lunes, 18 de agosto de 2008
domingo, 17 de agosto de 2008
José de San Martín, Libertador de Argentina, Chile y Perú...
jueves, 14 de agosto de 2008
La noche del chancho...
En las soledades argentinas hay cronistas increíbles. Casi siempre es gente que observa y anota en absoluto silencio. En este caso es una maestra patagónica: Hurí Portela. Anotó los detalles de toda la injusticia que se expandió por una pequeña localidad, Gobernador Gregores, en Santa Cruz.
En el libro La noche del chancho –que acaba de salir– está lo que sufrió la gente durante la dictadura de Videla. Es increíble la petulancia, el proceder tiránico, el patear el tablero, el sentirse Dios, patrón y señor, de un gendarme a quien la dictadura le dio plenos poderes para gobernar esa población patagónica. Dios con botas ante el vecindario que no podía creer lo que estaba viendo. Un tema para Anton Chejov en el teatro; para Fassbinder, en cine.
El comandante de Gendarmería Nacional Horacio Primitivo Callejas –tal su real nombre– se sintió Dios. Y fue Dios. Cuando hablaba con la gente abría bien las piernas, a lo macho, o se tiraba para atrás en el sillón del escritorio y miraba con asco al civil que venía a solicitarle algo. Un aspecto que se repitió en el interior argentino y que no fue tocado ni por los políticos ni por la sociedad cuando cayó la dictadura: el comportamiento corrupto y dictatorial de militares, civiles sometidos, gendarmes y policías que entraron a dominar la burocracia.
En La noche del chancho se trabaja este aspecto con fidelidad histórica y jurídica. Aparece todo ese pasado fantoche y criminal. En general la sociedad se comportó como soldados conscriptos ante los cabos primeros y los generales de
El comandante de Gendarmería Nacional Horacio Primitivo Callejas fue todo. Y se acabó. ¡Viva
El 24 de marzo de 1976 –que deberá ser recordado todos los años como el día de la vergüenza argentina– toma el poder en la municipal de Gregores el comandante Horacio Primitivo Callejas. Dice la autora de La noche del chancho: “La mayoría de las personas entrevistadas: ex alumnos, profesores, maestros de internado, recuerdan que el comandante Callejas no trataba bien a nadie. Era déspota, proclive siempre a insultar, y era común escucharlo gritar ‘como un loco cuando alguien lo contradecía’. Una de sus primeras acciones fue invadir de sorpresa
A las 7.30 de la mañana oscura, aún sin amanecer, entraron los gendarmes a los gritos, entre maestros y alumnos sorprendidos. Buscaban un ‘nido de subversivos’. Todo era mentira. Callejas lo hacía para asustar y demostrar su poder. Pateaban puertas, a las mujeres las palpaban de armas. Secuestraron las tijeras de injertos, de podas y los cuchillos usados en la enseñanza. El uniformado se proclamó rector. Por supuesto prendieron una fogata y quemaron libros y revistas sacados de los roperos de los estudiantes. Una acción valiente de
Después, la delación. Los uniformados tomaron exámenes ideológicos a los alumnos. Fueron secundados por la supervisora general de Escuelas, Egidia Sanchi de Marum, férrea defensora de la dictadura. Pero los alumnos no respondieron positivamente a lo que querían los uniformados porque no habían leído a Marx. Ni siquiera entendieron muchas preguntas de los milicos. No importa. Callejas no logró su propósito, pero ordenó que todos los estudiantes se cortaran el pelo y usaran corbata. Así se era patriota.
Pero los estudiantes dijeron: no. Por eso Callejas puso un peluquero. Los alumnos calificaron al alcahuete que oficiaba de peluquero como “Hacha brava”. A los profesores sospechados de ideas liberales se los expulsó y no se les pagó los sueldos adeudados.
Los alumnos se despertaban hasta entonces con música folklórica. Ahora, con
En 1976 había 110 alumnos; a fines del ’77, sólo 40. No hubo paz, comenzaron los hechos rebeldes de los alumnos que mostraron toda su entereza al oponerse al pequeño tirano.
Hasta que llegará la noche del chancho.
Fue en marzo del ’77. Los alumnos del último año iban a festejar el egreso con el título de agrónomos. Como era costumbre, prepararon una gran fiesta. Era clásico el asado de cerdo. Para lo cual tomaron uno de esos animales que habían alimentado ellos durante la enseñanza. Fue una verdadera fiesta de estudiantes. Pero todo iba a terminar muy mal. El gendarme Callejas ordenará la detención de los cinco estudiantes que habían intervenido en la faena del chancho. Se los llevó a la comisaría porque, si bien los estudiantes lo habían criado, el chancho era de propiedad del Estado.
