sábado, 4 de julio de 2009

Manual del Imbécil Latinoamericano...


PRIMERO
.-

CREE EN FRIEDMAN A PIE JUNTILLAS Y TODA SU PERORATA DE LIBERTAD DE MERCADO, QUE ES UNA RECETA DE EXPORTACIÓN DE LOS ANOS 80 QUE REAGAN APOYO PARA INVADIR Y ABRIR LAS ECONOMÍAS LATINOAMERICANAS A LA VENTA Y SAQUEO DE LOS RECURSOS NATURALES DE AMERICA LATINA.

SEGUNDO.-

CREE EN EL FAMOSO MERCADO LIBRE QUE SE MANEJA SOLO SIN INTERVENCIÓN DEL ESTADO, FAMOSO PORQUE LO INVENTARON LOS INGLESES PARA EXPOLIAR RECURSOS DE OTROS PAÍSES CUANDO LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL.

TERCERO.-

CREE QUE LOS AUTÓCTONOS SON INDÍGENAS NATIVOS INCIVILIZADOS QUE NO PIENSAN NI TIENEN DERECHOS QUE ELLOS NO SABEN MANEJARSE SOLOS NI TIENEN NINGÚN TIPO DE ORGANIZACIÓN SOCIAL O POLÍTICA, CUANDO A TRAVÉS DE LOS SIGLOS DE DESPROTECCIÓN Y ABUSO HAN SOBREVIVIDO JUNTAMENTE CON SUS INSTITUCIONES DE AYUDA MUTUA.

CUARTO.-

CREE CIEGAMENTE EN EL FONDO MONETARIO INTERNACIONAL, EL BANCO MUNDIAL Y CREE CIEGAMENTE QUE ELLOS DESEAN REALMENTE EL DESARROLLO LATINOAMERICANO. CREE QUE ELLOS TE HARÁN SURGIR Y CUANDO TENGAS DEUDAS COMO PAÍS TE LO CONDONARAN Y CON MUCHA GRACIA TE DIRÁN QUEDAS PERDONADO DE TODA DEUDA.

QUINTO.-

CREE CIEGAMENTE EN LOS INTELECTUALES DE DERECHA QUE PROMUEVEN LA LIBERTAD, QUE GRITAN Y VOCIFERAN LIBERTAD POR TODOS LADOS CUANDO UN PRESIDENTE NACIONALIZA O EXPROPIA ALGUNA CORPORACIÓN ABUSIVA, ESTOS SEUDO INTELECTUALES SOLO ESTÁN JUGANDO A SER LIBERALES PERO NO SE DAN CUENTA QUE NO HAY LIBERTAD SIN RESPONSABILIDAD, QUE NO SE PUEDE SER LIBRE SI ES QUE NO SE ES RESPONSABLE POR LOS ACTOS COMETIDOS EN EL EJERCICIO DE ESA IRRESTRICTA Y ABUSIVA LIBERTAD.

SEXTO.-

CREE A PIE JUNTILLAS EN LAS RECETAS ECONÓMICAS DE EXPORTACIÓN DE LOS PAÍSES DESARROLLADOS QUE TE DICEN ABRE TUS MERCADOS, HAZ UN TRATADO CONMIGO Y PERMITE QUE MIS EMPRESAS VAYAN A TU PAÍS A EXPLORAR, EXPLOTAR Y SAQUEAR TUS RECURSOS, PERMITE QUE TODO ESTE A MI DISPOSICIÓN Y QUE EN BASE A LA APERTURA SE DESARROLLE TU PAÍS, CUANDO ELLOS LO ÚNICO QUE QUIEREN ES DESARROLLAR SUS PROPIOS PAÍSES.

SÉPTIMO.-

CREE A PIE JUNTILLAS EN LAS CORPORACIONES CREE EN LAS PROMESAS DE PAGAR SUS IMPUESTOS A TIEMPO, CREE EN SUS PROMESAS DE DESCONTAMINAR LO CONTAMINADO CON SUS DESECHOS TIRADOS EN TUS RÍOS Y TIERRAS. CREE EN SUS PROMESAS DE UN MUNDO MEJOR PARA TUS HIJOS, EN EL TRABAJO QUE TE DARÁN, CREE EN QUE NUNCA TE EXPLOTARAN, CREE EN TODO ESO Y SERÁS COMPLETAMENTE INFELIZ.

OCTAVO.-

CREE EN LOS GOBIERNOS SEUDO LIBERALES QUE DICEN QUE VENDIENDO TODOS LAS TIERRAS, RECURSOS ENTRE MINAS, GAS, PETRÓLEO, ETC SEREMOS RICOS QUE ESO NUNCA HICIMOS CUANDO ESO EN REALIDAD ES LO QUE HEMOS ESTADO PRACTICANDO A DIARIO DESDE LAS INDEPENDENCIAS DE LAS REPUBLICAS LATINOAMERICANAS.

Fuente: "El orden criminal en el mundo" Canal del Sur 2009



Nota del Editor:

El título de este mensaje respeta literalmente al impuesto por su autor a quien se cita en la fuente... Seguramente la palabra -imbécil- suena fuerte. Si nos retrotraemos a la raíz etimológica de dicha palabra, nos encontraremos que su raíz y por ende su principal significado es: -Sin sostén-, -que no se sostiene por sí mismo-... Que cada cuál interprete como quiera.

Muchas Gracias.

Luis A. Capomasi



viernes, 3 de julio de 2009

Fusca... Un escarabajo de 75 años...


Cuando en marzo de 1934 el propio Adolf Hitler declaró abierta la Exposición Internacional del Automóvil de Berlín, se refirió a la creación del Volkswagen (el auto del pueblo, en alemán) expresando que no había razón para que millones de trabajadores de las clases populares no poseyeran su propio vehículo.

Lo que no explicó fue que ya se había reunido dos veces con el ingeniero Ferdinand Porsche y que estaba muy avanzado el proyecto de producción de este vehículo.

Porsche se había independizado y fundado su oficina de diseño de automóviles y motores en el 24 Kronenstrasse de Stuttgart, registrándola en los primeros meses de 1931 con el nombre de Dr. Ing. h.c. Ferdinand Porsche, G.m.b.H.

En una nueva reunión secreta, Hitler le dio a Porsche las premisas del auto popular. Debía tener cuatro asientos y espacio suficiente para una familia con tres hijos, con bajo consumo y mantenimiento, y que alcanzara una velocidad sostenida de 100 km/h para circular en las nuevas Autobahnen (autopistas) que se estaban haciendo en Alemania. El principal objetivo era que el auto sea de muy bajo precio: debía costar alrededor de 1000 marcos.

Todo coincidía con los prototipos que Porsche diseñaba, menos el precio, demasiado bajo, por lo que el diseñador quiso dejar el proyecto, aunque escribió un memorándum en el que explicaba que el vehículo debería ser funcional, de peso reducido, con facilidad para adaptarse a distintos cometidos, incluido el militar. Con la necesaria potencia para sostener altas velocidades y adecuada capacidad de trepada. El equipamiento sería básico y de reducido mantenimiento.

Dos meses después, Hitler llamó a Ferdinan Porsche para anunciarle que su proyecto había sido aprobado y ordenó a la Asociación de la Industria Alemana del Automóvil del Reich (RDA, por sus siglas en alemán, Reichsverband der Automobilindustrie) que confeccionara un programa de fabricación, dándole facilidades al constructor, para que se mantuviera el precio determinado.

