viernes, 21 de marzo de 2008

Pablo Neruda. Premio Nobel 1971...

Discurso pronunciado con ocasión de la entrega del Premio Nobel de Literatura (1971)

Mi discurso será una larga travesía, un viaje mío por regiones, lejanas y antípodas, no por eso menos semejantes al paisaje y a las soledades del norte. Hablo del extremo sur de mi país. Tanto y tanto nos alejamos los chilenos hasta tocar con nuestros límites el Polo Sur, que nos parecemos a la geografía de Suecia, que roza con su cabeza el norte nevado del planeta.

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Por allí, por aquellas extensiones de mi patria adonde me condujeron acontecimientos ya olvidados en sí mismos, hay que atravesar, tuve que atravesar los Andes buscando la frontera de mi país con Argentina. Grandes bosques cubren como un túnel las regiones inaccesibles y como nuestro camino era oculto y vedado, aceptábamos tan sólo los signos más débiles de la orientación. No había huellas, no existían senderos y con mis cuatro compañeros a caballo buscábamos en ondulante cabalgata -eliminando los obstáculos de poderosos árboles, imposibles ríos, roqueríos inmensos, desoladas nieves, adivinando mas bien el derrotero de mi propia libertad. Los que me acompañaban conocían la orientación, la posibilidad entre los grandes follajes, pero para saberse más seguros montados en sus caballos marcaban de un machetazo aquí y allá las cortezas de los grandes árboles dejando huellas que los guiarían en el regreso, cuando me dejaran solo con mi destino. Cada uno avanzaba embargado en aquella soledad sin márgenes, en aquel silencio verde y blanco, los árboles, las grandes enredaderas, el humus depositado por centenares de años, los troncos semi-derribados que de pronto eran una barrera más en nuestra marcha. Todo era a la vez una naturaleza deslumbradora y secreta y a la vez una creciente amenaza de frío, nieve, persecución. Todo se mezclaba: la soledad, el peligro, el silencio y la urgencia de mi misión. A veces seguíamos una huella delgadísima, dejada quizás por contrabandistas o delincuentes comunes fugitivos, e ignorábamos si muchos de ellos habían perecido, sorprendidos de repente por las glaciales manos del invierno, por las tormentas tremendas de nieve que, cuando en los Andes se descargan, envuelven al viajero, lo hunden bajo siete pisos de blancura.

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A cada lado de la huella contemplé, en aquella salvaje desolación, algo como una construcción humana. Eran trozos de ramas acumulados que habían soportado muchos inviernos, vegetal ofrenda de centenares de viajeros, altos cúmulos de madera para recordar a los caídos, para hacer pensar en los que no pudieron seguir y quedaron allí para siempre debajo de las nieves. También mis compañeros cortaron con sus machetes las ramas que nos tocaban las cabezas y que descendían sobre nosotros desde la altura de las coníferas inmensas, desde los robles cuyo último follaje palpitaba antes de las tempestades del invierno. Y también yo fui dejando en cada túmulo un recuerdo, una tarjeta de madera, una rama cortada del bosque para adornar las tumbas de uno y otro de los viajeros desconocidos.

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Teníamos que cruzar un río. Esas pequeñas vertientes nacidas en las cumbres de los Andes se precipitan, descargan su fuerza vertiginosa y atropelladora, se tornan en cascadas, rompen tierras y rocas con la energía y la velocidad que trajeron de las alturas insignes: pero esa vez encontramos un remanso, un gran espejo de agua, un vado. Los caballos entraron, perdieron pie y nadaron hacia la otra ribera. Pronto mi caballo fue sobrepasado casi totalmente por las aguas, yo comencé a mecerme sin sostén, mis pies se afanaban al garete mientras la bestia pugnaba por mantener la cabeza al aire libre. Así cruzamos. Y apenas llegados a la otra orilla, los baqueanos, los campesinos que me acompañaban me preguntaron con cierta sonrisa:

¿Tuvo mucho miedo?

Mucho. Creí que había llegado mi última hora, dije.

Íbamos detrás de usted con el lazo en la mano me respondieron. Ahí mismo, agregó uno de ellos, cayó mi padre y lo arrastró la corriente. No iba a pasar lo mismo con usted. Seguimos hasta entrar en un túnel natural que tal vez abrió en las rocas imponentes un caudaloso río perdido, o un estremecimiento del planeta que dispuso en las alturas aquella obra, aquel canal rupestre de piedra socavada, de granito, en el cual penetramos. A los pocos pasos las cabalgaduras resbalaban, trataban de afincarse en los desniveles de piedra, se doblegaban sus patas, estallaban chispas en las herraduras: más de una vez me vi arrojado del caballo y tendido sobre las rocas. La cabalgadura sangraba de narices y patas, pero proseguimos empecinados el vasto, el espléndido, el difícil camino.

Algo nos esperaba en medio de aquella selva salvaje. Súbitamente, como singular visión, llegamos a una pequeña y esmerada pradera acurrucada en el regazo de las montañas: agua clara, prado verde, flores silvestres, rumor de ríos y el cielo azul arriba, generosa luz interrumpida por ningún follaje.

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Allí nos detuvimos como dentro de un círculo mágico, como huéspedes de un recinto sagrado: y mayor condición de sagrada tuvo aun la ceremonia en la que participé. Los vaqueros bajaron de sus cabalgaduras. En el centro del recinto estaba colocada, como en un rito, una calavera de buey. Mis compañeros se acercaron silenciosamente, uno por uno, para dejar unas monedas y algunos alimentos en los agujeros de hueso. Me uní a ellos en aquella ofrenda destinada a toscos Ulises extraviados, a fugitivos de todas las raleas que encontrarían pan y auxilio en las órbitas del toro muerto. Pero no se detuvo en este punto la inolvidable ceremonia. Mis rústicos amigos se despojaron de sus sombreros e iniciaron una extraña danza, saltando sobre un solo pie alrededor de la calavera abandonada, repasando la huella circular dejada por tantos bailes de otros que por allí cruzaron antes. Comprendí entonces de una manera imprecisa, al lado de mis impenetrables compañeros, que existía una comunicación de desconocido a desconocido, que había una solicitud, una petición y una respuesta aún en las más lejanas y apartadas soledades de este mundo.

