Mostrando las entradas con la etiqueta Diego Armando Maradona. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta Diego Armando Maradona. Mostrar todas las entradas

lunes, 6 de julio de 2015

Argentina ganó algo más valioso que un título… @dealgunamanera...

Argentina ganó algo más valioso que un título…

Así sufrieron los penales los jugadores argentinos. Foto: AFP

Pese a la final perdida en Chile y la mezcla del fútbol con la política, el seleccionado de Martino se trajo algo duradero: una identidad.

Vea, vea, vea, Señor Presidente, tenemos el mejor equipo del continente”, le gritaba el público enfervorizado del Buenos Aires Lawn Tennis Club a un sonriente Videla mientras Guillermo Vilas era paseado en andas por delante del Palco Oficial. Era marzo de 1977 y la Argentina acababa de derrotar por primera vez en la historia a los Estados Unidos en la Final Americana de la Copa Davis.

“El que no salta es un holandés, el que no salta es un holandés”, fue el grito de batalla de la final del Mundial 1978. Decenas de miles de fanáticos saltaban y cantaban en las tribunas del Monumental aquel histórico 25 de junio. Los miembros de la junta militar ni cantaron ni saltaron. Hubiese sido un desliz imperdonable para gente enjuta que tampoco se permite tener sexo con la luz prendida. Pero sonreían manejando una batuta imaginaria, cual Barenboim de la tortura y el terror.

Millones replicaron el ritual, que se mantuvo indeleble hasta el presente con sus matices: reemplácese “holandés” por “inglés”, “militar”, “bostero”, “gallina” o lo que corresponda. Y muchos miles dedicaron idéntico cantito un año después, cuando una multitud se reunió en la Plaza de Mayo a pedirle a Videla que saliera al balcón de la Rosada para festejar el título mundial juvenil de Maradona y amigos.

1977. 1978. En la Argentina gobernaba Videla. En Chile gobernaba Pinochet. Dos personajes siniestros y repugnantes. Lo suficiente como para que comprendamos que ellos tenían demasiado más en común que lo que intentaron instalarnos a través de amenazas de guerra y traiciones regionales.

Los últimos días han tenido una cuota casi idéntica de ilusión por el gran fútbol y patetismo por la provocación de ida y de vuelta de la mano de argumentos que no tienen que ver ni con una pelota, ni con la realidad.

Lo de la pelota es obvio. Respecto de la realidad me gustaría recordar que, un rato antes de que un puñado de militares chilenos decidiera apoyar a los ingleses en la Guerra de Malvinas –33 años después supimos que ese apoyo se debió al eventual conflicto por el Beagle–, otro puñado de militares, pero argentinos, pretendió perpetuarse en el poder provocando uno de los más grandes crímenes de lesa humanidad que recuerda nuestra tierra: mandar al muere a chicos de mi generación –clase 63, número de sorteo 282, ausente de Malvinas por no haber tenido instrucción ya que fui número bajo para la colimba–, muchos de los cuales no conocían ni las armas que no pudieron usar, ni el mar cerca del cual murieron.

Me da una profunda tristeza que desde las redes sociales o los mensajes que se dejan en los programas de radio, de un lado y del otro de la cordillera mezclemos tanto las cuestiones hoy, momento en el que lo que nos enfrentó fue tener los dos mejores equipos de fútbol de la región. Seguro, los más ambiciosos.

También, desde algunos medios. Parece mentira que gente de prensa que vive a diario un fútbol miserable, vacío de visitantes y repleto de ladrones, instale cuestiones vinculadas con el miedo de unos o la arrogancia de los otros. Serán los mismos que, prontamente, hablarían de vergüenza, barbarie y descontrol si eso que siembran se convirtiese en violencia de tribuna. Saben perfectamente que se dirigen a un público que, en algunos casos, no está en condiciones de manejar adecuadamente las provocaciones. Ponemos en mano de un orangután una granada sin espoleta. Y no nos importa.

Doy fe de que la cuestión de la distorsión no fue sólo asunto nuestro. Tuve el honor de ser invitado a participar en un par de programas de radio chilenas y, en ambos casos, hubo que atravesar tanto el asunto de la violencia instalada por una rivalidad que, en el fútbol, no es tal, como el de la receta que tendría Sampaoli para frenar a Messi o si Martino mandaría a Di María a tapar a Isla.

Y mientras de un lado circulaba por cadena de WhatsApp una torpe versión adaptada del “Brasil, decime qué se siente”, del otro se despidió al equipo de su concentración santiaguina con carteles indignos de bien paridos. ¿Por qué habría idiotas de un solo lado de la cordillera?

