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domingo, 25 de noviembre de 2018

Después del Museo Malvinas, el historiador y novelista Federico Lorenz quiere dirigir el Nacional de Buenos Aires… @dealgunamanera...

Después del Museo Malvinas, el historiador y novelista Federico Lorenz quiere dirigir el Nacional de Buenos Aires…

Aspirante a rector entre otros seis candidatos, Lorenz cree que la gran visibilidad y el capital simbólico del CNBA desdibujan su misión en la educación de vanguardia. Fuente: Diario La Nación. Crédito: Santiago Filipuzzi

En septiembre de este año, el historiador y escritor Federico Lorenz (Buenos Aires, 1970) renunció a su cargo como director del Museo Malvinas e Islas del Atlántico Sur. Aunque desde varios sectores se atribuyeron razones políticas a esa decisión (Lorenz había accedido por concurso a la dirección del museo en 2017), el autor de “Los muertos de nuestras guerras” declaró que lo habían motivado dos cuestiones. Una, vinculada a la muerte de su padre, era de índole personal y la otra estaba asociada a su primera y más fuerte vocación: la docencia.

© Escrito por Daniel Gigena el 22/11/2018 y publicado por el Diario La Nación de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Acompañado por una decena de profesores, presentó ahora su proyecto de gestión institucional en calidad de candidato para el cargo de rector del Colegio Nacional de Buenos Aires (CNBA). "Se trata de una institución compleja, de gran visibilidad pública y de enorme capital simbólico, lo que muchas veces desdibuja lo que debería ser: un establecimiento de educación secundaria, dependiente de una universidad nacional, y de vanguardia pedagógica", dice Lorenz en conversación telefónica con La Nación.

Desde el martes se encuentra en Chubut, donde participa del Foro de Estudios sobre Historia Reciente organizado por la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco en la sede de Comodoro Rivadavia.

Este año, poco antes de su renuncia a la dirección del Museo Malvinas e Islas del Atlántico Sur Lorenz dio a conocer: En quince días nos devuelven las islas  (UNR Editora), un ensayo-ficción donde conjetura qué ocurriría si el gobierno británico decidiera restituir las Malvinas a la Argentina. Mientras tanto, escribe un libro sobre el rol de los docentes de escuelas secundarias en el siglo XXI, que será publicado por Paidós a inicios de 2019. En el museo, como director interino, lo reemplaza Gustavo Álvarez Rodríguez.

El escritor e investigador egresó del CNBA en 1988 y, desde 2008, es profesor de Historia Antigua y de Historia Argentina y Mundial Contemporánea. Deberá competir con otros seis candidatos que aspiran a suceder al profesor Gustavo Zorzoli en su cargo. El hijo de Lorenz también se formó en esa prestigiosa institución y su hija cursa el tercer año.

No es muy auspicioso el contexto en que se anuncian las candidaturas para dirigir el "Colegio", como se lo conoce en círculos académicos y entre graduados. Con tomas que se extienden en el tiempo, denuncias de abuso hechas por estudiantes en actos de graduación y reiterados episodios de violencia, el CNBA fue noticia a lo largo de 2018. "Del Colegio siempre se dan informaciones como esas y las críticas de algunos comunicadores ya son parte del folclore. Sin embargo, son muchas las familias que quieren que sus hijos se formen en el Nacional y la institución se da el lujo de elegir a los estudiantes mediante un exigente curso de ingreso. Debemos usar esa fuerza para impulsar un pacto de convivencia", arriesga Lorenz.

Fuente: Archivo - Crédito: archive

Entre sus propuestas, que se pueden leer en la página web del CNBA, figuran una evaluación institucional para impulsar una reforma del plan de estudios, el cumplimiento de la ley sancionada en 2006 que establece la Educación Sexual e Integral, la creación de un Museo del CNBA y la crítica de la idea de meritocracia. "Hay muchas presunciones y mandatos que pesan sobre los estudiantes que asisten al CNBA; nosotros queremos reemplazar la meritocracia por una épica de la solidaridad que toda institución pública debería alentar", señala.

