La vida es un tablero de ajedrez en donde los cuadros blancos son los días y los cuadros negros son las noches... Nosotros, somos las piezas que vamos de aquí para allá para caer al final en el cuadro de la nada... De Alguna Manera... Una Alternativa…
Nadie podría negar la belleza natural de San Martín de los Andes, localidad de la provincia del Neuquén, aquí en le República Argentina. La ciudad está organizada en su ejido de forma cuadricular, limitando con la Reserva Municipal, el Parque Nacional Lanin y el Lago Lacar… y cortada en su centro por el Arroyo Calbuco que vierte sus aguas en el lago.
Dentro de la ciudad existen diferentes lugares de visita, que incluyen aspectos de interés para los viajeros. Entre dichos lugares, se encuentra La Pastera, las imágenes que a continuación se exhiben hablan de por sí.
Muchas Gracias A. T. E. (Asociación de Trabajadores del Estado) por tan digno recuerdo a Ernesto “Che” Guevara, quien más allá de sus ideas, trasciende por su ideario a cualquier discusión política.
Las dos última imágenes se corresponden al Museo ubicado en la provincia de Córdoba, en la ciudad de Alta Gracia, donde se ubica la casa nata de Ernesto "Che" Guevara.
Publicado en el Diario Clarín de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el domingo 14 de junio de 2009
¨La derecha se apodera de repente del discurso que agitaban los de abajo y reclama la justicia y el trabajoque ella misma le ha quitado a tanta gente...¨
Me enseñaron que yo debo circular por el lado que me indican con la flecha, si el cartel dice: "Conserve su derecha", debo ser conservador y no chocar.
Me enseñaron que la forma más correcta de vivir es cultivando la virtud, de pensar y proceder con rectitud y derecha significa línea recta.
La derecha se apodera de repente del discurso que agitaban los de abajo y reclama la justicia y el trabajo que ella misma le ha quitado a tanta gente.
Es el gesto miserable que te estrecha cuando sella un falso pacto en su apretón, es la garra que te abraza y a traición de tu buena fe se burla y se aprovecha.
Me enseñaron que no andar por la derecha es sinónimo de estar equivocado, si no sigo el rumbo que me han señalado, para siempre viviré bajo sospecha.
Me enseñaron que la historia nos demuestra que la izquierda significa contramano y esa historia ha sido escrita con la mano, que aun derecha siempre fue la más siniestra.
La derecha de falange ensangrentada no te cura, no saluda, no acaricia, toma todo y es capaz, en su avaricia, de seguir robando a quien no tiene nada.
Es la mano artera que prendió la mecha para hacer que estalle el sueño y la razón. No es casual que donde habita el corazón siempre fue el lado contrario a la derecha.
Me enseñaron varias cosas al revés, sin derecho a patalear y ser sincero, a marchar bien derechito y esa es… La lección donde me saco siempre un cero.
Letra: Ignacio Copani - Luis Tarchini Música: Ignacio Copani
Atravesadas por la experiencia de pisar territorio cubano, estas dos jóvenes mujeres buscan, desde la fotografía, acercarle al público curioso, el pueblo cubano. Se trata de socializar con entusiasmo y a través de sus imágenes, aquello que para ellas constituye parte de la contemporaneidad.
FOTÓGRAFAS
Estefanía Ruffa y Ana Cecilia Gaitán Inauguración: 9 de Mayo de 2009 16hs.
Del 9 al 23 de MayoEntrada Libre y Gratuita. LatinoamericanA
Comunicación/ Capacitación/ Cultura Congreso 2361. Ciudad de Buenos Aires.
Delito, violencia y regreso del “que se vayan todos”
Incapaces de escuchar
El horror en los tiempos de cólera encendió las alarmas sociales. Los vecinos enardecidos de Valentín Alsina intentaron linchar a dos funcionarios del Estado que llegaron con la intención de ayudar a los familiares de la víctima de un asesinato brutal. Y a cambio recibieron una paliza que de milagro no terminó con la muerte de quienes en medio del drama encarnaban la ley y la autoridad.
