EL GRITO DE LOS EXCLUIDOS Jesús Olmedo es un cura español. Llegó en los 70 a la Argentina con la idea de evangelizar a nuestros pueblos marginales, pero terminó evangelizado por ellos. Líder de las luchas de los pobres del Norte, siente que los más necesitados deben abandonar “la cultura del silencio” para transformarla en un grito constante, un reclamo permanente para una sociedad de iguales.
En la mañana, Jesús Olmedo se levanta cerca de las 6 y concreta una misma ceremonia: reza alrededor de una hora y lo hace por los pobres que nada tienen, para que no abandonen el camino de la lucha y, también, para que la sociedad en general se comprometa en la misma pelea que termine con las injusticias.
El padre Olmedo es un español que llegó a la Argentina en 1971. En épocas de la dictadura debió retornar a su país, no por voluntad propia, pero “como había dejado mucha tarea inconclusa”, retornó en los ’90 para quedarse y pelear por un pueblo que aprendió a querer más que al propio.
Jesús Olmedo, el cura párroco de Nuestra Señora del Socorro, la iglesia de La Quiaca, dependiente de la diócesis de Humahuaca, hoy es un protagonista fundamental en la lucha de los desposeídos del Norte argentino y un claro referente en la búsqueda por una Iglesia comprometida. Diariamente recorre en La Quiaca varios de los 98 comedores, que instaló en medio del abandono. Allí se atienden a unos 4 mil pibes, de entre 4 y 12 años, que encontraron de esa manera el único camino posible para no morir desnutridos.
Con referentes como el padre Carlos Mugica, o Aldo Bustik, compartió con Carlitos Cajade algunas de las Marchas de los Chicos del Pueblo. “Me dejo una imagen de un hombre con mucha ternura, muy sereno, muy equilibrado, muy profundo y creyente”, definió y, como él, vive sólo para construir un país que incluya a los chicos y que no los condene antes de nacer.
“Cuando llegue a la Argentina tenía 25 años. En el año 71 terminé los estudios de sacerdote en Granada, España, y habían pedido voluntarios para venir a una zona marginal que yo ni conocía; ni siquiera sabía dónde estaba. Yo, que tenía la ilusión de comerme el mundo, me ofrecí y me vine para el Norte, directamente a La Quiaca”. En aquel tiempo, la imagen que tenía de la Argentina era la de un país rico, desarrollado, muy culto. Y la zona a la que iría se la imaginaba con vaquitas y ríos.
-Cuando llegué a la quebrada no encontré ni ríos, ni vacas, ni nada. Cerro, cerro, cerro y cerro. Fue una impresión fuerte al principio: mucha pobreza, muchos contrastes. Fui desde Buenos Aires hasta el Norte y enseguidita me di cuenta de que era una raza aborigen, muy impresionante en la cultura, en la acogida, en el cariño. Y además, empecé a darme cuenta de que eran profundamente humanos y religiosos. Uno va siempre con la idea de comerse el mundo. ¡Lo hice con la intención de evangelizar, pero el evangelizado fui yo.
-¿Qué ejemplos puede tomar para graficarlo?
-En la parte religiosa, algo impresionante: como solamente podíamos ir una vez al mes al campo porque éramos pocos sacerdotes y mucha gente que atender, había personas que se caminaban siete horas para irse a confesar, bautizar sus niños o pasar una misa. Y en el aspecto social todavía más porque ante una situación de tanta pobreza, de tanta injusticia, de tanta necesidad alimentaria, de tanta vida machacada por el dolor y por el sufrimiento, lo llevaban con un sentido muy profundo… Iba a decir “hasta con silencio”, ¿verdad? Tenían una frase que siempre decían: “El diosito nos va a ayudar”, o “siempre no va a ser así porque vendrán tiempos mejores”. Y a mí eso me impresionaba porque nunca renegaban de nada, ni mucho menos de Dios. Creo que eran demasiado buenos y practicaban la cultura del silencio. Y con la cultura del silencio me di cuenta que tenía que hacer algo...
-¿Silencio era sinónimo de resignación?