De inmediato se los expulsó de la escuela por disposición del rector Jorge Lisardo Alvarez, un hombre de Callejas y de la dictadura. Es decir que, para los expulsados, los seis años de estudios habían sido en vano. Los expulsados tenían buen promedio y uno de ellos era el abanderado y otros dos, escoltas. Es impresionante en el libro de Hurí Portela el detalle de todo lo que hicieron los padres y los compañeros para revocar la medida. La tristeza de los alumnos acusados, la angustia interminable. La crueldad. Porque se los mantuvo incomunicados en calabozos que se inundaban. Desde allí fue todo humillación. El tiempo hizo algo de justicia. Pero en el alma de los estudiantes permaneció siempre el dolor de las penas irracionales.
En cambio, el comandante Callejas cobra un muy buen retiro y se pasea en uniforme por el barrio. Lo llaman “el chancho argentino”. Con él nadie se atrevió a hacer verdadera justicia.
© Escrito por Osvaldo Bayer en el diario Página 12 de
La autora del libro “La Noche del Chancho” Hurí Portela, fue a Gobernador Gregores junto con uno de los protagonistas de la historia ocurrida durante la época militar 1976-1983; y el staff que está a cargo del filme. El documental “La noche del chancho” narra la historia de: un grupo de alumnos de la Escuela Agrotécnica de Gobernador Gregores durante la etapa de la dictadura. Asimismo, relata que los alumnos del último año iban a festejar el egreso con el título de agrónomos, y como era de costumbre, prepararon un asado de cerdos y fue una verdadera fiesta de estudiantes. Pero nadie se imaginaba que la fiesta iba a terminar mal a causa de la faena del cerdo. El gendarme Callejas ordena la detención de los cinco estudiantes que habían intervenido en la faena del chancho, por más que ellos lo criaron, el animal era propiedad del estado. Posteriormente, el colegio expulsó a éstos, que eran los mejores alumnos, y luego de todo, para ellos, los estudios de la escuela agrotécnica habían sido en vano.
En el libro, la autora describe todos los detalles de los sucesos de esos años, lo impresionante que era todo lo que hacían los padres y compañeros de los expulsados para revocar la medida, la tristeza de los alumnos acusados, la angustia interminable, la crueldad, el motivo del cautiverio. El tiempo hizo algo de justicia, pero en el alma de los alumnos permanece por siempre el dolor de las penas irracionales.
Portela recorrió las instalaciones de la Escuela Agropecuaria, donde sucedieron los hechos, junto con Hugo Torres, uno de los alumnos de aquella época y los actores del documental.
La realización del filme “La Noche del Chancho”, basado en el libro de Hurí Portela, relata una de las tantas historias ocurridas en el país a partir del 24 de marzo de 1976, ha sido declarado de interés comunitario y cultural por el ejecutivo municipal de Gobernador Gregores mediante decreto Nº 035/06. Gobernador Gregores
domingo, 10 de agosto de 2008
No hay motivo para engañar a los chicos....
Nunca sabemos, exactamente, qué hacer con ellos.
Tienen tanta luz que nos cuesta verlos. A veces los tratamos como adultos, otras como tontos, y ellos no paran de ponernos a prueba porque necesitan saber cómo es el mundo. A veces los inventamos, en lugar de descubrirlos, porque inventar es, siempre, más tranquilizador: sabemos dónde llegar y caminamos hasta ahí. Descubrir es azaroso. Les enseñamos a caminar para pedirles luego que se queden quietos, les pedimos que sueñen, pero con horario de oficina (“Ahora ya eres grande, hijo mío. Deja de fantasear”, le dice el padre al protagonista de La historia sin fin). A veces son la excusa demagógica perfecta:
– Yo aprendo mucho de mis alumnos de cinco años… – dice la maestra que parece tener poco para enseñarles.
– Lo único que no hago es emborracharme con el pendejo – dice el padre que no pudo ser tal y, culposo, decidió ser amigo de su hijo.
Casi siempre los condenamos al amor condicional: voy a quererte si sos lo que quiero, si te parecés a mí. Nos desespera verlos como personas: pueden ser, como mucho, versiones mejoradas del software original, una especie de papá-mamá 2.0, pero sólo compatibles con nosotros. Nos divierte que jueguen a ser grandes, pero que sólo jueguen:
– ¿Tenés novia? – le pregunta la vecina al nene de ocho años.
