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viernes, 24 de octubre de 2014

Cristina y la política Robin Hood... De Alguna Manera...

El arma de la necesidad…


Cristina y la política Robin Hood. Seguramente la mayoría de los lectores han oído alguna vez hablar de Robin Hood, un forajido arquero de la Inglaterra medieval que vivía muy cerca de Nottingham, según cuenta la leyenda. La historia varía dependiendo de quién la narre ya que no es más que un simple cuento que se pasó de boca en boca durante siglos, pero que sin duda alguna logró plasmar una frase como resumen de su obrar y, de cierta manera, como un ideal de justicia, ¡robo a los ricos para darle a los pobres!

Es probable que los primeros relatos sobre este mítico personaje del Bosque de Sherwood eran sus aventuras como justiciero que robaba a los bandidos —o bien al corrupto rey Juan I— para devolver el botín sustraído a sus verdaderos dueños. Pero lamentablemente ese no fue el mensaje que quedó inmortalizado, sino el de la mismísima justificación del robo al que más tiene siempre y cuando no tenga como finalidad acrecentar la propia riqueza sino que sea para entregar a los que menos tienen. En palabras de Maquiavelo, el fin justifica los medios.

¿Pero da igual practicar caridad con la riqueza propia que con la ajena? ¿Soy un ejemplo para la sociedad del cual pueda sentirme orgulloso si dono los $10.000 que mi vecino había ahorrado para refaccionar su hogar pero que yo muy “heroicamente” le sustraje? La famosa autora estadounidense de origen ruso, Ayn Rand, describió a Robin Hood mediante uno de los personajes de sus novelas como el doble parásito que vive de las llagas de los pobres y la sangre de los ricos, pero esta caracterización se hace extensiva además a nuestro gobierno nacional, el cual muy pomposamente afirma que jamás se ayudó tanto a los carenciados, pero mientras tanto la clase media está cada vez más fatigada como así también el sector agrícola e industrial, quienes deben mantener más de 64.000 millones de pesos en planes sociales, los cuales son cada vez más solicitados ya que el desempleo aumenta.

Esto último nos hace pensar que no se lucha contra la pobreza sino que se hace política mediante ella, ya que de lo contrario el número de planes sociales que recibe la gente debería ser cada vez menor o nulo luego de más de diez años de gobierno, pero este no es el caso. Lo que se hace es acrecentar la necesidad de los ciudadanos para luego darles el pescado pero jamás la caña de pescar, puesto que de hacerlo quizás nadie los requeriría. Ejemplo de esto fueron los dichos de Alex Freyre quién sentenció que la gente con sida morirá en 2016 de no ganar el oficialismo, o bien el caso del gobernador kirchnerista de Tucumán, José Alperovich, cuando en referencia a las próximas elecciones alertó que "no vaya a ser que nos equivoquemos y que empiecen a falta remedios en los hospitales".

Immanuel Kant decía que la ilustración significa “el abandono por parte del hombre de una minoría de edad no biológica, sino mental”. Con esto el filósofo prusiano hacía referencia a la “incapacidad para servirse de uno mismo sin la ayuda de otro”. El oficialismo quiere asegurarse el lugar de ese otro, y así, con el afán de hacernos creer que es necesario para nuestra supervivencia, hace lo que tenga a su alcance persiguiendo la meta de ser imprescindible, y para lograrlo despoja a algunos de sus bienes y dinero, y a otros de algo no apreciable económicamente pero si moralmente como lo es la dignidad, el amor por el trabajo y la facultad de encargarse de uno mismo, en definitiva, la posibilidad de “Ilustrarse”.

© Escrito por Maximiliano Bauk el Viernes 24/10/2014 y publicado Tribuna de Periodistas de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.


domingo, 15 de diciembre de 2013

El antídoto... De Alguna Manera...


El antídoto…

CUENTA. De la Policía de Córdoba en Twitter (Captura de la cuenta).

La inclusión social y el control político de las fuerzas de seguridad son el antídoto prescripto por el gobierno nacional para la descomposición de las policías provinciales. El Estado Nacional está limitado por las autonomías provinciales, pero aun así tiene un amplio campo de actuación para confrontar con el modelo vertical y jerárquico y el modo de relación con la sociedad, como fuerzas de ocupación. El rol de la Justicia para desbaratar las redes de ilegalidad con participación policial.

