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domingo, 7 de septiembre de 2014

Default moral… De Alguna Manera...


Default moral…


Todos los economistas de los candidatos de la oposición pronostican que llegaremos a diciembre de 2015 sin ninguna disrupción traumática del orden social, con la macroeconomía enclenque pero entera, para luego, en 2016, pegar un gran salto de prosperidad a partir de la llegada del próximo gobierno, o sea, ellos.

Se parecen a esos presidentes de las cámaras de inmobiliarias (o casi cualquier actividad) que siempre dicen que la propiedad no cae porque decirlo sería contribuir a aumentar la caída. Y ningún candidato quiere que haya un terremoto económico en los meses finales del kirchnerismo, porque parte del costo de los platos rotos también lo pagaría el gobierno que venga.

Pero la situación es mucho más complicada de lo que dicen públicamente (desde esta columna se la bautizó como “un 2002 en cuotas”). Porque el kirchnerismo ya se convirtió en parte del problema de la crisis económica, y aunque mañana tomase medidas acertadas, como deberían ser, contrarias a su prédica de años, no sería un creíble implementador. A lo que agrega una de sus peores herencias de 12 años: la profundización del embrutecimiento económico de la sociedad, confundida con prejuicios, mitos, ideas obsoletas o mundialmente probadas como falsas, que la frustración de 2002 hizo necesarias para rescatar un mínimo de autoestima colectiva pero que el kirchnerismo, en lugar de repararlas, las aprovechó para profundizar su oscurantismo.

El problema venía de antes porque a una crisis como la de 2002 no se llega simplemente por un error de cálculo económico. Las “tormentas perfectas” (bajo precio de las commodities, revalorización del dólar, crisis financiera internacional, etc.) son siempre los disparadores de los desenlaces de una acumulación previa de “errores de cálculo” que hablan más de deficiencias del carácter de los actores que de su capacidad matemática.

Y lo mismo podría decirse de la crisis de 1989, cuando el colapso no fue por una megadevaluación con default de deuda, como en 2002, sino por una hiperinflación, otra forma de default con los acreedores internos. El recuerdo de Alfonsín habría estado presente en el reciente diálogo que le adjudican a Cristina Kirchner con Kicillof: “Ahora viene lo peor, tenés que estar al frente de cada batalla. De candidaturas hablaremos el año que viene. Lo principal es frenar a los loquitos que nos quieren fuera del gobierno antes de tiempo...  ¡Les quiero demostrar que no soy Alfonsín!” (ojalá lo fuera en tantos otros aspectos, más allá de los desaciertos económicos del ex presidente).

Pero que nuevamente, cada 13 años, se repita un terremoto económico, y tras las experiencias de 1989 y 2002 se prevea un 2015 cataclísmico habla de un default moral que trasciende lo económico.

Argentina no es un país pobre, tampoco es un país con más injusticia social que todos los países emergentes y cualquier otro de Latinoamérica, ¿entonces por qué tenemos crónicamente conmociones socioeconómicas como las que se sucedían en Africa o Asia Central?

La respuesta tiene una sola palabra: administración. Malgastamos nuestros recursos, los administramos mal. Macri viene sosteniendo que el problema es que siempre gobiernan los mismos, refiriéndose a los peronistas, aunque tácitamente estaría incluido el radicalismo en la misma crítica. 

El kirchnerismo tiene una tesis parecida sobre la decadencia argentina y la atribuye a que siempre son los mismos los que tienen el poder (le asignan a Zannini decir: 

“Hasta ahora sólo llegamos al gobierno, no tenemos el poder”). 

Desde esa perspectiva, que Macri fuera presidente podría significar solamente que no gobernara un representante de peronismo pero que el poder siguieran teniéndolo los mismos. Un ejemplo sería que el PRO –correctamente– comenzó a cobrarle el impuesto a los ingresos brutos a Netflix, Spotify o iTunes pero no a los casinos de Cristóbal López, y cuando la Corte Suprema iba a fallar en contra del casino de Puerto Madero, un apurado acuerdo entre el Gobierno de la Ciudad y el de la Nación salió a salvar a López para que la Corte no lo condenara.

Claramente algo no cambia en la Argentina, sin importar quién gobierne. Probablemente no se trate de un partido, de una corporación –como los sindicatos– siempre controlada por el peronismo o de un grupo de poderes fácticos. Lo que no cambia es la cultura que da lugar al tipo de partidos, de corporaciones y de poderes fácticos que construimos.

En Brasil, sin Eva Perón, una mujer que de adolescente fue empleada doméstica como Marina Silva puede llegar a presidente, y ya lo hizo un obrero como Lula. Algo intuía Moyano cuando, siendo aliado de los Kirchner, decía que a la Argentina le faltaba un presidente obrero y Cristina Kirchner le respondía diciendo que ella también era una trabajadora. Algo falso ahí había. Menem, Kirchner, Scioli (discípulo de Menem), Massa (originado en la Ucedé): ¿qué hay de auténticamente obrero en esa representación? La misma sospecha les cabe al Partido Obrero (PO) y al Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS) –dilemas de Berni en la Panamericana–, cuya mayoría de sus bases proviene de los estudiantes más que de las fábricas.

