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lunes, 5 de marzo de 2018

Sara Facio. Perón, en el Malba a partir del 8 de marzo... @dealgunamanera...

Sara Facio: “No quise exponer antes mis fotos sobre Perón porque sabía que se iban a utilizar de forma política”…

La gran fotógrafa argentina recorrió su carrera y dialogó sobre sus próximos proyectos (Martín Rosenzveig)

La gran fotógrafa argentina inaugura una mega muestra en el Malba sobre el período que comprendió el regreso de Juan Domingo Perón del exilio hasta su muerte, a través de 115 imágenes. Además, dialogó con Infobae Cultura sobre la apertura de la Fundación María Elena Walsh y recorrió los hitos de su carrera artística y profesional.

© Escrito por Juan Batalla  por el Diario Digital Infobae de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Fotografías: Sara Facio.

Fueron 591 días desde el 17 de noviembre de 1972, el día del regreso de Juan Domingo Perón a la Argentina tras su exilio en Madrid, hasta el 1 de julio de 1974, fecha de su muerte. 591 días que se traducen en 115 fotografías en Sara Facio. Perón, la muestra que abrirá sus puertas en el Malba a partir del 8 de marzo.

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Aquel día de noviembre, se había levantado con la esperanza de vivir un momento histórico y lo fue. Aunque no como ella -o como la gran mayoría- lo esperaba. Los dramáticos hechos de Ezeiza convirtieron aquel retorno en una fecha aciaga.

(Crédito: Sara Facio)

"A mí me interesaba más que nada todo lo que estaba pasando porque yo lo veía como un acontecimiento histórico. Para Europa era la cosa del momento, a mí me parecía que era algo muy importante en nuestro país que un personaje después de 18 años de exilio volviera, que había una multitud, que más de un millón de personas fueron a recibirlo", explica Sara Facio a Infobae Cultura en su estudio, allí donde durante años funcionó La Azotea Editorial Fotográfica, única en su tiempo en América latina, dedicada exclusivamente a la especialidad.

(Crédito: Sara Facio)

Cuando Facio partió junto a un grupo de colegas en un Fiat 600 a cubrir la vuelta de Perón al país, tras 18 años de exilio, ya se había hecho un nombre en el mundo de la fotografía, pero a la fotografía todavía le faltaba tiempo para ser considerada un arte, por lo menos en esta parte del mundo.

"Fue un trabajo encargado por una agencia de Francia, Sipa press, que mandó a una colaboradora, Cristina Orive, para que cubriera toda la parte de América de Sur, Montevideo, Buenos Aires y Santiago de Chile, en 1972. En Montevideo había un movimiento muy fuerte con los tupamaros, en Buenos Aires estaban todas las organizaciones guerrilleras y en Chile estaba por producirse lo que después fue el triunfo de Salvador Allende".

Muerte de Perón (Crédito: Sara Facio)

"Cristina tuvo que bifurcarse y como no le alcanzó el físico trabó conocimiento conmigo, a través de Tomás Eloy Martínez, que era compañero de ella en París. Con Alicia D'amico creamos como una pequeña agencia junto a dos o tres reporteros gráficos", recordó.

"Me interesaba tomar todo lo que se producía alrededor, la gente, el contexto, el merchandising, los afiches, Buenos Aires se llenó de arte gráfico, unas cosas muy originales, divertidas. Sacaba a todo eso porque me gustaba".

Ezeiza (Crédito: Sara Facio)

La gran muestra, además, posee imágenes de otros eventos sociales y políticos muy importantes de aquellos primeros años de los '70: "Después fue la asunción de Cámpora, que fue muy importante, cuando liberaron a los presos políticos y luego cuando asumió Perón, cuando echó a los montoneros de la plaza, y cuando finalmente murió en el 74".

Hasta la fecha, Sara Facio solo había mostrado unas pocas fotos de aquellos años: "Tenía registrado todo eso pero nunca lo había exhibido. A mí me interesó mucho la muerte de Perón, hice alguna que otra exposición en Buenos Aires, una retrospectiva en OSDE y la Fundación Klemm, fueron en total 10 ó 12 fotos. Fueron las únicas veces que se vieron".

Asunción de Cámpora. (Crédito: Sara Facio)

"Ahora, Ataúlfo Pérez Aznar, un fotógrafo amigo, se interesó hace dos o tres años. Yo no quería que se hiciera nada por el contexto que estábamos viviendo: sabía que se iba a utilizar de una forma política. Y a mí lo que me interesaba en el momento de la producción es que era un registro histórico. No solo documental, también testimonial. Hay una mirada mía que fue puntual, las figuras principales tipo retrato y después sacar a la gente y al entorno", explicó la reportera gráfica.

