"En
Argentina no hay justicia, sino venganza, que es otra cosa bien distinta".
Aún hoy se siente orgulloso de haber sido una de las
cabezas visibles del periodo histórico más deleznable de la historia reciente
de Argentina, con miles de desaparecidos y asesinados por la Junta Militar. Eso
sí, agradece los servicios prestados a la Iglesia católica.
La crisis argentina de la década de los
setenta.
Ricardo Angoso:¿Cómo estaba
viviendo Argentina en el año 1976, qué estaba pasando en ese momento?
Jorge Rafael Videla: Mi impresión sobre
ese período es fácil de definir. Ubiquémonos en el año 1973, para comenzar. Se
cerró un ciclo militar, tras un gobierno de esas características, y llegó el
doctor Héctor Cámpora, que era un hombre de poco carácter, manejable e incluso
peligroso, en un momento en que el peronismo se estaba redifiniendo y también
radicalizando. Cámpora representaba, siguiendo la moda del momento, una
tendencia de izquierdas, progresista podemos decir dentro del movimiento,
frente al conservadurismo. Sin ser una persona de izquierdas era más afín a esa
tendencia, plegándose a los intereses y deseos de los más jóvenes dentro del
peronismo. Cámpora se hace con el gobierno, tras haber ganado las elecciones,
el 25 de mayo de 1973, y una de las primeras medidas que toma, sino la primera,
es el decreto por el que se pone en libertad a todos los terroristas detenidos
y condenados por un tribunal que había sido creado por el general Alejandro
Danusse. Este tribunal era una Cámara Federal en lo Penal (Cafepena) creada
específicamente para investigar y condenar actos de terrorismo cometidos en
todo el ámbito nacional y era específica para dichos actos. Como consecuencia
del trabajo llevado a cabo por las autoridades anteriores a Cámpora había más
de un millar de terroristas detenidos por delitos probados. Cámpora firma el
decreto de indulto por el cual se liberan a todos estos presos que provienen de
los sectores jóvenes y radicales del peronismo; salen victoriosos de las
cárceles y cuando salen, a la media noche, les esperan sus seguidores y
compañeros. Comienza el caos y el terror se adueña, de nuevo, de las calles de
Argentina.
Los jóvenes peronistas más radicales le
llaman al presidente el "tío Cámpora", lo cual revela la
afinidad entre este sector del movimiento con el presidente. Esta gente, desde
luego, no salen arrepentidos ni con deseos de integrarse en el sistema democrático,
sino directamente con la idea de continuar con la revolución y seguir por la
vía violenta, incluso matando. Simultáneamente a estos hechos, el Congreso
refrenda ese indulto y queda, digamos, legalizado de facto. Ni que decir tiene
que estos jóvenes estaban armados e iban a continuar por la vía violenta su
objetivo de hacer la revolución. Amnistía y olvido quedaban así refrendados.
Ese fue el comienzo de los hechos que vinieron después; Perón no estaba en el
país y, cuando tuvo conocimiento de los hechos, parece que no le
agradaron. Estos jóvenes no actuaban de acuerdo con los principios que
tenía Perón, que pasaban más por un reencuentro, un acuerdo entre todos los
argentinos para solucionar los problemas, y tampoco estaban en la línea de su
pensamiento.
Este desacuerdo se confirma cuando llega
Perón a Argentina y no puede aterrizar donde estaba previsto, debido a que se
había desatado una batalla campal donde estaba programado aterrizar y porque
los propios peronistas se habían enfrentado entre ellos por el liderazgo del
movimiento; se habla de que hubo entre un centenar y dos centenares de muertos.
La recepción a Perón degeneró en un enfrentamiento entre la derecha y la
izquierda del peronismo por monopolizar la figura del líder y controlarlo durante
su llegada. Y el liderazgo, siguiendo sus patrones, tenía que dirimirse por la
fuerza de las armas. El avión de Perón tiene que aterrizar en un aeropuerto
militar por razones de seguridad y le recibe el vicepresidente que estaba en
Buenos Aires. Perón toma conciencia de que las cosas no le van a resultar tan
fáciles como él pensaba y que está juventud maravillosa de antes le iba a traer
problemas; tendría que tomar medidas para evitar que la situación se desbordase
y ya toma posiciones, considerando que estos jóvenes no eran tan idealistas
sino revolucionarios, claramente. Tiempo después, consciente de la situación
tan adversa que asume, provoca la renuncia de Cámpora y se hace un llamado a
elecciones, en donde Perón sale elegido mayoritariamente con su esposa como
vicepresidente. Perón, en esas elecciones, sale elegido con un alto porcentaje
de votos, más del 62% del censo, y decide poner orden en un estado de cosas y
en un movimiento que ya no compartía sus ideas.
