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lunes, 24 de marzo de 2014

Las agujas de tejer... De Alguna Manera...


Las agujas de tejer...


El absurdo es un medio eficaz para desnudar las falsedades o la prepotencia del poder político, al punto que el mejor periodismo debió incorporar la burla para atraer la atención. El llanto o la risa. El dolor de los que claman justicia por la impunidad o la burla de la realidad que se ríe de todos nosotros.

¿Por qué en nuestro país el disparate es el que desnuda al dislate? Es la pregunta que me hago desde el final de la década del noventa, cuando programas de apariencia periodística como Caiga quien caiga, con el absurdo, ponían en evidencia la mentira o el disparate político de los tiempos de Menem. Parodiaban la política, pero, también, al periodismo. Tal como sucedió con una reunión internacional de presidentes en Bariloche que terminó ridiculizada por Andy Kusnetzoff, quien en la entrevista con Fidel Castro, al lado de las sofisticadas cañas de sonido de los extranjeros, especialmente de los españoles que viajaban con Felipe González, arrimó un micrófono antiguo, casi una pieza de museo, colgado de un palo para secar el piso. Confieso que tuve sentimientos contradictorios. No supe si reírme o molestarme, como le sucedió a otros periodistas. Al final, el notero de CQC, con su burla, puso en ridículo lo que el resto nos tomábamos en serio, una cumbre de presidentes latinoamericanos dedicada a la educación en una provincia que por causa de las huelgas docentes había perdido el ciclo lectivo.

Tal vez fueron esos contrasentidos los que hicieron del absurdo un medio eficaz para desnudar las falsedades o la prepotencia del poder político, al punto que el mejor periodismo debió incorporar la burla para atraer la atención. El llanto o la risa. El dolor de los que claman justicia por la impunidad o la burla de la realidad que se ríe de todos nosotros.

En los finales de la dictadura, la Revista Humor perforó la mordaza de la censura y se convirtió en un emblema de periodismo, como el diario Página 12, que denunció los escándalos de corrupción del gobierno de Menem e hizo de sus titulares irónicos una marca de identidad periodística. El sarcasmo, la broma, la ironía desafiaron la censura y penetraron en esa realidad subterránea que, como consecuencia del autoritarismo, recorre nuestra historia. Tato Bores con sus monólogos atravesó décadas de generales en la presidencia, pero sus ironías sobreviven en la democracia con una vigencia perturbadora ya que delatan la continuidad de los vicios políticos y esa esquizofrenia entre la realidad que se oculta o niega y la ficción construida por la propaganda. Gran tiempo de simulación. Nada es lo que parece. Nunca como ahora se utilizaron tanto los dineros públicos para guionar una realidad, desde las cifras adulteradas de la inflación a las cámaras de la propaganda oficial.

La concepción de poder que confunde prensa con propaganda, Estado con gobierno, subestima la capacidad de discernimiento de la ciudadanía que es a quien deben servir los periodistas como empleados del público. No escribas del poder. El temor a perder sus empleos domesticó a muchos periodistas que, lejos de ser “los fiscales del poder y los abogados de la sociedad”, en la acertada definición de Albert Camus para la prensa, se convirtieron, también, en propagandistas del relato oficial. Pero la realidad negada o falsificada ya no admite maquillajes y la ironía de los relatos breves que son las anécdotas me sirven para ejemplificar situaciones sin caer en lo que padezco, el insulto de la descalificación personal.

Frente al contrasentido de los que invocan los derechos humanos pero ignoran los derechos de los otros o reducen la democracia al acto de votar, nada desnuda mejor esa concepción autoritaria que recordar la anécdota del último presidente de la dictadura de Brasil, João Figueiredo, el general que comandó la democratización y decía: “Mi compromiso es con la democracia, y al que se oponga, lo reviento”.

En la maratónica sesión del jefe de Gabinete frente al fárrago de cifras y exaltación de la recuperada Aerolíneas Argentina, ironicé sobre un episodio que me tuvo de testigo. Una azafata de la línea de bandera en un vuelo desde Brasil. El avión no terminaba de carretear, sacó sus agujas y se puso a tejer. Un hecho inaudito. Si las policías de todo el mundo nos someten a requisas minuciosas para evitar cualquier metal punzante, cómo es que una azafata tiene sus agujas de tejer.

¿Cuál es la función de una azafata? ¿Atender a los pasajeros o tejer en el vuelo? La anécdota sacó carcajadas en el recinto y le dio pretexto a la prensa oficialista para burlarse de mi insólita pregunta. Fue mi forma de protestar contra la verdadera burla que entraña la falsificación de las cifras, los balances que no admiten la luz pública del control porque el episodio de la azafata desnuda un hecho de fácil constatación, el clientelismo político del “Che, nombrame a la compañera” con el que se han llenado las empresas del Estado con jóvenes sin concursos de competencia ni entrenamiento como se supone debe tener una ayudante de a bordo. Sin embargo, escandaliza más que me ocupe de una Penélope de alto vuelo que de la incompleta rendición de cuentas a la que la Constitución manda al jefe de Gabinete. Sobre todo, la falta de respuestas a mi indagación en torno al dinero que sustenta semejante maquinaria de propaganda, la pauta oficial. Nada sabemos sobre los criterios con los que se distribuyen esos dineros, quiénes solicitan la pauta oficial o de qué forma se cumple con los fallos de la Corte Suprema de Justicia de la Nación que ordenó al Gobierno incluir en la distribución de la pauta oficial a la Editorial Perfil, que edita este diario. 