Puedo entender a regañadientes que ante un momento de fútbol pobre alguno busque la alternativa de llamar la atención apelando a la mugre. Pero por la pretensión constante del seleccionado chileno, equipo que juega como cuadro grande desde el último Mundial para acá, y por la consolidación de una idea fantástica que insinuó la Argentina en el estreno, que afianzó ante Colombia y expresó brutalmente ante Paraguay, la de ayer era una final cuya previa ameritaba más que nunca hablar de fútbol. Y no atizar tristemente un fuego que, curiosamente, estaba apagado desde hace décadas. Porque una cosa es lo que usted piense de “los chilenos” –confieso que he tenido muchísima suerte con mis amigos trasandinos, pese a haber sido corrido a monedazos una vuelta en la Davis de 2000– y otra cosa es que ambos países vivamos en un conflicto permanente, que en realidad no existe.

¿Qué es lo que hace que tantos millones de personas pretendamos resolver alrededor de un partido de fútbol cuestiones que, de ser ciertas, nada tiene que ver con el deporte? ¿Qué pretendemos que hagan Mascherano, Messi, Medel y Vidal que no somos capaces de pretender de Cristina y de Michelle?

En un día de mucha gente yendo a las urnas, los argentinos deberíamos saber dónde y a quién se le reclaman las cosas de valor. Y que un éxito futbolero nos cambia el estado de ánimo durante un rato pero no revive a los muertos en una entradera del Conurbano, ni alimenta al pibe desnutrido, ni le da una mejor vida al jubilado. Ni mete en cana al funcionario corrupto.

Luego, el partido. Un partido decepcionante porque ninguno de los dos equipos se destacó en el aspecto del juego para el que demuestran tener más oficio, mayor vocación. Lo más sencillo sería entrar por el camino de los miedos. Sería faltar a la verdad. Lo que en realidad sucedió fue que los dos invirtieron brutalmente la ecuación éxito-fracaso que exhibieron en el resto del torneo. Tanto Martino como Sampaoli muestran, de modos diferentes, claro está, muchísima más vocación por construir y agredir que por desplegar defensas graníticas.

La Argentina afianzó la dupla Mascherano-Biglia que nació en el Mundial de Brasil como una herramienta clave para soltar casi permanentemente a Zabaleta y a Rojo. El Tata aprovechó aquella ocurrencia de Sabella pero ya no como un recurso para solidificar la estructura defensiva sino para permitirse sumar más gente en ataque, más un hombre con las características de Pastore.

Chile va potenciando un juego de posesión que a veces se contrapone con la característica frenética de sus dos hombres de punta, que ayer aparecieron demasiado frecuentemente por detrás de otros jugadores con menos oficio de área que ellos mismos. Sin embargo, la presencia de Bosejour como uno de los “cinco” del fondo –es mucho más hombre de medio juego exterior y de ataque que de defensa– y el enorme oficio de Isla para atacar por la banda derecha son parte de esa impronta de equipo protagonista que Chile viene buscando desde la llegada de Bielsa, con un correlato nítido de su heredero.

A esos equipos nadie debería ponerle en duda la ambición. Ni criticar la falta de ajuste que esa ambición les provoca en defensa.

Anoche fue diferente. Tanto como para encontrar de los dos lados a las principales figuras de la mitad de la cancha hacia atrás.

Chile tuvo su rato de superioridad cuando, al comienzo, dejó en claro que tenía más jugadores para desdoblarse en la recuperación y el avance que su adversario. Después, en un partido parejo, finalmente impreciso y que empezó con piernas ásperas y terminó con piernas tiesas, la Argentina dejó una leve sensación de superioridad. Fundamentalmente en el par de ocasiones nítidas más que dispuso respecto de su rival.

Los penales sacaron del maleficio histórico a los chilenos y, durante muchas de las horas que se vienen, llenarán el aire de reclamos de éxito por parte de la prensa y la opinión pública argentina.

Por lo pronto, fue una final en la que el entorno tuvo, previsiblemente, cero influencia. Se jugó como se jugó por las características, los momentos y las decisiones de los jugadores. Con más errores que aciertos, con el infortunio de la pronta salida de Di María, de enorme influencia en el resto del juego y el coraje descomunal de Mascherano, cuyas piernas aún se estarán preguntando cómo es que su cerebro y su corazón las siguieron haciendo correr. Pero nada de esto fue consecuencia de las bravuconadas, las provocaciones, Pinochet, las Malvinas y Chito Faro, ese de “Cuando pa’ Chile me voy”.