El horror en los tiempos de cólera encendió las alarmas sociales. Los vecinos enardecidos de Valentín Alsina intentaron linchar a dos funcionarios del Estado que llegaron con la intención de ayudar a los familiares de la víctima de un asesinato brutal. Y a cambio recibieron una paliza que de milagro no terminó con la muerte de quienes en medio del drama encarnaban la ley y la autoridad. Se agredió, además, a un par de policías y se dañaron patrulleros. Quien quiera oír que oiga. Ciudadanos comunes y silvestres, no encuadrados partidariamente, cantaron: “Que se vayan todos, que no quede ni uno solo”, como en el momento de mayor descomposición de 2001. En forma espontánea se estructuró un pequeño tsunami de repudio social que con el correr de las horas se fue transformando en movilización popular. “Que se vayan todos” es la utópica consigna que grandes grupos utilizaron en su momento y utilizan ahora para decir algo más profundo: que la agenda del Gobierno y de casi toda la dirigencia política va por un lado y las preocupaciones y necesidades de la sociedad van por otro. Forzar las normas y jugar al límite del reglamento como hacen los Kirchner produce una lenta pero inexorable erosión institucional que agiganta el abismo que existe entre los ciudadanos de a pie y los gobernantes. No es gratis en términos de credibilidad apostar al vale todo. Se instala una sospecha muy grande que iguala a todos para abajo y esa señal se disemina por toda la pirámide social.
Cada que vez aparecía un micrófono, los protagonistas se dirigían agresivamente hacia la presidenta Cristina Kirchner, al gobernador Daniel Scioli y al intendente de Lanús, Darío Díaz Perez, con reclamos contra la impunidad de los criminales y la inimputabilidad de los menores. Algún familiar no se conformó ni con la pena de muerte y pidió que al asesino de Daniel Capristo lo cortaran en pedacitos y lo mutilaran. Facundo, el hijo de la víctima, se preguntó ante la concurrencia qué debería pasar para que cambien las leyes y se contestó: “Que maten a algún famoso, como el hijo de la Presidenta”. Un cartel casero de cartulina y marcador decía lo que muchos decían: “Cristina, vos dormís trankila (SIC) porque tenés custodia que te paga el pueblo”. Apareció todo el repertorio de frases instaladas para estas circunstancias terribles, del estilo: “Entran por una puerta y salen por la otra”. Pero hay una frase que es especialmente lacerante para todos los que pelearon para recuperar la democracia de las garras de la dictadura: “¿Para quién son los derechos humanos? Para los delincuentes”. Este concepto merece en sí mismo un análisis más profundo, porque admite múltiples aproximaciones pero todas con consecuencias nefastas.
Una vertiente que contribuyó a consolidar esa idea en el presunto lenguaje de sentido común proviene de aquellos nostálgicos del terrorismo de Estado que siguen la guerra como continuación de la política por otros medios.
Estos grupos reaccionarios con ánimos de venganza no tienen la masividad ni la potencia suficiente para lograr estos resultados por sí mismos. Necesitan cierta predisposición de un sector de la opinión pública a comprar ese pensamiento y adoptarlo como propio.
Ese terreno fértil para el autoritarismo evidentemente existe y reconocerlo debería ser el primer paso para tratar de extirpar sus motivaciones. Tal vez haya que buscar algunas razones en la mezcla de sobreactuación que hizo el matrimonio Kirchner al proclamarse hijos de las Madres de Plaza de Mayo con la ausencia absoluta de la palabra inseguridad durante los cuatro años del primer gobierno de Néstor. No es la primera vez que se dice que Néstor Kirchner, como la mayoría de los seres humanos, alardea de lo que carece. No movió un dedo por el tema de los derechos humanos cuando las papas quemaban y ahora quiere pagar sus culpas inventándose a sí mismo como un gran luchador.
Con la inseguridad, que es la preocupación social más importante que existe según todas las encuestas, ocurrió algo similar: no dijeron ni hicieron nada y ahora quieren ponerse a la cabeza de todo. Primero, el matrimonio copresidencial apostó a su torpeza negacionista preferida: lo que no se publica ni se nombra, no existe. Hay que hacer un trabajo de arqueología para encontrar alguna referencia al drama de la inseguridad en los discursos y en las acciones concretas de los Kirchner. En los últimos tiempos, la realidad los llevó por delante y los obligó a cambiar ese comportamiento. Primero tímidamente, Cristina habló del tema poniendo el eje en que con trabajo, educación y justicia social se combate la inseguridad. Algo absolutamente obvio desde lo estratégico. La incógnita es qué hacer ahora, en el mientras tanto. Después comenzaron algunos anuncios de compras de patrulleros, chalecos antibalas y otros pertrechos. Y en los últimos tiempos tanto Cristina como Néstor empezaron a sacarse las culpas de encima y ponerlas afuera. Los chivos expiatorios que encontraron fueron los jueces y los legisladores. Cristina sorprendió en su momento con eso de que “los policías detienen y detienen y los jueces liberan y liberan”, y Néstor cada vez que pudo les reclamó a los jueces y fiscales que se pusieran los pantalones largos. El jueves, en el acto de San Miguel, el nivel de hipocresía de Néstor Kirchner superó todos los límites. Dijo que el Congreso de la Nación es el que debe aprobar una ley penal del menor. Lo pasó como una factura a los legisladores. Pero todo el mundo sabe que en el Parlamento hay varios proyectos buenos que fueron cajoneados eternamente por la falta de interés de los Kirchner en tratarlos. Y está varias veces probado que, hasta ahora, cada vez que el Poder Ejecutivo dio la orden de sacar una ley, el kirchnerismo hizo pesar el número y cumplió a rajatabla con lo pedido.
