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domingo, 21 de julio de 2019

PASO a paso: el escenario político de cara a las elecciones de agosto… @dealgunamanera...

PASO a paso: el escenario político de cara a las elecciones de agosto…


Alberto Fernández y Miguel Pichetto son los protagonistas principales de una nueva etapa de polarización en la política argentina. En el medio, Roberto Lavagna intenta mantener en carrera a la tercera vía.

© Escrito el  jueves 11/07/2019 por Tomás Allan y publicado en el Diario La Vanguardia de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.


Vivimos tiempos agitados para la política argentina. Más de un mes antes del cierre de listas del 22 de junio, Cristina Fernández anunció su decisión de correrse del centro de la escena para dejar a Alberto Fernández como candidato presidencial y acompañarlo desde la vicepresidencia. Rápidamente, más de una decena de gobernadores peronistas se alinearon con la novedosa fórmula, expresándole públicamente su apoyo. Luego, tres semanas más tarde, Mauricio Macri sorprendió a todos al ofrecerle la candidatura a vicepresidente a Miguel Pichetto, (ahora ex) jefe del bloque justicialista en el Senado de la Nación.

Numerosos análisis se han hecho hasta el momento sobre estas decisiones, intentando interpretar los gestos de los dos principales líderes políticos del país y tratando de decodificar cómo quedaba planteado el tablero político de cara a las primarias de agosto, las elecciones generales de octubre y un eventual ballotage en noviembre. Cristina Fernández tomó la iniciativa aquel 18 de mayo y produjo una serie de reacciones no solo en los sujetos destinatarios directos de su mensaje (¿el resto del peronismo?), sino también en otros actores políticos a quienes no fue dirigido (o sí, como contradestinatarios) pero que obviamente tienen interés en sus movimientos. De este modo, se produjeron varias decisiones en cadena que terminaron por reconfigurar el tablero político.

Para responder a la pregunta mayor (cómo quedó efectivamente configurado el escenario) podemos recorrer cuatro interrogantes que la preceden: a quiénes le hablaron Cristina Fernández y Mauricio Macri al desginar a Alberto Fernández como candidato a presidente y a Miguel Pichetto como candidato a vice; qué mensaje querían enviar; qué efectos produjeron en sus destinatarios y qué efectos produjeron en otros actores políticos.

DEL ALBERTAZO AL ROSQUERO SUPERPODEROSO


Mucho se ha dicho ya sobre la decisión de postular a Alberto Fernández como candidato a presidente, con una conclusión que destacó con claridad en la mayoría de los análisis: la búsqueda de moderación. La decisión de optar por una figura que se fue del gobierno kirchnerista en su momento de radicalización (post pelea con el campo), que criticó con dureza la forma de la ex mandataria de conducir los asuntos públicos en sus últimos años de gobierno y que parece tener (o poder tener) buen diálogo con sectores de poder en aparente tensión con el kirchnerismo (Clarín, “el campo”, el empresariado, el FMI), fue leído como una indudable muestra de moderación que permitiría ampliar el espacio de cara al cierre de listas y ofrecería la posibilidad de llevar a cabo algunos acuerdos en caso de llegar al gobierno, en una etapa que será complicada desde el punto de vista económico, gane quien gane. La decisión de colocar al ex Jefe de Gabinete también podría, hipóteticamente, mantener el piso de votos de la ex mandataria y perforar su techo, clave para un eventual ballotage.

Si los destinatarios principales del mensaje cristinista fueron los gobernadores y el resto del peronismo, este parece haber tenido relativo éxito si atendemos a los rápidos alineamientos que se produjeron luego del anuncio, incluido el de Sergio Massa, aunque con algunas idas y vueltas previas.

Pasaron algunas pocas semanas hasta la siguiente movida política de trascendencia. La decisión de incluir a Miguel Ángel Pichetto en la fórmula presidencial oficialista sorprendió a propios y extraños: llegaba un peronista de pura cepa a ocupar nada menos que el puesto de candidato vicepresidente de la fuerza política que hegemoniza el espacio no-peronista del sistema político.