Sí sabemos cómo los medios adictos o las cámaras de la televisión pública hacen desaparecer simbólicamente a los opositores en la falsa creencia de que lo que no está en los medios no existe; matan nuestra reputación o nos ridiculizan como a mí por la anécdota de la azafata. Pero se ignora deliberadamente lo que ningún buen periodista debe hacer. Negar los hechos de la realidad. Si el reconocimiento de la inflación fue menos un acto de verdad que de necesidad, el tema de los derechos humanos, distorsionados por su utilización partidaria, fue el gran ausente en las rendición de cuentas del jefe de Gabinete ante el Senado. A lo largo de más de nueve horas, Capitanich nada dijo sobre lo que hasta la llegada del general Milani al “gobierno nacional y popular” había sido una bandera del gobierno, los derechos humanos. Un silencio que refuerza otro silencio elocuente sobre los violados derechos de hoy. El cada vez más difícil acceso a la información pública, fundamental para el debate democrático. O la sobrevivencia del espionaje militar, expresado en el Proyecto X de la Gendarmería, incompatible con un Estado de derecho.

Este 24 de marzo, una fecha que no debiera ser asociada a la festividad de los feriados, será el primer año de la democracia con un jefe del Ejército entrenado en el espionaje y sospechado de violaciones a los derechos humanos. 

Tal vez eso explique la urgencia del Gobierno para hacer de la ESMA un museo. Un proyecto de la Presidencia, la Secretaría de Derechos Humanos y la Universidad de San Martín rechazado por muchos organismos de derechos humanos, sobrevivientes y figuras como el Premio Nobel de la Paz, Pérez Esquivel, quienes integraban el Instituto Espacio de la Memoria, disuelto de un plumazo desde que inexplicablemente el gobierno de la Ciudad cedió a la Nación el edificio de la ESMA, que había recibido en 2004 cuando el Presidente Kirchner pidió perdón público en nombre de las Fuerzas Armadas. 

Hoy, parece que los que tenemos que disculparnos por no participar de la fiesta de la “resignificación” del terror, las murgas y los festivales somos los que venimos clamando para que no profanen la memoria de nuestros muertos, no bailen sobre las tumbas. Como ya me cuesta argumentar sobre lo que es obvio, el respeto, me restan las agujas de tejer.

© Escrito por Norma Morandini el Domingo 23/03/2014 y publicado por http://www.normamorandini.com.ar

domingo, 24 de noviembre de 2013

Ideas e Ideologías... De Alguna Manera...


“Hoy es más difícil asignarle una ideología a la clase media”...

AUTOR. Sebastián Carassai es sociólogo, doctor en Historia, docente e investigador del Conicet.

En su libro "Los años setenta de la gente común" el sociólogo Sebastián Carassai indaga cómo una gran parte de la población argentina vivió y naturalizó la violencia y el terror. En esta entrevista, también habla de actualidad y afirma que "el peronismo es una traba para cualquier gobierno no peronista".

¿Por qué la clase media hizo lo que hizo en los setenta? ¿Por qué reaccionó de manera diferente en el golpe del 55 al del 76? ¿Cómo vivió la violencia política? ¿Qué recuerda de aquélla época? "Buscaba memorias menos razonadas", dice el sociólogo Sebastián Carassai, que en su libro "Los años setenta de la gente común" (Siglo veintiuno) responde algunas de estas preguntas con un método poco ortodoxo. El suyo es un trabajo de rescate enfocado en un sujeto social, la clase media apolítica. 

Carassai avisa que a su libro hay que leerlo junto a otros, sugiere entre ellos La Voluntad, de Anguita y Caparrós, y Los combatientes, de Vera Carnovale. Es que él, a diferencia de los autores antes mencionados, recurre a una curiosa elección de entrevistados. Anónimos. Gente que no ocupó cargos relevantes, que no estuvo cerca del poder ni se volcó a la militancia política entre 1969 y 1982, tiempos de ascenso de la violencia y luego del terrorismo de estado. La mayoría silenciosa o silenciada, según se los mire, en ellos se enfoca Carassai. "Traté de despertar su memoria emotiva", dice acerca de esos testimonios, tomados en Buenos Aires, Correa (Santa Fe) y San Miguel de Tucumán. Largas entrevistas, que incluyeron el uso y análisis de material gráfico y audiovisual de consumo masivo en los setenta. 

