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jueves, 1 de septiembre de 2016

Hablemos del golpe en Brasil, hijo… @dealgunamanera...

Hablemos del golpe en Brasil, hijo…


Son las cuatro y media de la madrugada. Me despierto ansioso, angustiado y con una profunda sensación de impotencia. Tengo ganas de salir corriendo, de gritar por la ventana, de acurrucarme en un rincón, de hacerme invisible, de ponerme a llorar. En casa, por ahora, todos duermen. He dado vueltas y más vueltas. La cama, estos días, me ha parecido una montaña rusa, más bien un abismo, el borde afilado de un acantilado infinito. Y yo estoy del lado del vacío, queriendo llegar a tierra firme, allí, a pocos centímetros, inalcanzable. Sé que si miro hacia abajo, caeré. Mejor, ignorar que mis pies descansan en un inmenso precipicio. Pienso en vos, hijito querido. Pienso en tantos compañeros y compañeras, amigos entrañables de estos 25 años que llevo en Brasil. Pienso que no puedo, que no podemos iniciar este día de la infamia, de la ignominia y de la vergüenza mostrando desazón o desconcierto. Pienso que no puedo, sé que no quiero, que este sea el primer día de nuestra derrota, sino el primero de nuestra próxima victoria.

© Escrito por Pablo Gentili el jueves 12/05/2016 y publicado por http://blogs.elpais.com de la Ciudad de Madrid, España.

Quiero y necesito escribirte esto antes de que termine una jornada que será recordada como una de las más funestas y deshonrosas de la historia democrática de América Latina: el día que derrocaron a Dilma Rousseff sin otro argumento que la prepotencia de la mentira, sin otro mecanismo que la infamia, sin otro objetivo que seguir haciendo de Brasil una tierra de privilegios, de abusos y de impunidad. Sé que no necesito explicarte nada, que a tus dieciocho años ya sabes muy bien qué está pasando en este país que por ser tuyo, se volvió entrañablemente mío, aunque a veces no entiendas cómo, después de tantos años, aún sigo sin aprender a pronunciar ciertas palabras en portugués.

Cuando naciste, yo llevaba siete años en Brasil. Sin embargo, mientras fuiste creciendo comencé a comprender que uno nace en un país, pero a veces renace en otro. Y que verte crecer, que tener la infinita dicha de haber compartido contigo estos años, ha hecho, entre otras cosas, que Brasil se me incrustara en la piel, que me tatuara indeleble una de sus tantas identidades, la dignidad, ésa que no le da chances a la adversidad porque sabe que al pesimismo lo inventaron los poderosos, para seguir haciendo de las suyas. Vos hiciste que Brasil se me incrustara en el corazón, brindándome esa generosidad cosmopolita que suelen tener las islas y no los continentes, esa solidaridad que hoy parece tan lejana, tan ajena. Hoy, me siento un brasileño viviendo en un país extraño e irreconocible, distante, indescriptible.

Todos (o casi todos) tienen una patria. Yo tengo la suerte de tener dos. Con vos me hice del Brasil de la solidaridad, del Brasil de la lucha por la justicia, por la libertad y por los derechos negados históricamente a las grandes mayorías. El Brasil de los que no se resisten a aceptar la derrota del bien común, el Brasil de los da Silva, el Brasil de los que nacieron sin otra cosa que sus manos y la propiedad de sus principios, sin otra cosa que su trabajo y la valentía necesaria para reconstruir una nación que casi siempre los ha tratado con desdén, un país en el casi siempre ha triunfado la infamia, que los ha estigmatizado y humillado, que los ha despreciado e ignorado. El Brasil de los Joãos y de las Marías, el Brasil de esos a los que nunca los dejan hablar porque se supone que no tienen voz, que no saben qué decir o que simplemente no existen porque nadie los escucha gritar. El Brasil de los que, a esta hora, cuando aún no amaneció, no escriben como yo sus impotencias, sino que se están yendo a trabajar, como cada día, desde hace tantos años y desde tan temprano en la vida, sabiendo que podrá faltarles hasta la comida para alimentar a sus hijos, pero nunca eso que siempre les faltará a los dueños del poder y de la palabra: la dignidad necesaria para mirar al futuro sin sentir vergüenza.

Quiero escribirte porque creo necesario que compartamos un esfuerzo común para entender lo que pasó. Lo que le pasó al país y lo que pasó con nosotros. Habrá, ciertamente, que registrar los hechos, la secuencia de acontecimientos que se precipitaron en los últimos meses, muchos de ellos sorprendentes y otros aburridos, soporíferos, de tan repetitivos y monótonos. Esto será algo necesario e imprescindible, es verdad. Sin embargo, creo que también deberemos hacer un esfuerzo muy grande, y seguramente muy doloroso, para comprender cuáles fueron las causas que nos condujeron hasta aquí. La reflexión y el conocimiento son fundamentales para la lucha política. Pero la revisión de nuestras acciones, el análisis sin indulgencias de lo que nosotros mismos hemos sido capaces o incapaces de hacer para evitar ciertas derrotas, es absolutamente imprescindible para iniciar las luchas que vendrán, sin que se repitan las tragedias y las farsas de la historia que nos tocará vivir.

El conocimiento y la crítica son herramientas políticas. Si no las aplicamos a nosotros mismos, correremos el riesgo de vivir tiempos aún más sombríos. Hoy, después de lo que será una jornada de hipocresía e infamia, después que el Senado de Brasil haya dado inicio a la destitución de Dilma Rousseff, deberemos pensar colectivamente, de forma urgente, abierta y sin concesiones, por qué ocurrió todo esto.

Los últimos 35 años de la historia brasileña estuvieron marcados por el protagonismo y el liderazgo que el Partido de los Trabajadores (PT) tuvo en las grandes conquistas democráticas de un país que salía de una de las dictaduras más largas de América Latina. No ha sido sólo el PT el responsable de estos grandes logros, es verdad. Pero sin el PT, sus luchas, sus dirigentes, sus militantes y, particularmente, dos grandes organizaciones como la Central Única de los Trabajadores (CUT) y el Movimiento Sin Tierra (MST), no pueden comprenderse e interpretarse las marchas y contramarchas que vivió la democracia brasileña en las últimas décadas.

La llegada de Luiz Inácio Lula da Silva a la presidencia de la república, en enero de 2003, fue el resultado y la cristalización de un avance significativo en el proceso de democratización vivido por Brasil desde el fin de la dictadura militar, a mediados de los años 80. Así mismo, y contra los pronósticos prejuiciosos y descalificadores de quienes pensaban que el destino de la mayor nación latinoamericana no podía estar en las manos de un tornero mecánico de origen campesino y sin estudios universitarios, Lula transformó a Brasil es una nación con un inmenso reconocimiento internacional, con un potencial económico y con un desarrollo social nunca antes visto en la historia del país. La sociedad brasileña vería por primera vez a su patria transformarse en una potencia mundial con espacio, prestigio y no poca admiración en el escenario global, gracias a la combinación de políticas de inclusión social que sacarían a millones de seres humanos de la pobreza extrema, acabarían con el flagelo del hambre, multiplicarían el acceso a derechos fundamentales históricamente negados y promoverían una distribución de la riqueza sin precedentes en el continente. Una nación que haría valer su posición estratégica en un nuevo escenario mundial, sin repetir la histórica subordinación a los intereses intervencionistas norteamericanos, y ampliaría el horizonte del multilateralismo, apoyando un fuerte proceso de integración latinoamericano. Por primera vez, una fuerte y activa relación económica, política y científica con los países africanos, eternamente despreciados por la diplomacia dominante brasileña.

No deja de ser curioso que este impresionante avance de Brasil durante la última década sea, en nuestro propio país, o bien desconsiderado o bien atribuido a la fortuna de haber vivido una coyuntura económica excepcionalmente favorable con el alta del precio de las commodities, en particular, del petróleo, de los minerales de hierro, de la soja y de otros insumos primarios, base de las exportaciones brasileñas. Brasil no cambió su matriz productiva ni tampoco su estructura tributaria, un grave problema para el presente y para el futuro del país, pero sí transformó de manera radical la forma de distribuir los excedentes, de definir las prioridades de inversión del fondo público y de establecer sin matices quiénes debían estar en el centro de las prioridades del presupuesto nacional: los pobres y las necesidades acumuladas por una deuda social endémica.