Así, un 22 de junio de 1934, Porsche firmó un contrato con la RDA para la producción del Volkswagen, el auto popular, que se transformaría, con más de 21 millones de unidades producidas, en el vehículo más vendido en el mundo, superando hasta el legendario Ford T.

En estos 75 años de historia, muchos son los hitos logrados por el fabuloso escarabajo, como lo conocemos en nuestro mercado, pero uno de los más importantes fue el logrado por Franz Xavier Reimspiess, un ingeniero admirado y respetado por Porsche, que fue quien lo convenció de que el motor debía ser de cuatro cilindros.

Así diseñó el denominado Motor E, un cuatro cilindros refrigerado por aire, con una cilindrada de 984 cc, y un costo de producción más bajo que cualquiera de los otros hechos por Porsche. Los principios básicos de ese motor fueron los que permanecieron casi inalterados en los VW Käfer (escarabajo, en alemán) construidos desde entonces.

El miércoles 30 de julio de 2003, no sin antes transitar una vida llena de éxitos, atravesando todas las modas, pintados por los hippies, adorado por las mujeres, explotado hasta el cansancio como taxi o con todo el glamour con apariciones y papeles principales hasta en la pantalla grande, el último escarabajo salió de la línea de producción de Volkswagen de México, en Puebla, donde se lo conocía con el nombre de Bocho. El personal mexicano realizó una alegre y merecida despedida al escarabajo (conocido en Brasil como Fusca) N° 21.529.464, con flores y música de mariachis.

Además de las miles de unidades, bien conservadas por los socios de los clubes del escarabajo, distribuidas en todo el mundo, hoy ya convertido en un mito lo podemos descubrir mezclado con los modernos autos, en el tránsito urbano o en las localidades del interior, cumpliendo su principal función: transportar a la familia. Salud escarabajo, te seguiremos viendo.

© Escrito por Fernando Soraggi y Publicaado en el Diario La Nación de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el viernes 3 de julio de 2009

jueves, 2 de julio de 2009

Hay que atrapar al ladrón... Jaime, el oro y el barro... Un asquito vea...

Terminaba el acto de cierre de campaña, en La Matanza. El régisseur Enrique Albistur proveyó la escenografía de su marca. Un escenario ordenado, público sentado, colores delicados, con primacía del celeste y blanco. Néstor Kirchner, el orador, visible y no atosigado por cuerpos cercanos. La Presidenta, también ostensible, sentada en la platea. Terminó el discurso, cayeron papelitos bien cortados. Las principales figuras se retiraron. Guillermo Moreno, Ricardo Echegaray y Juan Manuel Abal Medina, entre otros, subieron al escenario. Moreno saltó, vociferó, se colgó alguna camiseta que le llegó desde abajo. Sobreactuó el papel de Moreno, en clave de caricatura, ante las cámaras de los canales de cable que se regodeaban con el espectáculo. El cronista lo vio, le pareció una provocación, impropia y autosaboteadora a dos días de los comicios. Después del vendaval electoral lo comentó con un parlamentario K, de los más fieles, de aquellos (no serán todos) con los que el Gobierno podrá seguir contando en la cuesta arriba que acaba de iniciar. Su comentario fue más lapidario: “¿A usted le pareció provocador y piantavotos? A mí me recordó a Herminio Iglesias”. El megasecretario bate records de impopularidad, incluso intramuros del kirchnerismo.

Moreno, gozoso frente a la tele, ignorando un resultado adverso que en sus trazos gruesos seguramente estaba sellado desde semanas o meses atrás, encarnaba la ceguera de un oficialismo que se negaba a asumir la realidad. Ahora, en su peor momento, parece percatarse y moverse conforme le impone el tablero. La renuncia de Kirchner a la presidencia del PJ, la de Ricardo Jaime, las versiones sobre la salida de Moreno (que se desmintieron ayer pero que no le garantizan larga sobrevida) sugieren que empieza a dar respuesta al mensaje de las urnas. El traspié genera responsabilidades y fuerza a cambiar.

Jaime, el oro y el barro: Lo recubren alhajas y relojes dorados que anuncian su alto precio antes que la hora. Sus trajes relucen, como recubiertos de flúo. El cronista (poco versado en moda masculina) no califica para estimar el precio de sus camisas, pero sí para saber que algunos argentinos no podrían pagarlas con su sueldo de un mes. Como prescribe el refrán, Ricardo Jaime tiene el rostro que se merece, su ajuar refuerza la impresión. Su trayectoria como funcionario, que terminó ayer, corrobora la primera mala impresión a simple vista.

La actividad del transporte, se ha dicho tantas veces en estas columnas, tiene una estructura difícil de desentrañar. La integran, como cuadran, tres estamentos: el estatal, el patronal, el sindical. Pero en este ramo la división de roles es a menudo difusa, no se sabe quién representa a quién, de qué lado de la mesa está (dendeveras) cada cual. Las corporaciones colonizan al Estado y hasta se entremezclan entre sí. Jaime fue un pésimo funcionario de un sector de por sí muy problemático. Es difícil exagerar lo torpe de su gestión, algunos indicadores ayudan. Vamos a por algunos, sólo algunos.

- Tiene abierta una cantidad sugestiva de causas judiciales, que están adormiladas pero que, posiblemente, sean espabiladas por el cambio de clima político. Los jueces federales, de ordinario, son proactivos con los cambios en las relaciones de poder. La inminencia de la feria judicial será un alivio provisorio para el ex secretario de Transporte.

- Mala fue su administración de Aerolíneas, opaca su relación con el Grupo Marsans. La reestatización no fue una gesta soberana, sino un salvataje extremo tras un manejo caótico.

Durante el gobierno de la Alianza hubo un gran movimiento gremial, social y político en defensa de Aerolíneas. Entonces, no hace tanto, la reputación del servicio de la línea apuntaló la lucha de los trabajadores. El año pasado, los propios empleados reconocían que era imposible reclutar adhesiones de pasajeros o de ciudadanos en general: los servicios eran pésimos y se había evaporado el prestigio construido en décadas. Jaime fue, casi a la par del Grupo Marsans, un causante de ese deterioro. Cuando llegó la ley de reestatización (y no quedaba otra) la presentación de Jaime en el Congreso pareció diseñada por el enemigo. Estuvo hosco, esquivo en las respuestas, con docenas de agujeros negros. Cada una de sus frases era un gol en contra para la bancada del Frente para la Victoria.

- El tren bala, la fantasía de las inversiones chinas, la mora en la implementación del boleto electrónico, miles de muertes evitables por un sistema de transporte inadecuado son otras cachas en su cartuchera.