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Más lejos, ya a punto de cruzar las fronteras que me alejarían por muchos años de mi patria, llegamos de noche a las últimas gargantas de las montañas. Vimos de pronto una luz encendida que era indicio cierto de habitación humana y, al acercarnos, hallamos unas desvencijadas construcciones, unos destartalados galpones al parecer vacíos. Entramos a uno de ellos y vimos, al calor de la lumbre, grandes troncos encendidos en el centro de la habitación, cuerpos de árboles gigantes que allí ardían de día y de noche y que dejaban escapar por las hendiduras del techo ml humo que vagaba en medio de las tinieblas como un profundo velo azul. Vimos montones de quesos acumulados por quienes los cuajaron a aquellas alturas. Cerca del fuego, agrupados como sacos, yacían algunos hombres. Distinguimos en el silencio las cuerdas de una guitarra y las palabras de una canción que, naciendo de las brasas y la oscuridad, nos traía la primera voz humana que habíamos topado en el camino. Era una canción de amor y de distancia, un lamento de amor y de nostalgia dirigido hacia la primavera lejana, hacia las ciudades de donde veníamos, hacia la infinita extensión de la vida.

Ellos ignoraban quienes éramos, ellos nada sabían del fugitivo, ellos no conocían mi poesía ni mi nombre. ¿O lo conocían, nos conocían? El hecho real fue que junto a aquel fuego cantamos y comimos, y luego caminamos dentro de la oscuridad hacia unos cuartos elementales. A través de ellos pasaba una corriente termal, agua volcánica donde nos sumergimos, calor que se desprendía de las cordilleras y nos acogió en su seno.

Chapoteamos gozosos, cavándonos, limpiándonos el peso de la inmensa cabalgata. Nos sentimos frescos, renacidos, bautizados, cuando al amanecer emprendimos los últimos kilómetros de jornadas que me separarían de aquel eclipse de mi patria. Nos alejamos cantando sobre nuestras cabalgaduras, plenos de un aire nuevo, de un aliento que nos empujaba al gran camino del mundo que me estaba esperando. Cuando quisimos dar (lo recuerdo vivamente) a los montañeses algunas monedas de recompensa por las canciones, por los alimentos, por las aguas termales, por el techo y los lechos, vale decir, por el inesperado amparo que nos salió al encuentro, ellos rechazaron nuestro ofrecimiento sin un ademán. Nos habían servido y nada más. Y en ese "nada más" en ese silencioso nada más había muchas cosas subentendidas, tal vez el reconocimiento, tal vez los mismos sueños.

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Señoras y Señores:

Yo no aprendí en los libros ninguna receta para la composición de un poema: y no dejaré impreso a mi vez ni siquiera un consejo, modo o estilo para que los nuevos poetas reciban de mí alguna gota de supuesta sabiduría. Si he narrado en este discurso ciertos sucesos del pasado, si he revivido un nunca olvidado relato en esta ocasión y en este sitio tan diferentes a lo acontecido, es porque en el curso de mi vida he encontrado siempre en alguna parte la aseveración necesaria, la fórmula que me aguardaba, no para endurecerse en mis palabras sino para explicarme a mí mismo.

En aquella larga jornada encontré las dosis necesarias a la formación del poema. Allí me fueron dadas las aportaciones de la tierra y del alma. Y pienso que la poesía es una acción pasajera o solemne en que entran por parejas medidas la soledad y la solidaridad, el sentimiento y la acción, la intimidad de uno mismo, la intimidad del hombre y la secreta revelación de la naturaleza. Y pienso con no menor fe que todo esta sostenido -el hombre y su sombra, el hombre y su actitud, el hombre y su poesía en una comunidad cada vez más extensa, en un ejercicio que integrará para siempre en nosotros la realidad y los sueños, porque de tal manera los une y los confunde. Y digo de igual modo que no sé, después de tantos años, si aquellas lecciones que recibí al cruzar un vertiginoso río, al bailar alrededor del cráneo de una vaca, al bañar mi piel en el agua purificadora de las más altas regiones, digo que no sé si aquello salía de mí mismo para comunicarse después con muchos otros seres, o era el mensaje que los demás hombres me enviaban como exigencia o emplazamiento. No sé si aquello lo viví o lo escribí, no sé si fueron verdad o poesía, transición o eternidad los versos que experimenté en aquel momento, las experiencias que canté más tarde.

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De todo ello, amigos, surge una enseñanza que el poeta debe aprender de los demás hombres. No hay soledad inexpugnable. Todos los caminos llevan al mismo punto: a la comunicación de lo que somos. Y es preciso atravesar la soledad y la aspereza, la incomunicación y el silencio para llegar al recinto mágico en que podemos danzar torpemente o cantar con melancolía; mas en esa danza o en esa canción están consumados los más antiguos ritos de la conciencia: de la conciencia de ser hombres y de creer en un destino común.

En verdad, si bien alguna o mucha gente me consideró un sectario, sin posible participación en la mesa común de la amistad y de la responsabilidad, no quiero justificarme, no creo que las acusaciones ni las justificaciones tengan cabida entre los deberes del poeta. Después de todo, ningún poeta administró la poesía, y si alguno de ellos se detuvo a acusar a sus semejantes, o si otro pensó que podría gastarse la vida defendiéndose de recriminaciones razonables o absurdas, mi convicción es que sólo la vanidad es capaz de desviarnos hasta tales extremos. Digo que los enemigos de la poesía no están entre quienes la profesan o resguardan, sino en la falta de concordancia del poeta. De ahí que ningún poeta tenga más enemigo esencial que su propia incapacidad para entenderse con los más ignorados y explotados de sus contemporáneos; y esto rige para todas las épocas y para todas las tierras.