En ese mismo discurso, el jefe de la jefa del Estado volvió a apuntarle a la Justicia. Dijo que no se explicaba cómo estaba libre el asesino de Daniel Capristo con los antecedentes violentos que tenía. Y les pidió a los jueces que procedan como se debe, porque “el que mata debe ser condenado, tenga la edad que tenga”. Muchas veces Kirchner no tiene conciencia de lo que pueden despertar las palabras de alguien que está en la cima del poder. Se maneja con mucha irresponsabilidad al disparar contra la Justicia apenas horas después de que los vecinos de Valentín Alsina, convertidos en turba, casi matan con sus propias manos a un fiscal y al secretario de Seguridad. Kirchner no debe echar más leña al fuego como acostumbra. Sería terrible que esa forma de lavarse las manos acusando a la Justicia terminara incitando a familiares angustiados y fuera de sí a que cometan alguna locura criminal.
“Negación y verticalismo” podría ser el nombre chicanero de una línea interna integrada por el matrimonio Kirchner. La forma en la que desautorizaron a sus senadores con un llamado telefónico desde el dormitorio de la Quinta de Olivos fue un papelón que no merecían sus fieles soldados.
Convirtieron a Miguel Angel Pichetto en un experto en tragar sapos y en defender lo indefendible. El dengue es un drama que hay que combatir con los mejores instrumentos legales y sanitarios. No es algo que deba ocultarse. Todo lo contrario, la información hasta la saturación es la principal arma que tiene el Estado en esa batalla.
Estos comportamientos autodestructivos y mandones son los que hacen que muchos dirigentes o sectores vayan tomando cada vez más distancia de los Kirchner. La Unión Industrial, con su cambio de autoridad, es un ejemplo. Y el caso más rimbombante fue, sin dudas, el de Santiago Montoya, quien expresó lo que Daniel Scioli siente y a veces comenta en la intimidad: “Los Kirchner han perdido parte de la capacidad de escuchar a la sociedad, a los líderes opositores y a los distintos sectores sociales y productivos del pais”. Este diagnóstico es acertado, pero nada novedoso. Es el reclamo básico que les hacen casi todos los que huyen del barco kirchnerista. Y la respuesta, en lugar de fomentar una mínima corrección o alguna autocrítica, es siempre la misma: ninguneo y revanchismo. Montoya no es un francotirador que andaba repartiendo declaraciones críticas de su propio gobierno. Era un funcionario honesto y eficiente que por su tarea caminó las calles y que por futbolero hincha de Belgrano suele percibir los humores sociales, porque en la cancha no hay vidrios polarizados ni entornos que pasteuricen las críticas. Después de lo que Montoya dijo y de su renuncia de ayer, es un gran candidato a enemigo de los Kirchner. Daniel Scioli entregó su cabeza por presión, pero si finalmente se convierte en el conductor del peronismo volverá a llamarlo a colaborar con él.
La semana pasada comentamos en detalle que si Daniel Scioli encabeza la lista de diputados y gana con amplitud sin Néstor Kirchner en las listas, automáticamente se convierte en la gran esperanza blanca de los caudillos del peronismo bonaerense que se van a encolumnar tras su figura aun riesgo de romper con Néstor Kirchner, como hizo Montoya.
