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sábado, 16 de abril de 2016

La dictadura militar en Argentina... @dealgunamanera...

La dictadura militar en Argentina...
24 de marzo de 1976 - 10 de diciembre de 1983 

El 24 de marzo de 1976 ocurrió lo que muchos esperaban: Isabel Perón fue detenida y trasladada a Neuquén. La Junta de Comandantes asumió el poder, integrada por el Teniente Gral. Jorge Rafael Videla, el Almirante Eduardo Emilio Massera y el Brigadier Gral. Orlando R. Agosti. Designó como presidente de facto a Jorge Rafael Videla. Dispuso que la Armada, el Ejército y la Fuerza Aérea compondrían el futuro gobierno con igual participación. Comenzó el audodenominado "Proceso de Reorganización Nacional".
 

© Publicado el domingo 31/07/2010 por http://www.taringa.net

José Martínez de Hoz fue designado ministro de Economía y, el 2 de abril, anunció su plan para contener la inflación, detener la especulación y estimular las inversiones extranjeras. 

La gestión de Martínez de Hoz, en el contexto de la dictadura en que se desenvolvió, fue totalmente coherente con los objetivos que los militares se propusieron. 

Durante este período, la deuda empresaria y las deudas externas pública y privada se duplicaron. La deuda privada pronto se estatizó, cercenando aún más la capacidad de regulación estatal. 

Con ese clima económico, la Junta Militar impuso el terrorismo de Estado que, fuera de enfrentar las acciones guerrilleras, desarrolló un proyecto planificado, dirigido a destruir toda forma de participación popular. El régimen militar puso en marcha una represión implacable sobre todas las fuerzas democráticas: políticas, sociales y sindicales, con el objetivo de someter a la población mediante el terror de Estado para instaurar terror en la población y así imponer el "orden", sin ninguna voz disidente. Se inauguró el proceso autoritario más sangriento que registra la historia de nuestro país. Estudiantes, sindicalistas, intelectuales, profesionales y otros fueron secuestrados, asesinados y "desaparecieron". Mientras tanto, mucha gente se exilió. 

Algunas acciones del nuevo gobierno: 

Suspende la actividad política 
Suspende los derechos de los trabajadores. 
Interviene los sindicatos. 
Prohíbe las huelgas. 
Disuelve el Congreso. 
Disuelve los partidos políticos. 
Destituye la Corte Suprema de Justicia. 
Interviene la CGT. 
Interviene la Confederación General Económica (CGE). 
Suspende la vigencia del Estatuto del Docente. 
Clausura locales nocturnos. 
Ordena el corte de pelo para los hombres. 
Quema miles de libros y revistas considerados peligrosos. 
Censura los medios de comunicación. 
Se apodera de numerosos organismos. 

La censura 


Comunicado N° 19, 24/03/76 


Se comunica a la población que la Junta de Comandantes Generales ha resuelto que sea reprimido con la pena de reclusión por tiempo indeterminado el que por cualquier medio difundiere, divulgare o propagare comunicados o imágenes provenientes o atribuidas a asociaciones ilícitas o personas o grupos notoriamente dedicados a actividades subversivas o al terrorismo. Será reprimido con reclusión de hasta diez años, el que por cualquier medio difundiere, divulgare o propagare noticias, comunicados o imágenes, con el propósito de perturbar, perjudicar o desprestigiar las actividades de las Fuerzas Armadas, de Seguridad o Policiales. 

(Diario "La Prensa", 24 de marzo de 1976). 

Los "subversivos" 


El término "subversión" englobaba a las organizaciones guerrilleras -prácticamente ya extinguidas en marzo de 1976- pero también a los activistas o simpatizantes de cualquier movimiento de protesta o crítica social: obreros, universitarios, comerciantes, profesionales, intelectuales, sacerdotes, empresarios y más... No hubo "errores" ni "excesos", sino un plan deliberado.

(Historia Visual de la 
Argentina contemporánea, Clarín, El "Proceso" Militar). 