El poeta no es un "pequeño dios". No, no es un "pequeño dios". No está signado por un destino cabalístico superior al de quienes ejercen otros menesteres y oficios. A menudo expresé que el mejor poeta es el hombre que nos entrega el pan de cada día: el panadero más próximo, que no se cree dios. Él cumple su majestuosa y humilde faena de amasar, meter al horno, dorar y entregar el pan de cada día, con una obligación comunitaria. Y si el poeta llega a alcanzar esa sencilla conciencia, podrá también la sencilla conciencia convertirse en parte de una colosal artesanía, de una construcción simple o complicada, que es la construcción de la sociedad, la transformación de las condiciones que rodean al hombre, la entrega de la mercadería: pan, verdad, vino, sueños. Si el poeta se incorpora a esa nunca gastada lucha por consignar cada uno en manos de los otros su ración de compromiso, su dedicación y su ternura al trabajo común de cada día y de todos los hombres, el poeta tomará parte en el sudor, en el pan, en el vino, en el sueño de la humanidad entera. Sólo por ese camino inalienable de ser hombres comunes llegaremos a restituirle a la poesía el anchuroso espacio que le van recortando en cada época, que le vamos recortando en cada época nosotros mismos.

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Los errores que me llevaron a una relativa verdad, y las verdades que repetidas veces me condujeron al error, unos y otras no me permitieron -ni yo lo pretendí nunca- orientar, dirigir, enseñar lo que se llama el proceso creador, los vericuetos de la literatura. Pero sí me di cuenta de una cosa: de que nosotros mismos vamos creando los fantasmas de nuestra propia mitificación. De la argamasa de lo que hacemos, o queremos hacer, surgen más tarde los impedimentos de nuestro propio y futuro desarrollo. Nos vemos indefectiblemente conducidos a la realidad y al realismo, es decir, a tomar una conciencia directa de lo que nos rodea y de los caminos de la transformación, y luego comprendemos, cuando parece tarde, que hemos construido una limitación tan exagerada que matamos lo vivo en vez de conducir la vida a desenvolverse y florecer. Nos imponemos un realismo que posteriormente nos resulta más pesado que el ladrillo de las construcciones, sin que por ello hayamos erigido el edificio que contemplábamos como parte integral de nuestro deber. Y en sentido contrario, si alcanzamos a crear el fetiche de lo incomprensible (o de lo comprensible para unos pocos), el fetiche de lo selecto y de lo secreto, si suprimimos la realidad y sus degeneraciones realistas, nos veremos de pronto rodeados de un terreno imposible, de un tembladeral de hojas, de barro, de libros, en que se hunden nuestros pies y nos ahoga una incomunicación opresiva.

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En cuanto a nosotros en particular, escritores de la vasta extensión americana, escuchamos sin tregua el llamado para llenar ese espacio enorme con seres de carne y hueso. Somos conscientes de nuestra obligación de pobladores y -al mismo tiempo que nos resulta esencial el deber de una comunicación critica en un mundo deshabitado y, no por deshabitado menos lleno de injusticias, castigos y dolores, sentimos también el compromiso de recobrar los antiguos sueños que duermen en las estatuas de piedra, en los antiguos monumentos destruidos, en los anchos silencios de pampas planetarias, de selvas espesas, de ríos que cantan como sueños. Necesitamos colmar de palabras los confines de un continente mudo y nos embriaga esta tarea de fabular y de nombrar. Tal vez ésa sea la razón determinante de mi humilde caso individual: y en esa circunstancia mis excesos, o mi abundancia, o mi retórica, no vendrían a ser sino actos, los más simples, del menester americano de cada día. Cada uno de mis versos quiso instalarse como un objeto palpable: cada uno de mis poemas pretendió ser un instrumento útil de trabajo: cada uno de mis cantos aspiró a servir en el espacio como signos de reunión donde se cruzaron los caminos, o como fragmento de piedra o de madera con que alguien, otros que vendrán, pudieran depositar los nuevos signos.

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Extendiendo estos deberes del poeta, en la verdad o en el error, hasta sus últimas consecuencias, decidí que mi actitud dentro de la sociedad y ante la vida debía ser también humildemente partidaria. Lo decidí viendo gloriosos fracasos, solitarias victorias, derrotas deslumbrantes. Comprendí, metido en el escenario de las luchas de América, que mi misión humana no era otra sino agregarme a la extensa fuerza del pueblo organizado, agregarme con sangre y alma, con pasión y esperanza, porque sólo de esa henchida torrentera pueden nacer los cambios necesarios a los escritores y a los pueblos. Y aunque mi posición levantara o levante objeciones amargas o amables, lo cierto es que no hallo otro camino para el escritor de nuestros anchos y crueles países, si queremos que florezca la oscuridad, si pretendemos que los millones de hombres que aún no han aprendido a leernos ni a leer, que todavía no saben escribir ni escribirnos, se establezcan en el terreno de la dignidad sin la cual no es posible ser hombres integrales.

Heredamos la vida lacerada de los pueblos que arrastran un castigo de siglos, pueblos los más edénicos, los más puros, los que construyeron con piedras y metales torres milagrosas, alhajas de fulgor deslumbrante: pueblos que de pronto fueron arrasados y enmudecidos por las épocas terribles del colonialismo que aún existe.

Nuestras estrellas primordiales son la lucha y la esperanza. Pero no hay lucha ni esperanza solitarias. En todo hombre se juntan las épocas remotas, la inercia, los errores, las pasiones, las urgencias de nuestro tiempo, la velocidad de la historia. ¿Pero, qué sería de mí si yo, por ejemplo, hubiera contribuido en cualquiera forma al pasado feudal del gran continente americano? ¿Cómo podría yo levantar la frente, iluminada por el honor que Suecia me ha otorgado, si no me sintiera orgulloso de haber tomado una mínima parte en la transformación actual de mi país? Hay que mirar el mapa de América, enfrentarse a la grandiosa diversidad, a la generosidad cósmica del espacio que nos rodea, para entender que muchos escritores se niegan a compartir el pasado de oprobio y de saqueo que oscuros dioses destinaron a los pueblos americanos.

