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domingo, 1 de julio de 2012

Entre San Agustín y Santo Tomás de Aquino... De Alguna Manera...

Entre San Agustín y Santo Tomás...

San Agustín y santo Tomás de Aquino.

Lo del obispo Bargalló demuestra que la castidad que la Iglesia impone a sus súbditos es una agresión a la condición humana. Un cerrojo a la naturaleza del cuerpo, que tiene tantos derechos como el espíritu. Pero la cosa ya es irremediable, de tan lejos viene. ¿Por qué tanto empeño en proteger y demostrar la virginidad de María? Otros hombres de la Iglesia (muy superiores al obispo de Merlo-Morón) han sentido la tentación del pecado, de la lujuria. Y no se han ido a esconder a una playa exclusiva, carísima de México, para realizarlo y luego callar, sino que lo han confesado abiertamente, incluso con una prosa que suele sorprender por su belleza. Otros hombres –más consagrados a su Dios que el obispo Bargalló– sufrieron la tentación carnal y se entregaron a ella y lo dijeron valientemente, sin andar fraguando mentiras, tonterías escasamente creíbles para salir del paso. Me voy a referir a uno de ellos, al autor de las Confesiones, a San Agustín, a quien el obispo de Merlo habrá leído seguramente tanto como yo, que no he dejado de hacerlo desde muy joven, desde que cursaba en Viamonte 430, en la vieja Facultad de Filosofía y Letras, la materia Fenomenología e Historia de las Religiones.

San Agustín vivió entre los años 354 y 430. Las Confesiones es el más íntimo y hermoso de sus libros y seguramente uno de los más auténticos que el catolicismo ha hecho nacer. Se trata de un libro fascinante, sobre todo en sus primeras partes, en las que un joven demasiado joven no puede sobrellevar las exigencias de la pubertad y a la vez adorar a su Dios aceptando las exigencias terribles que éste le impone a su cuerpo. De esta forma, el libro se convierte en una amarga queja (como si Job surgiera otra vez ante Dios, cuestionándolo) que un ardiente pecador le presenta a su Creador. “Quiero acordarme ahora de mis fealdades pasadas y de las carnales torpezas de mi alma. Y lo hago, no porque ame estos pecados, sino para amarte a ti, Dios mío (...) Pues en mi adolescencia ardía en deseos de hartarme de las cosas más bajas. No dudé en embrutecerme con varios y oscuros amores” (Libro II, Capítulo I). Y sigue adelante el que luego será recordado como el Santo de Hipona. Pero decir “sigue adelante” es injusto con él. Porque cualquiera que se pone a escribir puede adelantar en su tarea. Agustín, por el contrario, inicia el Libro III con un texto digno de la mejor literatura, erótica. No sólo la prosa es subyugante, sino el ambiente que, en pocas palabras, pinta: “Llegué a Cartago y me encontré en medio de una crepitante sartén de amores impuros” (Libro III, Capítulo I). ¿Leyeron eso? “Una crepitante sartén de amores impuros.” ¿Qué se freía en esa sartén? ¿Qué comida exquisita, irresistible? 

El texto pareciera extraído de la mejor prosa de un autor caribeño. García Márquez lo aceptaría. Sigue: “Pues aunque mi verdadera necesidad eras tú, Dios mío que eres alimento del alma, yo todavía no sentía tal hambre (...) La salud de mi alma no era buena y, llena de úlceras, se lanzaba desesperadamente fuera de sí, restregándose con el contacto de las cosas sensibles” (Ibid.). A los dieciséis años, ¿quién puede contener a este púber que se desboca tras la lujuria? Agustín compara el deseo con las marejadas, con las corrientes profundas de un mar incontenible que lo lleva a playas que no desea y, a la vez, desea sin poder frenarse, sin nada que le dé la fuerza para hacerlo. Sigue: “Pero una vez más volvía a preguntarme: ‘¿Quién me ha hecho a mí? ¿No me ha hecho mi Dios, que no sólo es bueno, sino la misma bondad? ¿Pues de dónde me vino a mí el querer el mal y no querer el bien? (...) ¿Quién puso esta voluntad dentro de mí? (...) Y si la puso el diablo, ¿quién hizo al diablo?” (Libro VII. Cap. III. Subr. nuestro). 