La guerra sucia 

La "desaparición" fue la fórmula más siniestra de la "guerra sucia": el "objetivo" era secuestrado ("chupado”)http://o1.t26.net/images/space.gif por un comando paramilitar ("grupo de tareas" o "patota”)http://o1.t26.net/images/space.gif donde, convertido en un número y sin ninguna garantía legal, quedaba a merced de sus captores. La desaparición de personas fue un programa de acción, planificada con anticipación, estableciéndose los métodos por los cuales llevarlo a la práctica: arrojando a los "desaparecidos" al Río de la Plata (previa aplicación de sedantes) desde aviones o helicópteros militares y en fosas comunes; fusilamientos y ocultamiento de cadáveres, sin ningún tipo de identificación. 

La represión ilegal 

La dictadura de 1976 completó y profundizó el esquema de persecución y exterminio que comenzara sistemáticamente con la Triple A, liderada por Lopez Rega. 

Distribución de desaparecidos según profesión u ocupación:

Obreros: 30,0% 
Estudiantes: 21,0% 
Empleados: 17,8% 
Profesionales: 10,7% 
Docentes: 5,7% 
Conscriptos y personal subalterno de las Fuerzas de Seguridad: 2,5% 
Amas de casa: 3,8% 
Autónomos y varios: 5,0% 
Periodistas: 1,6% 
Actores y artistas: 1,3% 
Religiosos: 0,3% 

(Informe de la CONADEP, Libro: Nunca Más, Eudeba, 1984) 

La tortura 


Todos estaban incluidos en la categoría de "enemigos de la nación". La metodología implementada consistió en la desaparición de personas, las cuales en realidad eran llevadas a centros clandestinos de detención, operados por las FFAA., donde se los sometía a interrogatorios basados en tormentos físicos. 

Los campos de detención 

Se levantaron centros clandestinos de detención y torturas. En estos laboratorios del horror se detenía, se torturaba y se asesinaba a personas. Se encontraban en el propio centro de las ciudades del país, con nombres tristemente famosos, como la ESMA, el Vesubio, El Garage Olimpo, El Pozo de Banfield o La Perla. Existieron 340 distribuidos por todo el territorio. Locales civiles, dependencias policiales o de las propias fuerzas armadas fueron acondicionados para funcionar como centros clandestinos. Estas cárceles clandestinas tenían una estructura similar: una zona dedicada a los interrogatorios y tortura, y otra, donde permanecían los secuestrados. Ser secuestrado o "chupado", según la jerga represora, significaba ser fusilado o ser arrojado al río desde un avión o helicóptero. 

Los desaparecidos 

Debido a la naturaleza, una desaparición encubre la identidad de su autor. Si no hay preso, ni cadáver, ni víctima, entonces nadie presumiblemente es acusado de nada. (Amnistía Internacional, en su informe sobre la desaparición de personas por motivos políticos). 

Hubo miles de desaparecidos: la CONADEP constató más de 9.000 casos. Los organismos de derechos humanos hablan de más de 30.000. 


Apropiación de chicos  

Además del secuestro de adultos, hubo un plan sistemático de apropiación de niños. Los niños robados o que las madres parían en los centros de detención fueron inscriptos como hijos propios por muchos miembros de la represión, vendidos o abandonados en institutos. 

Durante la dictadura, los militares consideraban que los hijos de los desaparecidos debían perder su identidad. Por eso los hacían desaparecer y los entregaban a familias de militares. Ellos pensaban que la subversión era casi hereditaria o que se trasmitía a través del vínculo familiar. De la misma forma que a los hijos de desaparecidos se intentó quitarles su familia, a la sociedad en general se intentó quitarle esos antecedentes que, como los padres de esos chicos, eran considerados subversivos. 

(Diario "Página 12", 10 de diciembre de 1995) 

La noche de los lápices (16/9/76) 

La operación conocida como la “Noche de los lápices”, que se desarrolló entre agosto y octubre de 1976, implicó el secuestro y desaparición de estudiantes secundarios de la ciudad de La Plata, que habían luchado en defensa de un boleto estudiantil. 

