sábado, 23 de enero de 2021

Sí, matar al tirano… @dealgunamanera...

 Sí, matar al tirano…

 

Nunca hubiera imaginado que el destino me llevara a ser testigo de un hecho pleno de las fantasías que siempre contiene la realidad humana. En Bad Bramstedt, una pequeña ciudad del norte alemán, se llevó a cabo un acto de homenaje a Kurt Gustav Wilckens. Sí, nada menos. ¿Quién fue Kurt Gustav Wilckens? El obrero alemán que, en enero de 1923, mató al teniente coronel Varela, en Palermo, frente a los regimientos 1 y 2 de Infantería. El teniente coronel Varela había sido el ejecutor del fusilamiento de centenares de peones patagónicos en las huelgas rurales de 1921-22, durante el gobierno de Hipólito Yrigoyen.

 

© Escrito por Osvaldo Bayer el sábado 11/03/2011 desde la Ciudad de Bonn, Alemania, por el Diario Página/12 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República de los Argentinos.

 

Wilckens, para cometer el hecho, usó el principio de “Matar al tirano” que sostenían los anarquistas. “Cuando en un país no hay justicia, el pueblo tiene el deber de llevarla a cabo”, sostenían. En el caso de Varela, Wilckens señaló que los obreros debían ejecutarlo porque, si no, volvería a cometer crímenes similares.

 

Después de su acción, Wilckens fue detenido, llevado a la cárcel y, allí, asesinado por un pariente de Varela que se hizo pasar por guardia penitenciario –con aprobación de las autoridades–, que lo mató mientras dormía en su celda.

 

Bad Bramstedt está orgullosa de que Wilckens haya nacido allí. Los diarios locales y de la zona publicaron páginas enteras en recuerdo a él. Wilckens pertenecía a una antigua familia –ese apellido está entre los fundadores de la ciudad– que vivía justo en la plaza principal. Fui invitado a hablar en el acto que se realizó en el castillo histórico, en un amplio salón, y la concurrencia fue principalmente de docentes, periodistas y antiguos vecinos de la ciudad que conocieron a la familia Wilckens. También se hizo presente un buen número de estudiantes. Y la iniciativa partió nada menos que de dos libreros, Ralph y Hans, de la librería Hans, el Feliz.

 

En la Argentina siempre se ninguneó el hecho de Wilckens. Se silenció todo. En el célebre debate sobre los crímenes oficiales cometidos contra las peonadas patagónicas, la bancada mayoritaria –los radicales– negó la investigación, abandonando el recinto a la hora de votar. ¿Qué debían hacer los obreros? ¿Callarse la boca y “mirar hacia adelante? No, había llegado el momento de aplicar aquello de “cuando no hay justicia...”. Y la ejecutó Wilckens. Fue solo a enfrentar al todopoderoso militar. Cuando sus compañeros de ideas quisieron acompañarlo, él les respondió: “No, para una persona, una sola persona”. Y fue solo a “hacerlo” al militar dueño de la vida y de la muerte.

 

Al sepelio del militar fusilador fueron todos, desde el presidente Alvear y el ex presidente Yrigoyen, con todos sus ex ministros, hasta miembros de la Sociedad Rural, por supuesto.

 

En el acto en su ciudad natal alemana se propuso que se pusiera una placa en la casa donde nació, relatando quién había sido Kurt Gustav Wilckens. Al militar fusilador nunca nadie se atrevió a hacerle después homenajes, ni siquiera a recordarlo. En su tumba en el panteón militar, hasta hace poco había sólo una placa que decía: “Los británicos en el territorio de Santa Cruz a la memoria del teniente coronel Varela, ejemplo de honor y disciplina en el cumplimiento del deber”. Está todo dicho. No es necesario decir más. Y la verdad fue cantada por el payador criollo Martín Castro, en su “Canto a Wilckens”, en el cual en una estrofa lo define todo:

 

Wilckens no es una venganza,
es el fruto, es la cosecha
de quien sembró tiranías
para recoger violencias.

 

La historia del mundo está sembrada de reacciones así. Tenemos el ejemplo del armenio Soghomon Tehlirian, quien el 15 de marzo de 1921 mató a Taleat Pachá, en Berlín, de un tiro. Taleat Pachá había sido ministro del Interior del gobierno turco que ordenó la masacre del pueblo armenio, que comenzó en 1915. Esa masacre es una de las más crueles de la historia: los armenios fueron desalojados de sus casas, los hombres fueron muertos a tiros y las mujeres y los niños obligados a caminar distancias sin límites hasta que ellas cayeran exhaustas de sed y de falta de alimentación, al igual que sus niños. Así fueron muertos un millón y medio de armenios. Nunca los gobiernos turcos reconocieron ese genocidio, sino que han tratado siempre de “mirar hacia adelante”. El joven Tehlirian, a quien le habían matado a toda su familia, tomó la decisión de “matar al tirano” en la figura del ministro del Interior turco responsable de las masacres, que se encontraba en 1921 en Berlín, Alemania. En la calle le pegó un solo tiro que fue mortal.