Y aquí nos arrostra su texto decisivo: “Pero entonces, ¿dónde está el mal? ¿De dónde viene y por qué se ha colado en el mundo? ¿Cuál es su raíz y su semilla? (...) ¿De dónde viene, pues, el mal, si Dios hizo todas las cosas y siendo bueno las hizo buenas? (...) Pero tanto el Creador como su creación son buenas. ¿De dónde procede el mal? ¿Es que, acaso, era mala la materia de dónde sacó el universo? (...) ¿Y por qué esto? ¿Acaso Dios no tenía poder para transformarla y cambiarla de todo modo que no quedase de ella rastro del mal? ¿No es acaso omnipotente?” (Libro VII. Cap. V). La formulación es extrema, la queja alcanza su mayor densidad: ¿Por qué existe el mal? Si Dios es pura bondad y es omnipotente, ¿por qué no destruye el mal? Si no lo hace, ¿Dios quiere el mal? ¿Hay mal en Dios, ya que tanto lo tolera? ¿Se solaza Dios con el mal? En suma, las quejas de Agustín se resumen en afirmar que no puede evitar el pecado de la carne, huir de la lujuria, que su pubertad es una marejada impura que lo ahoga y, en esas aguas, él es un pecador que goza. Y si eso que a él le ocurre es, para Dios, el mal, ¿quién lo creó? Sólo El pudo hacerlo. ¿Por qué lo hizo? Y si es totalmente bueno y omnipotente, ¿por qué no lo elimina? ¿Acaso tolera el mal porque también está en El? ¿Con qué derecho su Dios lo lleva a decir algo tan desgarrador como: “Pobre de mí, ¿quién me librará de este cuerpo que me lleva a la muerte”? (Libro VIII. Cap. V).

Pequeño obispo de Morón, ése es el coraje. Usted, sugerimos, debió decir: “Sí, pequé. Yo, un hombre entrado en la cincuentena, me vi arrastrado al pecado de la carne. ¿Qué podemos pedirles a nuestros jóvenes curas? Yo, al menos, incurrí en la lujuria con una mujer, divorciada y con una vida hecha. ¿Qué tiene de malo? ¿No es peor arrastrar a nuestros jóvenes curas, a los púberes que alojamos tras las paredes de nuestros monasterios, a vejar niños? ¿No es peor que viejos sacerdotes de vieja y ajada fe también lo hagan?”. Así habría sido respetado y hasta tendría un lugar en la historia de la Iglesia. Pero no: usted sucumbió a Santo Tomás de Aquino, que aún es el Padre de la Iglesia y cuya Summa Teológica es la verdad suprema. ¿Qué dice el santo de Aquino? La Summa consiste en una serie enorme de preguntas que el Santo responde. Formula la pregunta, luego las objeciones y por fin la solución. Todo está resuelto ahí. Se ocupa de cuestiones que el obispo de Morón debió consultar antes de irse a México a bañarse en aguas de lujuria. Por ejemplo: La abstinencia, ¿Es la abstinencia un mal? La castidad, ¿es la castidad una virtud? La virginidad, ¿consiste la virginidad en la integridad de la carne? ¿Es ilícita la virginidad? ¿Es la virginidad una virtud? ¿Es la virginidad más excelente que el matrimonio? Las especies de la lujuria: ¿Es pecado mortal la fornicación simple? ¿Es la fornicación el pecado más grave? ¿Existe pecado mortal en los besos y en los tocamientos? ¿Es pecado mortal la polución nocturna?