Sin ignorar la impericia que hubo para ser claramente superior al adversario en la final –aun jugando mal, como contra Jamaica, o peleándola, como contra Uruguay, Argentina siempre lo había sido hasta entonces– y de la perplejidad que provoca ver a un tremendo campeón como Messi sin poder levantar la copa una vez más en competencias oficiales de mayores con la celeste y blanca, sigo convencido que el seleccionado de Martino se trajo de Chile algo más valioso y duradero que un título: una identidad.

© Escrito por Gonzalo Bonadeo el domingo 05/07/2015 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

domingo, 31 de mayo de 2015

Leonel Messi, mejor que en la Play... @dealgunamanera...

Mejor que en la Play...
En 10 segundos, 10 recursos futbolísticos para meter un golazo y mostrar por qué es el mejor del mundo. Messi y un tutorial en vivo de cómo se controla, se elude, se frena, se aguanta, se piensa, se remata.
Messi se empecina en no hacer goles normales. El primero que hizo para ganar la Copa del Rey sintetiza los recursos futbolísticos y físicos que lo convierten en el mejor del mundo. Diez segundos para un gol antológico. Diez recursos para entender por qué es el mejor del mundo. Segundo a segundo, recurso a recurso.
Un gol que si tenés a Leo en la Play Station, no lo podés repetir...

Control

Cuando recibió la pelota se tomó menos de un segundo para leer todo lo que se le podía venir. Control de la pelota y del juego. Parece que sólo mira los pies de Balenziaga pero ya sabe que hay otros dos jugadores del Bilbao que lo van a ir a cerrar. 

Amague y distracción

Su primer gesto técnico salir hacia dónde hay más lugar, enganchar para la izquierda. El movimiento es mínimo, rápido y enseguida lo frena en dirección contraria para ya ganar un espacio por el que se va a poder colar.

Velocidad de reacción

Forzó el espacio al enganchar y su pique corto dejó atrás a Balenziaga que intento frenarlo con la mano pero ni con eso pudo ponerse al nivel de Leo en la carrera. Messi advirtió que se le vienen dos más... 

Paciencia

Sabía que lo iban a encerrar y no se desesperó. Un tiempo que consiguen sólo los que tienen la claridad de esperar al momento justo. Se detuvo e invitó a que le vinieran a cortar. Los "provocó" futboleramente y caerían en la trampa.

Repentización

Beñat fue a buscarlo y Messi ya había enganchado hacia el medio. Lo dejó medio en ridículo pisando la línea.

Técnica individual

No hay espacios pero él los consiguió. Técnica individual para toca la pelota por un vació que sólo vio él. Balenziaga quedó pagando. Rico se dio cuenta de que avanzaría y empezó a correr para cerrarlo.

Convicción

Messi fue quizás el único de todos los que vivieron cerca de la jugada, con la convicción de que una jugada más al costado de la cancha podía ser una jugada de gol. Y no dudó en encarar en diagonal por más que Rico se le viniera encima.

Fortaleza física

Rico se le fue encima y Messi lo borró bancando físicamente el cruce. Sabía que su velocidad era imposible para el rival pero justamente venía tan a mil que cualquier contacto podía desestabilizarlo. A él, no.

Gambeta

¿Quién dijo que en el área no hay espacio? ¿Quién dijo que no hay tiempo para seguir inventando historias? Laporte trató de sacarlo para afuera y Leo hizo un rebaje infernal. Iba a 100 km. por hora y lo gambeteó hacia adentro.

Poder de definición y gol

Cuando vio que se le venían otros dos rivales encima, Messi sacó el zurdazo al primer palo. Sin espacio para darle trayectoria a la pegada, metió el remate seco y fuerte. Si el arquero esperaba su clásico tiro con comba hacia el segundo palo, no contó con Messi.
Diez segundos, diez recursos, un jugador, dos copas y el sueño de una tercera en días. Messi hizo un partido genial. Para ser campeón, para ser otra vez mejor que en la Play.

© Escrito por Diego Macías el sábado 30/05/2015 y publicado por el Diario Deportivo Olé de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.


  

viernes, 3 de abril de 2015

El día que Maradona transformó una esperanza en amor… @dealgunamanera...

El día que Maradona transformó una esperanza en amor…


¿Cuándo nació la pasión entre el 10 y el Napoli? Hoy se cumplen 30 años de un partido que cimentó uno de los romances más extraordinarios de la historia del fútbol.

En la vida es difícil identificar el momento exacto en que nace un amor. En el fútbol parece más sencillo: muchísimos amores estallan en apenas una tarde. Si bien no fue repentino, el de la ciudad de Nápoles con Maradona fue uno de los más pasionales que se haya visto en una cancha. ¿Y cuándo nació? ¿Con la llegada del 10 a mediados del 84? No, la ciudad lo recibió con esperanza, pero también con la resaca del pánico por un descenso evitado por un pelo. ¿Con algún Scudetto, la copa UEFA, la Supercopa italiana? No, el amor ya era sólido e irrefrenable.