Muerte de Perón. (Crédito: Sara Facio)

Sobre la Fundación María Elena Walsh

La Fundación María Elena Walsh es ya casi una realidad. La sede será en Paraguay al 1400, pegado al estudio de Sara y si bien la preparación de la sala principal está todavía atravesando reparaciones, ni bien se ingresa al espacio puede sentirse la presencia de la compositora, poeta, música y dramaturga argentina a través de cientos y cientos de libros que formaron su biblioteca personal, prolijamente ordenados en tantas bibliotecas que se encuentran distribuidas aquí y allá. "Varias veces me quisieron comprar su biblioteca, pero mientras yo esté viva, de acá no se mueven", confesó con determinación a Infobae Cultura.

Sara Facio y María Elena Walsh fueron conocidas, amigas y pareja, pero fueron sobre todos grandes compañeras. Convivieron alrededor de 30 años, compartieron arte, humanidad y miles de historias, aunque no se las solía ver en público. Cada una entendía su vida profesional como un tesoro personal, como ese espacio que les pertenecía, y por eso se mostraban juntas cuando querían, sin dar explicaciones al resto. Mujeres independientes, tanto con sus carreras como con sus amigos. Mujeres de hoy, ayer. 

(Martín Rosenzveig)

Cuando María Elena escribió en su autobiografía Fantasmas en el parque que Sara era "ese amor que no se desgasta, sino que se transforma en perfecta compañía" fue la primera vez que abrieron su amor al público. Sara también dio su respuesta en papel, en su libro María Elena Waslh: Retrato(s) de una artista libre, cuando aseguró: "Ella es más que una parte de mi vida. Todo en ella es poesía, hasta cuando habla es poesía, es de una ocurrencia sin parangón. Como artista creo que es un ser único".

En uno de los espacios ya habilitados de la Fundación pueden verse una pintura que Guillermo Roux le regaló a María Elena. "Es una historia muy linda. -relata Facio-  A ella le encantaba festejar el 25 de Mayo, venían a casa amigos, escritores, pintores, muchísima gente. Era un momento que disfrutábamos, comíamos, reíamos. Un día llegó Guillermo con un cuadro envuelto, ella no sabía nada y cuando lo abrió se le iluminaron los ojos".

El regalo de Roux para María Elena Walsh será una de las piezas de la Fundación (Martín Rosenzveig)

Sobre la proximidad de la apertura del espacio, Facio, comentó: "Es un proceso bastante largo porque hay muchas barreras legales. Hace como dos años que estamos luchando con la burocracia. Estamos trabajando internamente muchísimo. Haciendo todos los archivos: vamos a digitalizar toda su obra, los discos, los libros, toda la producción, incluso desde el periodismo. Desde que empezó a los 15 años en la revista El hogar hasta que murió, siempre había notas de María Elena".

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El objetivo no es solo exponer la obra enorme de María Elena, sino también hacerla accesible para todos aquellos que se interesen. "Mi idea es que una vez que esté digitalizado todo eso, donarlo a la Biblioteca Nacional y al Congreso de la Nación para que tenga una difusión absolutamente pública. Para que la gente no tenga que 'morir' en la Fundación, sino en ámbitos mucho más abiertos. Hoy día con la proliferación digital es mucho más fácil acceder".
Otro de los fines de la Fundación es el de convertirse en un puente para aquellas personas que están interesadas en realizar bienes culturales, pero que -por diferentes razones- no pueden hacerlo: "Queremos ayudar a la gente creativa, en tres facetas. En la parte literaria, en la parte musical y hacer tipo becas, una ayuda para que puedan hacer un curso, o si alguien necesita comprarse un instrumento. Tanto María Elena como yo pudimos de muy jóvenes acceder a cierta cultura por ayuda de la gente que nos dio becas".

Una vida plena de clicks

Hay situaciones que se definen por un click. Una idea, estar en el momento y lugar adecuado, un giro fortuito del destino que produce un cambio radical. La vida de Sara Facio está repleta de clicks, pero no solo de los que disparó con su cámara Leica a lo largo de su carrera. De hecho, el encuentro con aquella cámara, que se convertiría en su aliada para siempre, fue una cuestión azarosa.

Sara, graduada en la Escuela Nacional de Bellas Artes en 1953, recibió una beca del Gobierno de Francia en 1955. Viajó a Europa junto a Alicia D'Amico "para tener material y ver museos y obras en vivo", para producir un libro de la historia del arte. El destino tenía otro objetivo para su vocación artística.