Bien, nos detenemos aquí. El obispo Bargalló sabía todas estas cosas. Sabe que la Iglesia cree en Santo Tomás. Entonces, ¿por qué abandonó la abstinencia? La castidad. ¿Ignoraba que la virginidad es una virtud? ¿Cómo se entremezcló con una divorciada? ¿Ignoraba que la fornicación simple y la compleja y vaya a saber cuántas más son pecado? ¿Ignoraba que los besos y los tocamientos son lujuria? ¿En cuántos besos y tocamientos incurrió con esa divorciada? ¿Por qué hizo lo que hizo? ¿Acaso por evitar el pecado mortal de la polución nocturna del que sólo se huye por medio de la fornicación simple?

Entre San Agustín y su corazón desgarrado y Santo Tomás y sus leyes inquisitoriales se mueve la Iglesia. El cardenal Bergoglio dijo que había “tristeza en la Iglesia” por las acciones del obispo de Merlo. El cardenal Bergoglio debe tener la Summa de Aquino clavada en el centro de su corazón, aniquilándolo. La Iglesia debe volver a la angustia agustiniana y –con ella– entrar en el siglo XXI. Debe también volver a la humildad del profeta de Nazareth y su desdén por las riquezas y decidirse a luchar contra la pobreza y la injusticia. De lo contrario morirá. Y si persiste en seguir como hasta ahora sería deseable que lo haga o que, al menos, se vuelva impotente y deje al mundo seguir su rumbo, hacia el desastre o hacia la vida, pero sin castradores medievales.

©Escrito por José Pablo Feinmann y publicado por el Diario Página/12 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el domingo 1º de Julio de 2012.

domingo, 17 de junio de 2012

El país de los boludos... De Alguna Manera...

El país de los boludos...


Bastará con verificar que –en el lenguaje de los jóvenes, sobre todo– la palabra boludo ha reemplazado al modismo, típico de la argentinidad, che. Hoy, los jóvenes no dicen: “Cortala, che”. No dicen: “Ni ahí, che”. No dicen: “No me cabe, che”. Los jóvenes dicen: “Cortala, boludo”. Dicen: “Ni ahí, boludo”. Dicen: “No me cabe, boludo”. Pareciera, la palabra “boludo”, un reconocimiento (tal vez no consciente) del estado de las cosas, no un agravio. Pero no nos adelantemos.



En principio bastará con verificar este decisivo desplazamiento lingüístico: del tradicional “che” se ha pasado al “boludo”, extrayéndole toda connotación agresiva para, limándolo, mantenerlo en el nivel referencial. Así, cálidamente, se dice: “Escucháme, boludo”. O “no vayás, boludo”. O “el bondi te deja mejor que el subte, boludo”.

Nadie ignora todo lo que un buen chiste expresa de una situación social o política. Los chistes que ha generado el menemismo son interminables y todos dicen algo de la situación básica que los ha producido: el menemismo, por supuesto. Pero yo elegiría uno entre los más destellantes y representativos. Uno en que la palabra “boludo” es decisiva y denota una situación histórica. Un tipo le dice a otro: “¿Sabés cómo le dicen a Menem?” El otro tipo dice: “No”. El primero dice: “El rey de los boludos”. El otro pregunta: “¿Por qué?”. El primero explica: “Porque él es el rey y nosotros los boludos”. La gracia del chiste (si me lo preguntan, creo que se trata de un chiste muy gracioso y bien armado) radica en atribuirle, primero, a Menem, una expresión tradicionalmente despectiva: sería, en efecto, “el rey de los boludos”, es decir, el más boludo de todos, el más tonto, el más idiota. 

