domingo, 28 de octubre de 2012

Padre nuestro... De Alguna Manera...


Los principios sagrados…

El capitán Castro con el intendente de La Plata antes del golpe de 1976. Después iría a Bahía Blanca.

El ex Jefe de Grupos de Tareas Navales en Bahí Blanca tiene dos hijos desaparecidos. A fines de 1976, el capitán Oscar Alfredo Castro arengaba a colimbas a participar de la “nueva gesta libertadora” mientras sus hijos llevaban seis meses de cautiverio en Campo de Mayo. “Hicimos un pacto” de no pedir explicaciones a otras fuerzas, se justificaba entonces. “¿Podemos dejar a los muertos tranquilos?”, propone ahora desde su arresto hogareño.

El capitán habla de guerra. “Claro que hubo una guerra.” El capitán condujo “eficazmente” la Fuerza de Tareas 2, “empeñada diariamente en la guerra antisubversiva”, lo elogió el vicealmirante Luis María Mendía a fines de 1976, mientras los hijos del capitán estaban secuestrados en Campo de Mayo. Esa tarde, en la base de Puerto Belgrano, caracterizó al enemigo: “Grupos siniestros, renegados sin Dios, sin Patria y sin sentimientos”. Antes de tomarles juramento a 3500 conscriptos dijo que “la Providencia” los había elegido para la “nueva gesta libertadora”, que debían defender un estilo de vida “a cualquier costo y por todos los medios” y dejó constancia de su “amor a la libertad dentro del marco de la familia”. Sus hijos llevaban medio año con capucha y grilletes. “¿Qué estaban haciendo?,” apuntó a las víctimas cuando supo del segundo secuestro. “No podemos pedir por el hijo de nadie que esté en poder de otra fuerza. Hicimos un pacto”, se justificó. Treinta y seis años después, detrás del muro que construyó antes de ser arrestado en su casa de Gonnet y a meses de ser juzgado por delitos de lesa humanidad en Bahía Blanca, el capitán reniega de la actual “dictadura” aunque admite estar “feliz y contento”. En su living hay cuadros de Jesús crucificado y de la virgen María, pero nada recuerda a sus hijos desaparecidos. “Ya pasó, terminemos –propone–. ¿Podemos dejar a los muertos tranquilos?”

El primer secuestro de los hermanos Castro fue el 22 de mayo de 1976, en su casa de Ciudad Jardín. Alfredo, de 21 años, estudiaba derecho en la UBA y había militado en la Juventud Universitaria Peronista. Luis, de 18, estudiaba en la Escuela Técnica 12 de San Martín, militaba en la JP de Caseros y había sido detenido en 1975. Su padre se había alejado de la familia ocho años antes, cuando el menor de sus cuatro hijos tenía cuatro meses. Desde 1972 dejó de nombrarlos hasta en los censos del personal superior de las Fuerzas Armadas.

Soldados con pelucas puestas se llevaron primero a Luis. Alfredo alertó al tío materno, el coronel Ezequiel Montero, quien sugirió que se trataba de “un tema de polleras”. La patota volvió y se llevó a un amigo de Luis que vivía en la casa. El tío prometió estar a las ocho. “Te cuelgo que vuelven”, dijo Alfredo antes de que lo cargaran en un Fairlane colorado. Esa noche también fueron secuestrados Fernando Barro y los hermanos Andrés y Daniel Barciocco con sus padres. Los Barciocco eran compañeros de Luis en el grupo scout de la parroquia San Francisco de Asís de Villa Bosch, que entre 1976 y 1977 sumó 18 desaparecidos.

La madre de los Castro, testigo del secuestro, centró las primeras esperanzas en su hermano, coronel retirado pero en servicio en Inteligencia de Ejército. Quelito la acompañó a hacer la denuncia y desapareció de escena.