Los problemas que Kirchner tiene para las próximas elecciones son de la misma magnitud que los de la oposición. La diferencia es que el santacruceño tiene que atajar los penales en la curva descendente y la oposición tiene crisis de crecimiento. Por eso hay tanta confusión en las candidaturas. Por culpa de su alianza con Aldo Rico, entre otras contradicciones, Kirchner perdió a referentes de sectores de izquierda como Jorge Ceballos, Humberto Tumini, Martín Sabbatella o Miguel Bonasso. Sin embargo, temblaba ante la posibilidad de que la cara pintada de Rico o la cara bonita de su hija María del Carmen apareciera en alguna foto con él. Movió cielo y tierra para que no fueran al acto en el distrito en el que Rico es presidente del Partido Justicialista. Néstor no quiere la foto pero Carlos Kunkel sigue su acuerdo con Rico porque quieren sus votos que, según parece, son muchos en San Miguel. ¿Cuál es el mensaje ideológico? ¿Quién puede entender dos intenciones claramente antagónicas? ¿Qué le produce más costos?
Preguntas muy similares se hacen los principales líderes opositores. La democracia de candidatos o los partidos casi unipersonales son una complicación extra a la hora de ofrecerse a la sociedad como superación del kirchnerismo. Elisa Carrió todavía no pudo salir del todo del laberinto en el que la metió la casi segura candidatura de Gabriela Michetti. Por un lado se arriesga a perder en su distrito fundacional y, por el otro, si no compite desde la primera línea corre el peligro de que radicales y cobistas vayan en otras listas. Rodolfo Terragno, por ejemplo, con su prestigio intelectual podría ser segundo en la lista detrás de Carrió. Pero jamás detrás de Alfonso Prat Gay, que no convoca multitudes.
Todo esto ocurre por la ausencia de partidos políticos modernos que funcionen con eficiencia y preparen cuadros cada vez más sólidos. No hay vida democrática ni meritocracia en las actuales agrupaciones. Esa es una asignatura pendiente del sistema. Porque de lo contrario pasa lo que sucede ahora. Los candidatos se eligen a dedo y por la arbitrariedad de la figura central. ¿Quién decidió que Prat Gay vaya como número uno? ¿Lilita y cuántos más? ¿Quién resolvió empujar a Michetti y hacerla pagar costos políticos por incumplir su contrato electoral? ¿Macri y cuántos más? A los Kirchner les pasa lo mismo. Tienen que repetir y hacer rotar a los mismos candidatos o inventar el esperpento de las candidaturas testimoniales porque no tienen militantes de lujo para ofrecer. Porque son desconfiados y no los dejan hacerse conocidos o porque quieren controlar hasta el último suspiro o porque mientras no haya partidos funcionando siempre estará revuelto el río que produce la ganancia de pescadores caudillos como Kirchner o carismáticos como Carrió.
En el peronismo PRO disidente las cosas tampoco funcionan con la fluidez necesaria a 75 días de las elecciones. Todavía no encontraron la forma organizativa de salir de cierta lentitud paquidérmica a la hora de fijar opiniones y tomar posición, aunque el tema de las candidaturas está casi resuelto. Su principal problema es disimular entre sus filas el regreso de algunos muertos vivos que tienen un gran desprestigio social y que son piantavotos. Su principal solución parece ser la contratación de los servicios creativos y publicitarios de Ramiro Agulla, un distinto de la comunicación política. El spot de Francisco de Narváez donde habla de Casa Tía y de sus hijos es una pieza para analizar por su clima simple y profundo.
Termina diciendo que hay alguien nuevo en la política. Y aparecen tres letras blancas sobre toda la pantalla negra: vos.
Felipe Solá está entusiasmado con algunas consignas que estuvo peloteando con Agulla. Una dice: se quedó cuando todos se querían ir –y van imágenes de 2001–. Y la siguiente dice: se fue cuando todos se querían quedar –y aparece Carlos Kunkel insultando en Diputados a Solá–.
Siempre hay que tener en cuenta que la propaganda, como decía David Ratto, “hace conocer más rápido a un producto, pero si el producto es malo lo que se hace conocer más rápido es que ese producto es malo”. En política, la información y la comunicación son ciencias auxiliares.
El corazón de un proyecto es su contenido y no su contiente. Son las verdades que un candidato proclama, la sintonía que logra con los humores y demandas ciudadanas, la capacidad de expresar ideas y soluciones concretas y la credibilidad que muestra su trayectoria.
Todos los políticos deberían saberlo. Y nadie debería olvidar lo que pasó en Valentín Alsina. El horror y las alarmas sociales. Los fantasmas de 2001 metieron la cola como el diablo.
A los que miren para otro lado, que Dios y la Patria se lo demanden.
Ignacio vuelve por fin a una sala de Capital Federal para presentar su último C.D. (Palabras Cuerdas), sus nuevos temas y lo mejor de todo su repertorio.