Documentales, telenovelas, publicaciones, imágenes y audios que ellos pudieran haber visto en aquél momento y que, de algún modo, eran la explicitación de la naturalización de la violencia. De la revista Humor a Tato Bores, de Rolando Rivas taxista a la revista Gente. Testimonios de la vida cotidiana en un tiempo en el que hasta la publicidad "usaba las armas" para seducir a los consumidores.

-En la tapa del libro compiten dos títulos, el de la imagen y el del libro, si los juntamos el mensaje es que la gente común no va a la izquierda.

El aviso (Austral Ala-ver imagen) es muy elocuente, y por eso la editorial lo eligió como tapa del libro, forma parte de un capítulo en el que yo trabajo la publicidad de la época: reiteradas menciones, jocosas, lúdicas, a la violencia. Allí analizo hasta qué punto las metáforas de la violencia y el uso de armas fueron concebidos por la publicidad como vehículos para seducir consumidores.

-Hay un capitulo central del libro, habla de la memoria del propio rol durante el terrorismo de estado.

Todo el libro habla de cómo se percibían ellos. Pero en ese capítulo, encontré cierto patrón que se fue reiterando. Hay cierta dificultad en la gente que fue adulta en esa época para hablar en nombre propio, para hacer frente a las actitudes que tuvo. No es una reacción consciente. Los entrevistados pueden decir "yo quemé libros", pero a la hora de reconocer un apoyo a la dictadura no dicen "yo". Apelan a una voz más indefinida. Si bien el objetivo del libro no es buscar culpables sino comprender porque la sociedad actuó como actuó y por qué recuerda lo que recuerda, allí es cuando más se acerca en este cambio de registro de personal a impersonal, puede hallarse una pista de cierta culpa por no haber hecho nada.

-Analiza el rol de la clase media en los golpes del 55 y del 76, muy activa en el primero y pasiva en el último. ¿Qué más surge a partir de esa comparación?

Las reacciones fueron diferentes, sí. Las plazas desbordantes y la celebración masiva que significó el golpe del 55, contrasta con ese paisaje desértico que ofreció al golpe del 76. Y explica, de alguna manera, la actitud previa a ambos golpes. La celebración daba cuenta de que esos sectores sociales de clase media no peronista habían tenido una posición de resistencia anterior. Esa clase media antiperonista se había sentido resistiendo al "régimen del tirano", y por eso festejó. Ahora, la imagen de indiferencia ante el golpe del 24 de marzo de 1976, algo que estos sectores consideraban inevitable, da cuenta de una actitud de resignación. En marzo del 73 cuando el peronismo vuelve a triunfar de manera masiva, lo sectores de la clase media no peronista sintieron resignación. Dijeron, este país está condenado a gobiernos peronistas o como sucedió luego en el 76 a gobiernos militares que se opongan de manera feroz a gobiernos peronistas.

-¿Esa resignación se vuelve irreversible?

No. Yo introduzco ese concepto para tratar de explicar la actitud de estos sectores frente al 24 de marzo. Pero esa resignación no será definitiva. El triunfo de Alfonsín en 1983 es una prueba de que las clases medias no peronistas lograron ganar una elección limpia después de décadas.

-¿Son desde entonces sectores políticamente volátiles?

Son más volátiles que la clase obrera, pero no tanto como quizás se crea. Hay cierta coherencia en el modo en el que piensa la política ese sector social, y esa coherencia se mantiene al menos desde el principio de la década del 70 hasta el 83, cuando estos sectores medios llegan al gobierno, digámoslo así, bastante fieles a su ideología. Llegan como un sector no peronista, y en alianza con sectores de centro y de centroderecha.

-Cuando hablamos de clase media en la Argentina no podemos dejar de lado rol de la universidad, como herramienta de ascenso, allí mismo había disputas sobre si politizar o no la universidad...

Durante los años peronistas ser universitario era casi sinónimo de ser antiperonista. Tras el golpe del 55 se abre una discusión que va a llevar a ciertos sectores de esa universidad formada en el antiperonismo a repensar qué había sido el antiperonismo. Allí hay varios grupos interesantes, como Contorno, de los hermanos Viñas, en el que participaron Rozitchner y Sebreli, entre otros. Ese grupo distingue por un lado al peronismo como experiencia popular de la clase trabajadora y por otro ataca los rasgos autoritarios o demagógicos del propio Perón. En el 55 se inicia esa revisión, que va a llevar a lo que algunos autores llaman conciencia culpable de una clase media que no pudo comprender el fenómeno peronista.

-Hay una creencia generalizada: la clase media, por definición, aunque cada vez menos, ha sido antiperonista.

El comienzo del peronismo involucra a sectores medios, sobre todo en el interior, en las provincias. Y en los 70 también hay clase media peronista. Pero coincido, las grandes mayorías de la clase media son antiperonistas hasta el golpe del 55 y no peronistas, con matices, en los 70. Eso explica que en el 73 Perón se haga de unos cuantos votos de la clase media.

