jueves, 16 de octubre de 2014

La chica esposada y la psicóloga… De Alguna Manera...


La chica esposada y la psicóloga…


Una chica detenida bajo una acusación absurda recobró su libertad gracias a una acción de la defensoría oficial sustentada en peritajes psicológicos. Su historia muestra cómo una intervención desde la psicología puede contribuir a la protección de los sectores más vulnerables.

Conurbano bonaerense, madrugada de viernes. Una jovencita que apenas pasa los 20 años súbitamente comienza a sentir intensos dolores abdominales. Es tan fuerte el dolor que le pide a su novio que la lleve al hospital; ya no aguanta. Tiene una niña de dos años, producto de una relación anterior que le deparó tristezas y frustraciones. Los tres se dirigen al hospital. Son las tres de la mañana, no hay transporte, caminan, ella entre quejidos.

Al llegar al hospital, no recibe atención. Según comenta luego, “estaban de paro”. ¿Acaso la guardia de un hospital público no debe prestar atención en cualquier circunstancia?

Desesperada, le pide a su novio que la lleve a otro hospital, pero no hay otro hospital cerca, en el camino ven una clínica, ella no puede más. El venía de cobrar la quincena y decide que lo poco que le quedaba para pasar el mes lo va a poner en esa clínica privada para que le den atención urgente a su chica.

Llegan a la clínica. Pagan. Esperan. Diez minutos, veinte, ella no soporta el dolor. Media hora, y nada. Son las cuatro, él insiste ante la empleada administrativa, por favor, le suplica, que venga la doctora, pero nada.

La joven siente que se descompone, corre al baño, y desde allí llega un grito ensordecedor. 
El corre, ve sangre, pide ayuda..., y nada. Dentro del baño está ella mirando asustada lo que ha sucedido: acaba de parir un niño, de cuya existencia no tenía registro.

Llega la doctora. La doctora había estado durmiendo durante su guardia, la habían llamado cinco veces, pero no había hecho caso. Ahora, al ver que durante su ausencia se desencadenó el parto, le grita: “¡Asesina, quisiste matar a tu hijo!”. La chica está inmóvil, sin reacción, sin tomar al niño en sus manos. La médica llama a la policía. Después de haber cortado el cordón umbilical, le colocan las esposas, delante de su hijita de dos años y la llevan detenida.

Seis meses después, seguía presa con prisión preventiva, imputada por el delito de homicidio agravado por el vínculo en grado de tentativa (¿cuál será el riesgo procesal que motiva la persistencia de la detención de jóvenes de clases bajas, sin instrucción, sin recursos, sin posibilidad alguna de entorpecer la investigación ni de darse a la fuga?).

Llegó esposada a mi despacho. En su rostro se esbozaba una sonrisa temerosa. Se me había pedido un amplio examen psíquico, a los fines de darle sustento a la estrategia de la defensa.

Rápidamente se planteó una cuestión a dilucidar: ¿es posible que una mujer llegue a parir desconociendo su condición de embarazada? Qué mejor que preguntárselo a ella. Me cuenta que para ella “estar embarazada es no menstruar” y que ella “menstruó todo el tiempo”. Sí, estaba más gordita, pero desde que está con Julián –hace poco tiempo– comía más y mejor.

Ella jura que no sabía nada, que fue a pedir ayuda al hospital, que no la atendieron, que fue a la clínica, que Julián pagó la consulta, que esperaron mucho, que el niño cayó en el inodoro y la doctora dijo que lo quiso matar. ¿Por qué?, porque sí, porque no le creyó que no sabía, porque no sacó al bebé del inodoro. “Pensé que estaba muerto.” “Me asusté.”

Le creo. Aunque no se trata de creerle o no, yo le creo. Pero ahora necesito encontrar las palabras para explicar lo que nadie más le cree. Necesito poder decir lo que ella no alcanza a decir. Porque no todos tienen los mismos recursos simbólicos; porque el acceso a la educación, a la salud, a la alimentación, no es igual para todos.

Desde el punto de vista de su desarrollo intelectual, ella ha permanecido en el estadio que Jean Piaget llamó “de las operaciones concretas”, sin acceso al pensamiento abstracto: no puede hacer operaciones mentales en ausencia del objeto tangible. Y los conocimientos sobre sexualidad y embarazo con los que contaba le dictaban que la señal de estar embarazada era no menstruar. Y ella menstruaba.

