jueves, 4 de octubre de 2007

Amar a alguien...


Amar a alguien

Amar a alguien es experimentar todas las
emociones ajenas al amor y aún así volver al amor.

Amar a alguien es sentir el dolor y aún así poder dejarlo atrás, en el olvido.

Amar a alguien es comprender que esa persona no es perfecta; es tener a la vista sus defectos, pero poner el acento en lo que amas de él o de ella y aceptarlo(a) con alegría como persona individual que es.

Amar a alguien es dar una base firme a tus sentimientos, pero dejando espacio para las fluctuaciones: si sintieras siempre lo mismo no habría lugar para crecer, para el aprendizaje y la experiencia.

Amar a alguien es ser fuerte para aceptar hechos e ideas nuevas; es saber que nadie será siempre igual, por que los cambios suceden gradualmente.

Amar a alguien es dar hasta que duela el corazón. Los mejores regalos compartidos son la confianza y la comprensión que surgen del amor. Amar es dar el ciento diez por ciento de ti mismo a cambio de algo tan sencillo como una sonrisa.

Amar a alguien es ver no sólo con los ojos, sino con el corazón; es ver con claridad tus sentimientos, y los de quien amas y saber apreciar la relación.

Amar a alguien es entregarte por completo, como si dijeras:

"Heme aquí...", "Cuanto soy...", "Te amo..."

No hacer transformismos ni para obtener su aprobación,
sino mejorar en lo posible para que tus virtudes, al llamar la atención, eclipsen tus faltas.

El resentimiento...

El resentimiento...

El resentimiento es una extraña fantasía de dolor que quizá mantenemos con la esperanza de que otra persona venga a disculparse, a reconocer su error. La otra persona tiene sus propios argumentos y razones o justificaciones para haber obrado como lo hizo y nuestro resentimiento no va a cambiarlos. Si esa manera de obrar, que nos dolió tanto, es verdaderamente un error del otro, él mismo estará sufriendo las consecuencias aun cuando aparentemente no lo demuestre, ya que es difícil saber lo que pasa en el corazón de otro ser humano.

El poeta norteamericano Longfellow decía: “Si nosotros pudiéramos leer la historia secreta de nuestros enemigos, podríamos encontrar en la vida de cada uno de ellos tanta pena y tanto sufrimiento, que sería suficiente para desarmar cualquier hostilidad”.

Cuentan que una vez un hombre llegó a su casa y encontró que había sido saqueada por ladrones. Sintió hondo pesar por lo que le había sucedido y, después de hacer el recuento de las pérdidas, se llenó de rabia, frustración e impotencia y, sin embargo, al reflexionar, se dio cuenta de que, fuera de intensificar las precauciones, era muy poco o nada lo que podía hacer por recuperar sus bienes o encontrar a los ladrones.
Entonces dijo: “ya que me robaron mis bienes, no voy a permitir que me roben mi tranquilidad y mi paz”. Y decidió olvidarse del asunto.

Que nos hagan un agravio no significa nada, a menos que insistamos en recordarlo.

Autor anónimo

domingo, 30 de septiembre de 2007

El amor empieza...

El amor empieza

El amor empieza
cuando se rompen con los dedos y se dan vuelta las solapas del traje, cuando ya no hace falta pero tampoco sobra la vejez de mirarse, cuando la torre de los recuerdos, baja o alta, se agacha hasta la sangre.

El amor empieza cuando Dios termina, cuando el hombre se cae, mientras las cosas, demasiado eternas, comienzan a gastarse, y los signos, las bocas y los signos, se muerden mutuamente en cualquier parte.

El amor empieza cuando la luz se agrieta como un nuevo disfrazado sobre la soledad irremediable...

Porque el amor es simplemente eso: la forma del comienzo tercamente escondida detrás de los finales.

Curioso liberalismo autóctono... @dealgunamanera...


En la Argentina se suelen rechazar las ideas de buenos liberales como San Martín y Alberdi.