Con el capitán al frente de la Fuerza de Apoyo Anfibio y desde el 1º de julio de la F.T.2 en Puerto Belgrano, que acumulaba secuestrados en el buque 9 de Julio y en la sexta batería histórica de Punta Alta, fue su hermano quien indagó sobre Alfredo y Luis. El primer dato que obtuvo el capitán retirado Miguel Horacio Castro, en ese entonces empleado de seguridad del diario Clarín, lo aportó el amigo de Luis, liberado a los 22 días: habló de un galpón, una pista de aterrizaje, helicópteros, un campo y una fábrica de ladrillos. El marino concluyó que estaban en Campo de Mayo (allí estuvieron los Barciocco según el ex sargento Víctor Ibáñez) y por el número de secuestrado pudo saber que sus sobrinos habían sido registrados con el anterior y el posterior.

La única gestión conocida de Castro por sus hijos tuvo como destinatario al cura Mario Bertone, referente del grupo scout, con quien se formaron y construyeron la parroquia, donde hoy se los recuerda desde un mural. Castro buscó a Bertone en su casa de Villa Bosch. “Casi tiran la puerta abajo”, recuerda la viuda del ex sacerdote, que dejó los hábitos para casarse. “Mis hijos desaparecieron por tu culpa y lo vas a pagar caro”, gritó el capitán. “Estaba con dos o tres hombres, pensé que nos llevaban”, confiesa la mujer. “Tenía un odio terrible con Mario, que lo conocía de la pastoral de familia de Palomar –explica–. Después nos rajamos, sabemos que nos estuvieron buscando.”

En noviembre alguien llamó a la casa de los hermanos y dijo que no podía identificarse. La madre exigió que le hablaran de frente, el diálogo terminó a los gritos y siguió días después:

–Necesito saber cómo va a encauzarlos –la indagó el secuestrador–. Queremos dárselos al padre y (los hermanos) no quieren. Queremos dárselos a su hermano (el coronel) y no quieren. No quieren salir de aquí si no es con usted.

–Son muy buenos hijos. Buena o mala son mi obra –se enorgulleció la mujer–. He sido padre y madre así que pienso seguir siéndolo. Si pretenden más... imposible.

Mientras la madre luchaba por sus hijos, el padre arengaba a 3500 colimbas en el cierre del “año naval”. El 26 de noviembre, en el estadio de Puerto Belgrano, el vicealmirante Mendía elogió “el celo” de la Infantería por “haber soportado el mayor peso de las actividades antisubversivas”. Castro, que ese día festejó el primer año de los mellizos que tuvo con su segunda esposa, advirtió a los conscriptos que “la Nación, sus instituciones, sus hombres y mujeres, están nuevamente en peligro”. “Renegados sin Dios, sin Patria y sin sentimientos pretenden destruirlos y reemplazar aquellos principios sagrados que dieran razón de ser a nuestra comunidad por bastardos argumentos, ajenos al sentimiento nacional”, dijo, rodeado por la plana mayor de la Armada y por el general Adel Vilas.

“Deben estar listos a reafirmar con su sacrificio la voluntad nacional de mantener a cualquier costo aquellos principios que desde siempre informaron a la República”, leyó. “La Providencia los ha elegido” para “apuntalar los conceptos primigenios de la argentinidad: nuestra profunda fe en Dios, vocación de soberanía e independencia, acatamiento al orden jurídico del Estado, amor a la libertad dentro del marco de la familia y de los límites que nos fija el bien común de la sociedad, y nuestra irrevocable decisión de impedir a cualquier costo y por todos los medios que nadie nos imponga otro estilo de vida”.

Cuando “pronunciéis el sí juro quedáis (sic) formalmente enrolados en esta nueva gesta libertadora a la que todos los argentinos de bien ya se han incorporado espiritualmente”, lo citó el diario La Nueva Provincia. El capitán no sólo se había incorporado espiritualmente. El mismo día, en su legajo, Mendía apuntó que Castro “conduce eficazmente el planeamiento, la organización y ejecución de las acciones a desarrollar por su Fuerza de Tareas, empeñada diariamente en la guerra antisubversiva”. Lo conocía de destinos anteriores, pero lo calificaba “exclusivamente” como “comandante en acción de combate”, aclaró.