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"Allá nos encontramos con la posguerra de los años 50, que empezaban a funcionar nuevamente las cámaras, la Leica, la Voigtländer, todas las máquinas alemanas tradicionalmente eran importantes. Las vendían como hoy lo hacen con un celular, a precios irrisorios para que la gente joven, como nosotros, pudiéramos comprarlas", recordó.

"En principio fue como un hobby, como un juego, pero cuando volvimos a Buenos Aires, el padre de Alicia, que era fotógrafo profesional, vio que teníamos mucha habilidad para sacar fotos, nos comenzó a dar trabajo. En ese momento estaban muy de moda las "fotos a domicilio", entonces empezamos a hacer eso y con esas fotos empezamos a agarrar dinero, entonces nos dimos cuentas que era una profesión, no solamente era un gusto. Al año nos compramos un coche, estábamos muy embaladas".

Las primeras postales de la editorial La Azotea dan la bienvenida a los visitantes del atelier fotográfico de Sara Facio (Martín Rosenzveig)

-¿Cómo fue el cambio al fotoperiodismo?
– Tuvimos la suerte de conocer a Annemarie Heinrich, y ella estaba muy entusiasmada de ver a dos chicas jóvenes con tanta vocación, tantas ganas y se convirtió en nuestra maestra. Lo primero que hizo fue aconsejarnos que nos uniéramos a un fotoclub, que estaban de moda. En los fotoclubes se hacían fotos que tenían que ser muy perfectas técnicamente y con mucha composición, con mucho sentido. Se hacían concursos mensuales y se ganaban premios, empezamos a competir en eso, y a ganar premios que ya no sabíamos donde ponerlos. A raíz de eso empezamos a salir en los diarios, en La Nación y La Prensa: tenían suplementos de domingo con fotos y empezó a llamarnos otro tipo de agente, como artistas, sobre todos pintores, como veníamos del Bellas Artes. Hacíamos fotos de las obras de Antonio Berni o Gyula Kosice, estaban todos felices, lo hacíamos con gusto y bien.

Autorretrato de Annemarie Heinrich

-¿Cómo era en ese momento el espacio que se les daba a las mujeres?, ¿había que ganárselo a fuerza de talento o ya había una apertura?
-No había ninguna apertura. Nosotras entramos porque llevábamos las fotos que nos pedían para publicarlas. No las pagaban, porque eran premios. De entrada había un poquito de respeto, no era que ibas a ofrecer trabajo de la nada, sino que ya era una cosa que estaba aceptada. A raíz de eso logramos, conversando de fotografía con escritores y periodistas, que nos ofrecieran una página para escribir en La Nación los días martes que fue pionera.

En 1979, Facio fue miembro fundadora del Consejo Argentino de Fotografía. Aunque para ella el momento en que las fotos comenzaron a ser más consideradas como una expresión artística fue cuando dirigió la Fotogalería del Teatro San Martín de Buenos Aires – entre 1985 y 1998 -, donde presentó incontables exposiciones de maestros del mundo y principiantes que hoy son referentes: "Primero fue la fotogalería del teatro San Martín, que creó toda una corriente de interés del público por la foto. Ahí presenté más de 200 exposiciones durante 15 años".

(Martín Rosenzveig)

Luego, Sara estuvo al frente de la primera colección fotográfica, la fundacional, del Museo Nacional de Bellas Artes: "Después, cuando Jorge Glusberg estaba en el Museo Nacional de Bellas Artes, y en la entonces Secretaría de Cultura estaba Pacho O'Donell. Eran gente de cultura y sabían de qué se trataba. Hay mucha gente que está en el mundo de la cultura, pero no considera que la fotografía tenga esa jerarquía". El proceso culminó con la creación de la Colección Fotográfica del Museo Nacional de Bellas Artes, Patrimonio Nacional, que comenzó con una donación de su propio archivo, con instantáneas de ellas como de otros grandes fotógrafos. Allí dirigió y curó exposiciones entre 1995 y 2010.

Aquellos famosos retratos de escritores 

Hace algunos años, relata Sara, caminaba por Alemania, cuando en la vidriera de una librería observó una foto gigante de Julio Cortázar, una foto que ella conocía mejor que nadie. Ingresó al negocio, el dueño nada sabía del origen de la captura, solo le dijo que la colocaba en ese tamaño allí porque la "expresión de Cortázar era una invitación a la lectura".

Aquella foto, sacada en un encuentro en París, en la sede de la Unesco, donde el autor de Rayuela trabajaba como traductor, se convirtió en icónica, algo que Cortázar supo reconocer rápido cuando la eligió como "foto oficial" y traspasó fronteras apenas salió publicada en Retratos y autorretratos.