Hay un episodio que lo conmueve a Perón,
que es el atentado contra el dirigente gremial José Ignacio Rucci, que es
asesinado y ahí, el presidente dice: "Me cortaron las piernas". Fue
un acto doloroso y mostraba que Perón no dominaba todavía la situación,
mostrando a las claras que el oponente ya no tenía miramientos y estaba
dispuesto a llegar hasta el final. Perón, entonces, en una reunión secreta con
los dirigentes peronistas, en Los Olivos, da a entender a través de una
directiva que se acabaron los miramientos hacia estos actos y que había acabar
de una vez, incluso por la violencia, respondiendo a este tipo de acciones
violentas y terroristas. Esta decisión dio lugar a que se produjeran una serie
de acciones encubiertas. Y lamentablemente la mano ejecutora de este grupo que
operaba bajo las órdenes y el consentimiento de Perón era el ministro de
Bienestar Social, José López Rega, que organiza la Triple A, las famosas tres A
-Alianza Anticomunista Argentina-, un hombre de confianza del presidente que se
dedica a ejecutar las órdenes que le da el viejo general y que no siempre se
atienen a la legalidad. De esta manera, se van dando los primeros pasos y pone
orden en el país, pero, sin embargo, el líder ya no es el de antes y tiene la
salud muy desgastada. Hasta el último aliento da todos sus esfuerzos por
normalizar y por trabajar en su proyecto, que desde luego no era el de los
jóvenes "idealistas", sino el de normalizar el país de una vez por
todas tras los excesos cometidos.
María Estela Martínez de Perón,
presidente de Argentina.
Perón muere y le sucede automáticamente
su mujer, María Estela Martínez de Perón, tal como se preveía legalmente. La
mujer de Perón, desde luego, no estaba preparada para ser presidente y mucho
menos en las circunstancias en las que estaba viviendo el país. Para afrontar
la situación que vivíamos, se necesitaba carácter, conocimiento, capacidad para
tomar decisiones y prestigio, rasgos de los que carecía totalmente esta señora.
El gobierno de María Estela va perdiendo fuerza. Era una buena alumna de Perón,
eso sí, ya que desde el punto de vista ideológico se situaba en la extrema
derecha del peronismo y el marxismo le provoca un rechazo total. En un almuerzo
con varios generales, una treintena si mal no recuerdo, llegó a ser muy dura
con el marxismo, en ese sentido no quedaban dudas de que la dirección
ideológica estaba encaminada, pero le faltaban fuerzas y conocimientos para
llevar a cabo el combate, la lucha, y poner orden. Incluso para poner coto a
las actividades de López Rega, que mataba por razones ideológicas pero que
también lo hacía por otras razones para cobrarse algunas cuentas pendientes. La
situación, como ya he dicho antes, era muy difícil, reinaba un gran desorden. A
Isabel se le hizo saber este estado de cosas y destituye finalmente a López
Rega, que lo envía de embajador itinerante al exterior. Así se cumplía el
deseo de muchos, entre los que me encontraba, que no queríamos que este hombre
siguiera al frente de sus responsabilidades.
La acción del terrorismo sigue por su
cuenta. Aquel calificativo de que eran "jóvenes idealistas" por
pensar distinto hasta el extremo de masacrarlos quedo en evidencia, era una
vulgar patraña. Esta gente estaba entrenada en el exterior, principalmente en
Cuba, Siria, Libia y otros países, y luego dentro del país con instructores
foráneos; además tenían armamentos y equipos de alto nivel ofensivo, incluso de
tecnologías avanzadas. Todo ello reforzado con fábricas de armas y
explosivos que llegaron a operar y tener dentro del territorio argentino.
Tenían capacidad para matar y hacer daño a la sociedad argentina. Como remate a
toda esta estructura, estaba la crueldad que les distinguía, no eran ángeles
sino terroristas. Incluso la revista Time, en un artículo de la época,
establecía que si comparábamos a terroristas argentinos, alemanes e italianos,
en términos de crueldad, los europeos eran infinitamente más humanos que los de
nuestro país. Huelgan más comentarios. Con esos "jóvenes idealistas"
y sus crueles métodos nos teníamos que enfrentar entonces.
Así llegamos a finales de agosto de
1975, en que soy nombrado Comandante en Jefe del ejército argentino, y en los
primeros días del mes de octubre, a principios, somos invitados los comandantes
de los tres ejércitos a una reunión de gobierno presidida por Italo Luder, que
ejercía como presidente por enfermedad de María Estela, en las que se nos pide
nuestra opinión y qué hacer frente a la desmesura que había tomado el curso del
país frente a estas acciones terroristas.
Vivíamos unos tiempos turbulentos y
había que dar una respuesta. Muestra de la debilidad del momento era la
enfermedad de la presidenta, que ni siquiera podía ejercer su mandato en esa
difícil situación. Y con el acuerdo de las otras dos fuerzas militares, la
armada y la aérea, yo expuse algunos lineamientos para hacer frente a la
amenaza terrorista que padecíamos. De acuerdo con el gobierno de entonces se
realzaban algunas medidas acordadas entre las partes para hacer frente al
terrorismo y que un periodo de año y medio estaba amenaza fuera conjurada de
una forma eficiente. Italo Luder llegó a firmar los decretos para que las
Fuerzas Armadas del país pudieran actuar efectivamente en la lucha contra los
"subversivos" y el terrorismo. También se decidió que las fuerzas de
seguridad del Estado, conjuramente con las Fuerzas Armadas, se coordinasen en
estas acciones antiterroristas. Se había logrado un acuerdo entre el poder
político y los militares para luchar conjuntamente contra el terrorismo.
Con acuerdo de las otras dos fuerzas, yo hube de
exponer cuatro cursos de acción, que no viene al caso detallar ahora, que
culminó con la selección de parte del doctor Luder del cuarto curso de acción,
que era el más riesgoso, en cuanto que confería más libertad de acción, pero
que garantizaba en no más de un año y medio que el terrorismo sería derrotado.