Nuevamente, los análisis comenzaron y varios merodearon la tesis del fin de la grieta o, al menos, de su conmoción: si la decisión de ubicar a Alberto Fernández como candidato a presidente del espacio kirchnerista era el principio del fin de la grieta, la decisión de que Miguel Pichetto secundara a Mauricio Macri en la fórmula presidencial era el acto que lo consumaba.

Como sea, algo cambió. Las veredas se ensancharon; los desplazamientos de ciertos actores que hasta ahora habitaban el centro de forma dispersa ampliaron los sectores enfrentados.

Aunque otras lecturas sugieren que esta está más viva que nunca: ambas decisiones consolidan la grieta pero la moderan (giro al centro) o bien la ratifican ampliando sus respectivos espacios pero sin moderarse (los dirigentes que escapaban a su lógica van hacia los polos pero no los polos hacia ellos, como una especie de imán).

Cualquiera de estas presupone vocación de amplitud y un reconocimiento tácito de que para poder ganar las elecciones y, sobre todo, para gobernar luego de ello en una situación económica delicada, se necesitará salir del empate de minorías intensas y posiciones defensivas para lograr acuerdos amplios que garanticen la tan mentada gobernabilidad.

Como sea, algo cambió. Las veredas se ensancharon; los desplazamientos de ciertos actores que hasta ahora habitaban el centro de forma dispersa ampliaron los sectores enfrentados. Massa y varios gobernadores para un lado; Lousteau (que desde 2015 pareció estar con un pie adentro y otro afuera de Cambiemos) y Pichetto para el otro. Si tomamos la teoría del giro al centro de las dos fuerzas principales de la política argentina ello redundaría en un esquema de fuerzas centrípetas: ambas compiten por el centro. La grieta ya no centrifuga sino que aprieta, y los polos están más cerca que antes, dice Andrés Malamud. 

Sin embargo, ni bien Pichetto salió a la cancha a hacer declaraciones públicas, muchos comenzaron a poner en duda esta tesis: ¿de qué giro al centro hablamos si el flamante candidato comienza a tratar a sus adversarios de comunistas, vocifera contra la flexibilidad en la llegada de inmigrantes y propone rediscutir el rol de las Fuerzas Armadas para que puedan intervenir en tareas de seguridad interior?

Dice Ignacio Ramírez: “Lo de Pichetto fue un giro al centro en términos políticos, pero fue una bolsonarización en términos ideológicos”. El Pichettazo difuminó (¿diluyó?) la línea divisoria entre el espacio peronista y el no-peronista e implicó la cooptación de uno de los principales actores del peronismo no-kirchnerista, nucleado en torno a Alternativa Federal, hasta ese momento renuente a plegarse a cualquier polo de la grieta. Pero, en efecto, su discurso en temas de seguridad e inmigración y sus referencias elogiosas a figuras como Matteo Salvini o Jair Bolsonaro dan pie a la tesis de la radicalización cambiemista, que fue ganando terreno con el cierre de listas y los acercamientos a figuras como Amalia Granata y Alberto Asseff, probablemente algo obligados por la candidatura de José Luis Espert y Ricardo Gómez Centurión.

Hasta estas elecciones, el Gobierno no tenía amenazas concretas por derecha. Sus candidaturas lo obligaron a moverse para neutralizar o al menos atenuar esa fuga de votos.


Entonces, ¿a quién le habló Macri con la designación de Pichetto? En los primeros análisis primó la idea del mercado como “sujeto” destinatario, que aparentemente habría reaccionado positivamente a la postulación del senador por Río Negro. Esta alegría subrepticia obedecería a que su figura encarnaría una suerte de garantía de gobernabilidad para el segundo mandato macrista, por su aptitudes negociadoras y su estrecha relación con varios sectores del peronismo (especialmente los gobernadores), lo cual permitiría conseguir los votos suficientes para aprobar algunas reformas que el gobierno considera necesarias.

