domingo, 20 de julio de 2014

Principios fundamentales de la Integridad Académica... De Alguna Manera...

Principios fundamentales de la Integridad Académica...


Introducción

La integridad académica es el fundamento sobre el que se construye y florece la vida académica. Al igual que la integridad personal, la integridad académica es un concepto complejo y difícil de definir. A partir de la discusión con profesores, estudiantes y administradores en todo el país, el proyecto Principios Fundamentales de la Integridad Académica busca desarrollar una definición de "integridad académica". Al igual que la palabra “integridad”, el concepto integridad académica es complicado y difícil de definir. Sin embargo, la integridad académica es tan intrínseca al quehacer de la educación superior que para muchas instituciones su significado literalmente se da por sentado o simplemente se resume en frases como: "la integridad académica es esencial para la misión educativa de la universidad" para pasar a hablar sobre otras políticas y procedimientos. Aquellos que intentan definirla generalmente plantean que la integridad académica significa “honestidad académica”, la definen con ejemplos o enumeran conductas inadecuadas y/o de honestidad.

Nuestra definición de integridad académica se basa en el compromiso de cinco valores fundamentales y en los principios que emanan de esos valores. Así como la integridad personal implica defender los compromisos personales fundamentales, incluso en circunstancias difíciles, la integridad académica implica defender lo que es fundamental. En el caso de la integridad académica, es defender los valores fundamentales del proceso académico. De las discusiones del comité con los profesores, estudiantes y administradores, surgieron cinco valores fundamentales del proceso académico:

Honestidad, Confianza, Justicia, Respeto y Responsabilidad.


A nuestro juicio, la integridad académica es el compromiso de defender estos cinco valores, incluso ante la adversidad.

Sin estos valores las comunidades académicas no se pueden desarrollar. La falta de honestidad interfiere con el libre intercambio de ideas. La falta de confianza atenta contra los procesos de enseñanza y aprendizaje. La falta de justicia mina la dimensión crítica de la búsqueda del conocimiento propia de la enseñanza. Sin respeto no es posible el diálogo público. Si no asumimos nuestra responsabilidad en el fomento y la defensa de estos valores no nos podemos constituir como una comunidad de aprendizaje íntegra y de altura. Estos cinco valores nos proveen razones y motivos para actuar. Los principios que se desprenden de estos valores nos permiten traducirlos en acciones concretas. Si bien es cierto que estos valores y principios están estrechamente interconectados, cada uno expresa un aspecto específico y decisivo de la integridad académica.

La integridad académica definida en estos términos tiene un valor intrínseco e instrumental. La misión educativa de las universidades parte de la creencia en que la integridad académica representa un valor en sí misma. El compromiso con la integridad académica también genera beneficios tangibles como la credibilidad y el prestigio de los estudiantes, profesores, investigadores, creadores y administradores de una institución y de los grados académicos que confiere.

El propósito de este documento es afirmar la importancia de estos cinco valores, y de los principios que de ellos se desprenden, para todos los que participan en la vida académica de nuestra universidad. Al defender estos valores, la institución promueve una cultura de integridad que favorece el desarrollo óptimo de su comunidad académica.

El cultivo de la integridad en las instituciones de educación superior es particularmente apremiante en estos tiempos, en primer lugar porque existe evidencia contundente de que la falta de honestidad académica está en aumento. Los resultados de los primeros estudios realizados en escuelas secundarias son alarmantes. Las universidades, por tanto, afrontan el reto de lidiar con los problemas relacionados a la integridad académica. En segundo lugar, como han señalado el profesor Stephen Carter, de la Escuela de Derecho de la Universidad de Yale, y otros, la sociedad en general se encuentra ante una “crisis de integridad”. Las instituciones educativas tienen una responsabilidad muy especial ante esta crisis porque a menudo son el último recurso para erradicar sus causas. Si a los estudiantes no se les inculca el hábito de la integridad antes de que salgan a desempeñarse en la sociedad, las probabilidades de que lo adquieran posteriormente son muy pocas.

I. Honestidad

Una comunidad académica debe promover la búsqueda del conocimiento exigiendo honestidad personal e intelectual en el aprendizaje, la enseñanza y la investigación.

La honestidad es crucial para la misión académica de las instituciones de educación superior, particularmente en las actividades relacionadas con el aprendizaje, la enseñanza y la investigación. Aunque a veces es difícil de lograr, a causa de los obstáculos que se le presentan, la honestidad es una condición imprescindible para el desarrollo de la vida académica. Los códigos de honor y/o estándares de buena conducta deploran la trampa, la mentira, el fraude, la falsificación y cualquier forma de deshonestidad en las aulas, los laboratorios, los trabajos de investigación y el quehacer diario de estudiantes, profesores y colegas.

