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lunes, 15 de junio de 2020

A 65 años del bombardeo de la Plaza de Mayo... @dealgunamanera...

A 65 años del bombardeo de la Plaza de Mayo que precipitó la caída de Perón…

Bombardeo. Fueron cinco horas de ataques en varias oleadas.
Hubo unos 300 muertos y más de 700 heridos. Fotografía: Cedoc

Bombas sobre la Casa de Gobierno, ataque terrestre de la infantería de Marina, incendio de iglesias, agitación en las calles, detención y muerte de un médico comunista en Rosario: todo eso ocurrió en esas jornadas de junio del 55 que antecedieron al derrocamiento de Perón.

© Escrito por Santiago Senén González y Fabián Bosoer (*) el domingo 13/06/2020 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República e los Argentinos.


Buenos Aires se estremeció esa mañana del 16 de junio de 1955 por el rugido de cuadrillas aéreas y el bramido de bombas y ruidos de metralla. No era un ataque de un ejército invasor sino de la propia Infantería de Marina nacional, por cielo y por tierra, en un nuevo levantamiento militar contra el gobierno del general Juan Domingo Perón, que había cumplido nueve años en el poder y transitaba el último tramo de su segundo mandato presidencial. Nunca había ocurrido en la Argentina un hecho de esas características, comparable con bombardeos durante la Segunda Guerra Mundial en Europa o la Guerra Civil española. Un antecedente del bombardeo al Palacio de la Moneda en Chile, el 11 de septiembre de 1973, con el derrocamiento y muerte de Salvador Allende.

Corpus Christi. Así sucedieron los acontecimientos en aquella jornada sangrienta. Días antes, el 11 de junio se había producido una gran movilización opositora estimada en 250 mil personas durante la procesión religiosa de Corpus Christi, desplazándose desde la Catedral al Congreso Nacional. Grupos que simpatizaban con Perón chocaron con los núcleos opositores católicos; esos activistas dañaron placas conmemorativas a la figura de Eva Perón, la líder popular fallecida dos años antes por un cáncer, a quien los peronistas consideraban “santa y mártir de los pobres”. 

En el mástil del Congreso arriaron la bandera argentina e izaron la bandera pontificia (blanca y amarilla), reflejo del conflicto entre el Gobierno y la Iglesia –debido a las recientes leyes de Divorcio y de reconocimiento legal de los hijos extramatrimoniales, la supresión de la enseñanza religiosa en las escuelas públicas, la regulación de las prostíbulos y la iniciativa impulsada desde el oficialismo de convocatoria a una convención constituyente que decidiera la separación de la Iglesia y el Estado.

La Policía Federal denunció que una bandera argentina fue quemada durante la procesión. Y al día siguiente se publicaría en los diarios la fotografía de Perón acompañado por su ministro del Interior Ángel Borlenghi observando los restos de la bandera quemada. El 13 de junio, Perón expulsó del país a los obispos Manuel Tato y Ramón Novoa, que partieron en avión el día siguiente con destino a Roma. El lunes 13 de junio, ambas Cámaras del Congreso entraron en sesión extraordinaria para repudiar la quema de la bandera. El martes 14 de junio hizo lo propio la CGT, en un acto en el que Perón agradeció a los trabajadores a través del secretario adjunto Hugo Di Pietro. Su titular, Eduardo Vuletich, se encontraba en Ginebra, en la asamblea anual de la OIT. 

Puerto Belgrano. Mientras tanto, en los ámbitos militares se ultimaban los planes para un nuevo levantamiento, con uno de sus epicentros en la Base Naval de Puerto Belgrano. El cabecilla era el jefe de la Infantería de Marina, el contralmirante Samuel Toranzo Calderón. Después de consultas con un sector del Ejército, encabezado por el general León Bengoa, se involucró a distintos núcleos de la Fuerza Aérea. Las operaciones mostraron fallas de coordinación y desajuste de los diversos grupos complotados. 