 

El juicio que la Justicia alemana le hizo al vindicador Soghomon Tehlirian fue ejemplar. Justamente fue eso, los jueces consideraron que había hecho uso de ese principio: matar al tirano y que, cuando no hay justicia, el pueblo tiene derecho a hacer justicia por su propia mano. Los armenios publicaron un libro donde se trae completa la versión taquigráfica de todo el juicio, con los argumentos del fiscal, de los defensores y del veredicto final de la Justicia con la absolución del vengador Soghomon Tehlirian. Fue un paso adelante en el verdadero sentido humano que debe entender la Justicia de los pueblos. Y algo que deben tener en cuenta todos los dictadores del futuro: cuando el matar se toma como algo natural para mantener el poder tiránico, siempre es posible una figura que no acepte ello y aplique el principio de matar a quien mató y no pagó por sus crímenes.

 

Justamente la comunidad armenia de la Argentina publicará próximamente en un libro el texto íntegro de este juicio. Allí, el lector podrá leer cómo todas las acusaciones del fiscal son contestadas con argumentos justos por los abogados defensores y los argumentos que esgrimieron en una situación tan difícil. Sólo cito un párrafo del abogado defensor Johannes Werthauer: “Pregunto: ¿hay algo más humano que lo que se nos ha presentado aquí? El vengador de todo un pueblo, de un millón y medio de asesinados, está erguido frente al individuo responsable del exterminio de aquel pueblo, frente al autor de aquellas torturas. Empuña la pistola para encarnar el espíritu de la justicia frente a la fuerza bruta. Baja a la calle como el representante del humanismo contra el salvajismo, del derecho contra la injusticia, de los oprimidos contra el representante total de la opresión. Y enfrenta en nombre de un millón y medio de asesinados a quien con todo el pueblo turco tiene la culpa de esos crímenes. El representa a sus padres, hermanas, cuñados y hermanos asesinados y además a su sobrino, de dos años, también masacrado. Lo respalda toda la Nación Armenia desde el anciano hasta el niño de cuna. El lleva la bandera de la justicia, la bandera del humanismo. Señores del jurado, ustedes deben decidir qué ha ocurrido en su alma y su cerebro en el momento del homicidio: si era o no dueño de su voluntad”.

 

Por unanimidad del jurado, el autor del hecho, Soghomon Tehlirian, fue dejado de inmediato en libertad. Una resolución que conmovió al mundo.

 

La versión en español que se editará ahora de este juicio lleva un prólogo del juez, miembro de la Corte Suprema de la Nación Argentina, doctor Eugenio Raúl Zaffaroni. Desarrolla ahí un concepto que hará historia. Con una profundidad y una amplitud de mira humanista dice, por ejemplo: “La impunidad de Taleat Pachá frente a la magnitud tan formidable de la injusticia cometida contra el pueblo armenio hacía que el Derecho penal perdiese la fuerza ética necesaria para sancionar al que le diese muerte. La impunidad de la masacre condenaba a Taleat y determinaba la absolución de Tehlirian. Taleat había dejado de ser considerado persona. La impunidad del genocida lo deja en condición de no persona, pues le retira la cobertura jurídica. Quien lo ejecuta no puede ser condenado, aunque nadie lo confiese y aunque se fuercen los argumentos y argucias jurídicos para no condenarlo. Se lo declarará inimputable, se acudirá a la ficción del acto de guerra o se buscará algún pretexto de forma procesal, pero un tribunal imparcial no lo puede condenar”.

 

Palabras sabias que hablan, por sobre todo, a favor de la vida, ya que pone en aviso a todo poderoso que se precia de su poder, tomando a la muerte como método. Y con eso correrá el peligro de buscar él mismo su muerte.