La honestidad con uno mismo y con los demás es esencial en el proceso de aprendizaje. A fin de aumentar sus conocimientos y su juicio crítico los estudiantes deben ser honestos consigo mismos y con los demás respecto a lo que saben y lo que no saben. Los estudiantes podrán desarrollar un buen sentido de su progreso académico y hacer buen uso de las evaluaciones de sus profesores si se les enseña a ser honestos. Los profesores tienen la responsabilidad de articular estándares de honestidad académica para sus estudiantes, particularmente en entornos no tradicionales como el aprendizaje colaborativo.

Los profesores también tienen un papel muy importante como modelos de integridad académica para sus estudiantes. Para ser maestros eficaces, los profesores deben ser ejemplo de honestidad en su propia búsqueda del conocimiento así como en su interacción con sus estudiantes y colegas. En su ejercicio de la enseñanza y la investigación los profesores son el modelo más visible de integridad para sus estudiantes.

La falta de honestidad mina el proceso de enseñanza y aprendizaje. Los que se copian no aprenden ni desarrollan las destrezas, el conocimiento y la pericia que necesitan para ejercer sus profesiones. Además, les restan valor y legitimidad a los grados académicos de las instituciones donde los obtienen y representan una amenaza para la sociedad porque profesan un conocimiento que no tienen, poniendo en riesgo el bienestar y los derechos de los individuos y de su comunidad.

Aunque todos los valores que se definen en este documento son esenciales para la integridad académica, la honestidad ocupa un lugar especial. La honestidad es necesaria para el desarrollo de los demás valores. La confianza, la justicia, el respeto y la responsabilidad precisan de la honestidad como fundamento. Sin honestidad solo se producen versiones disminuidas de los demás valores. No obstante, al reconocer el lugar especial que ocupa la honestidad en la vida académica no se pretende reducir la integridad académica a la honestidad. La honestidad es la base de la integridad académica pero no su totalidad.

Tampoco se puede cultivar sin las demás virtudes.

El cultivo de la honestidad tiene un papel crucial en el desarrollo moral. La virtud, según Aristóteles, es un hábito. Si les inculcamos a nuestros estudiantes la importancia de la integridad académica promoveremos en ellos el hábito de la honestidad de por vida. Asimismo, la honestidad no puede cultivarse sin los otros valores.
La integridad académica requiere valor, juicio crítico y consciencia propia; requiere valor para afrontar decisiones difíciles y escoger lo que está bien, así como aceptar la responsabilidad por nuestras acciones y sus consecuencias, incluso cuando nos cueste.

II. Confianza.

Una comunidad académica debe propiciar un clima de confianza para fomentar el intercambio libre de ideas entre sus miembros y el desarrollo de su máximo potencial.

Así como la honestidad genera confianza la falta de honestidad genera suspicacia y falta de confianza. La confianza es la respuesta natural a la honestidad. Debemos fomentar la confianza entre los miembros de la comunidad académica pero, más importante aún, debemos fomentar acciones y políticas que promuevan y justifiquen la confianza de los demás.

Cuando los profesores establecen guías claras para los trabajos de sus estudiantes y para su evaluación estimulan su confianza. Del mismo modo, cuando los estudiantes realizan sus trabajos solícitamente y con honestidad estimulan a los profesores a prestarles más atención y participar en un diálogo académico abierto, aún cuando los lleve por un camino imprevisto. Cuando los administradores interactúan con la facultad y los estudiantes de forma respetuosa y responsable estimulan su confianza en la administración.

La desconfianza empobrece la vida académica. Sin confianza se pierde la dimensión colectiva del conocimiento. Sin confianza los miembros de una comunidad universitaria trabajan aisladamente. Solo si confiamos podemos valorar y continuar el trabajo de los demás. Tanto en el plano individual como en el de las disciplinas, la confianza promueve el desarrollo del conocimiento. Sin confianza es imposible realizar trabajo en equipo. Sin confianza no hay libre intercambio de ideas, pues los individuos se abstienen de compartir información e ideas por temor a que no se les de el debido crédito, a que se les desprestigie o a poner en riesgo sus carreras. Un clima de desconfianza atenta contra la creatividad y la búsqueda del conocimiento.

Muchas instituciones han tratado de promover un clima de confianza a través de sistemas de honor, que son prácticamente únicos a las comunidades educativas. Los sistemas de honor son una tradición respetada en los colegios y universidades y existe amplia evidencia empírica de su efecto positivo sobre el comportamiento y las actitudes de sus estudiantes y profesores. Sin embargo, los sistemas de honor no son una opción adecuada para todas las instituciones ni son imprescindibles para la integridad académica o la confianza. La integridad académica se puede alcanzar de muchas formas.

Independientemente de que utilicen sistemas o códigos de honor, las instituciones deben actuar de manera que alienten y justifiquen la confianza entre sus miembros. La importancia y la interrelación de los otros cuatro valores que comprende la integridad académica surgen aquí con mayor claridad: actuar con honestidad, justicia, respeto y responsabilidad fomentan actitudes de confianza.

