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jueves, 23 de agosto de 2012

“Todos se quieren ir a la mierda” o Into the Wild... De Alguna Manera...


“Todos se quieren ir a la mierda”...

Franco Busso. Imagen: Cecilia Salas

Dejó su triste trabajo de oficina, se compró una camioneta y se va hasta Alaska. “Ahora soy dueño de mi tiempo”, dice.

La fantasía de abandonar la realidad es una idea recurrente para muchos de los jóvenes estresados de clase media, sobre todo para los que ya terminaron la secundaria, pero no pueden aceptar que la vida se basa en trabajo, facultad y (lo que sobre de) ocio. ¿Cuántos de los que están leyendo esta nota alguna vez planearon largar la carrera y poner un bar en Brasil? Probablemente igual de elevado sea el número de los que idearon en al aire un recorrido nómade por algún país del Oriente o intentar suerte con alguna destreza artística en Europa, todo bien lejos del “confort” que brinda armar una vida en la ciudad local. También la mayoría de esos casos de “sueños de la clase media” quedan en la misma nada al abrir los ojos y encontrarse (una vez más) con el monitor de la computadora, en alguna oficina del microcentro donde se realiza un laburo pobremente remunerado.

Franco Busso tenía ese problema cada vez que abría los ojos: su realidad lo deprimía. Las 9 horas que pasaba encerrado en las inmediaciones de la importante consultora para la que liquidaba las cobranzas lo tenían de lunes a viernes sentado en un escritorio y con el nudo de la corbata ajustado. Al salir no era libre: tenía que ir a la facultad, donde realizaba la carrera de Licenciatura en Comercialización (vulgarmente denominado “Marketing”) para pasar otras 4 horas escuchando a algún profesor hablar de macroeconomía o de fórmulas financieras. Un buen día del año pasado se cansó y, a raíz de esa crisis, ideó Rutas Salvajes, un viaje con pocos recursos, lejos del personaje de “turista” y cerca del “aventurero”. El plan de vida que tiene ahora es recorrer América a bordo de una combi “pan lactal”, con Tierra del Fuego como punto de partida y Alaska como meta final, sin ningún límite de tiempo. Cualquier parecido con la película Into the Wild es pura consecuencia.

“Exploté”, es el verbo que elige este joven de 24 años para simplificar al NO el motivo de su peculiar viaje. “Entre laburo, facultad y novia me la pasaba todo el día ocupado, no daba más. Me pregunté qué estaba haciendo y ahí apareció en mi cabeza la idea de un viaje que había colgado.” Ese “viaje colgado” surgió hace 3 años, cuando Busso se encontraba en Estados Unidos realizando una temporada de work and travel y decidió regresar a Buenos Aires en auto, junto a otros argentinos. “Al final se fueron bajando todos y yo me quedé con las ganas, la idea era recorrer todo América de arriba para abajo.”

El proyecto ahora es en solitario: la primera semana de septiembre, Busso saldrá de Buenos Aires hasta Tierra del Fuego, para luego ir subiendo por la Cordillera de los Andes hasta Alaska; en el medio, lo esperan casi 15 mil kilómetros, distancia que recorrerá a bordo de una camioneta Volkswagen (sí, la famosa “hippy van” o “pan lactal”) fabricada en los ‘80 y refaccionada por él y un amigo para incluir cocina y cama desmontable. “Primero pensé en comprar una Chevy van, pero después apareció ésta, que era más barata y todo terreno. Además de la ropa y los documentos, me llevo una computadora, una cámara y un celular (para tuitear). Ni loco me llevó un GPS, me voy de acá porque estoy harto de que me digan qué hacer, sería el colmo subirme a una camioneta para que una gallega me grite para dónde doblar.”

“Ahora yo soy dueño de mi tiempo, antes no era así. Estoy seguro de que a Alaska llego, no tengo idea cuándo. Hace unas semanas me tuve que ir hasta Luján y fui con la combi para probarla: tardé 4 horas por los desperfectos técnicos. Saqué el cálculo y si hago el mismo ritmo en el viaje, voy a tardar unos 25 años”, explica Busso entre risas. “Yo pensaba que estaba loco al encarar un proyecto así, pero cuando fui al taller donde me vendieron la camioneta, el dueño del lugar, especialista en estos vehículos, me dijo que es una moda: todos se quieren ir a la mierda.”

La travesía de Franco Busso se puede seguir online por medio de:  Rutas Salvajes

© Escrito por Facundo Enrique Soler y publicado por el Diario Página/12 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el jueves 23 de Agosto de 2012.

Las fotos:

 



  







 



domingo, 16 de noviembre de 2008

¿Marketing de mierda?... No, profesionales de mierda...

¿Marketing de mierda?... No, profesionales de mierda...

Veamos... Los que tenemos la oportunidad de trabajar en áreas comerciales de empresas, muchas veces nos hemos visto involucrados, tanto en forma directa como indirecta en "comunicar" sobre un producto o servicio. Para este caso me surgió una pregunta sobre la ética de la comunicación y concluí que como única respuesta, este comercial es una mierda.