Yo sé que tu reclamas y que dices con razón que no hicimos la revolución que tantas veces prometimos. Pero nuestro gobierno, el gobierno de los que luchamos por más justicia social, por avanzar en los procesos de construcción de igualdad y de ampliación de la ciudadanía, de mayor libertad, de autonomía y de participación democrática; en definitiva, el gobierno de la izquierda, hizo que en poco menos de una década, Brasil dejara de comportarse como una nación indiferente a las demandas, necesidades y derechos fundamentales del pueblo; que Brasil dejara de mostrarse como una nación subalterna, colonial y dependiente ante los Estados Unidos y las demás potencias imperiales del planeta; que se plantara ante el mundo como una nación responsable, soberana y fundamentalmente dispuesta a revertir la herencia de exclusión, miseria y abandono que cargaban sobre sus espaldas los sectores populares urbanos, los campesinos y las campesinas, la población negra, las clases medias emergentes y las comunidades indígena.

No fue una revolución, o quizás sí, aunque diferente a la que alguna vez habíamos imaginado. Cuando Lula asumió la presidencia, en su histórico discurso del 1 de enero de 2003, dijo que su sueño era vivir en un país donde la gente comiera al menos tres veces por día. Para aquellos a los cuales comer nunca ha sido una necesidad y, además de hacerlo, ejercitan sin reparos su derecho a la glotonería, quizás les resulte una trivialidad populista luchar por el “hambre cero”. A la izquierda convencida de que al nirvana de la revolución sólo se accede después de aniquilar a la burguesía y de derrotar definitivamente al capitalismo, quizás luchar contra el hambre le parezca muy poco heroico. Pero te aseguro que a los más de 50 millones de brasileños y brasileñas para los cuales tener un empleo se volvió un derecho, acceder a la escuela, a una vivienda digna o a una atención médica básica una posibilidad efectiva, para ellos, hijo querido, lo que estaba ocurriendo en Brasil constituyó algo absolutamente extraordinario e inédito. Yo, por cierto, no creo que sólo eso haya sido importante, sino también que los más pobres no hayan creído que todo esto ocurría gracias a la generosidad de un Dios, de un caudillo salvador o de un oligarca paternalista, sino por obra de la política y de un Estado que, por primera vez, los reconocía en su condición de ciudadanos y ciudadanas. Sé que esto no es la revolución que siempre soñamos. Aunque espero que no se transforme en la única revolución que vos y tu generación se propongan realizar en un país que parece ahora empecinado en regresar al pasado, en repetir su historia de injusticia y de desprecio hacia los más pobres.

Brasil se transformó y, aunque aún de manera incipiente, comenzó un proceso de modernización social. El mundo lo reconoció y comprendió que, sin ninguna sombra de dudas, el gran arquitecto de este cambio habían sido Lula y el Partido de los Trabajadores.

Pero nadie es profeta en su tierra, ya lo sabemos. La derecha brasileña odia a Lula; lo odiaba antes de ganar las elecciones en el 2002; y lo odió durante y después de sus dos mandatos presidenciales. Lula sabe que la derecha lo detesta y que expresa su desprecio hacia él y hacia las conquistas de sus gobiernos a través de las organizaciones en las que actúa: obviamente, los partidos conservadores, las corporaciones empresariales, algunas de las iglesias evangélicas inquisidoras y corruptas, así como sectores de los medios de comunicación, de la justicia y de las fuerzas de seguridad. No lo odian sólo por ser de izquierda o porque pertenece a un partido socialista que transformó la izquierda latinoamericana. No. Lo odian porque amplió derechos y multiplicó oportunidades de desarrollo, bienestar y progreso social a millones de brasileños y brasileñas que habían nacido en un país que los quería callados, silenciados, sumisos, invisibles. Lo odian por haber llegado al poder y no haberse transformado en uno más del inventario de dictadores, mediocres, cobardes, incompetentes, mentirosos, pusilánimes y traidores que compone buena parte de la galería de presidentes de Brasil desde la proclamación de la república.

Lo que ciertos sectores de la izquierda más dogmática no entienden es cómo la derecha y los grandes grupos económicos odian tanto a Lula si, en definitiva, su programa de reformas sociales no interfirió en las estrategias dominantes de acumulación y reproducción de capital durante la última década. Los más ricos no dejaron de ganar durante los últimos años; algunos ampliaron sus fortunas y los niveles de desigualdad, aunque disminuyeron levemente, no cambiaron la estructura profundamente injusta de distribución de la riqueza, el poder y los beneficios. Lo que esta izquierda supone es que, porque Lula no desestabilizó las bases de sustentación del capitalismo vernáculo, el poder económico, los grandes monopolios de prensa o la misma oposición política conservadora deberían rendirle culto. Me gustaría advertirte que siempre desconfíes de las explicaciones políticas o sociológicas que te parezcan muy simples, de los análisis en los cuales no identifiques ninguna curva, ningún espacio a la duda. La izquierda dogmática se equivoca aquí como se equivoca casi siempre, en Brasil y en todos lados.

La derecha no lucha sólo para que no se cuestionen sus intereses; no lucha sólo para no dejar de ganar, ni para seguir acumulando más riqueza, ni para mantener imperturbables sus intereses. Lucha por algo más: para que ninguna política acabe desestabilizando o poniendo en riesgo, mediante la ampliación de las oportunidades y de los derechos de los más pobres y excluidos, las estructuras de poder sobre las que se sustenta un sistema injusto y desigual que les pertenece y que no piensan cambiar. No se trata sólo del capitalismo, se trata del capitalismo que se practica en los trópicos, el capitalismo salvaje, incapaz, incluso, de convivir con una democracia que sea algo más que el mercadeo de votos entre candidatos insípidos y obedientes. Cuando la democracia produce resultados democráticos, cuando sirve para afirmar derechos ciudadanos, en América Latina, esa democracia se cancela y surgen los golpes de Estado. Ahora, sin la presencia de los militares. Como en una cacería, sólo se trata de esperar el momento justo. La democracia está bajo el asedio de los poderes que pretenden transformarla en una mueca de lo que debería ser, una caricatura grotesca sin contenido ni adjetivos que la doten de sentido y de horizonte. La clase dominante se ha convencido de que si a la democracia no puedes vencerla, debes vaciarla. Transformarla en algo que sea despreciable, innecesario, en un concierto de procedimientos alejados de la realidad de la gente. Inservible como la plataforma mínima desde la cual soñar e imaginar un mundo más justo, más libre e igualitario. Una democracia que, en definitiva, no le interese a nadie. Una democracia anoréxica, sin ninguna gracia, fútil, frívola, insignificante.

Si te opones a esto, enfrentarás al poder. Y ese campo político que se llama "izquierda", nació para hacer nada más ni nada menos que esto, enfrentarlo.

Por eso lo odian a Lula y harán todo lo que esté a su alcance para acabar con él. No se trata de una persona. Se trata de un proyecto, de una utopía, de una esperanza en juego. No es un hombre, es un horizonte. No es Luiz Inácio el que los aterroriza, son los Lulas que están por llegar.

Y a vos y a tu generación les cabrá inventarlos.

Sí, ya sé. Imagino tu cara de fastidio al leer esto. Me vas a decir que sólo sé hablar de Lula, contar sus historias y relatar las hazañas de su gobierno. Pero que la presidenta hasta hoy era Dilma, y que “nuestro” gobierno, no iba nada bien.

Es verdad. El segundo mandato de Dilma comenzó con un gran equívoco estratégico, en un momento en el que las condiciones políticas y económicas habían cambiado significativamente. Después del estrecho resultado electoral que le dio la victoria en octubre de 2014, el gobierno se transformó en el abanderado de una mayor disciplina fiscal, abandonó los mecanismos participativos y consultivos de la política pública creados durante la gestión de Lula, y promovió un acercamiento estrecho a las perspectivas y enfoques de los que asesoran, interpretan y determinan los humores del mercado. Puso para esto, al frente del ministerio de economía, un eximio neoliberal y le dio carta blanca para avanzar en una severa política de ajuste fiscal. Si la estrategia era ganar amigos, los perdió por todos lados. La derecha la corrió por izquierda, la izquierda no supo para dónde correr y la promesa de que era posible cortar drásticamente el gasto público sin tocar los programas sociales, no se la creyó casi nadie.

Dilma Rousseff siempre ha sido una excelente administradora, una militante inquebrantable y una luchadora valiente. Es, además, una inmensa persona, dura, exigente, pero generosa, comprometida y entregada de cuerpo y alma a la construcción de un Brasil más justo, más democrático e igualitario. El desprecio que se ha desatado estos meses sobre ella es mucho más que un rechazo a los rumbos asumidos por su nuevo mandato. Es una reacción que se explica en el marco de un emergente fascismo social y desde un ensordecedor ejercicio de misoginia, de machismo descontrolado, de pura humillación por el sólo hecho de ser mujer. Sí, es verdad, probablemente, si fuera hombre también la estarían hoy destituyendo. Pero no creo que si fuera hombre hubiéramos visto multiplicarse las más diversas formas de desprecio que desde el parlamento, algunos medios y ciertos inquisidores evangélicos, han manifestado estos días con la más absoluta impunidad.