Sin embargo, luego, sorpresivamente (un chiste siempre, o casi siempre, esconde un remate sorpresivo), la expresión “el rey de los boludos” deja de ser despectiva y es valorativa, porque “el rey de los boludos” es un rey, es un monarca, alguien que gobierna y, como todo monarca, tiene súbditos. Estos súbditos tienen un nombre, que primero creíamos se atribuía al rey, pero no, no se atribuye al rey sino a los súbditos: porque “los boludos” son los súbditos, los súbditos del rey. De este modo “el rey de los boludos” es el monarca que ejerce poder sobre una especial categoría de súbditos llamados “los boludos”. Que somos, más exactamente, nosotros. El chiste, que en el inicio parecía agredir o señalar peyorativamente a Menem, nos señala, en su remate, a nosotros: los boludos somos nosotros y él es el rey, el monarca, el que nos transforma en boludos gobernándonos. Porque si por algo somos boludos es porque Menem es nuestro rey. Y lo hemos elegido.

Cuando alguien escucha este chiste se ríe, jamás se indigna. Nadie dice: “Yo no soy un boludo ni Menem es mi rey”. No, los buenos y sufridos (y boludos) argentinos nos reímos y decimos “qué buen chiste, boludo”. Y nos asumimos como boludos y ya está claro por qué hemos dejado de decir “che” para señalarnos y ahora decimos “boludo”. Porque es así: antes nos señalábamos diciéndonos “che”. Por ejemplo: un amigo, luego de despedirse, se va del bar y de pronto descubrimos que hemos olvidado decirle algo. Lo llamamos. Le gritamos “¡Che!”. No más. Ahora le gritamos: “¡Boludo!”.

Todo esto no lo digo porque sí. Se me ocurrió, como muchas otras cosas, tomando un café en el bar de la esquina de mi casa. Estoy con un amigo y mi amigo lee el diario. Lee los sucesos de Ramallo. Que la bonaerense acribilló a los secuestradores y a los rehenes. Eso lee. De pronto, me dice que el comisario a cargo declaró que le habían tirado a las gomas. A las gomas del coche en que se escapaban los asaltantes con los rehenes. Tiraron, parece, entre ochenta y ciento setenta balas. Ni una le pegó alas gomas. Mi amigo me mira y pregunta: “¿Nos toman por boludos?”. Le digo que sí, que por supuesto, que nos toman por boludos. Que hace tiempo nos toman por boludos. Tanto, que los argentinos ya no somos los “che”, somos “los boludos”.

Cuando Alsogaray decía “hay que pasar el invierno”, nos tomaba por boludos. Y después Onganía, y Lanusse, y el viejo Perón muchas veces, nos tomaron por boludos. Y cuando Videla decía “los desaparecidos están en el exterior” nos tomaba por boludos. Y cuando hablaron de la “campaña antiargentina” nos tomaron por boludos. Y cuando hicieron el Mundial y cuando le ganamos a Perú seis a cero nos tomaron por boludos. Y Alfonsín nos tomó por boludos cuando les dijo “héroes de Malvinas” a los carapintadas, y nos tomó por boludos cuando dijo “la casa está en orden”. Y Menem se hartó de tomarnos por boludos. Nos tomó por boludos durante más de diez años. Menem y los Yoma y María Julia Alsogaray y los que mataron a Cabezas y los que suicidaron a Yabrán. Todos nos tomaron por boludos. Y ahora los de LAPA y los acribilladores de Ramallo y los que ultrajaron tumbas judías en La Tablada y, antes, los que volaron la Embajada de Israel, los que volaron la AMIA esos –muy especialmente esos– nos tomaron por boludos. Y quienes los cobijan, quienes deberían descubrirlos y encarcelarlos y no lo hacen, esos, día a día, cada día que pasa un poco más, nos toman por boludos. Porque eso es lo que somos, porque al fin sabemos lo que somos: somos el país de los boludos. Hoy, al comandante Guevara no le dirían Ernesto Che. Le dirían Ernesto Boludo. Y no por culpa de él, sino nuestra.