El Marketing, en este caso utilizando su variable -Publicidad-, a través de algún responsable de producto (Propietario de la empresa Pentágono, Gerente de Marketing, Agencia de Publicidad, etc.) a cometido un delito, que es el de discriminación.

Esto confirma lo siguiente a mi modo de ver:
El Marketing no es una mierda... Mierda son aquellos que lo aplican en forma incorrecta.

Para quienes lean este mensaje y en el futuro ejerzan la profesión comercial, no caigan en este tipo de estereotipos discriminatorios, hablará mal de ustedes como profesionales, convirtiéndose instantámente en profesionales de mierda.
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Puertas Pentágono...

La publicidad de una puerta blindada que divide a víctimas y victimarios según sus rasgos.

Así se llaman unas puertas blindadas cuya publicidad me perturba cada vez que la pasan. Muestra a un negro corriendo. No es una persona corriendo ni un hombre corriendo. Es un negro corriendo. Tampoco es un negro como Barack Obama o como Pelé o como Rubén Rada. Específicamente, es un negro de mierda. El personaje que corre moviendo con él la panza inequívocamente hinchada de cerveza es un hombre quizás argentino, quizá paraguayo o peruano, sin rasgos europeos. Su fisonomía es la de cualquier hombre común y corriente que toma el tren a las seis de la mañana en Moreno para ir a trabajar a la obra en Capital. O la de un colectivero, o un taxista. O la de un kiosquero, o un mecánico. Pero tiene la barba crecida y la cara sudada mientras corre. Corre hacia lo que en una segunda instancia se ve que es una puerta. Choca con toda la fuerza de su cuerpo grueso contra la puerta. Rebota contra Lo Blindado y cae.

Del otro lado de la puerta, sin siquiera escuchar el ruido que provoca un cuerpo grueso cuando rebota contra una puerta, está la familia que debe ser protegida de los negros de mierda. Es una familia que no necesita descripción. Es una familia. Las familias en la publicidad televisiva nunca son familias de negros de mierda. La idea de familia catódica vira al castaño claro por lo menos. Y decididamente, incluye rasgos europeos.

Yo creo que se trata de un caso de lisa y llana discriminación. Es la puesta en escena de un intento de robo en el que se reparten según los roles los orígenes étnicos. Esa publicidad, vista desde los millones de hogares en los que los espectadores tienen los rasgos del ladrón, es un insulto. Lleva el cliché y el prejuicio inscripto en el casting.

Esa publicidad refleja y retroalimenta la lectura que hacen de la inseguridad algunos de los sectores que hoy piden seguridad. La explicación del malestar siempre vive en la villa de al lado. O en Fuerte Apache. El testimonio a TN de Edgar, el chico que dijo sobre el asesinato de esta semana “no sé si estaban drogados, a mí careta también me da para cargarme a un gendarme por las veces que me cagaron a palos”, fue coronado con su propia detención. En el video que secuestraron y que él estaba mostrando a la prensa, se veía a un grupito de púberes jugar con armas.

Sí, hay armas en Fuerte Apache y en las villas. Pero no hay solamente armas. Todo aquel que vive allí y saca la cabeza y vive con terror pero no puede vivir en otro lado, no es premiado sino estigmatizado. ¿Cuántos de nosotros persistiríamos en la dirección correcta invirtiendo todo nuestro esfuerzo, si en lugar de ser aceptados socialmente fuéramos diariamente estigmatizados no por lo que hacemos sino por nuestros rasgos y nuestros domicilios? Sigo preguntándomelo. ¿Cuántos?

© Escrito por Sandra Ruso en el diario Página/12 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el día lunes 3 de noviembre de 2008.


sábado, 8 de septiembre de 2007

En el nombre del Marketing... De Alguna Manera...

En el nombre del Marketing…
  
 

 

 
 
 


 



Hace algunos años, allá por el año 2000, observamos con preocupación la "incorrecta" utilización de la significancia del la palabra Marketing.

En la Asociación Argentina de Marketing creímos conveniente empezar por casa y enviamos, no solo a los medios de comunicación una solicitada aclaratoria, sino también a cada integrante de nuestra Asociación una carta con la "definición universal" de los que significa Marketing...

Quienes trabajamos en esta disciplina, debemos estar comprometidos en utilizar la posibilidad que la misma nos da, para poder llevar a cabo los cometidos sociales que implica el desarrollo de las personas a través de canalizar sus necesidades y deseos, cualquiera sea su condición social y de ese modo contribuir a mejorar continuamente en su calidad de vida...

La disciplina del Marketing es como una herramienta... Dependiendo del fin con que fue creada, será su utilidad... ¿O acaso un martillo neumático ha sido creado para generar ruidos, o una topadora para cercenar la selva amazónica, o un discurso político para luego no cumplir con lo comprometido en él?...

Más allá de cualquier definición... La Actitud de las personas responsables de esta disciplina deberá estar dirigida hacia cabal sentido del rol que tienen las personas en nuestra sociedad y generar las máximas oportunidades posibles para todos los integrantes que la componen sin ningún tipo de excepciones...


© Luis A. Capomasi (08/09/2007)