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martes, 9 de octubre de 2012

Dilema venezolano… De Alguna Manera...


Dilema venezolano…

Henrique Capriles y Hugo Chávez.

Un momento crucial. El nuevo siglo marcó el inicio de cambios mayores en los procesos democráticos sudamericanos.

Las transiciones que comenzaron en la década del ochenta estabilizaron la democracia en nuestra subregión. El fantasma de los golpes comenzó a desvanecerse y nuestras sociedades, poco a poco, reemplazaron el temor del pasado por la insatisfacción del presente.

La democracia echó raíces pero sus resultados sobre las condiciones de vida fueron magros. Se recuperaba la libertad pero, con excepción de Brasil y Chile, el bienestar seguía siendo una promesa incumplida. Venezuela, que venía de un proceso democrático más prolongado –el fin de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez  fue en 1958– no escapó a la regla. Los partidos políticos que gobernaron hasta el final del siglo fueron poco a poco construyendo un universo separado y ajeno a la sociedad. Acción Democrática –socialdemócrata– y Copei –socialcristiano– monopolizaron la política por cuarenta años. Su encierro creó una dirigencia política preparada para las astucias de las luchas internas, pero incapaz de entender lo que pasaba en su país (fenómeno que, como usted conoce lector, no es exclusivamente venezolano).

En Sudamérica, los primeros veinte años de democracia mantuvieron niveles de indigencia (insuficientes calorías para alimentarse, el hambre), pobreza y concentración del ingreso que tarde o temprano provocarían la ruptura entre los partidos tradicionales y las mayorías sociales. Por cierto, superar la herencia de las dictaduras –la deuda externa y el nefasto papel de la doctrina de seguridad regional– fue un desafío mayor.

En Venezuela, a pesar de la enorme riqueza generada por el fuerte incremento del precio del barril desde los setenta, en 1999, cuando Hugo Chávez llegaba al poder, la mitad de los venezolanos eran pobres y más de un quinto pasaba hambre.

Lógicamente, ante los magros resultados, las mayorías sociales sudamericanas decidieron optar por nuevos caminos, llevando –excepto en Chile y Colombia– al surgimiento de nuevos movimientos políticos y nuevas experiencias de gobierno.

Reforzados por un período de bonanza económica, en gran parte gracias al alza de los precios internacionales de sus productos de exportación, los rasgos comunes en varios países de la región no son menores: gobiernos electos y reelectos, una política exterior de marcado nacionalismo con la búsqueda de acuerdos políticos subregionales y, en ocasiones, de confrontación con Estados Unidos, disminución de la indigencia y la pobreza, algún logro –escaso– en la distribución de la riqueza y, en alguno de ellos, evidente degradación de la estructura republicana.

Venezuela es el caso más controvertido, discutido con pasión y con la exhibición cruda de intereses. El resultado que comenzaremos a conocer esta noche no será sólo una cuestión local. Por el peso simbólico de Chávez y por su activa política exterior, probablemente marque la continuidad o la pérdida de fuerza de este ciclo de las democracias sudamericanas.

Si el presidente Chávez no fuera reelecto, el país volverá a ser conducido por una derecha que, más allá de su furor antichavista, tiene poco en común y cuyo programa de gobierno es, por usar un adjetivo, genérico.

Ex miembro de Copei, el candidato opositor, Henrique Capriles, viene de la centroderecha socialcristiana. Se describe a sí mismo como “un ferviente católico”, lo cual es religiosamente respetable, pero Dios sabe qué quiere decir cuando se convierte en una declaración política. Capriles es el candidato de la Mesa de Unidad Democrática, compuesta por treinta partidos. Una victoria de esta coalición plantearía un serio desafío a la capacidad de gobernar. Derrotado Chávez, no resulta claro qué uniría a estas treinta formaciones que recorren casi todo el arco ideológico.

En cambio, la continuidad de Chávez reforzaría a las experiencias sudamericanas surgidas a principio de siglo. Otra vez, la sociedad habría dado su apoyo a la política no convencional y Chávez continuaría conduciendo el Estado como lo hace desde 1999. A diferencia de Capriles, cuyo programa se agotaría el mismo día de la victoria (“vencer a Chávez”), la política del actual presidente es probable que encuentre sus límites curiosamente en lo que constituye su fuerza. ¿Cuánto tiempo puede resistir una política “redistribucionista” que no esté acompañada de reformas estructurales en la economía?