Operación trueno: Polifuncional él, el hombre operó en política, en la provincia de Córdoba. Aspiraba a ser candidato en 2007, quizás en búsqueda de fueros. Una sucesión de papelones clausuró ese puente de plata. Al tiempo, se desempeñó como operador del kirchnerismo en las dos últimas elecciones, se desempeñó como si le hubieran pagado los opositores al Gobierno. Actuó espalda contra espalda con Juan Carlos Mazzón, apoyando a Juan Schiaretti para gobernador contra Luis Juez. El “Chueco” Mazzón y Jaime aseguraban que el “Gringo” –un ex menemista-cavallista, con menos carisma que un poste– ganaría con comodidad. La votación terminó parejísima, un escrutinio sospechoso la volcó a favor de Schiaretti. El gobierno nacional acompañó el trance en silencio, su pasividad favoreció al oficialismo cordobés. Fue una mala jugada, aun en los charros términos de la real politik. Schiaretti devino opositor furibundo al oficialismo desde el conflicto de las retenciones móviles. Lo desafió en las urnas. Jaime y Mazzón tuvieron a su cargo el armado de la lista que lo enfrentaría. Reincidieron en hacer sapo. Dejaron afuera a Patricia Vaca Narvaja, una de las más consistentes y batalladoras diputadas del kirchnerismo, salieron cuartos sin acceder siquiera a una banca nacional.

Defraudó como operador. Eso sí: menos que como Secretario.

Tarde fuiste: En un régimen presidencialista, el Poder Ejecutivo lo desempeña una sola persona. Los integrantes del gabinete son sus auxiliares, dependen de él o ella. Sus faltas recaen, también, en quienes los eligieron o los sostuvieron. Máxime si duraron seis años. La continuidad de Jaime, la magnitud de sus incumbencias, el deterioro que le causó al Gobierno, no son su exclusiva responsabilidad.

Néstor Kirchner debió renunciarlo mucho antes de terminar su mandato. La reválida que le dio la presidenta Cristina Fernández de Kirchner fue un pecado inicial, que vino en combo con una escasísima renovación del gabinete. Desde 2004, cuando empezó a discurrir que no iría por la reelección, Kirchner mentaba la fatiga que producen los gobernantes (aun los exitosos) en la opinión pública. Cuando se supo que Cristina Fernández buscaría sucederlo, la argumentación se enriqueció: no sólo debía cambiarse al mandatario, también iniciar una etapa de más calidad institucional, más abierta al diálogo, menos confrontativa, con renovación del elenco ministerial. La amplitud de la victoria y el “tono” peronista que tenía el electorado que lo sustentó indujo a Cristina Kirchner a mantener a casi todo el gabinete, aun a figuras enormemente resistidas como Jaime y Guillermo Moreno.

Legitimada con un aluvión de votos, sobrecargó su espalda con la mochila de deudas y enconos generados en los años precedentes. Colaboradores descalificados e irritativos eran un lastre que debía aliviar, no lo hizo. La doctrina oficial fijó un apotegma: “no entregar” a funcionarios criticados por la oposición o el periodismo o la opinión pública. Esa tozudez es insostenible, llevada al extremo. Claro que ningún gobierno debe someterse a lo que le indican quienes no lo integran. Pero ocurre que los adversarios o los críticos, a veces, marcan los puntos flojos. Sostener a capa y espada a figuras que causan costos ingentes para no dar el brazo a torcer... humm.

Paradoja sólo aparente: por el peso de los hechos, Jaime debe irse horas después de que Fernando Solanas pidiera, entre varias más, su renuncia. El atavismo oficial tuvo que ceder.

Moreno, de bajón: En la noche del domingo, Moreno era un espectro, cuentan circunstantes del Hotel Panamericano. “Ahora vienen por mí”, refunfuñó en la mañana del lunes, ante oídos amigables, lejos ya de la resaca de La Matanza. En la habitual tenida del minigabinete de crisis, ese mismo día, hizo un gesto de contrición asombroso. Cuando los funcionarios presentes comenzaron a puntear una agenda para salir del mal paso, aceptó que se incluyera como ítem al Indec. No hubo, en la ocasión, gastes a sus compañeros por su déficit de peronismo ni la defensa autista de la destrucción del Instituto, lejos la peor herencia de su accionar.

A diferencia de Jaime, Moreno sólo es discutible desde la perspectiva política. Nadie le achacó actos de corrupción y eso que le sobran poderosos que lo detestan. Otra asimetría entre Jaime y Moreno: éste, tuvo un desempeño funcional. Encarnó la intervención estatal para regular las desmesuras del mercado: anduvo bien, un tiempo. Lo cuestionaban desde el principio, no por sus tropiezos, sino por la tarea valorable que se le encomendó. Muchos liberales a ultranza o defensores de los formadores de precios le dieron duro, “tirando al niño junto al agua”.

En espejo, a medida que sus acciones se tornaron más torpes y desmesuradas, la Casa Rosada hizo lo mismo. Quería defender un principio pero, en acto, lo degradaba. La intervención al Indec fue un atentado contra el patrimonio público, chocante contra la narrativa que la defendió.

A esta altura, casi nadie en el primer nivel del Gabinete lo estima. “Sólo” lo bancan los tres o cuatro decisores máximos. Esa unción no le basta: carece de eminencia y autoridad ante sus compañeros, fatigados de su soberbia y omnipotencia. Todos creen que perjudica al conjunto, agitando los trapos como en La Matanza, con una ceguera similar.

El castigo electoral al Gobierno, además, lesiona su poder.

Ese híper Secretario vivió enfrentado con los ministros de Economía. Varios chocaron con él. Pero uno solo, además, planteó “o él o yo”. Fue Miguel Peirano. Un ejemplo por esa actitud y por el cauto silencio que mantuvo después de su salida.

Ahora, el secretario de Agricultura Carlos Cheppi no le dirige la palabra a Moreno y le hizo saber a la Presidenta que no está dispuesto a seguir en el Gabinete si el Secretario sigue en su puesto. Esa historia continuará.

Su salida fue el rumor más repetido ayer. No sucedió, pero debería estar en preembarque. Si el Gobierno conserva reflejos para subsistir debería purgarlo en un plazo breve, acaso envuelto en un combo de cambios de Gabinete. Lo necesita para oxigenarse, dar cuenta de la derrota e ir en pos de la iniciativa.

© Escrito por Mario Wainfeld y publicado en el Diario Página 12 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el día jueves 2 de julio de 2009.

sábado, 20 de junio de 2009

21 de Junio... Día del Padre... Ignacio Copani...

Letra y Música: Ignacio Copani

PADRE

A los cinco años, lo puedo jurar,
yo lo vi volando como Superman,
reventando malos, espantando espantos
de mis pesadillas
con su Luisa igualita a mi mamá.

A los trece años le empece a fallar,
en el medio campo no podía jugar
y este secundario es cosa seria,
mil materias tengo que tragar,
me dijo: es necesario, mi papá.

Para no ser un hábil ignorante
como fui siempre por ser hijo de inmigrante,
acá te dejo esta canción,
que sea savia y un motor para llevarte
donde papá nunca llegó.

A los veinte años me oyeron gritar:
este viejo extraño qué me va a enseñar
y este laberinto de los veinticinco
solo lo puedo cruzar
de un brinco sin ayuda de papá.

Y ahora que han pasado varios años más,
más de treinta años debo confesar
y confieso que he tardado tantos años,
tanto para averiguar
que la razón estaba aquí nomás.

Yo quiero ser la centésima parte,
solo un pedazo de lo que ha sido mi padre,
quiero subir a su ilusión
y desde ahí pedir perdón
y no pedirle nada más...
si lo demás ya me lo dio.

Yo quiero ver al nieto de mi padre
sabiendo más de lo que yo puedo enseñarle,
acá le dejo esta canción
mitad de paz, mitad de horror
y que la cante
donde papá nunca llegó.


20 de Junio... Día de la Bandera Argentina...


