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sábado, 3 de marzo de 2012

De subsidios x 3... De Alguna Manera...

En solo seis años se triplicaron los subsidios a los trenes...


Un estudio que pone en situación incómoda al Gobierno. La tragedia de Once sigue dando qué hablar. Los medios de prensa, al menos, siguen desmenuzando la cuestión en sus páginas dominicales.

Hay mucho por contar y analizar aún y las explicaciones oficiales aún brillan por su ausencia. Una de las cuestiones que alguien deberá responder a nivel gubernamental es por qué a pesar de lo malo del servicio, el Estado persistió en subsidiar a las empresas concesionarias.

Por caso, un estudio de la consultora IDESA revela que en los últimos seis años los fondos aportados a TBA se triplicaron.

La consultora toma datos de la ASAP y de la Comisión Nacional de Regulación del Transporte para puntualizar que:

-Entre los años 2005 y 2011, los subsidios del Estado a los trenes pasaron de $2.411 millones a $6.837 millones medidos en moneda constante a precios del año 2011.

-Entre los años 2005 y 2010 (último dato disponible), la cantidad de asientos disponibles  en los trenes metropolitanos pasó desde 264 a 266 millones anuales.

-Entre los años 2005 y el 2011, la cantidad de gente que viajó en tren pagando su boleto cayó de 413 a 344 millones anuales.

La evidencia muestra que en el mismo período en que el monto de los subsidios, descontada la inflación, se multiplicó por 3, la inversión en cantidad y calidad del servicio —aproximada por los asientos disponibles— aumentó un mísero 1% y la gente que paga su boleto cayó un 17%. Es decir, mientras los subsidios crecen, el servicio se deteriora. Las empresas se despreocupan por cobrar boletos y por la calidad del servicio porque mucho más importante es esforzarse para capturar los subsidios.

IDESA asegura que "el Gobierno priorizó el congelamiento de la tarifa, para lo cual se concentró en distribuir discrecionalmente subsidios y relajó los controles. El resultado obvio es que las empresas concesionarias priorizaron congraciarse con los funcionarios que administran los subsidios y descuidaron la calidad y la seguridad de los servicios".

© Escrito por Carlos Forte y publicado en Tribuna de Periodistas el domingo 26 de Febrero de 2012.

Hacé clic acá para descargar el informe de IDESA:

sábado, 19 de noviembre de 2011

Subsidios...

El desafío del económico del próximo gobierno (Incluído el de Cristina)...

Hay riesgo de que el festival de subsidios se desmadre por las elecciones.

La cercanía de las primarias abiertas y obligatorias elevó el riesgo de que se salga de cauce el festival de subsidios de distinto tono y calibre, que superarán este año los 80.000 millones de pesos.

Los destinados a la energía y el transporte se multiplicaron por doce desde el 2005, de la mano del "ingreso dulce" de fondos como consecuencia de los precios estratosféricos de los commodities agrícolas.

Un análisis presupuestario desde el 2005 a la actualidad arroja que el total de subsidios para luz, gas y transportes representaba 6.000 millones de pesos en el 2005.

Si se proyectan los números para este 2011, que aún pueden crecer más si la campaña electoral así lo exige, los subsidios se elevarán por encima de los 80.000 millones de pesos.

Los que se destinan a la luz, el gas y el transporte aumentarán 1.200 por ciento en siete años, abriendo un interrogante sobre la racionalidad de este esquema, que podría ser modificado rápidamente después del 10 de diciembre, cuando asuma el nuevo presidente.

Así, uno de los mayores desafíos en materia económica para la gestión que llegue, aún si Cristina Fernández lograra la reelección, será cambiar un esquema distorsivo, por el cual se subsidia el consumo de sectores medios y altos que bien podrían pagar la energía y el transporte que consumen.

Las razones para que el gobierno mantenga un esquema cada vez más controversial se encuentran en la matriz clientelística de la concepción del poder, ya que reducir subsidios haría despertar a los argentinos de un sueño que carece de sustento real.

Si se eliminaran los subsidios de la energía eléctrica las tarifas aumentarían un 280 por ciento promedio, y en el caso del gas, el alza rondaría el 140 por ciento, en la Ciudad de Buenos Aires y el conurbano.

Similar es el caso de los transportes, donde el boleto de colectivo y la tarjeta del subte, que aumentarían 440 por ciento de un día para el otro.

El caso del tren, un servicio que transita aún en la indecisión de un gobierno que parece tener presiones sindicales para no darle el impulso necesario, la tarifa subiría 720 por ciento.

El servicio de trenes Talgo a Mar del Plata que la presidenta inauguró en los últimos días pueden ser uno de los caminos a recorrer, pero también existe la necesidad de poner en marcha un sistema ferroviario de carga que empiece a sacar camiones en las rutas y posibilite bajar el costo de la logística en la Argentina.