Mi amigo, ahí, en el bar de la esquina, tristemente dobla el diario y lo deja sobre la mesa. Llama al mozo. Pide un café. Veo en sus ojos el destello de la bronca. De la indignación. Tal vez de la rebeldía. Me mira. Y dice: “No se puede seguir así”. El mozo le trae el café. Bebe un lento sorbito, con cuidado, como para no quemarse. Me mira otra vez y dice: “Hay que hacer algo, boludo”.Es un comienzo.

© Escrito por José Pablo Feinmann y publicado por el Diario Página/12 el sábado 25 de Septiembre de 1999.


domingo, 3 de junio de 2012

Cuadro de situación... De Alguna Manera...

Cuadro de situación...
 

En una superficie de 9.598.961 km2 hay en China 1.341.335.000 chinos. Muchos viven en su capital, Beijing, nombre popularizado por las Olimpíadas de 2008, ya que siempre se dijo Pekín, algo que todavía sucede.Pero otros lo hacen en Shanghai, Tianjin y Chongkín. La apertura de las Olimpíadas fue tan espectacular que tradujo visualmente el poderío económico del llamado gigante asiático. Hay una frase hecha: “Crecer a tasas chinas”. 

Posiblemente sea exacto decir que es la segunda economía del mundo, aunque la primera (EE.UU.) se encuentra tan deteriorada y con una deuda externa tan descomedida que mete miedo. Se definen de un modo atípico: son, dicen, una democracia popular de partido único, algo que para el lenguaje político de Occidente suena a “chino”. El partido político único de este gigante capitalista de Estado es el Partido Comunista Chino. 

El idioma principal es el mandarín y la moneda el yuán o yen. De pianistas, sólo de pianistas, tienen un millón. El más famoso, célebre ya en Occidente, es el pintoresco pero dotado Lang Lang, que fuera discípulo de Daniel Barenboim. Pese a algunas concesiones a la música de su patria, el repertorio de Lang Lang es el de los pianistas occidentales: Schumann, Schubert, Tchaikovsky, Chopin, Albéniz, etc. En China no se desviven por el culto al individuo ni a los derechos humanos. El régimen es autoritario. En Frankfurt, el año anterior al que presidió Argentina, les tocó hacerlo a ellos. El que habló en la ceremonia central lo hizo largamente: no mencionó la democracia, ni los derechos humanos. 

Fue una metralleta de datos económicos apabullantes. A la población le conceden lo que necesita para vivir bien, como en pocas partes del planeta: se controla la inflación, educación, vivienda, sanidad, impuestos y se lucha duramente contra la corrupción. (“Duramente” es un eufemismo. No es aconsejable para la buena salud de nadie ser corrupto en China.) Se controla Internet y las voces disidentes tienden a ser controladas, y más que eso si es necesario. 

Pero esto sucede en todos los países de Occidente que están en guerra con Irak, Irán y los palestinos o deben controlar el ingreso de los inmigrantes indeseados (nombre que les dio Samuel Huntington ya en 1990). Pero, ¡cómo ha crecido China! Es la alternativa al Consenso de Washington, ese diseño del economista John Williamson que ha devastado a los países en que se impuso y que ahora tiene a Europa al borde del abismo: sobre todo a Grecia y España. Se habla –desde hace tiempo– del Consenso de Pekín y si se habla es porque ya existe y está formando una nueva salida al capitalismo, no de Occidente, no de las grandes potencias imperiales, sino al de las economías subalternas, que cada vez lo son menos.

La República de la India –como China– tiene una población desbordante: 1.224.614.000 habitantes, pero en una superficie notoriamente menor: 3.287.260 km2. Fue, también como China, colonizada por el imperio británico durante el siglo XIX y fue, también como China, objeto de la pluma de Karl Marx, que le dispensó su atención por medio de sus notables (y, en general, equivocados aun en su brillantez, o acaso más gravemente a causa de ella) artículos para el New York Daily Tribune. Pese a que la Constitución otorga reconocimiento a veintidós lenguas, es el inglés el idioma hegemónico, más aún que el hindi. La “pesada carga del hombre blanco” que Kipling cantó ha dejado su huella.