– ¿Tenés novio? – le preguntan a la beba de tres, que no conoce la palabra pero sabe que al decir que sí, todos estallarán de risa.
En el colegio es peor: todos les plantean preguntas ajenas y muy pocas veces intentan ayudarlos a responder las propias. Los niños intuyen que se trata de repetir letras ajenas y así lo hacen, desesperados por la aprobación; así premiamos al niño-monstruo, al mejor adaptado, al más extraño, al peor extranjero de su propia niñez, al que habla como un ingeniero civil a punto de jubilarse.
– ¡Seremos como el Che! – gritan con el puño en alto los niños cubanos, pañuelo rojo al cuello y gorra militar.
Los niños con respuestas de adultos siempre son niños tristes. La vida me empujó de la infancia a la juventud, y sé de qué se trata: ni el sueño ni la vida se recuperan, lo que no fue se convierte en melancolía del pasado, imaginaria tristeza por lo que no estuvo. Fui también padre separado y recorrí con Bárbara todas las plazas de la ciudad: allí pude ver, por primera vez, cómo los adultos insultan a los niños:
– ¡Mirá el boludo éste! – grita un padre.
– ¡Dale, tarado, saltá! – ordena otro.
He escuchado, también, a padres con educación terciaria, defender la teoría del “chirlo correctivo”: si el chirlo corrige un error menor, la trompada remediará uno más importante, y una descarga eléctrica uno grave, ¿no?
La delgada línea que sostiene el respeto es muy difícil de reconstruir: el insulto – ni hablar, claro, del resto – vuelve presente la sensación de abuso físico: soy más grande que vos, puedo callarte.
La relación con ellos está plagada de cortocircuitos: el padre que protesta por la corrupción pero falsifica los vales de nafta del trabajo, la madre que pontifica sobre el amor y le cuenta a la hija de sus coqueteos. A veces actuamos frente a ellos como si no estuvieran ahí, mirando. Como si no entendieran lo que ven.
Son chicos. Decidimos, por comodidad, que los van a educar en el colegio.
Nos equivocamos. Nada logrará el colegio que la casa desautorice; en el mejor de los casos el colegio hará posible que caminen por la selva evitando el peligro, o que sepan descubrir un atajo. El resto, la vida, el amor, la muerte, la confianza, la soledad, los sueños, suceden en la casa. Y todo lo demás: también queremos matarlos, disolverlos en ácido, son insoportables cuando gritan o se encaprichan, nos ponen a prueba todo el tiempo y es terrible descubrirse extorsionándolos (“O hacés tal cosa o…”) y es atroz, absolutamente atroz, que no haya manual alguno, ninguna regla, ninguna ley, ningún saber incuestionado que dé una solución.
Pero el otro día alguien me preguntó si creía en Dios, y solté sin pensarlo un segundo:
–Claro que creo. ¿Cómo no voy a creer?
Existen los chicos. De modo que perdón a los niños por no estar a su altura y ojalá algún día nosotros, los grandes, seamos merecedores de ese nombre.
“No hay ningún motivo válido para engañar a los niños” (Bertrand Russell)
© Escrito por Jorge Lanata y publicado en el diario Crítica de la Argentina el domingo 10 de agosto día 2008.
sábado, 9 de agosto de 2008
Proyecto Desaparecidos...
Proyecto Desaparecidos
El Proyecto Desaparecidos es un proyecto de diversos organismos y activistas de derechos humanos para mantener la memoria y alcanzar la justicia. Es un lugar donde poder conocer y recordar a las víctimas del terrorismo de estado en América Latina y el mundo. Y es un lugar donde poder conocer también quienes fueron y quienes son los secuestradores, torturadores, asesinos y cómplices culpables por las desapariciones de miles de personas.
Finalmente, es un lugar donde reconstruir, entender y analizar el terrorismo de estado, el fenómeno de las desapariciones, y aprender como evitar que pase de nuevo.
El Proyecto Desaparecidos no le pertenece a nadie en particular, nos pertenece a todos. Todos están invitados a colaborar con información, fotos, diseño u otras cosas. El proyecto tiene actualmente 10 años de edad.
© Fuente: http://www.desaparecidos.org/main.html
La Doctrina del Shock... Naomi Klein
Klein demuestra que el capitalismo emplea constantemente la violencia, el terrorismo contra el individuo y la sociedad. Lejos de ser el camino hacia la libertad, se aprovecha de las crisis para introducir impopulares medidas de choque económico, a menudo acompañadas de otras forma de shock no tan metafóricas: el golpe de la porra de los policías, las torturas con electroshocks o la picana en las celdas de las cárceles.