Sin embargo, esta teoría adolece de algunos puntos débiles: Pichetto garantizó la gobernabilidad durante el primer mandato macrista desde su posición de jefe de bloque del justicialismo, ¿pero puede garantizarla desde las filas del oficialismo? Por otro lado, no termina de entenderse el porqué de la alegría de los mercados por lo que pudiera pasar en un eventual segundo mandato macrista si la candidatura de Pichetto no aporta votos propios para cumplir una condición anterior, a la cual ese segundo mandato se encuentra obviamente sujeto: ganar las elecciones.

En fin: tesis verosímiles pero con cierta dosis de sobreestimación de las aptitudes negociadoras de Pichetto y de sobreinterpretación de los cálculos del Mercado, ese “sujeto” que solo puede hablar lo que los analistas políticos le hagan decir.

La ecuación del Gobierno es que Pichetto tranquiliza a los mercados, lo cual significa dólar calmo y, por tanto, se evita la fuga de votos potenciales que se produce ante cada subida de la moneda norteamericana.

Como fuere, desde esta perspectiva la ecuación del Gobierno es que Pichetto tranquiliza a los mercados, lo cual significa dólar calmo y, por tanto, se evita la fuga de votos potenciales que se produce ante cada subida de la moneda norteamericana. Carlos Pagni dice que la imagen de Macri está indexada al dólar: cuando este sube, aquella cae; cuando este baja, aquella sube. La paz cambiaria de acá a las elecciones podría favorecer a la victoria oficialista.

Visto así, su figura no sumaría votos propios pero evitaría indirectamente su fuga. La conclusión es verosímil, lo que se pone en duda es la veracidad de las premisas.

Finalmente, se ha dicho que su incorporación podría cobijar al votante peronista de derecha, algo también verosímil, aunque cuesta imaginar que estos votantes fuesen renuentes a optar por Cambiemos antes del anuncio de la fórmula, mientras que la fórmula Lavagna-Urtubey ofrece un resguardo para el electorado peronista descontento con el Gobierno y el kirchnerismo.

En el medio, Lavagna y Urtubey unieron fuerzas. Por lo general, la teoría de la ampliación de veredas que angostan y presionan la avenida del medio supone que la tercera vía saldría inevitablemente perjudicada. Sin embargo, pueden introducirse algunos matices.

Hasta acá, esa ampliación del polo oficialista y del polo opositor-kirchnerista se dio a nivel dirigentes. Sin embargo el desplazamiento de ciertos actores del centro hacia los polos no necesariamente conlleva un movimiento sustantivo de los votantes en el mismo sentido. Si bien el estrechamiento del centro podría perjudicar a Roberto Lavagna, la reducción de la oferta en una zona que pasó a ocupar en solitario podría beneficiarlo si el electorado se mantiene escéptico a los movimientos de Sergio Massa y Miguel Pichetto.

Hay que ver si, en efecto, ese movimiento de nombres va acompañado de una moderación en los discursos, y observar el comportamiento del electorado indeciso y su resistencia a moverse al compás de esos movimientos. De este modo, su aventura probablemente dependa (al menos en parte) de la (in)elasticidad de la demanda antigrieta con respecto a las variaciones que se produjeron en la oferta.

¿QUÉ HAY DE NUEVO, VIEJO?


El cierre de listas y los desplazamientos que se dieron en la previa exigen un análisis sobre cómo se ha (re)configurado el escenario político. En este sentido, puede ser interesante detenerse en la lectura que los propios actores hacen sobre el tema, dado que la batalla electoral pasa en buena parte por los términos en que ella se enuncia “desde adentro”. La pregunta que subyace es: ¿qué es lo que hay en juego en estas elecciones? 

