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jueves, 21 de junio de 2012

Hugo Moyano: un rico tipo... De Alguna Manera...

Hugo Moyano: un rico tipo...


Sindicatos y dineros mal habidos. A pesar de sus jeans y de sus camisas “alla camionero”, a pesar de sus choriceadas y sus actos sindicales, Hugo Moyano es cada día más, un verdadero “bon vivant”. Es que al sindicalista le gusta la buena vida y, misteriosamente, con los 2.000 pesos que asegura ganar por mes le alcanza para darse más de un gusto. Viajes costosos, mesas con los mejores vinos y una casa importante resumían hasta ahora su modo de vida. Pero desde hace un tiempo el estrés lo está matando a Moyano. Por eso un amigo le aconsejó una terapia imbatible: comprarse un campo. Y Moyano le habría hecho caso. Y desde hace pocos meses es el feliz propietario de un campo –está a su nombre- de 2.000 héctareas en Tres Sargentos, Partido de Carmen de Areco.

El campo, ubicado sobre la ruta 31 –a la altura del kilómetro 155 de la ruta 7- es propicio para el cultivo. Moyano compró esta tierra de proporciones más que considerables en el más absoluto de los silencios. De hecho, pidió a la inmobiliaria que realizó la transacción que la compra no trascendiera. Así y todo no pudo con su genio y lo puso a su nombre. Moyano pidió “Que sea libre de inundaciones y bueno para plantar soja”. Lo que no hizo el sindicalista en esta oportunidad –raro, teniendo en cuenta su espíritu combativo- fue pelear demasiado el precio.

Luego, Moyano visitó una agencia de venta de máquinas agropecuarias y luego mandó a “un compañero” a comprar un tractor. Ahora, parece que después de tantos años de jugar al sindicato, Don Hugo –como le dicen sus seguidores- quiere cambiar de juego y dedicarse a El Estanciero.

Pero, en verdad, Moyano no empezó a darse los gustos comprando este campo. Primero, recicló por completo su casa de dos plantas del barrio de Boedo, tasada actualmente en unos 100.000 dólares. Y siempre puso su norte en conocer el mundo. Por eso, las idas y vueltas de Moyano por el planeta son muchas y él no tiene empacho en ocultarlas. De hecho, en su oficina del sindicato, muestra con orgullo algunas de las fotos que se sacó recorriendo el mundo.

Durante los veranos, Moyano, suele hacerse una o dos escapadas al Caribe. En la playa elige para alojarse exclusivos resorts donde exige la mayor privacidad. La única condición del sindicalista es que tengan casino para jugar en las maquinitas, su gran vicio.

Hace cuatro años conoció las islas Turk and Caicos, en las Antillas. Y regresó asegurando que había conocido el paraíso. Es que en este nuevo siglo, la clase obrera cuando elige un paraíso, opta por las Turk and Caicos.  

Hace tres años realizó junto a su hijo Pablo –uno de sus colaboradores más cercanos- y un par de compañeros del gremio un lujoso viaje por los Estados Unidos. En esa oportunidad, cuando llegó a Nueva York se alojó en el Grand Hyatt Hotel, en Manhattan, y aprovechó sus días para comprar en los negocios de la Quinta Avenida y para cenar en los mejores restaurantes del Village. Para moverse, el sindicalista y su séquito alquilaron una limousina. “Gastó más de 2.500 dólares diarios”, comentó en ese entonces un colaborador que, por supuesto, no fue invitado al tour.

Es que a Moyano le gusta mucho la ropa. Aunque eso no lo demuestre en sus actos combativos. Don Hugo gusta vestirse con marcas como Ralph Laurent y Armani. Pero ese atuendo lo deja para cuando traspasa la frontera. En Buenos Aires, para ir a su oficina elige camisas Newman.