India es hoy una potencia es ascenso no menos que vertiginoso. Tiene problemas internos y los ha tenido asimismo con Occidente. Pero su presente pareciera tener otros rumbos. En 2010 se produce la tercera cumbre del BRIC (Brasil, Rusia, India, China) y en ella se consolida la unión de las nuevas potencias emergentes. Se les une Sudáfrica y el BRIC se transforma en Brics, un organismo libre, fuerte. Una voz vigorosa en el nuevo mapa internacional. Y, sobre todo, independiente: India se abstuvo de votar sobre la cuestión Libia el 17 de marzo de 2011 (también lo hicieron sus otros socios del Brics) y hasta se permitió aconsejar a las potencias occidentales evitar el uso de la fuerza.

Brasil es el coloso de América latina y –a la vez– uno de los países con mayores problemas sociales. Se hizo una película de éxito mundial dirigida por Fernando Meirelles. Presentaba de modo explícito la guerra de las bandas de narcotraficantes en las favelas. Se ha permitido entrar ahí al mismísimo ejército a sangre y fuego. No hubo mayores resultados. De las favelas salen los delincuentes, invaden las ciudades de la opulencia y crean algo peor que inseguridad, terror. Pero Brasil, con Lula primero y con Dilma Rousseff luego, creció a grandes saltos. Es, ahora, una potencia mundial con voz propia. En marzo de 2011, Barack Obama lo visita, dialoga, seduce. Algo que exhibe ante el mundo la relevancia del país de la lejana Carmen Miranda, que ya no quiere entretener con el colorido de sus frutos, de sus enormes bananas y sus ritmos, sino entrar en la dura pulseada del poder mundial. Lo ha hecho.

Argentina ha dejado muy atrás las crisis de 2001 y 2002. El país ha crecido durante estos diez años. Los problemas de exclusión y pobreza son menores que los de Brasil. Su Presidenta ha ganado las recientes elecciones del año pasado con el 54 por ciento de los votos. La oposición se ubicó tras de ella a casi impresentable distancia. Se ha acercado a Estados Unidos pero se nota que busca otros caminos. 

Quiere salir (y está saliendo) del neoliberalismo que arrasó el país en la década del 90. Ha fortalecido el Estado y su intervención en la economía. Es el país que más profundamente ha llevado los juicios a los genocidas de la dictadura militar. Tiene una oposición política muy débil pero una mediática fuerte y agresiva hasta la injuria. Ha establecido su linaje político con la izquierda peronista de los años ’70, la que fuera (no la guerrilla, que era minoritaria y sirvió de excusa a los centuriones) “diezmada” durante esa década por un Estado Criminal apoyado por todas las fuerzas de derecha y por las clases medias del país. 

Las Madres de Plaza de Mayo (que surgieron en abril de 1977) calculan la cantidad de muertos y, en especial, desaparecidos en 30.000. Ningún país generó una entidad como la de las Madres. Ellas lavaron la “culpa argentina”. Alemania daría mucho por haber tenido unas madres que todos los jueves se nuclearan en la Puerta de Brandenburgo para pedir por la vida. Habría ayudado a Karl Jaspers a ser menos duro con su pueblo en su ensayo La culpa alemana.

Actualmente, soporta una nueva embestida. Esta vez con centro en las corporaciones financieras, como en el 2008 lo fuera en las corporaciones agrarias. Las corporaciones financieras son peligrosas. Tiraron el gobierno de Raúl Alfonsín con el cruel “golpe de mercado” y condicionaron a todo gobierno, sobre todo al de Carlos Saúl Menem que se puso, sin más, bajo su protección y sus dólares rematando la soberanía del país.

Argentina mantiene una excelente relación con Brasil. Esto, en la práctica, la vuelve un miembro –menor pero respetado– del Consenso de Pekín. No se trata –creemos– de estar contra EE.UU. sino de poder hacerle frente, no sometérsele, desde la creación de un nuevo polo de poder. Así están las cosas. Todos los sectores que actúan como representantes de la embajada de EE.UU. atacan estos planes del Gobierno. 