No es una locura pensar que hoy, 24 de febrero, se cumplen 30 años del nacimiento del amor entre Maradona y el Nápoli.

Diego había llegado a Nápoles en julio de 1984, justo después de que el club se salvara por un punto de irse a la serie B. Lo recibieron como una garantía para dejar esos apuros atrás, como un lujo para un club poco acostumbrado a ostentar, pero la posibilidad de un campeonato estaba en la mente de pocos. Y el comienzo del torneo ratificó esa idea.

Napoli, con Maradona, debutó con una derrota 3-1 ante el Verona de Galderisi, que al final saldría campeón. Luego llegó un empate contra Sampdoria y una goleada en contra ante Torino. La primera vuelta de aquel campeonato vio al equipo del sur italiano con apenas 8 puntos (todavía sumaban dos las victorias) y los fantasmas del descenso, aún con Maradona en la cancha, volvieron a aparecer.

La segunda rueda, ya en enero de 1985, comenzó con las mismas penurias: empates sin goles ante Verona y Sampdoria, victoria ajustadísima sobre Torino, empate ante Como...

La liga italiana mostraba la magia de Platini en la Juventus, los goles de Altobelli en el Inter y la sorpresa de un Hellas Verona con un par jugadores que serían figuras en el Mundial de México (como el danés Elkjær Larsen o el alemán Briegel, quien aparece en todas las fotos de la final de México corriendo infructuosamente a Burruchaga antes del tercer gol argentino). Pero de Maradona, poco. Y del resto del Nápoli, casi nada.

Por eso, el 24 de febrero del 85, cuando Napoli recibía a un maltrecho Lazio, los más de 70 mil hinchas que fueron al estadio San Paolo seguían mirando con aprensión la parte de abajo de la tabla. Pero algo, ese día, cambió. La esperanza por lo potencial se transformó en amor por la certeza. Maradona, ese día, fue Maradona.

Diego hizo tres goles, y un cuarto fue anulado por una "Mano de Dios" que, esa vez, el árbitro no compró. Uno de los tantos fue con una media vuelta repentista que, a 40 metros del arco, llevó la pelota a un ángulo.

Otro fue olímpico.

Napoli ganó 4 a 0 y el técnico de Lazio, el argentino Juan Carlos Lorenzo, fue un fusible que Maradona hizo saltar por los aires.

"Festival de Maradona", tituló al día siguiente Clarín. Y en el suplemento deportivo fue más elocuente: "Tres goles de Maradona abrumaron a Lorenzo". La crónica de ese día contaba:

Diego Maradona cristalizó así su mejor producción desde que se incorporó al fútbol italiano y fue ovacionado por los simpatizantes del Napoli después del
amplio triunfo.


Fue bastante más que eso. Fue el nacimiento de un amor en Nápoles.

Y después...

Napoli triplicó en esa segunda rueda la cantidad de puntos que había reunido en la primera. Maradona fue el segundo goleador del torneo, detrás de Platini. El Napoli encabezó la tabla de recaudaciones del campeonato. Y si bien el equipo ni siquiera clasificó a una copa continental, la escalada del final del torneo, con la magia del 10, fue el germen para lo que llegó después: dos campeonatos locales, una copa UEFA, una Supercopa italiana. Y un romance que, con vaivenes e incluso algunos desengaños, sigue vivo hasta hoy.

© Escrito por Guillermo dos Santos Coelho el martes 24/02/2015 y publicado por el Diario Clarín de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

domingo, 14 de diciembre de 2014

Enigma Messi… De Alguna Manera...


Enigma Messi…

"Messi es indescifrable. Es parte de su encanto", describe un periodista español. Getty Images 

¿Su sello es rosarino o catalán? ¿Qué tiene de Maradona o de Di Stéfano? Mágico y capaz de romper cada récord, el mejor futbolista del mundo es un enigma. O muchos.

De Messi escribió Roberto Fontanarrosa (Usted no me lo va a creer) quizá ni cuando había nacido Messi. Rosales, un ojeador de niños futbolistas, había visto un caso único, desde la esquina de un bar polvoriento de Rosario, de donde es el mejor (¿el mejor? El espejo de Blancanieves dice que sí) futbolista del mundo. La pelota iba tras un muchacho, sin que el pibe hiciera nada; la querencia era tal que no había ni sombra entre los dos, eran el muchacho y la pelota a la vez, como si esa atracción benévola ya fuera definitiva y la pelota formara parte del cuerpo del pibe.