Chávez gobierna desde 1999 porque un amplio sector sintió la diferencia en su vida cotidiana. En estos 14 años, la pobreza cayó del 50% al 28% y la indigencia del 22% al 10%. El porcentaje de población con educación primaria completa pasó de 81% a 94% y la mortalidad infantil cada mil nacimientos bajó de 20 a 13.

Sin embargo, no parecen haber sido creadas las bases sustentables para este cambio. Por cierto, éste no es un dilema exclusivo de Venezuela.

Chávez no ha logrado romper con la dependencia de la economía venezolana con el petróleo, que sigue representando 90% de las exportaciones, a pesar de la riqueza generada en la última década, con un crecimiento promedio del precio del barril de más de 5,1% por año. La economía sólo creció en promedio 2,8%, con altibajos muy pronunciados. La inflación de 28% de 2011 fue de las más altas del mundo. En comparación con la deuda externa, las reservas internacionales han caído fuertemente desde 2006 de 83,9% a 53,4% en 2011. Adicionalmente, la inseguridad ha aumentado desde 1999. La actual tasa de homicidios es de 50 cada 100.000 habitantes, la tercera del mundo. Esta no es sólo una medición de inseguridad. Es también una evaluación más amplia de la capacidad del Estado para asegurar la vida y los bienes de los individuos.

Si Chávez pierde hoy, se iniciará un tiempo, por lo menos, confuso. Estados Unidos expresará su satisfacción y Sudamérica sentirá un impacto que puede afectar este ciclo de nuevas búsquedas de desarrollo político inaugurado con el siglo. Si Chávez gana, se habrá demostrado que mantiene el apoyo de la mayoría social. En cambio, el presidente reelecto deberá enfrentarse a sí mismo para asegurar un bienestar sin pies de barro.

© Escrito por Dante Caputo y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el sábado 6 de Octubre de 2012.


martes, 3 de julio de 2012

Empatías... De Alguna Manera...

Expresión y contenido...

¿En qué se diferencian las crisis económicas y políticas en los países europeos (no quiero decir “civilizados”, no quiero decir “centrales”) de las crisis económicas y políticas en países como los nuestros (no quiero decir “bárbaros”, no quiero decir “periféricos”)?

No es un asunto de contenidos (porque la política europea es tan vacua como la nuestra, porque el capitalismo es más o menos igual en todas partes) sino más bien de expresión. Nuestras crisis son, como en la tragedia griega, muy expresivas: paros nacionales, plazas tomadas, gendarmes muertos, amenazas, suspensión de países en los foros internacionales, más amenazas, ropas desgarradas, griterío, llantos, promesas (incumplidas), acusaciones cruzadas, llamamientos.

En Europa, en cambio, todo marcha hacia la ruina elegantemente. Hemos visto a los villeros de Toulouse (Tolosa) acampando a la vera del Garonne en número alarmante. Pero a ellos no se les ocurre cortar una rue o una autopista (autoroute) en demanda de vivienda o trabajo: están simplemente allí, como están los heroinómanos en las plazas con sus perros (porque, de ese modo, al declararse a cargo de un ser vivo no pueden ser encarcelados).

Estuvieron, por cierto, los “indignados”, que el verano pasado tomaron las plazas españolas, pero parece que este año han decidido descansar como Dios manda.

No es raro, pienso, que los movimientos insurreccionales (Comité Invisible, Tiqqun) tomen como referencia a la Argentina (¡2001!) en términos de gestión de la crisis.

No es necesariamente porque nosotros seamos capaces de resolverla de mejor manera (en todo caso, todo sucede en nuestro costado del Atlántico de una manera operística, energúmena), sino de una forma más espectacular.

Aquí la gente de bien festeja sus triunfos en el rugby, aplaude a las fuerzas de seguridad cuando hacen un numerito recreativo en alguna plaza, cena antes de que caiga el sol, escucha las noticias, dice “qué barbaridad”, sigue la météo y se va a dormir temprano.

Jamás (jamais!) un disturbio urbano, un diario que no llega a destino, una avalancha trotskista o maoísta tomando el espacio público. Por cierto, esto es la provincia, pero sabemos que entre nosotros también las ciudades y los pueblos del interior se movilizan, piden justicia, claman por sus muertos, gritan, lloran, roban cámara.

Es como si Europa se negara a reconocer que todo lo que sucede importa en términos de cuadro, foco, registro, expresión y testimonio.

Por eso, finalmente, es lógico que nos reconozcamos empáticamente en los griegos, en primer término, en los italianos, en segundo lugar, y que nos deje helada la confianza ciega de los franceses y los alemanes en sus gobernantes: ¿No saben que esa gente está dispuesta a hacer lo peor por ellos? ¿O será que, tal vez, tienen un arma que nosotros desconocemos y que los políticos temen incluso más que a las crisis del capitalismo?