No es casual que en el Congreso brasileño la representación de mujeres haya tendido a disminuir y que algunas de las pocas que ocupan cargos lo hagan en representación de sus maridos, también políticos profesionales. Tampoco es casual que casi no haya negros, y menos aún mujeres negras, o indígenas, y menos aún mujeres indígenas, o jóvenes, y menos aún mujeres jóvenes. Es escandaloso que ese parlamento misógino, machista e inundado de prejuicios, donde la Biblia es más citada que la Constitución, tenga a la mitad de sus miembros procesados por corrupción y que quién contaba los votos a favor de la destitución de Dilma haya sido condenado por trabajo esclavo, siendo presentado a la sociedad como un gran defensor de la democracia.

Dilma Rousseff consolidó y amplió las reformas sociales de los dos primeros gobiernos del PT. Su política de atención sanitaria con el programa “Más Médicos”; su innovador y amplio programa de viviendas populares “Mi casa, mi vida”; su programa de obras públicas y de infraestructura; su política educativa, focalizada en la educación técnica y profesional, pero también con un amplio desarrollo de la política científica y del programa “Ciencias Sin Fronteras”, que llegó a ser la más amplia iniciativa mundial de internacionalización de estudiantes, constituyeron hitos de la mayor relevancia en el desarrollo de una política de inclusión social y de promoción de la ciudadanía.

Vos ahora, hijo mío, estás preparándote para ingresar a la universidad. Hace 12 años atrás, Brasil tenía cerca de tres millones y medio de estudiantes universitarios. Hoy, estamos llegando a casi ocho millones. En una década se duplicó la matrícula universitaria. Poquísimos países del mundo lograron esto en tan poco tiempo. Y Brasil lo logró porque hubo una decisión política fundamental: permitir que miles y miles de jóvenes de sectores populares, hijos e hijas de trabajadores, empleadas domésticas, campesinos y campesinas, jóvenes de comunidades indígenas y, particularmente, jóvenes negros y negras, entraran por primera vez a la educación superior. Brasil tiene hoy un sistema universitario mucho mejor que hace una década atrás. Y es mucho mejor, porque es mucho más justo y democrático, aunque todavía haya tantas cosas que debamos hacer para mejorar nuestras universidades.

Las élites nunca perdonan a los que democratizan el acceso a la universidad, esa institución que siempre han considerado su propiedad y privilegio. A las élites no les gusta que les cuestionen su derecho sobre lo que creen que les pertenece, aunque se lo hayan robado.

Dilma podrá haberse empeñado en hacer un plan económico que no asustara a los sectores del poder oligárquico nacional, a los especuladores internacionales (que se hacen llamar “inversores”) y a los que publican sus opiniones haciéndolas pasar por las de la opinión pública. Sin embargo, tampoco a ella le perdonaron implementar un programa de atención primaria a la salud que, ante la baja respuesta de los médicos brasileños, haya traído médicos de Cuba, de España y del resto de América Latina. No le perdonaron que haya dado el derecho a una vivienda digna a familias que, según parece, deberían sólo haber tenido la oportunidad de vivir en casas de cartón y chapa, amontonadas, corriendo el riesgo de morir enterradas por el lodo después de la primera lluvia de verano. Dilma pudo haber puesto al ministro más neoliberal del mundo, pero jamás le perdonarán que haya osado a sacar a los pobres del lugar en el que siempre les ha tocado estar.

¿Por qué se produjo el impeachment, que los senadores están votando mientras escribo estas líneas? Eso quizás, ya lo sabe casi todo el mundo. La oposición encontró la forma de sumar a un partido aliado del gobierno a su avanzada golpista. Así, el PMDB, un partido que siempre ha estado en el poder en los últimos 30 años, adhirió sin reparos al golpe institucional, sabiéndose su principal beneficiario.

El PT se había aliado al PMDB y a otros partidos conservadores, posibilitando las articulaciones que le permitirían llegar al poder en las elecciones del 2010. Dicen que si no lo hubieran hecho, no hubieran ganado, lo cual, al menos en la elección de 2014, es altamente plausible que hubiera sido así. La democracia es siempre estrategia de alianzas y el que quiere ganar, debe negociar. Pero negociar tiene sus riesgos, especialmente, si negociamos con un partido venal, plagado de corruptos y cuya más rutilante virtud democrática ha sido practicar el oportunismo, tratando de estar siempre, y en cualquier circunstancia, cerca del poder. Bajo el impulso avasallador del PT para ganar las elecciones de 2010, Michel Temer integró la fórmula presidencial con Dilma Rousseff. El PMDB alcanzaría así una inmensa influencia en el tercer mandato petista. Las elecciones de 2014 encontraron al PMDB dividido y a un sector del partido, encabezado por el propio Temer, dispuesto a no correr el riesgo de perder los espacios conquistados. La alianza con el PT se mantuvo.

Las alianzas, hijo querido, son el gran misterio de la democracia. La gran oportunidad, la gran trampa. Sin alianzas es imposible llegar al paraíso, al edén del poder. Pero nunca olvides que el camino del infierno está tapizado de alianzas que han fracaso y de pactos que nunca se cumplieron. Ya en el siglo XVII, el cardenal Jules Mazarin alertó que el arte de la política es el arte de la traición. Desde entonces, hasta hoy, hay quienes luchan para cambiar la política, inventando una nueva forma de acción colectiva y de administración de lo que nos pertenece a todos, de lo público, de lo común, una política edificada sobre otros valores y otras prácticas. El PT fue el partido que a muchos de mi generación nos enseñó que esto era posible. No creo que lo hayamos logrado. O quizá, apenas empezamos.

Lo que resulta llamativo es que todavía haya algunos que se sorprendan o se indignen porque Temer haya traicionado a Dilma, una vez que el conjunto de la oposición, con la indiferencia del Supremo Tribunal Nacional, haya encontrado la llave de cofre de la felicidad y, simplemente, inventado un delito para dar inicio al proceso de impeachment que licenciará a Dilma de la presidencia en las próximas horas. Temer no se transformó en un “traidor” ante la eximia oportunidad de llegar a la presidencia sin haber sido elegido a tal fin. No. Aquí, la ocasión no hace al ladrón. El PT necesitaba a Temer y al PMDB para ganar las elecciones nacionales de 2014. Y el PMDB y Temer necesitaron un año y cuatro meses del gobierno de Dilma Rousseff para arrebatarle el cargo. Que haya sido a partir de una mentira, de un artificio seudo jurídico, de una patraña o de un gran fiasco, eso a pocos le importa. Es la magia de la mayoría. Si 367 diputados dicen que hubo delito y 137 dicen que no lo hubo, lo que hubo fue un delito. Quizás lo único bueno de ese domingo fatídico en el que los diputados brasileños dieron inicio a la destitución de Dilma, fue conocerle la cara a esos diputados, muchos de los cuales siquiera tuvieron votos, pero están ahí por la lógica del arrastre de candidatos estrellas. Si le doy mi voto, por ejemplo, al Payaso Tiririca, también le daré mi voto a un secreto e ignoto conjunto de candidatos bastante más patéticos que el propio Tiririca, los que se elegirán con 20 o 30 votos. Quizás todo le importa un comino al que vota por el Payaso Tiririca. No siempre la democracia parece más seria que una buena sesión de circo.

¿Por qué había que confiar en Michel Temer?

Un proverbio africano dice que la historia no la escriben los leones, sino los cazadores. Temer surgirá de las cenizas de su hasta ahora mediocre, deslucido y banal ejercicio del poder. Una presencia sombría en Brasilia que sólo concitaba el esporádico interés de las revistas de vanidades. Hasta hace algunas pocas semanas, tenía tanta cara de listo como el ex presidente argentino Fernando de la Rua. Hoy, parece Franklin Delano Roosevelt.

El poder y la prensa hacen milagros, hijo mío.

¿Machismo? Una mujer que ejerce sus funciones de mando con firmeza y no se deja avasallar por la adversidad, suele ser motivo de desprecio por parte de empresarios, políticos y periodistas misóginos que no perderán la oportunidad de realizar bromas, hacer circular rumores o inventar historias sobre su sexualidad. Así fue tratada Dilma desde que asumió su primer ministerio en el gobierno de Lula, más de diez años atrás. Sin embargo, ahora todo cambió. Temer está casado con una mujer rubia, 43 años más joven que él, “muy femenina”, según la describen, y sin otra ambición personal que cuidar del hogar. Él, un hombre vigoroso, potente, promediando los 80 años, pero vital en su capacidad reproductiva. Ella, tan de su casa, prolífera, atenta, disciplinada, sabiendo ocupar su lugar. Una pareja perfecta. La pareja que Brasil necesita para salir de la crisis.