En las cenas, prefiere los buenos vinos y elige Anita Syrah o Catena Zapata. A la hora del champagne se inclina por el Dom Perignon. Hace dos años, fiel a su vocación viajera, le regaló a su hijo Pablo un viaje a la India para festejar su cumpleaños. Posaron juntos al frente del Taj Majal. La foto de padre e hijo sonriendo con una escenografía tan exótica descansa en su despacho, junto al retrato de Juan Manuel de Rosas y de Eva Perón.

Pero a Moyano no sólo le tiran los lugares exclusivos. Es que él también es pueblo: por eso cuando visitó Disney no tuvo reparos en comprar docenas de muñecos – a 120 dólares el peluche- en los drugstore del lugar para después repartirlos entre sus amigos cercanos. Del mismo modo en que reparte plata –entre 10 y 30 pesos- a los que concurren a sus actos por la plata, el choripan y la cajita de tetrabrick. “Moyano jamás escatima la plata. Sobre todo cuando proviene de su sindicato”, aseguran sus ex colaboradores.

Nacido en La Plata, con 59 años y con 4 hijos, Moyano afirma que gana unos 2000 pesos por mes. Pero el sindicato de camioneros tiene más de 90.000 afiliados y recauda aproximadamente 23 millones al año. Don Hugo jamás usa trajes en público, aunque tiene más de 10 colgados en el placard de su vestidor. Todos Armani. Lo que jamás usa son anillos de oro y pulseras. Y cada fin de semana va al templo evangelista.

Ahora, para combatir el stréss decidió no seguir concurriendo a los resorts del Caribe. Ni a Nueva York ni a la India. Ahora su lugar en el mundo está mucho más cerca, en Carmen de Areco. Allí, Moyano descansa y come uno de sus platos favoritos: jabalí asado, un plato que enriquece las pocas atracciones turísticas del lugar. Cuando va a su campo permanece casi oculto. Es que quiere pasar desapercibido. Aunque su espíritu lo traiciona y cada mañana suele andar a caballo recorriendo sus muchas hectáreas.

A pesar de sus gustos un tanto excéntricos, Moyano es muy cuidadoso del dinero que entra en su casa. De otra manera, no se podría entender cómo le alcanzan 2.000 pesos mensuales para semejantes gustos. Por eso, su mujer debe rendirle hasta el mínimo gasto y a pesar de que su hermana Zulema es muy pobre, jamás la ayudó económicamente. Ni a ella ni a sus sobrinos, Gabriel y Juan. A lo sumo, los invitó con una mesa suculenta donde no faltaba el vino tinto ni la pizza a la calabresa, la favorita de la familia.

Con la compra del “campito” Hugo Moyano parece haber cumplido la mayor parte de sus sueños. Ahora tiene casa reciclada, viajes por el mundo y campo en la provincia de Buenos Aires. Sólo le resta un pequeño detalle: una nota de muchísimas y coloridas páginas en la revista D&D.

© Escrito por Carlos Forte y publicado por Tribuna de Periodistas el jueves 30 de Octubre de 2003.

sábado, 20 de noviembre de 2010

Día de la Soberanía Nacional... Himno Nacional Argentino... De Alguna Manera...

Día de la Soberanía Nacional... Himno Nacional Argentino...



Libres, para siempre

El 20 de noviembre de 1845, en la batalla de Vuelta de Obligado, algo más de un millar de argentinos con profundo amor por su patria enfrentó a la armada más poderosa del mundo, en una gesta histórica que permitió consolidar definitivamente nuestra soberanía nacional.

A pedido del historiador José María Rosa y por medio de la Ley Nº 20.770, se ha instaurado el 20 de noviembre como Día de la Soberanía Nacional, en conmemoración de la batalla de Vuelta de Obligado. Por las condiciones en que se dio esa batalla, por la valentía de los argentinos que participaron en ella y por sus consecuencias, es reconocida como modelo y ejemplo de sacrificio en pos de nuestra soberanía.

Ocurrió en 1845, en un contexto político interno muy complejo y con profundas divisiones, que propiciaron un nuevo intento de dos potencias europeas (Francia e Inglaterra) por colonizar algunas regiones de nuestro país.