La prehistoria del CNBA se remonta a los tiempos de la colonia, cuando en el predio de la Manzana de las Luces funcionaba el Real Colegio de San Carlos. Luego de la emancipación de la corona española, la institución adoptó otros nombres hasta que, por decreto del presidente Bartolomé Mitre, se creó el CNBA en 1863. Desde entonces se lo conoce como "el colegio de la patria", destinado a la formación de dirigentes. En 1911, fue incorporado a la Universidad de Buenos Aires por decreto del presidente (y exalumno) Roque Sáenz Peña. El actual edificio del CNBA (Bolívar 263) fue proyectado por el arquitecto francés Norbert Maillart. Su construcción costó fortunas, duró más de veinte años y se lo pudo inaugurar recién el 25 de mayo de 1938. En julio de 2016, el presidente Mauricio Macri lo declaró monumento histórico nacional.

Varios libros reconstruyen la historia del CNBA. Entre ellos, se pueden mencionar Breve historia del Colegio Nacional de Buenos Aires (Juvenilia Editores), de Horacio J. Sanguinetti, que fue rector de esa casa de estudios por un extenso periodo a partir de 1983, y, más reciente, el de Alicia Méndez, El Colegio. La formación de una elite meritocracia en el Nacional Buenos Aires (Sudamericana). "El Colegio es una personalidad espiritual. En él se formaron los próceres de la independencia, la hueste civil de Echeverría que dictó la Constitución Nacional, los organizadores del 80, y muchedumbre de sabios, artistas, profesores, magistrados y hombres útiles a la República", escribió Sanguinetti.

Con una importante carrera docente, Lorenz fue también alumno del Colegio, adonde asisten sus hijos. Fuente: Diario La Nación. Crédito: Santiago Filipuzzi

"Al comenzar a transitar el armado de esta propuesta de gestión, recibimos recomendaciones de colegas, que se pueden sintetizar en que nuestro mayor desafío sería volver a hacernos sentir a todos parte de un proyecto colegial. Algo se rompió en el colegio que teníamos y no va a ser fácil recuperarlo", admite Lorenz. Consultado sobre la decisión de aspirar a conducir el CNBA por cuatro años, agregó: "Mantengo muy buena relación con estudiantes y colegas, y mi único capital es la legitimidad que siento que tengo para funcionar como puente entre ellos". Según él, los adultos muchas veces olvidan que el CNBA es un colegio secundario al que asisten menores de edad que necesitan reglas claras y consensuadas. Más de 2100 estudiantes y alrededor de 350 profesores al frente de cursos habitan el Colegio Nacional de Buenos Aires en los tres turnos diarios. En ciento cincuenta años de historia, tuvo poco más de cincuenta rectores. Hasta ahora, solo dos fueron mujeres.

El próximo miércoles 28, una junta integrada por profesores, estudiantes y graduados elevará una terna de candidatos al Consejo Superior de la UBA, organismo que decidirá quién regirá los destinos del CNBA entre 2019 y 2023. El nombre del rector o de la rectora se conocerá entre diciembre y los primeros meses de 2019. El inicio del ciclo lectivo en la institución en la que se formaron Bernardo Houssay, Alfredo Palacios, Alberto Vanasco, Martín Caparrós, Ana María Shua, Mario Bunge y Alberto Kornblihtt, entre tantos otros cuando eran adolescentes, está previsto para el 3 de marzo.


domingo, 4 de noviembre de 2018

La acarició como las olas del mar… @dealgunamanera...

La acarició como las olas del mar…


Ayer publiqué la mención que gané por una crónica. Como no va a ser publicada, me dieron ganas de compartirla. Aquí está. Lo único que cabe aclarar es que el concurso tenía por tema formas no habituales de relacionarse con la muerte y que, como toda crónica, y como es el nombre del encuentro, el texto debía ser "Basado en Hechos Reales". Eso significa que lo que cuento, pasó.

© Escrito por Federico Lorenz el Domingo 04/11/2018 y publicado en su muro de Facebook en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

La acarició como las olas del mar…

Ana Mancebo no conoció el mar hasta que secuestraron a su hijo. La primera vez que enterró sus pies descalzos en la arena suave para que el agua salada la besara ya era una mujer grande.