Inclusión social y control político de las fuerzas de seguridad para incorporarlas a los procesos democráticos en cada una de las jurisdicciones, como ya se hizo con las Fuerzas Armadas. Ese fue el antídoto contra la extorsión policial que la presidente CFK prescribió en su discurso del 10 de diciembre. Pero mientras las Fuerzas Armadas y las intermedias, como la Gendarmería y la Prefectura, son estructuras nacionales, las policías están en la jurisdicción de cada provincia. Una cultura institucional anquilosada se amalgama con el mensaje represivo y autoritario con que los sectores beneficiarios del statu quo económico y social responden a la preocupación por la denominada inseguridad.

El gobierno nacional detecta la raíz del problema, pero cuando habla del control civil sólo percibe a la justicia como un estorbo para la conducción política de las fuerzas. Esta no es una contradicción menor. Que una de las provincias castigadas por la sedición y la muerte haya sido el Chaco (donde el flamante jefe de gabinete, Jorge Capitanich, había comenzado la reforma de su policía y puesto en marcha el mecanismo local que contempla la Convención contra la Tortura de las Naciones Unidas) también manifiesta la magnitud de las resistencias que el cambio provoca. Una de las víctimas fue el subcomisario Christian Vera, de 36 años. Su familia tenía una íntima relación de amistad con Capitanich, quien pocos días antes había asistido al velorio de la madre del oficial. Vera no se plegó a sus colegas acuartelados e intentó contener un saqueo. Vestía su chaleco antibalas, pero el proyectil ingresó por la ingle y lo mató. ¿Fue por casualidad, o el disparo partió de otro profesional que conocía dónde termina la protección del chaleco?

Otra pregunta, que escuché con insistencia en Córdoba, ¿cómo pudo haber sólo un muerto si durante toda la noche se escucharon disparos en forma incesante? En cualquier caso, es imposible exagerar la gravedad de los hechos degradantes sucedidos, que tendrán consecuencias económicas y sociales, al adelantar las negociaciones paritarias previstas para el año próximo en las que todos los trabajadores de la órbita del Estado Nacional, las provincias y los municipios reclamarán con estricta justicia igual trato. También afectarán el vínculo entre la Nación y las provincias, que no pueden hacer frente a los compromisos arrancados a sus gobernadores. Los alzamientos carapintada, la hiperinflación y los saqueos, la crisis de fin de siglo con todo lo que implicó (descomposición institucional, feroz transferencia de ingresos, surgimiento de nuevas formas de organización social, asesinato de militantes populares), son los otros picos de crisis que dejaron huellas y cuya sombra ominosa sólo pudo disiparse con profundas transformaciones. Este cuadro impone una respuesta lúcida y eficiente de las autoridades, para encarar de una buena vez y a fondo las reformas policiales que se han venido posponiendo durante décadas.

 

Los pactos rotos


Llegué a Córdoba cuando recién concluía la noche del terror, para participar en un homenaje a María Elba Martínez, la abogada defensora de los derechos humanos que murió en agosto. Ella fue la principal impulsora de la causa Menéndez, pero también comprendió que la estructura represiva de entonces se continuaba en dispositivos, métodos y personas, que el sistema político debía purgar y subordinar. María Elba me habló por primera vez del Tucán Grande y del Tucán chico, los hermanos represores Carlos y Raúl Yanicelli, a quienes el gobierno radical respaldó al frente de las direcciones de Inteligencia y de Drogas Peligrosas. El ex policía Luís Alberto Urquiza los acusó de haberlo interrogado bajo torturas, en la dirección de Inteligencia policial, la D2, y el gobernador Ramón Mestre y su ministro Oscar Aguad tuvieron que pasar al Tucán Grande a retiro. En 2008 fue detenido y este año condenado a prisión perpetua.