En la mañana del jueves 16, en el Ministerio de Marina los infantes sublevados se preparaban para tomar la Casa de Gobierno. La Aeronáutica mandó un helicóptero con un alto oficial para informarle a la Armada que efectivos de Punta Indio habían tomado el Aeropuerto de Ezeiza, y se disponían a bombardear Plaza de Mayo. A último momento, el contralmirante Aníbal Olivieri, a cargo del ministerio y con parte de enfermo, y el comandante de Infantería de Marina, vicealmirante Benjamín Gargiulo se plegaron a la conspiración. Como asistente de Olivieri se encontraba el teniente de navío Emilio Massera. El vicepresidente Alberto Teisaire también un hombre de la Marina retirado, buscaba una mediación con los insurrectos en la Escuela de Mecánica (ESMA).

El bombardeo tuvo un público que no esperaban sus ejecutores: era el acto de desagravio que había convocado el Gobierno en Plaza de Mayo para esa misma jornada antes del mediodía. El ministro de Aeronáutica, brigadier mayor Juan Ignacio de San Martín, dispuso que la aviación testimoniara su adhesión al presidente de la República en un acto cívico-militar. Para esto decidió que una formación de aviones sobrevolaría el área céntrica. El anuncio del desfile reunió a numeroso público. Se trataba de un acto en solidaridad con el Gobierno frente a los embates de la oposición. Pero sería una trampa mortal.

A la hora señalada. A las 12:40, del aquel jueves 16 de junio de 1955 la escuadra de treinta aviones de la Marina de Guerra (veintidós North American AT-6, cinco Beechcraft AT-11, tres hidroaviones de patrulla y rescate Catalina), inició la serie de bombardeos y ametrallamientos al área de la Plaza de Mayo. Muchos de los aviones habían sido pintados con el signo de “Cristo Vence”, una cruz dibujada dentro de una letra V. Perón había dejado su despacho al iniciarse el ataque y se refugió en la sede del Ejército, junto al ministro Franklin Lucero. 

Fueron lanzadas más de cien bombas –con un total de entre 9 y 14 toneladas de explosivos– la mayoría de ellas sobre las Plazas de Mayo y Colón y la franja de terreno comprendida entre las avenidas Leandro N. Alem y Madero, desde el Ministerio de Ejército (Edificio Libertador) y la Casa Rosada, en el sureste, hasta la Secretaría de Comunicaciones (Correo Central) y el Ministerio de Marina, en el noroeste. 

Mientras tanto, los sublevados intentaron asaltar la Casa Rosada. Su accionar se desarrolló ante una población sorprendida. Estos grupos de civiles armados, llamados “comandos civiles”, cuyo concurso estaba previsto en apoyo de las fuerzas militares atacantes, intervinieron solo en acciones colaterales. Una de ellas fue la ocupación momentánea de Radio Mitre, desde donde lanzaron una proclama que daba por muerto a Perón, tildado como “tirano”. No tuvieron el protagonismo previsto. Tampoco, los militantes convocados por la CGT para defender al presidente en medio del asedio. 

Cinco horas. El ataque aéreo se realizó en sucesivas oleadas durante cinco horas. Tuvo como objetivo la Casa Rosada –donde estimaban que estaba Perón–, la Plaza de Mayo y sus adyacencias, donde se registró el mayor número de víctimas, el Departamento Central de Policía y la residencia presidencial, que estaba donde hoy se encuentra la Biblioteca Nacional. Más de trescientos muertos y alrededor de setecientos heridos fue el saldo estimado del ataque. Al menos medio centenar de ellos se encontraban dentro de la Casa de Gobierno, en la que impactaron 28 bombas. Pero el levantamiento fue un fracaso. Los cabecillas huyeron a Uruguay o fueron detenidos. El contralmirante Oliveri fue destituido por un tribunal militar, Gargiulo se suicidó, tras entregarse a las fuerzas leales. 