Me lo contó una mañana, durante una entrevista sobre la militancia sindical de Carlos Ignacio Boncio, su hijo. Carlos era delegado de la Juventud Trabajadora Peronista en astilleros Mestrina, en Rincón de Milberg, en el Tigre. El 24 de marzo de 1976, día del último golpe de Estado en la Argentina, los militares acordonaron la zona de astilleros y secuestraron a unas sesenta personas. Hicieron un trabajo preciso: tenían listas que los patrones y la burocracia sindical les habían proporcionado. Muchos de esos obreros, el hijo de Ana entre ellos, no aparecieron nunca más.

Hoy sabemos que los tuvieron secuestrados en la Comisaría de Tigre, bajo control militar. Durante algunos días, sus familiares pudieron llevarles comida y ropa para que se la entregaran en las celdas. Ana y su marido alcanzaron a escuchar la voz de Carlos, pared de por medio, gracias a un policía conocido. Las colas de familiares a plena luz del día, a la espera de ver a detenidos cuya condición de tales se negaba, eran lo opuesto a la clandestinidad de la represión.

Santiago Omar Riveros, jefe del Comando de Institutos Militares a cargo de la represión en la zona, dispuso al fin el traslado de todos a Campo de Mayo, en la zona Norte del Conurbano bonaerense. Ese lugar, junto a la ESMA y La Perla, en Córdoba, fue uno de los mayores centros de exterminio del país.

Durante meses, los secuestrados, asesinados y sus cuerpos arrojados a aguas abiertas desde aviones.

El caso de Carlos Ignacio es especial porque la represión cometió un error administrativo. A Carlos, el joven delegado, lo “blanquearon”: figura como detenido en Coordinación Federal junto a otros secuestrados que fueron posteriormente liberados. Carlos Ignacio no: la maquinaria de exterminio se impuso y lo llevaron, junto a otros desgraciados, para que los masacraran y finalmente asesinaran. 

Hubo un ensañamiento especial con los sindicalistas clasistas que habían osado instalar, efímeramente, el control obrero de la producción. Un compañero de Carlos en Mestrina, el Macaco, compadreó: dijo que cuando los milicos lo fueran a buscar, “los iba a echar con los perros”. Los testigos sobrevivientes de Campo de Mayo recuerdan que al Macaco le cortaron los garrones, para que se arrastrara, y le largaron encima los perros de la guarnición.

La saña fue proporcional a la amenaza que sintieron los patrones. A sus ojos, y a los del plan represivo, los obreros merecían un castigo ejemplar: toda la zona debía ser “limpiada de bichos colorados”. Así me habló en 2009 el dueño de uno de los astilleros, que había sido tomado como rehén en 1973.

Lo dijo con un odio chocante, como si el daño que le habían inferido hubiera sucedido el día anterior, y no hacía más de treinta años. Cuando lo entrevisté, en su oficina de unos talleres de maquinaria industrial, negó reconocer a los delegados en las fotografías que le mostré mientras hablábamos.

No podía ser: seguramente se habría cruzado con ellos diariamente y, muy probablemente, temido. Recuerdo que miró las imágenes como quien ve a través de una ventana. Como si esas personas no hubieran existido. Y sin embargo, allí estaban, durante una toma de fábrica, o un asado. 

Las fotografías pueden ser engañosas: mantienen vivo lo que ya no es. Pero en esa aparente ambigüedad está su verdadero poder. Nos confrontan con la idea de que nadie muere del todo.

La entrevista con Ana Mancebo fue en su casa, en una zona llamada Talar de Pacheco. El camarógrafo y yo tuvimos que hacer algunos kilómetros por un camino desolado rodeado de montañas de autos abandonados. El camino serpenteaba entre la chatarra como si una gigantesca topadora hubiera abierto paso apartándola a ambos lados. El puente sobre el Río Reconquista nos mostró un horizonte de basura y podredumbre. Al otro lado, aparecieron las primeras casas de un barrio obrero como todavía podían verse en 2003. No voy desde entonces; es probable que el camino hoy sea más peligroso, que se haya amontonado más miseria. Pero tal vez sean solo los prejuicios nacidos del privilegio del que puede entrar y salir de los escenarios que visita para describir el mundo. 