Hasta hace pocas semanas, Michel Temer parecía menos seductor que el Increíble Hulk. Hoy, parece George Clooney.

El poder, la misoginia y el Photoshop hacen milagros.

Michel Temer no es Frank Underwood, aunque en Brasilia se vive la teatralización amazónica de House of Cards, con Chespirito y Cantinflas.

Pero bueno, perdón hijo, creo que me desvié de lo que, en definitiva, te quería decir. Lo que pretendo explicarte es que no hubo improvisación, ni espontaneidad, ni suerte inesperada. Hubo un plan: acabar con el gobierno de Dilma y con el PT. Un plan que seguirá su curso una vez que la presidenta haya finalmente sido destituida. Un plan que no concluirá hasta que puedan, definitivamente, impedir que Lula llegue a la presidencia de la república por el voto popular en el 2018. En esta línea seguirán las cuestionadas investigaciones del juez Sérgio Moro, del Fiscal General, Rodrigo Janot, y de todo aquel funcionario, político, delincuente o delator que pretenda aspirar al Golden Globe de la justicia brasileña: mostrar que Lula es corrupto.

Sí, ya sé: la corrupción. Llegué hasta aquí sin mencionar hasta ahora la palabra “corrupción”. Y no es porque haya querido esquivar el asunto que hoy, para muchos, dentro y fuera de Brasil, explica por qué Dilma está siendo destituida.

El sistema político brasileño está infectado de corrupción. No es la corrupción una anomalía. Es uno de sus elementos constitutivos. Es lo que mueve buena parte de los intereses, de las relaciones, de las influencias y de las preferencias de un número significativo de representantes del pueblo, de funcionarios públicos, de jueces y fiscales, de miembros de las fuerzas de seguridad pública y, especialmente, del mundo de las grandes corporaciones. Claro que hay políticos, diputados, funcionarios, jueces, fiscales, policías, militares y empresarios honestos. Pero la corrupción es uno de los combustibles que acciona el sistema. Y quizás el principal error que hayamos cometido en la izquierda brasileña y latinoamericana, durante estos últimos años, ha sido no ponernos al frente, a la vanguardia como nos gusta decir a nosotros, del combate a la corrupción. De hacerlo cortando de raíz cualquier responsable de corrupción entre sus filas, duela donde duela, sin dejar nunca de emitir señales claras acerca de qué lado estábamos. Nuestro apoyo a una reforma política que ponga en evidencia que el actual sistema político-partidario promueve la promiscuidad entre el mundo privado, el de los negocios y el de los intereses públicos, debería haber sido mucho más explícito y determinado.

Tendríamos que haberlo hecho sin miedo y, especialmente, sin culpas. No para convencer a los corruptos que existen dentro o fuera de la política, a los que operan dentro o fuera de la justicia, a los que actúan dentro o fuera de las corporaciones. Había que hacerlo por nuestro compromiso con los sectores populares, con las clases medias, con la gente que, en este país y en todo nuestro continente, trabaja honestamente y construye su dignidad cotidiana sin cometer ningún delito. La inmensa mayoría de las personas que conforman nuestras naciones son ciudadanos y ciudadanas honorables y buenas. Los dirigentes de izquierda, cuando se dejan de parecer a ellas, comienzan a parecerse a los empresarios, a los políticos, a los jueces y a los policías cuyo comportamiento corrupto aspiramos a combatir.

El PT ha sido el partido brasileño que, desde el inicio del primer gobierno Lula y durante los dos mandatos de Dilma Rousseff, más ha combatido la corrupción. Se trata de un hecho objetivo, concreto e irrefutable. Nunca se han investigado tantos casos de corrupción; nunca la justicia y la policía federal han tenido tanta autonomía; nunca tanto dinero robado ha sido recuperado para los cofres públicos. No creo que esto deba ser considerado un mérito, a no ser que lo comparemos con el débil desempeño en la lucha contra la corrupción por parte de los gobiernos anteriores.

El problema es que, en América Latina, cuando a la corrupción no se la combate, se vuelve imperceptible. Y, por el contrario, cuanto más se la combate, más parece presente y más parece invadirlo todo.

Es lamentable que el gobierno haya pensado que sin un relato de lo que estaba pasando, la gente entendería por ósmosis (o porque se habían hecho buenas políticas sociales) que el PT era el principal partido involucrado en el combate  a la corrupción. Y como el relato no lo hizo el gobierno, lo hizo la oposición. Se dijo y buena parte de la sociedad así lo creyó: la corrupción viene del PT y erradicarla supone sacarse de encima su gobierno.

¿Podremos demostrar ahora que esto es falso?

Seguramente, será difícil, pero habrá que intentarlo. No es éste, hijo mío, el único gran desafío que tendremos por delante. Deberemos enfrentar un gobierno neoliberal cuya composición y estructura constituirá un enorme retroceso en la historia democrática de Brasil. Gobernarán ahora los que perdieron las elecciones nacionales hace menos de dos años atrás. Los mercados, la prensa dominante y las oligarquías los apoyan firmemente. Un amplio sector de la sociedad, cansada de la crisis, quizás también. No habrá que ser muy imaginativos para sospechar el escenario que se aproxima: pérdida de derechos, retroceso en las reformas democráticas, reducción de los espacios de participación, privatización de la esfera pública, criminalización de la protesta social y exacerbación de la intolerancia. Es la historia que se repite, esta vez, en su condición de farsa. En los noventa, el neoliberalismo llegó al poder de la mano del apoyo popular. Hoy, regresará apoyado en las muletas del golpe. No creo que la falta de dignidad, ni la decadencia ética sean sentimientos que le quiten el sueño a gran parte de los funcionarios del nuevo gobierno.

Entre tanto, la gravedad del momento que estamos viviendo no puede dejarnos espacio a la congoja, a la angustia o al desconcierto. Lloraremos nuestras lágrimas en silencio, y deberemos reponernos lo más rápido posible para luchar las luchas que debemos aún luchar. Hoy es un día de infamia para la democracia en Brasil y en América Latina. Pero de nosotros dependerá, en buena medida, que mañana deje de serlo. Habrá que juntar los restos de la batalla perdida y seguir adelante con dignidad y esperanza, con convicción y valentía. Las banderas de la lucha por la justicia social y la libertad humana, la lucha por la igualdad y el bien común, siguen exigiendo que las alcemos con orgullo y de forma decidida. Dicen los zapatistas, hijito querido, que las banderas existen cuando existen las manos que las hacen flamear, cuando existen las manos que las cargan para hacerlas brillar. Nuestras banderas necesitan muchas manos dispuestas a izarlas nuevamente y a luchar por ellas. Convencer a cada vez más y más personas, a los jóvenes y a los no tan jóvenes, de que esta es una lucha justa y necesaria, será uno de las grandes batallas que deberemos librar. La lucha por un mundo mejor empieza aquí y empieza ahora, construyendo un Brasil mejor.

Yo me formé políticamente en la lucha contra la dictadura y luego en las dinámicas de movilización que acompañaron el proceso de transición democrática en la Argentina de los años 80. Aquí en Brasil, muchos jóvenes como vos, se formaron políticamente en la lucha por las “diretas já”, exigiendo su derecho inalienable de elegir sin mediaciones al presidente que debería gobernar los destinos de la nación.

Vos naciste a la militancia en la lucha contra la destitución injusta de una presidenta honesta y valiente, democráticamente elegida por el voto popular.

Yo aprendí a militar exigiendo que la democracia que nos habían robado, regresara y fuera el marco desde el cual disputar el modelo de sociedad que queríamos para ese nuevo país que estaba naciendo. Vos estás aprendiendo a militar exigiendo que no nos roben la democracia que tanto sufrimiento, muertes y dolor nos costó conquistar.

Alguna vez, Eduardo Galeano dijo que la única cosa que se construye de arriba hacia abajo son los pozos. El resto, y especialmente, el resto de las cosas por las que vale seguir viviendo, se construyen de abajo hacia arriba. Nuestro futuro es una de ellas.

Estos días recordaba aquella noche de octubre del 2002, cuando Lula se consagró presidente de la república ante el sucesor de Fernando Henrique Cardoso, José Serra. Salimos a caminar junto a un mar de gente, vos, tu mamá y yo por la playa de Copacabana. El cielo estaba nublado de estrellas. Las banderas rojas y las lágrimas de emoción dibujaban serpentinas de esperanza en los rostros y en los cuerpos de miles y miles de brasileños y brasileñas que estaban dispuestos, ahora sí, a inventar una nueva nación. Yo te llevaba sobre mis hombros y no dejaba de repetir que, después de tu nacimiento, ése era, sin lugar a dudas, el día más feliz de mi vida.
Todavía los senadores están votando y ya anocheció. Dilma comenzará a dejar la presidencia en unas pocas horas. La sesión no acabó, pero yo tengo unas ganas inmensas de volver a recorrer con mis lágrimas y con mi bandera roja aquella arena blanca y aquel cielo milagroso que nos acarició cuando a ti todo eso te parecía quizás simplemente mágico. Vení, vayamos juntos otra vez. No prometo ahora cargarte sobre mis hombros. Pero si te prometo, hijo querido, estar a tu lado, aprendiendo de nuevo a luchar, aprendiendo de nuevo a soñar.