Los cursos de acción del 1 al 3 eran más contemplativos, pautados con el fin de
evitar errores, pero – de ser seguidos – irían a dilatar sin término el caos en
el que se vivía.
El acuerdo se firmaba, bajo estos
decretos, para combatir el terrorismo en todas sus formas y hasta el
aniquilamiento definitivo; por otras razones, más tarde, cuando fuimos
juzgados, se le preguntó a Luder por el término aniquilar e hizo un
excelente exposición en términos semánticos sobre la cuestión, que se resume en
reducir a la nada; no tiene otra interpretación. A partir de ese momento, de
hecho y de derecho, el país entra en una guerra, pues no salimos como Fuerzas
Armadas a cazar pajaritos, sino a combatir al terrorismo y a los subversivos.
Estamos preparados, como militares, para matar o morir, estábamos en una guerra
ante un enemigo implacable, aunque no mediara una agresión formal, estábamos en
una lucha. Así, a principios de octubre de ese año, entramos en una guerra de
una forma clara. Desde el punto de vista del planeamiento no fue sorpresa
porque el ejército ya jugaba con hipótesis de conflicto, una de las cuales era
un desborde sorpresivo terrorista que sobrepasara a las fuerzas de seguridad y
que se tuvieran que emplear a las Fuerzas Armadas para detener la amenaza.
Teníamos esa contingencia prevista y, ante tal eventualidad, lo único que
teníamos que hacer era salir a luchar con los planes previstos.
La lucha contra el terrorismo.
Llegamos así, ya en plena lucha contra
el terrorismo, al mes de marzo de 1976, en donde padecemos una situación
alarmante desde el punto de vista social, político y económico. Yo diría que en
ineficacia la presidenta había llegado al límite. Sumando a esto la
ineficiencia general se había llegado a un claro vacío de poder, una auténtica
parálisis institucional, estábamos en un claro riesgo de entrar en una anarquía
inmediata. El máximo líder del radicalismo, Ricardo Balbín, que era un hombre
de bien, 42 días antes del pronunciamiento militar del 24 de marzo, se me
acercó a mí para preguntarme si estábamos dispuestos a dar el golpe, ya que consideraba
que la situación no daba para más y el momento era de un deterioro total en
todos los ámbitos de la vida. "¿Van a dar el golpe o no?", me
preguntaba Balbín, lo cual para un jefe del ejército resultaba toda una
invitación a llevar a cabo la acción que suponía un quiebre en el orden
institucional. Se trataba de una reunión privada y donde se podía dar tal
licencia; una vez utilice este argumento en un juicio y me valió la dura
crítica de algunos por haber incluido a Balbín como golpista. Los radicales
apoyaron el golpe, estaban con nosotros, como casi todo el país. Luego algunos
dirigentes radicales, como Alfonsín, lo han negado.
El hecho efectivo es que el 24 de marzo
se produce el levantamiento militar. Y conforme a los estatutos fijados para
reorganizar el Estado, el nuevo orden conducción jefatura iba a ser la Junta de
Comandantes en Jefe de las Fuerzas Armadas, de la cual dependía el presidente
con las facultades propias que le otorgaba la Constitución y con algunas
limitaciones, entre otras que el Comando Supremo de las Fuerzas Armadas que yo
retenía otorgaba autonomía a cada uno de los componentes del ejército en su
zona operacional. Los tres cuerpos de las Fuerzas Armadas se integraban en el
cuerpo institucional, comenzaba una nueva era.
La sociedad civil ante la intervención
militar.
R.A.: ¿Cómo reaccionó la sociedad civil
ante la intervención militar del 24 de marzo de 1976 y después de la misma?
J.R.V.: Padecíamos vacío de poder,
parálisis institucional y riesgo de una anarquía, y frente a este estado de
cosas el clamor ciudadano, con sus dirigentes a la cabeza, pidiendo la
intervención de las Fuerzas Armadas. Había un sentir general, que representaba
Ricardo Balbín y otros dirigentes, en favor del cambio, de la intervención. La
gente nos demandaba que interviniéramos e incluso Balbín llegó a decir en esos
momentos que tenía las manos vacías de soluciones, que la clase política no
podía hacer más.
R.A.:¿Sin esa intervención militar qué
habría pasado en el país?
J.R.V.: En general, el consenso era que
había que hacerlo, quizá porque en Argentina de una forma natural siempre se ha
creído que las soluciones políticas cuando los gobiernos fracasaban se
arreglaban con golpes de Estado. Y esta ocasión, además, se veía la
intervención de una forma justificada ante los extremos a los que habíamos
llegado. Hacía falta una medida de fuerza y la gente compartía esa visión. Si
nosotros no lo hacíamos, el vacío de poder iba a ser aprovechado por la
subversión para llegar al poder y ocupar todo el espacio dejado por otros. Así
de sencillo. O tomábamos el poder o la subversión se hacía por la vía de las
armas con las instituciones. Teníamos planes, métodos para el combate al
terrorismo, podíamos hacerles frente y así lo hicimos. Pero, además, el
gobierno que teníamos, que actuaba de una forma pusilánime y anarquizante, no
estaba en condiciones de hacer frente a la amenaza que vivíamos en esos
momentos, en que cada día el deterioro era mayor.