Si para el Gobierno estos comicios plantean una disputa entre demócratas liberales republicanos versus populistas autoritarios, para la principal fuerza opositora se enfrenta el campo popular versus el neoliberalismo rampante. Mientras que para el lavagnismo estamos ante el enfrentamiento del fracaso del pasado y el fracaso del presente, solo superables con una alternativa que escape a la grieta.

Unos harán eje en la cuestión moral e institucional mientras que otros harán hincapié en la agenda socioeconómica, que parece ser el flanco débil del oficialismo. Veremos qué interpretación logra imponerse en esta disputa (¿superestructural?) sobre lo que se juega en estas elecciones.

Por otro lado, “desde afuera” han surgido algunas interpretaciones diferentes más allá de la reproducción de esas mismas lecturas. Si en Argentina siempre ha sido algo impreciso el esquema izquierda-derecha para interpretar la realidad política, las apariciones de Alberto Fernández primero y de Miguel Pichetto después habilitarían un análisis de ese tipo. La candidatura vicepresidencial de este último difumina el clivaje peronismo-no peronismo y da mayor nitidez a este esquema clásico en el que tendríamos dos grandes coaliciones -una en la centroderecha y otra en la centroizquierda-, que entre ambas se llevarían más del 70% de los votos; un centro “flaco” apoyado en la figura de Roberto Lavagna, que aspira a superar los 10 puntos en las generales, y alternativas minoritarias desbordando este esquema por izquierda (FITU) y por derecha (Espert y Gómez Centurión), que se calcula no superarán el 5% cada una.

Por su parte, si bien el Gobierno siempre eligió el confrontamiento directo con el kirchnerismo (y particularmente con la figura de Cristina Kirchner), el discurso de los “70 años de decadencia” (que implícita o explícitamente hace referencia al peronismo) y su intención de distinguirse claramente de “la vieja política” le han permitido presentarse como la fuerza no-peronista por excelencia, nucleando al antiperonismo más duro. Con la designación de un peronista de pura cepa y rosquero de la primera hora en la fórmula presidencial, esa línea divisoria pierde nitidez.

El Gobierno pudo jugar a distinguirse tan claramente del peronismo como un todo en tanto y en cuanto este estuviera, en los hechos, dividido (en tanto no fuera un “todo” real y actual sino ficticio e histórico). Cuando el peronismo amagó a unirse, previa designación de Alberto Fernández como candidato presidencial, Cambiemos decidió flexibilizar uno de sus componentes identitarios y volver a focalizar a su adversario en un círculo más pequeño, que representa solo una versión particular de aquel: el kirchnerismo.

El cambio ya no es respecto de “70 años de atajos y avivadas” sino respecto del proceso de 12 años kirchneristas. Se corre la frontera política. Digamos que para el Gobierno lo que está en juego en estas elecciones es la integridad de las instituciones republicanas, y eso no distingue entre peronistas y no-peronistas sino entre kirchneristas y no-kirchneristas. Esto implica reducir el espacio opositor y permitirse ampliar el propio.

Si bien el estrechamiento del centro podría perjudicar a Roberto Lavagna, la reducción de la oferta en una zona que pasó a ocupar en solitario podría beneficiarlo si el electorado se mantiene escéptico a los movimientos de Sergio Massa y Miguel Pichetto.

Lo cierto es que, a pesar de las advertencias de que podría producir la fuga del núcleo de votantes antiperonistas, esto no parece representar una amenaza concreta si tenemos en cuenta que ninguna de las fuerzas realmente competitivas quedó exenta de peronismo, por lo cual parece difícil que emigren a otros pagos.