-Creo que sí… El primer libro que escribí allá en la zona se llamó “La Cultura del Silencio”, porque me impresionó el silencio del pueblo. Por ejemplo, una vez unos chiquitos iban por el campo a la escuelita y yo pasaba con un compañero en un coche que teníamos para ir a la misión y los montamos. Recuerdo que mi compañero, medio despistado, les abre la puerta a los chicos, y uno de los chiquitos se sentó al lado mío adelante; al cerrar la puerta le agarró los dedos... No dijo ni ay. Al ratito vi al chiquito con los deditos hinchados: “¿Qué te pasa?”, le dije. No dijo ni ay. El silencio a veces es muy fuerte. También me impresionaba muchísimo para Semana Santa, cuando iban haciendo unos lamentos, que en el fondo era un grito de dolor y de sufrimiento. Cuando les pregunté qué estaban cantando, me dijeron que era a la pasión de Cristo y a su sufrimiento. Ese silencio me hizo pensar en una frase que leí y me gustó: “El silencio es un grito más fuerte que el grito mismo”. A veces, cuando un pueblo calla tantos años, es porque ha sido silenciado. Porque es cierto que es un pueblo silencioso, pero porque para mí antes ha sido silenciado. Entonces desde la cultura del silencio empezamos a luchar por ellos y ahora, siempre lo digo, desde la cultura del silencio, hemos pasado al grito de los excluidos. Y el último libro que escribimos era “Los desocupados de La Quiaca, doce años de luchas en el Norte Argentino”.
-¿Cuándo recuerda que empezaron a hablar?
-En el 92, con motivo de los famosos 500 años, hicimos una gran movilización en Abra Pampa donde había casi 3 mil personas. En un contexto de evangelización y de cuestión religiosa, la gente empezó a gritar por las calles por sus derechos. Empezó a quitarse el miedo. También hubo una marcha por los mineros de Pirquita porque querían cerrar la mina. Después fue por la zona franca en La Quiaca que habían prometido y que nunca llegó. Y a partir de ahí gritaron por los desocupados, por la falta de trabajo, por los comedores…
-¿Cómo definiría a esa parte de la Argentina que para muchos no es ni siquiera Argentina?
-Efectivamente y hay que decirlo con todas las palabras. Para mí es lo que siempre se ha llamado la Argentina profunda imaginada y olvidada, por los gobiernos, por la sociedad e incluso por la Iglesia, porque hasta que llegamos nosotros habían tres sacerdotes para 80 mil personas y 33 mil kilómetros cuadrados… Y creo que además es olvidada por ser una raza aborigen, un pueblo originario despreciado.
-Doblemente marginado…
-Recuerdo que después de varios años de estar en La Quiaca conseguimos que unos 80 chicos scout fuesen a Tucumán en dos colectivos. Al salir pasamos por la Iglesia a despedirnos y a rezar para tener buen viaje. Allí había unos turistas y una persona “muy religiosa” me dice: “Padrecito, ¿dónde va?”, y yo contento le digo: “Vamos a Tucumán” y le salió del alma: “¿Dónde va con estos coyas? Nos va a dejar mal…”. Y era de Buenos Aires y muy religiosa entre comillas. Mucha gente no sabe dónde está La Quiaca... Cuando aquí alguien quiere mandar a alguno a un sitio de esos... dice: “anda, vete a La Quiaca”, y al mismo tiempo hablan de “estos coyas de mierda”. Recuerdo cuando hubo un brote de cólera en el año 91, decían que la culpa la tenían “los coyas de mierda” y algunos pensaban que eran bolivianos. También me acuerdo de una misa en Sevilla en la que estuve hablando de nuestra zona para pedir alguna colaboración. Ese día había ahí en España una porteña y cuando termina la misa, se va muy enojada a la sacristía. Yo estaba así vestidito, cuando salgo no me conoce y dice: “¡¿Dónde está el padre que ha hecho la misa?!”. “Soy yo señora”. “Y usted –me dijo enojada- por qué habla así, porque eso que llama ‘coyas’ son indios; esos no son argentinos, son bolivianos”. “Señora aprenda geografía: la Argentina comienza, eh, comienza, no termina sino comienza en La Quiaca”. Ahora que estoy en Buenos Aires más tiempo, he visto que aquí hay una mezcla de pueblos: españoles, alemanes, rusos, japoneses, entonces la conciencia verdadera del pueblo argentino está en el Norte. Y los que tendrían más derecho a disfrutar de esta bendita tierra son los que siempre la han vivido. Los que todavía no han recuperado sus tierras…
-¿Será porque dicen que Dios atiende en Capital?