R.A.:¿Había unidad en las Fuerzas
Armadas con respecto a esta acción?
J.R.V.: Había unidad total, sin ningún
género de dudas. Así como la hubo en lo que fue la lucha contra la subversión,
también la hubo en lo que fue la necesidad de llevar a cabo la intervención
militar para poner orden en el país. Después hubo divisiones, por otras
razones, porque la política obra siempre con matices, hubo algunas diferencias,
pero en ese momento hubo total unanimidad en lo que respecta a llevar a cabo la
intervención militar.
El proceso de reorganización nacional.
R.A.:¿Cómo podría definir lo que se
denominó entonces como el Proceso de Reorganización Nacional (1976-1982)?
J.R.V.: El 24 de marzo se produce el
pronunciamiento militar, que no fue una sorpresa para la mayoría de los
argentinos porque era evidente que tarde o temprano se iba a producir y
ocurrir. Estaba previsto en el guión y todos los sectores políticos y sociales
habían sido consultados para confluir en ese resultado esperado. Nosotros
éramos conscientes de la situación que se vivía, no podíamos dejar que el país
siguiera inmerso en esa crisis y teníamos que actuar. Nuestra intención era
ayudar a enderezar el rumbo y teníamos previsto que es lo que había que hacer
con urgencia. Salimos a hacer lo que creíamos que había que hacer y estaba en
nuestros planes.
El Proceso de Reorganización Nacional
preveía que Junta era el máximo órgano del Estado y que debajo de esta entidad
política estaba un presidente con las mismas funciones que le daba la Constitución,
salvo algunas como los poderes que le daba a cada comandante de la Junta en el
manejo de sus fuerzas. Luego, por acuerdo dentro de la Junta, se me nombró
presidente de la misma reteniendo la jefatura del ejército. Vivíamos en una
situación de excepción que implicaba medidas excepcionales, valga la
redundancia. Después, cuando llegamos al año 1978, en que la situación ha
mejorado notablemente en términos de seguridad pública, yo abandonó ese esquema
y dejó uno de los dos cargos; pasó a retiro de jefe del ejército y asumo la
presidencia con las limitaciones que le he explicado antes.
R.A.:¿Cuál fue la reacción de la
comunidad internacional en esos momentos?
J.R.V.: Favorable, totalmente favorable.
Así como después la comunidad internacional mostró desconocer la realidad
argentina y hacer una asociación errónea de los hechos, especialmente lo que
fue la comunidad de países europeos, que veía en la dictadura argentina, o en
su forma de autoritarismo, una suerte de conexión con que fue el fascismo y el nazismo.
Nos querían medir con esa vara y nosotros no teníamos nada que ver con todo
eso, por supuesto. Nos costó mucho tener que mejorar esa imagen errónea que
tenían de nosotros y dedicar mucho trabajo a ese esfuerzo.
R.A.:¿Qué logró, en definitiva, el
Proceso de Reorganización Nacional?
J.R.V.:Estábamos en el año 1978 y el
Proceso había cumplido plenamente con sus objetivos, entre los que destacaba el
fundamental, que era poner orden frente a la anarquía y el caos que amenazaba y
enfrentaba el país el 24 de marzo de 1976. Y porque digo que había cumplido con
sus objetivos, simplemente porque no había ni asomo ya de la amenaza terrorista
y mucho menos de la delincuencia común. Eramos uno de los países más seguros
del mundo, caminábamos en la mejor de las direcciones.
En lo económico, también se había
mejorado, aunque teníamos riesgos inflacionarios que no voy a ocultar ni
minimizar. Pero sí se había logrado la confianza del exterior, sobre todo a
través de créditos para la Argentina para remozar el aparato productivo del
país que estaba seriamente desatendido. Había, además, una gran paz social y se
aceptó, mediante un acuerdo con los gremios, que los salarios estuvieran
sujetos a la productividad y no a otros elementos; el que más trabaja más
ganaba, simplemente. Teníamos un desempleo peligroso, podemos decir, pero no
alto, del 2,5%. Digo peligroso porque no permitía flexibilidad en el mercado de
trabajo. Y la clase política no daba muestras ni ansiedad de que el periodo se
agotase y se iniciase una nueva etapa política; nos seguían con atención y
desconocían cómo había sido la guerra, que parecía haber ocurrido en una
nebulosa. Los políticos no querían meterse mucho en estos asuntos y los dejaban
para aquellos que manejaban la seguridad del país, responsabilidad que recaía
en nosotros en aquellos momentos.
El mundial de fútbol de 1978.
R.A.: Así llegamos al Mundial de Fútbol
de 1978, ¿cómo lo vivió?
J.R.V.:Tuvimos la suerte de organizar
este evento en un momento en que la amenaza terrorista había sido doblegada.
