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lunes, 20 de agosto de 2012

¿Y la "oposición"?... Bien, gracias... De Alguna Manera...

Los caminos de la oposición…


La debilidad opositora preocupa. A menudo es tema de comentarios negativos, que comprensiblemente fastidian a los dirigentes políticos; muchos de ellos trabajan arduamente y sienten que no se valora lo que hacen, sobre todo en el ámbito del Congreso. Pero no hay duda que la preocupación es justificada y que los comentaristas mediáticos no pueden sino expresarla.

Los grupos opositores tienen ante sí distintas opciones estratégicas. Ante la situación de dispersión y fragmentación imperante, hay intentos de unificar algunos espacios. Desde luego, no es nada simple; a los ojos del público general parece más simple de lo que realmente es. Muchos grupos políticos mantienen un sentido de su propia identidad –para ellos valiosa– que desde la mirada de la calle no parece relevante.

Hay otro problema: la imagen de muchos dirigentes en la opinión pública es más negativa que positiva. En política, para un ciudadano no politizado la suma de un número negativo y otro número negativo no da, aritméticamente, positivo; dos equipos de fútbol débiles no hacen, sumados, uno fuerte. Por eso, en las encuestas, las alianzas y uniones no despiertan entusiasmo.

Un dirigente del peronismo federal expuso hace pocos días un enfoque posible: un acuerdo, tan inclusivo como fuese posible, centrado en unos pocos aspectos programáticos muy básicos y un compromiso firme sobre las reglas que podrían conducir a una candidatura fuerte. Sobre la base de ese acuerdo quienes lo suscriban competirían en una primaria abierta, donde los votantes decidirían quiénes son los candidatos. Es el “modelo Alianza 1999”, o “Capriles” en la Venezuela de hoy.

Otro camino es esperar el surgimiento de un liderazgo atractivo capaz de convocar directamente a los votantes, sin pasar por los dirigentes. Es el “modelo Narváez 2009”. Es un camino que anticipa un intenso grado de competencia entre numerosos candidatos, y conlleva riesgos ciertos: que la competencia los desgaste a todos, o que simplemente no aparezca el liderazgo atractivo.

En todos los casos, a los grupos opositores les está faltando ciudadanía, participación de la gente. El vacío dejado por los partidos es difícil de llenar; pero es imprescindible que sea llenado. Tampoco el oficialismo lo hace. No es la participación de presos, marginales, conchabados por día o la capacidad de llenar un estadio lo que fortalece las raíces cívicas de la democracia; es la gente vinculándose voluntariamente a la política desde las bases.

Es posible que el Gobierno logre reforzar sus filas con grupos aguerridos y a la vez sectarios u oportunistas. No es un camino conducente al fortalecimiento de la representación democrática; entre eso y los números que surgen de las encuestas, por altos que estos puedan ser, no hay casi nada; y ese es precisamente el vacío que hay que llenar. El camino que sigue el Gobierno puede servir a propósitos de política interna, para marcar la cancha dentro del propio espacio oficialista; pero los votos no pasan por ahí. Si la oposición busca votos, debe buscarlos no en las magras filas de sus seguidores ya convencidos sino en esa ciudadanía expectante, enojada y a la vez escéptica, que puede ser convocada para reincorporarse a la política gradualmente. El modelo son los PAC norteamericanos.

La sociedad necesita consensos, pero también necesita ventilar sus disensos, que son muchos y no menores. Un camino para la construcción de opciones políticos es unir lo que hoy está separado, pero hay que pensar también en integrar lo desintegrado sin aspirar a simbiosis programáticas inviables. El modelo de la política de partidos que se desarrolló durante el siglo XX era divisivo por naturaleza; si estás en un partido no podés estar en otro, las camisetas son excluyentes y, en principio, el que no está conmigo está contra mí. Era, efectivamente, un modelo apropiado para sociedades muy homogéneas y establemente divididas, pero por eso mismo contaminado de elementos facciosos, los cuales servían para reforzar la identidad de los que estaban adentro de un grupo. Ese modelo está obsoleto. La gente imagina que puede estar cerca de alguien por un tema y no necesariamente por otros temas; no busca pertenencias estables y compromisos que no pueden ser puestos en discusión. Los partidos se fueron vaciando a medida que su modelo se desactualizaba en un mundo cambiante, y no fueron capaces de proponer otras formas de vinculación con los ciudadanos.