Carlos Frattini... El dibujante que pasó por el Purgatorio... @dealgunamanera...


Raúl Soldi descubrió en la cárcel de Villa Devoto que el mejor ladrón de casas y joyas del país era, a la vez, un brillante retratista a lápiz. Esta extraordinaria conjunción de talentos le fue revelada al gran pintor argentino en la capilla de la prisión, cuando entre los cuadros que habían hecho los presos surgió un impresionante retrato de Borges. Averiguó de inmediato quién era el autor y luego quiso comprárselo. Pero Carlos Frattini, dueño de esas raras habilidades, le dijo la verdad: significaría para él todo un honor que el maestro lo tomara como un regalo.


"Me gustaría verlo cuando salga en libertad", le respondió Soldi. Y cumplió con su palabra. Lo apadrinó y lo ayudó para que hiciera una exposición de dibujos en el centro de Buenos Aires: ese día Frattini tuvo sus quince minutos de fama. Vinieron de la radio y la televisión, le hicieron notas para una revista, y conoció, entre canapés, a grandes personajes del arte y del espectáculo. Soldi le recomendó que, con semejante talento, se dedicara a dibujar día y noche, pero la vida en libertad no era tan sencilla. Al cabo de un tiempo, Frattini desilusionó al maestro y volvió a su viejo oficio: el de "escruchante".

La novelesca desventura de Frattini, que pasó 23 años en la cárcel, comenzó mucho tiempo atrás. Específicamente en julio de 1931, cuando su madre murió al darlo a luz y su padre lo regaló a una familia de Pompeya. Ese padre jamás le perdonó aquella muerte, pero cuando volvió a casarse regresó intempestivamente, dos años después, para recuperar a su hijo y llevárselo por la fuerza a un conventillo de La Boca. Alcohólico y golpeador, un día el padre inició un pleito en la mesa y echó al chico de siete años de la casa. Frattini deambuló toda la noche por las calles de Constitución y en un edificio de cinco pisos descubrió que bajo las botellas vacías de leche los vecinos dejaban monedas para el repartidor. Juntó las monedas que pudo, entró en un bar, se compró un diario, pidió un tazón de café con leche y medialunas, y desayunó como un hombre, a pesar de que casi no sabía leer y de que sus pies no le llegaban al piso.

Mientras estudiaba en una escuela y se aficionaba secretamente al dibujo, Frattini trabajaba como vendedor de carne y pescado, canillita y mandadero. Una madrugada su padre lo hizo subir a un barco, quitarse la ropa y colocarse diez relojes en cada brazo para pasar de contrabando. Otro día el hombre volvió enfurecido y asustado porque había sido despedido de la empresa, y llevó a su hijo hasta la calle Tacuarí, apalabró a un funcionario y lo dejó solo y sin explicaciones en ese caserón oscuro: un reformatorio.
En esa escuela del delito, donde intentó fugas y recibió garrotazos, aprendió los códigos tumberos. A los quince años aprovechó el descuido de una mujer y le robó todo lo que llevaba en el auto mientras ella hacía un trámite. Al revisar sus bolsos encontró un fajo gordo de billetes. Más tarde entró como cadete en una boutique de la calle Florida, y se reencontró con un ex compañero de la Tumba. De una cartera arrebatada sacó una dirección y unas llaves, y entró cuando no había nadie en un departamento de Cabildo y se llevó efectivo, oros y brillantes.

Así anduvo un tiempo, en su doble vida, viviendo en una pensión y haciendo plata como podía. Hasta que conoció en un bar a una viuda que le llevaba veinte años y que se volvió loca de pasión por aquel joven vigoroso. Ella vivía en Pueyrredón y Santa Fe, tenía una excelente renta, y lo convenció de abandonar la boutique y dejarse llevar por la vida. Se dejó llevar. La dama le compró ropas, lo invitó a los mejores restaurantes, lo llevó de viaje, lo animó a que dibujara y al final le reveló que tenía cáncer y que se iba a morir.

Se murió nomás, y Frattini quedó en Pampa y la vía. Empezó de nuevo en la calle y en la soledad más absoluta, porque su padre no hacía más que expulsarlo de su lado y caer preso. Siguiendo el ejemplo paterno, contrabandeó mercadería y fue rebuscándosela para salir adelante. Cuando le empezó a ir demasiado bien unos policías lo secuestraron, lo metieron en una casa y le dieron picana hasta hacerle prometer que lo vendería todo y que les entregaría el botín sin chistar. Se los entregó, y tuvo que volver a las yales y a las "petisas", las llaves que más se utilizaban en aquellos años ingenuos.

Los escruchantes eran, en esos tiempos, amigos de lo ajeno que jamás usaban pistolas ni cuchillos ni violencia. Y tampoco ganzúas: Frattini cargaba en la cintura, tapados por el saco, dos pesados llaveros. Probaba una tras otra y rara vez se le resistía una cerradura. Aprovechaba la hora de la siesta, donde los vecinos están en el trabajo y los porteros descansan, para entrar en edificios céntricos y opulentos. Robaba todo lo que tenía valor, y revendía el oro y las joyas en la calle Libertad. Así de simple. Con mucho riesgo y adrenalina, pero sin producir rasguños ni daño personal.

Nunca le gustaron las armas a Frattini, pero aceptó guardarles dos pistolas a unos ex compañeros de correrías. Una mañana se encontró con el cañón de una 45 en la frente. Era otro grupo de la Federal: alguien lo había "vendido" y cuando lo sacaron a golpes de la cama encontraron bajo el colchón las dos armas de guerra.

Fue a parar por primera vez a Devoto, donde se reencontró con otro ex compañero del reformatorio, un chico rubiecito a quien un preso viejo codiciaba. "Mirá la rubia qué buena que está", dijo el matón. Frattini tomó un calentador de querosén y le partió la cara. El matón fue al hospital del penal y Frattini a una celda asfixiante, pero entre esa muestra de fuerza y la versión jamás desmentida de que en la calle andaba calzado con dos pistolas de grueso calibre, nadie volvió a molestar al escruchante. Todo lo contrario. Jorge Villarino, alias el rey de las fugas, un personaje legendario que se había escapado de todas las prisiones, lo invitó a integrar su equipo de fútbol. Villarino era "caño" y Frattini era "llave", pero igualmente se llevaron bien. Frattini era muy hábil con la pelota, y el pistolero le tomó cariño. "Jorge, usted no es ladrón", le dijo una vez. Sonaba a ofensa, y por mucho menos Villarino le habría quebrado la cabeza a cualquiera. "El ladrón verdadero no pide la guita, la roba -dijo Frattini sonriendo como si explicara un acto de magia-. Usted encañona y la pide. En cambio, yo simplemente la robo."

Eran otras épocas. Prácticamente no existía la droga y se respetaban ciertas reglas de honor interno. "Cuando escuchábamos que un ladrón moría en la calle se apagaba la radio, no se oía música y guardábamos luto en Devoto -cuenta-. Hoy no hay respeto ni códigos. Hay paco. La droga y la corrupción pudrieron todo." El escruchante presenció fugas y peleas, y salió libre en 1955. Intentó una y otra vez que su padre lo aceptara nuevamente en su casa, porque adoraba a su madrastra y a sus hermanas. Pero siempre el hombre se interponía y le cerraba la puerta en las narices.