Gobernaba Rosas, San Martín lo apoyaba desde su exilio y en todo el país se oyó el deseo de seguir siendo una nación libre y no una colonia extranjera, aun a costa del enorme sacrificio que ello significaría. Si hasta el autor del Himno Nacional, Vicente López y Planes, arengaba a nuestro pueblo ante el avance de las fuerzas anglo-francesas por el Río de la Plata:

“¡Morir antes, heroicos argentinos, que de la libertad caiga este templo. Daremos a la América alto ejemplo que enseñe a defender la libertad!”

El propósito de los invasores era ingresar por el Paraná, a lo que el gobierno argentino se anticipó preparando la resistencia al mando de Lucio Mansilla en un lugar cercano a San Pedro: Vuelta de Obligado. Las fuerzas enemigas superaban ampliamente, en número y en modernidad de su armamento, a las argentinas, que tras 7 horas de lucha fueron desplazadas.

Sin embargo, aunque pudo franquear el paso hacia el Paraná, el enemigo no pudo ocupar las costas (de vital necesidad estratégica), por lo cual su victoria no fue completa. En cambio, se vigorizó el espíritu nacional y desde todo el mundo los mensajes favorecían la defensa de nuestra soberanía, que finalmente resultó reforzada. Para darnos una idea de cuánto significaba la defensa de nuestro suelo para quienes lucharon en aquella batalla, vale mencionar algunas de las emocionantes palabras de Mansilla a su gente antes del combate:

“¡Valientes soldados federales, defensores denodados de la Independencia de la República y de la América!; ahí vienen nuestros enemigos, sostenidos por los codiciosos marinos de Francia e Inglaterra, navegando las aguas del gran Paraná, sobre cuyas costas estamos para privar su navegación bajo de otra bandera que no sea la Nacional... ¡Vedlos camaradas, allí los tenéis!... Considerad el tamaño del insulto que vienen haciendo a la soberanía de nuestra Patria, al navegar un río que corre por el territorio de nuestra República, sin más título que la fuerza con que se creen poderosos. ¡Pero se engañan esos miserables: aquí no lo serán! ¿No es verdad camaradas? ¡Vamos a probarlo! Tremole en el río Paraná y en sus costas el pabellón azul y blanco, y muramos todos antes de verlo bajar de donde flamea.”

Muchos de los que escucharon esta arenga no regresaron a su casa. Murieron defendiendo a su patria con un concepto muy claro y muy básico de “soberanía”: que el invasor vuelva a su lugar, porque esta tierra es nuestra y de nuestros descendientes.

El notable espíritu de resistencia manifestado en Vuelta de Obligado terminó de ratificar nuestra condición de nación libre e independiente, por cuanto aun quienes no simpatizaban con Rosas cayeron en la cuenta de que dejarse conquistar por fuerzas extranjeras no era una salida, y que el pueblo no iba a dejar que ello ocurriera.

El propósito de esta conmemoración, es contribuir a fortalecer el espíritu nacional de los argentinos, y recordar que la Patria se hizo con coraje y heroísmo.

La soberanía hoy A más de un siglo y medio de los acontecimientos de Vuelta de Obligado, podemos afirmar que la soberanía argentina es una realidad. Pero ¿Qué es exactamente la soberanía, ésa que en muchos lugares del mundo sigue siendo apenas una expresión de deseo? Si pretendiéramos una definición más o menos universal, podríamos mencionarla simplemente como el derecho de un Estado a autodeterminarse, sin sujetarse a ninguna otra voluntad. Pero para desarrollar seriamente esta definición, habría que referirse a planos de igualdad entre diferentes Estados, y entonces quizás se complicaría convenir del todo que la independencia y la igualdad implican en estos tiempos también soberanía.

Esta reflexión básica nos permite reflexionar acerca del comportamiento de las diversas naciones en la comunidad internacional. ¿Son soberanos o independientes todos los Estados en la actualidad? Porque la soberanía también se debe lograr para adentro del estado, con imperio del orden y con el bien común, los derechos humanos y la paz como estandartes naturales.