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Yo escogí el difícil camino de una responsabilidad compartida y, antes de reiterar la adoración hacia el individuo como sol central del sistema, preferí entregar con humildad mi servicio a un considerable ejército que a trechos puede equivocarse, pero que camina sin descanso y avanza cada día enfrentándose tanto a los anacrónicos recalcitrantes como a los infatuados impacientes. Porque creo que mis deberes de poeta no sólo me indicaban la fraternidad con la rosa y la simetría, con el exaltado amor y con la nostalgia infinita, sino también con las ásperas tareas humanas que incorporé a mi poesía.

Hace hoy cien años exactos, un pobre y espléndido poeta, el más atroz de los desesperados, escribió esta profecía: A l’aurore, armés d’une ardente patience, nous entrerons aux splendides Villes. (Al amanecer, armados de una ardiente paciencia entraremos en las espléndidas ciudades.)

Yo creo en esa profecía de Rimbaud, el vidente. Yo vengo de una oscura provincia, de un país separado de todos los otros por la tajante geografía. Fui el más abandonado de los poetas y mi poesía fue regional, dolorosa y lluviosa. Pero tuve siempre confianza en el hombre. No perdí jamás la esperanza. Por eso tal vez he llegado hasta aquí con mi poesía, y también con mi bandera.

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En conclusión, debo decir a los hombres de buena voluntad, a los trabajadores, a los poetas, que el entero porvenir fue expresado en esa frase de Rimbaud: solo con una ardiente paciencia conquistaremos la espléndida ciudad que dará luz, justicia y dignidad a todos los hombres.

Así la poesía no habrá cantado en vano.

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jueves, 20 de marzo de 2008

Contra el 24 de Marzo...

Contra el 24 de Marzo de 1976…

Empieza la semana santa y empiezan, al mismo tiempo, los fastos nefastos del 24 de marzo. El 24 de marzo ya es un “feriado nacional inamovible”, un club muy exclusivo que sólo acepta otras ocho fechas: el primer día del año, el día de la muerte de Jesús, el día de la invasión de las Malvinas, el día de los Trabajadores, el día de la Revolución de Mayo, el día de la Independencia, el día de la Virgen y el día de su parto, o sea: el golpe de Estado de Videla está entre los nueve momentos que nuestro país considera más memorables.

–A ver si nos entendemos, mi estimado. Lo que quieren decir con eso es que tenemos que recordarlo para que no vuelva a pasar.

–Claro. Entonces en lugar del 25 de Mayo de 1810 habría que festejar el 27 de junio de 1806, cuando los ingleses tomaron Buenos Aires. Digo, para acordarse de que no queda bien.

Siempre pensé que era un error centrar el recuerdo de esos años en ese momento espeluznante en que los militares argentinos decidieron hacerse cargo directamente, sin más intermediarios, de la represión y el cambio de estructuras: que era un modo de rendirles un homenaje eterno, de seguir sometidos a sus decisiones, en lugar de romper con ese yugo y recordar cuándo por fin tuvieron que irse, por ejemplo. Pero el error tiene sentidos.

Celebrar el 24 de marzo significa, antes que nada, insistir en el recuerdo de que los ricos argentinos estuvieron y están, seguramente dispuestos a hacer de todo para seguir siéndolo: si lo hicieron entonces, por qué no en cualquier otro momento, si ven necesidad. Una forma de agitar el fantasma para producir disciplina social: muchachos, acuérdense de aquello, no se olviden de que si quieren cambios importantes no les va a salir gratis.

Celebrar el 24 de marzo también significa postular la inocencia perfecta de la democracia. En estos años en que no somos capaces de discutir la democracia, en que tenemos tanto miedo de discutir esta democracia –aunque sea el sistema en el que tantos chicos se mueren sin necesidad, tantos grandes sufren hambre o enfermedades muy curables–, postular que todo empezó el 24 de marzo es una forma de exculpar al gobierno democrático de Perón, Perón y compañía: un modo de pretender que todo el mal empezó con el golpe, que la democracia no torturó, secuestró y mató, democráticamente, a cientos de personas. No; hay que presentar una ruptura brutal donde no la hubo y seguir vendiendo que la democracia es impoluta inmaculada, el mejor de los mundos, que los malos fueron esos militares sanguinolentos feos y que todo aquello fue un paréntesis que ya se cerró, que quedó en el pasado.

Sobre todo eso: que fue un exabrupto que se acabó, algo que se puede encerrar en los museos, y no el principio de una era en la Argentina, que todavía dura. (Para muestra, un inmenso botón menos recordado: en abril de 1976 el secretario de Estado norteamericano Henry Kissinger ordenó a su embajador en Buenos Aires que recomendara a la Junta Militar que pusiese “el énfasis en la disminución de la participación estatal en la economía, promoción de la exportación, atención al relegado sector agrícola, y una actitud positiva hacia la inversión extranjera”. Cualquier parecido con el país agroexportador de nuestros días no es mera coincidencia.)

Celebrar el 24 de marzo también se inscribe en uno de los rasgos más penosos del gobierno kirchnerista: los setentas como justificación. Un gobierno de centro que mantiene una desigualdad extrema se llena la boca, se legitima con el recuerdo de los que murieron porque querían un país igualitario. Y hasta se permiten decir que están “cumpliendo sus sueños” –lo dijo Néstor Kirchner– cuando inauguran quinientos metros de asfalto y una docena de faroles en un pueblito de provincias. Seremos la quintaesencia del capitalismo de amigos, pero honramos a los compañeros caídos, no se vaya a creer, y descolgamos cuadros de milicos y a veces incluso los juzgamos. Total, lo que ellos consiguieron con su violencia –este país, este orden social– no hay quien lo cambie, o por lo menos no nosotros.