Del mismo modo que tratamos de fomentar la confianza dentro la comunidad académica, también debemos fomentar la confianza entre la comunidad académica y la comunidad externa. La sociedad debe confiar en nuestra erudición y en los grados académicos que otorgamos para que nuestro trabajo y méritos tengan valor y significado social. Ya sea mediante estándares académicos claros y coherentes o la investigación honesta e imparcial, nos esforzamos por actuar de maneras que promuevan y justifiquen la confianza de aquellos que están fuera de la comunidad académica.

III. Justicia.

Una comunidad académica debe intentar asegurar que los estándares, las prácticas y procedimientos institucionales para fomentar la integridad académica y la interacción entre todos sus miembros se fundamenten en el principio de la justicia.

La evaluación es una parte integral del proceso de enseñanza y aprendizaje. Los estudiantes y los profesores constantemente evalúan sus ideas, sus datos y el trabajo que realizan. La justicia es esencial a todo proceso de evaluación. Sin justicia, las evaluaciones pueden ser falsas, engañosas y arbitrarias.

Los estudiantes y la facultad esperan que los instrumentos y criterios que se utilicen para evaluar su trabajo sean precisos, justos y pertinentes. La justicia hacia los estudiantes se manifiesta en la predictibilidad y la claridad en la expresión de las expectativas y las normas, así como en la coherencia en la forma en que se responde al comportamiento deshonesto.

Los estudiantes esperan que la facultad y la administración atiendan con justicia los casos de deshonestidad académica que ponen en peligro tanto la calidad de la enseñanza en el aula como el valor y reputación de los grados que les son conferidos. Los estudiantes honestos no deben ser penalizados por su honestidad. Los estudiantes deben hacer uso responsable de las fuentes que consultan y citarlas adecuadamente. De lo contrario, los estudiantes que se esfuercen por escribir sus trabajos o exámenes en sus propias palabras recibirán una nota más baja que los estudiantes que copien al pie de la letra trabajos tomados de la Internet sin darles crédito.

La facultad espera un trato justo no solo de sus estudiantes, sino de la administración y los colegas. Este aspecto de la integridad académica requiere que los miembros de la facultad se evalúen unos a los otros de manera justa y que la administración trate a la facultad y a los estudiantes con equidad.

Todos los miembros de la comunidad académica tienen la responsabilidad individual y colectiva de procurar que todos los procesos de evaluación se hagan con justicia. Por tanto, racionalizaciones como “todo el mundo lo hace” son inaceptables. Que uno de los miembros de una comunidad académica incurra impunemente en una conducta impropia no justifica que los demás miembros lo hagan.

IV. Respeto.

Una comunidad académica debe promover el respeto entre los estudiantes, los profesores y el personal administrativo. Igualmente, debe promover el respeto por la erudición, la investigación, los procesos educativos y por su herencia intelectual.

En una comunidad académica, el respeto se define como el reconocimiento del valor de sus miembros en su carácter individual y colectivo. La comunidad académica debe reconocer que la naturaleza colectiva y participativa del proceso de enseñanza y aprendizaje, así como del trabajo colaborativo, depende del respeto mutuo. Respetar a las personas implica reconocer su valor y tratarlos como un fin en sí mismos, no meramente como un medio para lograr nuestros propios fines. El respeto es una virtud fundamental de las comunidades. Cuando no hay respeto, se trata a las personas como a objetos. La enseñanza eficaz reconoce la naturaleza colectiva y participativa del proceso de aprendizaje. Por tanto requiere respeto mutuo, como también lo exigen el trabajo colaborativo y colegial, cuyo valor en la academia es y ha sido siempre innegable.

El respeto por uno mismo presupone participación activa en los procesos de aprendizaje, enseñanza e investigación. Los estudiantes demuestran respeto hacia ellos mismos y hacia sus compañeros y profesores asistiendo a clases puntualmente, prestando atención, escuchando más que tratando de convencer a los demás de su punto de vista, preparándose y participando en clase, entregando los trabajos a tiempo y esforzándose por dar su máximo. Del mismo modo, demuestran respeto hacia los demás absteniéndose de hacer ataques personales, utilizando lenguaje ofensivo, intimidando, solicitando inmerecidamente que se reevalúen sus trabajos y evitando cualquier comportamiento que interrumpa o interfiera con la clase, las horas de oficina u otros modos de interacción entre profesores y estudiantes.

Los requisitos de respeto y civismo deben ser recíprocos y vincular a los profesores, al personal no docente, a los administradores y a los estudiantes. Los profesores demuestran respeto hacia sus estudiantes escuchando con seriedad sus ideas, respetando sus metas y aspiraciones y reconociéndolos como individuos.