(Escrito entre la madrugada y la noche del 11 de mayo de 2016, un día infame)

Pablo Gentili. Nació en Buenos Aires y desde hace más de 20 años ejerce la docencia y la investigación social en Río de Janeiro. Ha escrito diversos libros sobre reformas educativas en América Latina y ha sido uno de los fundadores del Foro Mundial de Educación, iniciativa del Foro Social Mundial. Es Secretario Ejecutivo del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) y profesor de la Universidad del Estado de Río de Janeiro (UERJ). Coordina el Núcleo de Política Educativa de la Universidad Metropolitana de la Educación y el Trabajo (UMET) y el Observatorio Latinoamericano de Políticas Educativas (UMET/FLACSO/UERJ).


domingo, 14 de agosto de 2016

La memoria y el olvido… El Terrorismo de Estado... @dealgunamanera...

El Terrorismo de Estado...


© Escrito por Elías Padilla Ballesteros y publicado en www.desaparecidos.org

   
El Terrorismo de Estado
    
1.   Algunas definiciones del concepto de Terrorismo de Estado

Existen pocas definiciones de este concepto, sin embargo, en los últimos años, a partir de las sistemáticas violaciones de derechos humanos ocurridas en diversos países del mundo y en especial en América Latina bajo dictaduras militares, dicho concepto ha comenzado a definirse en el campo de los derechos humanos.

También es cierto que el terror utilizado por parte del Estado no es algo nuevo en la historia de la humanidad, ya que éste ha sido aplicado desde los orígenes por dicha institución. Al terminar la Segunda Guerra Mundial, surge la idea de que los horrores y el holocausto cometidos por la máquina del Estado nazi, nunca más volverían a repetirse.

Toda la humanidad parecía haber comprendido las lecciones de la última gran guerra, más aún cuando un gran número de naciones de todos los continentes, había firmado la Declaración Universal de los Derechos Humanos de la Organización de Naciones Unidas en el año1948. Entonces, resulta sorprendente que el Estado, que por principio debe velar por la seguridad de las personas de la nación, nuevamente se convierta en una máquina de terror. Eso es lo que ha pasado en algunos países de América Latina, a partir de la instauración de dictaduras militares, que bajo la ideología de la Doctrina de la Seguridad Nacional, fueron aplicando, en la práctica, diversas formas de terror.

Así, la desaparición forzada de personas corresponde a la expresión más perfecta y siniestra del terrorismo de Estado, constituyendo a la vez la violación de derechos humanos más flagrante y global que se conozca.

Aunque los estudios sobre el tema en la actualidad han suscitado bastante interés por parte de investigadores de diversos campos, dichos trabajos se han circunscrito fundamentalmente a las acciones de grupos o individuos. En efecto, el terrorismo ha sido considerado como un fenómeno clásico, utilizado muchas veces en la historia y considerado como la forma más violenta de guerra sicológica, pero se le ha examinado más a nivel de acciones individuales o de grupos que a nivel de acciones de Estado.

Recientemente, desde el campo de los derechos humanos, ha surgido interés en el estudio del fenómeno del terrorismo de Estado principalmente por las consecuencias nefastas, en vidas humanas, que éste ha ocasionado en diversas naciones, en especial en países del Tercer Mundo. Entre los investigadores figuran personalidades como Noam Chomsky, lingüista norteamericano, quién ha señalado que generalmente "se considera al problema del terrorismo internacional como uno de los más serios en la actualidad, razón por la cual debe ser abordado de manera urgente por los Estados civilizados". (39)

Noam Chomsky plantea que no existe desacuerdo en cuanto a la definición de "terrorismo". El término se refiere a la amenaza o al uso de la violencia:

  • por lo general con fines políticos,
  • en contra de civiles no-combatientes.

Para una definición más precisa podemos aceptar el Código Penal de Estados Unidos, que define el "acto de terrorismo" como una actividad que:

"a. Abarca un acto violento o un acto peligroso para la vida humana que constituye una violación de las leyes criminales de Estados Unidos o cualquier Estado, o que hubiera sido una violación criminal si hubiese sido cometida dentro de la jurisdicción de Estados Unidos o cualquier Estado;

b. parece tener el propósito de:

1.   intimidar o ejercer coerción sobre la población civil;
2.   influir la política de un gobierno por medio de la intimidación o la coerción; o
3.   afectar la conducta de un gobierno por medio del asesinato o el secuestro." (40)

Según Noam Chomsky existen diferentes variedades de terrorismo:

  • El terrorismo internacional, cuando el acto o las actividades de apoyo implican cruzar fronteras nacionales.
  • El terrorismo a gran escala (wholesale terrorism), dirigido contra grupos grandes.
  • El terrorismo a pequeña escala (retail terrorism), enfocado hacia los individuos.
  • Terrorismo de Estado.
  • Terrorismo individual.
Los dos últimos, el terrorismo de Estado y terrorismo individual dependen de la fuente de planeación y operación; o puede ser una combinación de ambos, cuando el terrorismo individual opera bajo las órdenes del Estado o bajo su dirección y apoyo. El autor considera que en torno al tema del terrorismo, la preocupación principal la constituyen los casos más serios: "el terrorismo a gran escala, dirigido generalmente por Estados o sus agentes, dentro de sus propias fronteras o fuera de ellas". (41)

William Schulz, investigador en sociología, señala que "si bien el terrorismo de Estado es tan viejo como la sociedad de clases misma, y pese a que constituye uno de los principales modos de operación de muchos Estados nacionales contemporáneos, no ha sido bien analizado. Muchos de los aspectos y legalidades de este siniestro fenómeno están por investigarse o requieren de un estudio más profundo". (42)

Este autor señala que una investigación histórica sobre las diferentes formas del terror de Estado sería de gran interés.

"Las razones por las cuales una élite en el poder decide dar preferencia a determinadas formas de terror sobre otras (por ejemplo, la crucifixión en lugar de la lapidación, la ejecución pública en vez de la no pública, la "desaparición" de personas con mayor frecuencia que el "tradicional asesinato político", el uso de clínicas psiquiátricas en sustitución de las cárceles) conduce a otro aspecto importante del tema, a saber: la psicología política del terrorismo de Estado." (43)

William Schulz plantea que el estudio del terrorismo de Estado merece una investigación más profunda del carácter represivo de un sistema social de clases. Señala que el carácter represivo se ejerce fundamentalmente en tres niveles estructurales, a saber:

El primer nivel pasa por la estructura socioeconómica, mediante las relaciones sociales y económicas imperantes. A dicha forma de violencia estructural o sistémica, se le llama opresión. Algunos ejemplos de esta violencia estructural, según William Schulz, son: la muerte diaria de decenas de miles de niños por desnutrición en los países capitalistas del Tercer Mundo, el analfabetismo, el desempleo, la falta de seguridad social, de vivienda, la violencia machista contra las mujeres, la discriminación racista de minorías étnicas y sociales.

El segundo nivel de ejercicio de la represión sistémica en una sociedad es la represión "ordinaria" del Estado, es decir, la actividad represiva que se requiere para cumplir con determinadas funciones públicas, tanto de carácter clasista como de interés general, y que se ejecuta conforme al derecho nacional e internacional.

El tercer nivel de represión estructural es la violencia que perpetra el Estado en violación de las normas del derecho nacional e internacional. (44)

Este autor plantea que la represión ordinaria y el terrorismo de Estado constituyen un medio económico directo o no de apropiación de riqueza por parte de una minoría dominante. Así, el terrorismo de Estado y la represión ordinaria pueden utilizarse dentro de dos contextos diferentes:

a.Para la defensa de un sistema establecido de producción y apropiación, esto incluye proyectos de reestructuración o modernización de la economía, la instalación de regímenes fascistas, las dictaduras militares, la "desestabilización" de otros países o el uso de la "contrainsurgencia".

b.Para la expansión de determinadas relaciones de producción, o su creación en áreas donde no existían, como sucedió durante el colonialismo o en el proceso de la "acumulación originaria del capital". (45)

De tal manera, según William Schulz, la intensidad con que se utilizan las dos formas de represión sistémica depende de la naturaleza y dimensión de la amenaza a la cual se ve expuesto el sistema clasista establecido.