Madres de Plaza de Mayo 


El grupo Madres de Plaza de Mayo nació en 1977, integrado precisamente por madres de desaparecidos, cuya lista engrosaron también algunas de sus fundadoras. Se convirtieron en el más activo sector de oposición al gobierno.  

Desindustrialización 

La pequeña y mediana empresa fue sacrificada en el altar de la eficiencia, iniciándose un proceso de acelerada desindustralizacion, ante la imposibilidad de competir con productos provenientes del exterior. La aplicación de las recetas neoliberales no resolvió, sino que profundizó los problemas económicos. 

 
Especulación 

A comienzos de 1977, el ministro de Economía, José Martínez de Hoz, inició un experimento monetario, denominado "la tablita". Fue un sistema de devaluaciones preanunciadas que, sumado a la "ley de entidades financieras" de junio de ese año (que liberó el mercado de dinero y dio garantía estatal a los depósitos a plazo fijo), dio comienzo 
a la especulación o "bicicleta financiera". 

La plata dulce 

La dictadura implementó un plan basado en el liberalismo monetario, que era apoyado por bancos extranjeros y organismos internacionales. El funcionario encargado de cumplir el plan económico de los militares fue José Alfredo Martínez de Hoz. Puso fin al Estado intervencionista, a la protección del mercado interno y al subsidio a empresas. Se congelaron los sueldos. Dejó actuar al mercado libremente. Los resultados finales fueron desastrosos. Hubo un gran endeudamiento externo, las industrias quebraron y, al finalizar la dictadura, se desató la inflación. 


El conflicto del Beagle 

Las cuestiones limítrofes entre la Argentina y Chile estuvieron condicionadas por las circunstancias políticas imperantes en cada país. Bajo regímenes dictatoriales en ambas naciones, las diferencias fronterizas estuvieron a punto de derivar en una guerra abierta. En 1978, luego de que la Argentina rechazó el fallo arbitral británico, el conflicto por el Beagle alcanzó su punto más álgido. El 8 de enero de 1979, la Argentina y Chile firmaron el Acta de Montevideo, que sometía el entredicho a la mediación del Papa. Finalmente, la propuesta papal, conocida a través del cardenal Antonio Samoré, se dio a conocer el 12 de diciembre de 1980 y fue aceptada por la Argentina en 1984 después de una consulta popular no vinculante, en la que el "sí" al acuerdo se impuso por un amplio margen de votos. 


(Historia Visual de la Argentina contemporánea, Clarín, La Política Exterior) 

El Mundial '78 


El triunfo final de la selección Argentina en el Mundial de Fútbol ha supuesto que la Junta Militar que dirige el Gral. Videla haya cubierto con creces los objetivos que se propuso al emprender la organización del campeonato. Durante 25 días, los problemas del país argentino han pasado a un segundo plano y el título mundial conseguido por su selección los mantendrá oculto por más tiempo aún.


(Diario "El País", junio de 1978) 

1982: La guerra de las Malvinas 

En medio de la crisis política, económica y social del régimen militar, sorpresivamente el 2 de abril de 1982, tropas argentinas recuperaron las islas Malvinas. Tras frustrados intentos diplomáticos, la fuerza de tareas británica llegó al Atlántico sur y comenzaron las hostilidades. Con hitos como el hundimiento del crucero "General Belgrano" -que produjo 322 muertos- y del destructor británico "Sheffield", la guerra concluyó el 14 de junio, con la rendición 
Argentina. La derrota marcó el derrumbe político del régimen.

El regreso de los soldados arrojó luz sobre las sospechas de lo que habían padecido, sin los pertrechos y el entrenamiento suficientes para enfrentar a los británicos. Para defender las islas del ataque de ingleses bien entrenados y equipados, la junta militar procedió a reclutar jóvenes argentinos, sin instrucción militar, la mayoría de los cuales provenía de provincias pobres del interior del país. La derrota catastrófica de Malvinas y el conocimiento de la muerte de centenares de jóvenes argentinos (más de 600), deterioraron el frente militar, pero sobre todo, la reputación del ejército, al cual se consideró como mayor responsable del desastre. 