Todos los miembros de la comunidad académica demuestran respeto hacia el trabajo de otros –sus ideas, palabras, descubrimientos, datos, investigaciones y obras de creación publicadas en cualquier formato impreso o digital como libros, revistas, enciclopedias, bases de datos, blogs o en discos, grabaciones, vídeos y conferencias– dándoles el debido crédito y citando correctamente las fuentes.

En estos ejemplos se puede ver la interdependencia de los valores que constituyen la integridad académica. Parte del respeto a los demás implica tratarlos con justicia y honestidad.

De este modo se crea un ambiente de confianza.

V. Responsabilidad.

Una comunidad académica debe mantener los más altos estándares de conducta en el aprendizaje, la enseñanza y la investigación exigiendo que todos sus miembros actúen responsablemente a fin de promover la integridad académica.

La integridad académica es responsabilidad de todos los miembros de una comunidad académica, que tienen la responsabilidad de actuar con integridad en todas las actividades que realizan así como de no quedarse de brazos cruzados ante una injusticia o una falta de honestidad. Esto implica superar las presiones, los conflictos de interés y la lealtad o la compasión mal entendidas.

La responsabilidad compartida confiere a todos el poder de efectuar cambios, de superar la apatía y de ayudar a todos los individuos que componen una comunidad académica a comprender su valor y su importancia en la colectividad a la que pertenecen.

Cuando se comparte la responsabilidad de mantener los estándares de integridad académica, uno de los asuntos más difíciles es cómo hacer frente a la deshonestidad de los demás. Si bien no debemos cometer actos deshonestos, tampoco podemos permitirles a otros que los cometan. La obligación de actuar a menudo entra en conflicto directo con la presión de grupo, el miedo, la lealtad y la compasión mal entendida. Nos sentimos presionados de no declarar en contra de un compañero; nos da miedo arruinar su educación, su reputación o su vida. Nos preocupa equivocarnos y acusar injustamente a un inocente o que tomen represalias contra nosotros si denunciamos un caso de deshonestidad.

Algunas instituciones no exigen que se actúe ante un caso de deshonestidad, otras permiten denuncias anónimas. Sin embargo, las denuncias anónimas no están exentas de controversia.

Para algunos, es una abdicación de la propia responsabilidad y puede implicar que el denunciante no está convencido. También puede minar el debido proceso pues no le permite al acusado la oportunidad de confrontar y presentar testigos.

Como mínimo, un sistema de integridad académica debe requerir a los individuos que asuman la responsabilidad de su propia honestidad y traten de evitar la mala conducta de otros. Esto puede ser tan simple como cubrir las respuestas durante una prueba. La responsabilidad máxima es informar cualquier acto de deshonestidad e informar cualquier transgresión en la que uno sea o no un participante intencional. Solo así estamos dispuestos a asumir plena responsabilidad de nuestra participación en la comunidad académica.

Conclusión


Este llamado a la integridad académica adjudica una gran responsabilidad a todos los miembros de la comunidad académica. Es imperativo crear un equilibrio entre la norma y la compasión. Las instituciones académicas se dedican al aprendizaje, y debemos tratar de que, cuando ocurran violaciones a la integridad académica, todos aprendan de la experiencia.

Como miembros de comunidades académicas, podemos desempeñar un papel importante en la solución a la "crisis de integridad" en que se encuentra nuestra sociedad. Las instituciones y los individuos pueden iniciar y mantener un diálogo permanente sobre estos temas y actuar de maneras que apoyen los valores y principios expuestos anteriormente.

Agradecimientos.

Un documento sobre la integridad académica no estaría completo ni sería coherente, si no se reconocen sus fuentes. Lo hacemos, no solo por honestidad, sino también por un profundo sentido de gratitud a todos los que han brindado de su tiempo, esfuerzo y conocimientos para avanzar en este proyecto.

Las siguientes personas participaron en la planificación y preparación de los primeros bosquejos de este documento: Sally Cole, Center for Academic Integrity; Mary Olson, Oakton community College; Patrick Drinan, University of San Diego; Julian Harris, Duke University; James Lancaster, University of North Carolina, Greensboro; Donald L. McCabe, Rutgers University; James Larimore, Standford University; John Margolis, Northwestern University; y Elizabeth Kiss, Duke University.

Los comentarios escritos al bosquejo de octubre de 1997 fueron presentados por: Bill Taylor, Oakton Community College; Mark A. Hyatt, U.S. Air Force Academy; Sally Kuhlenschmidt, Western Kentucky University; Beverly Foster, University of North Carolina, Chapel Hill; Bruce Johnston, Lyon College; R. Michael Hainess, Keene State College; y Patricia Bass, Rice University.

Jeanne M. Wilson, de University of California, Davis, preparó el bosquejo de febrero 1998.