Vender optimismo (o, por lo menos, no vender pesimismo) es la consigna de los candidatos y sus economistas. El positivismo sciolista convertido en himno universal es la táctica de campaña electoral económica. Pero el año y tres meses que falta hasta diciembre de 2015 será una eternidad y obligará a los candidatos y sus economistas a cambiar ese discurso.

Así como previo a 2002 la convertibilidad, al superar la crisis del Tequila en 1995, hizo más fundamentalistas a sus creyentes, el actual modelo de inclusión social con matriz diversificada, al superar la llamada crisis de las hipotecas de 2009, hace creer a los economistas K que imprimiendo más papel moneda, haciendo que el Estado intervenga más en la economía, podrán cruzar el 2015. Con esa receta lo más probable es que agudicen la crisis.

Parece que los gobernadores peronistas están comenzando a darse cuenta de que les quedan por pagar tres medios aguinaldos y 15 meses de sueldo hasta diciembre de 2015. Y que son altas las posibilidades de perder la marca “PJ garante de gobernabilidad”

Otro de los mitos que precisamos inventarnos.

© Escrito por Jorge Fontevecchia el Domingo 07/09/2014 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.



viernes, 1 de agosto de 2014

Los caudillos y los Ambiciosos... Julio Humberto Grondona... De Alguna Manera...



Los caudillos y los Ambiciosos...


Enemigos del pueblo son también los ambiciosos. Muchas veces los he visto llegar hasta Perón, primero como amigos mansos y leales y yo misma me engañé con ellos, proclamando una lealtad que después tuve que desmentir.
 
Los ambiciosos son fríos como culebras; pero saben disimular demasiado bien.
 
Son enemigos del pueblo porque ellos no servirán jamás al pueblo sino a sus intereses personales.
 
Yo los he perseguido en el Movimiento Peronista y los seguiré persiguiendo implacablemente en defensa del pueblo.
 
Son los caudillos.
 
Tienen el alma cerrada a todo lo que no sean ellos.
 
No trabajan para una doctrina ni les interesa el ideal.
 
La Doctrina y el Ideal son ellos.
 
La hora de los pueblos no llegará con ningún caudillo porque los caudillos mueren y los pueblos son eternos.
 
Por eso es grande Perón; porque no tiene otra ambición que la felicidad de su pueblo y la grandeza de su Patria… y porque ha creado una doctrina – una doctrina es un ideal – para que su pueblo siga su doctrina y no su nombre.
 
Yo pienso en cambio que los pueblos cuando encuentran un hombre digno de ellos no siguen su doctrina sino su nombre, porque en el hombre y en el nombre ven encaramarse a la doctrina misma; y no pueden concebir la doctrina sin su creador.
 
Por eso yo no puedo concebir al Justicialismo sin Perón; y por eso he declarado tantas veces que soy peronista y no justicialista, porque el justicialismo es la doctrina; en cambio el peronismo es Perón y la Doctrina…
 
¡La realidad viva que nos hizo y que nos hace felices!
 
Los caudillos en cambio, los ambiciosos, no tienen doctrina porque no tienen otra conducta que su egoísmo.
 
Hay que buscarlos y marcarlos a fuego para que nunca se conviertan en dueños de vida y haciendas del pueblo.
 
Yo los he conocido de cerca y de frente; y algunas veces incluso me han engañado, por lo menos momentáneamente.
 
Hay que identificarlos… Hay que destruirlos.
 
La causa del pueblo exige nada más que hombres del pueblo que trabajan para el pueblo, no para ellos.
 
En esto se distinguen los ambiciosos; en que trabajan para ellos; nada más que para ellos.
 
Nunca buscan la felicidad del pueblo; siempre buscan más bien su propia vanidad y enriquecerse pronto.
 
El dinero, el poder y los honores son las tres grandes “causas” los tres “ideales” de todos los ambiciosos.
 
No he conocido ningún ambicioso que no buscase alguna de estas tres cosas…
 
O las tres al mismo tiempo.
 
Los pueblos deben cuidar a los hombres que eligen para hacer sus destinos…
 
Y deben rechazarlos y destruirlos cuando los vean sedientos de riqueza, de poder o de honores.
 
La sed de riquezas es fácil de ver.
 
Es lo primero que aparece a la vista de todos.
 
Sobre todo a los dirigentes sindicales hay que cuidarlos mucho.
 
Se marean también ellos y no hay que olvidar que cuando un político se deja dominar por la ambición es nada más que un ambicioso; pero cuando un dirigente sindical se entrega al deseo de dinero, de poder o de honores, es un traidor y merece ser castigado como un traidor.
 
El poder y los honores seducen también intensamente a los hombres y los hacen ambiciosos…
 
Empiezan a trabajar para ellos y se olvidan del pueblo.
 
Esta es la única manera de identificarlos… y el pueblo tiene que conocerlos y destruirlos.
 
Solamente así, los pueblos serán libres… porque todo ambicioso es un prepotente capaz de convertirse en un tirano.




¡Hay que cuidarse de ellos como del diablo!
© Eva Perón. www.galeon.com