Me niego a creer que haya en Europa algún secreto “ciudadano” que desconocemos. Más bien tiendo a temer por los europeos, que pronto estarán con nosotros, o peor, y no sabrán qué hacer con su profunda angustia.


© Escrito por Daniel Link y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el viernes 29 de Junio de 2012.

miércoles, 4 de abril de 2012

Eduardo Luis Duhalde... De Alguna Manera...

Muere Eduardo Luis Duhalde, secretario de Derechos Humanos de Argentina...

 Duhalde con la presidenta de Madres de Plaza de Mayo en 2006. Foto: Marcos Brindicci (Cordon Press)

Diseñó la estrategia judicial para volver a encarcelar a la cúpula del régimen militar.

Si hay una política por la que los Kirchner han recibido elogios de propios y extraños es la de búsqueda de justicia por los crímenes cometidos en la última dictadura de Argentina (1976-1983). Y el brazo ejecutor de esa política fue el secretario de Derechos Humanos de los Gobiernos de Néstor Kirchner (2003-2007) y Cristina Fernández (desde 2007), Eduardo Luis Duhalde. Este porteño de 72 años murió ayer en su ciudad natal después de más de cuatro horas de una operación por un cuadro de aneurisma de aorta abdominal.

Eduardo Luis Duhalde se distinguió de sus antecesores en Derechos Humanos porque su gestión se comprometió de forma activa como querellante en las causas contra los responsables del terrorismo de Estado que asoló el país sudamericano. También se ocupó de dar ayuda e información a las organizaciones de derechos humanos que llevaban dos décadas pidiendo a los gobiernos democráticos que juzgaran a todos y cada uno de los criminales del régimen militar.

Duhalde, abogado graduado en la Universidad de Buenos Aires, se destacó a principios de los setenta por defender a militantes políticos y guerrilleros que se oponían a la dictadura que rigió entre 1966 y 1973, antes del regreso del peronismo al poder. Duhalde compartía bufete con Rodolfo Ortega Peña, quien fue asesinado por la Alianza Anticomunista Argentina (Triple A), fuerza parapolicial de los peronistas de derechas. Duhalde y Ortega Peña habían creado la revista militante Peronista para la Liberación, identificada con el ala izquierda del movimiento variopinto fundado por Juan Domingo Perón, pero también defendían a guerrilleros marxistas.

El fallecido secretario de Derechos Humanos siguió defendiendo a los perseguidos por la Triple A en el Gobierno de Isabel Perón (1974-1976), pero debió exiliarse tras el golpe de Estado del dictador Jorge Videla (1976-1981), que le incautó sus bienes y pidió su captura. Recaló en Madrid, donde su casa fue lugar de encuentro de muchos argentinos de distintas corrientes políticas que habían sufrido la persecución del régimen.

Una vez que regresó la democracia a Argentina (1983), Duhalde volvió a su país. Antes de desempeñarse durante casi nueve años como secretario de Derechos Humanos, había sido magistrado de Cámara de los Tribunales Orales en lo Criminal de Buenos Aires. También fue consultor en derechos humanos de la ONU, profesor de Derecho, Historia y Ciencia Política en diversas universidades e integró misiones de paz en África, El Salvador, Chiapas, Nicaragua, Perú y Colombia. Su libro El Estado terrorista argentino, escrito en 1984, es el más notorio de sus 24 títulos publicados. También dirigió el periódico Sur, que se editó entre 1989 y 1990, cuando el Gobierno del peronista Carlos Menem daba un giro al neoliberalismo e indultaba a los máximos responsables de la última dictadura. En esa función recibió en 1990 el Premio Internacional al Periodismo de la Asociación Pro-Derechos Humanos de España.

A las órdenes de Kirchner, Duhalde diseñó la estrategia judicial para volver a poner tras las rejas a la cúpula del régimen militar y a todos los mandos medios e inferiores del terrorismo de Estado. Fue ejecutor entonces de uno de los pilares de la gestión de los Kirchner, uno de los que les reportó el apoyo de buena parte del progresismo. Duhalde se ganó además el respeto de las diversas organizaciones de derechos humanos, pese a sus diferencias ideológicas. Hace solo una semana, Duhalde había participado de un acto público en solidaridad con el ex juez español Baltasar Garzón. En esa oportunidad, el entonces secretario había destacado la investigación de Garzón sobre los crímenes cometidos por la dictadura de Franco.

© Escrito por y publicado por el Diario El País de Madrid el martes 3 de Abril de 2012.