Los comentarios escritos al bosquejo de febrero de 1998 fueron presentados por Lawrence M. Hinman, Universidad de San Diego. Los participantes de un taller de dos días sobre integridad académica en San Diego aportaron comentarios orales. Lawrence M. Hinman, University of San diego preparó el bosquejo de mayo de 1998.

Además de las ideas de las personas mencionadas anteriormente, el presente documento se basa en la labor realizada sobre la integridad académica por la directiva y consejos de diferentes universidades y en las discusiones sobre integridad académica que surgieron de esos grupos.

Traducido al español en el Programa Graduado de Traducción de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras.

© Publicado el Martes 20/03/2012 por el Centro para la Integridad Académica de http://www.eafit.edu.co, modificado por Luis Alejandro Cardenas Franco.                           





El Espíritu de Cuerpo sobre el Espíritu de las Leyes... De Alguna Manera...


El tribunal que juzga a Campagnoli protegió a su presidente...


El juicio iniciado contra el Fiscal Campagnoli será anulado o caducará como consecuencia de dos circunstancias:

El Primero, la imposibilidad de reemplazar a una integrante del tribunal, la renunciante Dra. Martínez Córdoba. Ello, en tanto que su suplente no había concurrido a las audiencias por no haber sido convocado por el Presidente del Tribunal, el Dr. Daniel Adler. Es decir que, en caso de asumir, debería emitir su voto sin la percepción directa de las declaraciones de testigos que exige el sistema de juicio oral.

El Segundo incumplimiento, que se deriva del primero, es que, como consecuencia del pedido de licencia y posterior renuncia de la mencionada integrante del tribunal, el período de audiencias excedió su tope legal de diez días.

En este contexto,  y a raíz de una denuncia, el tribunal que juzga a Campagnoli analizó la actuación de su Presidente, el Dr. Daniel Adler, entendiendo que el nombrado no había incurrido en “inconducta grave”. El argumento: las normas sólo obligan expresamente a convocar a los jueces suplentes a las audiencias, para aquellos casos excepcionales  en que las mismas se planifiquen por períodos mayores a diez días

Conclusión del Tribunal: el Dr. Adler no estaba obligado a convocar suplentes, en este caso, porque el período de audiencias no excedía el mencionado tope legal.

Ahora bien, si convocar al suplente era la única manera de proteger al juicio de una nulidad o de una caducidad, la inexistencia de norma expresa que obligue a dicha convocatoria no es excusa para que la misma no se haga. No sólo porque dicha convocatoria no está prohibida, sino porque, sin ella, la continuidad del proceso queda a merced de la renuncia de cualquier integrante del Tribunal.

En definitiva, y sin perjuicio de que el juzgamiento de Campagnoli es la mera consecuencia de una persecución política, la deslucida actuación del Presidente del Tribunal para llevar adelante la causa nos pone en la siguiente disyuntiva: la ciudadanía nunca conocerá una sentencia justa que despeje o con firme las sospechas sembradas contra Campagnoli, o bien habrá un nuevo juicio que desemboque en una sentencia, vulnerándose el derecho del Fiscal a no ser juzgado dos veces por un mismo hecho, mientras se le impide, consecuentemente, el ejercicio de sus funciones por un plazo mayor al previsto.

A falta de norma expresa, es evidente que prevaleció el espíritu de cuerpo por sobre el espíritu de las leyes.  Resolución TE SF 16/14 – Acá puede verse el texto completo de la resolución del Tribunal.

© Escrito por José Lucas Magioncalda y publicado por Tribuna de Periodistas el Sábado 12/07/2014.


sábado, 19 de julio de 2014

Reportaje al Doctor Luis Fondebrider... De Alguna Manera...


“Nuestra tarea es reconstruir la vida de una persona”…

Experiencia. “Debemos desentrañar la ‘logia’ que existía para hacer desaparecer a las personas. De esta manera podemos trazar hipótesis acerca de quién o quiénes pueden estar en una sepultura determinada”. Foto: Enrique Abbate

A treinta años de su fundación, el presidente del Equipo Argentino de Antropología Forense destacó la recuperación de 1.200 cuerpos y la identificación de 620 desaparecidos durante la dictadura militar. Su legado en América Latina, Africa y Europa del Este. El trabajo con las víctimas de los narcotraficantes en México.

Aquellos primeros meses de la democracia recuperada son inolvidables. Y uno de los hechos relevantes fue, en mayo de 1984, la formación del Equipo Argentino de Antropología Forense, que hoy recorre el mundo con las más altas muestras de estima y respeto.

—En aquel momento –recuerda el doctor Luis Fondebrider– nos convocó el doctor Clyde Snow (famoso antropólogo recientemente fallecido) para las exhumaciones que se iban a realizar en el Gran Buenos Aires, particularmente en la zona de San Isidro.

Clyde Snow llegaba a la Argentina precedido por la fama mundial que rodeaba las identificaciones de restos famosos, como en el caso del conocido nazi Mengele.