Una imagen retrató la trágica jornada: la fotografía de un trolebús cargado de pasajeros, ardiendo en llamas tras el impacto de una bomba, a metros de la Plaza de Mayo. El reportero gráfico que produjo la foto, que es su ícono, que recuerda esta brutal acción de guerra contra la población civil fue una joven que caía cerca del vehículo, que muestra su pierna destrozada por la metralla. Quien la sacó era el reportero gráfico del diario Democracia, enviado para cubrir el desfile de aviones. Quedó tan traumatizado que nunca se refirió al tema. Años después, tras la recuperación de la democracia en 1983, era el jefe de fotógrafos de la agencia estatal Télam. También allí mantuvo su reserva y silencio sin brindar mayores detalles. 

Noche de Brujas. Esa noche, sofocado el movimiento insurgente, fueron atacadas y ardieron varias iglesias del centro de la Ciudad de Buenos Aires incluyendo la propia sede de la Curia metropolitana junto a la Catedral, por grupos de choque, exhibiendo la extrema radicalización del conflicto, mientras se especulaba sobre la intención de la CGT de distribuir armas para apoyar al Gobierno. Aconsejado por los altos mandos del Ejército, Perón lanzó un mensaje de conciliación. El Estado de Sitio fue levantado, cesaron los ataques a la Iglesia y se sustituyeron las figuras del gabinete más cuestionadas. Los dirigentes de la oposición fueron invitados a discutir una tregua. A sus seguidores, Perón declaró: “La Revolución Peronista ha terminado. Comienza una nueva etapa que es de carácter constitucional. Yo dejo de ser el jefe de una revolución para pasar a ser el presidente de todos los argentinos, amigos o adversarios”. Este llamado a la pacificación momentáneamente tuvo eco con el cambio de Gabinete y se ofrecieron espacios radiales a políticos de la oposición. 

El impasse solo duró un par de semanas. Los planes para su derrocamiento avanzaban y Perón, en una verdadera declaración de guerra, advierte el 31 de agosto ante la multitud en Plaza de Mayo aquello de que “por cada uno de los nuestros que caiga, caerán cinco de ellos”. El nuevo conflicto agregó nafta a las llamas. El secretario de la CGT Di Pietro, que reemplazó a Vuletich, propone la creación de milicias populares, lo que es rechazado de plano por el ministro de Guerra, Franklin Lucero. Pero la suerte parecía estar echada y la caída, inminente, se produciría tres semanas más tarde. 

De las bombas que cayeron en la plaza y los ametrallamientos al Palacio de Hacienda esa jornada del 16 de junio del 55 quedaron marcas visibles por largos años. Una placa colocada en el restaurado frente recuerda a los muertos por los trágicos sucesos. En 2005 se dictó la ley 26.564 de indemnización para los deudos de las víctimas. El bombardeo fue llevado al cine por Leonardo Favio, en Sinfonía de un sentimiento, estrenada en el 2000 en el cine Atlas Recoleta.

Desaparición y muerte de Ingalinella

El mismo jueves 16 de junio, la Policía de Rosario comenzó a detener a dirigentes opositores y al día siguiente se llevan de su domicilio al doctor Juan Ingalinella, un médico afiliado y militante del Partido Comunista. Lo condujeron a la División Investigaciones de la Jefatura de Policía junto con otras sesenta personas. La casa de Ingalinella había sido allanada en repetidas oportunidades y él había sufrido ya varias detenciones. Pero esta vez, sería diferente. Los detenidos fueron retornando a sus hogares, pero no el médico. 

Ante las gestiones de su esposa y de sus camaradas, la Policía aseguró que había salido por sus propios medios de la jefatura. Hubo protestas, movilizaciones y paros reclamando su aparición. Recién el 20 de julio el interventor federal de la provincia, Ricardo Anzorena –quien hasta entonces había negado la veracidad de la denuncia– ordenó la detención del jefe y del subjefe de investigaciones y de otros policías, así como el reemplazo del jefe de Policía de Rosario, Emilio Vicente Gazcón, por Eduardo Legarreta quien exoneró a los policías involucrados. El 27 de julio de 1955, el ministro de gobierno de Santa Fe dio un comunicado oficial: [Ingalinella] “habría fallecido a consecuencia de un síncope cardíaco durante el interrogatorio”. Murió en la sala de torturas.