Yo creo que no habría que celebrar el 24 de marzo. Si quieren que todos recordemos que hubo una dictadura militar y criminal, celebren, si acaso, el día en que se terminó, 10 de diciembre. Pero si quieren recordarla en serio que cuenten para qué sirvió aquel golpe: para dar vuelta la estructura social y económica de la Argentina, para lo cual, antes que nada, necesitaban deshacer los sindicatos y organizaciones que se oponían, que defendían sesenta años de conquistas. Que cuenten que aquel golpe construyó esta Argentina: que recuerden que el golpe del 24 de marzo lo celebran –con sus prebendas, con su impunidad, con sus extremos beneficios– todos los días los ricos argentinos.

© Martín Caparrós. Publicado el 20 de marzo de 2008 en el Diario Crítica de la Argentina.

domingo, 16 de marzo de 2008

Cerezos del Japón...

Cerezos del Japón


Desde tiempos muy remotos en Japón la floración de los cerezos se celebra como un gran acontecimiento espiritual. Es la fiesta del hanami. Llegado el momento los medios de comunicación la incluyen en el parte meteorológico como un fenómeno más de la naturaleza y la señalan por regiones con un puntero sobre el mapa. Oleadas de gente se concentran en el campo y en los parques para comer, bailar y amarse bajo estas flores efímeras cuya belleza y brevedad constituye el símbolo de los días más felices de una vida.

Hasta hace poco en nuestro país (España) los cerezos florecían a su aire al llegar la primavera. Algunos valles se cubrían de flores rosas y blancas, que sustituían a la nieve cuando empezaba el deshielo y éste era un suceso casi secreto, que sólo conocían los campesinos del lugar y degustaban las abejas. De un tiempo a esta parte, la floración de los cerezos se ha convertido también aquí en objeto de degustación colectiva. Dentro de unos días en las carreteras del valle del Jerte (España) se va a producir un gran atasco de coches. El conductor despistado podrá pensar que se debe a un grave accidente que ha sucedido varios kilómetros más adelante, pero llegado al punto crucial no verá ambulancias, ni automóviles aplastados ni cadáveres en la cuneta tapados con plásticos, sino un millón de cerezos que han florecido de forma explosiva y simultánea.

Hasta hace poco éste era un espectáculo sólo para iniciados en la espiritualidad oriental, la cual establece que para sanar no existe mejor milagro que el de la primavera. Sorprenderse vivo en medio de este esplendor en la soledad del valle, es lo más parecido a la inmortalidad. Pero hoy esa experiencia ya es turística. Ir a ver flores es una nueva meta de peregrinación.

Este año, en medio de Semana Santa, florecerán los cerezos en los valles propicios y habrá que elegir entre presenciar el paso de vírgenes llorosas y cristos llagados de las procesiones o extasiarse ante este prodigio de la naturaleza. La primavera es también una línea de resistencia moral en el combate contra la iniquidad.

El hecho de que un formidable atasco en la carretera se deba, no a la muerte, sino al breve milagro de los cerezos en flor, por un momento puede purificar a la sociedad de algunas de sus miserias.

© MANUEL VICENT. Publicado en el diario El País, Madrid, España el Domingo 16/03/2008

jueves, 6 de marzo de 2008

Albert Einstein... La bola de la vida...

© Foto: Uniandes
La bola de la vida

"La vida es como jugar con una pelota en la pared.
Si fuera jugada una pelota azul, ella volverá azul.
Si fuera jugada una pelota verde, ella volverá verde.
Si la pelota fuera jugada franca, ella volverá franca.
Si la pelota fuera jugada con fuerza, ella volverá con fuerza.
Por eso nunca juegue una pelota de la vida,
de manera que usted no esté preparado para recibirla.
La vida no da, ni presta, no se conmueve, ni se apiada.
Todo lo que ella hace es retribuir y transferir.
aquello que nosotros le ofrecemos."


Albert Einstein

martes, 4 de marzo de 2008

Actimel... ¡¡¡WARNING!!!

El ACTIMEL provee al organismo una bacteria llamada L.CASEI. Esta sustancia es generada normalmente por el 98% de los organismos, pero cuando se le suministra externamente por un tiempo prolongado, el cuerpo deja de elaborarla y paulatinamente 'olvida' que debe hacerlo y cómo hacerlo, sobre todo en personas menores a 14 años. En realidad, surgió como un medicamento para esas pocas personas que no lo elaboraban, pero ese universo era tan pequeño que el medicamento resultó no rentable; para hacerlo rentable se vendió su patente a empresas alimenticias. La Secretaría de Salud obligó a ACTIMEL (La Serenísima S.A.) a indicar en su publicidad que el producto no debe consumirse por un tiempo prolongado; y cumplieron, pero en una forma tan sutil que ningún consumidor lo percibe... Por ejemplo: "Desafío ACTIMEL: Consúmalo durante 14 días" o "Haga de agosto su ACTIMEL". Si una madre decide completar la dieta con ACTIMEL, no percibe ningún aviso sobre su inconveniencia y no ve que puede estar haciendo un daño importante a futuro a causa de las manipulaciones publicitarias para impulsar los negocios.

Cámara de Diputados de la Nación

Diputado Nacional Raúl Patricio Solanas

PROYECTO DE LEY

Texto facilitado por los firmantes del proyecto. Debe tenerse en cuenta que solamente podrá ser tenido por auténtico el texto publicado en el respectivo Trámite Parlamentario, editado por la Imprenta del Congreso de la Nación.

Nº de Expediente

1405-D-2007

Trámite Parlamentario

027 (11/04/2007)

Sumario

BACTERIA "L CASEI DEFENSIS": OBLIGATORIEDAD DE INCLUIR UNA LEYENDA EN PRODUCTOS ALIMENTICIOS DE CONSUMO HUMANO, ADVIRTIENDO SUS CONTRAINDICACIONES.

Firmantes

SOLANAS, RAUL PATRICIO.