Gran parte de la población que asistimos en el ámbito de la defensa pública tiene estas características. En general, son personas de condición humilde que tuvieron déficit alimentarios en la primera infancia. Esto produce secuelas irreversibles en el desarrollo de la corteza cerebral, de la inteligencia. Son chicos que más o menos se defienden durante la escolaridad primaria pero después, cuando debieran haber llegado al estadio que Piaget llama “de las operaciones formales”, se quedan sin recursos intelectuales. Y a ese déficit de la primera infancia se suma la falta de atravesamiento cultural. En el caso de esta joven, su madre, en condiciones de mucha pobreza, había tenido 17 hijos, de los cuales tres habían muerto.

Desde el punto de vista emocional, ella estaba iniciando una relación amorosa con ese novio, que se había hecho cargo de ella de manera impresionante, la acompañaba a todos lados como lo hizo en el episodio que terminó con su detención. Ella estaba libidinalmente capturada por ese enamoramiento, toda su libido estaba captada por la nueva relación amorosa, y el embarazo había sido producto de su relación anterior: no entraba en su registro psíquico.

La médica, que se demoró y llegó a la guardia cuando el parto se había producido, ocultó su falta acusando a la paciente de homicida. La policía, entre la palabra de una adolescente pobre–que después me contó lo sucedido con una ingenuidad conmovedora– y la de una doctora, no dudó: la llevó presa. El fiscal la imputó, el juez convalidó el procesamiento y dictó la prisión preventiva , y así la gran maquinaria siguió dando vueltas enredando a una joven asustada, perpleja frente a todo lo que se había desencadenado a partir de aquel viernes de madrugada.

¿Cómo los policías, el fiscal y el juez pudieron suponer que ella fuese para matar a su bebé a un hospital y después a una clínica? Esto no resiste la más mínima lógica, y da la pauta de cómo las personas en la situación de esta chica –que carecen no sólo de recursos económicos, sino también de recursos simbólicos para defenderse– quedan totalmente expuestas a una maquinaria que ostenta su poder: primero, el poder médico, después, el poder de la Justicia. La detuvieron, la imputaron, la procesaron y también le sacaron la tenencia de sus hijos. Su hijita de dos años permaneció todo un año sin poder ver a su mamá. Fue entregada en guarda al padre y el bebé recién nacido fue entregado a la abuela materna. Ninguno de los miembros de su familia había sospechado que los dolores que acusaba la joven podían estar relacionados con un embarazo. Todos me hablaron de lo amorosa y responsable que era con su pequeña hija. Y lloraban sin entender por qué estaba presa.

Cómo decirles que estaba presa porque hay quienes no entienden que el análisis del atravesamiento cultural resulta determinante a la hora de pensar sobre casos como éste. Cómo decirles que ella no supo de su embarazo porque su interés libidinal estaba captado por el nuevo amor. Cómo explicar que el pensamiento concreto impide realizar abstracciones y que sólo puede operar sobre el objeto tangible: la ausencia de menstruación indica embarazo, si menstruás no estás embarazada. ¿Cómo responderles la pregunta acerca de la responsabilidad de los médicos, tanto del hospital como de la clínica, que la desatendieron?

En un estudio realizado en Berlín, se determinó que una de cada 475 mujeres llegan al parto desconociendo su embarazo. Los domingos, en un canal de cable, hay un programa exclusivamente dedicado a esta temática.

Sin embargo, para el poder médico y jurídico, ella había intentado asesinar a su hijo.

Su defensa, de la cual yo formaba parte como perito psicóloga, debió demostrar (sí, efectivamente, invirtiéndose la carga de la prueba) su inocencia. Luego de un año en prisión y numerosos informes psicológicos, logramos que se le concediera el arresto domiciliario. Después un juez de familia le devolvió la tenencia de sus hijos.

Tres años pasó bajo arresto, primero en la cárcel y después en domicilio. En la antesala del juicio, vino a buscarme muy asustada: “Andrea, tengo miedo, ¿qué me va a pasar?”. Hice lo que nunca se debe hacer en tales circunstancias: le pedí que confiara en nosotros, que íbamos a demostrar la verdad y que nada le iba a pasar. Me abrazó y se fue sonriendo.

Yo, en cambio, me fui temblando. Indirectamente le había prometido que ganaríamos el juicio. ¿Y si perdíamos? ¿Y si, como tantas otras veces, no se nos escuchaba o no se terminaba de entender eso que nosotros denominábamos negación, represión, pensamiento concreto, disposición libidinal, atravesamiento cultural? Ahora era yo quien sentía miedo.