En todo caso, esa escenografía deprimente era la adecuada para mi estado de ánimo. La noche anterior había dormido muy mal, como venía sucediendo hacía tiempo. Para ser más preciso, desde que había comenzado mis entrevistas a víctimas del terrorismo de Estado. Muchas veces tenía visiones fugaces de rostros o evocaba fragmentos de las cosas que me habían narrado secuestrados, exiliados, madres y padres de desaparecidos.

Sin embargo el sueño de la víspera a la visita a la casa de Ana Mancebo fue fundacional. Yo no lo sabía entonces, pero iba a ser la primera de muchas otras noches diferentes. Yo no sabía que empezaba mi trabajo como mensajero. 

Soñé que se me acercaba un joven. Nos encontrábamos en una esquina, y él, serio, miraba atentamente a los costados con las manos metidas en los bolsillos de una campera. Estaba serio. Cuando pareció estar seguro de que estábamos solos, me miró y me dijo:

-Mañana vas a ver a una señora. Te va a explicar por qué se mete al mar. Le vas a decir que es verdad.

-¿Qué es lo que es verdad?

-Lo que te dice es verdad. Y le vas a decir que la acaricio como las olas del mar. 

Me desperté sobresaltado. Pensé que era una más de tantas pesadillas. Porque yo sabía, aunque nada racional lo justificara, que esa persona con la que había hablado había existido, y estaba muerta. 

Fue una entrevista difícil. Los sectores populares no abundan en metáforas, son directos, tienen el dolor a flor de piel. Contestan con monosílabos. Pero además, el esposo de Ana estuvo todo el tiempo presente, algo bastante frecuente también en esos casos. Nos recibieron en una casa humilde. Nos convidaron café en unas tazas viejas y nos sentamos en torno a una mesa con uno de esos viejos manteles de hule estampados con flores. 

El viejo había sido testigo del secuestro de su hijo, ya que también él trabajaba en el astillero. Desaprobaba la militancia sindical de su hijo. Pero él no abrió la boca durante toda la entrevista. Sólo tamborileaba con impaciencia sobre la mesa. Lo hacía con tanta insistencia que por momentos yo fijaba la vista más en sus manos que en la cara de la anciana, que contaba sus cuitas en tono monocorde. Él tenía los dedos como garras, callosos y fuertes, con las uñas largas. 

Ana dijo que nunca esperó que el Ejército hiciera lo que había hecho con su hijo. Más aún, que el día del golpe hasta se alegró de que lo detuvieran, porque ya estaban muy preocupados con todo lo que estaba pasando.

¿Todo lo que estaba pasando? –pregunté.

-Los asesinatos. Usted sabe. Era cuestión de que cada mañana apareciera una persona muerta a tiros en la calle, y yo tenía miedo por él.

-Entiendo.

-Pero nunca pensé que los militares iban a ser peores. No era eso lo que me habían enseñado.

Hubo un silencio incómodo.

-¿Y cómo era Carlos en esa época? –pregunté al fin.

-Ah, era un muchacho fuerte, buen hijo… ¿Quiere que le muestre una foto?

-Por favor.

No hay muchas imágenes de los militantes de aquella época. De los trabajadores, menos. Porque una cámara fotográfica era algo caro entonces. 
Porque por seguridad las destruyeron o las saquearon durante los allanamientos. En algunos casos, de esas personas desaparecidas no quedó nada, salvo la tozudez o la resignación de sus familiares. 

-Esta es la única que nos quedó de él, es la del documento de identidad. Con la que hicimos la pancarta. Mire qué lindo chico.

Mientras hablaba, la señora me alcanzó en pequeño retrato.