La capacidad es muy limitada, así que recomendamos comunicarse pronto.
Teatro La Máscara Piedras 736 - San Telmo Informes (011) 4307- 0566
En el mes de Mayo Ignacio también se presentará en recintos muy importantes, como la Sala Zitarroza de Montevideo y el teatro El Círculo de Rosario, además de seguir con sus presentaciones habituales en diversas localidades, como viene haciéndolo con gran éxito en todo este año 2009, donde ya ha realizado más de 50 conciertos, convocando más de 200.000 espectadores.
Agradecemos la difusión de esta información. Para ampliarla o por cualquier consulta: Tel - fax (011) 4904 - 0827 Gustavo Eilenberger (011) 156 - 692 - 7609 copaniprensa@yahoo.com.ar
En esta nota tengo la tentación de despedir a mi amigo. Pero ese es un ejercicio íntimo, el recuerdo de anécdotas, de los momentos que solemos recordar para recuperar la cotidianeidad de quien nos ha sido quitado. Corresponde, en cambio, escribir sobre lo que nos toca a todos: la recuperación de los grandes temas de su legado, audacia y unidad nacional, y contrastarlos con la actualidad de la que son actores gran parte de la dirigencia que acompañó su cuerpo el jueves. Raúl Alfonsín nos transmitió su idea de la unión nacional como instrumento de transformación.
Nos legó su audacia para enfrentar los desafíos de la Argentina. Y nos dejó su convicción de que la política y el poder son los instrumentos para materializar una cierta idea de la Nación. Alfonsin creyó que era necesario "constituir la unión nacional" para la transformación. Ciertamente, nunca la imaginó como uniformidad. Más bien, como el fruto de los consensos plurales de quienes pensando distinto quieren enfrentar las empresas centrales de la Argentina: su fortaleza exterior, su capacidad para vencer a los enemigos internos que lucran y especulan con nuestra riqueza, la lucha contra la pobreza y la desigualdad, el fortalecimiento de la República y de la democracia.
En síntesis, "la unión de las dos banderas, la justicia social y la libertad". La unidad que imaginó requería debate, confrontación de ideas e intereses, pero por sobre todo, "consolidar la paz interior". Hoy, cuando muere Alfonsín, ni esa unidad ni esa paz interior se han alcanzado. Hay voces que amenazan rupturas, que sugieren enfrentamientos.
Que insinúan la vieja amenaza de yo o el caos. No es aceptable que en la lucha electoral que se avecina se insinúe la osibilidad - la amenaza- de ruptura de la paz interior. De asimilar derrota a quiebre y enfrentamiento. Sería suicida para nuestra sociedad vivir en ese clima en el omento en que vamos a enfrentar uno de los momentos más difíciles para nuestra economía, es decir, para nuestra sociedad. Sólo la capacidad del Estado, acompañada de un fuerte consenso, podrá aliviar los efectos de la crisis internacional que hará impacto aquí. Si a nuestras instituciones débiles, a menudo ineficaces, agregamos la pugna distributiva y el enfrentamiento, habrá consecuencias inmensamente graves. Esta crisis no la generó la Argentina. Hay cosas que dependen de nosotros, como amortiguar los efectos en los desamparados. No la haremos sin la unidad nacional por la que luchó Alfonsín.
Tampoco lo lograremos si desconocemos otros de sus legados, la audacia. La decisión de luchar. Sin audacia no se podría haber enviado a la cárcel, sin una sola arma y sólo con el poder de la legitimidad popular, a los responsables del terrorismo de Estado en el Juicio a las Juntas. No habría habido solución al conflicto del Beagle, la consulta popular y la paz definitiva con Chile. Sin audacia no se habría quebrado el recelo que nos separaba de Brasil y fundado las bases del MERCOSUR. No habría habido ley de divorcio, nuestra política en Centroamérica previendo la reinstalación del conflicto este-oeste en nuestra región.
¿Quién tiene la audacia hoy de mirar a la Argentina y sus desafíos en lugar de sólo discutir sobre cómo se formará la lista de diputados? ¿De juntar fuerza para la crisis y no concentrar las energías para destruir al adversario político?.
¿Quién tiene audacia para elegir quién deberá pagar los costos de la crisis y quién debe ser protegido? Alfonsín sabía dónde quería llegar. Sabía por qué era Presidente construyó consecuentemente sus alianzas políticas. No le daba lo mismo estar con éste o con aquél con tal de que trajeran votos. Quería socios para la construcción del país que imaginaba. Muchas veces erramos en las políticas, creo que nunca en los objetivos.