Por último, la formación de un espacio progresista no-kirchnerista parece que tendrá que esperar. El progresismo depositaba en la figura de Lavagna la esperanza de la construcción de una alternativa progresista de escala nacional, pero una serie de eventos desafortunados hicieron caer esas expectativas. La decisión de incluir a Juan Manuel Urtubey como candidato a vicepresidente, la derrota electoral del socialismo en Santa Fe (que perdió la gobernación a manos de un peronismo unificado hacia la derecha, liderado por Omar Perotti) y la conformación de listas en las que primó la estructura del sindicalista Luis Barrionuevo por sobre las estructuras partidarias del GEN y del Partido Socialista terminaron por opacar esa tonalidad progresista que se esperaba darle a esta construcción a nivel nacional. De todas maneras, puede significar una buena oportunidad para ganar algunas bancas legislativas.

En suma, ambos gestos giraron en torno al cargo de vicepresidente; ambos han tenido efectos en lo inmediato y podrán tener otros de mediano y largo plazo que habrá que esperar para verificar; ambos mostraron apertura en sus respectivos espacios. No obstante, no está tan claro que esa potencia simbólica de las movidas que incluyeron a Miguel Pichetto y Alberto Fernández hayan tenido un correlato material en el armado de listas, en donde los sectores que podían ampliar los respectivos espacios no han tenido el lugar que se esperaba.

Aquel 18 de marzo Cristina tomó la iniciativa, Macri respondió y el resto de los actores se incorporaron al juego. El tablero político comenzó a reconfigurarse y el cierre de listas nos dio algunas certezas, pero la incertidumbre primará de cara a las PASO, en una competencia que se avizora reñida. Las fichas se van acomodando pero falta un largo trecho aún por recorrer.



domingo, 11 de noviembre de 2012

El 8N y las Consultoras... De Alguna Manera...


De clase, organizada, sin impacto electoral…


Los principales consultores de todas las tendencias analizan el 8N. Todos coinciden en que fue importante, que tuvo identidad de clase media o alta, que pasó de cacerolazo espontáneo. Pero las diferencias aparecen al hablar de su legado, que va de poco a una mayor distancia con el Gobierno que no se traduce en votos.

Los principales consultores políticos de todas las tendencias coinciden en algunos diagnósticos –tal vez los más sustanciales– respecto del 8N, aunque mantiene miradas discrepantes en relación con sus efectos sobre el futuro político nacional. La mayoría afirma que la movilización fue esencialmente de clase media, que fue bastante organizada –dejó de ser un cacerolazo, si se toma el término como sinónimo de espontaneidad–, que no tiene una representación política clara y que por esa razón no muestra por ahora un impacto electoral decisivo. En el marco de las discrepancias, algunos consultores destacan que la marcha exhibe un retroceso del oficialismo, mientras otros sostienen que simplemente se muestra en la calle lo que ya existía como antikirchnerismo, lo que, también por ahora, no significaría cambios importantes en la relación de fuerzas electorales. En ese terreno vuelven las coincidencias: casi todos piensan que el oficialismo podría ganar las elecciones de 2013, aunque discrepan sobre los porcentajes que alcanzaría.

Clase media

Manuel Mora y Araujo, uno de los consultores más tradicionales, hoy titular de la Universidad Di Tella, evalúa que el jueves “la clase media, escasamente articulada a través de organizaciones como los partidos, los sindicatos o grupos militantes, ratificó su capacidad de llenar la calle. La práctica de la protesta, definitivamente, no es patrimonio de ningún sector de la sociedad”. Analía Del Franco, de Analogías, considera que “la gran mayoría de los participantes son del mismo espectro social que los del 13 de septiembre. Si bien esta fue una movilización más numerosa, se puede asegurar que no atrajo a otros sectores sociales más que los niveles medios medios y altos. Para sintetizar, se puede decir que su tendencia ideológica es de centroderecha. Eso no implica que el Gobierno no reciba críticas por izquierda, pero no percibo que se hayan sumado al 8N. Tampoco, votantes de CFK 2011 y hoy críticos o defraudados. Nuestros estudios cualitativos muestran que la critica de éstos no los impulsa (aún) a salir a marchar contra el Gobierno”.