Pero De la Sota designó como jefe de policía a su ex custodio y al mismo tiempo ex secretario del Tucán Grande, el comisario Alejo Paredes. En una consagración explícita de la autonomía policial y la falta de control político, lo ascendió luego a ministro de Seguridad. Paredes eligió como jefe de policía a su compañero en aquella siniestra D2, comisario Ramón Frías. El comisario Julio César Giménez denunció que el nuevo jefe lo había amenazado para que dejara de investigar el asesinato de su padre sindicalista, en la D2, si no quería que le ocurriera lo mismo. El gobernador debió deshacerse de Paredes y Farías en septiembre de este año, cuando el fiscal federal Enrique Senestrari desmanteló la red criminal que vinculaba con la comercialización de sustancias estupefacientes de uso prohibido a los jefes policiales encargados de combatirla. Este quiebre del pacto de impunidad tendría consecuencias, como también ocurriría en Santa Fe con un proceso similar. Otro fiscal federal, Juan Patricio Murray, llevó a la cárcel al jefe de la policía provincial, Hugo Tognoli, por su asociación con los traficantes que debía combatir. Algo parecido ocurrió en Tucumán. El fiscal investigador, Diego López Avila, es provincial, pero con la asistencia de una fuerza federal, la Policía de Seguridad Aeroportuaria, consiguió la detención del ex subjefe de Policía Nicolás Barrera y del ex jefe de la Regional Norte, Héctor Brito, por encubrimiento del crimen de Paulina Lebbos, hija de un ex funcionario del gobernador José Alperovich.

En todas esas provincias, la policía organizó, favoreció o habilitó los saqueos, como advertencia a los respectivos gobernadores, que cedieron sin dilación. De la Sota prescindió de la cúpula policial que había designado hace apenas tres meses y redujo la jerarquía del ministerio a la de una simple Secretaría, que ocupará Matías Pueyrredón, hombre de enlace entre el poder económico de Córdoba y la Justicia. Como jefe de policía asumió el comisario Julio César Suárez, quien responde al ex jefe Ramón Frías, y como subjefe el comisario Héctor Alberto Laguía, vinculado con Paredes, según me cuenta un estudioso de la institución policial, el periodista Dante Leguizamón. Laguía fue investigado por el pago de adicionales no realizados a un grupo de oficiales jefes, pese a lo cual Paredes lo ubicó en la Dirección General de Administración, que es donde se deciden muchas de las cosas que enojaron a la tropa: el pago de los sueldos, en qué gasta y en qué no su dinero la policía, cómo se pagan los adicionales y las compras. Laguía pasó al ministerio justo cuando comenzaba el reemplazo de los viejos edificios policiales por nuevas sedes. “El negocio fue fenomenal porque se vendía una casona hermosa en plena Nueva Córdoba o un predio de 6 hectáreas en Villa Belgrano que valían fortunas y esa plata era administrada sin ningún tipo de control”, agrega Leguizamón. Suárez y Laguía tienen poca experiencia, pero fogueados asesores, en lo que se aprecia como una recomposición de los pactos rotos en septiembre.

 

Una fuerza de ocupación


Cada persona con la que hablé en esas primeras horas de luz contaba que los saqueos se iniciaron en el barrio donde viven los policías, cerca del acuartelamiento y con métodos de precisión que descartan cualquier espontaneidad. También señalaban la extrema brutalidad de la respuesta posterior. Luego del duro enfrentamiento, De la Sota y la policía se pusieron de acuerdo en señalar como blanco a los barrios populares. Pocos días antes se había realizado la Marcha de la Gorra, que el Colectivo de Jóvenes por Nuestros Derechos convoca desde hace siete años cada 20 de noviembre, aniversario de la sanción de la Convención de los Derechos del Niño.

Esta vez asistieron 15.000 personas, que reclamaron la derogación del Código de Faltas provincial, equivalente a los edictos policiales que en la Ciudad de Buenos Aires fueron abolidos por el Estatuto constituyente de 1996 y sustituidos en 2004 por el Código de Convivencia. De la Sota creó el Cuerpo de Acción Preventiva (CAP); firmó un convenio con la Fundación del ex ingeniero Blumberg y el Manhattan Institute, para la instalación de mil cámaras en denominadas zonas críticas y creó un registro de huellas genéticas de sospechosos. Las medidas de patrullaje se reforzaron con la incorporación de helicópteros y la implementación de una “nueva estrategia de ocupación territorial”. También se sancionaron leyes provinciales por las que Córdoba asumió la competencia para investigar y juzgar delitos leves de la ley de estupefacientes y la ley de trata de personas, las mayores cajas policiales junto con la policía caminera.