“Era una de esas siestas agobiantes del verano donde no corre ni una sola gota de aire”, escribió Fontanarrosa en el célebre cuento en el que nace, sin haber nacido, Lionel Messi. 

“La pelota, entonces, sola, solita como le cuento, como me lo contó Rosales, empieza a rodar y se va detrás del pibe, como un perro”.

La historia es ficción, pero por esos andurriales de la imaginación de Fontanarrosa andaba sin duda Lionel Messi. Y ese fantasma, como para los de Aracataca el fantasma de Gabo, se sigue apareciendo por los bares y por las noches. Alguien le dijo a Santiago Segurola, escritor español, periodista, que escribe en Marca, algo que este excelente narrador de lo que el fútbol lleva dentro le dijo a Jorge Valdano y le sirvió a éste para el reciente documental que ha hecho con su hijo y con el cineasta Alex de la Iglesia sobre esta figura del fútbol mundial.

Lo que se dice es que, en la fantasía de los que ya creen que Messi es de ficción, como el pibe de Fontanarrosa, este futbolista de Rosario sigue en su barrio, duerme ahí, juega con sus amigos de la infancia, y por la mañana viaja a Barcelona, se entrena, y luego regresa a su casa de Rosario. No es así, pero así lo parece. Valdano, que ha estudiado su psicología y su arte, cree que Messi conserva el alma que tenía cuando jugaba de pibe (el pibe de Fontanarrosa) en el Grandoli, en su barrio, “no puede abdicar esa pasión”, y eso lo convierte en el jugador imprevisible que es. Como si se acordara de que el fútbol es una competición de muchachos, y a éstos no se los deja tirados. Hay muchos elementos (en el documental de Valdano-De la Iglesia, en la retina de cualquiera) que recuerdan a Messi de niño, cómo se solidarizaba con los que estaban en el campo y sufrían o perdían, cómo iba al rescate de los menos favorecidos de la cancha. Esa alma es pegajosa, como la pelota en relación al pibe del cuento: se vio en el Mundial, cuando se lesionó Angel Di María y él fue a defenderlo de la tristeza.

Es un niño, no ha dejado de ser un niño; hablé con mucha gente sobre Messi; vi miles de papeles, consulté libros (el más reciente, una joya, de Guillem Balagué, Messi) y en todas partes vi de nuevo la sombra de aquel pibe que iba con su abuela a los campitos a jugar a la única asignatura que le interesó en la escuela, el fútbol. Y a todos les escuché, en todas partes leí, que sigue siendo un niño.

Fue un niño siempre. Cuenta Valdano que Gerard Piqué, que lo conoce desde La Masía, la escuela del Barça, desde cuando Messi no levantaba ni tres palmos del suelo,  le dijo que ya era así, “simple e indescifrable”. En palabras del ex jugador de la Selección argentina, ahora escritor, está claro que Lionel siempre va a hacer lo mismo, “no es un jugador imprevisible, pero se empeña en hacer lo que siempre hizo y tú no lo puedes parar”. ¿Es contumaz, pues, o artista, como Maradona? “Considero más artista a Maradona que a Messi, pero me parecen igualmente geniales”. Es fascinante, según Valdano, esa capacidad con la que nacieron: “Ver cerca y lejos al mismo tiempo”. En el caso del de Rosario: “Da la sensación de que está viendo las piernas de un adversario para eludirlo y de pronto descubre una solución a cuarenta metros. Así que parecía que iba a eliminar al rival más cercano, pero aprovecha el espacio que hay en un sector de la cancha que él tenía oculto”.

Repito, como el pibe del cuento, la pelota es suya, aunque no la tenga: ella vendrá. Jugar con él es maravillarse, dice Valdano; el riesgo, como sucedía con Maradona, con quien él jugó, “es que esa fascinación te saque del partido”. Así que en el campo hay que jugar con Messi, pero debes cuidarte de jugar mirándolo, porque entonces ya eres un espectador atónito y no un futbolista.

Va a dormir a Rosario, sus sueños están en Rosario. La biografía ampara su crecimiento: no sólo es del barrio y regresa al barrio, es que se casó con la primera chica que conoció en el barrio, se recupera en Rosario cuando se lesiona en Barcelona. “Es increíble”, dice Valdano, “que un chico como él, que desde los trece años vive en Barcelona, tenga un apego tan grande a sus orígenes”.