 

El otro caso es el del alemán Georg Elser, el humilde obrero que atentó contra Hitler en 1939. Es increíble la minuciosidad que empleó pese al peligro de ser descubierto en cualquier momento. Sabiendo que Hitler iba a presidir un acto en la célebre cervecería de Munich, con todo su escuadra mayor, Elser preparó una bomba que colocó en el interior de una columna del salón, justo al lado del podio donde iba a estar el dictador. Días y noches pasó Elser en ese lugar, haciendo el boquete. Lo tuvo listo justo la noche anterior al acto y preparó la bomba para que estallara justo en el momento en que estaba anunciado el acto donde iba a hablar el dictador, el 8 de noviembre de 1939. Pero el atentado fracasó. Hitler adelantó el acto por un problema de traslado a Berlín y se fue 13 minutos, justo 13, antes de que explotara la bomba que destruyó todo el ámbito donde había hablado Hitler. Si se hubiese quedado, la historia del mundo habría cambiado completamente. Muerto Hitler, el motor del nazismo, nadie lo hubiera podido reemplazar en su papel de dictador supremo. Se hubieran salvado así millones de personas. El obrero Georg Elser pagó caro su propósito de matar al tirano. Fue detenido en la frontera con Suiza, estuvo preso en el campo de concentración de Dachau hasta que fue ejecutado por las SS el 9 de abril de 1945.

 

Pero en la historia finalmente triunfa la ética; puede tardar mucho a veces, pero siempre sabe extraer los verdaderos valores, principalmente los de aquellos que dieron su vida por detener la violencia de los que mandan. Hoy, Elser tiene cinco monumentos en Alemania: en Berlín, en Heidenheim, en Freiburg y en Konstanz. En Munich existe la Georg Elser–Platz, con un monumento en el cual se prende todos los días una luz a las 21.20, hora en que explotó la bomba que depositó él contra el genocida. Se han escrito sobre él ya once biografías y dos novelas y se han rodado cinco films donde se lo consagra como héroe del pueblo.

 

Matar al tirano. No como regla ni como costumbre. Sólo como llamado de atención a los del poder omnímodo: ninguna violencia de arriba es gratuita. Siempre se va a volver contra el que la inició. Tampoco la venganza es una solución, pero es algo incontenible, humano. Una reacción de los generosos que dan su vida para acabar con los crímenes de los que ejercen el poder.

Algo para aprender.





viernes, 22 de enero de 2021

Homenaje a los Héroes de Malvinas... @dealgunamanera...

 El velero con ex combatientes que enfrentó un mar embravecido para rendir homenaje a los héroes de Malvinas. 


El velero Galileo, anclado en una de las bahías en la Isla de los Estados. 

Una decena de hombres -entre ellos tres veteranos de la guerra de 1982- cumplieron una difícil travesía a la Isla de los Estados. Navegando a vela bajo un clima impiadoso, recorrieron el archipiélago y honraron al comandante Luis Piedra Buena, a los 323 tripulantes fallecidos en el hundimiento del A.R.A. Crucero General Belgrano (C-4) y a los 44 desaparecidos del submarino A.R.A. San Juan (S-42) 

© Escrito por Adrián Pignatelli el viernes 22/01/2021 por el Periódico Digital Infobae de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República de los Argentinos.

No era la primera vez que viajaba, pero siempre que contempla las costas de la Isla de los Estados, Nilo Navas -un bahiense de 57 años, profesor de Ciencias Económicas y veterano del A.R.A. Crucero General Belgrano (C-4) - no puede reprimir el sentimiento de emoción por visitar uno de los lugares menos explorados de nuestro país. En las últimas horas de la tarde del 20, el velero Galileo amarró en el puerto de Ushuaia, trayendo a bordo una expedición de diez hombres que él organizó. Así cerró una increíble travesía histórica y cultural, que recorrió los principales puntos históricos de este archipiélago en los mares del sur argentino. 

En 1982, Navas era un cabo primero de Operaciones de 19 años en el A.R.A. Crucero General Belgrano (c-4). En el verano de ese año habían hecho prácticas de tiro en la zona y recuerda como si hubiera ocurrido ayer cuando, ya recuperadas las Malvinas, dejaron el archipiélago y la última luz que vio fue la del faro de San Juan de Salvamento, que el genial Julio Verne inmortalizó en su libro El faro del fin del mundo. 

Ese faro sería su segunda parada, donde colocaron una placa en homenaje al comandante Luis Piedra Buena, pionero de la soberanía austral. Fue un extraño día de calor en un lugar donde llueve casi todas las jornadas. Y lo disfrutaron: varios integrantes de la tripulación se zambulleron en el mar. 

Nilo Navas con el histórico faro de San Juan de Salvamento a sus espaldas. 