Nos legó la idea de que la lucha por el poder es la lucha por la transformación nacional. No por la autocomplacencia en el mando. Sin embargo, gran parte de la dirigencia política nacional no parece asumir esa herencia. En el comienzo de la historia, los cazadores nómades vivían de lo que el azar les daba de comer. No tenían un territorio que trabajar, tierra que cultivar. Con su flecha o su lanza mataban un pato o u puerco espín. La cuestión era comer, cuál sería la comida era lo e menos y mucho menos prever lo que pasaría mañana. Que extraña Argentina la de hoy, donde la política recuerda aquella tapa de los cazadores nómades.
Cualquier alianza es posible, enemigos el sábado, socios el lunes. Discursos sobre objetivos que nadie discute y ni una sola mención a cómo alcanzarlos. Ese no es el legado de Alfonsín. La política es una construcción lenta, una reunión de objetivos y actores para luchar por ellos, una construcción permanente y esforzada. Nada más lejano que una danza de candidatos que forman parejas efímeras. Su legado inconcluso es nuestro desafío. No es una herencia.
· Fortalecer la función básica de la memoria para nuestra salud biopsicosocial, nuestra integración, nuestra identidad, nuestra valoración y autonomía.
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Me
pregunto qué habría sido del mundo si conmemoráramos el suicidio -asistido- de
Sócrates en lugar del suicidio -más asistido todavía- de Jesús.
Sócrates
ya lo sabía: nunca se puede saber nada, y hay que saberlo para saber algo.
Sabemos, por ejemplo, que entre dos hombres célebres condenados y ejecutados
por sus Estados hace más de dos mil años recordamos mucho más a uno de ellos.
Hoy se revive en la mitad del mundo la muerte de aquel señor judío ejecutado en
Palestina. Su victoria fue tan completa que hoy lo evocamos, aún sin quererlo,
todos: los que creen que ese señor fue un Dios, los que creen que no, los que
no creemos que eso que llaman dioses exista fuera de las mentes –donde se
mezcla con el vencimiento de la cuota del auto, el viaje de egresados de la
nena, el miedo al cáncer de pulmón, la indignación por el ascenso de Rodríguez,
la urgencia de repintarse los claritos, las ganas de cogerse a la vecina del
3ºC, el desprecio por Marcelo Tinelli, la pregunta por el sentido de la vida,
el tedio ante los diarios, el dolor del gol en contra del domingo, el dolor de
la maldita regla, el dolor de ya no ser, la esperanza de que el próximo
gobierno, la ignorancia sobre casi todo, las ganas de cogerse al cajero de
cobranzas, la culpa por el asado de esta noche, el hartazgo por los reclamos de
Teresa, el recuerdo de aquel helado de frutilla, el olvido de la cara del
abuelo y tantas otras cosas.
Pero en
el mundo real, un poco más allá o más acá de la mente, aquel señor de Palestina
tiene un lugar tan decisivo que esta mañana usted, señora, puede leer este
diario en la cama en lugar del subte medio lleno: Dios –sabíamos– es
misericordioso. Y todo por una muerte a tiempo y bien usada. La primera, en
cambio, no dejó rastros visibles.
Sócrates
fue el hijo de un tallador de piedras que nació en Atenas hacia el año 470
antes del Otro. Cuando joven retomó el oficio de su padre y peleó en las
milicias de su ciudad contra los persas; era un ciudadano aplicado, sin el
menor carisma, más feo que mil perros feos y levemente hosco pero tan
inteligente que en algún momento decidió que se dedicaría sólo a pensar y, si
acaso, entrenar algunos jóvenes en ese deporte extremo. Sócrates tuvo una vida
protestona y más o menos feliz, casado con una señora que pasó a la historia
como la más insoportable, padre de tres hijos medio idiotas y animador de mil
debates, médium de ideas y hallazgos memorables. Hasta que un día, 399 antes
del Otro, lo acusaron de “despreciar a los dioses de la ciudad y corromper a
sus jóvenes”, y un tribunal popular lo condenó, tras breve discusión, a muerte.
Sócrates tenía el derecho de proponer una pena alternativa –que solía ser
aceptada: una multa importante, el ostracismo–. Con desprecio infinito les
sugirió que, en vez de matarlo, lo mantuvieran de por vida “por sus servicios a
Atenas”. El tribunal ratificó su condena y treinta días después, rechazando los
planes de fuga que le propusieron sus amigos, Sócrates se tomó la cicuta de un
buen trago.