Un informe de la Comisión Cordobesa por la Memoria, en cuyo capítulo sobre la seguridad y la policía intervinieron los académicos de la Universidad Nacional de Córdoba Magdalena Brocca, Susana Morales, Valeria Plaza y Lucas Crisafulli, sostiene que el gobierno provincial provee a su policía cada vez más armamento, tecnología, móviles y efectivos, así como mayor autonomía operativa. Entre 2003 y 2013 el crecimiento del personal policial superó al de cualquier otra repartición pública: de 13.000 a 27.000 efectivos, pese a lo cual las tasas delictivas se mantuvieron y las contravencionales volaron: en 2005 hubo 8.960 detenidos por contravenciones, en 2011, 73.100, ocho veces más. El Cuerpo de Acción Preventiva no responde a la estructura de las comisarías, sino a un mando propio y centralizado, como el Comando Radio Eléctrico de la dictadura. Este cuerpo “define –habilita o restringe– las formas de habitar el territorio urbano de grandes sectores de la población cordobesa”, dice el informe.

En consecuencia, Córdoba tiene una policía joven, casi sin formación profesional, salvo un curso de nueve meses, cuyo verdadero aprendizaje se realiza en la calle con el Código de Faltas como hoja de ruta. Esa subcultura policial, vinculada a la jerarquía, la obediencia, la disciplina y el ingreso a una corporación con lógicas violentas, aleja y diferencia a sus miembros de la vida civil. El bajo sueldo básico obliga a realizar adicionales, que la misma policía asigna en forma arbitraria. Durante 2012, para duplicar el básico de 3500 pesos era necesario trabajar 16 horas por día. Esta precarización absoluta, con condiciones laborales indignas, conspira contra la eficiencia y la profesionalidad. La ley de seguridad remeda el modelo neoyorquino de tolerancia cero, pero sin la depuración policial que fue uno de sus aspectos. Permite suprimir las libertades con sólo invocar genéricas “razones de seguridad”. La ley orgánica define el “estado policial”, que obliga incluso a los que están de franco y a los retirados a portar el arma reglamentaria las 24 horas del día, “para prevenir o interrumpir la ejecución de un delito o contravención” en cualquier lugar y momento.

Así se profundiza el carácter de corporación separada del resto de la sociedad, y la posibilidad de reacción violenta y armada frente a conflictos cotidianos de menor importancia. El régimen disciplinario de la policía es vago y ambiguo; castiga “la falta de celo o exactitud en el cumplimiento de los deberes”, el “descuido en el aseo personal, uso del cabello largo”, hasta el “contraer deudas con personas de mala reputación” o “prestarse a reportajes o formular declaraciones públicas, referidas a aspectos funcionales o de carácter político, sin contar con la autorización de la superioridad”.

 

Sin códigos


El Código de Faltas fue sancionado en 1994 por unanimidad de justicialistas y radicales, que también acordaron la creación de juzgados contravencionales que lo aplicarían. Pero aduciendo la falta de presupuesto los gobiernos de ambos partidos los pospusieron una y otra vez. La facultad de instruir y juzgar a todos los contraventores quedó en manos de la policía, que no es entonces un órgano auxiliar de la justicia sino un actor político que disputa el poder en el escenario público. El mismo año en que la Constitución reformada incorporó diez Tratados Internacionales de Derechos Humanos que obligan a todos los estados provinciales, el Código de Faltas suprimió todos esos derechos en Córdoba y se erigió en instrumento de disciplinamiento social de los sectores marginados y herramienta de gobierno de la protesta social. Cada vez que se lo modificó fue para profundizar su carácter represivo. El comisario puede imponer pena de multa, inhabilitación para ejercer una actividad en infracción, decomiso de un bien utilizado en la falta, prohibición de concurrencia a ciertos espectáculos, cursos educativos, tratamiento terapéutico, trabajo comunitario o arresto.