En nuestro mundo actual, acelerado e inmerso en tanto adelanto comunicacional y tecnológico, no debemos perder de vista que aún muchos ciudadanos de diferentes lugares del planeta, pueblos enteros están a la espera de que alguien les responda con hechos verdaderos, basados en la igualdad y en la soberanía del estado al que pertenecen.

Es de esperar que el ideal de soberanía se transforme en independencia real, y que todos los países del mundo puedan aspirar a la esperanza y la realización, en vez de sentirse oprimidos humana o económicamente por naciones más poderosas.

Y mientras tanto, cada uno desde nuestro lugar, cada 20 de noviembre rindamos nuestro homenaje a los héroes de Obligado y no perdamos de vista el mensaje que con convicción y heroísmo nos legaron para que nuestra soberanía se extienda y se afiance.




domingo, 30 de septiembre de 2007

Curioso liberalismo autóctono... @dealgunamanera...


En la Argentina se suelen rechazar las ideas de buenos liberales como San Martín y Alberdi.



Los habitantes de nuestro país han sido robados, saqueados, se les ha hecho matar por miles. Se ha proclamado la igualdad y ha reinado la desigualdad más espantosa; se ha gritado libertad y ella sólo ha existido para un cierto número; se han dictado leyes y éstas sólo han protegido al poderoso. Para el pobre no hay leyes, ni justicia, ni derechos individuales, sino violencia y persecuciones injustas. Para los poderosos de este país, el pueblo ha estado siempre fuera de la ley".

El autor de este texto no es un activista ubicado en el extremo ideológico del panorama nacional. Fue un hombre moderado, un gran intelectual liberal, don Esteban Echeverría. El autor del Dogma Socialista, en esta carta que le escribía a su amigo Félix Frías en 1851, poco antes de morir, hacía un balance del período comprendido de Mayo a Rosas y daba cuenta con innegable dolor de la distancia que separaba al pensamiento liberal de la verdadera libertad de aquel pueblo que la Generación del 37 había idealizado y al que querían elevar a los niveles de "la Inglaterra o la Francia".

Unas décadas más tarde, quizás el teórico liberal más notable que dio nuestro país, Juan Bautista Alberdi, el autor del libro que sirvió de base para la redacción de nuestra Constitución Nacional, analizando los gobiernos liberales de Mitre, Sarmiento y Avellaneda, escribía: "Los liberales argentinos son amantes platónicos de una deidad que no han visto ni conocen. Ser libre, para ellos, no consiste en gobernarse a sí mismos sino en gobernar a los otros. La posesión del gobierno: he ahí toda su libertad. El monopolio del gobierno: he ahí todo su liberalismo. El liberalismo como hábito de respetar el disentimiento de los otros es algo que no cabe en la cabeza de un liberal argentino. El disidente es enemigo; la disidencia de opinión es guerra, hostilidad, que autoriza la represión y la muerte" (1).

Ambos pensadores, quizás los exponentes más lúcidos del liberalismo criollo del siglo XIX, ponían el dedo en una llaga nunca cicatrizada: la dicotomía existente entre una práctica política conservadora y una proclamada ideología liberal que sólo se expresaba en algunos aspectos económicos.

Ni siquiera en todos, porque la crítica liberal que planteaba la no intervención estatal no funcionó nunca en nuestro país si se trataba de apoyar con fondos estatales la realización de obras públicas por contratistas privados cercanos al poder, o del salvataje de bancos privados como viene ocurriendo desde 1890 a la fecha.

Para los autodenominados "liberales argentinos" estas intervenciones estatales en la economía no eran ni son vistas como tales. Pero estuvieron y están prestos a calificar como "gasto público" a lo que los propios teóricos del Estado liberal denominan sus funciones específicas como la salud, la educación, la justicia y la seguridad y que son denominados, incluso por los autodenominados "organismos financieros internacionales", como "inversión social", porque el Estado recuperará cada peso invertido en una población sana y con capacidad laboral y tributaria.