Los habitantes de nuestro país han sido robados, saqueados, se les ha hecho matar por miles. Se ha proclamado la igualdad y ha reinado la desigualdad más espantosa; se ha gritado libertad y ella sólo ha existido para un cierto número; se han dictado leyes y éstas sólo han protegido al poderoso. Para el pobre no hay leyes, ni justicia, ni derechos individuales, sino violencia y persecuciones injustas. Para los poderosos de este país, el pueblo ha estado siempre fuera de la ley".

El autor de este texto no es un activista ubicado en el extremo ideológico del panorama nacional. Fue un hombre moderado, un gran intelectual liberal, don Esteban Echeverría. El autor del Dogma Socialista, en esta carta que le escribía a su amigo Félix Frías en 1851, poco antes de morir, hacía un balance del período comprendido de Mayo a Rosas y daba cuenta con innegable dolor de la distancia que separaba al pensamiento liberal de la verdadera libertad de aquel pueblo que la Generación del 37 había idealizado y al que querían elevar a los niveles de "la Inglaterra o la Francia".

Unas décadas más tarde, quizás el teórico liberal más notable que dio nuestro país, Juan Bautista Alberdi, el autor del libro que sirvió de base para la redacción de nuestra Constitución Nacional, analizando los gobiernos liberales de Mitre, Sarmiento y Avellaneda, escribía: "Los liberales argentinos son amantes platónicos de una deidad que no han visto ni conocen. Ser libre, para ellos, no consiste en gobernarse a sí mismos sino en gobernar a los otros. La posesión del gobierno: he ahí toda su libertad. El monopolio del gobierno: he ahí todo su liberalismo. El liberalismo como hábito de respetar el disentimiento de los otros es algo que no cabe en la cabeza de un liberal argentino. El disidente es enemigo; la disidencia de opinión es guerra, hostilidad, que autoriza la represión y la muerte" (1).

Ambos pensadores, quizás los exponentes más lúcidos del liberalismo criollo del siglo XIX, ponían el dedo en una llaga nunca cicatrizada: la dicotomía existente entre una práctica política conservadora y una proclamada ideología liberal que sólo se expresaba en algunos aspectos económicos.

Ni siquiera en todos, porque la crítica liberal que planteaba la no intervención estatal no funcionó nunca en nuestro país si se trataba de apoyar con fondos estatales la realización de obras públicas por contratistas privados cercanos al poder, o del salvataje de bancos privados como viene ocurriendo desde 1890 a la fecha.

Para los autodenominados "liberales argentinos" estas intervenciones estatales en la economía no eran ni son vistas como tales. Pero estuvieron y están prestos a calificar como "gasto público" a lo que los propios teóricos del Estado liberal denominan sus funciones específicas como la salud, la educación, la justicia y la seguridad y que son denominados, incluso por los autodenominados "organismos financieros internacionales", como "inversión social", porque el Estado recuperará cada peso invertido en una población sana y con capacidad laboral y tributaria.

Si el Estado no cumple con estas funciones básicas, decía John Locke (1632-1704) -uno de los padres fundadores del liberalismo- el pacto social entre gobernantes y gobernados se rompe y los ciudadanos tienen derecho a la rebelión.

Las revoluciones burguesas europeas, producidas entre 1789 y 1848, dieron lugar a un nuevo tipo de Estado que los historiadores denominan "liberal". La ideología que sustentaba estos regímenes es el denominado "liberalismo", que a mediados del siglo XIX presentaba un doble aspecto: político y económico.

El liberalismo político significaba teóricamente respeto a las libertades ciudadanas e individuales (libertad de expresión, asociación, reunión), existencia de una constitución inviolable que determinase los derechos y deberes de ciudadanos y gobernantes; separación de poderes para evitar cualquier tiranía; y el derecho al voto, muchas veces limitado a minorías.

Junto a este liberalismo político, el Estado burgués del siglo XIX estaba también asentado en el liberalismo económico: un conjunto de teorías y de prácticas al servicio de la alta burguesía y que, en gran medida, eran consecuencia de la Revolución Industrial.

Desde el punto de vista práctico, el liberalismo económico significó la no-intervención del Estado en las cuestiones sociales, financieras y empresariales.

A nivel técnico supuso un intento de explicar el fenómeno de la industrialización y sus más inmediatas consecuencias: el gran capitalismo y las penurias de las clases trabajadoras.