A ese Perón lo votan incluso los conservadores, frente a la creciente influencia de la izquierda...

Influye el conservadurismo, pero hay un componente, cierta clase media creía que el lío que había dentro del peronismo sólo era solucionable por el hombre que de alguna manera había propiciado ese enfrentamiento entre la izquierda y la derecha del peronismo.


-Viendo las últimas elecciones, ¿todavía creemos que a este país sólo pueden gobernarlo los peronistas?

Esa es una idea que se ha diseminado, a la que adhieren muchos sectores. El peronismo, fuera del gobierno, es una traba para cualquier gobierno no peronista. Y por otro lado son una mayoría social que no ha dejado de ampliarse. Si sumamos las listas, casi el 80 por ciento de los votos van a opciones peronistas.

-¿La clase media se peronizó o se achicó?

Las clases medias se han vuelto más heterogéneas. A finales de los 80 ya eran mucho más heterogéneas que en los 70. Y en los 90, con el fenómeno de lo que la sociología llamó la nueva pobreza, tenemos gente que culturalmente pertenece a la clase media pero que económicamente ha caído. Está también el fenómeno de los nuevos ricos, que culturalmente siguen teniendo hábitos de clase media. Además, en estos últimos años la clase media se ha ampliado. Hoy es mucho más difícil asignarle una ideología a la clase media.

-¿Tenían una lectura de la realidad política estos sectores medios no militantes, un discurso crítico?

En los monólogos de Tato Bores uno puede ver reflejada cierta manera de mirar la política que está muy cerca de la manera en que una mayoría de esta clase media pensaba la política. Un ámbito opaco, corrupto, que privilegia el juicio moral sobre el político. La lectura de la realidad que hacían estos sectores era esta, al inverso de lo que pasaba en la militancia, donde los problemas de familia se resolvían cambiando la sociedad. Estas clases medias no militantes pensaban que hasta los problemas políticos tenían una solución moral. Hacían falta buenas personas haciendo política. A grandes rasgos, esa era su lectura de la realidad política.

-Tal vez una de las tesis del libro sea que esta clase media funciona por oposición, es antiperonista, anticomunista, pero no necesariamente pro militar...

Independientemente de cuán lejos hayan estado de los militares, los golpes militares venían a solucionar sus problemas con determinados gobiernos. En el 55, frente un gobierno peronista que juzgaban dictatorial, en el 76 frente un gobierno peronista que juzgaban decadente. Pero enfatizo más su preocupación acerca de lo que significaban los gobiernos peronistas que una adhesión a los militares. Lo que los puso en la vereda militar tanto en el 55 como en el 76 no fue tanto su deseo de ver a las Fuerzas Armadas en el poder sino su rechazo a lo que juzgaban gobiernos corruptos, demagogos, y en el caso del 76, un gobierno que ya no podía garantizar el más mínimo orden social, político y económico.

-Para muchas de estas personas, haber sido ingenuas, no saber, es visto como un valor y no como un pecado, como una justificación frente a su inacción ante el terrorismo de estado...

Hay que correr el eje del interrogante. No preguntarnos si sabían o no. Es evidente que algo se sabía, se oía, se veía. Distorsionada, parcializada, había información. Pero también es cierto que lo que sucedía, no lo conocíamos como lo conocemos ahora. Yo quise preguntar cómo procesaron lo que sabían. Y hay varios elementos a tener en cuenta. Por un lado, que buena parte de lo que sabían no constituía una absoluta novedad. Si uno lee la prensa del 74, 75, hay denuncias de torturas, aparición de cadáveres, desapariciones, hay mucho de lo que después se va a masificar, lo que se va a convertir en una industria de la muerte. Ahí vemos un cierto acostumbramiento, una naturalización de la violencia.
Otro elemento es que en el 76 no fue el primer golpe militar, había memoria de otros golpes, y esos golpes, en la memoria, no significaban terrorismo de estado. Significaban gobiernos autoritarios, cierre de partidos políticos, pero no terrorismo de estado. Otro elemento es que los pares democracia dictadura y civiles militares no se oponían como lo bueno y lo malo. Hoy hay un consenso mayoritario de que la peor de las democracias es preferible a la mejor de las dictaduras. No era así en los 70. Y allí hay un cuarto elemento, que es lo que yo llamo el estado supuesto saber. Buena parte de estos sectores medios no comprometidos con la lucha política, sobre todo aquéllos que estaban mal informados, que eran muchos, atribuyó un saber al estado, un saber absoluto que yo llamo supuesto saber porque traigo el concepto de Lacan, del sujeto de supuesto saber.
Su idea es que no hay análisis posible si el analizado no supone un saber mágico, secreto en el analista. Ese concepto me sirvió para pensar muchos de los testimonios que para ellos el estado no podía estar haciendo lo que hacía sin ninguna razón. Alguna razón oculta o inalcanzable para nosotros debe tener. Ese elemento jugo un rol al menos en los primeros años. El estado como fetiche, cierta superstición civil de depositar en el estado un saber al que no se le exige prueba o evidencia de lo que hace, sino que está basado en la necesidad de creer.