Habían comenzado el viaje en la madrugada del 6 de enero, cuando con el velero oceánico Galileo, de 11,5 metros de eslora y 3,75 de manga, perteneciente a la Fundación Malvinas Argentinas, zarparon de Ushuaia. El propósito fue el de rendir homenaje a Piedra Buena, a los caídos del A.R.A. Crucero General Belgrano (C-4) y a la tripulación del submarino A.R.A. San Juan (S-42). 

En un primer paso visitaron las ruinas del antiguo presidio de San Juan de Salvamento y el cementerio, donde se enterraban a los presos. Causó impresión en el grupo ver la tumba de uno de ellos, de tan solo 14 años. “Es muy impactante -describió a Infobae-. Visitando el lugar uno toma conciencia de cómo vivía esa gente, completamente alejados del mundo, y cómo morían muy jóvenes”. 

Cruces que asoman entre los arbustos es lo que queda del cementerio de la isla. 

El que estuvo al mando del timón es el capitán de navío en actividad Andrés Alcides Antonini, que en más de una oportunidad pasó noches enteras haciendo frente a las difíciles condiciones meteorológicas que hacían volar al velero por sobre las olas, sometido a las intensas ráfagas de viento. Tal es así, que aquellos que no tenían tarea asignada en esos momentos debían permanecer acostado y en silencio. 

Esta travesía supuso el doble desafío de hacerla a vela, “tal cual lo hacían los navegantes antiguos”, remarcó Navas. “Por tal motivo, siempre estuvimos condicionados por el estado del tiempo, por los vientos y esperando por las mareas adecuadas para nuestro propósito”. 

La tripulación del velero Galileo debió hacer frente a las adversidades climáticas y a aguas difíciles de navegar. 

La tercera escala fue Puerto Cook. Allí se encuentra el refugio donde Piedra Buena vivió junto a su esposa Julia Dufour. También colocaron placas alusivas, visitaron las ruinas de las casas y el cementerio donde el marino enterraba a los náufragos. 

De la expedición, además de Navas, fueron de la partida otros dos veteranos de Malvinas: Juan Roberto Vera, cabo principal del Belgrano y Roberto Augusto Ulloa, oficial del Destructor A.R.A. Bouchard (D-26), uno de los buques que acudió al rescate de los sobrevivientes del crucero. Para ellos fue de singular importancia la caminata que los llevó atravesar el istmo que divide a la isla de norte a sur, llegar a la bahía Vancouver y escalar una montaña. En su cima clavaron una pesada cruz de lapacho -que habían traído desde Buenos Aires- orientada hacia la posición geográfica exacta del hundimiento del Belgrano. 

La cruz de lapacho que la expedición clavó en la cima de una montaña, mirando hacia la ubicación donde fue hundido el Crucero A.R.A. General Belgrano (C-4). 

Completaron el grupo Facundo Andrés Antonini, hijo del capitán; Mario Ernesto Monserrat, Jorge Jerónimo Patoco, Bautista Ulloa, Álvaro Diez y Leandro Fernández. Los Ulloa, Diez y Fernández pertenecen a La Gaceta Marinera, publicación de la Armada que se edita hace 60 años. 

El crucero hundido en 1982 tiene una especial presencia, ya que desde mediados de los 90, diversos accidentes geográficos de la isla llevan los nombres de los 323 tripulantes fallecidos ese domingo 2 de mayo de 1982. Para Navas fue emocionante ver que, al entrar a Puerto Cook, la punta que asoma a babor lleva el nombre de Juan Carlos Bollo, el cabo clase 62 que dormía arriba de su litera en el Belgrano, amigos inseparables del barrio, de toda la vida, y que quedó para siempre en las aguas del Atlántico Sur. 

Algunas de las placas con las que el grupo homenajeó a Piedra Buena, al Crucero A.R.A. General Belgrano (C-4) y al Submarino A.R.A. San Juan (S-42). 

También estuvieron en la isla Observatorio, una reserva cultural, histórica y turística y permanecieron dos días en Puerto Parry, donde la Armada mantiene un destacamento. Con una placa, rindieron homenaje al submarino A.R.A. San Juan (S-42) y sus 44 tripulantes desaparecidos. 

La decepción del grupo fue el no haber podido llegar, por los caprichos del clima, a la bahía Franklin, donde en 1873 naufragó la goleta Espora, de Piedra Buena. 

Tal como ocurrió a la ida, fue todo un desafío cruzar el Estrecho de Le Maire, que separa a la Isla de los Estados de Tierra del Fuego. Demoraron cinco horas en navegar esas aguas, que a lo largo de los siglos se cobró cientos de naufragios. “Pero el velero es un titán”, destacó Navas. Es que no es el primer viaje de importancia que realiza. Con sus antiguos dueños, en 2008, navegó a las islas Malvinas y éste fue el tercer viaje que hizo a la isla de los Estados. 