La alta burguesía europea veía con preocupación cómo alrededor de las ciudades industriales iba surgiendo una masa de trabajadores. Necesitaba, por lo tanto, una doctrina que explicase este hecho como inevitable y, en consecuencia, sirviese para tranquilizar su propia inquietud. Tal doctrina fue desarrollada por dos pensadores: el escocés Adam Smith (1723-1790) y el británico Thomas Malthus (1766-1834).

Smith pensaba que todo el sistema económico debía basarse en la ley de la oferta y la demanda. Para que un país prosperase, los gobiernos debían abstenerse de intervenir en el funcionamiento de esa ley "natural": los precios y los salarios se regularían por sí solos, sin intervención alguna del Estado y ello, entendía Smith, no podía ser de otra manera, por cuanto si se dejaba una absoluta libertad económica, cada hombre, al actuar buscando su propio beneficio, provocaría el enriquecimiento de la sociedad en su conjunto, algo así como la tan meneada y falsa teoría del derrame.

Malthus partía del supuesto de que la población crecía mucho más rápido que la generación de riquezas y alimentos. Pensaba que la solución estaba en el control de la natalidad de los sectores populares y en dejarlos abandonados a su suerte para la naturaleza.

Tanto Malthus como Smith piden la inhibición de los gobernantes en cuestiones sociales y económicas. Sus consejos fueron muy escuchados y practicados por estos lares.

La trayectoria del autodenominado "liberalismo argentino" ha sido por demás sinuosa pero coherente. El credo liberal no les ha impedido a algunos formar parte de todos los gabinetes de los gobiernos de facto de la historia argentina. Han tolerado y en muchos casos justificado y usufructuado de la represión de la última dictadura militar para seguir haciendo negocios sin ser molestados.

Quizás ya sea hora de que relean al más notable liberal en serio que pisó el suelo argentino, José de San Martín, quien escribió en el Código de honor del Ejército de los Andes: "La patria no hace al soldado para que la deshonre con sus crímenes, ni le da armas para que cometa la bajeza de abusar de estas ventajas ofendiendo a los ciudadanos con cuyos sacrificios se sostiene. La tropa debe ser tanto más virtuosa y honesta, cuanto es creada para conservar el orden, afianzar el poder de las leyes y dar fuerza al gobierno para ejecutarlas y hacerse respetar de los malvados que serían más insolentes con el mal ejemplo de los militares. La Patria no es abrigadora de crímenes".

1. Juan Bautista Alberdi, "Escritos póstumos", Tomo X, Buenos Aires, Editorial Cruz, 1890


© Felipe Pigna.
 Historiador


sábado, 29 de septiembre de 2007

Un argentino emblemático...

Tipo querido si los hay, aún por los que no tuvimos el gusto de dialogar personalmente, sin duda fue el "Negro" Roberto Fontanarrosa; humorista de la fina estirpe de los elegidos por el voto tácito de la gente, como uno de los grandes de verdad en lo suyo; que en pocos trazos y en breves textos era capaz de arrancar una sonrisa y hasta una carcajada al más serio; siempre con un humor de tipo popular, no solo para elegidos de alguna élite intelectual rebuscada.

Sin duda en el grupo más conocido y querido de los humoristas gráficos actuales, me hace acordar también el vacío que dejó otro grande, allá por los '70: Fidel Pintos, un gran personaje cómico –sin groserías y muy a lo argentino- que engalanaba y jerarquizaba la televisión.

Creo que muchos, una legión de lectores, vamos a extrañar a Inodoro Pereyra, con su humor tan elaborado y a la vez tan claro y popular; del cual me permito rescatar aquella frase que nos pintó tan bien en épocas del derrumbe total al cual marchábamos a paso acelerado: "mal pero 'acostumbrao' " –todavía aplicable ahora-; poniendo una gota de fina y sana ironía en el marco de incertidumbre y angustia generalizado que parecía que nos cerraba el horizonte.

Parafraseando a Jauretche, había quienes "nos querían ver tristes, para hacernos sentir derrotados", y tipos –tipazos- como Fontanarrosa, fueron partes importantes del antídoto que nos permitió sobrevivir a "tantas pálidas", cuando nos querían (¿o nos quieren?) hacer sentir a todos los argentinos culpables de las corruptelas y groseras tropelías de una minoría vandálica e insensible.