La resolución de estos conflictos mucho tendrá que ver con el efecto que tenga o no tenga la crisis mundial en Argentina. El Gobierno no cesa de tener la iniciativa política. Del otro lado –aunque se sabe que se defiende el retorno al Consenso de Washington– sólo suenan voces pendencieras, rencorosas, encarnadas por periodistas decadentes o medios de comunicación que apelan a cualquier recurso. Algo que ya hicieron y los llevó a perder calamitosamente las elecciones de 2011. Debieran intentar otra cosa.

(*) La información en esta nota no proviene de Internet.

© Escrito por José Pablo Feinmann y publicado por le Diario Página/12 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el domingo 3 de Junio de 2012.


viernes, 6 de enero de 2012

Muchachos cristinistas... De Alguna Manera...

Muchachos cristinistas...


Las espadas del pensamiento y la acción oficial se cruzan duro en el momento menos oportuno. Culpas y riesgos.

De pronto, en un segundo, Cristina, la mujer más poderosa de nuestra historia política, puso su vida en manos de un cirujano santafesino. Corrió frío por la espalda de la democracia y de 40 millones de ciudadanos. El cáncer se transformó en metáfora de la fragilidad del ser humano y la soledad del poder, ejercido en forma unipersonal, dejó de tener todas las respuestas. Muchos se preguntaron mil veces sobre la utilidad de tanta concentración en una sola espalda y por la nula representatividad de la línea sucesoria, tanto de Amado Boudou como de Beatriz Alperovich.

Fue muy extraño porque sucedió justo en un momento de cuestionamientos puertas adentro del kirchnerismo como no había ocurrido jamás en ocho años. Lo nuevo es que algunas incipientes rebeldías agrietaron el relato monolítico y el dique de contención del debate interno. A saber:

Una ley de terror.

El ala frepasista se atrevió a levantar la voz contra una orden de la Presidenta aunque, en su versión parlamentaria, votó “con obediencia debida, escupiendo para arriba”, como calificó Pablo Micheli, líder de la CTA. Horacio Verbitsky, Eugenio Zaffaroni, Estela de Carlotto, Hebe de Bonafini y Ricardo Forster coincidieron en señalar que el Gobierno cedió ante “una extorsión de los Estados Unidos a través del GAFI”. También en que el concepto de terrorismo es bastante difuso (etéreo, dijo Forster) y que el peligro no es el gobierno de Cristina, que ya demostró que no criminaliza la protesta social, sino “los jueces de la dictadura o los gobiernos fachos que puedan venir” (Bonafini). Algunos se animaron a pedirle a la Presidenta que vetara la ley, pero ella se expresó a través de sus diputados. Desde Martín Sabbatella hasta Remo Carlotto votaron esa ley represiva y reaccionaria pese a que los números siempre fueron holgados para el oficialismo.

No me peguen, soy Feinmann.