Además, para congratularnos más, Argentina ganó ese campeonato mundial y al
margen de que habíamos ganado, el país mostró su capacidad de organización en
un corto tiempo. Mostramos al mundo que podíamos y sabíamos organizar una
actividad internacional de estas características; fue un gran avance y en
apenas unos meses, pues antes no se habían comenzado los trabajos,
desarrollamos todas las capacidades para este Mundial. Los anteriores gobiernos
que nos antecedieron no habían hecho nada y recayó en nosotros la
responsabilidad de poner en marcha aquellos trabajos que se desarrollaron
satisfactoriamente. Es decir, se sabía del mundial desde hacia cuatro años y en
los dos años en que estuvieron los peronistas no se hizo nada para el
desarrollo de la actividad; el trabajo lo hicimos nosotros en solo dos
años en los que trabajamos mucho en infraestructuras e instalaciones. Incluso
desarrollamos la televisión en color, que hasta en ese momento no la teníamos
en Argentina. Pudimos exhibir al exterior nuestra capacidad de organización y
trabajo junto con un país en paz frente a las maledicencias de algunos sectores
interesados. Le Monde llegó a reproducir un reportaje de un periodista que se
imaginaba que unos disparos que sonaban en los alrededores del estadio,
procedentes del Tiro Federal Argentino cercano, eran las balas dirigidas a un
pelotón de personas fusiladas. El estadio estaba a dos cuadras del polígono de
tiro y el periodista, obviamente, quería denigrarnos al precio que fuera. Se
nos atacaba injustamente, estábamos en una guerra por explicar qué es lo que
pasaba en el país frente datos y noticias calumniosas, claramente. Eran
informaciones aberrantes, tendenciosas, tendentes a denigrar a Argentina como
fuera.
R.A.:¿La Iglesia católica qué actitud
tomó en aquellos momentos?
J.R.V.:La Iglesia cumplió con su deber,
fue prudente, de tal suerte que dijo lo que le correspondía decir sin que nos
creara a nosotros problemas inesperados. En más de una oportunidad se hicieron
públicos documentos episcopales en donde, a juicio de la Iglesia, se condenaban
algunos excesos que se podían estar cometiendo en la guerra contra la
subversión, advirtiendo de que se corrigieran y se pusiera fin a esos supuestos
hechos. Se puso en evidencia de que se debía concluir con esos excesos y punto,
pero sin romper relaciones y sin exhibir un carácter violento, sino todo lo
contrario. No rompió relaciones, sino que nos emplazó a concluir con esos hechos.
Expresó lo que consideraba que no se estaba haciendo bien, porque podía
corresponder a su terreno, pero no fue a más. Mi relación con la Iglesia fue
excelente, mantuvimos una relación muy cordial, sincera y abierta. No olvide
que incluso teníamos a los capellanes castrenses asistiéndonos y nunca se
rompió esta relación de colaboración y amistad. El presidente de la Conferencia
Episcopal, Cardenal Primatesta, a quien yo había conocido tiempo atrás en
Córdoba, tenía fama de progresista, o sea proclive a la izquierda de entonces,
pero cuando ocupó su cargo y yo era presidente del país teníamos una relación
impecable. Y debe reconocer que llegamos a ser amigos y en el problema del
conflicto, de la guerra, también tuvimos grandes coincidencias. La Iglesia argentina
en general, y por suerte, no se dejó llevar por esa tendencia izquierdista y
tercermundista, politizada claramente a favor de un bando, de otras iglesias
del continente, que sí cayeron en ese juego. No faltó que algún miembro de esa
Iglesia argentina entrara en ese juego pero eran una minoría no representativa
con respecto al resto.
R.A.:¿Y con los empresarios cómo fue esa
relación?
J.R.V.: Los empresarios también
colaboraron y cooperaron con nosotros. Incluso nuestro ministro de Economía de
entonces, Alfredo Martínez de la Hoz, era un hombre conocido de la comunidad de
empresarios de Argentina y había un buen entendimiento y contacto. Hubo algún
roce, claro, como suele suceder, porque cada uno defiende sus intereses
siempre. Pero, en general, fue una buena relación.
R.A.:Entonces, y volviendo a sus
objetivos iniciales, ¿el Proceso había cumplido sus objetivos y por qué no
abandonaron el poder?
J.R.V.:El Proceso había cumplido sus
objetivos a mediados del año 1978, este es un punto crucial que quiero
destacar. La pregunta era:¿Si el Proceso había cumplido sus objetivos porque no
darlo por terminado? No había otra razón de ser, las cosas ya se habían hecho.
O había que darle otro sentido. Y si así era, el Proceso iba a languidecer
porque no tenía otra razón de ser en aquellos momentos. Nunca se planteó
oficialmente esta cuestión que era crucial y fundamental. Había un sector
perfeccionista de las Fuerzas Armadas que decía que ahora las cosas están bien
y vamos a embarcarnos en otros problemas, a seguir trabajando hasta que las
cosas sean perfectas, pero no era así, creo yo, porque los hombres no llegan
nunca a la perfección absoluta. Los hombres no son perfectos, solo Dios lo es.
Era tan sólo una forma de justificar el quedarse en el poder por quedarse. Y
había un sector que decía que a este Proceso que habíamos comenzado había que
darle otra razón de ser.
R.A.:¿Hablamos, entonces, de que las
Fuerzas Armadas estaban divididas en ese momento?
J.R.V.: Este asunto sobre la naturaleza
del Proceso no fue tratado oficialmente, pero el debate estaba ahí, subyacía
esa división acerca de que dirección se quería tomar y había sus matices sobre
cómo afrontar el futuro. Había que dar otra naturaleza, otro contenido al
Proceso, pero también estaba la posibilidad de abandonarlo de una forma
definitiva. Luego estaba el conflicto con Chile por las islas del Canal de
Beagle y tenga en cuenta que estuvimos a punto, en diciembre de 1978, de llegar
a una guerra. También quedaba el camino de una salida política ordenada de un
Proceso que se había mostrado exitoso en el desempeño de sus funciones; en ese
momento se podía negociar desde una posición óptima. Yo mantenía que el
Proceso, en esos momentos, tenía que ser capaz de dejar su descendencia, es
decir, hacer política de una forma que las Fuerzas Armadas transcendieran más
allá del periodo histórico que ya habíamos superado.