La ¿originalidad?

Enrique Zuleta Puceiro, titular de Opinión Pública, Servicios y Mercados (OPSM), mide la convocatoria no sólo en términos de los que fueron, sino también en términos mediáticos. “La movilización del 8N no tiene precedentes en la historia de las multitudes en la calle y la razón es simple: se desarrolló en todas las ciudades medias y grandes todo el país y ocupó todos los segundos de todo el encendido radial y televisivo en el prime time entre 19.30 y 22 en todas las señales públicas y privadas”.

Artemio López, de Equis, no le ve tanta originalidad histórica. “Los 200.000 opositores de clase media alta y alta, que ya adversaron al gobierno nacional en octubre de 2011, se movilizaron el 13 de setiembre y el 8 de noviembre pasado, rechazando explícitamente toda representación partidaria y señalando claramente la fragilidad de la oposición política realmente existente.”

“Más allá de las discusiones acerca de magnitud –razona Eduardo Fidanza, de Poliarquía– de las polémicas sobre la composición, procedencia y eficacia política que provoca el 8N, lo que creo más significativo es que refleja la desaprobación mayoritaria a la gestión presidencial. En sí misma la concentración no es capaz de cambiar el curso de los acontecimientos, pero es un indicio del momento político y de las perspectivas que podrían estar abriéndose. Hace un año, en el cenit de la popularidad y el poder electoral del kirchnerismo, era impensable semejante movilización de masas.”

En la mirada de Ignacio Ramírez, de Ibarómetro, “las protestas o acciones colectivas pueden ser analizadas considerando su magnitud, sus consignas, sus métodos de organización y de protesta. La modalidad elegida es elocuente respecto de algunas continuidades actitudinales con el 2001. En este sentido, el cacerolazo evoca inmediatamente imágenes del 2001, cuando se combinó una profunda crisis social y económica con un estallido de nihilismo y descreimiento. La consigna académica más leída y escuchada por entonces era ‘crisis de representación’. Once años después algunos sectores de la sociedad, enérgicamente opositores al kirchnerismo, exhiben una crisis de representación al cuadrado, puesto que se da en el marco de condiciones sociales y económicas completamente distintas, con una sociedad crecientemente politizada y un amplio sector social que acompaña a un proyecto político”.

¿Espontánea u organizada?

Prácticamente todos los consultores evalúan que el 8N tuvo un fuerte nivel de organización. Del Franco lo sintetiza así: “En primera instancia creo que ya no cabe llamarlo cacerolazo, denominación que creo aplicable a manifestaciones con alto nivel de improvisación y espontaneidad. Es sólo una cuestión de denominación y no de evaluación y menos en sentido negativo. Que sea menos espontánea no significa que sea menos legítima”.

Con ella coincide Zuleta: “De espontáneo, estas movilizaciones tienen poco, pero eso no la minimiza ni disminuye en significación y efectos sociales y políticos. Hay que tomar nota: este tipo de movilizaciones rompe con la lógica del balcón, del líder que sale al balcón”.

¿Quién los representa?

Buena parte de los consultores creen que nadie, aunque hay algunas discrepancias. Roberto Bacman es el titular del Centro de Estudios de Opinión Pública (CEOP). “Todo parece indicar que no dejó nada nuevo el 8N. En realidad, y en lo que hace al meollo de la protesta es más de lo mismo: críticas al Gobierno, a su accionar, a su orientación y al estilo presidencial. Sin embargo, y al igual que dos meses atrás, se enfrenta a un callejón sin salida: no aporta nada en concreto, se aúna sólo en la crítica, no propone y, para colmo de males, no existe por estos tiempos en la Argentina ninguna fuerza ni dirigente político que pueda capitalizarla. Por el contrario, también se pudieron escuchar críticas a algunos dirigentes que de alguna u otra manera la impulsaron desde las sombras. Hacia el interior de la protesta subyace un arco demasiado heterogéneo, que incluye un variopinto conjunto de segmentos de la sociedad que impulsan reivindicaciones de distinto tipo y tenor.”