También recordaremos alguna que otra frase, de las muchas que con festejado y muy esperado desenfado, se despachó en el Congreso de la Lengua Castellana, en su ciudad de Rosario; mostrando que lo culto no está necesariamente separado de lo cotidiano, de lo popular,…en fin, de lo entrañablemente argentino.

Como tal fue futbolero de alma, filósofo del tablón, según cuentan hombre de amigos entrañables de café del barrio; y declarado admirador de las mujeres bonitas, que por cierta hay muchas en su Rosario natal.

Posiblemente uno de los mayores rasgos de su extraordinaria personalidad, es que "no se la creyó", ni cayó en la tilinguería de pretender ser un "intelectualoide de avanzada", como suele ser tan común en la casta de los colonizados mentales, de la cual tan lejos demostró estar.

Si tuvo una pizquita de Fe del tamaño de un grano de mostaza –que seguramente la tuvo-, seguramente ya estará haciendo reir a San Pedro, camino a entrar al Paraíso de los elegidos, de los humildes de espíritu, de los grandes en el marco de su sencillez y espontaneidad, no exenta de filosa y sana picardía.

Hijo dilecto de su hermosa ciudad, que nos perdonen los rosarinos, pero…

¡El Negro Fontanarrosa es patrimonio de todos los argentinos!

© Carlos Andrés Ortiz

viernes, 28 de septiembre de 2007

Las tres puertas...

Las tres puertas

Una joven entró ansiosa y afanada a su casa. Sin saludar, fijó su mirada en su tío, quien reposaba tranquilamente en la sala, y le dijo:

- Tío, un amigo muy querido por ti estuvo hablando mal de ti.

- Espera, niña, espera - respondió el tío - ¿ya le hiciste pasar la prueba de las tres puertas a lo que me vas a contar?

- ¿Las tres puertas? - Preguntó sorprendida la chica -.

- Sí, la primera es LA VERDAD ¿Es absolutamente cierto lo que oíste? - Inquirió de nuevo el tío-.

- Bueno... me lo contaron los vecinos... supongo que... - dijo la niña dudando -.

El tío interrumpió:

- Al menos lo habrás hecho pasar por la segunda puerta que es LA BONDAD Es bueno para alguien esto que vas a contarme, o tal vez, sin darte cuenta, ¿te estás volviendo mensajera de malas intenciones?

- No... - respondió la joven - no creo que esto que te voy a decir sea bueno para nadie.

- Muy bien, - dijo el tío - entonces, nos queda la última puerta: ¿Es ÚTIL lo que me vas a contar?

- Tal vez no... - respondió tranquila la joven -.

- Entonces, si no es Verdadero, ni Bueno, ni Útil, no lo discutamos - concluyó el tío -.

Mantente alerta para evitar que a tu corazón entren calumnias y ten aun más cuidado de no convertirte en su distribuidor.


jueves, 27 de septiembre de 2007

Por qué todavía no me compré un DVD...


Por qué todavía no me compré un DVD

En los últimos días, en oportunidad de estar en Europa presentando nuestro último libro comenzamos a recibir decenas de correos electrónicos.
En todos ellos se nos advertía que un texto nuestro circulaba por Internet con la firma de Eduardo Galeano.
Al llegar a Uruguay los correos se multiplicaron y en todos ellos se nos consultaba al respecto.
Utilizamos los buscadores de internet y nos enteramos que nuestra crónica titulada “Desechando lo desechable” escrita en mayo del 2006 e incluida en esta misma página estaba circulando con otro título y efectivamente llevaba la firma de Galeano.

Encontramos el texto en páginas de Italia, Chile, Cuba, Argentina, México, Australia, España y en foros, páginas, diarios y semanarios de una enorme cantidad de ciudades del mundo con el título de “Porque todavía no me compre un DVD”.
En otras páginas llevaba el título “Para los de más de 40” y en otras “Ahora todo se tira”.
En todos los casos al pie figuraba la firma de Eduardo Galeano.
En el día de hoy comenzó a circular un desmentido confirmando que el texto no pertenece al reconocido escritor compatriota.