En este relato apasionante, narrado con pulso firme, Klein repasa la historia mundial reciente (de la dictadura de Pinochet a la reconstrucción de Beirut; del Katrina al tsunami; del 11-S al 11-M, para dar la palabra a un único protagonista: las diezmadas poblaciones civiles sometidas a la voracidad despiadada de los nuevos dueños del mundo, el conglomerado industrial, comercial y gubernamental para quien los desastres, las guerras y la inseguridad del ciudadano son el siniestro combustible de la economía del shock.
© http://www.paidos.com/klein.asp
Más información:
Página oficial de Naomi Klein:
Página de Naomi Klein en Myspaces.com:
viernes, 8 de agosto de 2008
¿Un “sincericidio”?...
La decisión de ordenar la no asistencia a
Hubo
© Escrito por Nelson Castro en el Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, el domingo 3 de agosto de 2008.
miércoles, 6 de agosto de 2008
Vergüenza de clase…
Jamás se me ocurriría mandar a la concha de su madre a la clase media que puteaba a los piqueteros porque la hacían llegar tarde.
Jamás, de ninguna manera, se me ocurriría mandar un poquito bien a la concha de su madre a la clase media de Buenos Aires. Inflo el pecho para decirlo: mi clase media. La que ahora se siente satisfecha de sí misma cuando boquea con suficiencia su nueva y tan saludable proclama: ¡Qué bien Cobos!
La clase media que puteaba a los piqueteros del hambre porque la hacían llegar tarde a la terapia y que ahora se compra la banderita y va al acto del campo para sentirse solidaria, para sentirse una hermana federal. La que lee
Así, de un plumazo, que no hubiera: por qué tiene que seguir habiendo. La que putea a los chicos del call center cuando el celular no le manda bien los mensajes de texto. La clase media que en el 95 votó a Menem porque se quería seguir yendo a Nueva York con los 1000 pesos de su salario dolarizado mientras rosarinos desclasados carneaban vacas sobre la avenida Circunvalación o neuquinos expulsados de sus empleos tras la privatización de YPF cortaban caminos en Cutral Có, pero que cuando le tocaron los plazos fijos sintió que lo que le estaban tocando era el culo, y salió a cacerolear porque con el hambre de gente que vive en esos taperíos no sé, pero con los plazos fijos no se jode.
Esa mezquina, desmemoriada, garca, egoísta, autoindulgente, vigilante y un poco bastante gallina clase media que se indigna con la marca de la cartera de nuestra señora presidenta, que ve allí, en esa exaltación del consumo por el que muere mil veces, los grandes males de la patria. Y entonces se sube con la virgencita a gritar Argentina, Argentina y le estampa un beso a Luciano Miguens y le agradece por defendernos del gobierno que le cae mal: cuestión de piel, ¿viste? Nos cae mal.
La clase media vecinalista que está pensando en los destinos del país y que cree fervientemente que nos vamos a ir para arriba el día que saquen a patadas en el culo a todos los cuidacoches de Palermo, porque te rayan el auto y el auto de la clase media es la proyección de un ser supremo nacional, incluso por encima de los plazos fijos, fíjense.
En el 82 llenó la plaza porque creía en sus generales y en que la guerra era una guerra ganada y en 2004 le firmó las papeletas al ingeniero Blumberg porque creía que de verdad era ingeniero y que iba a terminar con la inseguridad, esa cosa mala que inventaron los pobres y sobre la cual la clase media no siente que tenga ninguna responsabilidad social, por qué iba a tenerla.
Supongo, como ya ha supuesto el chico Salmón en uno de esos talksongs radiográficos que tiene, que será el destino divino, tan fino, tan occidental y cristiano. Cosmopolita y parisino. Tan típico Matute pero no el de Don Gato. Supongo que el vigilante argento además es barato: además es barato. Y que así deber ser el estilo tan fino, del vigilante medio argentino.
Nací y crecí en esa clase media. La que vive en barrios con poca voluntad de serlo. (San Juan y Boedo es la esquina de un barrio, y no hay Norte que alcance para convencerme de que Laprida y Mansilla es la esquina de otro, mal que le pese a la memoria de Xul Solar). La clase que se siente bien de sí misma porque no se mete en política, nunca se ha metido, siempre fue antiperonista. A esa clase le conozco sus clubes y sus colegios. Yo soy ella, así que no, jamás. Mandarla a la concha de su madre. Cómo se me va a ocurrir.
© Alejandro Seselovsky. Publicado en el diario Crítica de