Dicen que los que mueren trágicamente nunca nos dejan del todo. Pero es más que eso: convivimos con los muertos. Nuestra soberbia, nuestro miedo, son tan poderosos que achican el campo de nuestras experiencias. Pero bastaría estar atentos, y ver o escuchar. Porque lo que no pueden decirnos en las horas diurnas nos lo hacen saber durante el sueño.

Lo supe esa mañana cuando ví que la foto de Carlos Ignacio Boncio era la del rostro del joven con el que yo había hablado en sueños. El joven que me había visitado para yo transmitiera un mensaje.

-A usted le va a parecer raro –me dijo entonces Ana, como si me leyera los pensamientos- Pero cuando supe que los tiraban al río, pensé: Carlos sabía nadar, a lo mejor se salvó…

-¡No empieces con eso! –fue la única vez que el papá de Carlos intervino en la conversación, y lo hizo para pegar un grito, dar un manotazo, levantarse e irse para el fondo.

Ella lo vio alejarse con una expresión de dulzura:

-El pobre tuvo que seguir trabajando en ese lugar, no digiere lo de nuestro chico. Yo me junté con las Madres de por acá, reclamamos, pero además, ¿sabe qué?

-¿Qué Ana?

La vieja me miró con un gesto de complicidad, como una abuela que va a contar un cuento.

-Me llevó un tiempo darme cuenta de que no se había podido salvar. Que los tiraban al río para que se ahogaran. Después me enteré de que los drogaban para que ya llegaran inconscientes al agua.

El viejo estaba en el fondo de la cocina, con los brazos cruzados, la mirada clavada en el piso.

-Ese verano, habrá sido el primero de la democracia, le insistí a mi marido para que nos fuéramos de vacaciones al mar. Nos fuimos a Mar del Plata.

Yo no conocía el mar, ¿sabe? Nunca nos habíamos ido de vacaciones. Y llegué a la orilla. Tenía puesto un vestido, me saqué los zapatos y me lo arremangué, y me metí en el mar, y sentí las olas.

Yo no podía dejar de mirar a Ana. El recuerdo de esa escena la había embellecido. Un amor doloroso le hacía brillar la mirada.

-Y cuando el mar me tocó, yo sentí que mi hijo estaba en esas olas, y que me acariciaba.

La señora calló, y se me quedó mirando.

-Usted me cree, ¿verdad?

-Sí, Ana, sí.

-Mi marido piensa que estoy loca. Pero yo sé que ese día mi hijo me acarició.

-Le creo Ana. Estoy seguro de que es así–dije con la mirada del hombre que me había visitado en sueños clavada sobre mí. Mientras tanto su padre, en la cocina, decía que no con la cabeza. 

Terminamos la entrevista unos minutos después. Esta vez el viejo, que nos había recibido junto a su esposa en la puerta, ni siquiera se acercó para despedirse.

Yo le pedí permiso a la señora para abrazarla. Sentí que mi trabajo no estaba completo. Que tenía que cumplir.

Con su cabeza a la altura de mi pecho, volví a decirle:

-Estoy seguro de que ese día su hijo llegó con las olas para acariciarla.

Sentí cómo su cuerpo agradecía esas palabras.

-¿De verdad no piensa que estoy loca?

Y entonces, por fin, me animé:

-Carlos me contó anoche que lo había hecho. 

Separó su rostro de mi pecho. Me miró:

-Me dijo: “la acaricio como las olas del mar” – reforcé. 

Fue un abrazo breve. Pero mientras duró me pareció escuchar el rumor eterno e incesante del mar, ese rumor que también escucho ahora mientras termino de escribir, mientras pienso cuándo será la próxima vez que vuelva a hacer de mensajero.

Federico Lorenz 2018.



viernes, 11 de mayo de 2018

FMI, lluvia, alegría… @dealgunamanera...

FMI, lluvia, alegría…


Bueno, las noticias de hoy son deprimentes y tristes, traen recuerdos de momentos asociados a la angustia y a la incertidumbre, cuando no, directamente, a la muerte. ¿A qué se parece más esto? ¿A los 90? ¿Al 2001? Ya arrancaron las discusiones.

© Escrito por Federico Lorenz el miércoles 08/05/2018 y publicado en su muro de Facebook.