Liberación

A 700 kilómetros, la madre de sus hijos golpeaba puertas. El 21 de diciembre, la voz sin nombre le informó que los liberaría. Los largaron el 23. “Tenían la barba larga, sucios, un olor acre. Estaban con la misma ropa. Luis flaco, Alfredo gordo, había pasado meses en una celda donde apenas entraba acostado y sólo comía pan. Se había tenido que romper los pantalones, le habían engordado las piernas”, recuerda su novia Marita, que prefiere ser citada sólo como la llamaba la familia. Del cautiverio dijeron poco: que estuvieron vendados, encapuchados y atados, custodiados por perros y gendarmes; que los torturaron con picana, que estuvieron en un galpón con muchos secuestrados, algunos desde el año anterior, y que en octubre Alfredo fue aislado en una celda.

Luis contó que conversaba, encapuchado, con alguien que su madre asoció con la voz sin nombre: el coronel Fernando Verplaetsen, su vecino en Ciudad Jardín y jefe de Inteligencia del Comando de Institutos Militares. La mujer de Verplaetsen, maestra de la Escuela 28, le rogaba que no lastimaran a Luis ya que lo recordaba con cariño porque lo había visto cuidar a su hermano menor, Danielito. La mujer había visto cómo Luis llevaba y traía de la guardería al niño abandonado por su padre a los cuatro meses, y que a los dos años moriría ahogado en la pileta de la casa.

Cuando supo de la liberación, el capitán Castro se reunió con los dos mayores de sus ya siete hijos y les aconsejó irse del país. “Tenés que convencerlo”, le pidió a la novia de Alfredo. “Pensar que he visto morir compañeros y vengo de Puerto Belgrano”, murmuraba indignado por el destino de esos pibes que a fin de cuentas eran sus hijos. Salir de la Argentina no figuraba entre las alternativas que barajaban Alfredo y Luis. Ambos se sabían controlados, incluso en la Nochebuena posterior a la liberación, una pareja en un Falcon se instaló frente a su casa toda la noche, a la espera de algún contacto que nunca llegó.

En el verano de 1977, mientras el capitán asumía como subdirector de la Escuela de Guerra Naval, a metros de la ESMA, Luis empezó a repartir cosméticos con el Citroën de su madre y consiguió autorización para hacer sexto año libre. Alfredo pudo volver a caminar despacio, consiguió trabajo, retomó Derecho, compró colchón y heladera para casarse, aunque insistía en que no podía alejarse de su madre. Pero el 30 de junio de 1977 le dio la razón a Marita: no podían vivir aterrados, iban a casarse y a radicarse en el interior. Esa misma noche se lo llevaron para siempre junto a su hermano.

Segundo secuestro

El hombre alto, de tez blanca y ojos claros que llevaba la batuta no hizo preguntas. Apenas ordenó revisar la biblioteca y el Citroën.

–¿Qué es esto? –indagó al ver balas en una repisa.

–De mi ex marido, capitán de navío.

El militar no se inmutó ante un dato que conocía y ordenó a los hermanos que se vistieran. “Vamos a hacer un memo a la comisaría de Caseros”, mintió. Alfredo y Luis se despidieron de su madre con un beso. Caminaron 50 metros y los cargaron en una camioneta.

Descartada la ayuda del hermano coronel, la madre, que ese año marcharía en Plaza de Mayo, fue en busca de la voz sin nombre que interrogaba a Luis.

–¿Cómo no me vino a ver antes? –preguntó Verplaetsen, que vivía a 150 metros.

–En la escuela no me enseñaron qué hacer cuando nos secuestran un hijo –-le explicó.

El jefe de Inteligencia de Campo de Mayo le dijo que desconocía los operativos de la noche anterior, sugirió que “gente de Palomar” (léase base de la Fuerza Aérea) había “entrado sin autorización” a su jurisdicción y le recomendó volver días después. Cuando Esther fue al Colegio Militar, le dijeron que “seguro fueron los terroristas”.

–Mire, señor, las manos de los que vinieron a buscar a mis hijos son las mismas manos del que vivió conmigo doce años. Esas manos no las tienen los terroristas, las tienen los que están en un escritorio con tintorería y peluquería al lado –describió a Castro.

Al día siguiente Verplaetsen le pidió que no volviera. Le dijo que sus hijos estaban “metidos en problemas” y que debería esperarlos “muchos años”.