Cada vagón ferroviario —un sistema que fue destruido en los 90— puede transportar dos camiones de cereales completos, en un dato que refleja lo que el desarrollo del tren como medio de transporte podría representar para la Argentina.

Las distorsiones provocadas por los subsidios y la inflación, más un dólar que empieza a retrasarse teniendo en cuentas las necesidades de este modelo, son dos componentes principales de la olla a presión que esta administración le dejará a la próxima.

Un dólar quieto mientras otras variables clave de la economía suben un 20 por ciento anual, arroja un escenario inviable.

Ante esta disyuntiva, lo más probable es que el próximo gobierno deba inclinarse por desacelerar el ritmo del gasto público, baje la cantidad de dinero en circulación y busque aminorar el ritmo de los reclamos salariales.

Para lograrlo, necesitará un volumen de sustento político de alto calibre, pero tal vez también hacer un gran llamado a construir un pacto social pendiente, si lo que se busca es sostener el crecimiento de la Argentina sobre la base de mayorías significativas.

© Escrito por José Calero y publicado por Tribuna de Periodistas el sábado 30 de Julio de 2011.

http://www.periodicotribuna.com.ar


Los subsidios... De Alguna Manera...

“Renuncia voluntaria”...

Los subsidios al consumo de electricidad, gas, agua y al transporte público tienen un objetivo económico y un componente político ineludible para su análisis. No son gastos que el Estado debe ahorrar para no generar distorsiones, como han insistido en los últimos años representantes de la corriente ortodoxa, y que, de acuerdo con las reacciones de estos días, han tomado la delantera en esa disputa sobre el sentido común. En ese batallar contra los subsidios han contado de aliados a no pocos heterodoxos, que han adaptado ese discurso con la bandera de la equidad distributiva. Unos y otros recortan el significado central de los subsidios como una importante herramienta de la gestión económica, para incentivar el consumo masivo, la producción y la competitividad de la economía.

Las medidas de recortes anunciados y por venir apuntan a esos dos componentes (gasto público y altruismo ciudadano), aunque sólo está explicitado el segundo en las declaraciones de los ministros. Esto último se instrumentará con un recurso que apela a la sensibilidad social: la “renuncia voluntaria” del subsidio. El Estado no es una ONG que requiere de comportamientos solidarios de la población, sino que debe definir normas generales con criterios determinados para su cumplimiento. Algunas podrán ser observadas como progresivas y otras como regresivas, sin trasladar su responsabilidad de decisión. En esa línea de solidaridad social se podrían establecer también precios diferenciados para la carga de nafta hasta terminar con un carnet de pobres o de clase media baja para ser acreedor de subsidios al combustible. O proponer a los ahorristas de plazo fijo la opción de pagar el Impuesto a las Ganancias sobre los intereses, hoy injustamente exentos. Se establecería así la implacable ley del mercado: “Quien puede pagar, que pague”. ¿Los padres de familias acomodadas en la pirámide de ingresos, que envían sus hijos a escuelas privadas que reciben subsidio estatal, también deberían hacer un acto de contrición y renunciar a ese aporte? Sólo en el área de la Ciudad de Buenos Aires, de un total de 789 establecimientos educativos de gestión privada que existen, 441 reciben aportes estatales para el pago de los salarios de los docentes, totalizando recursos por más de 800 millones de pesos anuales.

Es notable cómo han calado hondo concepciones de vida neoliberal, individualista, de dádiva del rico al pobre, incluso en analistas que no se reconocen como conservadores. Un mecanismo opuesto al de la “renuncia voluntaria” de subsidios es el sistema de fiscalización de compra de divisas, que el mismo gobierno implementó hace veinte días. Quien quiere adquirir dólares en la ventanilla de un banco no se presenta y dice que tiene una estructura patrimonial aceptable para concretar la operación. Es la AFIP la que determina si es posible efectivizar la transacción al establecer ciertas reglas de aceptabilidad, con criterios que pueden ser criticables, pero la decisión no queda en manos de la persona, sino en las del Estado.

