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sábado, 11 de agosto de 2012

He visto a Rodríguez Larreta… De Alguna Manera...

He visto a Rodríguez Larreta…

 Horacio Rodríguez Larreta

Me está naciendo un cariño por Horacio Rodríguez Larreta. Lo digo con perplejidad, y acaso con consternación, porque entre la totalidad de ideas políticas que consistentemente pueda llegar a esgrimir Rodríguez Larreta y la totalidad de ideas políticas que modestamente pueda llegar a esgrimir yo mismo, lo más probable es que no haya siquiera dos que por lo menos se parezcan. Y si en un mundo en hecatombe quedara un solo candidato postulado, y fuera él, y un solo votante convocado para el sufragio, y fuera yo, ni aun así le otorgaría mi voto: votaría decididamente por otro, incluso si no existiera otro.

No obstante, debo admitir que una especie de cariño inesperado se me ha ido incubando últimamente hacia él. Hace días, en una revista dominical, leí un reportaje en el que lo consultaban por la forma en que había conocido y conquistado a su actual esposa.

Según dijo, la conoció porque a ella, traductora de profesión, le tocó llevar de una lengua a otra un libro que él mismo había escrito. El entrevistador dio en suponer, de manera por demás comprensible, que dicho libro había fascinado (y en consecuencia, enamorado) a la traductora protoconyugal; pero no, no fue así, la verdad fue muy otra, y Larreta la reveló sin piedad: la verdad es que su libro la aburrió tremendamente.

Los libros aburridos me cautivan a menudo, y aunque no por eso vaya a leer el bodoque de Rodríguez Larreta, me quedé pensando en su historia. Algo en ella, es evidente, nos lleva a Cyrano de Bergerac. ¿Quién que escriba y no sea lindo no se ha detenido con interés mayúsculo en este personaje de Rostand? Que se pueda enamorar a una mujer por medio de la propia escritura, es decir con prescindencia de la presencia y del aspecto personal, adquiere ribetes de hazaña, y para muchos representa un ideal y una esperanza a la que aferrarnos. Pero Rodríguez Larreta no sólo consumó esa proeza verbal; lo logró con un libro aburrido, es decir, sin ceder a los facilismos de la seducción convencional.

Fue eso, según creo, lo que hizo mella en mí; aunque no dejo de atragantarme con los cartelones amarillos de su partido coloreando estaciones de subte que no se inauguran jamás, escuelas donde se cierran cursos, calles que se cortan para trazar bicisendas que permanecerán invictas. Hay que agregar otro factor al proceso de composición de mi afecto, y que se fue formando en un cúmulo de horas sumadas en algún CGP o en los andenes del subterráneo porteño, horas dedicadas por pura indolencia a contemplar los avisos de la jefatura de gobierno de la ciudad en los televisores erguidos en lo más alto de estos lugares.

Allí fui viendo escenas diversas de emprendimientos urbanos, en los que aparecía con abundancia Horacio Rodríguez Larreta: Larreta con una pala terrosa en la mano, Larreta con un casco de obrero de la construcción, Larreta pisando zanjones abiertos entre yuyos, Larreta inspeccionando acueductos de probable mal olor. ¿Y después? Y después, bastante después, a la hora de los flashes y del corte de cinta, aparece en imagen Macri, sonriendo para la posteridad, y el pobre Larreta queda ahora más atrás, en segunda fila o en tercera, sonriendo a pesar de todo, aplaudiendo a pesar de todo.

No estoy queriendo decir con esto que Macri le deja el trabajo sucio, lo que estoy queriendo decir es que le deja el trabajo sin más. De hecho volvimos a ver esta semana, y en el futuro eso formará parte de algún video en algún CGP, a Rodríguez Larreta, puntero en mano, explicando el cronograma a todas luces insuficiente que reemplazaría con micros de ocasión la total falta de servicio de subtes, producto de un traspaso del que quieren retractarse. Pues bien, ahí estaba Rodríguez Larreta, más bien en aprietos, detallando en una pizarra la manera mejor de viajar, como quien debe señalar las vías de evacuación de un edificio que mientras tanto se derrumba. ¿Y Macri? Macri brillaba, pero por su ausencia.

A nadie se le escapa que estas dos caras tan dispares son caras de una misma moneda, en lo que hace a lo político. Pero en un plano más personal, por no decir decididamente humano, donde se juega en pleno la secundariedad servil de Horacio Rodríguez Larreta, su servicial utilidad a la vera de la diletancia del jefe, su cobertura tan hacendosa cortinando la ociosidad inoperante del que manda, hay algo que confieso que me perturba, hay algo que confieso que me afecta, más allá de los desacuerdos y de las disidencias ideológicas, que no son pocas ni tenues.

© Escrito por Martín Kohan y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el sábado 10 de Agosto de 2012.


miércoles, 27 de junio de 2012

Ambigüedades de Monseñor... De Alguna Manera...

Bajo el agua…


Ambigüedades. No es extraño que unas cuantas personas, de las tantas y tantas que aman a Dios con devoción, decidan entregarse a El y a nadie más, a El y solamente a El.