-¿Se puede hacer una versión de este libro desde una lectura de actualidad?

Sería mucho más complejo. Si analizamos los datos sociales, el nivel de desempleo que hubo entre el 69 y el 82, la inequidad, la diferencia entre el 10 por ciento más pobre y el 10 por ciento más rico, si miramos las encuestas sobre cómo creían que iba a ser su futuro, todo eso da un escenario de los sectores medios en los setenta mucho menos heterogéneo del que vino después. Lo que vino después, y en parte por las políticas que se tomaron en los años setenta, fue la erosión para los sectores medios, que hoy son mucho más heterogéneos. Hoy habría que establecer muchas más distinciones

-¿Qué hemos naturalizado hoy? ¿La corrupción, la inseguridad, la pobreza?

Naturalizar significa que hay algo del orden cultural que se empieza a pensar como si fuera natural, algo que no puede dejar de existir. Estos temas se siguen pensando como una suerte de mal social, pero que no forman parte del orden natural de las cosas. Como sí se asumió que formaba parte la violencia en los setenta.

¿Y en cuanto al sujeto de este libro, pese a su creciente heterogeneidad, hoy es un sujeto políticamente más comprometido?

En los setenta eran un sector muy amplio, hoy su discurso es minoritario. Hoy están los hijos y los nietos de aquella clase media. Los nietos de las personas que yo entrevisté, tienen una visión inequívocamente negativa de lo que significó la dictadura militar, el terrorismo de estado, y hasta más comprensiva de los movimientos insurgentes. Las clases medias no sólo han cambiado, sino que se han renovado. Hoy tenemos posiciones menos conservadoras, más críticas de los que significó el terrorismo de estado.

-Pero hoy hablar de esos temas no implica ningún peligro...

Sin duda, hoy se puede hablar de los setenta y vestir una remera del Che, porque no hay riesgo para el statu quo. Pero lo que me interesa es que los sectores medios se han renovado, son más heterogéneos y tienen una visión menos influida por el mandato familiar que por lo que ha hecho la democracia en todos sus aspectos. Cuando se lee este libro por ahí se pregunta quién puede pensar todavía esto. ¿Quién puede? La gente que era adulta en esa época, que es la que más me interesa comprender.

© Escrito por Horacio Bilbao y publicado el viernes 22/11/2013 por la Revista Ñ de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires…

Las fotos:


Publicidad de la línea aérea Austral ALA, 1970. En su texto se alude a la "zurda", la "infiltración" y hasta la "delación".

Rolando Rivas, taxista: La guerrilla fue tematizada en la famosa telenovela. En esta imagen de 1972, Quique Rivas (hermano del protagonista y miembro del "Ejército Revolucionario Reivindicador") recibe la noticia de que ha sido designado para secuestrar al millonario empresario Helguera Paz, padre de Mónica, la prometida de Rolando.

MEDIAS PARIS. Publicidad del producto Mediaslip, de la firma Paris, año 1971. Su slogan: "A la hora de matar". El lenguaje publicitario de la primera mitad de la década de los setenta es fecundo en este tipo de aprobatorias alusiones a las metáforas de la violencia.

DGI. Publicidad de la Dirección General Impositiva, año 1978. En esta serie de avisos, titulada "El tanquecito de la DGI", se dejaba traslucir la represión ilegal. El binomio subversión-corrupción funcionó como un dispositivo inculpador eficaz durante los primeros años de la dictadura militar.

AUTOR. Sebastián Carassai es sociólogo, doctor en Historia, docente e investigador del Conicet.


sábado, 5 de octubre de 2013

El periodismo desde la recuperación democrática... De Alguna Manera...


Una profesión indispensable para una sociedad democrática...


Carlos Ares reflexiona sobre el rol del periodismo desde la recuperación democrática. Desde los primeros resquicios, abiertos en plena dictadura por la revista Humor, pasando por el valor de publicaciones como el Buenos Aires Herald de Robert Cox hasta la irrupción del tema de la corrupción, de la mano de Página/12. El crimen de Cabezas, el recuerdo de los más de cien periodistas desaparecidos y la actualidad de la “militancia periodística”.

Prólogo necesario. Treinta años de periodismo suponen unos 16 millones de minutos, de noticias, de títulos, nombres, fotografías, programas de radio o de TV, portales, análisis y comentarios confeccionados y retransmitidos por miles de profesionales. Revisarlos en un texto breve impone una selección brutal, casi salvaje. Pero, aún así, el sobrevuelo resulta útil. Revisar es recordar, recordar es traer al presente las miradas sobre nosotros, sobre lo que pasó, sobre lo que hicimos, todos.

‘Humor’, fin y principio

El ciclo de la dictadura militar que se inició en 1976 se da formalmente por concluido el domingo 30 de octubre de 1983, día de las elecciones que consagraron a Raúl Alfonsín como presidente de la Nación.