Cuando supo del segundo secuestro, el capitán puso la lupa sobre sus hijos: “¿Qué estaban haciendo?”, preguntó. “Si no los tiene la Marina, no puedo hacer nada –le explicó a Marita–. No podemos pedir por el hijo de nadie que esté en poder de otra fuerza. Hicimos un pacto y tenemos que cumplirlo.”

–¿Para qué pueden tener tanto tiempo a la gente detenida? ¿Les lavarán el cerebro? –le preguntó la novia de Alfredo.

–No, eso sale muy caro –le explicó el capitán.

© Escrito por Diego Martínez y publicado en el Diario Página/12 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el domingo 28 de Octubre de 2012.



Subastar la virginidad... De Alguna Manera...


Subasta su virginidad para estudiar en Argentina…

Catarina Migliorini

La primera vez en el amor suele ser un hecho que queda marcado para siempre. El caso de Catarina Migliorini será, definitivamente, especial. Porque esta brasileña de 20 años decidió subastar su virginidad por internet. Esta semana se supo que recibirá 780 mil dólares, luego de subastar por la web su “primera vez”.

Catarina tendrá su primera relación sexual a bordo de un avión, en pleno vuelo entre Australia y los Estados Unidos, con un japonés identificado como Natsu, vencedor en la subasta.

“Todo empezó cuando vi una entrevista a un cineasta australiano que estaba buscando una chica virgen para un documental, lo contacté y me anoté”, manifestó en una entrevista a un diario brasilero. Al parecer, la chica ya dejó estipuladas algunas “claúsulas” que el beneficiario oriental deberá cumplir.

“El comprador no podrá traerse a otra persona, intentar realizar sus fantasías, usar juguetes sexuales, nada. También es obligatorio el uso de preservativo“, dijo ella en declaraciones a un diario brasilero. Y agregó: “El acto tardará una hora como máximo y sin besos. No está en el contrato”.

La subasta, que finalizó el 15 de octubre pasado, tuvo cientos de ofrecimientos, pero finalmente fue este japonés, de quien no se tiene mucha información. Natsu logró imponerse a dos estadounidenses: Jack Miller y Jack Right, y al indio Rudra Chatterjee.

Este descubrir sexual tiene un link directo con la Argentina. Según se supo, parte del dinero recibido ella lo utilizará para financiar sus estudios de Medicina en nuestro país. El resto será destinado a la creación de un proyecto que ayude a familias pobres a tener su propio hogar en Brasil.

Todo será filmado como parte del documental Virgins Wanted, que se basará en la entrevista a la joven para contar sus expectativas y su sentir, antes y después de su primera experiencia.

© Publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el  Domingo 28 de Octubre de 2012.

Las fotos:


































 

jueves, 25 de octubre de 2012

Teta mata hacker... De Alguna Manera...


Hacker preso por foto del escote de su novia…

 Teta mata hacker.

Cuando hablábamos del fin de la privacidad, plantábamos que hay un factor más que importante para ir renunciando a la misma: nosotros.

Cuando, luego de infiltrarse en los registros policiales y publicar información personal de aquellos registros, luego de crear citas falsas en el calendario, borrar cuentas de administrador y publicar fotos de Anonymous, repetir lo mismo en los sitios de varios estados norteamericanos más, y encima de eso, subir una foto de su novia con un cartel de burla hacia esas instituciones, Higinio O. Ochoa III eligió renunciar a su privacidad. Algo que, paradójicamente, es muy caro a los hacktivistas.

Luego de sus fechorías molestando a la policía (entre las cuales hackeó el sitio web de la policía del Condado de Houston y la Asociación Canina de la Policía de Los Ángeles), Ochoa, alias w0rmer dentro del grupo CabinCr3w, sacó la foto del profundo escote de su novia a manera de burla y la subió a @AnonW0rmer en Twitter, sin contar con el ínfimo detalle de que su iPhone carga metadatos en las fotografías, que proyeron al FBI de, por ejemplo, la ubicación desde la cual fue tomada la foto: un departamento en Wantirna South, Melbourne.