Durante el juicio oral, tras analizar los elementos de prueba que dieran sustento al proceso penal y considerar los numerosos escritos del defensor y los informes psicológicos presentados por la defensa, la fiscalía desistió de la imputación. Y el tribunal le otorgó la libertad.

Sentí un gran alivio. Porque había terminado la pesadilla de una joven que una noche se descompuso y terminó esposada en un patrullero acusada de homicidio en tentativa. 

Porque pudimos hacer valer su palabra por sobre la palabra de una médica que interpretó la escena del único modo que la eximía de responsabilidad por su demora en atenderla. 

Porque, por una vez, alguien no terminó condenado por ser pobre y poco instruido.

© Escrito por Andrea Homene, Perito de la Defensa Pública del Poder Judicial de la provincia de Buenos Aires, el Jueves 16/10/2014 y publicado por el Diario Página/12 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.


lunes, 13 de octubre de 2014

Antonio Cafiero (1922 - 2014)... De Alguna Manera...


Murió Antonio Cafiero, un emblema del peronismo…


Lo habían internado por una neumonía. Discípulo de Perón, ocupó los principales cargos políticos del país, pero no pudo ser presidente. Tuvo 10 hijos.

Era, seguramente, el símbolo viviente más importante del peronismo. Con 92 años, y retirado de la política diaria, sus cumpleaños seguían siendo un punto de reunión de algunas de las principales figuras del partido. A Antonio Cafiero lo habían internado a principio de mes por una neumonía que no parecía grave. Esta mañana se confirmó su muerte.

Discípulo de Perón, padre de 10 hijos -algunos de ellos reconocidos políticos-, Cafiero ocupó varios de los principales cargos políticos del país. Fue diputado, senador, ministro de economía, jefe de Gabinete y gobernador de la provincia de Buenos Aires. Pero no logró romper con el estigma de los mandatarios bonaerenses y a fines de los 80, quedó trunco su sueño de ser presidente. Entonces, perdió la interna con Carlos Menem.

"Lo habían internado por una neumonía y de un cuadro estable, fue desmejorando y a sus 92 años, el cuerpo no aguantó. El estado clínico de él, en general, era bueno", confirmó a Clarín Francisco Cafiero, nieto del histórico dirigente y quien estaba volviendo desde Nicaragua (donde había asistido por una reunión política) para estar con la familia. Agregó que seguramente velarán a su abuelo, pero aún no tenía precisiones de hora ni lugar.

© Publicado el Lunes 13/10/2014 por el Diario Clarín de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.


domingo, 12 de octubre de 2014

Garche… De Alguna Manera...


Garche…


La escena transcurre en el centro comunitario evangélico del barrio 17 de Octubre, en las afueras de Salta capital. Un cura barbado y casi cincuentón les pide a sus vulnerables oyentes: “Cuando oren, acuérdense de Cristina”.

El relato forma parte de una de esas crónicas periodísticas imperdibles, que firma Gabriel Sued en La Nación del domingo 5 de octubre (“Juan Carlos Molina: con la fe kirchnerista y la palabra de Dios”). Le dicen “cura”, “Juan Carlos”, “secretario”, “Molina”, “padre” o un porteño “Juanca”. A Molina lo hizo funcionario la presidenta Cristina Kirchner nombrándolo jefe de la Sedronar, la burocracia teóricamente antidrogas, hace diez meses. No se angustia por el mix de funcionarios, roles y sentido de pertenencia, columpiándose entre su condición sacerdotal y su crudo alineamiento político.

Aunque no puede celebrar sacramentos en público, sigue siendo un clérigo de la Iglesia, formalmente al margen de las prácticas religiosas convencionales, mientras se entrega de cuerpo y alma a su militancia en el Estado, para lo cual digiere sin tribulaciones un encuadramiento explícito: él trabaja con los (ex) “chicos” de La Cámpora.

Pero éstos no son los hallazgos más asombrosos de Sued, quien califica a Molina de “un bicho raro, de 47 años, que camina sin pausa el territorio, llevando la palabra de Dios y las políticas de Cristina”. El perfil muestra en acción a un hombre en cuya práctica personal se encarna la a menudo denunciada “crisis de valores”. El resume el cambio de paradigmas, esa nueva música que suena en el país, simbolizada en la partitura supuestamente transgresora cuyas notas toca con fidelidad este cura/funcionario/activista.