Hemos escrito a Eduardo Galeano solicitando las disculpas del caso (a pesar de no tener responsabilidad en lo sucedido) y reafirmando nuestra admiración a su obra que descansa –muy poco- en los estantes de nuestra biblioteca.

A continuación publicamos el texto original, sin las modificaciones que se le han hecho en los últimos meses y con la firma correspondiente.
Lamentamos la situación producida y el perjuicio que pueda haber sufrido nuestro estimado Eduardo Galeano a quien leemos y admiramos desde Marcha y desde “Las venas abiertas de America Latina”.

DESECHANDO LO DESECHABLE

Seguro que el destino se ha confabulado para complicarme la vida.

No consigo acomodar el cuerpo a los nuevos tiempos.

O por decirlo mejor: no consigo acomodar el cuerpo al “use y tire” ni al “compre y compre” ni al “desechable”.

Ya sé, tendría que ir a terapia o pedirle a algún siquiatra que me medicara.

Lo que me pasa es que no consigo andar por el mundo tirando cosas y cambiándolas por el modelo siguiente sólo porque a alguien se le ocurre agregarle una función o achicarlo un poco.

No hace tanto con mi mujer lavábamos los pañales de los gurises.

Los colgábamos en la cuerda junto a los chiripás; los planchábamos, los doblábamos y los preparábamos para que los volvieran a ensuciar.

Y ellos… nuestros nenes… apenas crecieron y tuvieron sus propios hijos se encargaron de tirar todo por la borda (incluyendo los pañales).

¡Se entregaron inescrupulosamente a los desechables!

Sí, ya sé… a nuestra generación siempre le costó tirar.

¡Ni los desechos nos resultaron muy desechables!

Y así anduvimos por las calles uruguayas guardando los mocos en el bolsillo y las grasas en los repasadores. Y nuestras hermanas y novias se las arreglaban como podían con algodones para enfrentar mes a mes su fertilidad.

¡Nooo! Yo no digo que eso era mejor.

Lo que digo es que en algún momento me distraje, me caí del mundo y ahora no sé por dónde se entra.

Lo más probable es que lo de ahora esté bien, eso no lo discuto.

Lo que pasa es que no consigo cambiar el equipo de música una vez por año, el celular cada tres meses o el monitor de la computadora todas las navidades.

¡Guardo los vasos desechables! ¡Lavo los guantes de látex que eran para usar una sola vez! ¡Apilo como un viejo ridículo las bandejitas de espuma plast de los pollos! ¡Los cubiertos de plástico conviven con los de alpaca en el cajón de los cubiertos!

Es que vengo de un tiempo en que las cosas se compraban para toda la vida.

¡Es más! ¡Se compraban para la vida de los que venían después!

La gente heredaba relojes de pared, juegos de copas, fiambreras de tejido y hasta palanganas y escupideras de loza.

Y resulta que en nuestro no tan largo matrimonio, hemos tenido más cocinas que las que había en todo el barrio en mi infancia y hemos cambiado de heladera tres veces.

¡Nos están jodiendo!

¡¡Yo los descubrí… lo hacen adrede!!

Todo se rompe, se gasta, se oxida, se quiebra o se consume al poco tiempo para que tengamos que cambiarlo.

Nada se repara.

¿Dónde están los zapateros arreglando las medias suelas de las Nike?

¿Alguien ha visto a algún colchonero escardando sommier casa por casa?

¿Quién arregla los cuchillos eléctricos? ¿El afilador o el electricista?

¿Habrá teflón para los hojalateros o asientos de aviones para los talabarteros?

Todo se tira, todo se deshecha y mientras tanto producimos más y más basura.

El otro día leí que se produjo más basura en los últimos 40 años que en toda la historia de la humanidad.

El que tenga menos de 40 años no va a creer esto: ¡¡Cuando yo era niño por mi casa no pasaba el basurero!!

¡¡Lo juro!! ¡Y tengo menos de 50 años!

Todos los desechos eran orgánicos e iban a parar al gallinero, a los patos o a los conejos (y no estoy hablando del siglo XVII)

No existía el plástico ni el nylon.