Navas y su equipo comenzaron uniendo Mar del Plata con Puerto Madryn; otro año fueron -ida y vuelta- de esa ciudad balnearia hasta Ushuaia; terminarían internándose en la Antártida, visitando las bases argentinas, las islas Shetland, una base española y les quedó llegar a Esperanza, ya que una barrera de hielo le impidió el paso. 

Las Islas Malvinas estuvieron muy presente en esta travesía. Muchos de los accidentes geográficos de la isla llevan los nombres de los caídos del crucero. 

Al velero -que ya lleva navegados alrededor de 22.000 kilómetros- le toca un tiempo de descanso que servirá para repararlo y ponerlo a punto para la próxima expedición que Navas ya tiene en mente, que es la de recrear la campaña anfibia de José de San Martín, que lo llevó desde Chile al Perú. 

En 1984, Navas pidió la baja de la marina, y estudió para ser profesor de ciencias económicas, que es como se gana la vida en su ciudad natal, Bahía Blanca. Ahí todos lo conocen por la difusión de la causa Malvinas desde su programa de radio, que obtuvo premios, y además fue, durante cuatro años, vicepresidente del centro de veteranos local. 

Misión cumplida. La de los 10 integrantes de la expedición.

En el viaje que hizo a la Isla de los Estados en 2017, en el faro de San Juan de Salvamento inauguró la biblioteca “Héroes de Malvinas”, con libros sobre historia argentina, sobre temas de soberanía, que fueron donados en diversos puntos del país.

 

Las placas que colocaron están grabadas en español y en inglés. “Porque el que va, pasa, mira y ve que algo pasó”, explica Navas. Y vaya si algo ocurrió. Nuestra historia.

 

Seguí leyendo:

 

La causa Malvinas a la Antártida: un sobreviviente del Belgrano lidera una expedición para llegar al continente blanco en velero

 

Travesía en velero, con destino a Malvinas

 

 


 

Lufthansa solicitó y obtuvo autorización de la República Argentina para dos vuelos chárter a las Islas Malvinas… @dealgunamanera...

 Lufthansa solicitó y obtuvo autorización de la República Argentina para dos vuelos chárter a las Islas Malvinas…


Información para la Prensa N°: 016/21 

La compañía aérea Lufthansa presentó ante la Administración Nacional de Aviación Civil (ANAC) y ante la provincia de Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur la solicitud  de sobrevuelo y aterrizaje para realizar dos vuelos chárter con destino a las Islas Malvinas desde Hamburgo (el primero a realizarse el próximo 1 de febrero y el segundo el 30 de marzo). 

En ambos casos se designa a Ushuaia como aeropuerto alternativo a las Islas Malvinas. 


La solicitud presentada informa que ambos vuelos tienen el mismo objetivo de  transportar a científicos y personal para recambiar a las personas actualmente presentes en la estación científica alemana en la Antártida "Neumayer III" así como el recambio de tripulación para el buque de investigación polar "Polarstern". La autorización de ingreso del mencionado buque a Puerto Argentino había sido solicitada por la Embajada alemana a la Prefectura Naval Argentina en el marco del Decreto 256/2010. 

Lufthansa también informa que todas las personas a bordo de dichos vuelos pasarán 14 días de cuarentena antes del viaje, durante los cuales serán sometidos a tres exámenes PCR (COVID-19), cuatro en el caso de los tripulantes de Lufthansa. 

Se destaca la relevancia de la presentación de la solicitud de Lufthansa ante autoridades argentinas, en tanto implica el reconocimiento de las Islas Malvinas como parte del territorio argentino. 

© Publicado el jueves 21/01/2021 por Cancillería Argentina es un sitio web oficial del Gobierno Argentino.



Democracia social ¿un horizonte compartido?: a propósito de la polémica socialdemócrata… @dealgunamanera…

Democracia social ¿un horizonte compartido?: a propósito de la polémica socialdemócrata…  


La democracia social tiene una historia política y conceptual que va mucho más allá del Estado. Una historia de luchas y proyectos sociales que, al calor de estos tiempos y sus desafíos, merece la pena revisar.

© Escrito por Adrián Velázquez Ramírez el jueves 14/01/2021 y publicado por el Periódico Digital La Vanguardia de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República de los Argentinos.