Giro a Comisiones

ACCION SOCIAL Y SALUD PÚBLICA; DEFENSA DEL CONSUMIDOR.

El Senado y Cámara de Diputados,...

INCLUSION EN LOS PROSPECTOS DE UNA LEYENDA ADVIRTIENDO LAS CONTRAINDICACIONES EN PRODUCTOS ALIMENTICIOS QUE CONTENGAN LA BACTERIA L CASEI DEFENSIS

Artículo 1°: Será obligatorio indicar en todos los productos alimenticios, sustancias alimenticias y bebidas destinadas al consumo humano que contengan la bacteria L Casei Defensis lo siguiente:

a) Leyenda sobre contraindicaciones, efectos secundarios y advertencias que contenga el producto;

b) Dosis recomendadas;

c) Certificación de organismos públicos de regulación.

Art. 2°: La leyenda referida al artículo anterior deberá ser clara y visible para el consumidor.

Art. 3°: Comuníquese al Poder Ejecutivo Nacional.

FUNDAMENTOS

Señor presidente:

El proyecto de ley que se somete a la consideración del Honorable Congreso de la Nación tiene por finalidad incorporar en los prospectos de los productos alimenticios, sustancias alimenticias y bebidas destinadas al consumo humano que contengan la bacteria L Casei Defensis una leyenda que indique las contraindicaciones, efectos secundarios y/o adversos del mismo en el consumo diario, continuo, y/o prolongado; pero de una manera clara y fácil de ser visible.

Dicha finalidad se basa en la necesidad de proteger los derechos de los consumidores, establecidos en nuestra Constitución Nacional y garantizar el acceso a la información, principalmente en productos que son consumidos como complementos de la capacidad de defensa inmunológica.

L Casei Defensis es una bacteria perteneciente al grupo de los lactobacilos o Lactobacillus que se puede encontrar espontáneamente en los alimentos de origen lácteo y viviendo en simbiosis -asociación- con el resto de bacterias habituales del intestino humano. Se caracterizan por formar ácido láctico como producto principal de la fermentación de los azúcares dando lugar a yogur a partir de la leche y otros productos comestibles como los quesos.

Es considerable destacar que diversos estudios realizados han confirmado que en el intestino humano, la L casei defensis ha demostrado que puede reducir la incidencia y disminuir la duración de ciertos tipos de diarrea de origen infeccioso ejerciendo un papel protector sobre la flora intestinal normal lo que condiciona a su vez un mejor funcionamiento de las células que conforman las paredes intestinales. También, han demostrado mejorar algunos de los parámetros - medidas de valoración- del sistema inmunológico -defensivo- intestinal local. En concreto, las bacterias del género Lactobacillus se distinguen por su capacidad de atravesar en gran número la barrera gástrica y sobrevivir durante el tránsito intestinal, lo que permite desarrollar sus efectos beneficiosos en el intestino. Entre dichos efectos beneficiosos de los Lactobacillus destaca el mantenimiento de la flora intestinal, la modulación de la renovación celular a nivel del epitelio intestinal, la contribución a la conservación del equilibrio del sistema inmunológico.

Sin embargo, no hay pruebas de que estos resultados puedan ser extrapolables al sistema inmunológico general. Es decir, actualmente no se puede afirmar que la presencia de esta bacteria en el intestino nos pueda proteger frente a una infección sistémica como pudiera ser, por ejemplo, una gripe. Incluso se ha descubierto que esta bacteria es generada normalmente por el 98% de los organismos, pero cuando se le suministra externamente por un tiempo prolongado, el cuerpo deja de elaborarla y paulatinamente "olvida" que debe hacerlo y cómo hacerlo, sobre todo en personas menores a 14 años. En realidad, surgió como un medicamento para esas pocas personas que no lo elaboraban, pero ese universo era tan pequeño que el medicamento resultó no rentable; y para hacerlo rentable se vendió su patente a empresas alimenticias. Además, existen varios trabajos de experimentación en animales y humanos que han demostrado que el consumo de ciertos probióticos y prebióticos, como esta bacteria disminuye el nivel de colesterol en sangre, sin embargo, aunque se han sugerido posibles mecanismos, ninguno se ha verificado.

En consecuencia, el Gobierno Nacional a través de la Secretaría de Salud obligó a la Empresa Láctea "La Serenísima S.A." a indicar en su publicidad que el producto no debe consumirse por un tiempo prolongado; y cumplieron, pero en una forma tan sutil que ningún consumidor lo percibe (por ejemplo "desafío actimel: consúmalo durante 14 días" o "haga de agosto su actimel"). Es decir que si una madre decide completar la dieta con cualquier producto alimenticio que contenga la bacteria L Casei Defensis, no percibe ningún aviso sobre su inconveniencia y no ve que puede estar haciendo un daño importante a futuro a causa de las manipulaciones publicitarias para impulsar los negocios; y tampoco se le informa a esa madre que al hijo le está suministrando un medicamento.

Es por ello, que consideramos fundamental que mediante una Ley se obligue a todas las empresas alimentarías a indicar en sus productos estos efectos colaterales para que la población sea quién decida consumir o no dicho producto, y se evite ser engañada mediante avisos publicitarios. Se trata de proteger y ejercitar uno de los principios básico del Estado que es garantizar la salud de su pueblo mediante acciones concretar e intervención directa.

Por las razones aludidas solicito de mis pares, la aprobación del presente proyecto de ley.

© H. Cámara de Diputados de la Nación.






domingo, 2 de marzo de 2008

Nació "Crítica de la Argentina" para informar mejor… @dealgunamanera...