Por eso es tan injusto, corrobora Valdano, esa especie que circuló y que tanto lo dañó: que no le hacía justicia a la camiseta argentina. Porque no es exactamente de Rosario, es concretamente (esto lo dice Diego Torres, argentino, escritor de fútbol en El País) “un argentino, un argentino provinciano”. Valdano dice –explica Torres– que “los rosarinos son los argentinos más exageradamente argentinos, los que acentúan los rasgos típicos del argentino”. En el caso de Lionel, él no lo ve así: “Messi no conoció Rosario, sino su barrio; él no sale de su barrio, aunque su ciudad no sea tan grande, él no va a Rosario, sigue en el entorno de su infancia, y sigue ahora ahí”, como el pibe del cuento, perseguido por la pelota de su niñez. “Quizá no le dio tiempo de salir, todavía, y eso es lo que explica su matrimonio, el apego a su familia, que se deje llevar por los amigos de sus hermanos y por su padre. Es, me parece, un argentino poco frecuente. Los argentinos de Buenos Aires son más extrovertidos, y Messi es un provinciano”. Un provinciano de un barrio.

Lo argentino. Patricio Pron, novelista argentino que reside en España, es de Rosario, y conoce esa pituitaria de Messi. ¿Es como el pibe que cuenta Fontanarrosa en su ficción? ¿Cómo son los niños futbolistas de Rosario? “Por lo general son muy delgados, no muy altos, nunca han tenido nada y lo desean todo, pero no de cualquier modo: quieren jugar, quieren marcar goles, pero hacerlo con cierta belleza, con habilidad”. ¿Y cómo defines a Messi?: “Messi es muy interesante. Es el tipo de jugador que en Argentina nunca será considerado un crack; para ello le faltan un talento innato y una relación conflictiva con ese talento. No digo que Messi no haya poseído ese talento desde sus comienzos, pero fue puliéndolo en los entrenamientos, volviéndose un jugador mejor y más completo con los años, lo que lo convierte en un jugador atípico para el argentino, que reconoce el fruto y la hoja, pero no considera suyo el árbol, sino un trasplante, y no se siente interpelado por la vida de Messi, que es aburrida”.

El hombre que vuela. Messi desafía la gravedad y a los rivales. Foto: AP

Consulté a Daniel Divinsky, editor de aquel cuento (y de muchos libros) de Fontanarrosa, queriendo saber de él cómo había vuelto Messi a Argentina, al afecto argentino, cómo recuperó la pelota que simbólicamente lo perseguía en Rosario. ¿Es Messi otra vez argentino? Me dijo Divinsky: “El tradicional exitismo argentino –que en el fútbol se sintetiza en la frase La gloria o Devoto– acentuó la recuperación de Messi para ‘la Patria’. Se lo denostaba porque no jugaba igual de deslumbrante para la Selección que para el Barça”. ¿Y qué supone para el estado de ánimo argentino? “Supone la restauración de la fe en el milagro (para el ánimo nacional) y la afirmación de que en el fútbol siempre es posible lo inesperado: ya lo dijo Dante Panzeri, brillante periodista, que tituló un libro suyo Fútbol, dinámica de lo impensado”.

No sólo es lo impensado Messi; dice el escritor y periodista colombiano (y devoto del Barça) Daniel Samper que el pibe de Rosario “pertenece al mundo de Kafka. Es un genio, pero inescrutable; camina, pero no sabemos si es que lo considera suficiente, o que no puede más, y de pronto estalla; es uno de los cerebros más difíciles de entender y de los grandes genios que han pasado por el fútbol. No pertenece, por eso, al mundo de sir Stanley Matthews, el milagro del fútbol inglés, sino al universo de Kafka”. Como Alfredo Di Stéfano, Messi casi no habla fuera del campo, ni en el campo, como Atahualpa Yupanqui, a quien sus numerosos acólitos de Madrid esperaban en vano alguna palabra que saliera  de su genio. “Pero es que Messi”, dice Samper, “canta con los pies. Es complicado saber qué está pensando, qué le gusta. Es genial, pero esa genialidad puede menguar  en un momento, y eventualmente un día se acabará. Aun así, te va a engañar: parecerá que termina y es cuando empieza, pues así juega. No vi en medio siglo un misterio igual entre los futbolistas”. Es que está habitado por Kafka y lleva adherida una pelota. Como el pibe de Fontanarrosa, que fue amigo, por cierto, de Samper y de Valdano.

Es un niño de La Masía; la pelota que se le pegó en Rosario siguió hasta él y la tiene en esa escuela privilegiada de la que salieron Guardiola, Piqué y Xavi. Le pregunté a David Gistau, escritor español, columnista en ABC, con muchos vínculos argentinos, si este pibe sigue teniendo rasgos argentinos. “Sí, pese a que su formación terminara en La Masía y a que lleva tantos años en el Barcelona. Es un cliché, pero es puro potrero. Te lo imaginas haciendo asados en su jardín. La picardía, la gambeta corta, el no arrugarse cuando lo marcan duro”.