¿Cómo? Dejando la herencia de un Proceso
exitoso a los políticos que eran nuestros aliados y amigos, ese era el camino
de entonces que yo defendí. Pero hay hubo otros problemas, ya que la política
se hace con ideas y con hombres; las ideas eran las del Proceso, que llevamos
adelante, y luego estaban los hombres, que tienen nombre y apellidos. Si en
aquellos momentos se hubieran antepuesto los nombres y apellidos de algunos que
estaban participando en el proceso, se hubiera roto la cohesión de las Fuerzas
Armadas y este era un valor que no podíamos poner en juego y arriesgar. No
podíamos darnos el lujo de romper la cohesión de las Fuerzas Armadas, estaban
todavía en juego muchas cosas. Lamentablemente, en ese dejar pasar el
tiempo el Proceso en sí languideció y llegó muy desgastado, sin presión
externa, hasta fines del año 1979, en que la Junta hizo públicas las Bases
políticas del Proceso y las sometía a la opinión de toda la comunidad argentina
a cuyo frente se situaría el ministro del Interior de entonces para escuchar a
todas las voces cualificadas de la sociedad argentina para consultarlos sobre
esas bases o modificarlas. O, en su defecto, después de escuchar a todas las
partes, enriquecerlas con nuevos aportes. Se trataba de establecer un diálogo
productivo entre las autoridades y la sociedad argentina sobre estas Bases
Políticas, pero había dos preguntas ineludibles: 1) ¿Si era conveniente la revisión
del acuerdo en la guerra que habíamos librado contra la subversión?; y 2) ¿si
estuvo justificado el levantamiento militar del 24 de marzo de 1976? La
respuesta a la primera llegó al 70% y A la segunda, al 80% del acuerdo
nacional, respectivamente.
Las víctimas del conflicto: disparidad
de cifras.
R.A.:Hay una gran disparidad en las
víctimas que se ofrecen desde la izquierda, desde las
Madres de Mayo, y desde otros colectivos, ¿cuántas víctimas o
desaparecidos hubo en Argentina entre 1976 y 1982?
J.R.V.: Hay una gran disparidad en las
cifras que se ofrecen, como usted dice, lo cual le resta credibilidad a lo que
se presenta o se intenta hacernos creer. No se puede pasar de un extremo a
otro, es decir, de 32.000 que presentan algunos a a 7.000 cifrado por otras
comisiones. Creo que este asunto tiene mucho que ver con las compensaciones o
el resarcimiento económico que se le dio a las víctimas, o a los supuestos
desaparecidos, y en este caso sólo se presentaron 7.000 personas para reclamar
lo que les correspondía. Y esa indemnización era de 240.00 dólares por cada
caso probado, una cifra nada despreciable, desde luego. Esa es la cifra real
porque estamos hablando de la época del presidente Menem y la gente no tenía
miedo ya de presentarse abiertamente para hacer sus reclamos. Los
militares habíamos desaparecido ya de la escena política. Esa es la realidad,
7.000, frente a los 30.000 que reclaman las Madres de Mayo. ¿Cómo es posible
que 23.000 personas renunciaran a esa ayuda?
Este dato demuestra que asistimos a una
clara manipulación en el asunto de los desaparecidos, se trataba de alterar las
cifras con un sentido político o con el interés de conseguir fraudulentamente
una indemnización del Estado argentino. Fue un error de nuestra parte aceptar y
mantener en el tiempo el término de desaparecido digamos como algo así
nebuloso; en toda guerra hay muertos, heridos, lisiados y desaparecidos, es
decir, gente que no se sabe donde está. Esto es así en toda guerra. En
cualquier circunstancia del combate, abierto o cerrado, se producen víctimas. A
nosotros nos resultó cómodo entonces aceptar el término de desaparecido,
encubridor de otras realidades, pero fue un error que todavía estamos pagando y
padeciendo muchos. Es un problema que nos pesa y no podemos quitárnoslo de
encima. Ahora ya es tarde para cambiar esa realidad. El tema es que el
desaparecido no sabe donde está, no tenemos respuesta a esta cuestión. Sin
embargo, ya sabemos quienes murieron y en qué circunstancias. También más o
menos cuántos murieron, luego cada cual que invente sus cifras.
R.A.:¿Por qué ustedes no le dieron un
reconocimiento a las víctimas del terrorismo en Argentina, cuando es un asunto
importante y todavía no resuelto en su país?