En la práctica esta bonita diversidad se reduce al arresto del contraventor, algo que dificulta su acceso al trabajo y la educación. El Código castiga conductas como el merodeo sospechoso, la prostitución molesta o escandalosa, los actos contra la decencia pública o la ebriedad molesta. La vaguedad y la ambigüedad de estos tipos contravencionales, incrementa la discrecionalidad policial y su selectividad, ya que el propio agente que realiza la detención, completa la definición de la conducta prohibida en el Código. No se sabe qué se castiga, pero sí a quién está dirigido: los jóvenes de los sectores altos pasan un máximo de dos días detenidos, dos meses en el caso de los sectores medios y hasta seis meses en el caso de los sectores bajos. Un Código similar que regía en Tucumán, fue declarado inconstitucional por la Corte Suprema de Justicia en 2010, en la causa iniciada por José Gerardo Núñez, con el patrocinio de la agrupación de Abogados del Noroeste Argentino en Derechos Humanos y Estudios Sociales (Andhes). Núñez había gritado en la calle durante una discusión de fútbol y el jefe de policía lo condenó a seis días de arresto. No había pruebas y los únicos testigos fueron los policías que lo detuvieron. La Corte Suprema señaló que al no disponer de un abogado se violó su derecho a la defensa en juicio.

Cuando rigieron los edictos en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, la Policía Federal nunca apeló una declaración de inconstitucionalidad, para evitar que la causa llegara a un plenario de Cámara o a la Corte Suprema. De ese modo, sólo valía para el caso, y los comisarios seguían aplicando los edictos como siempre. En Córdoba no hay defensores públicos y el 94,5 por ciento de los contraventores no ejercen el derecho de designar un abogado de confianza. La policía realiza el arresto, instruye el sumario, acusa, juzga y controla la ejecución de la pena, casi como un monarca.

La monarquía policial selecciona sus víctimas entre los más vulnerables.

© Escrito por Horacio Verbitsky, desde Córdoba, el domingo 15/12/2013 y publicado por el Diario Página/12 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

sábado, 14 de diciembre de 2013

La Argentina saqueada... De Alguna Manera...


Quiénes son los culpables de la Argentina saqueada...

Causa y efecto. Los motines policiales en todo el país, seguidos de olas de saqueos. La política solo echó nafta al fuego.

Todos los responsables detrás del estallido. Policía amotinada, política cínica y marginalidad cultural.

Los tres principales asesores de Jorge Capitanich en la Jefatura de Gabinete son contadores públicos y dos de ellos obtuvieron sus posgrados en el noventista Centro de Estudios Macroeconómicos, CEMA. El viceministro de Gabinete, Carlos Alberto Sánchez, por ejemplo, sabe de seguridad social y economías regionales. La actual subsecretaria de Gestión y Empleo Público, Mónica Zorrilla, es coautora del libro “Federalismo fiscal y coparticipación federal (Una propuesta para la transformación de la relación Nación-provincias)” junto al propio Capitanich y Axel Kicillof, hoy ascendido a ministro de Economía. El secretario de Evaluación Presupuestaria, Fabricio Bolatti, viene del Frente Grande de Chaco pero su especialidad es la modernización del Estado.

Es decir, los tres están entrenados en administraciones y presupuestos provinciales, en parte origen del problema de los violentos saqueos. Y están prevenidos, por experiencia, ante eventuales reacciones sociales en cadena. Por eso, desatada la rebelión salarial de la Policía cordobesa el martes 3 de diciembre –acuartelamiento en distintas localidades de la provincia, saqueos y vandalismo en supermercados, personas heridas y hospitales colapsados–, previeron la emergencia de enviar fuerzas de Gendarmería al distrito en llamas.

Aconsejaron “cortar por lo sano” como cuando Daniel Scioli acordó con Sergio Berni establecer un comando antisaqueo en el cruce estratégico entre la autopista Ricchieri y el Camino de Cintura.Capitanich coincidió, pero no podía avanzar por su cuenta. Recordó que el año pasado, Cristina Fernández había prometido que no se enviarían más gendarmes a “las provincias en problemas” (en respuesta a la muerte de nueve efectivos de la Gendarmería en un accidente de tránsito, trasladados luego de reprimir una violenta protesta petrolera en Cerro Dragón, Chubut).

Al mismo tiempo –mientras se generalizaban los disturbios en Córdoba capital–, el secretario Carlos Zannini le transmitió al jefe de gabinete una orden presidencial: “De ninguna manera nos podemos hacer cargo de los desmanes de una policía vinculada al narcotráfico. Los gendarmes, en donde tienen que estar”, justificaba Cristina.Lo que siguió fue una secuela de hechos dictados por el descontrol de la situación. El gobernador José Manuel de la Sota debió regresar de urgencia al país desde Panamá y sobreactuar sus confusos pedidos de auxilio al gobierno nacional. El secretario de Seguridad de la Nación, Sergio Berni, desembarcó tres días después en la provincia con 1.200 gendarmes por un acuerdo urgente entre De la Sota y Capitanich que revertía la primera orden presidencial.