Sara junto a la “foto oficial” de Julio Cortázar en su estudio (Martín Rosenzveig)

-Los escritores ponen mucho de sí en sus obras, pero ellos eligen qué exponer y qué no. En este caso, en el que eran abordados por una artista, ¿cómo reaccionaban ante la situación de ser 'expuestos' sin tener posibilidad de intervención?
-Justamente a partir de eso comenzamos a hacer lo que hoy se llama "ensayo fotográfico", en ese momento no tenía nombre. Una serie de retratos de escritores, con la idea de que Alicia y yo les tomábamos las fotos, les dábamos una serie de 8, 10, no más, y los escritores escribieran un autorretrato a partir de esas imágenes. El resultado fue un libro, "Retratos y autorretratos". Por un lado, cómo lo veíamos nosotras después de haberlo leído. Esos escritores estaban elegidos por nosotras, no nos mandó un diario o una editorial, ni una revista. Los elegimos porque nos gustaban.

Gabriel García Márquez

Tuvieron un ojo excelente, varios premios Nobel y otros autores que si bien no lo ganaron, podrían haberlo hecho.
-Como lectora fue un ojo muy bueno tanto Vargas Llosa, como García MárquezMiguel Ángel AsturiasPablo Neruda, que después de las fotos obtuvieron el Nobel, no antes.

Sara Facio y las selfies

-Hoy en día, a través de los celulares y de las redes sociales cualquiera tiene acceso a la fotografía. ¿Cree que el interés por la fotografía actual tiene que ver con una cuestión de accesibilidad o con una necesidad artística, de expresarse y quizá a través de la industria, de estas cámaras, es la manera más sencilla de hacerlo?
– No creo para nada que tengan una intención artística, ni pensar que son fotógrafos. Creo que es una cuestión de relación humana, una forma de conectarse, participar con el otro, de hermanarse de alguna forma. Eso me parece maravilloso, sacar algo interno y siempre va a haber alguna foto que va a ser muy buena.

-¿Alguna vez se sacó una selfie?
– Todo el tiempo. No tanto por verme, sino porque cuando tomaba fotos había rollos y cuando me quedaban fotos sin tomar después de un trabajo me daba pena desperdiciarlas, entonces me ponía delante de un espejo y me sacaba fotos a mí misma. Tengo miles de fotos, autorretratos.

Una selfie de Sara Facio, cuando aún no se llamaban así…

Sara Facio. Perón, en el Malba a partir del 8 de marzo. Av. Figueroa Alcorta 3415, Buenos Aires.



martes, 30 de mayo de 2017

Una reflexión sobre el rol de los jóvenes en los años 70... @dealgunamanera...

La culpa es de nuestra generación…

Postal histórica. Perón, Isabel y, delante, Cámpora, en la casa de Gaspar Campos.

Una reflexión sobre el rol de los jóvenes en los años 70. Ayer cumplí 60 años. Me insisten en que no es grave, que los 60 son los nuevos 40 o 25 o 37 y medio, pero lo cierto es que a menudo se sienten -y se viven- como los viejos 60. Cumplí 60 años y me llena de sorpresa, esa perplejidad que te causa saber que ya lo has hecho: que todavía podrás introducir algún detalle pero lo grueso es lo que hiciste. Envejecer es descubrir que ya no serás otro. 

© Escrito por Martín Caparrós el martes 30/05/2017 y publicado por el Diario Clarín de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Fuente: The New York Times

Hay algo raro, perentorio en la palabra cumplir, que también me incomoda. No me parece que haya cumplido mucho. Pero no se trata, aquí y ahora, de mí y yo mismo y mi persona; lo que me molesta es que no me parece que nosotros hayamos cumplido casi nada.

Digo nosotros porque digo yo; digo yo porque digo nosotros: argentinos, sesentones argentinos, mis coetáneos, mis compañeros de generación, los míos. Quizá ya sea la hora de preguntarnos cómo, cuándo, quizá, incluso qué y por qué: es hora, en síntesis, de ir haciéndonos cargo.

Es difícil definir una generación, caprichoso, impreciso. Digamos, entonces, por decir: los que nacieron un poco antes y después que yo, los que tuvimos 20 años en la Argentina de los años sesenta y setenta. Perón hablaba, entonces, de “esta juventud maravillosa” y, ahora, es fácil pensar que todos éramos jóvenes inquietos, preocupados por los destinos de la patria, dispuestos a vivir -y a morir- para ella.