La Memoria

Los viejos amores que no están, 

la ilusión de los que perdieron, 
todas las promesas que se van, 
y los que en cualquier guerra se cayeron 

Todo está guardado en la memoria, 
sueño de la vida y de la historia 

El engaño y la complicidad 
de los genocidas que están sueltos, 
el indulto y el punto final 
a las bestias de aquel infierno 

Todo está guardado en la memoria, 
sueño de la vida y de la historia 

La memoria despierta para herir 
a los pueblos dormidos 
que no la dejan vivir 
libre como el viento 

Los desaparecidos que se buscan 
con el color de sus nacimientos, 
el hambre y la abundancia que se juntan, 
el mal trato con su mal recuerdo 

Todo está clavado en la memoria, 
espina de la vida y de la historia 

Dos mil comerían por un año 
con lo que cuesta un minuto militar 
Cuántos dejarían de ser esclavos 
por el precio de una bomba al mar 

Todo está clavado en la memoria, 
espina de la vida y de la historia 

La memoria pincha hasta sangrar, 
a los pueblos que la amarran 
y no la dejan andar 
libre como el viento 

Todos los muertos de la A.M.I.A. 
y los de la Embajada de Israel, 
el poder secreto de las armas, 
la justicia que mira y no ve 

Todo está escondido en la memoria, 
refugio de la vida y de la historia 

Fue cuando se callaron las iglesias, 
fue cuando el fútbol se lo comió todo, 
que los padres palotinos y Angelelli 
dejaron su sangre en el lodo 

Todo está escondido en la memoria, 
refugio de la vida y de la historia 

La memoria estalla hasta vencer 
a los pueblos que la aplastan 
y que no la dejan ser 
libre como el viento 

La bala a Chico Méndez en Brasil, 
150.000 guatemaltecos, 
los mineros que enfrentan al fusil, 
represión estudiantil en México 

Todo está cargado en la memoria, 
arma de la vida y de la historia 

América con almas destruidas, 
los chicos que mata el escuadrón, 
suplicio de Mugica por las villas, 
dignidad de Rodolfo Walsh 

Todo está cargado en la memoria, 
arma de la vida y de la historia 


 

domingo, 27 de marzo de 2016

La fatal equivocación… @dealgunamanera...

La fatal equivocación…


La fatal equivocación. Dibujo: Pablo Temes.

La incapacidad para pensar los errores parecía prolongar, en la débil transición democrática de los 80, los silencios de los años anteriores.

Han pasado cuarenta años del golpe de Estado; en junio habrá pasado medio siglo del que derrocó a Arturo Illia. En esa década que va entre 1966 y 1976 se preparó la tormenta que cerró el horizonte a partir del siniestro 24 de marzo. En ambas fechas, un periodismo mal informado, confundido o cooptado proporcionó a sus lectores un cuadro de marasmo político (en 1966) o de inconmensurable desorden interno (en 1976), que no tenía otra solución que la que se preparaba en los cuarteles.

Frente a un gobierno que no actuaba (el de Arturo Illia) o frente a un gobierno peronista en disolución que no estaba en condiciones de enfrentar los hechos de violencia, en parte generados desde su mismo corazón por la Triple A; entre un presidente blando y lerdo, como se dijo de Illia en las poderosas revistas semanales que lo caricaturizaban como una tortuga; y una presidenta como Isabel Perón que se refugiaba en Ascochinga, muchos argentinos, apoyados por tesis que difundían los grandes diarios, y el menos leído, pero muy infuyente La Opinión de Jacobo Timerman, creyeron que el golpe llegaba para restaurar el orden.

La fatal equivocación explica el apoyo o la indiferencia civil que acompañó a los tanques.

La sociedad (nunca más justo ese término que tenía pocas excepciones) terminó eligiendo entre “orden” o “anarquía” sin querer enterarse del precio que pagaba. No necesitó otros motivos que el caos de los últimos meses de Isabel Perón y la violencia entre bandos armados. Se creyó que el golpe traía una promesa que llevaba como inmerecido nombre “Proceso de Reorganización Nacional”.