A pesar de la recomendación de al menos dos de sus ministros de saltear la “fiesta popular” prevista por el oficialismo para el martes 10 –no del acto formal por los 30 años de democracia–, Cristina se empecinó en hacerla tal cual ella lo había imaginado: bailó y tocó el tamboril.Fue el día en que se confirmaba un saldo provisorio de ocho muertos y se generalizaban zonas liberadas, saqueos y actos delictivos en otras seis provincias. Según Berni, tuvo que pasar varios días sin dormir. A algunos lugares, como Rosario o Chivilcoy, fue él mismo piloteando el helicóptero de Gendarmería. En Seguridad no pensaron que el conflicto iba a escalar tanto, aunque vienen alertando desde hace tiempo que los sueldos de las fuerzas son bajísimos, y que la baja cantidad de efectivos de Gendarmería es una deuda pendiente del oficialismo.

El periodista Horacio Verbitsky, a quien no se podría acusar de formar parte de ninguna “desestabilización” como la que terminó denunciando Capitanich, dijo: “Esto mide la fragilidad del terreno sobre el que está asentada la democracia que esta semana cumple 30 años –escribió en Página 12–, también la magnitud y la diversidad de conflictos siempre prestos a manifestarse en cuanto una merma en el crecimiento macroeconómico y la generación de empleo exacerba ánimos y requerimientos”.

A la hora de establecer las culpas del estallido, las interpretaciones discurrieron entre la toma de partido política –a favor o en contra del Gobierno– y la demonización de sus eventuales promotores –la Policía, De la Sota, Sergio Massa, las 4 x 4, el “modelo”, el narcotráfico, las mafias del delito, etc.–. Como se trata de un suceso de carácter complejo y claramente multicausal, convendrá no perderse en los atajos:

La responsabilidad policial. Los salarios básicos de las fuerzas de seguridad provinciales, hasta los recientes aumentos arrancados “a punta de pistola”, estaban fijados entre 280 y 4.500 pesos según la jurisdicción. Eran, hasta entonces, los empleados públicos peor pagos y el menos favorecido por la disparidad salarial y el pago en negro de las distintas administraciones.

Hasta ahora, los ajustes acordados van desde los 3.500 hasta los 9.000 y 10.000 pesos de bolsillo si se toma en cuenta lo negociado en estos días en diez provincias. Sin embargo, esa postergación y estos aumentos –bastante por encima del nivel inflacionario real– no podrían justificar una Policía autónoma del poder político ni atribuirse el establecimiento de “zonas liberadas” ni presionar por reivindicaciones a través de métodos “sediciosos”, fuera de la ley. Tampoco es admisible reconocerle un carácter de “grupo de presión” que, como el de ciertos jueces, se arrogan el derecho de rebelión cuando el poder político se desgasta y entra “en retirada” hacia un gobierno de otro signo. Una fuerza vertical y armada no debería estar dirigida por personajes incapaces de ejercer la autoridad o peor, sospechados de vínculos con barrabravas, narcotraficantes y mafias vinculadas a todo tipo de delitos. Aunque fueran justificados sus reclamos salariales, no sería admisible el travestismo institucional para conseguirlo. Habría que darle razón al oficialista juez de la Corte Suprema Raúl Zaffaroni: “Es una deuda de la democracia no haber repensado la Policía”. La reacción política fue mala y tardía.

El vacío de los gobernadores. De la Sota, como tantos otros mandatarios –incluidos los alineados con la Casa de Gobierno– vienen subestimando los estragos sociales provocados en sus provincias por el reparto discrecional de los recursos que se recaudan, el efecto inflacionario de la economía oficial y la ausencia de una política pública de seguridad capaz de retener el monopolio de la fuerza en el Estado. En este último caso, los gobernadores no han ido más allá de exigir la aplicación de la ley de seguridad interior que obliga a la Nación a ir en auxilio de las jurisdicciones en riesgo. Y mientras tanto, se han acostumbrado al poder de turno y adaptado a sus caprichos y condicionamientos, aun en contra de los intereses de sus representados.