Ricardo Rouvier, de Rouvier y Asociados, percibe lo mismo, pero opina que debe mirarse un poco más que la representación política: “Es indudable que así como se expresa la protesta ante un oficialismo fuerte, de voz alzada, definido, decisionista, también deja al desnudo la falencia de una oposición que no da señales de vida. Es posible que este acontecimiento otorgue energía a los adversarios del Gobierno; pero eso se verá en el futuro. Con la marcha, la oposición política mejoró sus ilusiones para el 2013, a pesar de que no pueda convertir en fortaleza inmediata la manifestación callejera. No tiene cómo transferirla a sus consensos”.

En una línea que pone el acento en las debilidades de la oposición, Ignacio Ramírez, de Ibarómetro, sostiene: “Mi hipótesis es simple: el 8N no expresa la debilidad del kirchnerismo sino la debilidad de la oposición. Un sector de la sociedad no encuentra liderazgos capaces de interpretar y representar sus aspiraciones, deseos y valores, y asimismo no percibe alternativas políticas sólidas y competitivas que puedan desafiar seriamente al kirchnerismo. Cuando algunos dirigentes opositores sostienen que la presencia de políticos enturbiaría la protesta, hacen dos cosas: revelan su propia debilidad y fortalecen las mismas matrices que dificultan el fortalecimiento de liderazgos políticos opositores. Para que el 8N produzca un impacto político deberá articularse políticamente, tarea que les corresponde asumir a los partidos y/o dirigentes de la oposición”.

Distinta es la mirada de Del Franco para quien “un referente concordante para estos grupos, es alguien con postura de centroderecha. Macri es quien viene a la mente en forma inmediata. No considero oportunista que trate de capitalizarlo. Por el contrario, si de la Ciudad de Buenos Aires se trata, los presentes el jueves fueron sus votantes en las elecciones a jefe de Gobierno. Ahora tiene el problema de que no representa a quienes marcharon en otros lados”.

En ese terreno, Mora y Araujo apunta que “las clases bajas, los sectores de la Argentina de la pobreza –que obviamente no engrosaron las multitudes del 8 de noviembre– encuentran algunos canales de representación, ejercida principalmente por los dirigentes políticos locales y a través de ellos por los gobiernos locales, provinciales y nacional. Las clases medias, y de ahí para arriba, no tienen más representación: o se sale a la calle o no se tiene voz. Ese es el fracaso de la política argentina, o sea de los políticos argentinos y sus organizaciones”.

Las consignas

“En la última encuesta llevada a cabo por CEOP –relata Bacman– se pueden observar las cinco motivaciones de los manifestantes del 8N: inseguridad, falta de diálogo, corrupción, posible reforma constitucional que habilite la reelección y los controles sobre el dólar. Pero en el mismo trabajo de campo la imagen positiva de CFK se ubica en el eje del 52 por ciento y la aprobación de su gestión alrededor del 50. Entre ellos sobresalen los más jóvenes (18 a 34 años), los de clase baja y los residentes en el Gran Buenos Aires profundo y el interior del país. Y ellos fueron los que no salieron a protestar.”

Rouvier agrega que “la protesta se fundamentó en algunas cuestiones de gestión que pueden ser discutidas y revisadas, sobre todo las que hacen a la inflación y a la inseguridad, pero hay otras de claro perfil conservador; inclusive en sectores medios bajos que se enojan ante la Asignación Universal por Hijo que cobra un vecino. La disponibilidad mayor o menor de acceso a la divisa supone una adaptación ciudadana que todavía no se ha transitado; pero es indudable que los sectores medios sienten que el Gobierno los amenaza, y pone en peligro sus libertades individuales tal cual las proclamó el liberalismo. El valor de lo colectivo, lo comunitario, es el valor por conquistar del kirchnerismo, ante la hegemonía del individualismo, el éxito personal y la competencia salvaje”.