No es extraño que se consideren casados con El, a tal punto que se le entregan, dado que lo consideran el Supremo Creador de todo lo que existe. No es extraño que renuncien a los magros placeres de este mundo, el transitorio, dado que están seguros de que una dicha tanto mayor los aguarda en el otro, que por lo demás es eterno. En cambio, es bastante curioso, por no decir desconcertante, que después de haberse casado con Dios lo engañen y le hagan trampas; como si no supiesen que Dios todo lo sabe y todo lo ve. Es difícil entender que presupongan flexibilidad y vistas gordas, como si esa clase de modernidades pudiesen caberle a Dios, que como tal es intemporal.


Y, sin embargo, ahí está: monseñor Bargarello en el Caribe, obispo de Luján y Moreno y titular de Cáritas Latinoamérica, en arrumacos marinos con una dama a la que designó como “amiga de la infancia”. El viejo chiste ya afloró: el del teto y la piragua. También el recuerdo infaltable de ese truco de la infancia de jugar al doctor para tocarse. Las aguas del mar en el Caribe, según dicen, son bien tibias; no disuaden, como las nuestras, con latigazos gélidos y reductores. No obstante, monseñor Bargarello afirma que sostuvo el celibato, aduce el carácter familiar de la escena y lamenta la “ambigüedad de las fotos” que se difundieron por estos días en la prensa.


Pero, ¿cuál es la ambigüedad de esas fotos? Parecen detentar más bien esa certificación del “esto ha sido” que Roland Barthes en La cámara lúcida atribuyó a las fotografías en general. El obispo y su amiga de infancia se pierden en cachondeos más bien demasiado evidentes. Eso sí: las aguas del mar en el Caribe, según dicen, además de tibias son transparentes, pero no tan transparentes, sin embargo, en este caso, para que se alcance a ver qué es lo que está pasando bajo el agua. El mar es lo ambiguo, más que las fotos. A Bargarello lo tapó el agua, y en eso fue a ampararse.

© Escrito por Martín Kohan y publicado por le Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el viernes 22 de Junio e 2012.




sábado, 9 de junio de 2012

Qué va a pasar con el dólar... De Alguna Manera...

Qué va a pasar con el dólar…


Es curioso que, cuando se habla de “novelas de la dictadura”, no suela mencionarse La experiencia sensible de Fogwill. Se debe probablemente a que la figuración literaria de esos años se concentra tanto en la represión de Estado, los torturados y los desaparecidos, que cuesta pensar que La experiencia sensible no es menos “novela de la dictadura” que cualquiera de las otras habitualmente invocadas.

Aunque tal vez pueda deberse a que, con los materiales reunidos y expuestos por los relatos sobre el terrorismo de Estado, hemos ido componiendo ese suelo común en el que pisamos en firme y al que llamamos memoria. Y en cambio lo que Rodolfo Enrique Fogwill abordó con La experiencia sensible parece haber quedado más bien del lado del olvido. Del olvido en el sentido más cabal: no el que sobreviene por descuido o por desgano, por puro dejarse estar, sino el que se cultiva con esmero porque es indispensable (inclusive para los dispositivos del recuerdo, que precisan esas lagunas).

Fogwill escribió ese texto a finales de los años 70 y lo retomó a finales de los 90. La historia que cuenta es la del viaje de una familia argentina a Las Vegas con una escala puntual en Miami, todo esto en pleno 1978. El paisaje relativamente uniforme de los aeropuertos, los hoteles internacionales y los casinos, sirve de escenario a dos clases de pasión, tan extendidas en el tiempo y el espacio como típicas de esos personajes y esos años: una, la de entregarse al goce insaciable de lo que son capaces de proporcionar los dólares; la otra, la de aplicarse a la aventura de ganar dinero con el dinero mismo, la de hacer plata con plata. La experiencia sensible bien vale como retrato de época: retrato de la dulzura de la plata dulce y del gusto por la pura especulación, mezcla de free shop y de casino.

Esa parte de la historia argentina reciente está menos procesada que otras: la vista gorda que se dispusieron a hacer unos cuantos, a cambio de tener el dólar bien a tiro y bien a mano, mientras pasaba lo que pasaba entretanto en el país (en el entretanto de la novela de Fogwill, por ejemplo, la familia de un brigadier presiona por demás para que les alquilen una casa en Punta del Este). Todo lo que fue registrando Fogwill en los 70, mientras ocurría, decidió retomarlo en los 90, cuando pudo perfectamente comprobarse que no era memoria, sino olvido, lo que se había elaborado con eso.

Desde entonces, la rueda no ha cesado: el dólar cuando baja nos pone bulímicos, el dólar cuando sube nos pone paranoicos. La famosa frase de Perón: “¿Alguien vio un dólar alguna vez?”, que tan irreal y hasta forzada pudo sonarnos en tantas ocasiones, adquiere por estos días una inesperada actualidad, un raro valor de profecía, una prueba más para los que atribuyen al general poderes de visionario. El dólar es una pasión nacional. Copa nuestros temas de conversación y tiñe de verde nuestras fantasías más persistentes. Es la parte sensible de nuestra experiencia sensible.

© Escrito por Martín Kohan y publicado por el Diario Perfil e la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el viernes 8 de Junio de 2012.