Tal vez los grupos políticos que sean capaces de convocar a la ciudadanía sobre premisas muy básicas y no sobre criterios excluyentes terminen siendo los que dispongan de más ventajas competitivas. En esa perspectiva, los líderes personalistas son menos decisivos que las organizaciones y los dirigentes capaces de gestionarlas.

© Escrito por Manuel Mora y Araujo, Profesor de la Universidad Torcuato Di Tella y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el viernes 17 de Agosto de 2012.



lunes, 3 de mayo de 2010

Un poco más de respeto... ©dealgunamanera...



Un poco más de respeto...


Sí, habría que tener un poco más de respeto por las palabras. Por algunas de ellas, mejor dicho. Y mejor todavía, por lo que connotan.

Estamos en democracia, para empezar por una perogrullada que, sin embargo, alguna gente parece perder de vista con extrema facilidad. Buena, mala, perfeccionada, empeorada, carente de demasiados derechos básicos, avanzando en otros. Pero estamos en democracia. Si en lugar de eso se prefiere hablar de “el régimen”, “sistema burgués”, “fantochada institucionalista”, “partidocracia”, “monarquía constitucional” u otros términos de vitupero, es legítimo pero hay que buscarle la vuelta a que se los puede vociferar sin problemas. Nadie va preso (apenas la segunda recordación primaria, ya apuntada por algunos colegas, y uno comienza a cansarse).

También es atendible que esa prerrogativa, la libre expresión, no alcanza para vivir como se debería. Lo semantizó Anatole France: “Todos los pobres tienen derecho a morirse de hambre bajo los puentes de París”. Expresarse en libertad puede entonces no tener resultados prácticos, para quienes no comen ni se curan ni se educan con el decir lo que se quiera. Si además se afina la puntería para meterse con la libertad de prensa, por aquello de que todo ciudadano tiene derecho a publicar sus ideas sin censura previa, resulta que hay que contar con la prensa propia. Y en consecuencia pasamos a hablar de la propiedad de los medios de producción. Lo cual es igualmente legítimo, desde ya, pero con el riesgo de que se convierta en teoricismo si acaso no es cotejable con la época y circunstancias que se viven. Veámoslo a través del absurdo: si siempre es igual, democracia y dictadura también son iguales. En este punto el cansancio por las obviedades se incrementa. Y uno se pregunta si no se lo preguntan quienes sí viven de poder expresarse libremente por la prensa, pero para referirse al momento argentino como si continuáramos en plena dictadura.

Mataron a mucha gente acá. Picanearon, violaron, nos mandaron a una guerra inconcebible, robaron bebés, desaparecieron a miles, tiraron cadáveres al mar y adormecidos también, electrificaron embarazadas, regaron el país de campos de concentración, torturaron padres delante de los hijos. Se chuparon a más de cien periodistas acá. Si hasta parece una boludez recordar que estaban prohibidos Serrat y la negra Sosa, que las tres Fuerzas se repartieron las radios y los canales, que inhibieron textos sobre la cuba electrolítica, que en el ‘78 estaba vedado por memorándum criticar el estilo de juego de la Selección Argentina de fútbol. ¿Nos pasó todo eso y por unos afiches de mierda y una escenografía de juicio vienen a decirnos que esto es una dictadura? ¿Pero qué carajo les pasa? ¿Dónde están viviendo? ¿Cómo puede faltársele así el respeto a la tragedia más grande de la Argentina? Acá lo cepillaron a Rodolfo Walsh, ¿y hay el tupé de ir a llorar miedo al Congreso? Faltaría ir al Arzobispado. Si bendijo a los milicos, seguro que también puede dar una mano ahora que se viene el fin del mundo con el matrimonio gay.

