorantes… De Alguna Manera...


Egoístas o ignorantes…

Pulitzer y Sarmiento, dos tipos de periodismo.

El lector se encuentra en esta edición con un diario de muchas más páginas. Es una edición aniversario, que sale con más avisos. Y más que ninguna en sus siete años de existencia, a pesar de seguir incumpliendo el Estado el fallo de la Corte Suprema de Justicia que lo obliga a colocar publicidad oficial en este diario.

El relanzamiento de PERFIL, el domingo 11 de septiembre de 2005, coincidió con el día en que se recuerda a Sarmiento. Este año la Presidenta también recordó a Sarmiento pero como ejemplo del periodismo militante, tan generoso en adjetivos como avaro en rigor técnico. Moreno es otro ejemplo que se utiliza para dignificar al actual periodismo militante, porque en los tiempos de la Revolución de Mayo recomendaba minimizar las noticias que pudieran ser negativas y magnificar las favorables.

Extrapolar ejemplos de la historia y traerlos al presente puede ser tan injusto como juzgar severamente a Sócrates o a Washington por haber sido esclavistas, cada uno en su tiempo. El periodismo en el siglo XVIII y gran parte del XIX era casi todo militante.

Cuando en 1868 Sarmiento fue embajador en Estados Unidos, por entonces instalado en Nueva York, Joseph Pulitzer aún no había comprado el New York World (lo hizo en 1883) y no había empezado la revolución del periodismo que modificaría la historia de nuestra profesión, primero en su país y progresivamente en el resto del mundo. Hasta ese momento, en su gran mayoría los diarios estaban asociados a partidos y el periodismo era una rama de la política.

Pulitzer, no sin ambivalencias, errores y acciones muy criticables, convirtió el periodismo partisano en periodismo profesional, comercial o autosustentado. No se trata de una rareza del periodismo: la mayoría de las actividades humanas nacieron fusionadas unas con otras. En la medida en que las sociedades fueron progresando, las disciplinas que antes eran una sola pasaron a tener autonomía. Con sólo ver las carreras universitarias de hace un siglo y las de hoy alcanza para comprenderlo.

Volver al periodismo de Moreno o Sarmiento es, de alguna forma, retornar a la época de Eduardo VII y Napoleón por un lado, o Rosas, Urquiza y Mitre por el otro, momentos fundacionales de la Argentina como nación y como república. Obviamente, si la integridad de la patria estuviera en juego, se justificaría esa regresión. Pero son muy pocas las ocasiones extraordinarias que justificarían vaciar el periodismo de su inédito aporte a la sociedad para sustentar a la política.

Tras ser elegido diputado en 1885, Pulitzer renunció meses después por no encontrar en la política una actividad que lo entusiasmara más que el periodismo.

La oposición entre periodismo militante y periodismo –casi podríamos decir– moderno es una prolongación de una batalla mucho más amplia que hoy atraviesa a toda la sociedad argentina, que encontró en el cacerolazo de hace diez días y en la reacción posterior del kirchnerismo uno de sus picos.

Desde la perspectiva del oficialismo, quienes protestaron son egoístas o ignorantes, no comparten lo que el Gobierno hace porque tienen algún privilegio que se ve amenazado, o se trata de personas que no comprendieron su tiempo o están mal informadas por los medios hegemónicos que las alienaron.

Pero no sólo el kirchnerismo tiene esa visión reducida de sus críticos: algunos de los que critican al Gobierno también ven a sus defensores como egoístas, ya sea porque cuidan un puesto en el Estado, que perderían, o porque desconocen el mundo actual al quedarse sólo con libros escritos en la década del 70 y el 80 o los producidos por franceses o italianos, y casi nada de los autores anglosajones.

La acusación de egoístas es injusta con muchos de los defensores del kirchnerismo, que no perderían nada material con otro gobierno y dicen lo que piensan con absoluta convicción. También es injusta con muchos de los críticos del kirchnerismo, que tampoco ganarían nada material con un cambio de gobierno.

Ante la acusación de ignorantes que “se quedaron en los 70” (a los K) o que “se quedaron en los 90” (a los no K), cabría reflexionar acerca de la metáfora de Hegel sobre el búho de Minerva, la diosa del conocimiento, conocimiento que siempre llega tarde porque sólo vuela al romper el crepúsculo; o sea, llega atrasado, explica las cosas cuando ya pasaron y no puede cumplir la función de mensajero del alba. En síntesis: ¿quién puede estar seguro de saber lo que será correcto para el futuro? “¿En qué sentido exactamente está la Bondad ahí afuera esperando ser representada exactamente como consecuencia de una argumentación racional?”, escribió Richard Rorty una vez.

Probablemente, la Argentina actual precise que los sectores más enfrentados políticamente dejen de pensar a su oponente como un egoísta o un ignorante.

Para alejar el riesgo de caer en la violencia política hay que reconciliar visiones, y es imperioso encontrar un terreno común que permita comunicarnos y escapar a la inconmensurabilidad metafísica que nos aísla en mundos diferentes, encerrados dentro de un paradigma no interconectable con el de los otros, que pone en riesgo la idea misma de racionalidad. Precisamos convenciones que permitan un lenguaje común de observación neutral para poder dialogar. No hay conmensurabilidad entre grupos que tienen paradigmas diferentes de lo que resulta una explicación acertada. No se trata de una guerra en la que se le impone al otro el vocabulario del vencedor.

La única noción posible y utilizable de objetividad es la de acuerdo. El periodismo moderno, después de Pulitzer y post Sarmiento, asume la objetividad como una propiedad de aquello que, al haber sido ampliamente discutido, es elegido por consenso como racional. Sin consensos mínimos no habrá periodismo, sólo militancia; ni tampoco política, sólo guerra.

© Escrito por Jorge Fontevecchia y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el sábado 22 de Septiembre de 2012.