-No. Dicen que en otras partes tienen candado. Si lo dejamos, atiende en todas partes. Hay que pelear para que se lo deje. Y es tan bueno diosito que a veces lo amarramos para que no atienda y pelee en todas partes.
-En los medios sólo salen noticias del interior cuando ocurre algo malo…
-Es así. Tu ves la televisión de Buenos Aires y da impresión de que es otro país y si quieres enterarte de algo del interior tienes que agarrar un canal del exterior. Es decir que la Argentina parece que es sólo Buenos Aires. Esto pasa también en España con Madrid. Hay una especie de crítica muy fuerte al centralismo de Buenos Aires en todo sentido. Por ejemplo con el folklore. A mí me dicen que la música argentina es el tango, con todo respeto al tango... Y en Europa, también hablan del tango y del tango. Y lo decía Ortega y Gasset: el folklore del norte de Tucuman, Salta y Jujuy es el folklore más hermoso que se canta y se baila en el mundo.
-Aquel es un pueblo solidario... A pesar de su pobreza…
-Es algo de todos los días. Cuando tú vas al campo a celebrar una misa o lo que fuere, lo mejor que tienen en su casa, es para ti. No tienen cama para todos, pero la que tienen te la dan a ti y ellos duermen en el suelo. Los pueblos que son pobres quizás saben compartir más que otros...
-Antes hablaba de la tierra...
-Pues ahí los españoles nos tenemos que sentir culpables. Todavía hoy los pueblos del Norte están pagando arrendamientos por las tierras, que son de ellos, pero que en la época de la conquista española pasaron a manos de supuestos nuevos dueños; hoy los descendientes de aquellos españoles todavía les están cobrando por esas tierras. Pero además, hay tierras fiscales por las que se luchó mucho en tiempos de Perón; consiguieron incluso un decreto donde recuperaban esas tierras que había expropiado Perón, pero todavía no se las han entregado.
-La Ley dice que después de 20 años la tierra es del que la habita…
-Todo lo que tú quieras. Hay otra ley que es que la tierra es de quien la ha vivido y desde sus ancestros han vivido ahí, la han trabajado, tienen su corderito, su hacienda, su casita, sus hijos. Eso es suyo. No es que el Estado se las entregue o se las regale. Lo que debe hacer el Estado es reconocer en un papel que eso es suyo. Y eso todavía no lo tienen. Y ahora el colmo: como a Humahuaca la han declarado Patrimonio de la Humanidad, están apareciendo dueños de tierras por todas partes. Fui testigo de esa lucha porque llegaron unas personas amparadas por la policía, y querían arrasar con las familias y empezar a construir. Ya tenían hasta las maquinas topadoras. Y nos plantamos durante 15 días, noche y día, diciendo “esto es nuestro y no va a quedar así”. Y se consiguió que se fueran.
-¿Qué otras victorias me puede contar?
-Mira, muchísimas victorias. Como ya te dije, la más importante es que este pueblo ha pasado de la cultura del silencio al grito de los excluidos. Un pueblo que ha dejado de estar agachado a pronunciar su palabra y a gritar su protesta. Suficiente para mí. Unido a esto está el recuperar la dignidad de la mujer. Porque la mujer era incapaz de salir de su casa porque su marido no la dejaba. Incluso se decía, y muchos quieren decirlo todavía, que la mujer no es gente. Hoy la mujer ya dice “¡somos gente!” y sale. Y, como ocurre habitualmente, las más luchadoras han sido las mujeres. En la mayoría de las marchas hay más mujeres que hombres. Cuando había conflicto con la Gendarmería, las más valientes eran las mujeres. Para mí esta ha sido una de las grandes cosas que hemos conseguido en la lucha: recuperar a la mujer para la lucha. Y otra cosa que es importante fue que las personas desocupadas ya se han construido 130 casas. Las hicieron ellos mismos. Hemos hecho diez comedores en La Quiaca, salones comunitarios que son multiuso...
-¿A partir de cuándo ocurrió eso?