Obviamente una élite en el poder recurre a métodos terroristas cuando su sistema de represión ordinario y, por supuesto, sus controles hegemónicos, son ineficaces para neutralizar la amenaza. (46) No obstante, es importante subrayar, según William Schulz que:

"...la élite en el poder reacciona ante una amenaza conforme a la percepción que tenga de ella. Esto explica por qué el terrorismo de Estado es usado a veces de manera "excesiva", es decir, por encima de las necesidades o intereses objetivos de las clases dominantes que los emplean; y, así mismo, por qué se aterroriza a grupos sociales, políticos o religiosos que objetivamente no constituyen ninguna amenaza real para el sistema." (47)

Según William Schulz, el terrorismo de Estado puede operar de dos maneras:

  • directamente, por medio de agencias del Estado mismo;
  • indirectamente, mediante la utilización de entidades sustitutas (proxy entities) tales como otros Estados o grupos o individuos. (48)
Otro punto de vista y complementario al anterior se encuentra en Miguel Bonasso que define el "terrorismo de Estado" para distinguirlo del "terrorismo" a secas que involucra a grupos o individuos que carecen precisamente del poder represivo del Estado y utilizan la violencia indiscriminada para expresar su oposición a ese poder y tratar de desestabilizarlo." (49)

Miguel Bonasso indica, desarrollando la definición de terrorismo de Estado:

"se usa esta denominación para demarcar un modelo estatal contemporáneo que se ve obligado a transgredir los marcos ideológicos y políticos de la represión "legal" (la consentida por el marco jurídico tradicional) y debe apelar a "métodos no convencionales", a la vez extensivos e intensivos, para aniquilar a la oposición política y la protesta social, sea ésta armada o desarmada." (50)

Según Miguel Bonasso se deducen dos definiciones:

"El terrorismo de Estado es siempre de origen conservador y, por lo tanto antagónico a los intereses históricos de los sectores populares. Aunque alguna vez haya sido perpetrado bajo consignas revolucionarias, como pudo ser en el caso del régimen de Pol Pot en Camboya.

"El terrorismo de Estado es siempre vergonzante, porque siempre está atrapado en la misma contradicción: debe difundir sus practicas más crueles y aberrantes para generalizar el terror y asegurar la dominación pero debe, al mismo tiempo, negar su autoría para no transgredir las normas jurídicas internas e internacionales que aseguran -en teoría- el respeto a los derechos humanos." (51)

Cabe puntualizar de que no es tan cierta la idea de que el terrorismo de Estado es siempre utilizado por regímenes conservadores. El período estalinista en la ex-URSS y en otros países de Europa del Este, demuestra que allí también se utilizó la maquinaria del Estado terrorista no sólo en contra de opositores, sino que también contra disidentes que participaron del proceso revolucionario.

Más adelante, Miguel Bonasso señala también que "aún cuando es aplicado mayoritariamente por dictaduras militares, establecidas precisamente para desplegar el sistema terrorista con mayor eficacia y sin ningún tipo de controles periodísticos o parlamentarios, el "terrorismo de Estado" se presenta como el último bastión del "sistema democrático" y del "mundo libre". (52)

Los regímenes militares que lo aplican –particularmente en América Latina– tienden a mostrarlo como transitorio, como etapa cruel pero necesaria, que antecede al retorno de la "Constitución y la Democracia." (53)

Ernesto Garzón, jurista español, analiza el "concepto de terrorismo de Estado" desde el punto de vista de su legitimidad fáctica y de su ilegitimidad ética. Define el concepto de terrorismo de Estado como el ejercicio del poder estatal caracterizado por:

–La afirmación de la existencia de una "guerra vertical" con un enemigo infiltrado en todos los niveles de la sociedad, que suele actuar como agente de una confabulación internacional, cuya finalidad es la eliminación de valores aceptados como absolutos por quienes detentan el poder.
–La delimitación imprecisa de los hechos punibles y eliminación del proceso judicial para la determinación de la comisión de un delito.
–La imposición clandestina de medidas de sanción estatal prohibidas por el orden jurídico oficialmente proclamado (torturas y homicidios, entre otros).
–La aplicación difusa de medidas violentas de privación de la libertad, la propiedad o la vida, prescindiendo en muchos casos, de la identidad del o de los destinatarios de las mismas y de los actos u omisiones de los que pueden ser responsables; la aplicación de la violencia a víctimas inocentes contribuye precisamente a reforzar la "eficacia" del terror.

La conjunción de estas características permite formular la siguiente definición de terrorismo de Estado:

"El terrorismo de Estado es un sistema político cuya regla de reconocimiento permite y/o impone la aplicación clandestina, impredecible y difusa, también a personas manifiestamente inocentes, de medidas coactivas prohibidas por el ordenamiento jurídico proclamado, obstaculiza o anula la actividad judicial y convierte al gobierno en agente activo de la lucha por el poder." (54)

Según Ernesto Garzón, la definición de terrorismo de Estado puede ser completada y explicitada haciendo referencia a sus elementos funcionales más importantes desde el punto de vista institucional. El terrorismo de Estado requiere:

a. Una cierta organización ideológica cuya base es un dogma, una idea que vale como pauta absoluta, incuestionable, y que sirve de excusa o justificación para la destrucción de todo aquello que se oponga a ella. Tal fue el papel de la llamada "Doctrina de Seguridad Nacional".

b. Un equipo eficaz de propaganda que justifique y argumente las medidas aplicadas y contrarreste y estigmatice posiciones contrarias.
c. Disciplina interna de las organizaciones ideológicas: eliminación de la capacidad de autocrítica de los miembros de la organización encargada de aplicar las medidas coactivas a través de algunos mecanismos de "disciplina interna". (55)

Según Ernesto Garzón entre los argumentos que son utilizados para excusar o justificar la aplicación de aquellas medidas que justamente son definitorias de terrorismo de Estado, se cuentan las siguientes:

a. El argumento de la eficacia. La imposición del "terror estatal" es la forma más eficaz para combatir el terrorismo urbano y/o rural.
b. El argumento de la imposibilidad de identificación del "terrorista". Ello exige la aplicación difusa de medidas de coacción.
c. El argumento de la simetría de medios de lucha. La respuesta cabal al "terrorismo indiscriminado" es el reforzamiento del monopolio de la violencia estatal a través de medios equivalentes a los que utiliza el "terrorista urbano y/o rural".
d. El argumento de la distinción entre ética pública y ética privada. En el campo de la política, desde el punto de vista ético, a diferencia de lo que sucede en el ámbito de las acciones privadas, lo decisivo para juzgar el comportamiento de quienes detentan el poder es el resultado alcanzado. Si el resultado logrado por la vía del terrorismo de Estado es la paz, se obtiene así el fundamento necesario para una verdadera "sociedad democrática".
e. El argumento de la inevitabilidad de consecuencias secundarias negativas. El fin que persigue o la imposición de medidas difusas y clandestinas de represión es la paz y la seguridad. Que como efecto secundario ello implique la destrucción de vidas humanas es algo perfectamente justificable si se recuerda la "teoría del doble efecto", sustentada por los escolásticos.
f. El argumento de las "elecciones trágicas". "El terrorismo urbano y/o rural" coloca al Estado frente a una situación que podría ser calificada como de "elección trágica": si no se da respuesta al terrorismo de una manera eficaz, se pone en peligro la existencia misma del Estado; por otra parte, una respuesta eficaz exige la aplicación de medidas al margen de la legalidad.
g. El argumento de la primacía de los valores absolutos. Existen valores político-sociales que tiene una validez absoluta e incondicional. Su realización es condición necesaria para la felicidad y el bienestar de la sociedad. Quienes se oponen a ellos... se convierten en enemigos irreconciliables del orden social, y, por tanto, su eliminación está justificada. (56)

Finalmente E. Garzón indica que:

"El terrorismo de Estado no puede ser nunca una forma permanente de gobierno. Así lo reconocen también quienes lo propician o practican cuando subrayan el carácter transitorio de este tipo de sistema como etapa preparatoria para una "democracia verdadera". Desde el punto de vista ético, postular el "aullido gubernamental" como vía para el afianzamiento de la democracia es tan inaceptable como propiciar la muerte intencional de inocentes para amedrentar a los culpables reales o probables." (57)  

2. El terrorismo de Estado en América Latina

Una de las características comunes de la historia contemporánea en América Latina es el hecho de que existen profundas desigualdades e injusticias sociales en grandes sectores de la población. Esta situación ha provocado grandes tensiones y conflictos sociales permanentes. Probablemente, esta constatación, junto al impacto político de la revolución cubana en la región y el contexto internacional de "guerra fría" fueron algunos componentes que configuraron una nueva visión del papel del Estado y de las Fuerzas Armadas en el continente.