Si el Estado no cumple con estas funciones básicas, decía John Locke (1632-1704) -uno de los padres fundadores del liberalismo- el pacto social entre gobernantes y gobernados se rompe y los ciudadanos tienen derecho a la rebelión.

Las revoluciones burguesas europeas, producidas entre 1789 y 1848, dieron lugar a un nuevo tipo de Estado que los historiadores denominan "liberal". La ideología que sustentaba estos regímenes es el denominado "liberalismo", que a mediados del siglo XIX presentaba un doble aspecto: político y económico.

El liberalismo político significaba teóricamente respeto a las libertades ciudadanas e individuales (libertad de expresión, asociación, reunión), existencia de una constitución inviolable que determinase los derechos y deberes de ciudadanos y gobernantes; separación de poderes para evitar cualquier tiranía; y el derecho al voto, muchas veces limitado a minorías.

Junto a este liberalismo político, el Estado burgués del siglo XIX estaba también asentado en el liberalismo económico: un conjunto de teorías y de prácticas al servicio de la alta burguesía y que, en gran medida, eran consecuencia de la Revolución Industrial.

Desde el punto de vista práctico, el liberalismo económico significó la no-intervención del Estado en las cuestiones sociales, financieras y empresariales.

A nivel técnico supuso un intento de explicar el fenómeno de la industrialización y sus más inmediatas consecuencias: el gran capitalismo y las penurias de las clases trabajadoras.

La alta burguesía europea veía con preocupación cómo alrededor de las ciudades industriales iba surgiendo una masa de trabajadores. Necesitaba, por lo tanto, una doctrina que explicase este hecho como inevitable y, en consecuencia, sirviese para tranquilizar su propia inquietud. Tal doctrina fue desarrollada por dos pensadores: el escocés Adam Smith (1723-1790) y el británico Thomas Malthus (1766-1834).

Smith pensaba que todo el sistema económico debía basarse en la ley de la oferta y la demanda. Para que un país prosperase, los gobiernos debían abstenerse de intervenir en el funcionamiento de esa ley "natural": los precios y los salarios se regularían por sí solos, sin intervención alguna del Estado y ello, entendía Smith, no podía ser de otra manera, por cuanto si se dejaba una absoluta libertad económica, cada hombre, al actuar buscando su propio beneficio, provocaría el enriquecimiento de la sociedad en su conjunto, algo así como la tan meneada y falsa teoría del derrame.

Malthus partía del supuesto de que la población crecía mucho más rápido que la generación de riquezas y alimentos. Pensaba que la solución estaba en el control de la natalidad de los sectores populares y en dejarlos abandonados a su suerte para la naturaleza.

Tanto Malthus como Smith piden la inhibición de los gobernantes en cuestiones sociales y económicas. Sus consejos fueron muy escuchados y practicados por estos lares.

La trayectoria del autodenominado "liberalismo argentino" ha sido por demás sinuosa pero coherente. El credo liberal no les ha impedido a algunos formar parte de todos los gabinetes de los gobiernos de facto de la historia argentina. Han tolerado y en muchos casos justificado y usufructuado de la represión de la última dictadura militar para seguir haciendo negocios sin ser molestados.

Quizás ya sea hora de que relean al más notable liberal en serio que pisó el suelo argentino, José de San Martín, quien escribió en el Código de honor del Ejército de los Andes: "La patria no hace al soldado para que la deshonre con sus crímenes, ni le da armas para que cometa la bajeza de abusar de estas ventajas ofendiendo a los ciudadanos con cuyos sacrificios se sostiene. La tropa debe ser tanto más virtuosa y honesta, cuanto es creada para conservar el orden, afianzar el poder de las leyes y dar fuerza al gobierno para ejecutarlas y hacerse respetar de los malvados que serían más insolentes con el mal ejemplo de los militares. La Patria no es abrigadora de crímenes".

1. Juan Bautista Alberdi, "Escritos póstumos", Tomo X, Buenos Aires, Editorial Cruz, 1890


© Felipe Pigna.
 Historiador