En una reciente nota, Mariano Schuster se propuso examinar los usos del término “socialdemócrata” en el actual discurso político latinoamericano. Usado por la derecha como una manera de tercerizar la crítica al populismo y por izquierda como sinónimo de tibieza, esta histórica tradición política se diluyó en los últimos treinta años a raíz de cierta incapacidad por reinventarse luego de un innegable viraje neoliberal hacia fines del siglo pasado. El impasse ha sido de tal magnitud que no son pocos los que se preguntan si no es mejor terminar el prolongado velatorio, cerrar el cajón y pasar a otra cosa. Ante esta disyuntiva, el texto de Schuster es una bocanada de aire fresco y una convocatoria a repensar si esta tradición todavía tiene algo que ofrecer en la incesante tarea de proyectar horizontes de futuro. 

Desde mi punto de vista, la conversación a la que nos invita Schuster sólo tiene sentido si se aceptan dos postulados que en la práctica han sido difícil de conciliar. En primer lugar, que la socialdemocracia es parte de una casa común más grande (Francisco Reyes dixit) habitada por posiciones ideológicas plurales y diversas que mantienen entre sí interpretaciones a veces francamente antagónicas. En efecto, la actual socialdemocracia puede ubicarse en el árbol genealógico del socialismo democrático. El rechazo a la “dictadura del proletariado” fue sin duda uno de sus aspectos medulares. Acotación crítica que conduce a una -a veces ambigua- sinonimia entre socialismo y democracia. El socialismo sería un fin al que sólo cabría arribar por los medios de la democracia y, a su vez, sólo se puede aspirar al establecimiento de una genuina democracia si se sigue la metodología del socialismo. 

El socialismo sería un fin al que sólo cabría arribar por los medios de la democracia y, a su vez, sólo se puede aspirar al establecimiento de una genuina democracia si se sigue la metodología del socialismo. 

El segundo postulado de la conversación que se abre es que no obstante esta pluralidad ideológica, el socialismo democrático no puede significar cualquier cosa. Por más elástico que sea un concepto, sin un criterio mínimo que permita identificar que pertenece a su campo, este se encuentra condenado a ser el botín de presa de discursos que la definen desde su exterior. Posiblemente haya que buscar en la incapacidad (o incluso la negativa) para discutir y explicitar estos principios la explicación del triste lugar que hoy ocupa el término socialdemocracia en el discurso público. 

Sintetizando: el desafío se trata de reflexionar sobre aquello que habilite la convergencia en la diferencia, de encontrar aquellos principios mínimos que hagan reconocible una identidad común o, por lo menos, que permita reconstruir un sentido de pertenencia compartido. Reconstruir la Casa Grande pasa por dilucidar esta complicada cuestión. 

UN PRINCIPIO: SOCIALIZAR LA VIDA EN COMÚN 


Una forma de acortar el camino de esta titánica tarea es volver al propio objeto que en un principio sostuvo la designación de los partidos socialdemócratas: la democracia social. El término también carga con una buena dosis de ambigüedad y es necesario restituir su sentido original a bien de evitar equívocos. Muchas veces escuchamos a políticos progresistas anunciar la construcción “una democracia con contenido social”. Y aquí mismo empiezan los problemas pues en esta fórmula “lo social” no es un contenido sino una forma y una residencia: identifica la potencia instituyente de la sociedad organizada, conglomerado estructuralmente plural que a través de sus grupos busca participar activamente en la gestión de la vida en común. En efecto, el término «democracia social» surgió primero que nada para señalar una alteridad respecto a la democracia liberal y establecer una crítica a la exclusividad de la representación como único pivote de la política.

Vamos más rápido: durante las primeras décadas del XX, la democracia social era vista como el emergente histórico del movimiento obrero organizado. Identificaba un ámbito extraestatal de construcción del lazo comunitario, con instituciones sociales propias destinadas a permitir y mantener estable la agregación de voluntades individuales que se reconocían como parte de algo más grande, en este caso: una clase popular. 

La democracia social señalaba entonces la emergencia de una sociedad cuya política no se agotaba en la dimensión representativa. Sociedad en la cual el individuo abstracto y autosuficiente encontraba su más radical refutación pues ahí estos individuos siempre se encuentran plenamente inscritos en relaciones de interdependencia, obligados a la solidaridad y a la cooperación. 