Los que tenemos tendencia a la melancolía tenemos que estar alertas. Los que somos docentes, o conducimos grupos, no tenemos derecho a transmitir pesimismo. Tampoco a vender cotillón: pretender resultados distintos aplicando siempre las mismas recetas, alguien me dijo un día, es una de las formas de la locura.

Tenemos el deber de mantener las puertas abiertas para la esperanza y la reflexión emancipadora. Aquí está don Arturo Jauretche: “El arte de nuestros enemigos es desmoralizar, entristecer a los pueblos. Los pueblos deprimidos no vencen. Por eso venimos a combatir por el país alegremente. Nada grande se puede hacer con la tristeza”.

Y en cuanto a la alegría, a recostarnos en los afectos, los amores, los amigos, los compañeros, los que al mirar al costado mantienen la línea a nuestro lado, cual hoplitas del culo del mundo.

No es azaroso que al menos aquí, en Buenos Aires, estas noticias estén acompañadas por una lluvia que parece interminable. Va a llover mucho tiempo: mejor prepararse. Remover el fogón amigable, preparar comida y cama para las visitas, estar dispuestos a la charla que obliga a repensar las certezas. Un plan de lucha tan sencillo como saber con quién estaremos espalda contra espalda.


Buenas noches, mojados compañeros.



sábado, 1 de abril de 2017

Malvinas: 35 años después de la guerra. Islas de memoria… @dealgunamanera...

Con Liliana en el Faro Cabo San Felipe. Islas Malvinas Argentinas (2016-01-11)

Malvinas: 35 años después de la guerra. Islas de memoria…

Mapa de las Islas Malvinas Argentinas.

Fabiana Ríos, Ex Gobernadora de Tierra del Fuego, provincia a la que pertenecen las Islas Malvinas, opinó para Télam a 35 años del conflicto bélico del Atlántico Sur. 

Cementerio de Darwin. Islas Malvinas Argentinas (2016-01-10)

© Escrito por Fabiana Ríos, ex Gobernadora de la Provincia de Tierra del Fuego e Islas de Atlántico Sur, el viernes 31/03/2017 y publicado por la Agencia Télam de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires

Cuando el 2 de abril de 1982 los argentinos amanecíamos con la noticia del desembarco en Malvinas, ocupadas ilegalmente por Gran Bretaña desde 1833, el país ya llevaba seis años de ocupación ilegal de su gobierno, en manos de una dictadura cívico militar.

El gobierno agonizante y duramente cuestionado por la violación de los derechos humanos y por su política económica se ponía al frente de una reivindicación que tenía un fuerte respaldo popular. El reclamo por Malvinas era un emblema de la nacionalidad argentina construido a lo largo del siglo XX.

En 1982 yo tenía 18 años. Estaba ingresando a la intervenida Facultad de Ciencias Básicas. Así su nombre, no nombraba nada. 

Durante el verano del '82 había concurrido a los cursos de preparación para el ingreso a la Universidad Nacional de Rosario. Éramos muchos jóvenes, hijos e hijas de trabajadores que aspirábamos a una carrera universitaria.

Luego de aprobar los exámenes y haber entrado dentro del cupo admitido por carrera en marzo de 1982, iniciamos las clases en abril. En el aula había sillas vacías. Eran de los compañeros que habían ido a Malvinas.

El profesor de Química General nos lo hizo notar. Había jóvenes de nuestra misma edad, con nuestros mismos sueños que habían sido arrancados de esas aulas y habían sido llevados a una guerra. Se me hizo un nudo en la garganta.

Los protagonistas mayoritarios de esa guerra fueron jóvenes, con los esquemas de valoración que a ese colectivo se nos daba en esos años.

Ambas cuestiones son para mí relevantes para entender el proceso posterior en cuanto al abordaje de la Cuestión Malvinas, sobre el que continúo reflexionando.

La guerra de Malvinas sigue siendo hoy un tema profundamente controversial. 

Pero la guerra, no la causa, no el reclamo, no el heroísmo de hombres y mujeres llevados a una guerra para luego ser ocultados, negados y silenciados.