Al unitarismo fiscal de la Nación no se le replicó con el federalismo de las alternativas de inversión y mayor productividad a no ser la recepción pasiva del “salvataje” discriminatorio de la Nación con sus obras para los “amigos”. Así, el empleo público sirvió para disimular el desempleo y la falta de trabajo. El clientelismo congeló los salarios públicos en niveles miserables. Y a los reclamos de coparticipación de impuestos –una deuda que va a cumplir 20 años sin saldarse– le siguió el conformismo del módico reparto del Fondo Federal Solidario extraído del 30% de las retenciones a la soja.

Ni el crítico De la Sota, ni el feudal José Alperovich, ni el oficialista Martín Buzzi, ni el cristinista Sergio Urribarri, y tampoco el alineado Jorge Sapag, fueron capaces de recoger los previos indicios de intranquilidad social que recorrían sus provincias. Hasta que estallaron en una sola oleada de frustración y promesas incumplidas. Los que dieron aumentos, tienen pensado pasarle la factura a la Nación. Capitanich ya anticipó: “Tenemos recursos limitados para prevenir incidentes”. Se refería a la supuesta “pueblada” que difunden las redes sociales para el 19 y 20 de diciembre.

© Escrito por José Antonio Díaz el viernes 14/12/2013 y publicado en la Revista Noticias de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

domingo, 4 de noviembre de 2012

178... De Alguna Manera...


178…


Ahora está de moda hablar muy bien de Néstor Kirchner para poder vituperar a su viuda. Es lo que cunde. Según este nuevo revisionismo, la tragedia empezó el 27 de octubre de 2010 cuando murió Kirchner, en Santa Cruz. Desde entonces, se alega, se ha desnaturalizado la obra de Kirchner. Pero el Gobierno acaba de producir un hecho valioso para cronistas e historiadores. Firmado por el Frente para la Victoria, publicó el sábado 27 de octubre anuncios en esa prensa que sus corifeos denominan “opositora” y “destituyente”, PERFIL, La Nación y Clarín, medios a los que los funcionarios no atienden, ignoran o fulminan con sus insultos. Días atrás, por ejemplo, Amado Boudou les pidió a PERFIL, La Nación y Clarín “que se dejen de hincharle las pelotas”. Textual.

El aviso del Frente para la Victoria era irremediablemente rústico y conceptualmente indigente. Su factura era de un primitivismo asombroso, escrito todo en mayúsculas, esa forma de gritar a la que apelan los ignorantes, imaginando que sólo así se les comprenderá lo que barruntan. Fueron 178 palabras, desplegadas en siete oraciones inclementemente pedregosas, de una sintaxis escuálida. No es esto lo más importante, sin embargo. El aviso condensó en siete conceptos el legado que el Gobierno pretende sacralizar como herencia del santacruceño. Rastrillarlo con ánimo indagador revela su escasa consistencia y, sobre todo, su pobre verosimilitud.

El Gobierno asegura que Kirchner fue “capaz de plantarse ante el Fondo Monetario”. Curiosa manera de ponerse de pie: sacó la billetera nacional y obló casi 10 mil millones de dólares que el FMI no reclamaba y cuya tasa de interés era bajísima, comparada con tramos pesados de la deuda. No “se plantó”; pagó una suma desorbitada y al contado, sólo para abonar su leyenda de indómito peleador solitario.

El panegírico agrega que, con Kirchner, se puso en vigencia un “nuevo modo de hacer política”. No explica en qué consiste, pero es bueno evocar que arrancó con la deglución del político derechista Eduardo Lorenzo Borocotó, cuyo apellido renominó para siempre el léxico político: donde antes se decía que una persona que saltaba de una trinchera a la otra en la oscuridad era un tránsfuga, luego se dijo que se “borocotizaba”. ¿“Nuevo modo”? Veamos: Gildo Insfran, José Alperovich, Raúl Othacehé, José Luis Gioja. Si esto resume el “nuevo modo”, ¿cómo habría sido el viejo modo?