Se instaló un mito: si digo mi generación muchos piensan en militancia y muertos y desapariciones y torturas. Los hubo, pero hubo tantos más que no hicieron nada de eso. Los que gobiernan ahora, sin ir más lejos, son parte de mi generación y no hicieron nada de eso. En esos días estaban -Mauricio Macri, Daniel Scioli, Cristina Fernández, Elisa Carrió- preparándose para ganar más plata. Y millones miraban sin saber qué decir o gritaban goles de Kempes o tarareaban a Spinetta.

Los que sí decidimos hacer esas cosas tuvimos -tenemos- un lugar excesivo cuando se habla de mi generación. Es cierto que la historia no se escribe con los miles y miles que el 25 de mayo de 1810 se quedaron en sus casas sino con los doscientos o trescientos que se reunieron en la Plaza. ¿Los que definen una generación son los pocos que actúan, no los muchos que no? Es probable, y es fácil para todos los demás. En cualquier caso, el mito sirve para cosas. Por ejemplo, un truco fácil: hablar de lo que algunos hicimos en los años setenta es un modo de no hablar de lo que hicimos todos en los cuarenta años siguientes.

Juntar del terror. Videla, junto a Massera y Agosti: festejo del Mundial 78.

Y, sin embargo, empiezo por hablar de aquello: fueron años -como todos- raros. Empezamos nuestras vidas en un mundo convulsionado, esperanzado: todo debía cambiar, todo estaba cambiando. Cualquier muchacho más o menos decente sabía que aquel orden social era injusto y que había otros que debían remplazarlo; la discusión no era si la sociedad debía cambiar; era cómo, por qué medios, hacia dónde. Se supone que, de formas varias, muchos lo intentamos. Perdimos. Brutalmente perdimos, pero lo intentamos.

Aquella Argentina estaba llena de infamias. La manejaban generales que golpeaban en cuanto detectaban cualquier amenaza al poder de una burguesía rica que poseía sus enormes campos y sus medianas industrias, que explotaba a obreros y peones, que se alineaba con los imperios contra sus colonias, que controlaba la nación y su Estado para su beneficio. Decidimos, con razones, luchar contra eso. Pero en 1970 uno de cada treinta argentinos estaba “bajo la línea de pobreza” y ahora es uno de cada tres: diez veces más. Y aquella pobreza, solía suponerse, era un estado transitorio hacia una situación mejor, un puesto que permitiera hacerse una casita, mandar a los chicos a la escuela, ganar un poco más, ser mejor explotado, “progresar”.

El mito de la movilidad social seguía imperando. Era un país con una clase media amplia y más o menos educada, que nos desesperaba: un obstáculo para cualquier intento de cambio revolucionario. Una clase media que se forjaba en la escuela pública pensada como una herramienta para homogeneizar, para implantar ciertas bases comunes; donde aprendíamos todos los que no éramos ni exageradamente ricos ni exageradamente chupacirios ni exageradamente tontos. La diferencia argentina podía sintetizarse en sus escuelas del Estado. Hace 50 años solo uno de cada diez chicos iba a la escuela privada; ahora, tres de cada diez. Es otro dato decisivo.

Algunos quisimos cambiar aquel país, otros no; entre todos lo cambiamos para mal. Somos la generación de la caída. Ahora, ese tercio pobre de la población se ha congelado: vive en algún margen, en viviendas precarias, con empleos ilegales o sin ningún empleo, dependiente del Estado y sus limosnas, completamente afuera y sin expectativas de volver: a la intemperie. No tienen futuro. Y los demás, en general, tampoco creen en eso.

Hace 50 años el producto bruto per cápita era la mitad del de Estados Unidos; ahora es menos de un cuarto. Hace 50 años un 10 por ciento de inflación era un peligro; ahora sería un logro extraordinario. Que nunca conseguimos. Hace 50 años la Argentina tenía 40.000 kilómetros de vías férreas que armaban un país; ahora no tiene 4.000 y la mayoría no funciona. Hace 50 años la Argentina se autoabastecía en petróleo, gas y electricidad; ahora se endeuda para importarlos. Hace 50 años la Argentina fabricaba aviones y coches de diseño propio; ahora desequilibra su balanza de pagos para comprar autopartes y juntarlas. Hace 50 años los hospitales públicos atendían a la mayoría de la población; ahora solo atienden a los que no tienen más remedio.

No son solo los datos; lo brutal es que la vida de cada día se nos ha vuelto cada día más incómoda, más hecha de encontronazos que de encuentros, más disgustos que gustos, más impaciencia e impotencia que alegrías y satisfacciones. Y conseguimos un raro grado de violencia cotidiana.

Es obvio que la Argentina no cumplió con su promesa y se arruinó hasta un grado que nadie supo imaginar. Lo sabemos. Lo que no queremos saber es que fuimos nosotros.