Eres del Madrid y de Argentina. ¿Cómo se ve a un astro azulgrana con la pelota en los pies, pero defendiendo tus colores nacionales?
Mi filiación argentina me está permitiendo saber qué se siente cuando Messi juega en tu equipo y no en el del enemigo. Si cada vez que controla la pelota en el Bernabéu el miedo me cierra la garganta, ahora es al revés: cada vez que arranca mi reacción es de fe y entusiasmo. Es muy duro que Messi juegue contra ti. Y es gozoso saber que tienes entre los tuyos a un crack tan determinante.

Les pasaba a los culés, cuando en el Madrid jugaba Di Stéfano, y éste estaba en la selección española.
La comparación con Di Stéfano es perfecta porque Messi, aunque el Barcelona ya tuviera alguna Copa de Europa cuando él llegó, es el inventor de la leyenda europea del Barça, como Di Stéfano, cincuenta años antes, lo fue del Madrid. Pero claro que da miedo.
Con esa inquietud por saber cómo se siente un madridista ante el fenómeno del pibe de Rosario fui a otro madridista ilustre. Esto piensa Vicente Verdú, autor de libros de sociología del fútbol.  Dice el escritor de Elche (y del Madrid) que Messi ha cambiado a Cristiano Ronaldo. ¿Y cómo ha cambiado Messi? “Hacia un progresivo ensimismamiento en un YO gigante que exige mucha atención y mucha alimentación”. ¿Ha cambiado al fútbol? “No es de los que cambian el fútbol pero sí de los que alteran la jerarquía en la historia individual y legendaria de los jugadores máximos”. ¿Ha cambiado al Barça? “El Barça cambió para mejor y después para peor. No es cosa de Messi, sino de la ley de vida contra la que no ha podido la fama inmortal de un jugador. Si se va a ver a Messi, se va a ver a un fenómeno particular y no de equipo”. Para Verdú, “Messi es el no va más jugando al fútbol y un enfermo mental segundos después. Cosa de genios”.

Está en el corazón del fútbol. Ahora él es el Barça. Así lo ha visto, a lo largo de la historia, alguien que lo vio (para describirlo) muy de cerca y desde que empezó a crecer. Es Ramón Besa, que escribe en El País sobre el equipo español del pibe de Rosario. “Messi entendió desde pequeño el juego del Barça, lo procesó, lo metabolizó, para después, cuando ya entró en el primer equipo, marcar las diferencias. Hasta su llegada, el delantero goleador siempre había sido alguien fichado, no producido por el club. Messi tiene la genética argentina (familiar) y la genética azulgrana (futbolística). El Barça no producía un 9 catalán hasta Messi, si es que Messi es catalán. Messi es el punto y final perfecto del juego. Por eso ha sido tan importante como goleador, más que como productor o generador de juego, o desequilibrante en el extremo. El mejor Messi es el que Guardiola puso de falso 9. Ahora es otra cosa. Messi le dio grandeza, vuelo y sentido al juego del Barça: sin él podía haber sido un equipo más chato, menos agresivo futbolísticamente, menos ambicioso. Messi nos dijo a Lu (Luis Martín, de El País ): ‘Mi suerte es haber caído en este Barça’. La del Barça es haber tenido a Messi. Los dos son complementarios.”

Cambiar todo. Marcos López, de El Periódico, de Catalunya, comparte con Besa la experiencia de ver a Messi partido a partido. “Messi cambió al Barça para siempre. Habrá un antes y un después de Leo. Un niño diminuto, llegado en pleno proceso de destrucción del club (inicio de la década del 2000), que modifica la historia de ese club. Pero Messi no hubiera existido sin el Barça. Sin este Barça, sin esta filosofía, sin estos socios, sin Xavi, sin Iniesta, sin la paciencia meticulosa de Rijkaard para gobernar su irrupción y sin la complicidad de Guardiola, el técnico que mejor escuchó los silencios de Leo. No sólo los escuchó: los decodificó. En unos años, el Barça de Guardiola y de Messi o el Barça de Messi y Guardiola figurará en el panteón del fútbol mundial. Una obra de arte”.

Arte y Messi. Picasso y Kafka en la misma figura. Un predestinado. Así lo ve Santiago Segurola. “Ha confirmado que la mayoría de los genios del fútbol son unos predestinados. 