El miedo atroz a los cambios sociales, a los movimientos populares, a la "amenaza comunista" fueron creando un clima de inseguridad (en muchos casos artificial y ficticio) en las clases dominantes de América Latina que las condujo a otorgar mayores cuotas de poder a instituciones militares y policiales que aseguraban el mantenimiento del "orden vigente" y el "status quo".

Situaciones de inestabilidad política e institucional, reflejando a veces una crisis del sistema democrático, no son excepcionales en el continente. Se conoce, por ejemplo, la intervención en política de los militares mediante golpes de Estado y cuartelazos desde el inicio del período repúblicano.

La "cultura de la pobreza", la dependencia económica y política de las grandes metrópolis imperialistas, la no resolución de los problemas sociales de los sectores más débiles y marginados de la población, la imposibilidad de cambios sociales, van creando las condiciones del enfrentamiento social y político.

Otra particularidad aparece a finales de la década de los 60 con el desarrollo de poderosos movimientos sociales de carácter popular y reivindicativo que en muchos casos cuestionaban el poder establecido y se presentaban como proyectos políticos alternativos. El caso del gobierno de la Unidad Popular en Chile, del Presidente Allende, es un claro ejemplo.

De tal manera, la irrupción del conflicto social y político en diversos ámbitos de la sociedad lleva a situaciones de polarización de fuerzas. La respuesta de los sectores dominantes no será el diálogo ni la búsqueda de salidas de consenso. La solución será la represión política.

Esta represión tendrá características totalmente diferentes. No será la represión tradicional, salvaje de antaño. La represión debe ser distinta. Primero, porque ya no causa mucho efecto la forma tradicional, y segundo, porque el movimiento popular también responde, en algunos casos, con formas de violencia.

Se requiere un nuevo tipo de represión, nuevos métodos y técnicas, más eficaces y sistemáticos. En definitiva, una nueva concepción de la represión para hacer frente a los conflictos sociales. Así se recurre a la estrategia de la contrainsurgencia y la Doctrina de la Seguridad Nacional como un auxiliar ideológico que justifica teoricamente la necesidad de la "seguridad" y la preparación para la guerra en contra del "enemigo interno".

Para cumplir con estos objetivos, se agregan otros elementos, tales como:

– Estructurar las Fuerzas Armadas de acuerdo con los nuevos principios. En la preparación militar para un eventual conflicto, se dará mayor énfasis a la lucha contra un "enemigo interno" que contra un enemigo externo.
– Las situaciones de conflicto o guerra no serán asumidas exclusivamente en el plano militar. Hay que combatir en todos los frentes y con todas las formas de lucha, ya que la "guerra es total". Aquí, la guerra psicológica y la utilización del terror desempeñan un papel fundamental.

Por consiguiente, con la ineficacia de los tradicionales métodos de represión, con esta nueva visión de neutralizar y reprimir los conflictos sociales, con un nuevo papel para el Estado y las Fuerzas Armadas, con la incorporación de la ideología de la Seguridad Nacional, con la preparación militar para oficiales latinoamericanos en escuelas internacionales de contrainsurgencia, va surgiendo algo nuevo.

De este modo, se han configurado todos los elementos y condiciones para comprender la razón y la lógica, por la cual algunos gobiernos, civiles o militares, han aplicado determinadas formas de terrorismo de Estado, constituyendo la desaparición forzada de personas, la expresión más perfecta y acabada.

Delimitando el concepto de terrorismo de Estado aplicado a las experiencias de gobiernos que utilizaron estos métodos de represión política en América Latina y que tomaron como base la ideología de la Doctrina de Seguridad Nacional, en una investigación sobre el tema, Alvaro Del Barrio Reyna y José León Reyes señalan:

"El terrorismo de Estado constituye el aspecto más notorio de la Doctrina de la Seguridad Nacional, traducido en un total desconocimiento del derecho a la vida y de la libertad personal, en torturas y desaparecimientos cometidos con el alegado motivo de la lucha contra la subversión. La honda ilegitimidad que suponen las distintas características de la ideología de la Seguridad Nacional, conducen a sus adeptos y ejecutores prevalidos del poder total, a una situación de hipocresía y clandestinidad. Adoptan el sigilo, la nocturnidad, el ataque por sorpresa, las prácticas delictivas; la infracción del propio orden jurídico que en las horas de luz dicen defender y que, en todo caso no se atreven a suprimir.

El terrorista estatal es aún más execrable que el terrorista extraestatal, al precaverse del aparato del Estado para delinquir, ocultarse, protegerse o hacerse impune. El tríptico que caracteriza la ideología del terrorismo de Estado es: secreto, clandestinidad e impunidad." (58)  

3. El terrorismo de Estado en Chile

La utilización de la máquina del Estado para generar represión y terror en Chile comenzó con el advenimiento del régimen militar. Las graves violaciones de los derechos humanos condenadas por Naciones Unidas, la Organización de Estados Americanos, Amnistía Internacional y en diversos foros internacionales, demostraron la gravedad de la situación. El campo de violación de los derechos humanos abarcó en Chile. (59) los siguientes elementos:

a.   Violaciones del derecho a la vida
1.   Muertes. Diversos tipos de muerte: ejecuciones, con desaparecimiento; por torturas; en supuestos enfrentamientos, homicidios premeditados, por abusos de poder, etc.
2.   Detenidos-desaparecidos

b. Violaciones del derecho a la integridad personal
1.   Torturas. Diversos tipos de tortura: físicas o psíquicas, con aplicación de descargas eléctricas, de tipo sexual, por golpes, aplicación de drogas, quemaduras, inmersiones
2.   Tratos y penas crueles, inhumanas y degradantes
3.   Homicidios frustrados
4.   Heridos y lesionados

c. Violaciones del derecho a la libertad personal
1.   Detenciones arbitrarias. Detenciones individualizadas y selectivas, en manifestaciones, en allanamientos masivos, secuestros
2.   Presos políticos
3.   Relegación (confinamiento en lugares remotos e inhóspitos)

d. Violaciones del derecho a la seguridad personal
1.   Amedrentamiento
2.   Allanamiento

e. Violaciones del derecho a vivir en la patria
1.   Exilio
2.   Refugiados

Considerando que el terrorismo de Estado fue una política de represión utilizada por el régimen militar que provocó la violación de derechos humanos más grave, sistemática y masiva en la historia reciente de Chile, ésta se puede caracterizar por todos aquellos hechos de violencia política que causaron conmoción y alarma pública y que provocaron situaciones de terror hacia la comunidad.

Entre los hechos o prácticas típicas de terrorismo de Estado realizadas entre 1973 y 1990, cabe mencionar las siguientes (60):

– El bombardeo del Palacio Presidencial de La Moneda el 11 de septiembre de 1973, en el cual se encontraba el Presidente constitucional, Ministros y colaboradores.
– La ejecución de un grupo de arrestados en Curacaví el 17 de septiembre de 1973 por Carabineros de dicho lugar. Del total de 7 personas, cinco son ejecutadas y dos logran sobrevivir. Entre estos últimos, uno de ellos, José Guillermo Barrera, después de haberse asegurado en el Ministerio de Defensa que no era buscado, regresará a Curacaví en marzo de 1974, siendo nuevamente detenido y desaparecido.
– La ejecución de 13 personas en Osorno el 18 de septiembre de 1973 por carabineros y colaboradores civiles de dicha localidad.
– La ejecución de 19 personas de Laja y San Rosendo el 18 de septiembre de 1973 por Carabineros de la Tenencia de Laja. Los detenidos fueron ejecutados en el camino de Los Angeles, entre Yumbel y Laja, y sus cuerpos fueron enterrados clandestinamente.
– La ejecución de 18 campesinos de Paine el 24 de septiembre de 1973 por efectivos del Regimiento de Infantería de San Bernardo.
– La ejecución de cerca de 22 personas en Valdivia en octubre de 1973 por miembros del Ejército.
– La ejecución de 6 detenidos por "ley de fuga" en Pisagua el 30 de septiembre de 1973.
– La ejecución de 4 estudiantes universitarios en Cauquenes el 3 de octubre de 1973 por efectivos militares de esa ciudad.
– La ejecución de 13 campesinos en Mulchén en octubre de 1973 por una patrulla de Carabineros, militares y civiles.
– La ejecución de cerca de 9 dirigentes ferroviarios de la Maestranza de San Bernardo el 10 de octubre de 1973 por militares de la Escuela de Infantería de San Bernardo.
– La ejecución de 10 personas en un Consejo de Guerra en el campamento de detenidos de Pisagua en octubre de 1973 por efectivos militares.
– La ejecución de 23 personas en Paine de los asentamientos campesinos "24 de abril", "Nuevo Sendero" y "El Tránsito" en octubre de 1973 por miembros del Ejército.
– La ejecución de 72 presos políticos entre el 15 y 19 de octubre de 1973 en las ciudades de La Serena, Copiapó, Antofagasta, y Calama, por la llamada "caravana de la muerte", una delegación militar a cargo del general Sergio Arellano Stark.
– La ejecución de 7 detenidos en un "supuesto enfrentamiento" en Cautín, Temuco, el 10 de noviembre de 1973 por miembros del Regimiento Tucapel.
– Instalación del centro clandestino de detención y tortura de la calle Londres 38 en pleno centro de Santiago en marzo de 1974. Posteriormente será reemplazado por otros recintos similares, tales como la casa en "José Domingo Cañas", "La Discoteca" o "Venda sexy", "Villa Grimaldi", todas a cargo de la DINA. Por aquí pasarán gran parte de los detenidos que posteriormente serán desaparecidos.
– Muerte del general de la Fuerza Aérea Alberto Bachelet, víctima de las torturas a que fue sometido, el 14 de marzo de 1974. Según la versión oficial, su muerte se produjo por "un ataque al corazón". El general Bachelet participó en un cargo público durante el gobierno de la Unidad Popular.
– Muerte del ex-Ministro del Interior, José Toha, detenido por los militares. Según versión oficial, éste se suicidó en el Hospital Militar, donde estaba hospitalizado.
– Muerte en atentado explosivo del ex-Comandante en Jefe del Ejército de Chile, general Carlos Prats y su esposa Sofía Cuthbert en Buenos Aires el 29 de septiembre de 1974. Al llegar a su residencia, un poderoso artefacto explosivo colocado bajo el chasis del automóvil y detonado a distancia por control remoto, hace explosión causando la muerte del general y su esposa. Ellos habían buscado refugio en Argentina después del golpe militar. El general Carlos Prats, militar leal a la Constitución, se negó a participar en el gobierno de la Junta Militar, teniendo que abandonar Chile por razones de seguridad personal. En los días previos al atentado el general Prats hacía gestiones para viajar a Europa, viaje que había sido demorado por las autoridades chilenas.