Perfil de Martín Caparros

Cristina Fernández, expresidenta, dijo, hace unos días, en Bruselas, que su partido perdió las elecciones porque “ahora la sociedad no está capacitada para leer lo que pasa detrás de las noticias; a los de nuestra generación nos decían algo y sabíamos distinguir lo que había detrás de lo que nos decían y lo que estaba pasando, porque estábamos instruidos intelectualmente”. Nuestra generación -la suya, la mía, la tan instruída- hizo esta Argentina. Y todavía algunos de sus miembros tienen la desvergüenza de suponer culpas ajenas.

Siempre es fácil echar culpas a los otros; siempre es difícil encontrar las propias. Pero si algo puede servir para algo es buscarlas: tratar de pensar cómo y por qué la Argentina actual es nuestra culpa.

Está, para empezar, la excusa heroica: aquellas muertes. Nos asesinaron a varios miles y nos hemos consolado pensando que el problema es que “mataron a los mejores”. Que quedamos los peores pero la culpa no es nuestra, sino de aquellos asesinos. Ni los mejores ni los peores: murieron los que tuvieron más insistencia, menos suerte, más coherencia, menos imaginación, más valor, menos cuidado; los que estaban en el lugar preciso en el momento justo, los que no estaban en el lugar preciso en el momento justo. Nos mataron a muchos y fue una tragedia. Pero el problema central no fue la falta de los que mataron; fue, más que nada, el efecto que produjeron esas muertes en los vivos. Fueron pedagógicas: nos demostraron que “ser realistas y buscar lo imposible” podía ser tan costoso que después preferimos no arriesgar y aceptar lo posible. Que siempre era un desastre.

Es obvio que la Argentina se arruinó. Lo sabemos. Lo que no queremos saber es que fuimos nosotros. 

Tratamos de acomodarnos: nos gustó cada imbécil que nos dijo un versito, los fuimos eligiendo. Dos o tres frases apropiadas, una sonrisa turbia, y caíamos en las fauces de bobos que, pocos años después, odiábamos con saña. Los odiábamos, supongo, porque nos odiábamos por haberlos amado, con perdón.

Así que la Argentina volvió a ser ese granero que había intentado dejar atrás un siglo, cuando algunos pensaron que no alcanzaba con exportar carne y trigo y decidieron impulsar industrias; ahora, soja mediante, somos de nuevo un campo grande y festejamos que sí podremos vender unos limones. Esa reconversión -esta vuelta atrás- es la decisión más importante que se tomó en todos estos años, y no la discutimos nunca, nunca la decidimos. Total, teníamos democracia.

Sin ideas, sin debate, sin futuros, la Argentina, en nuestros años, se volvió un país reaccionario: un país donde cada gobierno hace tantos desastres que el siguiente asume para deshacerlos. El gobierno de Alfonsín llegó para deshacer el entramado asesino de la dictadura; el gobierno de Menem, para deshacer el caos económico de la hiperinflación alfonsinista; el gobierno de De la Rúa, para deshacer la corruptela menemista; el gobierno de Kirchner, para deshacer el desastre neoliberal antiestatista menemistadelarruísta; el gobierno de Macri, para deshacer el tinglado corrupto-clientelar del kirchnerismo. Y seguirán las firmas: el gobierno actual ya está haciendo sus méritos. Porque el problema empieza cuando se les acaba la reacción.

Somos, más allá de las máscaras políticas, venales. Ávidos somos, afanosos. Nos gustan demasiado ciertos placeres chicos, la tele más grande, el coche más brishoso, el viaje de envidiar. Y nos subimos a cualquier carro que nos ofrezca esos caramelitos. Ya no nos gusta imaginar a largo plazo, fijarnos metas, buscar. Quizá porque vimos que cuando buscamos no encontramos, entonces no buscamos, entonces no encontramos, entonces no buscamos.

Cada vez más conductas anormales nos parecen normales: nos parece normal que tantos coman poco, que tantos vivan mal, que tantos mueran antes, que la violencia -verbal o físicasea nuestra manera; nos parece normal que nos engañen. Avanzamos por el camino de la rana: nos metieron en el agua tibia y nos la fueron calentando poco a poco y, con el tiempo, nos acostumbramos a vivir en un país que hierve; o casi hierve, porque tampoco es que haya suficiente gas.

Es mía. Menem, con la famosa Ferrari, en la quinta de Olivos, a poco de asumir.