Los historiadores advierten que, en realidad, el fin de la dictadura comenzó a gestarse en junio de 1982, cuando la derrota en la guerra de las islas Malvinas acabó con el último y desesperado intento de los militares para mantenerse en el poder.

Pero desde el periodismo podría también situarse ese final en la entonces imperceptible raja, luego grieta, más tarde fisura y por último en el inmenso boquete que abrió en la represa de la censura militar la revista Humor en 1978, antes de que se disputara el Mundial de Fútbol.

Mensual al comienzo, quincenal después, en el número ocho de la revista ya estaba en la tapa, dibujado ante el tiburón insaciable de la inflación, el ministro de Economía de la dictadura, José Alfredo Martínez de Hoz.

Y en el número 15 se atrevieron con la caricatura de Videla.

La revista fue obligada en principio a una “exhibición limitada”, luego prohibieron una edición, pero ya no podían con ella ni con la creciente demanda y, en adelante, ya no podrían con nada.

En ese contexto, en el de los años previos a la recuperación democrática, junto a Andrés Cascioli, Tomás Sanz y toda la tira de dibujantes y redactores de Humor, debe también releerse a la inolvidable María Elena Walsh y su estremecedor País jardín de infantes, artículo escrito en 1979 para la sección Opinión del diario Clarín.

También es un deber rendir tributo al coraje de Robert Cox, el director del Buenos Aires Herald, a quienes las Madres de Plaza de Mayo dedicaron años después una solicitada pagada por ellas mismas con el título: A Roberto Cox, el periodista digno, el hombre íntegro.

El filo de Humor, que se presentaba como “la revista que supera apenas la mediocridad general”, cortaba el silencio mortal, desintegraba el autoritarismo, la soberbia y la locura militar, disolvía su poder, los desnudaba de uniformes y máscaras y los revelaba ladrones e inútiles.

El efecto del humor fue siempre demoledor para todo tipo de poder que se inviste absoluto e impune.

Ahora mismo, aunque en una escala mucho menor de riesgo, el sarcasmo de las columnas que escribe cada domingo Alejandro Borensztein en Clarín y las ironías con que se responde a los dichos del poder en el programa Periodismo para todos de Jorge Lanata son, en lo inmediato, políticamente más devastadoras que las denuncias documentadas de corrupción o mala gestión, causas siempre demoradas en procesos judiciales interminables.

La imagen de la represa que se resquebraja y se parte, es quizá la más indicada para representar simbólicamente lo que ocurrió.

La sociedad tenía sed de saber todo lo que encubrió la dictadura y que pasaba en el día a día.

Había que sacudirse el gris, el cuerpo, la lengua y, casi, aprender de nuevo el oficio.

La censura militar que reprimía el flujo y dejaba gotear sólo su versión de los hechos se pudrió en su propio embalse.

Hasta el final de la década del 80, el periodismo se desbordó en publicaciones, programas de radio y televisión.

En esos programas había de todo: cómplices de la dictadura, militantes de los partidos políticos en recuperación y profesionales que habían sobrevivido en la clandestinidad o que regresaban del exilio.

Medios y política

En el río revuelto se formaban sociedades como la que reunió a la feudal familia Saadi de Catamarca con ex Montoneros para sostener el diario La Voz, de la llamada “izquierda” peronista. A su vez, ex jefes de la organización guerrillera ERP, aportaban fondos acumulados en robos o secuestros extorsivos para bancar la salida y los pasivos económicos iniciales del diario Página/12, nacido entonces para “contrainformar” y revelar lo que el poder quería ocultar y subsidiado ahora con fondos públicos. El Partido Comunista edita Sur y fracasa. La Junta Coordinadora del radicalismo, que lideraba Enrique “Coti” Nosiglia, intenta también tener su propio diario para apoyar al gobierno de Raúl Alfonsín, electo en octubre de 1983, y desarrolló, con publicidad oficial y fondos públicos, la última etapa de Tiempo Argentino. Poco antes, en febrero de 1982, el llamado “desarrollismo” rompía su histórica alianza política y financiera con Clarín y sus representantes, entre ellos, Rogelio y Octavio Frigerio, Oscar Camilión y Antonio Salonia, años más tarde aliados al peronismo como ministros del gobierno de Carlos Menem. Clarín quedó entonces en manos de la viuda de Roberto Noble, su fundador, y de un gerente y militante que había llegado con el desarrollismo, Héctor Magnetto.

Las nuevas tecnologías y la televisión abierta, el llamado “destape” que se produjo durante los primeros años de la recuperada democracia, renovó los textos, los diseños, el lenguaje, se instalaba un “nuevo periodismo” y la libertad se expresaba en los escaparates de los quioscos, donde se exponían y vendían a la vez, en cantidades que hoy resultan increíbles, revistas culturales como Crisis y de contenidos esotéricos, sexuales y diversos como Libre, de actualidad como Gente, Siete Días, PERFIL y políticas como Somos, nacida en los 70 para apoyar a la dictadura.