El agente de la DINA, Michel Townley abandonó Buenos Aires el mismo día del atentado.

– Publicación en Argentina y Brasil de una lista de 119 casos de desaparecidos. Se trata de una operación conjunta de la DINA y los servicios de seguridad argentinos que intenta hacer creer a la opinión pública que un grupo de detenidos en Chile por la DINA en 1974 habría muerto a consecuencias de purgas políticas internas y en enfrentamientos con las Fuerzas Armadas de Argentina. Este montaje resulta completamente falso ya que existen innumerables pruebas de testigos y familiares de las víctimas que demuestran que en los 119 casos, todos fueron detenidos y desaparecidos en Chile por la DINA.
– Inicio de las operaciones del "Comando Conjunto", un grupo antisubversivo formado por el Servicio de Inteligencia de la Fuerza Aérea, Carabineros y ex-militantes del grupo de extrema derecha Patria y Libertad. El Comando Conjunto será el responsable de la represión en contra del Partido Comunista (PC).
– Intento de asesinato en contra del ex-Ministro del Interior y ex Vicepresidente de la República, Bernardo Leighton y su esposa Anita Fresno, en Roma el 6 de octubre de 1975. Leighton fue herido de un disparo en la cabeza en un atentado terrorista al llegar a su casa. Después de varias semanas de debatirse entre la vida y la muerte sobrevivirá. Su esposa que también fue atacada, quedó en estado semi-paralítico. Leighton, fundador del Partido Demócrata Cristiano (PDC), junto con 12 militantes de ese partido emitieron una condena categórica al golpe de Estado, dos días después de producido éste en 1973. La Junta Militar le había prohibido regresar a Chile. Responsable de esta acción fue el grupo de extrema derecha italiano Avanguardia Nazzionale, en conexión con la DINA.
– Asesinato, en 1976, de Carmelo Soria, ciudadano español y funcionario internacional de la CEPAL quien fue secuestrado, torturado y estrangulado por agentes de la DINA. Su cuerpo fue arrojado a un canal para simular un accidente.
– Asesinato en un atentado con explosivos de Orlando Letelier, ex-Ministro de Relaciones Exteriores y ex-Ministro de Defensa Nacional del gobierno de la Unidad Popular, en Washington el 21 de septiembre de 1976. En el ataque muere también la ciudadana norteamericana Ronni Moffitt y queda herido su marido Michael Moffitt. El explosivo fue colocado bajo el automovil y accionado por control remoto mientras Letelier conducía su coche en pleno centro de Washington. Letelier había sido privado de su nacionalidad por la Junta Militar 12 días antes de su muerte por "atentar gravemente contra los intereses del Estado". Michael Towley, involucrado en este atentado, agente de la DINA, utilizando un pasaporte falso había abandonado Washington el día anterior.
– Detención en el lapso de tres semanas de 13 dirigentes del PC en Santiago, entre noviembre y diciembre de 1976. La versión oficial de los militares señala que las víctimas habrían abandonado el país por un paso fronterizo en dirección a Argentina. Los abogados de organismos de derechos humanos logran demostrar que registros de salida del país fueron adulterados y que existen pruebas concretas de que fueron capturados en Chile por los servicios de seguridad.
– Asesinato de Tucapel Jiménez, Presidente de la Asociación Nacional de Empleados Fiscales de Santiago el 25 de febrero de 1982. Jiménez promovía la posibilidad de la unidad de los trabajadores en contra del régimen. Fue encontrado muerto en su automóvil con dos balazos en el cráneo y tres puñaladas. Había recibido numerosas amenazas de muerte y era habitualmente seguido por desconocidos de civil.
– Muerte de Loreto Castillo en Santiago, el 16 de mayo de 1984. La víctima fallece en la explosión de una poderosa bomba, junto a una torre de alta tensión. En los días siguientes informaciones de prensa dicen que Loreto Castillo es una "terrorista" que ha cometido diversos atentados. Sin embargo, Héctor Muñoz, esposo de la víctima denuncia haber sido detenido con su mujer el día de la explosión por un grupo de civiles. Después de golpearlos hasta dejarlos inconscientes, los desconocidos los colocaron separadamente junto a torres de alta tensión con explosivos a punto de explotar. La bomba de Muñoz no estalló y salvó su vida.
– Muerte a tiros de siete personas a manos de agentes de la Central Nacional de Informaciones (CNI), en la ciudad de Concepción el 23 de agosto de 1984, en "enfrentamientos" que, según testigos, no existieron.
– En un atentado atribuido a izquierdistas, que destruye la iglesia de Fátima de la ciudad de Puntas Arenas, el 6 de octubre de 1984, se encuentra el cadáver del verdadero autor del atentado, el teniente de Ejército Patricio Contreras Martínez, importante miembro de la CNI local.
– Secuestro y posterior degollamiento de tres profesionales del proscrito Partido Comunista: el dirigente de los profesores Manuel Guerrero, el dibujante Santiago Nattino y el sociólogo de la Vicaría de la Solidaridad, José Manuel Parada, en Santiago, el 28 y 29 de marzo de 1985. El juez civil José Cánovas, después de cuatro meses de investigación, acusa a los servicios de seguridad dependiente de Carabineros (DICOMCAR). El Director de Carabineros y miembro de la Junta de Gobierno, general César Mendoza, es obligado a renunciar a los cargos por los restantes mandos de las Fuerzas Armadas.
– Asesinato en Santiago de los hermanos Rafael y Eduardo Vergara por funcionarios de Carabineros, el 29 de marzo de 1985 al tiempo que agentes de la CNI matan a balazos a la joven Paulina Aguirre de 20 años.
– Durante un paro nacional y una jornada de protesta populares callejeras contra la dictadura, el 2 y 3 de julio de 1986, policias y soldados matan a siete personas en Santiago, entre ellas el fotógrafo Rodrigo Rojas, a quien una patrulla encabezada por un teniente quema vivo. Carmen Gloria Quintana, acompañante de Rojas, sufre quemaduras graves y queda desfigurada.
– Secuestro y ametrallamiento de cuatro opositores al régimen militar en Santiago entre el 8 y 9 de septiembre de 1986. Ellos son Felipe Rivera, Gastón Vidaurrázaga, José Carrasco y Abraham Muskablit quienes son asesinados por civiles armados del denominado comando "11 de septiembre", como represalia y venganza por el atentado fallido que sufriera el general Pinochet el día anterior, reivindicado por el Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR).
– Muerte de 12 personas en la llamada "Operación Albania" entre los días 15 y 16 de junio de 1987, en Santiago, en operativos coordinados por la Central Nacional de Informaciones (CNI).
– Asesinato con doce disparos de Jecar Neghme, dirigente del MIR, cuando caminaba por una calle en el centro de Santiago el 4 de septiembre de 1989. 

Notas:
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