Los subsidios son una potente herramienta de política económica utilizada por diversos países para consolidar su desarrollo. No son malos per se, como deja traslucir el discurso de la ortodoxia, que comienzan con los subsidios y luego lo extiende a todo el gasto público. Desde la perspectiva de la teoría neoclásica, suele atribuirse a este tipo de políticas una excesiva intervención en la economía con efectos “distorsivos”, que inhiben el libre funcionamiento del mercado y el despilfarro de recursos en gastos “superfluos”. Resulta fundamental entonces precisar conceptualmente el carácter de los subsidios para eludir definiciones morales sobre quienes son los beneficiarios, y conservadores sobre el papel del gasto público. Al rescate de ese objetivo, la economista Eugenia Aruguete ofrece una explicación oportuna en “La actual política de promoción económica, subsidios y préstamos del Estado Nacional. Gastos tributarios y directos en el marco de una estrategia fiscal expansiva”. Señala que “varios son los fines que motivan la aplicación de subsidios. Los principales son mantener estable el precio y las tarifas de ciertos bienes y servicios”. Apunta que ésta es, predominantemente, la razón de los subsidios al transporte, al sector energético y a la industria agroalimentaria. También, la de atender el funcionamiento de empresas públicas, como Agua y Saneamientos Argentinos (Aysa). Otro objetivo es el de impulsar el desarrollo de determinados sectores productivos. “Estos subsidios han tenido como una de sus principales finalidades contener el alza de precios y tarifas”, indica. Aruguete destaca que esa estrategia tiene un impacto directo sobre el ingreso real de la población, especialmente de aquellos sectores en los que los bienes y servicios subsidiados tienen un peso relevante en sus canastas de consumo. Y un efecto indirecto sobre el Producto, en la medida en que mejores ingresos posibilitan un mayor consumo, operando sobre la demanda agregada.

En el sector productivo, los subsidios a empresas pueden mejorar las condiciones de producción, estimulando una mayor inversión y favoreciendo el desarrollo de actividades que no se hubieran realizado sin incentivos. La concesión de subsidios, especialmente si se destinan a financiar actividades proveedoras de bienes y/o servicios industriales, como la energía, puede disminuir los costos empresarios y mejorar la competitividad de las firmas, promoviendo inversiones industriales y generando empleo. Esto implica que una empresa puede ganar mucho dinero y a la vez recibir subsidios, porque sería una decisión del Estado fomentar esa actividad en función de un objetivo de desarrollo. Es lo que hacen otros países estableciendo compromisos de inversiones, creación de puestos de trabajo, metas de exportación de las compañías beneficiadas. Esto significa que los subsidios no son un gasto público indiscriminado y que debe ser eliminado totalmente porque genera distorsiones, sino que es una herramienta de política económica a la que el Estado no debe renunciar en el altar de la ortodoxia.

Los subsidios son un factor relevante de una política fiscal expansiva, que tiene efectos positivos sobre la economía a través de múltiples mecanismos. De manera directa, alimentan el nivel de actividad vía la expansión del gasto público, componente central de la demanda agregada. Indirectamente, inciden sobre el crecimiento económico en virtud de su capacidad potencial de estimular la demanda de inversión (pública y privada) y el consumo. Por lo tanto, eliminarlos o reducirlos implica una contracción fiscal con el consiguiente resultado opuesto al de la expansión. Además, se presenta el riesgo de sumar tensiones inflacionarias. Si el Gobierno eligió ese camino porque prevé un 2012 apretado por la crisis internacional, puede terminar por confirmarlo debido a que se trata de una medida procíclica: para los usuarios, un menor consumo; para las empresas, una merma de competitividad.

Se sabe que las medidas económicas no están escindidas de la política y, por lo tanto, ese componente debe considerarse para un análisis abarcador, aunque incorporando una base conceptual de los subsidios en términos económicos lejos de las ideas de la ortodoxia. Por eso es una pregunta que no contempla las etapas históricas de un proceso ni los componentes políticos la pregunta “¿por qué no lo hicieron antes?”. La decisión del Gobierno de impulsar la “renuncia voluntaria” al subsidio tiene su explicación en el objetivo de evitar en forma inmediata el costo social de modificar el sistema de distribución de recursos luego del intento fallido de 2008, por resistencia de organizaciones de consumidores y de la oposición política con el apoyo de gran parte de los medios de comunicación. Habrá que esperar el momento de la recepción de las facturas para evaluar si la nueva estrategia logra superar ese costo. Además, resulta obvio que ahora existe un escenario político amigable para el Gobierno luego de las elecciones presidenciales.

Por otro lado, el frente fiscal de esta medida apunta a consolidar la recuperación de los superávit gemelos (cuenta corriente y fiscal). Esto no es una decisión económica, sino fundamentalmente política. Se sabe que una economía puede mantener su estabilidad con los actuales saldos de esas dos variables, que incluso registran mejores resultados que varios países. Pero por las características políticas y del poder económico de Argentina, desde un comienzo la administración kirchnerista estableció como norma para gobernar una sobreexigencia del saldo de esas cuentas para que la legitimidad política en las urnas pueda ser ejercida con cierta autonomía frente a diversas corporaciones, que ante algún signo de debilidad arremeten, como se observó en los últimos años en diferentes frentes, y más reciente en el mercado cambiario.

© Escrito por Alfredo Zaiat y publicado el Diario Página/12 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el sábado 19 de Noviembre de 2011.