En un bello pasaje de  El eclipse de la fraternidad, Antoni Doménech narra cómo, a principios del siglo XX, un miembro del Partido Socialdemócrata Alemán podría educarse en las escuelas y universidades socialdemócratas, acceder a comida mediante la cooperativa, hacer ejercicio en las asociaciones deportivas del partido y “llegada la postrera hora, ser diligentemente enterrado gracias a los servicios de la Sociedad Funeraria Socialdemócrata, con la música de la Internacional convenientemente interpretada por alguna banda socialdemócrata”. Se entiende entonces que el partido era apenas la superficie de un amplio y vigoroso movimiento social de carácter popular. La función del partido era tanto preservar esta forma de vida comunitaria promoviendo la legislación pertinente, así como esforzarse por extender este principio de sociabilidad al resto de la sociedad, pues se pensaba que sólo así se podría trascender el estrecho marco de la sociedad civil liberal, supuestamente conformada por individuos tan autónomos como privados. En América Latina, y más específicamente en Argentina, se pueden atestiguar experiencias equivalentes: algunas de clara raíz socialista y otras, como el peronismo e incluso el radicalismo, de raigambre nacional-popular: casas del pueblo, unidades básicas, ateneos, bibliotecas populares, comités.

La democracia social señalaba entonces la emergencia de una sociedad cuya política no se agotaba en la dimensión representativa. Sociedad en la cual el individuo abstracto y autosuficiente encontraba su más radical refutación pues ahí estos individuos siempre se encuentran plenamente inscritos en relaciones de interdependencia, obligados a la solidaridad y a la cooperación. La democracia social identificaba un desborde respecto al dispositivo del liberalismo y una forma de vida colectiva que aspiraba a cristalizarse en instituciones muy concretas. 

Hoy, huérfanos melancólicos del welfere state, cuando alguien nos dice democracia social casi siempre entendemos ampliación de la política social. Sin duda este es un objetivo noble y urgente, pero en su formulación original la ampliación de derechos sociales era subsidiaria de un objetivo más amplio y ambicioso: asegurar las condiciones para el desarrollo de esta vida comunitaria y consolidar el arribo de una verdadera polis. La penuria socialdemócrata empezó cuando en la posguerra sacrificó lo prioritario para asegurar lo complementario y se volvió destino amargo cuando empeñó lo complementario por estabilidad económica, libre mercado y consumo. 

UNA TESIS CENTRAL: LA DEMOCRACIA Y EL CAPITALISMO TIENEN LÓGICAS CONTRADICTORIAS 


Como bien afirma Sheri Berman, en el primer tercio del siglo XX la primacía de la política fue una de las características de la teoría política que siguieron los partidos socialdemócratas. Esto se materializaba en una cuestión muy específica y urgente: subordinación de la economía de mercado a la democracia. Este objetivo no se conformaba con dibujar un capitalismo con rostro humano ni una economía social de mercado (rúbrica con la cual el SPD y la Democracia Cristiana intentaron disimular el desmantelamiento de la economía política de la RDA luego de 1989). La tesis de fondo era que la lógica democrática y la lógica capitalista resultaban a todas luces incompatibles y que subordinar la economía al imperativo democrático equivalía a transitar el lento, gradual pero firme camino al socialismo.  

Ahora bien, en tanto hemos dicho que la amplia familia del socialismo democrático se caracterizó por un meditado rechazo a la vía bolchevique, es necesario precisar qué se entendía por subordinación de la economía a la lógica democrática. El tópico ameritó grandes discusiones en los partidos socialdemócratas en donde se plantearon posiciones distintas y divergentes. Sin embargo, durante esa maravillosa efervescencia que caracterizó el periodo en entreguerras, el objetivo en común fue el de tratar de pensar instituciones que aseguraran la participación de los grupos sociales en la conducción económica. Planificación no quiere decir aquí otra cosa que economía democráticamente establecida, introduciendo con ello un elemento socializador que entraba en directa contradicción con la árida búsqueda de la ganancia privada. Si bien algunas posturas le otorgaban al Estado un papel central, tampoco la cuestión se reducía a este único ámbito. De nuevo, la idea de democracia social ofrecía un imaginario instituyente que funcionaba de vector de nobles creaciones: cooperativas de producción y consumo, democracia de consejos, co-gestión del lugar de trabajo, representación funcional y corporativa, derechos de participación económica, fueron tan sólo algunos de los dispositivos que se pensaron con el objetivo de reinscribir el hecho económico en el seno de la vida social total (es decir aquella que nos involucra a todos). 

El horizonte democrático socialista había parido un nuevo concepto de libertad, uno que tenía su razón de ser en la mutua imbricación del individuo con sus semejantes, mismos que no eran obstáculos de su libre albedrío sino la propia condición de su libertad. Libertad, entonces, social: es decir, interdependiente, compleja. La democracia social se presentaba como el único dispositivo capaz de gestionar este nuevo tipo de libertad. 