La goma sólo la veíamos en las ruedas de los autos y las que no estaban rodando las quemábamos en San Juan.

Los pocos desechos que no se comían los animales, servían de abono o se quemaban.

De por ahí vengo yo.

Y no es que haya sido mejor.

Es que no es fácil para un pobre tipo al que educaron en el “guarde y guarde que alguna vez puede servir para algo” pasarse al “compre y tire que ya se viene el modelo nuevo”.

Mi cabeza no resiste tanto.

Ahora mis parientes y los hijos de mis amigos no sólo cambian de celular una vez por semana, sino que además cambian el número, la dirección electrónica y hasta la dirección real.

Y a mí me prepararon para vivir con el mismo número, la misma mujer, la misma casa y el mismo nombre (y vaya sí era un nombre como para cambiarlo)

Me educaron para guardar todo.

¡Toooodo!

Lo que servía y lo que no.

Porque algún día las cosas podían volver a servir.

Le dábamos crédito a todo.

Sí… ya sé, tuvimos un gran problema: nunca nos explicaron qué cosas nos podían servir y qué cosas no.

Y en el afán de guardar (porque éramos de hacer caso) guardamos hasta el ombligo de nuestro primer hijo, el diente del segundo, las carpetas de jardinera… y no sé cómo no guardamos la primera caquita.

¡¿Cómo quieren que entienda a esa gente que se desprende de su celular a los pocos meses de comprarlo?!

¿Será que cuando las cosas se consiguen fácilmente no se valoran y se vuelven desechables con la misma facilidad con que se consiguieron?

En casa teníamos un mueble con cuatro cajones.

El primer cajón era para los manteles y los repasadores, el segundo para los cubiertos y el tercero y el cuarto para todo lo que no fuera mantel ni cubierto.

Y guardábamos.

¡¡Cómo guardábamos!!

¡¡Tooooodo lo guardábamos!!

¡Guardábamos las chapitas de los refrescos!

¡¿Cómo para qué?!

Hacíamos limpia calzados para poner delante de la puerta para quitarnos el barro. Dobladas y enganchadas a una piola se convertían en cortinas para los bares.

Al terminar las clases le sacábamos el corcho, las martillábamos y las clavábamos en una tablita para hacer los instrumentos para la fiesta de fin de año de la escuela.

¡Tooodo guardábamos!

Las cosas que usábamos: mantillas de faroles, ruleros, ondulines y agujas de primus.

Y las cosas que nunca usaríamos.

Botones que perdían a sus camisas y carreteles que se quedaban sin hilo se iban amontonando en el tercer y en el cuarto cajón.

Partes de lapiceras que algún día podíamos volver a precisar.

Cañitos de plástico sin la tinta, cañitos de tinta sin el plástico, capuchones sin la lapicera, lapiceras sin el capuchón.

Encendedores sin gas o encendedores que perdían el resorte. Resortes que perdían a su encendedor. Cuando el mundo se exprimía el cerebro para inventar encendedores que se tiraran al terminar su ciclo, los uruguayos inventábamos la recarga de los encendedores descartables.

Y las Gillette -hasta partidas a la mitad- se convertían en sacapuntas por todo el ciclo escolar. Y nuestros cajones guardaban las llavecitas de las latas de paté o del corned beef, por las dudas que alguna lata viniera sin su llave.

¡Y las pilas!

Las pilas de las primeras Spica pasaban del congelador al techo de la casa.

Porque no sabíamos bien si había que darles calor o frío para que vivieran un poco más.

No nos resignábamos a que se terminara su vida útil, no podíamos creer que algo viviera menos que un jazmín.

Las cosas no eran desechables… eran guardables.

¡¡Los diarios!! Servían para todo: para hacer plantillas para las botas de goma, para poner en el piso los días de lluvia y por sobre todas las cosas para envolver. ¡Las veces que nos enterábamos de algún resultado leyendo el diario pegado al cuadril!