Los partidos aceptaron convencerse de que esos militares eran caballeros que llegaban a restaurar un sistema político que ya no servía por defección e incapacidad de sus mismos dirigentes. Le proporcionaron a la dictadura funcionarios, intendentes, diplomáticos. Fueron colaboracionistas incapaces y cómplices. Ellos también habían dejado de entender.

Se creyó que el golpe traía una promesa que llevaba como inmerecido nombre “Proceso de Reorganización Nacional”

Si se me permite un recuerdo: en aquel entonces, yo era parte del activismo pequeño burgués de un partido marxista y conocía el clima de las entradas y las salidas de fábrica. Mis compañeros obreros, salvo los muy enceguecidos por una línea partidaria, no podían organizar su experiencia de violencia cotidiana, la portación de armas por gente hasta entonces pacífica, los rumores de muertes, la militarización de quienes en muchos casos habían sido camaradas y amigos.

Nada podía interpretarse con las claves que hasta entonces se usaron; la realidad se disgregaba como si fuera una construcción arenosa, donde todo paso abría un agujero en la superficie que, antes conocida, ahora se volvía un pantano lleno de trampas. Aunque tuviéramos “línea política” no estábamos en condiciones de contestar las preguntas más elementales ni respuestas capaces de orientar actos cotidianos: ¿tenía sentido dejar un paquete de volantes en casa de esa obrera, aunque si eran encontrados a ella seguramente le costaría su libertad o su vida?, ¿podía pedirse a ese compañero de Ford que hablara en la asamblea, aunque lo mataran al día siguiente?

Es increíble el modo en que la convicción ideológica vuelve despreciables los propios riesgos, pero también aquellos que tomamos sin avisar a quienes ponemos en peligro en nombre de la revolución o la liberación o el pueblo. Nos habíamos vuelto implacables creyendo que éramos generosos y valientes. Atribuíamos a todos nuestra propensión intelectual al sacrificio.

Pensar los errores.

En estos cuarenta años hemos maldecido a la dictadura y está bien. Pero en 1985 comencé a preguntar si, ya en condiciones de democracia, no era momento de que nos  examináramos nosotros. No sólo los que fueron guerrilleros sino también quienes pensábamos que la guerra vendría después, cuando “estuvieran dadas las condiciones”. El repudio que recibió mi pregunta de 1985 fue casi unánime. Y eso que no había Twitter.

Como sea, la cuestión sigue intrigándome. La incapacidad para pensar los errores parecía prolongar, en la débil transición democrática de los 80, los silencios de los años anteriores. El golpe no sólo mató, torturó e hizo desaparecer a miles. Logró, por el terror, interrumpir la vida política, incluso en sus formas más elementales. Para algunos de nosotros, sin embargo, la discusión sobre el peronismo y la izquierda revolucionaria debía comenzar ya, incluso en las peores condiciones.

Pero eso tenía mucho de abstracto y era discutido con  argumentos morales: no hablar de las víctimas mientras gobiernen los verdugos; no hablar de nosotros mismos cuando podíamos ser las próximas víctimas; no llamar guerrilleros a los militantes muertos o desaparecidos; no denunciar el aventurerismo de las organizaciones revolucionarias que habían sacrificado a sus integrantes.

El golpe no sólo mató, torturó e hizo desaparecer a miles. Logró, por el terror, interrumpir la vida política, aun la más elemental

Tuvieron que pasar muchos años para abrir ese debate. Oscar del Barco tiene el mérito y la coherencia de haber reflexionando sobre el caso de un militante asesinado por su propia organización. Mucho antes, todavía en el exilio de México, Héctor Schmucler escribió una frase decisiva que nadie había escrito: “¿Acaso Rucci no tenía derechos humanos?”.

Esas palabras abrieron una nueva etapa. La primera, sin duda, fue la resistencia heroica de los organismos de derechos humanos, impulsada por el desesperado coraje. Esa lucha abrió una perspectiva sin obtener el derecho de trazar un límite.