La subordinación de una política de Estado sostenida a lo largo de 149 años, (con hitos relevantes en términos de política internacional como las Resoluciones 66 en 1946, 1514 de 1960, la recepción del Alegato Ruda en la Resolución 2065 de 1965 habían propiciado las condiciones de varias hipótesis de tratamiento de la cuestión Malvinas fueron interrumpidos hace 35 años por la decisión de una dictadura que subordinó y utilizó ese indubitable derecho vulnerado con fines de legitimación interna.


A lo largo de estos años hubo silencios, olvidos, suicidios, relaciones carnales, cláusula transitoria constitucional, reclamos, reconocimientos, archivos desclasificados, denuncias de torturas, declaraciones, resoluciones, solidaridad continental, negaciones, pretensión de negación y de feriados turísticos. Y continúa vigente el reclamo de soberanía sobre nuestras islas, la denuncia de la militarización del Atlántico Sur, el repudio al sostenimiento del colonialismo y el reclamo de la identificación de 123 tumbas NN en el Cementerio de Darwin.

Creo, como sostiene Federico Lorenz en su libro "Las Guerras por Malvinas", que es necesario pensar en las muchas guerras que significó y significa Malvinas respecto de las viejas formas de entender a la Nación y a las políticas que partir de ese hecho entraron en crisis, de las auto representaciones, de las relaciones sociales y de la culturales que "cayeron para no levantarse más, o continúan siendo lloradas en secreto en cada aniversario del desembarco. Pero Malvinas, sobre todo, significa un puñado de jóvenes y sus familias que actuaron con sus cuerpos el drama de numerosas derrotas colectivas e individuales." 

Malvinas conmueve e incómoda, a algunos hasta el punto de pretender el olvido. 

Pensar el 2 de abril 35 años después, nos incluye en alguna de las miradas sobre lo sucedido, antes, durante o después de la guerra, y todas, invariablemente son parciales, incompletas y siguen buscando dejar de ser islas de memoria.

lunes, 27 de febrero de 2017

Negacionistas: ¿para qué sirve la Historia?... @dealgunamanera...

Negacionistas: ¿para qué sirve la Historia?...


El 23 de marzo de 1944, en Roma, durante la Segunda Guerra Mundial, un grupo de partisanos detonó dos bombas contra una columna de policías de Bolzano (italianos germano parlantes): mataron a 28 de ellos y a tres civiles. El comandante de la Gestapo en Roma, Herbert Kappler, decidió hacer un escarmiento. Contó con la colaboración de Erich Priebke, a quien los argentinos conocen pues fue extraditado desde nuestro país a Italia para ser juzgado.

© Escrito por Federico Lorenz el lunes 27/02/2017 y publicado en http://www.rionegro.com.ar, de la ciudad de General Roca, Provincia de Río Negro.

La represalia de las tropas de ocupación alemanas, indiscriminada, consistió en fusilar, tomados al azar, a diez italianos por cada una de las víctimas del ataque partisano. Los llevaron a las Fosas Ardeatinas, unas minas abandonadas cerca de Roma, y los asesinaron y enterraron allí. Resultaron 335 víctimas porque se equivocaron en las cuentas.

Mientras ocurrían los hechos, circularon varias versiones para justificar la matanza: que antes de proceder al fusilamiento los ocupantes alemanes habían publicado un bando en el cual advertían acerca de las represalias en caso de atentado contra sus tropas; que habían empapelado Roma con bandos invitando a los responsables a entregarse. Al no hacer caso a las advertencias, ni entregarse después, los resistentes eran los responsables de las muertes perpetradas por las SS.

El historiador italiano Sandro Portelli demostró que, aunque falaces, estas versiones construyeron un sentido común que funcionó como la “verdad” sobre lo que había sucedido. Los partisanos eran irracionales (no habían escuchado la advertencia, ni pensado en las consecuencias de sus actos) y cobardes (no se habían entregado y habían muerto inocentes en su lugar). Pero Portelli estableció que ese bando nunca había existido: fue un rumor que propalaron diarios conservadores, corrió de boca en boca, y se asentó en la memoria como verdad. En esa mentira, los resistentes eran los responsables del crimen nazi.