Dante Caputo, canciller del gobierno de Raúl Alfonsín, financió también un semanario político, El Expreso, con el que esperaba apoyar su postulación como candidato a presidente, pero el proyecto fracasó a los pocos meses. A la vez, Bernardo Neustadt, otro apologista de la dictadura, seguía editando Extra y Jacobo Timerman, que había sido secuestrado y torturado, se hizo cargo de La Razón, tradicional vocero del Ejército, a pedido del gobierno radical.

Al amparo del prestigio social creciente que tenía el periodismo, los conversos se escondían en las redacciones. Informantes, cómplices y ex servicios de inteligencia de los militares y de los Montoneros o del ERP resurgían como “periodistas” y comenzaban ya a reescribir el pasado para instalar un “relato”. El vértigo de aquellos años impedía hacerse las preguntas básicas: ¿qué hiciste, dónde estabas? Se trataba de sumar todas las fuerzas a la investigación de la barbarie militar.

Las crónicas del juicio a las juntas de comandantes de la dictadura fueron trabajos urgentes y ejemplares. Una revista, cada semana, El Periodista de Buenos Aires, financiada por Andrés Cascioli con los beneficios de Humor, y el Diario del Juicio, publicado por la editorial Perfil, son sólo dos de las cumbres éticas alcanzadas por el periodismo en estos treinta años. Durante la dictadura, Perfil sufrió el secuestro de su director editorial, Jorge Fontevecchia, y ocho clausuras de sus productos. En la radio se destacaba Magdalena Ruiz Guiñazú, que había sido integrante de la Conadep.

Los más experimentados profesionales eran requeridos por los más jóvenes, sin importar la procedencia o las ideas políticas. Se formaron parejas emblemáticas. Mónica Gutiérrez era la cara más “alfonsinista” junto al “peronista” Carlos Campolongo en el noticiero central de la TV pública. Jorge Lanata convocó a Horacio Verbitsky, servicio de inteligencia de Montoneros, y al escritor Osvaldo Soriano, para ser columnistas en Página/12. El diario Crónica, dirigido por el mítico Héctor Ricardo García, vendía, con sus tres ediciones diarias, más ejemplares que Clarín. La Nación desplazaba a La Prensa entre los sectores de clase media y alta.

Menem, pizza y champagne

Los alzamientos “carapintadas” de la Semana Santa de 1987, el fracaso del Plan Austral, la hiperinflación y la llamada “renovación” del peronismo, en la que Carlos Menem se impuso a Antonio Cafiero, provocaron el final anticipado del gobierno de Raúl Alfonsín. El periodismo derramado comenzaba a ser negociado. Salían nuevos medios, pero la crisis económica golpeaba a la mayoría. Entre 1987 y 1991 cerró la cuarta parte de las fuentes de trabajo. La investigación del asesinato de la adolescente María Soledad Morales en Catamarca,  que convocó durante meses a los diarios y la televisión hasta el juicio y la condena de los responsables, le dio a los empresarios periodísticos la verdadera dimensión de su influencia. Tenían poder y comenzaron a ejercerlo.

A fines de 1989, Menem elimina el inciso “f” del artículo 45 de la Ley de Radiodifusión que impedía a los dueños de los medios gráficos participar de la propiedad de radios o canales de televisión y desencadena, seguramente sin prever las consecuencias, la formación de “grupos”, de “corpos”, de “holdings” en todo el país. Clarín legitima así la propiedad de radio Mitre y se queda con Canal 13. En el reparto, entre otros, la familia Vigil, dueños de editorial Atlántida, editora de la revista Gente, con el canal 11, ahora en manos de la española Telefónica.

Las sucesivas crisis económicas o financieras, los cambios tecnológicos que ampliaron la red de medios a cables, satélites y sitios virtuales, además de los pactos o acuerdos políticos de turno, determinaron luego pases de manos y de acciones en el control de los canales y emisoras de radio, hasta que a fines de 2007 otro presidente peronista, Néstor Kirchner, aprobó la fusión de Multicanal y Cablevisión y consolidó el monopolio de Clarín, el mayor grupo privado de medios del país.

El periodismo líquido, turbio de dictadura, que se fue aclarando en la transición democrática, se cristalizó en los noventa y se convirtió en el espejo de la sociedad. La política de venta de las empresas del Estado estimuló los negocios y las ambiciones, crecieron en calidad e información los diarios económicos, liderados por Ambito Financiero. El gobierno de Carlos Menem –reelecto en 1995– es, desde el comienzo y durante los dos períodos de su gestión, sospechado, acusado y denunciado por más de 200 hechos de corrupción. El diario Página/12 inaugura, en 1991, la serie con las “coimas” que le piden a la empresa Swift-Armour para aprobar sus proyectos de inversión. En revistas, es Noticias, un semanario de política y actualidad, la publicación que contribuye a revelar la descomposición del sistema. Mucho más modesta, en recursos y en lectores, La Maga, criticó también duramente, desde 1992,  la cultura de “pizza y champán” del menemismo.