J.R.V.: Tiene usted razón, tenía que
haberse abordado este asunto. El término víctima del terrorismo no fue tenido
en cuenta, se veían muertos y víctimas por atentados, pero los consideramos
víctimas como tales de estas acciones subversivas. Hubo también secuestros y
asesinados, pero nunca se les vio como víctimas del terrorismo. En este
momento, y visto con esta perspectiva, es algo que no se hizo. Se reivindicó a
los combatientes, también se trabajó en la reivindicación de los presos
políticos, que somos nosotros, y ahora se trabaja en esta última reivindicación,
en la de las víctimas del terrorismo. Al margen de los combatientes y muertos,
y de los presos políticos que estamos pagando un servicio a la patria, faltaban
las víctimas del terrorismo y hay ya gente que está trabajando en este asunto,
en la búsqueda de esa reivindicación, aunque si bien es cierto que todavía no
se ha tenido éxito en lograr ese justo y merecido reconocimiento a ese
colectivo por el que usted pregunta. Es un trabajo en él que se lleva
trabajando desde hace años, pero este gobierno se niega a reconocer
sistemáticamente que existieran víctimas del otro lado, ya que sí lo hiciera
tendría que juzgar a los terroristas que produjeron aquellos hechos y actos que
provocaron la existencia de víctimas. Fíjese que hasta en el gobierno de Menem
había paridad y cierto respeto a las fuerzas de las dos partes que lucharon o
se enfrentaron en aquellos años, incluso emite varios decretos que tienen una
dirección simétrica hacia las dos partes. Reconoce con exactos argumentos a las
dos partes.
Pero el gobierno actual se ha
caracterizado por la asimetría y nos ha considerado solo a nosotros como la
parte beligerante, como el Demonio que tiene que ser condenado y
encarcelado. El otro Demonio, los terroristas o los guerrilleros, no existen,
eran simplemente "jóvenes idealistas". Y los esfuerzos que se han
hecho en presentar casos de víctimas con nombres y apellidos siguen abiertos
esperando el sueño de los justos; la justicia, en un caso, llegó hasta la
segunda instancia, pero ahí se extinguió la acción y la lucha sigue. El
gobierno sólo reconoce a las víctimas de una de las partes, pero les niega
todos los derechos a la otra.
R.A.:Hay un tema importante:¿Es cierto
que se intentó recrear la Cámara Federal en lo penal y que no se encontraron
jueces voluntarios?
J.R.V.: Fue real, fue tal como dice. La
comunidad judicial de entonces estaba amedrentada. A partir de la amnistía de
Cámpora, que terminó con todos los condenados por actos violentos en la calle,
los jueces, por el contrario, fueron asesinados, cesanteados y tiroteados. Esa
era la realidad de entonces, de antes de que llegáramos al gobierno. Este
asunto no se llegó a tratar oficialmente, pero quiero señalarle que tampoco se
encontraban los jueces que quisieran trabajar en el desarrollo del proyecto. No
se pudo hacer, simplemente. Aunque quiero decirle algo, los decretos de Luder
nos dieron todo el poder y competencias para desarrollar nuestro trabajo e
incluso excedían lo que habíamos pedido; Luder, prácticamente, nos había dado
una licencia para matar, y se lo digo claramente. La realidad es que los
decretos de octubre de 1975 nos dan esa licencia para matar que ya he dicho y
casi no hubiera sido necesario dar el golpe de Estado. El golpe de Estado viene
dado por otras razones que ya explique antes, como el desgobierno y la anarquía
a que habíamos llegado. Podía desaparecer la nación argentina, estábamos en un
peligro real. No es que los militares nos levantáramos un día de la cama y nos
hubiéramos dicho: ¡vamos a ir de cacería o a matar "jóvenes
idealistas"! Nada de eso, había otras razones de otra índole. Pero
realmente Luder nos había dado para la guerra todas las formas y medios que
necesitábamos, en nosotros estaba el ser prudentes o no, queriendo reconocer
que en algunos casos hubo excesos.
R.A.:¿Por qué la Junta no dio
instrucciones más precisas, incluso por escrito, de lo que estaba haciendo y de
las órdenes que impartía?
J.R.V.: Creo que órdenes existieron y
fueron precisas, no puedo entrar en detalle ahora en todas ellas. Las órdenes
estaban y los que las impartieron, que fueron asumidas por cada uno de los
miembros de la cadena de la mando que las dieron. Creo, sinceramente, que fue
así.
El primer juicio a las juntas.
R.A.:¿Usted cree que fue necesario que
el presidente Raúl Alfonsín juzgara a las Juntas Militares en su momento?
J.R.V.: Alfonsín era un político
claramente comprometido, no olvidemos que había sido abogado del grupo
terrorista Ejército Revolucionario del Pueblo, el ERP. Luego estaba
comprometido con la socialdemocracia europea, que fue la que le ayudó para
llegar a la presidencia, tenía que tomar una medida punitiva para juzgar unos
supuestos excesos que se habían cometido ante la sociedad y ante algunas
críticas que se habían producido; entonces, para calmar esas críticas, toma esa
medida. Pero creo que lo hizo con un poco de decoro y puntualizó que solo
debían ser sancionados, detenidos, juzgados y condenados aquellos que hubieran
cometido hechos aberrantes. No debían ser sancionados aquellos que se limitaron
a cumplir las órdenes, en principio de lo que se llama la obediencia debida,
dando lugar, más tarde, a la Ley de Obediencia Debida, que legislaba dicho
concepto. Quien cumplía una orden sin rechistar ni preguntar no podía ser
sancionado y la responsabilidad final debía de caer sobre el superior que daba
la orden.
En definitiva, el planteamiento de
Alfonsín era prudente y también consideraba la posibilidad de que fueran
juzgados quienes se excedían en el cumplimiento de una orden e iban más allá.