Nació "Crítica de la Argentina" para informar mejor…

Jorge Lanata

Todos los nacimientos son iguales: primero el tiempo no termina de pasar y luego se atolondra, se enciman los minutos, se empujan y se te caen encima. Nacer es siempre una violenta confusión; sucede con las personas y con las ideas. Nunca voy a olvidarme de la cara de Andrea cuando dio a luz a Bárbara o del rostro de Kiwi cuando nació Lola: plenitud, asombro y miedo. Nunca se está preparado para nacer. Con las ideas es igual: el piso caótico de Perú 367 con Página/12, los estudios de Crónica TV con Día D o las oficinas de Suipacha cuando Veintitrés era Veintiuno. Nunca es el momento, nunca alcanza el dinero, nunca la competencia deja de boicotearte, nunca todos, casi todos, te dicen tantas veces que no, que no se puede, que ahora no, que así está mal, que del otro modo, que cómo se te ocurre, que el fracaso es seguro, que basta ya. Te pegás la cabeza como una mosca dentro de una campana de vidrio y finalmente nacés, violento, confuso, nuevo.

Escribo estas líneas cuando el tiempo comenzó a empujarme: ahora sólo puedo concentrarme en nacer. Voy a tener –dentro de pocas horas– el extraño privilegio de haber fundado dos diarios, y no haberlos heredado de mi bisabuelo general o de mi abuelo millonario. Ver crecer algo desde la nada es una feliz inconveniencia, uno siempre maldice por las necesidades, pero nada se compara con ver crecer un proyecto contra viento y marea. El sueño que se sueña individual se transforma en colectivo; por algún motivo todos comienzan a creer en algo que aún no existe, construyen un puente a medida que cruzan por él. El diario se transforma en mil diarios, en cien, en uno y en mil otra vez: la gente deja empleos seguros, altera su rutina de pacíficos fines de semana y cambia de vida a regañadientes pero con ganas; después de todo, ¿no nos hicimos periodistas para esto?

Durante meses cerramos vertiginosamente una edición que no estaba en la calle, puteamos cuando la competencia salía mejor y nos alegró ganar a veces. Ganábamos en nuestro juego, en una oficina de Maipú al doscientos, sin nadie que fuera a enterarse de nuestra efímera gloria de papel. En las últimas semanas vimos cómo el resto del mundo se comenzó a preocupar: Clarín publicó autoavisos que daban cuenta de sus premios y prestigio, y luego páginas dobles tituladas: "¿Lo creés? Salió en Clarín". Página hizo lo que pudo desde su velorio oficial y todos, sin excepción, regalarán libros, poemas, champú, viajes y loterías. Más páginas, más despliegue, enviados especiales, invitados estrella y mucha, sobre todo mucha "información independiente". ¿Por qué no se harán de Racing? Desde aquí, naciendo, sólo podemos asegurarles buenas notas. Nos gusta ocupar este lugar en el mundo, peleamos mucho para conseguirlo. Y nuestra pelea fundamental será contra nosotros mismos: pelearemos para ser mejores, para dar más, para informar mejor.

© Jorge Lanata. Director de Crítica de la Argentina. Domingo 2 de marzo de 2008.

Locos por los diarios


Jorge Lanata en la redacción. 20 años después de haber lanzado Página 12, hoy lanza el diario Crítica de la Argentina.


Me había acostado a las 4 de la mañana para dejar escrito el reportaje a Quindimil. Desayuné al mediodía, antes de volver a la redacción. La mucama me sirve el café y me dice: “Le puse la mesa adentro, porque afuera el tiempo está feo. Además, desde ayer hay un gato que se perdió y quiere entrar a la casa”. Dormido aún, no le presté atención y seguí revisando los diarios del día, hasta que un gato se paró en dos patas frente a la puerta de vidrio que da al jardín, maulló y me miró.

Saqué la vista de los diarios, lo miré durante unos segundos y, quizá porque todavía estaba bajo los efectos de postsueño, mi mente instantáneamente fue al inconsciente y rescató un recuerdo. Primavera de 2005: llego a mi casa el día que se imprimió el primer número cero de este Perfil. Me dicen: “Llamó Lanata, pide que lo llames, no importa la hora”. Me comunico, y Lanata me explica: “Este diario va a ser un éxito. Creeme, boludo. Cuando saqué Página/12 y tuve el primer cero, un gato se acostó sobre aquel ejemplar y Soriano, al que le gustaban los gatos, me dijo: ‘Es un gran augurio, vas a ver’. Lo mismo me pasó ahora con el cero de Perfil: mi gato se acostó sobre él”.

Volví al presente, abandoné el desayuno y le pregunté a la mucama: “¿Tenemos leche para el gato?”, y salí al jardín. Allí descubrí que tenía un pequeño collar con su nombre: “Doloro”, y un teléfono: 1535669... Llamé, y finalmente encontramos a su dueño.

Luego, en el auto, mientras venía a Perfil, no pude dejar de pensar en la escena: yo, con un platito de leche, jugando con un gato por primera vez en mi vida, “justo hoy que el gordo saca su diario...”.

Lanata va a saber que esta introducción con el gato es la mejor demostración de afecto. Ojalá sea para Crítica, el diario que lanza hoy, el mismo augurio de la buena suerte que tuvieron en su lanzamiento Página/12 y en su relanzamiento Perfil.

Es triste ver cómo los diarios publicamos con gran destaque cualquier información sobre los medios electrónicos y, cuando aparece un diario, mezquinamente se lo ningunea, y luego sólo se resaltan sus desaciertos. Yo lo sufrí en carne propia las dos veces que salió Perfil, y no me perdonaría hacer lo mismo con Crítica.

Lanzar un diario serio es una obra mucho más ciclópea que la construcción de la mayor parte de los medios audiovisuales. Un ejemplo, para que el lector tenga una dimensión económica comparativa: la radio donde Lanata fue segundo en audiencia, Del Plata, se vendió en dos millones de dólares. El lanzamiento de un diario, dependiendo de su envergadura, puede costar de dos a diez veces más ese valor. Y luego hay que tener éxito. Decir que también en un diario trabajan de dos a diez veces la cantidad de personas que lo hacen en las mayores radios del país es otra forma similar de reflejar esa magnitud.