Uno entiende que pasaron algunas cosas, nada más que algunas por más significativas que fueren, capaces de suscitar que sea muy complejo trabajar de periodista en los medios del poder. Lo de las jubilaciones estatizadas, lo de la mano en el bolsillo del “campo”, lo de la ley de medios audiovisuales y la afectación del negociado del fútbol de Primera. Ahora bien, ¿la contradicción aumentada entre cómo se piensa y dónde se trabaja justifica las sobreactuaciones? Es decir: puede pensarse que en verdad algunos dicen lo que pensaron toda la vida, y que otros quedaron presos de la dinámica furiosa de la patronal. Pero, ¿decir que estamos o vamos hacia una dictadura? ¿Que si esto sigue así puede haber un muerto? ¿Hace falta construir ese delirio para congraciarse? En todo el país, si es cuestión de propiedad mediática y de programas y prensa influyentes, bastan y casi sobran los dedos de ambas manos para contar los espacios que –con mayor o menor pensamiento crítico– apoyan al Gobierno. La mayoría aplastante de lo que se ve, lee y escucha es un coro de puteadas contra el oficialismo como nunca jamás se vio. La oposición es publicada y emitida en cadena, a toda hora. ¿Qué clase de dictadura es ésa?

Ese libre albedrío, muy lejos de ser mérito adjudicable al kirchnerismo, ocurrió igualmente con Alfonsín, la rata, De la Rúa, Duhalde. Lo que no había sucedido es esta cuasi unanimidad confrontadora salvo por los últimos tiempos del líder radical, a quien por derecha se le cuestionaban sus vacilaciones y por izquierda también. Contra Menem recién cargaron en su segundo lustro, después de que completó el trabajo. La Alianza se caía por su propio peso. Con el Padrino pegar era gratis, porque el país ya había estallado. Pero en el actual, que después de todo es simplemente un gobierno más decidido que el resto en cierta intervención del Estado contra el mercado y en el perjuicio a símbolos muy preciados de la clase dominante, ¿qué tan de jodido pasa como para hablar de una dictadura? ¿Será que basta con tocar unos intereses para edificar en el llano la idea de que pueden empezar a matar? ¿Los Kirchner son Videla, Massera, Suárez Mason? Por favor, tienen que aclararlo porque de lo contrario hay uno de dos problemas. O se lo creen en serio y, por tanto, se toma nota de que desvarían. O saben que es una falsedad sobre la que se montan para condolerse y entonces se anota que está bien. Que no se justifica pero se entiende. Que quedaron tras las rejas de los medios en que laboran. Ojalá sea lo segundo, por aquello de que un tonto es más peligroso que un mal bicho.

Se cometieron varias estupideces en forma reciente. Se le dio mucho pasto a la manada, se perpetraron injusticias con colegas que no se lo merecen, se agredió a los que precisamente buscan victimizarse. Eso no es hacer política. Es jugar a la política. La diferencia entre una cosa y la otra es que cuando se ejecuta lo primero es bien medida la correlación de fuerzas. A quiénes se beneficia, cuánto se puede tensar la cuerda en la dialéctica entre condiciones objetivas y subjetivas; cómo no sufrir un boomerang, en definitiva, y si se produce cuánto de fuerte son las espaldas para sortearlo. En cambio, si se juega a la política todo eso es lo que importa un pito antes que nada, con el agravante de que las consecuencias las paga un arco mucho más amplio que el de quienes formularon la chiquilinada.

De ahí a que se tomen de esos yerros para hablar de peligro de muertos, de sensación de asfixia dictatorial, de avanzada totalitaria, media una distancia cuya enormidad causa vergüenza ajena de apenas pensarla. No es algo que no pudiera preverse. Como lo dijo allá por los ’80 César Jaroslavsky, otro sabio sólo que de comité pero muy ducho en transas y arremetidas: te atacan como partido político, y se defienden con la libertad de prensa.

Se sabe que es así. Pero igual uno ya está harto de los hartos que se hartaron ahora.

© Escrito por Eduardo Aliverti y publicado en el Diario Página/12 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el lunes 3 de Mayo de 2010.