Y guardábamos el papel plateado de los chocolates y de los cigarros para hacer guías de pinitos de navidad y las páginas del almanaque del Banco de Seguros para hacer cuadros, y los cuentagotas de los remedios por si algún remedio no traía el cuentagotas y los fósforos usados porque podíamos prender una hornalla de la Volcán desde la otra que estaba prendida y las cajas de zapatos que se convirtieron en los primeros álbumes de fotos.

Y las cajas de cigarros Richmond se volvían cinturones y posamates, y los frasquitos de las inyecciones con tapitas de goma se amontonaban vaya a saber con qué intención, y los mazos de cartas se reutilizaban aunque faltara alguna, con la inscripción a mano en una sota de espada que decía “éste es un 4 de bastos”.

Los cajones guardaban pedazos izquierdos de palillos de ropa y el ganchito de metal.

Al tiempo albergaban sólo pedazos derechos que esperaban a su otra mitad para convertirse otra vez en un palillo.

Yo sé lo que nos pasaba: nos costaba mucho declarar la muerte de nuestros objetos.

Así como hoy las nuevas generaciones deciden “matarlos” apenas aparentan dejar de servir, aquellos tiempos eran de no declarar muerto a nada… ni a Walt Disney.

Y cuando nos vendieron helados en copitas cuya tapa se convertía en base y nos dijeron “Tómese el helado y después tire la copita”, nosotros dijimos que sí, pero… ¡minga que la íbamos a tirar! Las pusimos a vivir en el estante de los vasos y de las copas.

Las latas de arvejas y de duraznos se volvieron macetas y hasta teléfonos.

Las primeras botellas de plástico -las de suero y las de Agua Jane- se transformaron en adornos de dudosa belleza.

Las hueveras se convirtieron en depósitos de acuarelas, las tapas de bollones en ceniceros, las primeras latas de cerveza en portalápices y los corchos esperaron encontrarse con una botella.

Y me muerdo para no hacer un paralelo entre los valores que se desechan y los que preservábamos.

No lo voy a hacer.

Me muero por decir que hoy no sólo los electrodomésticos son desechables; que también el matrimonio y hasta la amistad es descartable.

Pero no cometeré la imprudencia de comparar objetos con personas.

Me muerdo para no hablar de la identidad que se va perdiendo, de la memoria colectiva que se va tirando, del pasado efímero.

No lo voy a hacer.

No voy a mezclar los temas, no voy a decir que a lo perenne lo han vuelto caduco y a lo caduco lo hicieron perenne.

No voy a decir que a los ancianos se les declara la muerte apenas empiezan a fallar en sus funciones, que los cónyuges se cambian por modelos más nuevos, que a las personas que les falta alguna función se les discrimina o que valoran más a los lindos, con brillo y glamour.

Esto sólo es una crónica que habla de pañales y de celulares.

De lo contrario, si mezcláramos las cosas, tendría que plantearme seriamente entregar a la bruja como parte de pago de una señora con menos kilómetros y alguna función nueva.

Pero yo soy lento para transitar este mundo de la reposición y corro el riesgo que la bruja me gane de mano … y sea yo el entregado.

Y yo…no me entrego.

Marciano Durán

martes, 25 de septiembre de 2007

Una filosofía de vida...

Una filosofía de vida...

VIVIR... es llegar de donde todo comienza.

AMAR... es ir a donde nada termina.

VIVE... como si fuera temprano.

REFLEXIONA... como si fuera tarde.

SIENTE lo que digas... con cariño.

DI LO QUE PIENSAS... con esperanza.

PIENSA lo que haces con Fe.

HAZ LO QUE DEBES... con amor

La vida revela la verdad.

La verdad nos ilumina el camino.

El camino nos conduce a amar

El amor nos hace VIVIR.

La razón de amar... la encontramos viviendo...

El sentido de VIVIR... lo encontramos ¡¡¡AMANDO!!!

Ama a las personas como son.... y ellas terminaran siendo lo que deben...

Sobre los miedos...

Sobre los miedos...

Temía esta solo, hasta que aprendí a quererme a mi mismo.

Temía fracasar, hasta que me di cuenta que únicamente fracaso si no lo intento.

Temía lo que la gente opinara de mí, hasta que me di cuenta de que de todos modos opinarían de mí.

Temía que me rechazaran, hasta que entendí que debía tener fe en mi mismo.