El tercer adagio embelesado para el señor K es que, “gracias a él”, en la Argentina floreció una juventud “llena de entusiasmo”. La idea oficial es que desde 1983 hasta 2003 nunca hubo entusiasmo en las jóvenes generaciones. No hubo celebraciones por la paz con Chile en 1984, tampoco con la sentencia contra las juntas militares en 1985, del mismo modo que faltó entusiasmo para defender la democracia contra los motines militares de los carapintada fascistoides en 1986 y 1987, ni cuando el gobierno de Menem eliminó el servicio militar obligatorio, en 1994. El “entusiasmo” nació con Kirchner, y la militancia juvenil entre 1983 y 2003 nunca se interesó por el “destino colectivo”.

El cuarto mandamiento del ¡Gracias Néstor! hace foco en lo que los núcleos más ideologizados reclaman como obra principal del ex presidente, su supuesta actitud “inclaudicable por la memoria y los derechos humanos”. Efectivamente, en 2003 la nueva Corte Suprema de Justicia declaró imprescriptibles los delitos llamados “de lesa humanidad”, del mismo modo que calificó de “inconstitucionales” la ley (mal) llamada de “punto final” de 1986 así como la de Obediencia Debida de 1987.

Contemporáneamente el Congreso Nacional declaró nulas esas leyes mediante la ley 25.779. La ley 23.492 de Punto Final fue promulgada el 24 de diciembre de 1986 por el presidente Raúl Alfonsín y estableció que, transcurrido un período determinado, “se extinguirá la acción penal contra toda persona que hubiere cometido delitos vinculados a la instauración de formas violentas de acción política hasta el 10 de diciembre de 1983”. Quedaban fuera de esa limitación los secuestros de bebés hijos de detenidas-desaparecidas nacidos en centros clandestinos de detención. La ley 23.521 (de Obediencia Debida) fue firmada por Alfonsín el 4 de junio de 1987. El 12 de agosto de 2003, la Cámara de Diputados declaró “insanablemente nulas” ambas leyes. El Senado convirtió esto en ley el 20 de agosto de 2003. Kirchner la promulgó el 2 de septiembre de 2003. Dos años después, el 14 de junio de 2005, la Corte Suprema declaró inconstitucionales dichas leyes ya abrogadas por el Congreso, tras lo cual se reanudaron los juicios contra centenares de imputados, interrumpidos en 1986. A las pocas horas, el 15 de junio de 2005, Alfonsín apoyó esa decisión: “La democracia está definitivamente consolidada en la Argentina”, dijo, pero advirtió que “es fundamental comprender en este momento que la Justicia no puede significar la venganza de la sociedad”. Además, recordó que el tema “sufre aún de una evidente renguera” a raíz de que permanecen “incólumes los indultos aplicados por el presidente Carlos Menem”. 

El kirchnerismo nunca canceló los indultos del menemismo a Jorge Videla, Emilio Massera y otros. El texto completo de ese aval de Alfonsín es una pieza de enorme valor (http://www.infobae.com/notas/190156-Ahora-Alfonsin-elogia-el-fallo-contra-las-leyes-del-perdon.html). En 2007, la Corte Suprema reveló que eran 289 las causas en pie, unos mil procesos iniciados y 556 personas encausadas, sospechadas de culpabilidad acreditada por semiplena prueba. El supuestamente inclaudicable Kirchner no lo fue tanto. Peronista como Menem, no deshizo los indultos de 1989 y 1990, y tampoco mandó investigar los crímenes de la Triple A durante los gobiernos justicialistas de 1973 a 1976, que dejaron un saldo de centenares de muertos y desaparecidos.

Quinta bendición: calificar la confiscación de los fondos en manos de las AFJP como “reestatización” del sistema previsional, es una perfecta falsedad. El sistema previsional era estatal en 2003 y lo que Kirchner hizo fue quedarse con el dinero administrado por empresas del sector privado complementario, para sumar todo en una monstruosa Anses que hoy se maneja al servicio de la política del Gobierno. A eso lo denominan ampliación de “derechos y garantías para todos los argentinos”.

La sexta es cachonda, no amerita detenerse: el Gobierno de Kirchner “democratizó los medios de comunicación”. La séptima es enternecedora: Kirchner “se atrevió a soñar”. En suma, 178 palabras flojas de verdades.

© Escrito por Pepe Eliaschev y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el sábado 3 de Septiembre de 2012.