Periodistas bajo fuego 

El periodista Roberto Di Sandro, que cubría en ese momento la actividad de la Casa Rosada (lo hace hoy todavía), llegaba con otros colegas (los hermanos Almonacid, Aulio Sila, de France Press y Enrique, de Clarín). Ellos fueron protagonistas y víctimas de las bombas de Plaza de Mayo. Las páginas de Di Sandro en su libro A mí no me lo contaron, testimonian esos sucesos. El colega las recuerda en muchas de las reuniones que se efectúan habitualmente con viejos periodistas del círculo conocido como Veteranos en su tinta”. 

Cuenta Di Sandro que escuchó al teniente coronel Oscar Goulú, jefe de la guardia, dar las órdenes para la defensa de la Casa Rosada. Mientras Perón, acompañado del general Sosa Molina se dirigía al Edificio Libertador, situado cruzando la avenida Paseo Colón, el personal de la Casa de Gobierno se refugió en los túneles aledaños al edificio donde hoy está el Museo del Bicentenario. En el camino se encontraron con el embajador Ildefonso Cabaña Martínez quien dijo “parece que es la Marina contra el Ejército”. Un juicio similar tuvo otro alto funcionario que compartió el refugio, el subsecretario del Interior, Abraham Krislavin, cuando salían del Patio de las Palmeras hacia los túneles. Era común entre los periodistas hablar del túnel que había facilitado a Perón su llegada al Ministerio de Guerra, donde lo esperaba el general Franklin Lucero, pero no fue así: llegó allí “a cielo abierto”, acompañado por Sosa Molina. 

Uno de los autores de este artículo (N. de la R.: Santiago Senén González) estaba acreditado en la Sala de Periodistas de la Policía Federal y acompañó al jefe de Prensa en una recorrida para ver los estragos de las bombas en Plaza de Mayo. Antes, pasó por la sede central de la Asistencia Pública, ubicada en Esmeralda al 100 y volvió a ver la misma escena de columnas de activistas disfrazados con atuendos religiosos, al parecer militantes de la Alianza Libertadora Nacionalista, y uno de ellos con el cáliz alzado como si fuera un partido de fútbol gritaba, eufórico…” ya quemamos cinco”.

*Periodistas e historiadores.

Fotografías:





jueves, 16 de junio de 2016

1955 - 16 de Junio - 2016... A 61 Años del Bombardeo a Plaza de Mayo... ©dealgunamanera...

60 años del ignominioso bombardeo a Plaza de Mayo…


El bombardeo del 16 de junio de 1955 a Plaza de Mayo, antesala del golpe que derrocó al presidente Juan Domingo Perón en septiembre del mismo año, y del cual se cumplen 60 años, exhibió el mismo código genético que la dictadura terrorista de Estado que usurpó el poder entre 1976 y 1983.

© Publicado el 16/06/2015 por http://www.conclusion.com.ar

Aviones de Armada y Fuerza Aérea lanzaron 14 toneladas de bombas, equivalentes a la mitad del explosivo con el que aviones alemanes e italianos destruyeron la ciudad vasca de Guernica en 1937.

La masacre de Plaza de Mayo dejó 308 muertos, la mayoría civiles, según estableció una investigación del Archivo Nacional de la Memoria (ANM) divulgada en 2009 por el entonces secretario de Derechos Humanos, Eduardo Luis Duhalde.

Sólo 12 de los fallecidos (4 por ciento del total) estaban adentro de la Casa de Gobierno, donde impactaron 29 bombas, de las cuales estallaron seis.