Más allá de esa picaresca del ladrón elegante que Frattini encarnaba, el chico real trataba de no caer del otro lado de la línea, pero era también un barrilete sin cola y la correntada del destino lo devolvía una y otra vez a las cerraduras y a las alhajas. Regresó a Devoto dos años más tarde. Pasó luego a la Penitenciaría de Las Heras y después al penal de Santa Rosa, donde encabezó un motín por una injusta golpiza que los guardiacárceles le habían propinado a un camarada.

Cuando recuperó la libertad se dedicó a pulir hasta la perfección el arte del escruche. Operaba en las zonas de Barrio Norte, Palermo y Caballito. Lo hacía de 13 a 16, sin francos, desvalijando departamentos lujosos y casas solitarias. Tenía, de vez en cuando, algún tropiezo: una vecina que volvía antes de tiempo o un portero empeñoso. Pero la cosa no pasaba de un empujón y una corrida. Los amigos de la calle Libertad pagaban bien la reventa, y Frattini se compró trajes caros y un Cadillac convertible. Para ese entonces había podido ahorrar un millón de pesos, y pensaba seriamente en invertir en un negocio legal y abandonar el yeite. Pero la ambición lo perdía, y no lo dejaba soltar ese fierro caliente: cuando no robaba se sentía culpable, como si estuviera en falta. Como un trabajador adicto que sufre en los fines de semana largos. Cuando Dios da un don da un látigo, dice el refrán, y suena a herejía en este caso. Pero es que los caminos de Dios son misteriosos.

Frattini andaba de novio con una mujer a quien le decía que era un próspero comerciante. Y estuvo incluso a punto de creérselo: quería casarse. Una tarde iba para el cine, pero no pudo con su genio y entró en un edificio de Moreno y Piedras. Había efectivo y joyas, y un valioso reloj de bronce sobre la cómoda. En eso estaba cuando seis policías irrumpieron en el lugar y lo detuvieron. "Te salvaste porque no llevabas encima ni un cortaplumas", le dijeron. Si lo hubiera portado no contaba el cuento: "Te boleteábamos". Le estuvieron dando puñetazos y patadas tres días. Perdió la novia, el Cadillac y los ahorros, que fueron a parar a sus abogados. Terminó en Devoto, donde lo recibieron con apremios ilegales y con treinta días en solitario, a pan y agua, y con un frío paralizante.

Cuando llegó al pabellón, se acomodó como pudo y comenzó a hacer retratos: los presos le daban la foto de la novia o de la madre, y le pedían un dibujo. Frattini les cumplía y canjeaba sus retratos fidedignos por alimentos. Junto con un amigo comenzó a enviar cartas al correo de una revista brasileña. Lo hacía por diversión y para levantarse chicas. Firmaba Carlos Alberto del Solar Frattini y decía que era estudiante del barrio de Devoto.

Las respuestas que venían eran escandalosas. Hubo un momento en el que algunas mujeres se les declaraban enamoradas, y había que decirles que ellos estaban presos. Eso no hacía mella, sin embargo, en el corazón femenino. Al salir, Frattini fue en busca incluso de una de ellas. Eran romances postales, pero romances al fin. Viajó a Uruguay para eso, y para hacer de paso algunos "trabajos". Cuando salía de un chalet lujoso lo esperaba un pelotón de policías orientales. Se lo llevaron, lo pusieron sobre el elástico desnudo de una cama y le dieron horas y horas de picana eléctrica. Estuvo tres meses preso y al regresar a la Argentina conoció a Graciela, una mujer en serio, y se casó con ella a fines de 1968 con la idea de abandonar la mala vida.

No tuvo, por supuesto, la voluntad para hacerlo. Y hasta aprovechaba las vacaciones playeras con ella para robar chalets y mansiones en la costa. Finalmente, cuando la comedia fue insostenible y ella quedó embarazada, Carlos le dijo a Graciela la verdad. Su esposa estuvo todo un día en silencio, tratando de asimilar el golpe, y al final le dijo que lo amaba, pero que debía ponerle fin a su carrera.

Al nacer su hija Clara, la presión por enmendarse aumentó. Una mañana, leyendo el diario, Carlos descubrió una nota titulada "Emulos de Raffles", donde se lo acusaba con nombre y apellido de haber robado dos joyerías. No era cierto, pero parecía que toda la policía del país lo andaba buscando. Estuvo escondido un tiempo, lleno de paranoias, y luego volvió a las andadas.

Su mujer no preguntaba demasiado: Frattini robaba casas en Buenos Aires, en Mar del Plata y en Punta del Este. Tuvo dos años de "trabajo" intenso y aunque lo capturaron dos veces, pagó a los policías bajo la mesa y siguió adelante. Pero la tercera fue la vencida: un comisario que quería ascender ordenó picanearlo hasta dejarlo agonizante. Seguían con la idea de que había cometido el robo más grande de la década. Los investigadores de todas las brigadas desfilaban para verlo como si fuera un animal exótico. Graciela y Clarita, abatidas por la situación, lo visitaban en la sombra.

Frattini, muerto de vergüenza, volvió a las ranchadas y a los dibujos. Fue durante aquellos años en los que Raúl Soldi se interesó por su trabajo de retratista, y cuando al regresar a la calle intentó ser pintor y vivir honestamente de las artes plásticas. Graciela quedó de nuevo embarazada y dio a luz a un niño: Hernán.

Se les venía encima la dictadura militar, y Frattini no podía mantener a su familia vendiendo un cuadro por mes. Le dijo a Graciela que lo había contratado una inmobiliaria y volvió a los llaveros. Y después de una infinidad de desventuras, a la comisaría, a la picana, a las palizas y a la cárcel por grave reincidencia. La condena era inapelable: once años de prisión. Frattini le pidió perdón por última vez a Graciela, y ésta llevó a los chicos a la segunda visita, les pidió que se despidieran de su padre y cuando Carlos vio que se iban se dio cuenta de que lo hacían para siempre. Las rejas se cerraron, y el escruchante tuvo la lucidez de entender que había perdido a su familia, y que no tenía nada. Que la suma daba cero.

La soledad que había sentido aquellos primeros días de su infancia, y que no lo había abandonado nunca, se había hecho profunda, amarga y lacerante. Tenía que remontar el larguísimo, interminable encierro, y tenía que hacerlo como Cristo en su calvario, sin ahorrarse nada.

No se ahorró nada. Vivió su penitencia en esa catedral de la miseria, el vicio y la crueldad. Y fue trasladado al cabo de varios años a la Unidad 9, un penal federal de máxima seguridad que queda en Neuquén. Viejo y domesticado, sin el glamour ni la picardía ni los ánimos de antes, Frattini fue puesto en libertad un día, beneficiado por su buena conducta. Lo dejaron en esa ciudad desconocida. No tenía más que un bolsito y un teléfono: Graciela le respondió que no quería verlo más. Carlos se hizo cocinero y dibujante, buscó y buscó un trabajo estable y jamás volvió al robo ni al hurto. La policía lo acosaba cada tanto y le quería colgar algún sambenito, pero Frattini se mantuvo limpio y fuera del delito. Le negaban un empleo en cualquier empresa privada y una vez estuvieron a punto de contratarlo como portero de un edificio. ¿Quién mejor que un escruchante redimido para esa faena? Pero sus antecedentes le desbarataban todos los deseos.