Suelen adelantarse al tiempo de los demás, no de los buenos jugadores, sino de los buenísimos. Messi, Maradona y Pelé eran estrellas mundiales antes de los veinte años. 

Con esa edad desplegaban unos recursos inauditos, una prestancia y capacidad competitiva impensable en jugadores tres, cuatro o cinco años mayores que ellos. En todos ellos había algo mesiánico. Otro aspecto fundamental de Messi es su estilo de juego. No he visto a un delantero capaz de completar la ecuación máxima velocidad+máxima habilidad+máxima precisión=indefendible. Es un jugador de dos escuelas. Una, la original, la del barrio, que se puede considerar argentina de nacimiento. Otra, la metódica, cartesiana, del Barça. Esta última influencia le ha permitido perfilar sus recursos en un clima extremadamente favorable. Es decir, naturaleza y método. No es sencillo. La mayor parte de los jugadores como Messi se dejan llevar por sus cualidades y olvidan los elementos colectivos del juego. Messi no. Un rato era Messi, otro Xavi, otro Iniesta y otro Eto’o. Esa capacidad camaleónica para elegir cada momento es el máximo indicador de la inteligencia de un futbolista. La  ventaja de Messi es que podía ser cualquiera en el campo y ser el mejor. En cambio, ni Xavi, ni Iniesta, ni Eto’o –tres jugadorazos– podían ser Messi”.

Todavía niño. Le pregunté a José Sámano, escritor de El País. Le sorprende que Messi juegue como cuando era un niño, “con las mismas emociones”; los incidentes de los últimos tiempos (los escándalos fiscales, por ejemplo) no parecen haberle afectado. “Quizá juegue peor, pero en el campo le veo igual: con las mismas picardías, sigue saludando a la abuela tras sus goles, se sigue enfurruñando, sigue gambeteando, sigue procurando hacer sus cañitos. Quizá sea  distinto ahora, pero en el campo sigue siendo el niño de Rosario. Al fútbol le ha aportado fantasía; y siendo más enclenque que Maradona puede ser mucho más grande”.

A Santi Giménez, que conoce a Messi desde chiquito, esto le parece: “Un talento descomunal e innato que encontró el mejor laboratorio futbolístico en el fútbol base del Barcelona. Ese talento en cualquier otra parte del mundo no hubiese explotado de esta manera. Al principio, Xavier Llorens, el técnico del fútbol base del Barcelona que primero lo tuvo e insistió para que se quedara cuando la directiva casi lo deja escapar por no pagarle el tratamiento hormonal. A partir de ahí, la idea futbolística del Barcelona es la que le forma siguiendo un patrón en el que se encontraba como pez en el agua”.

Se quedó; salvó al Barça salvándose a sí mismo.

Le pregunté al dibujante Rep, argentino, si es fácil dibujarlo. “Sí, es muy dibujable. Me sale fácil, es simple, como dibujo belga. Ligeramente encorvado, mechoncito de pelo apenas asombrando la frente, nariz aerodinámica, ojos puntitos. Emoción cero, pero nunca fría. Maradona nunca fue fácil de dibujar para mí”. A Manuel Vicent, escritor español, constructor de metáforas, le pedí una que definiera a Messi. Me dijo: “Borges decía que estaba más orgulloso de lo que había leído que de lo que había escrito. Messi debería estar más orgulloso de los goles que regala que de los que marca. Pasar la pelota es la lectura. Marcar goles es la escritura”.

¿Y es posible cantarlo? Se lo pregunté a Alejo Stivel, músico argentino, aficionado al Barça, que vive entre su Buenos Aires natal y su Madrid adoptado: “Tiene el ritmo de una chacarera rápida y frenética, alegre y ligera; cuando se mete en el área, entre el fuego enemigo, suenan los rasguitos de las guitarras y los bombos legüeros. Con la fugacidad de un suspiro les mete un gol sin que casi se den cuenta”.

Pero aquel muchacho que se llevaba la pelota consigo en el cuento de Fontanarrosa se parece, en los sueños de lo que lo ven jugar, a esta metáfora que me dejó en el correo Segurola: “De Messi, que es un jugador terrestre y no aéreo, sólo se me ocurre una imagen: una rueda de fuego”. Ahí se lo ve llegar, con la pelota agarrada al pie, indiferente, y a su alrededor prende como una llamarada el fuego del fútbol.

Ahora que en España es el mayor goleador de la historia, sonríe otra vez y lleva al Barça como si fuera el balón que el personaje de Fontanarrosa manejaba a su antojo, se puede decir que a Messi lo acompaña el récord como alguna vez lo acompañó la melancolía.

© Publicado el Domingo 14/12/2014 por la Revista Viva de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.