La blogosfera K todavía está debatiendo qué fue peor: la declaración filmada que José Pablo Feinmann le hizo al diario La Nación, la que luego quiso aclarar y oscureció por radio, o su intento de victimizarse de una puñalada en la columna que escribió en Página/12. Hubo críticas feroces como pocas veces entre “gente del palo”. Terminología que habitualmente se utiliza contra los que están del otro lado de la medianera que divide el campo popular de la derecha destituyente. En la versión puntocom de los productos subsidiados de Diego Gvirtz se acusó a Feinmann de haber actuado “sartreanamente de mala fe” porque “ofreció en bandeja de plata el mejor título que podría haber deseado La Nación”. Feinmann exigió cosas insólitas, como que Cristina done diez millones de dólares para construir un barrio, y fue muy duro con los camporistas de Estado por tener “un exceso de pragmatismo y carencia de ideas”. No entendió que Cristina toma cada reproche a La Cámpora como un insulto personal. En su último discurso público, la Presidenta tuvo sentado en primera fila al estado mayor de esa agrupación, que actúa como el brazo ejecutor de las ideas de la única persona en la Tierra capaz de cuestionar en la cara a Cristina: Máximo. Ricardo Forster le tiró un gancho de izquierda al lugar más vulnerable de Feinmann: su ego. Le dijo textualmente a María O’Donnell que “su problema era ser feinmanniano, porque si es sólo él, no piensa que también hay un nosotros. No supo salir de ese horrible discurso que construyó”. Es que Feinmann no sólo manifestó su incomodidad por “adherir a un gobierno popular de dos multimillonarios que te hablan de hambre”, en referencia a la fortuna de más de 70 millones de pesos que el matrimonio Kirchner acumuló durante estos años en los que tuvo cargos públicos, desde 1987. Después, quiso justificar lo injustificable y al igual que la diputada Diana Conti en su momento planteó algo así como que Cristina necesitaba el dinero por si en algún momento tenía que exiliarse.

Aristocracia obrera y ajuste ortodoxo.

Julio Piumato logró un récord. Fue el primer kirchnerista que tuvo la osadía de llamar “gorila” a dos cuadros de confianza de la Presidenta: Aníbal Fernández y Ricardo Echegaray. Fue una respuesta a los cuestionamientos antisindicales que la Presidenta volvió a plantear ante los gobernadores y en clara referencia a los camioneros, judiciales, trabajadores de la AFIP y de Aerolíneas, entre otros, que llamó “aristocracia” que defiende más sus privilegios que los derechos laborales. Fue Bakunin el primero que utilizó en 1872 el concepto de “aristocracia obrera” al decir que esas elites laborales “no son la flor del proletariado” ni los más revolucionarios. Pablo Moyano no entiende de sutilezas anarquistas y amenazó con tirarle el camión encima a la patronal y consiguió el bono de 2.500 pesos para fin de año que otros gremios envidian y quieren imitar. Por eso, porque no se domestican ante Cristina, está “suspendido” para siempre el diálogo entre la Presidenta y el jefe de la CGT. Hay agendas distintas para el futuro próximo.

En el cuestionamiento al titular de la AFIP, además de los gremialistas del sector que lo acusaron de “creerse Dios y tener actitudes casi dictatoriales”, se sumó un dirigente honesto y valiente que se las trae, Marcelo Saín. Primero respaldó la versión de intelectual crítico de Feinmann, aunque luego el recule en chancletas del filósofo lo dejó colgado del pincel. Pero Saín, que es diputado por el sabbatellismo, fue muy feroz contra Echegaray al sugerir que había “protegido a contrabandistas en la Aduana”. Dicen que habrá más informaciones para este boletín y que en los próximos días Saín aportará una denuncia con pruebas firmes. Eso dejaría a Echegaray con un pie afuera del Gobierno y a Saín con los dos afuera del kirchnerismo y acusado de “traidor”.

La Cámpora destituyente.

Institucionalmente, es peligroso que legisladores o funcionarios camporistas sólo acaten las órdenes de Cristina o Máximo y desafíen a sus superiores. Es el caso de Cobos pero al revés. Daniel Scioli lo padeció desde el primer minuto y fue sólo un anticipo. Le pasó lo mismo a Daniel Peralta, el gobernador santacruceño más despreciado por Cristina. Esa obsesión presidencial produce inestabilidad destituyente a los jefes provinciales que fueron elegidos por el mismo voto popular que ella. Intervenir o teledirigir las provincias en forma encubierta no es un ejemplo republicano.

Cierta insubordinación de la tropa que recién amanece es una medicina amarga. Y ponerles el cuerpo a todos y cada uno de los problemas no es la mejor actitud para una Presidenta de todos que tiene que entrar a un quirófano.

© Escrito por Alfredo Leuco y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el viernes 30 de Diciembre de 2011.