“Te ponías nervioso porque te estabas jugando la libertad por sobre todas las cosas”

Hizo amigos decentes y verdaderos en la Patagonia y a la primera de cambio viajó a Buenos Aires en micro y trató de que le permitieran ver a Clarita. Tampoco lo consiguió. Le dejó un ramo de flores en el umbral de su casa y al día siguiente volvió a la carga: sabía que estudiaba en un secundario comercial cercano a una boca del subte. Recorrió todas las escuelas de la Capital que estaban cerca de alguna línea subterránea. Preguntaba y preguntaba, y nadie la conocía.

En plaza Lezica, unos jubilados le hablaron de un colegio a cinco cuadras de la estación Río de Janeiro de la línea A. "Estoy buscando a mi hija -le dijo a la directora-. Hace casi siete años que no la veo. Vengo desde Neuquén solamente para verla." La portera trajo a Clara Frattini a la dirección. Carlos no podía abrir la boca. "Su padre quiere hablar con usted", dijo la directora. La chica posó sus ojos en Carlos y le dijo: "Hola, papá". El curtido ladrón de casas se quebró en un llanto largo y la abrazó: "Nunca quise abandonarlos, te lo juro -le decía-. Te lo juro".

Lo conocí a Carlos Frattini cuando yo era todavía un cronista policial de paso por el Sur. Estuve cinco años viviendo en esa ciudad, y cuando leí su testimonio, conocí a la gente que lo quería y vi los dibujos que trazaba, sentí una irresistible simpatía por aquel perdedor.

Durante años planificamos un libro que nunca escribí, y que iba a tratar de explicar, sin justificación alguna, cómo la delincuencia se forja en la primera niñez y por qué luego se transforma en un laberinto sin salida. Frattini me enseñó de paso muchas cosas sobre ese mundo lleno de héroes y canallas. Donde a veces los héroes hacen grandes canalladas y los canallas son capaces de actos heroicos. Donde en ocasiones, no se trata de una lucha de buenos contra malos. Sino de malos contra peores. Y donde las cosas nunca son lo que parecen.

Se enamoró de una viuda con hijos llamada Cristina, y tardó mucho en atreverse a revelarle su pasado. Cristina lo aceptó tal como era: ahora sus nietos le dicen "abuelo". Carlos lleva 25 años alejado de las cárceles y de los robos, 18 años de feliz matrimonio y 12 años de empleado ejemplar del Patronato de Liberados de Neuquén. En esa dependencia oficial, durante los primeros tiempos, Frattini se reunía con reclusos y ex convictos. A todos trataba de convencer de que el delito era mal negocio. Les mostraba, como si fuera una ecuación matemática, que en esas actividades se perdía más de lo que se ganaba, y que eso ponía en discusión quién era verdaderamente el vivo y quién era un gil.

Hizo varias exposiciones con sus dibujos sombríos y a la vez vivaces, su cuadro Mesa de café estuvo colgado en el Palais de Glace y ahora intentan hacer un documental sobre su periplo.

No fuma, no bebe, está a punto de cumplir 78 años, se siguió viendo con su hija Clarita y hace unas semanas recibió una llamada sorpresiva. Su hijo Hernán, que jamás había querido verlo, telefoneó a su casa de Cipolletti. Frattini hacía rato que había perdido las ilusiones. Los mensajes que le enviaba a través de Clara caían en saco roto y Carlos no quería forzar ningún encuentro.

Después de 33 años de silencio y ausencia, Hernán le dijo: "Mirá, papá, hay cosas que todavía no me cierran de vos, pero nos vamos a ver. Sólo que me tengo que preparar". Frattini, con lágrimas en los ojos, le respondió: "Yo tengo toda la culpa. Toda, toda. De lo único que no tengo la culpa es de haberte abandonado, hijo. Porque no te abandoné. Créemelo". Hernán le dijo simplemente que lo volvería a llamar. Cuando colgó, Frattini se quedó mudo, mirando la pared. El precio es tan alto. Es tan alto que no hay negocio que lo pague, muchachos.

Si ahora pudiera retratarse a sí mismo, con aquella pericia que Soldi tanto admiraba, Frattini se dibujaría en esa misma posición. Taciturno. Esperando aquella llamada que no termina de llegar.

© Escrito por Jorge Fernández Díaz en el Diario La Nación de la ciudad Autónoma de Buenos Aires, el sábado 20 de junio de 2009, Día de la Bandera


Los 23 años que pasó en total tras las rejas por robar le sirvieron a Carlos Frattini para dar un giro en su vida y contar su historia en un libro.

La entrevista es a Carlos Frattini, un hombre de vida dura que supo recuperarse. En la actualidad, es la figura central de un documental pronto a estrenarse dentro de todos los proyectos de la cooperativa La Coosa. Su biografía está disponible en esta organización y puede adquirirse a sólo 40 pesos.

Carlos Frattini abre la puerta de su casa con la misma tranquilidad con la que tantas veces abrió otras para entrar al mundo de lo ajeno. La misma con la que también las cerraron a sus espaldas cada vez que entraba a su celda.Con la mirada cansada, propia de aquellos hombres curtidos por un pasado duro, sabe que su historia le puede servir a muchos.Atrás quedaron las épocas de “escruchante”, ese viejo oficio, enfermizo y adictivo según él, que le permitía darse los gustos y vivir de forma holgada al violar las cerraduras.Marcado por una infancia dura gracias a un padre borracho que lo había dejado a una familia el mismo día de su nacimiento y de la muerte de su madre y que luego lo secuestrara, Frattini vio en el delito una forma de vida donde podía subsistir. Tal como hizo hasta mediados de los 70, cuando todo lo que tenía se le escapó de las manos.Dibujante nato y escritor por vocación, reflejó su historia en un libro best seller y eventual disparador de un documental sobre su vida actualmente en producción.Atrás quedaron esos años en los que no veía otra posibilidad cuando un indulto del presidente Raúl Alfonsín le dio la libertad en plena democracia. Más lejanos aún los tiempos en los que, una vez afuera, le costó encontrar el rumbo, ya sin su familia pero con el ferviente deseo de cambiar luego de pasar en total más de dos décadas tras las rejas. Pero, los prejuicios todavía están presentes. Y eso le duele.

¿Cómo es el perdón de la sociedad y el propio perdón interno de la persona que acaba de cumplir su condena?

Perdón de la sociedad, no tiene. Lo podés ver en los diarios y en la televisión. No hay perdón. Ha cambiado mucho la manera de actuar de la delincuencia. Y en algunos casos se justifica que vayan presos por las locuras que hacen. Hoy te matan por robar un peso, una bicicleta, una zapatilla o una campera. Es un desastre. Es otro tipo de delincuencia, hay otros códigos. Antes, no se mataba por matar ni se pegaba por pegar. Yo conocí gente de la pesada que lo único que hacía era mostrar el arma en la cintura y nada más. A lo sumo, muy de vez en cuando se tiroteaban con la Policía como para poder irse, sino caían presos. Pero no se mataban como ahora.Nosotros antes teníamos un código que, por ejemplo, cuando caía un chico jovencito; como los de ahora de 19 y 20 años que violan, matan, se enfalopan y hacen desastres; decían que, por culpa de ese pibe, toda la sociedad involucraba a todos. Y hay ladrones y ladrones. En el caso mío y el de los muchachos que andaban como yo, no llevábamos armas. Cuando entrábamos a un lugar, entrábamos cuando no había nadie. Sino, no hacíamos nada. Si hay algo que los jueces en mis causas justificaron fue el no peligro personal para la víctima. Y esto fue lo que me salvo a mí de muchísimos años de condena.