Somos la rana acostumbrada; somos, al fin y al cabo, gente que resopla. (Resoplar, decía el otro, solo sirve si después se sopla. Si no, se queda en el berrinche; y el berrinche es la costum- bre más argenta). Resoplamos y nos armamos un país a imagen del resoplo: un país que se grita cosas para sacarse el malhumor pero que está tan pagado de sí mismo, tan engañado de sí mismo que le pudo creer a aquella presidenta que dijo que tenía menos pobreza que Alemania. Un país que sigue imaginando que tiene un lugar en el mundo. Un país que trata de no ver lo que es. Nos ayuda, si acaso, ese mérito que no nos abandona: seguimos poniendo caras en la camiseta universal. Si antes fueron Ernesto Guevara o Eva Perón, después Borges o Maradona, ahora es Jorge Bergoglio: la proporción de personajes globales que produce la Argentina no tiene relación con su papel en la cultura y la economía del mundo. Aunque ahí hay algo que quizá nos defina: ser grandes de la máscara.

Algunos quisimos cambiar aquel país, otros no. Entre todos, lo cambiamos para mal.

O mejor llamarlo por su nombre: la careta. Es difícil, por ejemplo, negar que los más exitosos de nuestra generación son esos dos cincuentones que el 90 por ciento de los argentinos votó, hace año y medio, para que nos mandaran. Es difícil soportar que nuestros jefes sean un señor que no habla cuando habla y otro que miente incluso cuando calla: dos señores de tan pocas luces. Y que otros estandartes sean un exfutbolista que fue extraordinario y se convirtió en un jubilado triste, y un músico que fue extraordinario y se convirtió en un jubilado triste. Mauri, Daniel, Diegote, Charly. Máscaras, lo nuestro son las máscaras. Y, cada vez más, los jubilados tristes.

Somos muy mediocres. O, por lo menos: nuestras acciones públicas son tan mediocres, producen resultados tan mediocres.En algunos años, algunos libros contarán -si es que hay libros todavía, si es que hay una Argentina todavía- que la nuestra fue la generación más fracasada de la historia del país. Que fuimos nosotros -no harán diferencias, hablarán de todos nosotros- los que lo llevamos a este punto. Por supuesto, la generación siguiente puede disputarnos la corona, pero creo que nos reconocerán la importancia de haber hecho camino. Y nuestra marca: la Argentina donde empezamos a vivir era tanto mejor que esta donde vamos terminando.

Alguno me dirá que es fácil hablar desde lejos, que me calle (en su manera más argenta: “Callate, puto, cerrá el orto”); ya me lo han dicho muchas veces. No sé si es fácil o difícil; sé, sí, que la distancia es condición de muchos. Y eso no me consuela. Pero es cierto que muchos dejamos la Argentina en estos años: desde los que salimos en el 76 por el terror hasta los que se fueron en 2002 por el desastre. Muchos aprovechamos que la Argentina es un país reciente -que nuestros padres o abuelos nacieron en otros- para poder decirnos que volvíamos a sus lugares. Yo, en todo caso, me fui obligado -a Francia- en el 76, volví entusiasta en el 83, me volví a ir -a España- en 2013. Esta vez fue distinto: nadie me forzó. No sé bien por qué me fui: me dije que el mundo era demasiado grande e interesante como para rechazar la tentación de cambiar ángulos, pero sé que también fue porque estaba cansado.

Tomé la mía, me escapé. Y también me siento responsable.

Familia. Kirchner entrega en 2007 el bastón de mando a Cristina. Scioli Sonríe.

Hemos pasado: vivimos cuarenta, cincuenta años argentinos y no dejamos nada que valga la pena recordar (más que un país en ruinas, su eterna calesita, sus reacciones pobres). Debe haber logros, pero no logro verlos; vale la pena discutirlo. Es cierto que en algunos aspectos la vida es más libre que hace 50 años. Pero muchas de esas libertades que no existían entonces -sexuales, sobre todo- llegaron de otras culturas y nos limitamos a adoptarlas, ni siquiera del todo: el aborto, por ejemplo, sigue siendo ilegal.

Nosotros, mientras, la cagamos; es tan fácil saber que la cagamos. ¿Y qué se puede hacer cuando queda tan claro? ¿Mirar para otro lado, buscar a quién echarle culpas, negar todo, disimular o incluso convencernos de que la cosa no es tan grave? Ninguna de esas reacciones sirve para empezar a arreglar nada. Aunque, quizá, la idea de que los que la cagamos podamos arreglarla es otra forma de escaparnos. Quizá sea hora de que nos demos por vencidos -por nosotros mismos- y nos retiremos, dejemos el espacio a otros que, probablemente, lo puedan hacer aún peor. Pero es difícil: nadie se retira a los 60, a los nuevos 40 o 25 o 37 y medio.