Sócrates
no fue Jesús, pero podría haber sido. Y ahora, jueves dizque santo, pescados
aterrados, el incienso en el aire, la molicie, me pregunto qué habría sido del
mundo si conmemoráramos el suicidio –asistido– de Sócrates en lugar del
suicidio –más asistido todavía– de Jesús. Dos profetas menores –de dos ciudades
bien distintas: una, el centro de la cultura de su tiempo, la inventora de la
filosofía y la democracia, brillantísima Atenas; la otra, la capital de una
provincia atrasada del Imperio, sede de un templo, una corte y un mercado,
Jerusalén bella y oscura. Dos profetas que se entregaron a la muerte:
rechazaron la clemencia de sus jueces, los provocaron para obligarlos a
matarlos –o, por lo menos, no hicieron nada por impedirlo. Los dos actuaron,
entonces, esa manera del suicidio que podríamos llamar sacrificial: alguien que
cree que es mejor morirse para sostener ciertas ideas que dejarlas de lado para
seguir viviendo. Aunque sus sacrificios se vieron tan distintos: la puesta en
escena dramática y pública de la tortura de la cruz contra la delicadeza de un
trago en la intimidad del patio de la casa. Sócrates estuvo displicente:
“Critón, le debemos un gallo a Esculapio. Por favor, no te olvides de dárselo”,
fueron sus últimas palabras. Esculapio era un dios curandero, cuyos sacerdotes
cobraban sus terapias en bípedos plumados; la frase significa, dicen, que
Sócrates tomó la muerte como cura. Jesús, en cambio, se desesperó: “Eli, Eli,
lama sabactani”, gritó en la cruz, en su frase más brutal y menos recordada:
“Padre, Padre, ¿por qué me abandonaste?”. Pero la diferencia mayor está en las
ideas por las que murieron, y en la forma en que intentaron difundirlas.
Ninguno
de los dos escribió nunca una palabra. Sócrates es un relato de Platón; Jesús,
de Lucas, Marcos y Mateo. Jesús fue el profeta por excelencia, el que sabía
todo, el que podía decir lo que nadie podía, el que hablaba del mañana y de los
cielos, el que exigía que le creyeran sin razonamientos: “Bienaventurados los
pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos”, dice Mateo que
dijo Jesús. Sócrates, en cambio, era la duda sistemática, el que no creía en
sus dichos más que en los ajenos: “Ustedes no me creerán, pero la forma más
alta de la excelencia humana es cuestionarse a uno mismo y a los demás”, dice
Platón que dijo. Jesús, coherente, desparramaba su saber absoluto en discursos
y parábolas, lo impartía; Sócrates, también, buscaba el aprendizaje a través
del intercambio, del diálogo.
Jesús
dictaba reglas sobre cómo hay que vivir; Sócrates insistía en que cada cual se
buscara sus reglas –mientras no rompiera las de la sociedad donde vivía. Jesús
funcionaba según leyes que sólo se aplicaban a él, y desafiaba las leyes
naturales –supuestamente– naciendo de una virgen, resucitando lazaros,
convirtiendo panes en peces, agua en vino, la muerte en vida eterna: haciendo
lo que nadie más podría, estableciendo una jerarquía absoluta donde solo él
tenía el poder de todo eso, donde él, como hijo de Dios y dios a su vez, había
condescendido a salvarnos pero estaba claramente por encima de todos. Sócrates
no hacía nada distinto de nadie salvo tratar de pensar –que, curiosamente, está
al alcance de cualquiera– y descubrir que sólo era un poco más sabio que sus
vecinos porque él, al menos, sabía que no sabía; nunca dejaba de decir que era
un hombre común, un ciudadano, y aceptó las leyes de la ciudad hasta tal punto
que decidió cumplir con su condena a muerte. Jesús pudo decir que era un dios o
el hijo de un dios o por lo menos el rey de los judíos, formas extremas del
poder; Sócrates nunca quiso ser más que un artesano que conversaba con sus
amigos y paisanos y no se privaba de decir lo que pensaba, aunque eso
molestara. Uno, la institución de un poder sin crítica posible; la crítica
constante del poder, el otro.