Hay una historia de su época en la cárcel de Devoto que le dio el sobrenombre de “Pistolas” que cuenta que, cuando le preguntaron por qué no llevaba armas usted dijo: “Con una pistola cualquiera puede robar”…

Yo tenía amigos de los pesados en la cárcel. Siempre nos juntábamos en el recreo con Villarino, los hermanos Prieto y los Alonso, piernas bravísimas que andaban con caños asaltando camiones, bancos, lo que sea.A veces nos cargábamos. Yo les decía: “Ustedes no roba. Ustedes entran y dicen ‘dame la plata’. Eso no es robar. Eso es pedir y usar la fuerza”. Y siempre me corrían por el patio. Todas estas cosas las decíamos en broma pero a veces les caían mal. Por suerte, yo siempre fui un tipo respetado adentro. Ese era otro de los códigos que habían y que hoy no creo que existan. La persona que realmente en la calle andaba haciendo lo que estaba haciendo tenía un tremendo valor como hombre si cuando caía preso, no delataba a nadie, o se la comía solo. Eso era de un valor tremendo para dentro y un respeto que tuve siempre.

Cuando “trabajaba”, ¿qué imágenes pasaban por su cabeza? ¿Qué sentía?

Es jodido explicarlo. Cuando la llave giraba era una sensación de tremenda alegría, de triunfo. Pero tenía otra sensación de la que yo me di cuenta más tarde. Aunque yo no lo aparentaba, me ponía nervioso. Cuando entraba en el edificio, tenía siempre que ir a orinar. O sea, algo del sistema nervioso andaba en el cuerpo. Inconscientemente, uno estaba nervioso. Y era obvio. Inevitablemente, te ponías nervioso porque te estabas jugando la libertad por sobre todas las cosas. Y eso que yo salía todos los días a trabajar, a pesar de que tenía mucha plata en el bolsillo.

¿Alguna vez pensó dejar la actividad?

No es que se me haya ocurrido dejarlo, sino que tuve un montón de posibilidades de hacerlo. Pero, hay un problema y es el de la sociedad. Yo cuando salí en el año 1976, me contactó el maestro Raúl Soldi por un dibujo que hice de Borges, en una exposición que hicimos en la capilla de Devoto. Eran tan buenos los trabajos que nos hizo exponer treinta días en el Teatro San Martín. Pero los tuvimos que sacar porque los demás expositores se quejaban que era poca la gente que iba a ver lo suyo. Es decir, tuvimos que levantar porque “se acaparaba toda la atención”. Al poco tiempo, yo lo voy a ver a Soldi y le agradezco todo lo que hacía pero le dije que necesitaba un trabajo. Él me contesta que yo era un artista. Y terminamos haciendo otra exposición. Fueron muchos artistas y estaba Andrea del Boca a la que, con sus diez años, le hice un retrato. En esa época conocí la hipocresía de muchos. A varios yo les había hecho dibujos y me costó que me pagaran por ellos, tal como fue el caso de Ariel Ramírez, el de Misa Criolla que fui a ver seis veces para cobrarle, y Mirtha Legrand, por decir algunos nombres. Y así fue como de a poquito se me fueron cerrando las puertas, me iba quedando sin laburo -por suerte mi señora trabajaba pero no alcanzaba para vivir- y me junté con un par de amigos más y salí a hacer lo mío.Y esa vez, el 5 de enero de 1978 volví a caer preso y perdí todo lo que tenía. Cuando me dio la oportunidad Soldi, mi señora me había dicho: “Mira, Carlitos. Yo te banco todo pero esta es la última”. Realmente me había bancado todo. Hay que querer mucho a una persona para hacerlo.Pero, en diciembre de 1980, faltando cinco minutos para que terminara el horario de visitas, ella vino con mis hijos, Clara y Hernancito de un año y medio, y me dijo: “Despedite”. Después de eso, no los vi más. A mi hija, sí. A mi señora y a mi hijo, no. Igual, no les puedo reprochar nada. En lo absoluto. Y menos aún, ahora que estoy curado.

Robar, entonces, es una enfermedad…

Para mí sí porque me ocurrió. Yo tenía un Falcon. Salíamos a trabajar todos los días de semana, a partir de las 9 que era la hora en la que los porteros cerraban las puertas de los edificios. La ventaja que teníamos era que estaba oscuro y cuando entraba alguien prendían la luz del pasillo. Me acuerdo bien de un domingo hermoso. Mi señora me pregunta porque no íbamos a Palermo a tomar unos mates y comer unos sándwiches. Me acuerdo que estábamos en camino y veo un edificio de departamentos bien cerrado. Así que paro el auto y me bajo. “Tengo un tipo ahí enfrente que me debe plata. Voy a ver si lo encuentro. En dos minutos vuelvo”. Voy al edifico, lo abro. Subo al cuarto piso, regresó al auto y seguimos el camino. Esa noche cuando me acosté, me puse a pensar. “Mi Dios. ¿Qué hice?”. Necesitaba entrar a un edificio. Una cosa de locos. Me puse mal. Por eso, lo tomé como una enfermedad. Era un vicio.

¿Cuándo surgió la necesidad de plasmar su historia en un libro?

Los directores me pedían que les hiciera dibujos de sus hijas. Entonces, yo ahí aprovechaba y pedía algunas cosas como cambiarme de pabellón, entre otras cosas. Siempre traté de pasarla lo mejor posible. También, me comí un par de calabozos, patadas y trompadas.Un día me dije «voy a empezar a escribir lo mío». En Devoto, se me hacía difícil porque no se podía escribir un tema policial y menos mencionándolos a ellos. Cada vez que había una requisa tenía que esconderlas. Nunca me las encontraron. Acá, en la Unidad 9, nunca tuve problemas. Dibujaba y escribía tranquilo. Y cuando lo hacía y lo hago, tanto acá en casa como afuera, me siento en otro lado.El borrador lo hice cuatro veces. Lo acomodaba y le agregaba cosas. Se lo entrego al periodista Jorge Fernández Díaz, cuando me lo pidió para una nota en el diario “La Mañana”. Lo leyó y luego me llamó. “Esto es una barbaridad”, me comentó. Y así fue como se fue escribiendo, con la ayuda de otro periodista del diario La Razón.Yo siempre digo que si los jueces saben cuántas horas les robé, les debo un par de años largos porque mientras dibujaba o escribía estaba en libertad. No estaba preso.

¿Cómo fue la primera vez que dio una charla en una cárcel?

Fui confiado y lo sigo haciendo. Cuando nos sentamos por primera vez en la Unidad 11 con los muchachos, lo primero que les aclaré fue que no iba a darles ningún consejo. Simplemente les iba a contar algo de mi vida para que ellos saquen sus propias conclusiones.Los chicos estaban tomando mate y me prestaron mucha atención. En la 12, había un grupo que estaba alejado de nosotros, sin prestarnos atención. “¿No te arrimás, negro? No, estoy tomando mate. Mira que yo soy de la parte de ustedes”. Se río pero no se acercó. Son anécdotas que ocurren con tipos con berretines, que yo también los tuve.En el Patronato de los liberados, cuando leo las cosas que les dicen los presos a los celadores, me sorprenden. Siempre le digo al que trabaja conmigo que “si estos turros le dicen lo mismo a uno de Devoto, es la última vez que lo dicen”. Son berretines de hacerse ver con la Policía, de la guapeza de uno. Pero hay que ver si se la bancan cuando los golpean y tienen todos los huesos rotos. De todas formas, siempre les cuento que podés tener todo cuando robas. Podés tener una casa, un auto importante, una familia. Pero al final lo perdés todo. No te queda nada.