En distintos lugares se incorporaron garantías para darle un cauce legal a esta nueva relación entre democracia y capitalismo. Apareció la idea de una “función social de la propiedad” y pobló toda una nueva generación de Constituciones. Se inscribió lo mismo en Weimar y en la II República Española que en la Constitución peronista del 49 -tantas veces negada-. Convertida en doctrina de derecho administrativo permitió la nacionalización de los recursos y el reparto agrario en el México de Cárdenas. Se colocaba así el tapial que clausuraba la época en la cual la propiedad era entendida como un derecho natural y absoluto. Sin embargo, para bien y para mal, la historia no está hecha de irreversibles.   

Ya en amanecer de la posguerra, en su polémica con Hayek quien recientemente había publicado Caminos de la servidumbre (1944), el historiador económico húngaro Karl Polanyi, exiliado en Austria durante los gobiernos socialdemócratas de la “Viena Roja”, buscó responder a las objeciones de su rival neoliberal introduciendo un último capítulo a esa magna obra que es La Gran Transformación (1944). Ante la advertencia de Hayek respecto a que toda reivindicación de justicia social producía una interferencia con el libre mercado y conducía fatalmente a la erosión de la libertad individual, Polanyi señalaba que la emergencia de la “realidad social” había clausurado definitivamente la utopía liberal del siglo XIX. El horizonte democrático socialista había parido un nuevo concepto de libertad, uno que tenía su razón de ser en la mutua imbricación del individuo con sus semejantes, mismos que no eran obstáculos de su libre albedrío sino la propia condición de su libertad. Libertad, entonces, social: es decir, interdependiente, compleja. La democracia social se presentaba como el único dispositivo capaz de gestionar este nuevo tipo de libertad. 

¿Y AMÉRICA LATINA? ¿EL POPULISMO COMO SOCIALISMO DEMOCRÁTICO? 


Concedamos, por lo menos como hipótesis exploratoria, que la democracia social entendida en estos términos puede funcionar como uno de los principios mínimos que sostienen esa Casa Grande que es el socialismo democrático (por lo menos una de sus columnas o apenas una pared). Esto tal vez tenga una ventaja secundaria: nos permite repensar la relación entre socialismo, populismo y democracia bajo una óptica diferente.  

Sin duda no se trata de equiparar nuestro excepcional y multiforme populismo latinoamericano con la gastada socialdemocracia europea pues, muy a pesar de los politólogos, la única certeza que tenemos hasta aquí es no hay modelos, sólo búsqueda y aventura. Por el contrario, se trata de algo más modesto, de mostrar que pese a las diferencias podemos encontrar algunos vasos comunicantes. También por cierto de la posibilidad de descubrir y reconstruir un imaginario radical compartido vinculado a la tarea de expandir y complejizar el principio de soberanía popular, entendida como la posibilidad de una nación de convertirse en eso que Castoriadis identificaba como una sociedad autónoma y que, por cierto, no excluía a los grandes líderes. Grandes nombres hubo siempre. 

No se trata de equiparar nuestro excepcional y multiforme populismo latinoamericano con la gastada socialdemocracia europea pues, muy a pesar de los politólogos, la única certeza que tenemos hasta aquí es no hay modelos, sólo búsqueda y aventura. 

Un ejemplo: Lázaro Cárdenas es considerado como un populista latinoamericano clásico. Sin embargo, el «Tata» entendió su empresa política como la búsqueda de una vía mexicana al socialismo. Desde esta óptica se propuso organizar el conflicto de clases para convertirlo en el motor de un ascendente proceso de socialización del Estado y de la vida pública. De tal manera que “la lucha económica y social ya no será entonces la diaria e inútil batalla del individuo contra el individuo, sino la contienda corporativa de la cual ha de surgir la justicia y el mejoramiento para todos los hombres» (LC, 1934). 

Restituir estos imaginarios compartidos puede rehabilitar la discusión sobre esta «presencia ausente», como en otro lado Fernando Suárez definió la relación de América Latina con esa longeva tradición socialdemócrata no sólo irreductible a los buenos modales que pretende la derecha, sino profundamente transformadora y plebeya. 

(*) ADRIÁN VELÁZQUEZ RAMÍREZ

INVESTIGADOR DEL CENTRO DE INVESTIGACIONES EN HISTORIA CONCEPTUAL (UNSAM). AUTOR DEL LIBRO “LA DEMOCRACIA COMO MANDATO. RADICALISMO Y PERONISMO EN LA TRANSICIÓN ARGENTINA” (IMAGO MUNDI, 2019).