El efecto electoral

Un dato llamativo es que casi todos los consultores, incluso los más alejados del oficialismo, piensan que el Frente para la Victoria tiene todas las chances de ganar las elecciones del año próximo, porque más allá del 8N conserva el caudal electoral necesario para obtener más votos que las demás fuerzas. Lo que sucede es que esos mismos consultores –los más alejados del Gobierno– ponen listones altos: que el FpV no va a hacer una elección parecida a la de 2011 o que no va a tener los legisladores propios suficientes para votar una reforma constitucional. Ambas alternativas son virtualmente imposibles: como resaltó la propia CFK cuando se refirió al tema en Harvard, difícilmente pueda haber reforma si no hay acuerdo con otra fuerza política de envergadura; y la comparación entre los votos en una elección presidencial y una legislativa tiende a ser poco realista. También en esto caen algunos de los encuestadores más cercanos al oficialismo.

En ese marco, no deja de haber polémicas. Para Mora y Araujo “la clase media desafía al gobierno nacional en la calle, y eso significa que el Gobierno pierde sus votos. Los de abajo no están muy motivados para salir a manifestarse, pero posiblemente siguen leales electoralmente. La aritmética más simple preanuncia entonces un serio problema electoral. Ni siquiera conservando el 100 por ciento de los votos de todas las personas que están por debajo de una línea de pobreza, el Gobierno podría repetir los resultados del 2011. En términos del mercado político, el problema parece claro: hoy no hay mucha oferta opositora, pero la demanda la pide a gritos. Y, por lo que se ve, el gobierno nacional conserva a su electorado de abajo pero no quiere ofrecerle nada –o no encuentra qué ofrecerle– a esa clase media que lo ayudó a constituirse y que se declara insatisfecha”.

Fidanza anuncia un declive más pronunciado: “El escenario que veo es el de una lenta declinación del Gobierno que desemboca en el síndrome del pato rengo para la Presidenta. Esto ocurriría aunque el Gobierno ganara las elecciones de 2013. Podría alcanzar una primera minoría en caso de que la oposición permanezca fragmentada. La razón es que no se prevé una recuperación significativa de la economía, como en el período 2010-11. En cuanto a la reforma constitucional con cláusula de re-reelección, parece improbable debido al amplio rechazo popular que suscita”.

López, en cambio, cree que “en perspectiva, el caceroleo opositor nada cambia en el sistema de preferencias electorales manifiesto en octubre de 2011, donde el oficialismo, merced a su gestión y en especial al sostenimiento de los atributos de empleo y consumo obtuviera el 54,11 por ciento de los votos. Se plantea sí una situación crítica para la oposición política hoy incapaz de representar estas demandas ciudadanas y que para colmo, con cada nuevo liderazgo emergente, sigue fraccionándose. Tal el caso de Macri y De la Sota, las dos nuevas figuras visibles del elenco de la opo que cazan votos en el mismo zoológico anti K que ya lo hicieron Binner, Alfonsín, Duhalde, Carrió el 30 de octubre de 2011”.

“Para quienes ven la realidad de la política desde el ojo de cerradura de la competencia electoral –analiza Zuleta– es posible que los cambios sean mínimos. Las multitudes del 8N no expresan tendencias demasiado diferentes de las que en los últimos meses vienen revelando las encuestas nacionales: un empeoramiento gradual de casi todos los indicadores de apoyo y evaluación de desempeño del Gobierno, pero en el plano del voto, el oficialismo conserva lo sustancial de su caudal electoral, ante la ausencia de propuestas y liderazgos alternativos.”

© Escrito por Raúl Kollmann y publicado por el Diario Página/12 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el domingo 11 e Noviembre de 2012.