Nota al pie.

¿Cuántos desaparecidos? Cualquier cifra nos convence de que fue un infierno. Eso no pudo entenderlo un funcionario (ministro de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires que hace doblete como director artístico del Teatro Colón). Sacó la calculadora y sirvió una mescolanza de datos históricos, comparaciones poco esclarecidas y, sobre todo, manifiesta impunidad para ser al mismo tiempo pedante y escasamente conocedor de un tema al que ofendía con su intervención desorganizada por la precipitación y el nerviosismo.


  

martes, 24 de marzo de 2015

Los Golpes de Estado políticos y empresariales... De Alguna Manera...

Videla: "Los políticos incitaban al golpe, los empresarios también"…

Análisis sobre la relación del empresariado y la dictadura durante el último golpe de Estado. El último golpe de Estado fue el más organizado de todos los que ocurrieron en nuestro país. Las primeras conversaciones ocurrieron, de manera informal, nueve meses antes, cuando el general Jorge Rafael Videla fue nombrado jefe del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas, durante el gobierno constitucional de la presidenta Isabel Perón.

En una de las entrevistas para mi libro Disposición Final, Videla sostuvo que “la planificación del golpe en forma orgánica comienza luego, cuando me convierto en comandante en jefe del Ejército”, el 28 de agosto de 1975, cuando, durante una crisis militar y política, el Ejército impuso a la Presidenta la designación de Videla.

“En ese momento, empiezo a recibir visitas de gente interesada en verme”, agregó.

 A esa altura, el gobierno peronista estaba muy debilitado: un drástico programa de ajuste económico, bautizado el “Rodrigazo” por el apellido del ministro de Economía, Celestino Rodrigo, había derivado en la primera huelga general contra un gobierno peronista y en la salida del hombre fuerte del gobierno, José López Rega.

Todo eso en medio de una densa violencia política, con distintos grupos armados, de izquierda y de derecha, que en 1975 cometieron 1.065 asesinatos por razones políticas. En las vísperas del golpe, cada cinco horas ocurría un atentado y cada tres estallaba una bomba, según el diario La Opinión, de Jacobo Timerman.

Fue el golpe más preparado y comentado de la historia nacional; tanto fue así que los últimos tres meses y medio del gobierno peronista fueron utilizados por los militares para elaborar las listas de personas que serían detenidas luego del 24 de marzo de 1976 a lo largo y ancho del país.“No era una situación que nosotros pudiéramos aguantar mucho: los políticos incitaban, los empresarios también; los diarios predecían el golpe. La Presidente no estaba en condiciones de gobernar. El gobierno estaba muerto”, dijo Videla.


Los principales actores políticos y económicos jugaban al golpe, incluidos los grupos guerrilleros, que pensaban que el retorno de los militares al poder los favorecería porque, de esa manera, la mayoría de los argentinos comprenderían quiénes defendían, de verdad, sus genuinos intereses.

Basta recordar el comunicado del Ejército Revolucionario del Pueblo, uno de los principales grupos armados, hace hoy 39 años: “Es el comienzo de un proceso de guerra civil abierta que significa un salto cualitativo en el desarrollo de nuestra lucha revolucionaria”.


Esas listas de detenidos derivaron en miles de asesinados y desaparecidos.

Según Videla, los militares protagonizaron el golpe de 1976 con un consenso básico: “Había que eliminar a un conjunto grande de personas que no podían ser llevadas a la justicia ni tampoco fusiladas. El dilema era cómo hacerlo para que la sociedad le pasara desapercibido. Por eso, para no provocar protestas dentro y fuera del país, se llegó a la decisión de que esa gente desapareciera”.

Antes de morir, en 2013, Videla asumió en Disposición Final la responsabilidad de esa “decisión”, y sostuvo que, si bien tenía “un peso en el alma, no estoy arrepentido de nada ni ese peso me saca el sueño. Duermo muy tranquilo todas las noches”.

© Escrito por Ceferino Reato, editor ejecutivo de la revista Fortuna, el martes 24/03/2014 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.