¿Qué diferencias nota entre el sistema judicial que lo condenó con el actual?

Ha cambiado mucho a favor de la gente que cae presa. Cuando yo caí, me mandaban en bolas acostado en la cama y meta máquina nomás. Si no les convencía lo que decía me pasaban a otra seccional. Y así, diez, veinte días. Lo mismo al juez, que decía: “Vayan a darle un toquecito más”. Así de textual.Ahora, yo lo veo por televisión, caigan por violar o por matar, y al otro día están en el juzgado. Se comerán un par de días incomunicados y algún par de patadas. Ha cambiado el sistema para bien en este sentido. Uno lo cuenta ahora y se le vienen las imágenes de esos momentos. Boca arriba, con una almohada tapándote la cara y alguien diciéndote: “Si querés hablar, mové las manos”. Te quemaban vivo. Y a veces te metían una toalla mojada con agua caliente y te arrancaban la carne.Eso sí. Ahora en los motines, los ataques que te muestran por televisión como pasó en Sierra Chica, le ocurren a los violadores, a los que mandaron en cana a alguien, a los que se acostaban afuera con las señoras de los que estaban adentro. Salta la bronca. En esos motines, no se salva nadie si hizo algo malo y estaba adentro. Por eso, digo que hay que saber convivir.

© Escrito por Pablo J. Frizan en http://euriskonqn.blogspot.com



jueves, 18 de junio de 2009

Fernadno Peña... Chau Puto Lindo...

Luego de que cientos de personas, entre familiares, famosos y seguidores despidieran este jueves al artista Fernando Peña, sus restos fueron cremados, tal como era el deseo del actor y conductor radial, en el Cementerio Parque Pereyra Iraola de La Plata.

Este mediodía, en medio de un fuerte aplauso, el ataúd con los restos mortales del artista, quien murió el miércoles a los 46 años como consecuencia de un cáncer de hígado, fueron retirados del palacio legislativo.

"Te voy a extrañar mucho, gracias por haberme permitido estar a tu lado", dijo María, la mujer que cuidó al actor y conductor radial durante su enfermedad y a quien Peña consideraba su madre, en la despedida a puertas cerradas.

En tanto, Javier De Nevarez, quien fue pareja de Peña durante el último año y medio, interpretó una canción de amor y le dijo "te amo" abrazando el féretro. Pero también expresó su desacuerdo con ceremonias como la de la Legislatura: "Decidimos hacer esto, pero después lo vamos a hacer más privado. Somos una sociedad muy morbosa y nos gusta ver al muerto. Él en cambio lo quería tomar como viene, todos nos vamos a morir... pero bueno, hagan su fiesta", dijo quien participó de la última obra de Peña, Diálogo de una prostituta con su cliente, una adaptación de Darcia Maraini.

Entre otros de los amigos que pasaron a despedir a Peña, Gabriel Schultz, pidió "recordarlo con alegría, porque esa era su forma de vivir". Y Jorge Lanata lo definió como "un gran artista y un gran tipo".

El periodista Diego "Chavo" Fucks también compartió su cálido recuerdo del actor de las mil voces. “Deja un legado muy importante con sus cosas escritas, sus obras de teatro. Tenía la impronta del artista con sus personajes, pero siempre era crítico, un impresionante observador de la realidad. Era impresionante como trabajaba en el papel primero y después pasaba al micrófono”. Fuks agregó que Peña “ocupaba una dimensión, un mundo en el que nos dejaba asomar, y después se retiraba a prepararse para la próxima”.

Hernán Lombardi, ministro de Cultura del Gobierno porteño, expresó que “salir de la pacatería siempre es bueno e importante. Y además, me gustaba mucho”. En tanto, el actor uruguayo Carlos Perciavalle anticipó que sus amigos prevén realizar una fiesta para despedirlo, porque Peña les manifestó el deseo de que "no se hiciera una tragedia de su muerte".

"No lo lloren, yo voy a seguir su línea. Yo voy a hacer lo que hacía él, lo que se me canta", dijo Betty Elizalde, y agregó que su amigo "hacía lo que sentía y punto, él era así".

© Publicado en el Diario Crítica de la Argentina el jueves 18 de junio de 2009

El cielo y el infierno... De Alguna Manera...


 El cielo y el infierno...


La siguiente pregunta fue hecha en un examen trimestral de química en la Universidad Complutense de Madrid.  

La respuesta de uno de los estudiantes fue tan 'profunda' que el profesor quiso compartirla con sus colegas, vía Internet; razón por la cual podemos todos disfrutar de ella.

Pregunta: ¿Es el Infierno exotérmico (desprende calor) o endotérmico (lo absorbe)? La mayoría de estudiantes escribieron sus comentarios sobre la Ley de Boyle (el gas se enfría cuando se expande y se calienta cuando se comprime).

Un estudiante, sin embargo, escribió lo siguiente:

En primer lugar, necesitamos saber en qué medida la masa total del Infierno varía con el tiempo. Para ello hemos de saber a qué ritmo entran las almas en el Infierno y a qué ritmo salen. Tengo sin embargo entendido que, una vez dentro del Infierno, las almas ya no salen de él.

Por lo tanto, no se producen salidas. En cuanto a cuántas almas entran, veamos lo que dicen las diferentes religiones: la mayoría de ellas declaran que si no perteneces a ellas, irás al Infierno.

Dado que hay más de una religión que así se expresa y dado que la gente no pertenece a más de una, podemos concluir que todas las almas van al Infierno.


Con las tasas de nacimientos y muertes existentes, podemos deducir que el número de almas en el Infierno crece de forma exponencial.

Veamos ahora cómo varía el volumen del Infierno: según la Ley de Boyle, para que la temperatura y la presión del Infierno se mantengan estables, el volumen debe expandirse en proporción a la entrada de almas. Hay dos posibilidades:

1. Si el Infierno se expande a una velocidad menor que la de entrada de almas, la temperatura y la presión en el Infierno se incrementarán hasta que éste se desintegre.

2. Si el Infierno se expande a una velocidad mayor que la de la entrada de almas, la temperatura y la presión disminuirán hasta que el Infierno se congele.
¿Qué posibilidad es la verdadera? Si aceptamos lo que me dijo Ana en mi primer año de carrera ("hará frío en el Infierno antes de que me acueste contigo"), y teniendo en cuenta que me acosté con ella ayer noche, la posibilidad número 2 es la verdadera y por tanto daremos como cierto que el Infierno es exotérmico y que ya está congelado.

El corolario de esta teoría es que, dado que el Infierno ya está congelado, ya no acepta más almas y está, por tanto, extinguido dejando al Cielo como única prueba de la existencia de un ser divino, lo que explica por qué, anoche, Ana no paraba de gritar "¡Oh, Dios mío!".


Dicho estudiante fue el único que sacó sobresaliente.