Temía al dolor, hasta que aprendí que éste es necesario para crecer.

Temía a la verdad, hasta que descubrí la fealdad de las mentiras.

Temía a la muerte, hasta que aprendí que no es el final, sino más bien el comienzo.

Temía al odio, hasta que me di cuenta que no es otra cosa más que ignorancia.

Temía al ridículo, hasta que aprendí a reírme de mi mismo.

Temía hacerme viejo, hasta que comprendí que ganaba sabiduría día a día.

Temía al pasado, hasta que comprendí que no podía herirme más.

Temía a la oscuridad, hasta que vi la belleza de la luz de una estrella.

Temía al cambio, hasta que vi que aún, la mariposa más hermosa necesitaba pasar por una metamorfosis antes de volar.

Hagamos que nuestras vidas cada día tengan más vida y si nos sentimos desfallecer no olvidemos que al final siempre hay algo más.

El amor ahuyenta el miedo y, recíprocamente el miedo ahuyenta al amor. Y no sólo al amor el miedo expulsa; también a la inteligencia, la bondad, todo pensamiento de belleza y verdad, y sólo queda la desesperación muda; y al final, el miedo llega a expulsar del hombre la humanidad misma.


viernes, 21 de septiembre de 2007

La sabiduría del corazón...


La sabiduría del corazón...

Muchas veces, la sabiduría del corazón trasciende la de la mente.

Una de las mejores maneras de educar al corazón es observar nuestra interacción con los demás, puesto que estas relaciones son, en esencia, el reflejo de nuestra relación con nosotros mismos.

A veces cometemos errores y nos sentimos torpes. Pero, si intentamos mejorar nosotros mismos y trabajamos en nuestro interior, los resultados mejorarán con total seguridad.

Para crecer y desarrollarnos no hay atajos: es necesario aprender, comprometerse y actuar en planos cada vez más altos.

La educación del corazón es el complemento indispensable de la educación de la mente. Es el proceso que nutre la sabiduría interior.

jueves, 13 de septiembre de 2007

Montañas y murallas...

Montañas y murallas...

Juan José Mestre. Argentina

Si me alcanzara el coraje de gritar lo mucho que te amo,
si pudiera conseguir la osadía de decirte todo aquello que
llevo guardado, si de pronto descubriera la forma de romper
este impiadoso muro de tristeza, me quedaría solo con mi
cobardía para no intentar otra cosa que volver a construir
montañas y murallas en el alma para que no salga nada
de lo que siento,sólo para que vos sigas con tu felicidad
que no está en mi camino y yo con mi pena a cuestas que ya
no importa nada...


domingo, 9 de septiembre de 2007

sábado, 8 de septiembre de 2007

En el nombre del Marketing... De Alguna Manera...

En el nombre del Marketing…
  
 

 

 
 
 


 



Hace algunos años, allá por el año 2000, observamos con preocupación la "incorrecta" utilización de la significancia del la palabra Marketing.

En la Asociación Argentina de Marketing creímos conveniente empezar por casa y enviamos, no solo a los medios de comunicación una solicitada aclaratoria, sino también a cada integrante de nuestra Asociación una carta con la "definición universal" de los que significa Marketing...

Quienes trabajamos en esta disciplina, debemos estar comprometidos en utilizar la posibilidad que la misma nos da, para poder llevar a cabo los cometidos sociales que implica el desarrollo de las personas a través de canalizar sus necesidades y deseos, cualquiera sea su condición social y de ese modo contribuir a mejorar continuamente en su calidad de vida...

La disciplina del Marketing es como una herramienta... Dependiendo del fin con que fue creada, será su utilidad... ¿O acaso un martillo neumático ha sido creado para generar ruidos, o una topadora para cercenar la selva amazónica, o un discurso político para luego no cumplir con lo comprometido en él?...

Más allá de cualquier definición... La Actitud de las personas responsables de esta disciplina deberá estar dirigida hacia cabal sentido del rol que tienen las personas en nuestra sociedad y generar las máximas oportunidades posibles para todos los integrantes que la componen sin ningún tipo de excepciones...


© Luis A. Capomasi (08/09/2007)