“El resto de las bombas, proyectiles y fusiles semiautomáticos FN de fabricación belga que los infantes de Marina estrenaron ese día, estuvieron dirigidos a la población”, según el informe con las principales conclusiones de la investigación del ANM.

En “connivencia con sectores políticos y eclesiásticos, las Fuerzas Armadas descargaron sus bombas y ametralladoras contra la población civil como forma de implantar el terror y el escarmiento, para lograr la toma del poder”, puntualizó.

El régimen genocida surgido del golpe del 24 de marzo de 1976 heredó -y llevó al paroxismo- estas características, pero también a varios participantes del bombardeo de junio del 55, entre ellos a Emilio Massera, Oscar Montes y Guillermo Suárez Mason.

Las dictaduras implantadas en 1955 y en 1976 compartieron también similares matrices cívico-militares.

Por otra parte, la impunidad de los responsables de la masacre de junio de 1955 contrasta con los fusilamientos de 1956 en José León Suárez y otros lugares, en represalia por el intento de levantamiento que encabezó el general Juan José Valle contra el régimen de la autodesignada “Revolución Libertadora”.

“Los militares de junio de 1956, a diferencia de otros que se sublevaron antes y después, fueron fusilados porque pretendieron hablar en nombre del pueblo: más específicamente, del peronismo y la clase trabajadora. Las torturas y asesinatos que precedieron y sucedieron a la masacre de 1956 son episodios característicos, inevitables y no anecdóticos de la lucha de clases en la Argentina”, escribió en 1969 Rodolfo Walsh.

En el prólogo a la reedición de ese año de su libro “Operación Masacre”, Walsh alertó, premonitorio: “Que (la oligarquía) esté temporalmente inclinada al asesinato es una connotación importante, que deberá tenerse en cuenta cada vez que se encare la lucha contra ella. No para duplicar sus hazañas sino para no dejarse conmover por las sagradas ideas, los sagrados principios y, en general, las bellas almas de los verdugos”.



 


viernes, 17 de octubre de 2014

17 de octubre 1945... "El tiempo me dará la razón"... De Alguna Manera...


17 de octubre 1945: "El tiempo me dará la razón"...


Ese día el coronel Juan Domingo Perón, desde los balcones de la Casa Rosada, pidió a los trabajadores que reclamaban su libertad que se "unan y sean más hermanos que nunca" y advirtió a los "indignos farsantes que este pueblo no engaña a quien lo ayuda".

Aquella Plaza de Mayo que desbordaba de pueblo reclamó la libertad de quien reconoció los derechos de los trabajadores y de quien le escribió a Evita desde su prisión en la isla Martín García: "Tesoro mío. Tené calma, y aprendé a esperar. Esto terminará y la vida será nuestra. Con lo que yo he hecho estoy justificado ante la historia, y sé que el tiempo me dará la razón".

"Empezaré a escribir un libro sobre esto (...) veremos entonces quién tiene razón. El mal de este tiempo y especialmente deeste país, son los brutos, y tú sabes que es peor ser bruto, que ser malo", le dijo Perón a la abanderada de los humildes.

Y el tiempo le dio la razón. Aquel 17 de octubre fue el corolario de una serie de hechos que comenzaron el 10 de octubre cuando por la mañana se convocó a los gremios a los que Perón les hablaría esa tarde para despedirse, desde la Secretaría de Trabajo.

Poco antes, precisamente la noche del 8 de octubre, cuando el entonces coronel festejaba sus 50 años, el jefe de la guarnición de Campo de Mayo, general Eduardo Avalos, le exigió la renuncia a la vicepresidencia de la Nación y a los cargos de secretario de Trabajo y secretario de Guerra.

La resolución de dirigirse a los trabajadores constituyó su última alternativa política, un pretexto para congregar a los obreros que lo apoyaban y hacer una demostración de fuerza ante los ojos de los militares.

El jueves 11 de octubre Perón solicitó licencia al ministro de Guerra a la espera de su retiro y el 12 por la mañana, los civiles antiperonistas se citaron en la plaza San Martín y reclamaron ante el Círculo Militar el reemplazo del entonces presidente Edelmiro Farrell. 