¿Entonces? ¿Decidir que vamos a ser distintos, como se deciden cosas el día de fin de año, el día del cumpleaños? ¿Decidir que quizá no podamos ser distintos pero sí actuar distinto, buscar otras maneras? ¿Decidir que vale la pena dejar de lado estupideces y fanfarrias y hacerse cargo del desastre, sabiendo que construimos con barro, sabiendo que no se puede construir con barro si uno pretende que es cemento? ¿Aceptar que ya perdimos nuestra oportunidad, que si acaso, en esa construcción, ya serán otros los que lleven el ritmo, los que manden, pero aun así valdría la pena colaborar en lo posible? ¿Aceptar que deberíamos ayudar en una búsqueda cuyos resultados, si los hay, nunca vamos a ver?

Hay un país, lo reventamos. Negarlo es la manera más segura de seguir haciéndolo. Un país, pese a todo. Quizá valga la pena discutirlo, resignarse a pensarlo: reinventarlo.


lunes, 17 de octubre de 2016

¿Qué es Lealtad?... @dealgunamanera...

¿Qué es Lealtad?


Se conoce como lealtad al carácter de una persona, cosa o animal leal. El término de lealtad expresa un sentimiento de respeto y fidelidad hacia una persona, compromiso, comunidad, organizaciones, principios morales, entre otros.  

El término lealtad proviene del latín “legalis” que significa “respeto a la ley”.

El término leal es un adjetivo usado para identificar a un individuo fiel en base a sus acciones o comportamiento. Es por ello, que una persona leal es aquella que se caracteriza por ser dedicada, y cumplidora e inclusive cuando las circunstancias son adversas, así como defender en lo que cree, por ejemplo: un proyecto. 
Lealtad es sinónimo de nobleza, rectitud, honradez, honestidad, entre otros valores morales y éticos que permiten desarrollar fuerte relaciones sociales y/o de amistad en donde se creen un vínculo de confianza muy sólido, y automáticamente se genera respeto en los individuos.

No obstante, lo opuesto de lealtad es traición, es la falta que comete una persona en virtud del incumplimiento de su palabra o infidelidad.

La falta de lealtad describe a una persona que engaña a sus compañeros, familiares, y expone su propia honorabilidad.  

La lealtad es una característica que no solo está presente entre los individuos, sino también entre animales, especialmente los perros, gatos y caballos. Todo ello, en gratitud hacia el afecto y protección que los seres humanos le brindan.   
El término de lealtad puede situarse en diferentes contextos como trabajo, relaciones de amistad, amorosa, entre otras, pero la lealtad no debe ser confundida con patriotismo ya que no todas las personas leales son patrióticas, debido a que patriotismo es amor a la patria mientras que la lealtad a la patria es un sentimiento que muchos países deben de despertar a los ciudadanos.   
El vocablo lealtad traducido al idioma inglés es “loyalty”.
Lealtad como valor 

Lealtad como valor es una virtud que se desenvuelve en nuestra conciencia, en el compromiso de defender y de ser fieles a lo que creemos y en quien creemos. La lealtad es una virtud que consiste en la obediencia de las normas de fidelidad, honor, gratitud y respeto por alguna cosa o por alguien bien sea hacia una persona, animal, gobierno, comunidad, entre otros.
En referencia a este punto, algunos filósofos sostienen que un individuo puede ser leal a un conjunto de cosas, en cambio, otros sostienen que únicamente se es leal a otra persona ya que este término atañe exclusivamente a relaciones interpersonales.
No obstante, en una amistad no es suficiente únicamente el valor de lealtad sino también debe de estar presente la sinceridad, el respeto, la honradez, el amor, entre otros valores.

Frases de la lealtad

“El amor y la lealtad son más profundos que la sangre.” Richelle Mead

“Donde hay lealtad, las armas no sirven.” Paulo Coelho

“No te ganas la lealtad en un día. Te la ganas día a día.” Jeffrey Gitomer.

“La lealtad es un rasgo característico. Los que la tienen, la dan de forma gratuita.” Ellen J. Barrier.

Lealtad y fidelidad

En primer lugar, la lealtad y fidelidad son dos valores necesarios para las sólidas relaciones. Sin embargo, ambos términos no son vistos como sinónimos, ya que algunos autores indican que fidelidad hace parte de la lealtad.
La lealtad es un valor que consiste en el respeto, obediencia, cuidado y defensa de lo que se cree y en quienes se cree, puede ser a una causa, proyecto, o persona. Por su parte, la fidelidad es el poder o virtud de dar cumplimiento a las promesas, a pesar del cambio de ideas, convicciones o contextos. Como tal, la fidelidad es la capacidad de no engañar, y no traicionar a las demás personas de su entorno, por lo que no incumple su palabra dada.

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