Todo lo contó Portelli en un libro llamado La orden ya fue ejecutada. Roma, las Fosas Ardeatinas, la memoria.

Muchos de los que a finales del siglo XX empezamos a trabajar “temas de memoria” (que en Argentina aún significa “la época de la dictadura y Malvinas”) encontramos en ese libro una gran inspiración. En estos días en que con tanta impunidad y ligereza aparecen funcionarios, políticos, intelectuales y periodistas que impugnan lo que ya es cosa juzgada en la Argentina (el terrorismo de Estado), lo recordé con nostalgia y alguna amargura. ¿Hay que empezar todo de nuevo otra vez? ¿No logramos acumular conocimiento? Bastó rascar un poquito para que apareciera allí la foja cero a la que pretenden volver. Parecería que todo se reduce a opiniones, que no hay verdad posible, y que lo mejor que podemos hacer es “completar la memoria”.

Es verdad que se pueden profundizar temas, mejorar explicaciones, pero revisar la historia no es negarla. Eso lo aprendí, también, gracias a otro libro leído en aquellos primeros años como investigador: Los asesinos de la memoria, de Pierre Vidal - Naquet. Hijo de dos deportados asesinados en Auschwitz, este célebre helenista se propuso demostrar que los negacionistas no solo no hacen buena investigación histórica, sino que mienten. Desmontó los argumentos de Robert Faurisson, un negador del Holocausto. Lo hizo con método, y de una manera implacable, a pesar de que para ello tuvo que echar sal a sus heridas. Superó la prueba del propio involucramiento emotivo: “aquí no se trata de sentimientos” –escribió- “sino de la verdad.

Esa palabra, que antes pesaba, tiene hoy en día una tendencia a disolverse”. Tal vez demasiado tajante, pero es que Vidal – Naquet supo que el peligro era muy grande, y no se podía dar el lujo de distraerse. Los negacionistas no quieren destruir la verdad “que es indestructible, sino la toma de conciencia de esa verdad”. Terrible, porque esa toma de conciencia es el momento de la decisión política, el paso previo a la acción. ¿Cómo paralizar a miles? Golpeando “a una comunidad sobre las mil fibras aún dolorosas que la ligan a su propio pasado”. Es un trabajo de zapa, que disfrazado de la revisión para avanzar, paraliza, no nos deja salir de un momento fundante a partir del horror: “se trata de privar, ideológicamente, a una comunidad de lo que representa su memoria histórica. Henos pues obligados, en última instancia, a probar lo ocurrido.

Nosotros, que sabemos desde 1945, henos aquí forzados a ser demostrativos, elocuentes”. Reemplacemos “1945” por “1985”, el año histórico del Juicio a las Juntas. Hemos construido pisos de saber, aproximaciones a la verdad (pues no existe algo así como la verdad absoluta) pero resulta que hay quienes, escudados en el derecho a opinar, impugnan esa verdad juzgada.

Cuando hace años leía estos textos fascinantes, atrapado en el dolor y la esperanza de mi propio país, encontré también sentido para mi trabajo como historiador. Escribe Sandro Portelli, el autor de La orden...: “He entendido concretamente algo que sabía en teoría: una tradición es un proceso en el que también la simple repetición significa una responsabilidad crucial, porque el sutil encaje de la memoria se lacera de modo irreparable cada vez que alguien calla. No es solamente en África donde, como decía Jomo Kenyatta, se quema una biblioteca cada vez que muere un viejo; también en Italia, cada vez que un antifascista calla, se quema un pedazo de libertad”.

¿Hay que empezar todo de nuevo otra vez? ¿No logramos acumular conocimiento? Bastó rascar un poquito para que apareciera allí la foja cero a la que pretenden volver.

Vidal Naquet desmontó los argumentos de un negador del Holocausto. Lo hizo con método, y de una manera implacable, a pesar de que para ello tuvo que echar sal a sus heridas.