Una vez conocida la ubicación, se revisaron más fotos de la chica en cuestión (evidentemente trabajar para el FBI no es tan malo) para corroborar datos. Dieron con el Facebook de Ochoa y un nombre, Kylie Gardner, una australiana que resultó ser la novia del W0rmer, un programador de 30 años de Galveston, Texas. Tras comprobar que Gardner era la de la foto a pesar de que no se muestra su rostro, y que, por lo tanto, Ochoa era W0rmer, se produjo el arresto.

© Publicado por http://hombre.perfil.com

 

miércoles, 24 de octubre de 2012

Crímenes en la Base Naval Mar del Plata... De Alguna Manera...


“Fueron entregados cual botín de guerra”...
  

El alegato de las querellas en el juicio por los crímenes en la Base Naval Mar del Plata. Las abogadas de Abuelas de Plaza de Mayo se concentraron en los casos de las víctimas embarazadas de ese centro clandestino, que fueron despojadas de sus hijos luego de dar a luz.

¿Se puede hablar de mayor o menor crueldad cuando se habla de los centros de exterminio y detención? Existe la tentación de hacerlo ante las mujeres embarazadas, los nacimientos de sus hijos o frente a los niños que pasaron por la experiencia de encierro y tormentos con sus padres. Ese es uno de los escenarios en los que ingresó el alegato de Abuelas de Plaza de Mayo, en Mar del Plata. En el relevamiento de las pruebas sobre el secuestro de un grupo de mujeres embarazadas, de sus compañeros y de los partos, las abogadas se detuvieron a observar a los niños que pasaron por la Base Naval: “Esta incertidumbre respecto de la suerte que pudieran correr los hijos de cualquiera de las víctimas –dijeron– era funcional al aparato represivo y constituía otra forma sádica de infundir el terror”.

Santiago Kraiselburd contó en una audiencia su experiencia de niño. Las abogadas Estela Murgier y Yamila Zabala Rodríguez de Abuelas retomaron parte de su testimonio en el alegato. A Santiago lo subieron al camión en el que también trasladaron a su madre, Patricia Valera. Les taparon las cabezas con bolsas y los llevaron a la Base Naval. Después los llevaron en un auto hasta la ESMA “todavía tabicados con las bolsas”. A Santiago lo reprendieron en el camino porque “con su inocencia de niño, sin medir las consecuencias, intentó sacarse las bolsas para espiar”, dijeron las abogadas. “Fue en la ESMA donde hicieron que se despidiera de su madre, para luego ser abandonado en el Hospital de Niños de Buenos Aires y finalmente concluir su trágico periplo en un orfanato a sus cinco años.”

A las niñas Bonn y Ríos, recordaron, las dejaron en la puerta del Hospital Regional de Mar del Plata. Bonn murió poco después y a Ríos la recuperó su abuela materna. Daniel Mogilner es el hijo de Graciela Arriola: “Fue liberado a su suerte con su hermanita de 4 años cuando el grupo de tareas de la Base Naval los dejó con el portero de la casa”.

La primera parte del alegato la hizo César Sivo, abogado de la APDH. Sivo habló del alcance de los delitos de lesa humanidad y explicó un organigrama de la Base Naval y mostró en una pantalla fotos de sus instalaciones. Las abogadas de Abuelas, a su turno, reconstruyeron el circuito que caracterizó a las víctimas embarazadas de la Base Naval II: trasladadas a dar a luz a la ESMA y luego desaparecidas. “Sufrieron el secuestro, la tortura, el asesinato, fueron constituidos en desaparecidos y les fueron arrancados sus hijos, quienes fueron entregados, cual botín de guerra, a otras familias, las que los apropiaron continuando así con esta práctica sistemática y aberrante”, dijo Murgier.

La sentencia del juicio por el Plan Sistemático de Robo de Niños apareció como telón de fondo del alegato. “Esto demuestra que el interés de la organización represiva por ellas cesaba luego del nacimiento de los niños. Los militares argentinos se quedaron con lo más preciado de sus opositores políticos: su descendencia.”


El alegato recorrió puntos generales de un juicio caracterizado por la enorme producción de prueba documental. Abuelas puntuó algo que una y otra vez apareció en las audiencias como “miedo” no sólo de los detenidos-desaparecidos sino de sus familias: “Usted es muy joven, doctora, usted no sabe cómo nos trataban, el miedo que había”, dijo Anahí Marocchi en una audiencia, como lo recordaron las abogadas.