Menem confiaba en un pacto, no escrito, según el cual facilitaba a los grandes medios la formación de grupos concentrados a cambio de apoyo a su gobierno. Pero ese supuesto “acuerdo” no alcanzó a las publicaciones más independientes o partidarias. Por su parte, muchos periodistas encuentran en los libros de investigación sus propias fuentes de trabajo, sin intermediarios. Los lectores, ávidos, insatisfechos, demandan la información en contexto y las relaciones empresarias y políticas

La tradición retomada por Rodolfo Walsh en los años sesenta, con Operación masacre y Quién mató a Rosendo, entre otros títulos memorables, recobra fuerza en los años noventa. El crecimiento del género es imparable. Una frase adjudicada al diputado peronista-menemista, José Luis Manzano, “robo para la corona”, dio el título a un libro de Horacio Verbitsky que alcanzó un registro histórico de ventas. La avalancha de libros de ensayo y de investigación firmados por periodistas abarcó a todas las actividades y personajes, desde las “biografías”, autorizadas o no, de artistas populares, hasta los ensayos y análisis sobre acontecimientos que aún estaban bajo investigación, como los atentados a la Embajada de Israel y a la AMIA, el contrabando de armas, los saqueos, la caída del gobierno de la Alianza y la crisis terminal del año 2001.

De la “ley mordaza” a la Ley de Medios

El periodismo comienza a verse también en el espejo de la corrupción de los años noventa y en la primera década del nuevo siglo. La expansión de los grupos multimedia en negocios que no tienen que ver con el periodismo, limita la independencia de sus profesionales o los hace participar en las llamadas “operaciones”, a veces sin que ni siquiera se enteren. Por su parte, la necesidad de mejorar su imagen ante el público y de relacionarse en buenos términos con los medios, lleva a las empresas a crear sus propios departamentos de prensa y a contratar agencias “consultoras”.

Los derechos del periodista raso se reducen. Los medios marginales, en ventas de ejemplares o en audiencia, se ven sometidos por las urgencias económicas. El poder político no soporta las críticas ni la investigación. En 1995, cuando es reelecto, Menem declara: “derroté a la oposición y a la prensa”. Trece años más tarde, otro presidente peronista, Néstor Kirchner, le iniciaba la guerra a una supuesta “corpo” de medios opositores liderada por Clarín, con los que había pactado hasta entonces.

En 1995, Rodolfo Barra, ministro de Justicia de Menem, preparó un proyecto de “ley mordaza” para castigar los supuestos “excesos” de la prensa. En 2008, Kirchner encubrió su ataque al grupo Clarín en un proyecto de Ley de medios que debía promover la “pluralidad de voces”, pero terminó en demandas por inconstitucionalidad ante la Corte Suprema de Justicia.

Los periodistas buscaron refugio en las empresas que seguían produciendo periodismo. La reaparición del periódico Perfil resultó un oasis ante lo que parecía convertirse de nuevo en un desierto, esta vez de medios independientes. Desde sus comienzos, la editorial Perfil soportó ataques, extorsiones políticas, judiciales y financieras, y también fracasos económicos. El asesinato de de uno de sus reporteros gráficos, José Luis Cabezas, fue el crimen que marcó la época.

Treinta años después, con el recuerdo de José Luis, sin olvidar los casi cien periodistas desaparecidos durante la dictadura, con otros tantos expulsados al exilio, con miles perseguidos, amenazados, obligados a mendigar pautas publicitarias oficiales para subsistir y pagar espacios de radio y televisión donde hacer escuchar sus voces, el oficio resiste y se ejerce hoy, dignamente, por todos los medios, los tradicionales y los nuevos.

En ellos, en los viejos y en los nuevos periodistas, perduran los valores de una profesión que sigue siendo indispensable para la construcción de una sociedad democrática. También, como se sabe, en los últimos años han aparecido “grupos” de medios que financian mercenarios y militantes con fondos públicos. Pero, para ellos no hay ni habrá memoria, sólo pena y olvido.

© Escrito por Carlos Ares (*) el domingo 29/09/2013 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

(*) Fundó y dirige las escuelas de periodismo TEA y TEA Imagen. Trabajó en El Gráfico, Goles y Humor. En 1981 comenzó a colaborar en Madrid con el diario El País, del que luego fue corresponsal en Buenos Aires durante 23 años. Jefe de sección de El Periodista de Buenos Aires en 1984 y prosecretario general del diario La Razón en 1985. Creó y dirigió las revistas La Maga entre 1991 y 1997 y La García en 1999. Condujo por Canal 7 entre 2000 y 2002 el programa Troesma, nominado al Martín Fierro como “mejor programa cultural”. Actualmente coordina el sistema de medios públicos de la Ciudad de Buenos Aires y conduce el programa La clase en el canal de la Ciudad.