-Desde el 94 cuando vinimos tres veces a Buenos Aires: La Marcha de la Esperanza, la Marcha de la Dignidad, la Marcha de los Pobres y Excluidos. Fue en plena época de Menem. ¡Tan dura! La más fuerte fue con los desocupados de La Quiaca, verdaderos protagonistas. Constituyen casi el 60% de la población de la región. Esa es una zona de pura sobrevivencia: no hay industria, no hay prácticamente agricultura; sólo había dos minas y una cerró. La Quiaca tiene unos 15 mil habitantes. Por ahí vivían del contrabando hormiga... Es impresionante: hasta los niños de 12 o 13 añitos pasaban con unos fardos tremendos de pesados; pasaban y volvían a pasar, y con eso se ganaban unos pesitos. Eso es trabajo esclavo. Es tremendo. “Padre, es lo único que tenemos para sobrevivir”, te dicen. Empezamos a luchar para que tuvieran por lo menos lo mínimo de dignidad: salud, educación y un plan alimentario para los niños. Se consiguieron los comedores, las casitas, los planes Trabajar… Algo es algo. Y se hicieron proyectos de todo tipo. En 2001 veíamos que se hablaba de la crisis argentina por el dinero que había quedado en los bancos pero no por el hambre de la gente. Entonces pensamos que había que hacer algo para que se den cuenta de que la realidad era más grave que lo que mostraba la televisión. Hicimos las crucifixiones y eso provoco una imagen a nivel mundial. Filmó la TV española y recuerdo que recibimos ayuda de otros países.
-El país de los contrastes y del mirar para otro lado…
-Desde que volví a la Argentina en el 1992, vi que la situación social iba peor, peor, peor. La gente pedía más ayuda en la parroquia, la gente del campo se iba cada vez más a La Quiaca. La mina Pirquita había cerrado. En La Quiaca había más barrios pobres. Estaban en situación de extrema pobreza: llegamos al 50 por ciento de desnutrición infantil; la mortalidad infantil estaba casi en el 80 por mil. Hoy cada familia tiene entre uno y cuatro hijos muertos. Cuando te hacen una misa y te escriben los nombres te dicen “los angelitos” y son los que han muerto. Una vez estuve presente en la muerte de uno de ellos. Fue terrible porque en un puesto de salud de Mina Pirquita no había ni una aspirina; este chiquito tomó agua contaminada -en esa zona no había agua potable- y le agarró una infección intestinal. Lo atendió un enfermero, porque médico no había, y le dijo que era una infección pero que no tenía ningún medicamento. El padrecito que hizo la misa, un poco por consolarlo, decía: “diosito se lo ha llevado, la tierra se lo ha tragado”. Íbamos detrás con el enfermero, me dio un codazo y me dijo: “No, no se la ha tragado la tierra, no se la ha llevado Dios; se la ha llevado la injusticia”. Tenía razón.
-¿Un cura coincide con eso?
-Por supuesto. Porque yo creo que la mayoría de los chiquitos que mueren podría haberse salvado. Recuerdo el entierro de una chica de 15 años que murió de tuberculosis por hambre. Había un cajoncito y la gente empezó a echarle dentro lo que a ella le gustaba: frutas y otros alimentos. Yo estaba recién llegado y me explicaron que era una costumbre del lugar. “Si esta fruta la hubiese ingerido antes”, pensé. Es algo por lo que todos nos debemos sentir responsables. Yo y la Iglesia, los gobiernos y la sociedad en general que se despreocupa.
-¿Ha dudado de la existencia de Dios frente a tanta tragedia?
-Hay que luchar para desclavar a tantos crucificados. Jamás he sentido la tentación de echarle la culpa a Dios. Y arrepentirme de estar luchando con ellos. Nunca. Es al revés: uno se siente más cerca de Dios cuando está con ellos en el dolor, en el sufrimiento. ¡Pero también en la lucha! “Bendición” quiere decir “bien”. Por eso, bendigo a todos los que luchan. Yo digo “bien” de Dios, del Dios de la vida, del Dios de los pobres, del Dios del pueblo, del amor y de la esperanza. Digo “bien” de todos los que estais trabajando con los pobres, con los humildes, con el pueblo y desde el pueblo. Y digo “bien” de todos los creyentes, no creyentes, que estamos unidos en un mismo ideal de construir una patria para todos, un mundo para todos y una tierra bendita para todos. Y que ojalá la Argentina, que está bendecida por Dios con tanta riqueza, pronto sea una patria bendita para todos. Que Dios les bendiga, que no perdamos la esperanza, y que sigamos unidos, cristianos y no cristianos, de todos los credos, de todas las religiones, de todos los partidos políticos, de todas las culturas para ser una patria más justa, más fraternal y para todos los argentinos. Sin ningún excluido.
© Publicado en http://www.lapulseada.com.ar por Verona Demaestri y Carlos Fanjul