Lanzar un diario es, además, una de las obras más complejas de realizar, porque una vez que el contenido está terminado no se aprieta el botón de una consola y la audiencia lo recibe, sino que la tarea recién comienza para los gráficos, que deben imprimir millones de kilómetros de papel, para luego transportar toneladas de ejemplares. Sólo las páginas de esta edición de PERFIL, pegadas una a una por su lado más corto, como las sostiene el lector en su mano, ocupan 26 metros de largo, y todos sus ejemplares sumados, más de dos mil kilómetros de hojas, que pesan 100 toneladas, que suben a centenas de camiones y aviones para llegar a 17.000 kioscos de todo el país.
¿No merece eso tanto esfuerzo como para que todos los demás colegas lo destaquemos? Yo creo que, independientemente del resultado, debemos reconocerle a su mentor las ganas, la dedicación y la entrega que una obra así demanda.

Mi trabajo me ha permitido viajar realmente mucho, hasta vivir de puente aéreo con el exterior durante varios años. Pero cada vez que me siento en un avión no puedo dejar de maravillarme de que eso en lo que voy, vuele. O desde tierra, al ver un avión aterrizar, que aterrice.

Ya lo conté: la misma sensación tengo cada vez que entro a la planta de impresión y aparece ese edificio de ocho pisos de hierro que es la máquina de impresión, donde el papel avanza a 700 kilómetros por hora (sí, leyó bien). ¿Cómo hace para que cada letra y cada imagen salgan sin moverse?, me pregunto cada madrugada de sábado y domingo.

Pero es Lanata una de las pocas personas que ví mirar la máquina de impresión de Perfil como la miro yo. Con los ojos bien abiertos, moviendo la cabeza de arriba abajo y haciendo un esfuerzo para que no se le abra la boca. Como un hombre enamorado mira a la mujer de sus sueños.

Enamoramiento, como decía Lacan: una forma de locura. No se podría explicar si no que el periodista más famoso, más creíble y más reconocido de la Argentina se aleje de los medios electrónicos e hipoteque sus horas, su prestigio y su patrimonio material e intelectual en un proyecto que sabe que no le va a dar nada a cambio, más –lo que no es poco– que la satisfacción de hacerlo.

Alcohólicos Anónimos difunde una publicidad que dice: “Si tenés problemas con el alcohol, llamanos. Nosotros ya estuvimos allí”. En estos días previos al lanzamiento del diario de Lanata, cada vez que escuché por radio ese “nosotros ya estuvimos allí”, recordé mis propias experiencias, sonreí y me dije: “Uy, pobre gordo, los problemas que debe estar enfrentando”. “Sarna con gusto no pica”, decía mi abuela asturiana. Y también: “No cualquiera”, cuando quería destacar a alguien que sobresalía. No cualquiera lanza no uno, sino su segundo diario, como lo está haciendo Lanata.

Mis respetos a esa incontinencia creativa, a que la locura –para Freud, los creativos pueden sacar utilidad de su neurosis– se sublime en un diario y no, como tantas otras personas destacadas, en hacer de su talento dinero, y a que su pecado de ambición desmedida sea convertirse en papel todos los días.

© Jorge Fontevecchia. Director Diario Perfil de Buenos Aires. Domingo 2 de Marzo de 2008
Lanata te cuenta el día después

Alfieri dijo que en Florida, a las tres de la tarde, vendían el diario a nueve pesos. A la mañana el teléfono no paró de sonar ni los mails de llegar:

–No hay más diarios en Palermo –decía el mensaje de texto de Mario Lion.
–Siete kioscos, me recorrí siete kioscos –me dijo Luis, camino a Ezeiza, volviendo a París, sin haber podido comprarse ningún ejemplar.
–Te lo mando por correo –lo consolé.
–Se me ríen en la cara cuando pregunto –me dijo Sara, mi mujer, relatando su peregrinación por la avenida Santa Fe:
"¿Crítica? No... olvidate. Se agotó temprano".

Por la tarde Gabriel Díaz, el jefe de fotografía, me pasó un archivo con las fotos de la fiesta. Me impresionaron las del “momento Harry Potter” (como lo bautizó Fernando Moya) cuando llegó el camión con los diarios a la Facultad de Derecho y los invitados se avalanzaron sobre los diarios sin armar.

Pero más me impresionó a la madrugada, cuando obviamente no podía dormirme, leer por Internet la contratapa de Perfil. Jorge Fontevecchia saludaba la salida de este diario, su nuevo competidor, con una nota en la que evocó mi paso por Perfil. Es reconfortante encontrar a un caballero: quiero ganarle, o que me gane, pero disputar con él con el mismo cariño y respeto que pocas veces se encuentra alrededor.

El primer ejemplar de Crítica de la Argentina agotó, en un 95%, una tirada de cien mil ejemplares.

Daniel Capalbo esperó a verme en el mensajero del gmail para darme las novedades:146 entradas por segundo a las 00.06 de la noche, a seis minutos de haber entrado al aire de la red www.criticadigital.com

Julito López me envió la curva de la cantidad de conexiones por segundo que recibía el servidor:
–Me voy a hacer una remera –me dijo. Olvidé pedirle otra, en triple XL.

–¡Lanata, te tengo que contar! –me gritó Margarita, que está muy molesta con su nuevo rol de estrella televisiva anoche, cuando terminaron de imprimir el diario en el taller, todos los obreros gráficos pararon a aplaudir–. Fue emocionante, nunca en mi vida lo vi.

Margarita trabaja en esto hace más de veinte años.

El aplauso de los gráficos estaba en sintonía con la alegría de los canillitas y la de los lectores que postearon comentarios, enviaron mails, acercaron cartas. Estaban contentos. Es bueno haber ayudado a que eso sucediera. Nos alegra estar juntos, habernos reencontrado. Nos alegra ver que somos muchos más de los que pensamos cuando estamos solos. Ayer comenzó, verdaderamente, la construcción de este diario. Sólo podemos hacerlo juntos.

© Jorge Lanata. Director de Crítica de la Argentina. Lunes 3 de marzo de 2008.