¿Provocador incontinente? ¿Inventor de ruidos reñidos con los cambios reales? La Iglesia ha tenido en la Argentina pastores colosales, que jamás confundieron lo epidérmico con lo sustancial. Pienso en obispos como Angelelli, Novak, Hesayne, Laguna, para citar a algunos inolvidables. Este Molina pertenece a otra raigambre, y por eso Sued lo delinea bien como “bocón, políticamente incorrecto y enemigo de la solemnidad”.

¿Políticamente incorrecto? No lo creo; su aparente incorrección es un rictus forzado de otredad. Hacerse el diferente no es lo mismo que serlo. Molina, por de pronto, es muy moderno: se tatúa la piel. Bajo su antebrazo derecho se inscribió en latín Tibi dabo ab imo pectore (“Te doy desde lo más profundo del corazón”). En la espalda, debajo del cuello, se hizo perforar con tinta “En el nombre de Jesús”.

Gestos tinellescos y esencialmente sospechosos de frivolidad; ¿se tatuó para no olvidarse de su juramento sacerdotal? Extraño. Es cierto que Cristina le colgó una pesada mochila a Molina, porque la Sedronar de la era kirchnerista tuvo como jefe entre 2004 y 2011 a José Granero, finalmente procesado por tráfico de efedrina, con la que se confeccionan las drogas sintéticas. A Molina le toca reescribir la historia, por eso es tan efectista y adicto a las puestas en escena coloridas. 

Lo hizo cuando se declaró a favor de una descriminalización a libro cerrado del consumo de drogas. En pocas horas salieron a cruzarlo todos los curas que batallan contra el paco en la zona metropolitana. “¿Cómo decodifican los chicos de nuestros barrios la afirmación de que es legal la tenencia y el consumo personal? Nos parece que, al no haber una política de educación y prevención de adicciones intensa, reiterativa y operativa, se aumenta la posibilidad de inducir al consumo de sustancias que dañan a las personas. (…) Desde nuestra mirada, las drogas no dan libertad sino que esclavizan.

La despenalización, a nuestro parecer, influiría hoy en el imaginario social instalando la idea de que las drogas no hacen tanto daño”. Firmaban la desautorización 19 curas: Lorenzo de Vedia, Carlos Olivero, Juan Isasmendi, Guillermo Torre, Martín Carrozza, Eduardo Drabble, Gustavo Carrara, Hernán Morelli, Nicolás Angellotti, Pedro Bayá Casal, Gastón Colombres, Franco Punturo, Sebastián Risso, Sebastián Sury, Damián Reynoso, José María “Pepe” Di Paola, Basilicio Brites, Jorge García Cuerva y Juan Manuel Ortiz de Rozas. ¿La respuesta del militante cristinista a los curas de práctica diaria? “Me sacaron de contexto”.

“Me siento Susana Giménez”, les confiesa a sus diez funcionarios, que lo siguen como comitiva, todos menores de 35 años. La mayoría viene del ministerio de Alicia Kirchner, de quien Molina fue asesor. “No tengo filtro, me desgasta tener filtro”, se ufana, pero este cura Molina es un hombre de extrema confianza de la Presidenta. “Hablamos mucho”, dice él. Nació en Chillar, en la provincia de Buenos Aires, desde donde sus padres emigraron (justamente) a Río Gallegos. ¿Y por qué quiso ser cura?, le pregunta Sued. “Me enamoré profundamente de Jesús. Me di cuenta de que no era un touch and go, un garche”.

Molina cuestionaba a Jorge Bergoglio cuando era obispo de Buenos Aires y cabeza del Episcopado. Hasta que el jesuita se convirtió en el papa Francisco. Lo citó en febrero en Santa Marta y todo cambió; desde ese día todo fue Francisco Conducción. Más señales de seudoimpostura arrabalera: “Yo había escuchado los rumores de que (Cristina) me quería para la Sedronar y le iba a contestar que no, pero me cagó (sic). Tiene esa capacidad de descolocarte”. Al igual que sus camaradas de ruta, no oculta su objetivo y lo proclama en público: “Tenemos que elegir a un buen custodio del proyecto y en 2019 tiene que volver Cristina”.

Tatuado, desconfiado de los “garches” y convencido de que ella lo cagó, el lenguaje y los dispositivos del funcionario son una radiografía de alta definición del curso de los acontecimientos en una Argentina que sigue “ampliando garantías” y perorando sobre la mayor inclusión de “todos y todas”. No es un garche, es algo mucho más sombrío, que nada tiene de agradable.

© Escrito por Pepe Eliaschev el Sábado 11/10/2014 7 publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.