Son
diferencias entre dos hombres antiguos que murieron a manos del Estado porque
hablaban y decían cosas raras. Nos queda el juego de pensar qué sería de
nosotros, cómo habría sido nuestra historia y nuestra civilización si, en lugar
de recordar al palestino, en un día como hoy recordáramos al griego: si no
pensáramos que es mejor un dios, un ser omnipotente al que hay que seguir y
obedecer a ciegas que un hombre con quien charlar para buscar, a tientas,
juntos, ideas nuevas y mejores. Nada, pavadas, lo que ahora los historiadores
llaman contrafácticos: ejercicios para feriados aburridos, tristezas de lo que
habría podido ser si no fuéramos, tan insistentes, lo que somos…
Debo ser una de las personas que más se ha despedido en los medios. Hay quienes lo han visto como una postura dandy. Seguiré vinculado a Crítica de la Argentina y vuelvo a la TV.
Debo ser una de las personas que más se ha despedido en los medios. Me despedí de Página/12, de Veintitrés, de la radio. Me despidieron de la televisión. Me he despedido como víctima de la fatalidad o como ejercicio de libertad. Hay quienes lo han visto como una especie de postura dandy: -Se aburre y se va - dicen, etiquetando.
Hace muchos, muchos años decidí vivir de acuerdo a lo que pienso. Vivo, entre otras
contradicciones, la de levantar empresas sin decidirme a ser un empresario: no creo que el dinero otorgue la razón, ni siquiera que sea un mérito tenerlo. Siempre me causó gracia esa costumbre que lleva a los demás a felicitar al dueño de un auto o una casa nueva, “Te felicito”, dicen. Nunca te felicitan por tener una idea. Dirigir un diario exige no sólo luchar para captar lectores, tener buenas notas, comunicarlas con ingenio, pelearse con los otros medios, el poder, etc., sino también desvelarse por la distribución, el costo del papel, los ajustes de salarios, la falta de publicidad, las estrategias de crecimiento, los bancos y las cuentas. Comencé esta empresa con un veintiocho por ciento de su propiedad y después de volver –otra vez– a vender una casa y poner mis ahorros pero el vértigo del primer año paralelo al crecimiento del proyecto, llevó a que el necesario aporte del resto de los socios redujera mi participación a un 5%. Una empresa, claro, no sólo depende del dinero para comenzarla, sino del flujo para mantenerla mientras se estabiliza. Vivo de mi trabajo, no tengo capital y realmente no soy útil en la desgastante pelea entre quienes disponen del dinero y quienes lo gastan en la producción.
En acuerdo con el resto de los accionistas decidí dejar la dirección periodística de Crítica de la Argentina, aunque seguiré vinculado al diario escribiendo cada domingo el panorama político junto a Luciana Geuna y Jesica Bossi. Marcelo Figueiras, el presidente de la empresa, Antonio Mata, el resto de los accionistas y los editores de la redacción continuarán con su trabajo de siempre en un diario que crece y se consolida en el camino hacia su segundo año en el mercado.
Nuestro contacto, de todos modos, seguirá siendo cotidiano: desde el próximo martes 14 vuelvo a la televisión con Después de todo, un ciclo diario de 20.00 a 20.30 en el Canal 26. Y los domingos en Crítica de la Argentina. Sigo buscando, como ven, motivos para complicarme la vida.
PD: Párrafo aparte merece la reacción de ayer de algunos medios al informar con verdadera mala leche sobre esta noticia. Es gracioso y patético verse corrido por izquierda por Clarín: que el diario que convivió e hizo grandes negocios con los militares (Papel Prensa, junto a La Nación), gerenciado por la señora que se sospecha apropiadora de hijos de desaparecidos, que implementa el terror como política laboral (no tiene, por ejemplo, comisión interna) sostenga en un artículo sin firma que Crítica “moderó últimamente su posición sobre Kirchner” es tan torpe que resulta cándido. “Lanata se va por la caída en las ventas” dice Clarín luego de aclarar que no tiene cifras del IVC sino afirmaciones del mercado. Crítica tiene, sin embargo, cifras del IVC: en febrero Clarín cayó 61.875 ejemplares los domingos y 26.213 de lunes a viernes. Cifras altas incluso para los 250.000 ejemplares promedio de Clarín. El diario que montó ilegalmente Radio Mitre, que obtuvo Canal 13 del menemismo y logró la fusión monopólica del cable con Kirchner nos acusa de falta de independencia. Clarín no soporta que no le tengan miedo. Me hubiera gustado, al menos, dar esta pelea con Roberto Noble, su creador, y no con su lobbista Héctor Magnetto y el genuflexo señor Kirschbaum, cada día más encorvado por decir que sí. Nada de lo que digan sobre nosotros cambiará la imagen que ustedes tienen al mirarse al espejo.