Hubo una lectura en perspectiva sobre lo que sucedió con otros niños en otros momentos históricos y el contexto del nazismo y el franquismo. Una mención al rol de los padrinos y luego el análisis de los casos. En todas las descripciones, aparecieron las voces sobre la vida de cada quién, sus filiaciones militantes y, dentro del campo, el intento de caracterizar el modo que adquirieron los traslados de Mar del Plata a la ESMA. El primer caso fue el de Susana Haydeé Valor y Omar Alejandro Marocchi. Susana estaba embarazada cuando la secuestraron en 1976. Los dos militaban en Montoneros. Y la reconstrucción del secuestro dio cuenta de las dificultades que tiene aún el sistema judicial para incorporar como víctimas a quienes no fueron vistos por sobrevivientes de los centros clandestinos.

La reconstrucción se hizo por vías alternativas: relatos de familiares, una carta del comandante de la Base Naval Juan Carlos Malugani a la familia durante la búsqueda, testimonios escalofriantes de los propietarios de la casa que alquilaban Omar y Susana. Ante la Conadep, contaron cómo después del secuestro el grupo de tareas pasó a robar todo y les dijeron que sus vecinos eran “peligrosos terroristas”. Otros dos procedimientos realizados ese mismo día sirvieron para mostrar que la lógica era la misma: “Los tres procedimientos son idénticos”, dijo Murgier. “Secuestran un día, regresa el mismo grupo operativo para materializar la rapiña y también se hacen del dinero depositado por los locatarios. Es evidente que la fuerza de tareas es la misma y que el destino de todos estos jóvenes estaba decidido: los desaparecerían.”

Otra de las víctimas de aquel grupo fue Susana Pegoraro, secuestrada embarazada, con su padre en Constitución. Recordaron el intento de liberación de su padre. El traslado de ella de la ESMA a la Base Naval y de la Base Naval nuevamente a la ESMA para el nacimiento de su hijo. “Susana había cambiado totalmente”, recordaron durante el alegato. “Llegó (a la ESMA) en un estado lamentable, en su cara se veía todo lo que le habían hecho pasar en esos dos o tres meses en la Base Naval: no hablaba, no reía, no lloraba; lo que había vivido en ese lugar era terrorífico.”

Liliana Carmen Pereyra estaba embarazada de cinco meses. Su recorrido prueba a la vez el tránsito entre la Base Naval y la ESMA: luego de dar a luz volvieron a llevarla a la Base Naval. “Fue asesinada en el paraje Barranca de los Lobos, recibió un disparo de bala de escopeta, efectuado a corta distancia en su cabeza”, dijo Yamila Zabala Rodríguez. “Señores jueces, cada uno de ustedes, como muchas de las personas aquí presentes, a lo largo de la vida, han compartido con una hija, una nieta, una sobrina o algún ser querido, su embarazo y el alumbramiento del bebé”, le dijo al Tribunal. “Pues bien, a Liliana nada de eso se le permitió, nada de eso pudo hacer ni ella ni sus familiares. Dado que fue ilegalmente secuestrada.”

Durante el juicio declaró por primera vez Sebastián Rosenfeld Marcuzzo, el hijo de Patricia Marcuzzo y de Walter Rosenfeld. Patricia fue una de las últimas embarazadas de la ESMA. Yamila leyó durante el alegato la poesía que ella bordó en un pañuelo que tiempo después una de las sobrevivientes logró alcanzarle a su hijo. Luego habló de Laura Godoy, otra de las embarazadas.

A un día de los 35 años de Abuelas de Plaza de Mayo, en el final la querella habló de ese aniversario: “Señores jueces, es el momento de ustedes, es el desafío de la Justicia, es el momento para dar respuesta a tanta impunidad, a las víctimas, a los familiares y a toda la sociedad, condenando los más aberrantes delitos cometidos por los aquí imputados”.

© Escrito por Alejandra Dandan y publicado por el Diario Página/12 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el miércoles 24 de Octubre de 2012.