—Snow había sido convocado por la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep) y por las Abuelas de Plaza de Mayo –explica Fondebrider–. En un principio el doctor Snow pide ayuda al Colegio de Graduados en Antropología y, al advertir una respuesta poco clara, decide formar un equipo de gente joven. En aquel momento el traductor de la delegación, un colaborador de Abuelas, le advierte que tiene un grupo de amigos que están terminando la carrera de Antropología. Cuando nos avisan que “hay un gringo que quiere hacer exhumaciones” varios nos acercamos a Snow. Queríamos que se realizaran exhumaciones bien hechas y, después de conversar con él, le pedimos un día para pensarlo. Finalmente nos sumamos al trabajo y al día siguiente fuimos con él a un cementerio de San Isidro. Allí nos inquietó observar que había mucha policía, presencia de varios jueces, forenses y familiares, pero Snow fue terminante: “No se preocupen –nos dijo–, yo estoy a cargo…”. Y de este modo, bajo su dirección, realizamos la primera exhumación científica en Argentina.

—¿Hay muchos equipos en el mundo que realizan la tarea que cumplen ustedes hoy?
—Hay equipos que están trabajando en sus propios países. Por ejemplo, en Guatemala, la Fundación de Antropología Forense guatemalteca que, en 1992, nosotros ayudamos a crear y a entrenarse. Luego, en años posteriores, se creó el equipo de Perú. También una organización en Bosnia, en los Balcanes. Hay un equipo en Estados Unidos, pero somos los más antiguos en habernos dedicado totalmente al área de investigación en este tipo de casos de violencia política, étnica y religiosa y violaciones a los derechos humanos.

—¿En este momento ustedes están trabajando también en México?
—Sí, allí empezamos en 2004 en Ciudad Juárez y Chihuahua donde, desde 1993, cientos de mujeres no identificadas han sido asesinadas. Hemos logrado identificar a 33 mujeres y también hemos comenzado a trabajar en un proyecto muy grande, el Proyecto Frontera, sobre migrantes desaparecidos. Este proyecto se relaciona con la identificación de cuerpos de ciudadanos mexicanos o centroamericanos que, en su camino hacia los Estados Unidos, han desaparecido o han sido asesinados. En este caso sus cuerpos quedan en México o en las morgues de Estados Unidos, fundamentalmente en los estados de Texas y Arizona, y tratamos de armar una red gubernamental y no gubernamental con los familiares para poder devolverles los cuerpos una vez identificados.

—¿Las causas de estas muertes han quedado establecidas?
—En muchos casos la causa de muerte permanece indeterminada. Trabajamos con patólogos forenses a los que hemos invitado a colaborar con el equipo y revisamos la causa de muerte.

—Cuando hablábamos recién de los grupos de antropólogos que funcionan en el mundo pensamos que son desprendimientos del equipo de ustedes, ¿no es cierto?
—De alguna manera, junto al doctor Snow, nosotros visitamos esos países donde científicos jóvenes, al igual que lo ocurrido con nosotros, buscaban hacer algo por su país. Sí, es verdad: junto con ellos hemos dado el puntapié inicial. También en Chipre, donde estamos trabajando desde hace varios años, y en Sudáfrica, donde entrenamos a un grupo de jóvenes locales. Lo ideal es que no exista una dependencia con nosotros sino que se logre crear una cooperación con capacidad local que luego pueda seguir trabajando por su cuenta sin depender de una organización. Estimulamos los desarrollos locales.

—Sin duda el trabajo de un antropólogo forense requiere mucha paciencia. Tenemos entendido que para identificar un cuerpo los tiempos son largos.
—Sí, hay casos en Argentina que han requerido veinte o veinticinco años para ser identificados. Y esto tiene que ver con que, por un lado, lo que encontramos son huesos y no cadáveres. Es decir que no hay huellas dactilares. No hay una cara para reconocer. Encontramos entonces señales mucho más específicas en los huesos. Por ejemplo, una enfermedad o alguna fractura. También en los dientes y, últimamente, en la genética. Pero al mismo tiempo esto implica entender cómo desaparece una persona. Lo que significa para nosotros, en el caso de Argentina, reconstruir cómo funcionaba el Estado en los años 70; qué área de las Fuerzas Armadas hacía tal o cual cosa; qué área de la policía. También cómo se dividió el país, y esto porque debemos desentrañar la “logia” que existía para hacer desaparecer a las personas. De esta manera podemos trazar hipótesis acerca de quién o quiénes pueden estar en una sepultura determinada.