La resolución de dirigirse a los trabajadores constituyó su última alternativa política, un pretexto para congregar a los obreros que lo apoyaban y hacer una demostración de fuerza ante los ojos de los militares.

En el mismo momento el coronel Domingo Mercante, principal colaborador de Perón, congregó a dirigentes gremiales para pedirles que convoquen a una huelga general.

El sábado 13 de octubre el presidente Farrell encomendó al subjefe interino de policía, mayor Héctor D'Andrea, la detención de Perón en su casa de la calle Posadas 1567.

D'Andrea cumplió esa orden y Perón fue trasladado a la isla Martín García.

Un hábeas corpus, alentado por Eva Perón, fracasó, pero la noticia de su detención movilizó a los gremios y los obreros de la carne, dirigidos por Cipriano Reyes, recorrieron las calles de Berisso y Ensenada con carteles y banderas argentinas.

El domingo 14 Perón siguió preso en Martín García. Supuestamente atacado de pleuresía se iniciaron gestiones para internarlo en el Hospital Militar, trámite que resultó exitoso, pero el traslado se postergó hasta el miércoles 17.

Al conocerse el lunes 15 de octubre la noticia del traslado de Perón al Hospital Militar, Cipriano Reyes organizó la movilización popular.

En la tarde del martes 16 de octubre, en Berisso, los obreros de la carne iniciaron una marcha reclamando de viva voz la libertad de Perón.

La policía provincial dispersó a los manifestantes a las pocas cuadras, pero se reagruparon con la intención de cruzar el puente que une Berisso con Ensenada, para llegar hasta la destilería de YPF y levantar a sus obreros.

Fueron de nuevo contenidos, esta vez por un piquete de marineros. Hechos similares se reprodujeron en Avellaneda, y, finalmente, algunos grupos de trabajadores llegaron a la Capital.

El miércoles 17 de octubre, a las 2 de la madrugada, Perón fue llevado al undécimo piso del Hospital Militar. Evita, con su hermano Juan Duarte, ingresaron poco después.

A partir de ese momento, el cuartel general de operaciones tuvo como sede ese sector del policlínico.

Horas después, a las 7 de la mañana, los obreros de la carne lanzaron una huelga general y comenzaron a recorres las calles porteñas.


Con el correr de las horas se fueron congregando en la Plaza de Mayo, pero la espera fue larga: Perón habló por fin a la medianoche.

Desde los balcones de la Casa Rosada, Perón dijo a los trabajadores: "Muchas veces he asistido a reuniones de trabajadores. Siempre he sentido una enorme satisfacción; pero desde hoy sentiré un verdadero orgullo de argentino porque interpreto este movimiento colectivo como el renacimiento de una conciencia de los trabajadores, que es lo único que puede hacer grande e inmortal a la patria".

"Hace dos años pedí confianza. Muchas veces me dijeron que ese pueblo a quien yo sacrificara mis horas de día y de noche, había de traicionarme. Que sepan hoy los indignos farsantes que este pueblo no engaña a quien lo ayuda", sentenció.
 
Y agregó: "Que sea esa unidad indestructible e infinita, para que nuestro pueblo no solamente posea esa unidad, sino que también sepa dignamente defenderla".

"Dije que había llegado la hora del consejo, y recuerden, trabajadores, únanse y sean más hermanos que nunca. Sobre la hermandad de los que trabajan ha de levantarse nuestra hermosa Patria, en la unidad de todos los argentinos", resaltó.

Y concluyó: "Pido a todos que nos quedemos por lo menos quince minutos más reunidos, porque quiero estar desde este sitio contemplando este espectáculo que me saca de la tristeza que he vivido en estos días".
 
La lealtad del movimiento peronista todos los 17 de octubre le dio a Perón la razón. 

© Escrito por Mariana Menzulio y publicado el 17/10/2014 por http://www.telam.com.ar