Acepto que este enfoque puede ser correcto. Alfonsín, además, cuando estalla el
movimiento de los "carapintadas" (una asonada militar que tiene lugar
en el año 1987), se da cuenta que las cosas pueden desbordarse y que los
juicios no cesan nunca. Así establece la Ley de Punto Final, por la cual los
jueces tienen un plazo de treinta días para procesar aquellos militares que
consideren que tienen delitos pendientes. Entonces, hubo una carrera de muchos
jueces por procesar en ese plazo a quienes consideraban culpables de algunos
delitos y aquello se convirtió, todo hay que decirlo, en una caza de brujas,
generando una gran inquietud en la sociedad y ello provoca que Alfonsín
promulgue la Ley de Obediencia Debida. Se trataba de que las responsabilidades
no se extendieran a todo el ejército y que sólo hubiera procesos para aquellos
que tuvieron alguna importancia o jerarquía en la cadena de mando. Pese a todo,
el juicio a las Juntas creo que fue un error y concluyo ya: nunca debió realizarse.
Menem luego desenredó ese error, en cierta medida, y nuestro momento peor,
hablo para los militares, es con la llegada de los Kirchner al gobierno. Ha
habido una asimetría total en el tratamiento a las dos partes enfrentadas en el
conflicto. Fuimos señalados como los responsables, ni más ni menos, de unos
acontecimientos que no desencadenamos.
R.A.: ¿Cómo juzga al almirante Massera,
tuvo diferencias con él?
J.R.V.:Hubo diferencias, claro, él era
esencialmente un hombre político, algo que yo no era. Era un hombre muy
político, quizá se equivocó eligiendo la profesión de militar y se dedicó a la
profesión equivocada.
R.A.: ¿Por qué le juzgan en este
momento?
J.R.V.:Como le había dicho al principio,
Alfonsín se ciño al derecho con sus más y sus menos; la justicia funcionaba, a
pesar de que se cometieron numerosos errores jurídicos durante nuestro proceso,
como por ejemplo el principio de la no retroactividad, el principio del juez
natural que fue vulnerado y otros errores de orden penal, por citar tan solo
algunas deficiencias. Todo ello para llevarnos ante ese "teatro" que
tuvo difusión mundial, pero así todo Alfonsín cumplió a su manera. Menem llegó
después a la presidencia y también, a su forma, cumplió a través de los
indultos y los perdones. Así llegamos al matrimonio Kirchner, que vuelve a
retrotraer todo este asunto a la década de los setenta, y vienen a cobrarse lo
que no pudieron cobrarse en esa década y lo hacen con un espíritu de absoluta
revancha, con el complejo, y esta es una opinión personal, y con el agravante
de quien pudiendo hacerlo no lo hizo en su momento. Estos señores eran
burócratas que repartían panfletos y no mataron ni una mosca entonces. Y eso
les da vergüenza, claro, y quisieron exagerar la nota de la persecución para
sacar patente de corso, de malos de una película en la que no estaban. No, no,
es la vendetta para una satisfacción personal sin razones, totalmente
asimétrica, fuera de medida. Aquí no hay justicia, sino venganza, que es otra
cosa bien distinta.
R.A.:¿¿No es sorprendente también que se
hayan juzgados a oficiales y suboficiales que aquellos días tenían apenas una
veintena de años o algo más?
J.R.V.: Mire, yo digo que si el juzgado
en este caso, independientemente de su edad, lo es en función de haberse
excedido en el cumplimiento de una orden está bien juzgado. Los demás, le
aseguro, son todos juicios políticos, como parte de esa venganza, de esa
revancha, como parte de ese castigo colectivo con que se quiere castigar a
todas las Fuerzas Armadas. Este plan sigue una política gramsciana que esta
gente cumple de punta a punta, disuadiendo a unas instituciones que han tomado
como rehenes, creando desaparecidos que nunca existieron y vaciando de
contenidos a la Justicia. Hoy la República está desaparecida, no tiene Justicia
porque la que tiene es un esqueleto sin relleno jurídico; el mismo parlamento
no tiene contenidos, está compuesto por ganapanes que temen que les vayan a
quitar el puesto y se venden al mejor postor. No hay nadie en la escena
política con lucidez capaz de hacerles frente. El país tampoco tiene
empresarios porque están vendidos al poder. Hoy las instituciones están
muertas, paralizadas, mucho peor que en la época de María Estela Martínez de
Perón. Lo que me permite decir que no tenemos República porque no tenemos a las
grandes instituciones del Estado funcionando. La Justicia, el Congreso y las
demás instituciones, por no hablar de otros aspectos, no existen; las
realidades no son así.
La ausencia de un juicio a los
montoneros.
R.A.:¿Cómo es que los antiguos
terroristas, los Montoneros, no hayan sido juzgados y condenados por los muchos
crímenes cometidos?
J.R.V.: Alfonsín y Menem hicieron un
acuerdo que era mitad y mitad, en el tema de los indultos me refiero. Los
Kirchner son los que dijeron que no habría simetría en el asunto de la guerra
que vivimos y nos señalaron a los militares como los malos, los responsables de
crímenes de lesa humanidad, y a los terroristas como los buenos, como las
víctimas de aquellos años terribles.
© Escrito por Ricardo Angoso y publicado por la
Revista Cambio 16 el domingo 12 de Febrero de 2012