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domingo, 18 de noviembre de 2012

Estilos… El pecado de la soberbia… De Alguna Manera…

El pecado de soberbia... 

Condenados por Alonso. Los que purgan la soberbia en una figura que pertenece al “Purgatorio”. 

La soberbia es un defecto difícil de corregir. Además de ser defecto, es pecado, pero eso ya es asunto de Dios. Para corregir la soberbia, hay que admitir que el otro pueda tener razón, por seguro que se llegue a estar de que por nada del mundo la tiene. Y asimismo acostumbrarse por sistema a dudar de esa razón que es la propia, obligarse a presumir la posibilidad del error aunque existan garantías de estar por completo en lo cierto.

Pero existe otro recurso, pues la soberbia es cuestión de formas (la deciden la miradita, la sonrisita, el tonito asertivo, el airecito impaciente, mucho más que el contenido de lo que se pueda decir). Ese recurso es el de la falsa modestia, en la que Borges tanto descollara. Es decisivo que no se note que toda esa modestia es falsa, o el efecto de soberbia se verá quintuplicado. A Borges no se le notaba, porque lucía apenado de sí.

Claro que una cosa es la literatura y muy otra es la política. Porque en la literatura lo indefinido, lo vacilante, lo insinuado, lo ambiguo bien pueden ser un prodigio, y de hecho a menudo lo son. Los políticos, en cambio, trabajan de tener la verdad o al menos de convencer a los demás de que son ellos quienes la tienen. ¿De qué modo pueden persuadir de esa verdad sin caer en petulancias? ¿Cómo habrán de explicar sus certezas sin caer en magisterios? ¿Qué dirán para demostrar que los demás se equivocan, que tropiezan o no entienden, sin sonar peyorativos y sin sugerir desprecios?

El justicialismo de por sí propende a la inmodestia retórica: expide sus Veinte verdades (Perón) no menos que un Manual de zonceras argentinas (Jauretche). Sin embargo, no registro que a Perón lo impugnaran por soberbio, entre tantas objeciones que tanto le prodigaron. Quizá fue su estilo, tan campechano, lo que lo eximió de suscitar ese fastidio. Carlos Menem, su discípulo, no paraba de decirse genial; no recuerdo, sin embargo, que le endilgaran soberbia. El día que explicó, por ejemplo, lo del viaje a Japón en siete minutos con un cohete que salía a la estratósfera, lo hizo con lengua en enredo y con la vista extraviada. Por eso no sonó soberbio, y a la gente en general le encantó.

Pasada la irritación que suscita la soberbia, pasado lo que es ante todo el efecto de una forma, seguirá la discusión en el rubro contenidos. Habrá que prestar atención y seguir los argumentos. No vaya a ser que nos deslumbre un estilo modosito, y nos vuelvan a contar el cuento del cohete que viaja a Japón.

© Escrito por Martín Kohan  y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el viernes 16 de Noviembre de 2012.


sábado, 10 de noviembre de 2012

10 de Noviembre... Día de la Tradición... De Alguna Manera...


El Gaucho

Hijo de algún confín de la llanura
Abierta, elemental, casi secreta,
Tiraba el firme lazo que sujeta
Al firme toro de cerviz oscura.

Se batió con el indio y con el godo,
Murió en reyertas de baraja y taba;
Dio su vida a la patria, que ignoraba,
Y así perdiendo, fue perdiendo todo.

Hoy es polvo de tiempo y de planeta;
Nombres no quedan, pero el nombre dura.
Fue tantos otros y hoy es una quieta
Pieza que mueve la literatura.

Fue el matrero, el sargento y la partida.
Fue el que cruzó la heroica cordillera.
Fue soldado de Urquiza o de Rivera,
Lo mismo da. Fue el que mató a Laprida.

Dios le quedaba lejos. Profesaron
La antigua fe del hierro y del coraje,
Que no consiente súplicas ni gaje.
Por esa fe murieron y mataron.

En los azares de la montonera
Murió por el color de una divisa;
Fue el que no pidió nada, ni siquiera
La gloria, que es estrépito y ceniza.

Fue el hombre gris que, oscuro en la pausada
Penumbra del galpón, sueña y matea,
Mientras en el oriente ya clarea
La luz de la desierta madrugada.

Nunca dijo: soy gaucho. Fue su suerte
No imaginar la suerte de los otros.
No menos ignorante que nosotros,
No menos solitario, entró en la muerte.

Letra: Jorge L. Borges   Música: Pedro Aznar





Pericón Nacional Argentino, en Pianola por Horacio Asborno en homenaje al bicentenario, desde Viedma