—En estos casos, ¿cómo es el camino a seguir?
—Es rastrear lo que ha dejado el Estado. Por ejemplo, una huella dactilar en un expediente judicial, un libro de ingreso de cadáveres en el cementerio, certificados de defunción. Es decir que, al igual que en la Alemania nazi, cuando llegaba un tren a un campo de exterminio había un señor, un burócrata, que tomaba nota de cuántas personas había en cada vagón. Aquí sucedía algo parecido: también había un funcionario que tomaba nota de los cuerpos que aparecían en la calle o cuándo ingresaban en un cementerio. Es decir, mientras una parte del Estado mataba casi clandestinamente, otra parte del Estado, oficial, procesaba esas muertes. Esta documentación es la que permite, en Argentina y también en otros países, seguir la línea de lo que sucede desde el momento en que desaparece una persona hasta que encontramos sus restos en una sepultura.

—Ustedes también intervinieron en los casos de la gente que fue arrojada al Río de la Plata desde aviones militares. Recuerdo, por ejemplo, en el caso de las monjas francesas, que una de ellas fue encontrada en las orillas del Río de la Plata.
—Entre 1976 y 1978 aparecieron en las costas uruguayas y argentinas alrededor de setenta cuerpos de personas que, se presume, fueron arrojadas desde helicópteros o aviones en el Río de la Plata y luego, transportadas por las mareas, llegaron a la orilla del lado argentino. De esos cuerpos se sacaron fotos, muchas veces huellas dactilares y, en el caso de Uruguay, fueron enterrados en los cementerios de Colonia, Rocha, en diferentes lugares. Y, en el caso argentino, en todo el Municipio de la Costa. Se recuperaron, en algunos cementerios, alrededor de 25 cuerpos de los cuales cinco correspondían a personas que fueron vistas secuestradas en la ESMA. Por ejemplo, el caso de Léonie Duquet, una de las religiosas francesas, y cuatro miembros de las fundadoras de Madres de Plaza de Mayo. A estas últimas pudimos recuperarlas, en el año 2005, en un cementerio de General Lavalle. Fue posible identificarlas, restituir los restos a sus familiares y aportar evidencia científica en los procesos judiciales que se siguen realizando contra los responsables.

—Incluso, entre estos casos, recuerdo el de un chico: Floreal Avellaneda.
—Sí, el caso de Floreal, un chico muy jovencito, no fue parte de nuestro trabajo pero el cuerpo de ese chico asesinado fue encontrado en su momento en el Río de la Plata.

—Volviendo a la creación del Equipo Argentino de Antropología, es importante recordar que, cuando se fundó, ustedes eran tan jóvenes que incluso algunos no habían terminado la carrera. Les faltaban una o dos materias para recibirse, ¿no?
—En 1984 yo era estudiante de primer año en la facultad, pero mis compañeros iniciales estaban más avanzados. Hice la excavación inicial con el doctor Snow y con la presencia de Hernán Vidal, un compañero que ya era arqueólogo recibido. Básicamente se puede decir que durante los tres primeros años Snow estuvo con nosotros en la Argentina, manifestando así una enorme generosidad, casi sin recibir un salario específico y, reitero, fue la persona que nos formó y nos entrenó en algo que, más allá del estudio específico de un esqueleto, nos enseñó que el científico tiene una responsabilidad social y debe contar con una visión mucho más amplia que va más allá del cuerpo. Tiene que saber interpretar y buscar los datos, los documentos que ha dejado el Estado, y unir todo eso en una investigación.

—Sí, lo que vos mencionabas recién: a veces una huella dactilar es todo un camino. ¿En qué archivos encontraron datos importantes?
—Por ejemplo, en el caso de las Madres que aparecieron en el Río de la Plata, había varios expedientes correspondientes al momento en el que levantan esos cuerpos en diciembre de 1977. Venían de la ESMA y quedaron en esa zona de la costa. Había un expediente policial normal, sacaron fotos de los cuerpos. También encontramos una autopsia y una huella en mal estado de una de esas personas. Años después, lo que hicimos fue, con autorización judicial, pedirle al Registro Nacional de las Personas todas las huellas dactilares de las personas desaparecidas y las comparamos con todos los cuerpos. Por ejemplo, esto era el indicio de que esa persona que había sido secuestrada en el grupo de la iglesia de la Santa Cruz no era otra persona. Este es el tipo de datos que nos permiten acotar la búsqueda y comparar un cuerpo con todos los desaparecidos de la Argentina.

—Una tarea de una dedicación y una paciencia impresionantes. Por eso, a veces, ha llevado años.
—Sí, lleva años porque no es fácil encontrar los documentos. Argentina y otros países no han tenido una política de preservar archivos, a veces estos están en malas condiciones y también, cuando comenzaron los juicios en 1985, los expedientes se leían con unas urgencias propias de esos momentos: había que probar uno o varios casos. Con el paso del tiempo nosotros hemos armado una base de datos con elementos informáticos y un poco más de paciencia, que implica una visión más amplia de lo que es un rompecabezas. A veces esto nos ha permitido unir un dato, que aparecía en el medio de miles de otros datos, y darle una continuidad hasta llegar a una sepultura específica. Como recordaba recién, en abril de 1985 comienzan los juicios a las tres primeras juntas de la dictadura militar. Snow declara en ese mes de abril acerca de dos casos en los que trabajamos con él. Uno, en Mar del Plata. El caso de Liliana Pereyra, que estaba embarazada. Luego, su madre recuperó aquel bebé. El testimonio del doctor Snow marcó una bisagra en el sentido de que se estaban aportando elementos más allá de los testimonios y de los escritos. Hablamos de una evidencia concreta de algo que las Fuerzas Armadas sostenían que había sido un enfrentamiento cuando, en realidad, se trataba de una persona que había sido ejecutada a sangre fría. Esto permitió el análisis científico que hizo Snow y que describió en el juicio.

—¿Cuánta gente hay hoy en el Equipo Argentino?
—En este momento, contando todas las oficinas, somos cincuenta personas y, en Argentina, alrededor de treinta básicamente en Buenos Aires, en Córdoba y en Rosario, donde tenemos otras dos oficinas que nos permiten cubrir toda la demanda argentina y también algunos trabajos fuera del país.

—De los antropólogos fundadores, ¿quiénes han quedado trabajando?
—Quedamos Mercedes Doretti, Patricia Bernardi y yo, pero muy rápidamente se fue incorporando otra gente, y quizás el cambio más grande fue cuando, hace 12 o 13 años, comenzó a trabajar con nosotros una camada de unos 15 jóvenes que son un poco la cadena de transmisión y de recambio que tiene el equipo. Hoy son científicos con una experiencia interesante, y siguen trabajando con nosotros.

—¿Son egresados de la UBA?
—Sí, y también de La Plata, adonde íbamos a dar charlas que hicieron que se acercaran a nosotros. En su momento entraron como voluntarios y se fueron incorporando al equipo en diferentes tareas. Esto trajo un impulso muy fuerte a nuestro trabajo, y yo diría que los que vamos poniéndonos más grandes debemos pasar nuestra experiencia a los jóvenes y, a la vez, también aprender de ellos. Hoy día son una parte vital del equipo.

—Bueno, ustedes eran muy jóvenes pero hoy siguen siendo jóvenes. Lo notable es que tienen una vida en contacto permanente con la muerte. Algo muy impresionante. Debe ser un tema difícil de aceptar.
—Muchas veces decimos también que el trabajo tiene más que ver con la vida que con la muerte, porque si bien trabajamos en sepulturas y con cuerpos, desde el principio, muy intuitivamente y sin planificarlo, nos pareció que esto se hacía con los familiares y no solamente “para” los familiares que nos visitan constantemente. Tenemos contacto con ellos. Hay gente que fue militante en aquellos años y nos aporta información, y creo que lo que parece algo muy relacionado con la muerte termina siendo otra cosa: nuestra tarea es reconstruir la vida de una persona. Son microhistorias de todos aquellos a quienes hemos podido identificar, y esa persona a la que se le quiso quitar la identidad ahora, a través de nuestro trabajo, ha quedado reinsertada en la sociedad sabiendo quién era, cuáles fueron sus planes y sus sueños, quiénes formaron su familia. Es una manera de arrancar a esa persona de una sepultura y volver a ubicarla en la sociedad. Es una acción micro, muy chiquitita, la que hacemos, pero creo que justamente eso permite que el trabajo también sea muy cercano a la vida o que para nosotros esté muy relacionado con ella.

—Además, en el mundo han surgido nuevas víctimas y nuevos victimarios. Me refiero, por ejemplo, al tema del narcotráfico.
—Sí, también nos enfrentamos con eso. Es la tarea que estamos haciendo en México, con problemáticas a las que no estábamos acostumbrados, y a partir de 2003, con el trabajo en Ciudad Juárez, nos dimos cuenta de que era otra forma de matar; otra forma de eliminar a las personas y en un contexto de seguridad mucho más complejo. Hay complicidad del Estado y familiares que esperaban a sus hijos vivos. Esto implicó una forma de aprendizaje y metodología totalmente diferentes, y también significó que, sin haberlo deseado, nos convirtiéramos en una referencia para los familiares no sólo en México sino en otros países de Centroamérica que sufren este drama de las migraciones que hoy es universal. Gente desplazada que pierde a sus familiares, desaparece y muere. Pero, volviendo a la Argentina, en estos treinta años hemos recuperado unos 1.200 cuerpos, de los cuales 620 ya han sido identificados.

El tema es tan profundo y doloroso como la historia de la humanidad. Esperemos que las sociedades actuales sepan valorar y atesorar la experiencia a la que este Equipo Argentino ha dedicado los últimos treinta años.

© Escrito por Magdalena Ruíz Guiñazú y publicado el Domingo 06/07/2014 por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.