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domingo, 29 de noviembre de 2020

Hechos frente a mentiras... @dealgunamanera...

 Hechos frente a mentiras… 

Friedrich Nietzsche y las pelotas. Dibujo: Pablo Temes

Cubierto por el obsceno uso de la muerte de Diego Maradona, el Gobierno impulsó sus turbias iniciativas en el Congreso.

© Escrito por Nelson Castro el sábado 29/11/2020 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República de los Argentinos.

Peronismo y el uso político del deporte y de sus ídolos. El jueves 8 de noviembre de 1952, Juan Manuel Fangio retornó al país después de haber ganado por primera vez el Campeonato del Mundo de Fórmula 1 tras haber triunfado en el Gran Premio de Barcelona. No bien aterrizó en Ezeiza, se dirigió al policlínico donde Eva Perón se recuperaba de la operación a la que debió someterse el martes 6 por el cáncer de cuello uterino que padecía. Luego de dejarle su saludo, Fangio se dirigió a la Casa Rosada, desde cuyos balcones les habló a los miles reunidos en la Plaza de Mayo que lo vitoreaban. Dijo entonces el astro del automovilismo: “Para mí, no hay nada más grande que Perón y Evita”.

El peronismo ha hecho, desde siempre, un uso político abierto y obsceno del deporte y de sus ídolos. Diego Armando Maradona fue, tanto en vida como muerto, parte de esa metodología, como lo demostró su velatorio.

 

Fue imprudente la decisión del Dr. Alberto Fernández de disponer su realización en medio de la pandemia y del Dispo (distanciamiento social preventivo y obligatorio) de una ceremonia que se sabía convocaría a una multitud incontrolable. Su aparición al lado del féretro con la camiseta de Argentinos Juniors y compartiendo selfies con quienes allí estaban fue impúdica.

 

Fue riesgoso el descontrol que se vivió en la Casa Rosada cuando ante la exigencia de Cristina Fernández de Kirchner, se cerraron las puertas al público para que ella pudiera tener su momento de exclusividad para posar junto al féretro, algo bien propio de su narcisismo y egocentrismo.

 

El velatorio y las internas del oficialismo. En el Gobierno las aguas están divididas. Hay quienes, aun con el diario del lunes, sostienen la teoría del “mal menor” esgrimida por el Presidente de manera pública cuando declaró: “Si no organizábamos el velorio, todo hubiese sido peor”. Sin embargo, hay funcionarios de primera y segunda línea con despacho en la Casa Rosada que reconocen, en absoluta reserva, que “se compraron un problema al meterse de lleno en la logística y la organización del velatorio de Maradona”. Uno de ellos señaló: “En los últimos meses fallamos sistemáticamente en nuestras iniciativas. En la época de Macri se hablaba de ‘errores no forzados’; aquí más bien, se trata de errores forzados por la propia heterogeneidad del Frente de Todos”. El funcionario, con voz de preocupación, cerró con una advertencia a manera de ruego:

 

“Hay que cuidar al Presidente”.

 

Otro miembro del Gobierno con llegada directa a Alberto Fernández opinó en el mismo sentido: “No fue una idea acertada hacer un velorio de esas características.

 

Afortunadamente no hubo un millón de personas como se preveía porque si no, todo habría terminado en tragedia”.

 

El otro punto de inflexión quedó delimitado por la presencia de Cristina Fernández de Kirchner y el tuit que el ministro del Interior, Eduardo “Wado” De Pedro, lanzó contra la Ciudad de Buenos Aires a las 16 horas y 21 minutos del jueves.

 

La vicepresidenta se hizo presente en el salón poco antes del desmadre y las puertas se cerraron. Luego de saludar a la familia Maradona permaneció unos minutos en la capilla ardiente junto a AF. La frialdad entre la ex presidenta en funciones y el Presidente fue el dato relevante de ese momento. No hubo hostilidad; tampoco afecto. Prueba de ello es que CFK subió al despacho de De Pedro –y no del Presidente–, con quien compartió un ligero refrigerio y desde donde, media hora después, se lanzó el dardo con destino a Horacio Rodríguez Larreta y Diego Santilli culpándolos por la represión policial a causa de los disturbios ocurridos en la avenida 9 de Julio.  

 

¿Fue ese mensaje una jugada consensuada con CFK?

 

Una fuente calificada del Gobierno lo puso en estos términos: “No sé si Cristina tuvo algo que ver con el mensaje de De Pedro, pero si hubo una decisión conjunta hubiera sido mejor funcionar como un equipo de manera seria y coordinada y no mediante un tuit por redes sociales”.

 

No hubo el más mínimo gesto de acercamiento entre los integrantes del Ejecutivo y eso no pasó desapercibido para nadie. “No creo que el ingreso de CFK a puertas cerradas haya despertado rechazo en la gente. Sí creo que, una vez más, marca una diferencia que hace daño puertas adentro. AF se manejó sin restricciones; ella sin embargo hizo su juego”, señalaron cerca del primer mandatario.

 

Desde el Instituto Patria fueron más viscerales y simplificaron de manera burda pero realista la situación: “Maradona es el pueblo y Cristina tenía que estar junto al pueblo”. Muestra más clara y bochornosa del intento de uso político de la muerte de Maradona, imposible.

 

Movimientos en las sombras. Mientras la atención de la opinión pública se posaba sobre el caso Maradona, el Gobierno se movió rápidamente para concretar algunas de sus maniobras de insondable turbiedad que exhiben su permanente accionar de avasallamiento institucional. Hubo dos entre el jueves y el viernes.

 

El jueves, el Poder Ejecutivo envió al Senado el pliego del juez federal de Dolores, Alejo Ramos Padilla, para ocupar el Juzgado Federal 1 de La Plata, con competencia electoral en toda la provincia de Buenos Aires, surgido de una terna aprobada por el Consejo de la Magistratura en abril del año pasado. Ramos Padilla ha sido un adalid del kirchnerismo en su intento por derribar la causa de los cuadernos de Centeno.

 

El viernes, fue la media sanción en el Senado del proyecto de ley para flexibilizar las normas de designación del procurador general de la Nación a los fines de nombrar alguien útil a la necesidad de impunidad que persigue CFK.    

 

Estos son los hechos. Todo lo demás son mentiras. Y, entre los que mienten, lamentablemente está el Dr. Alberto Fernández, cuya palabra se desvaloriza día tras día. 

“Lo que me preocupa no es que hayas mentido, sino que, de ahora en adelante, ya no podré creer en ti”. (Friedrich Nietzsche)




domingo, 4 de febrero de 2018

Escándalos de Corrupción… @dealgunamanera...

Esos sindicalistas ricos que dan vergüenza ajena…

Caídos. Humberto Monteros, de Bahía Blanca y el Pata Medina, de La Plata, de la UOCRA; Caballo Suárez, del SOMU; Balcedo, del SOEME. Fotografía: Cedoc

El secretario general de la CGT dijo sentir eso ante las fortunas “mal habidas de algunos malandras” que ostentan un cargo en gremios. Sin embargo, advierte que son una excepción y que machacar con esos casos busca golpear al movimiento obrero.

© Escrito por Juan Carlos Schmid, Secretario general de la CGT, el domingo 04/02/2018 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Vergüenza ajena es la expresión inmediata que siento al ver las riquezas mal habidas que los medios han develado de algunos mal llamados dirigentes sindicales.

Sin embargo, no podemos ser ingenuos… Detrás de la reiteración de titulares e imágenes se busca instalar la certeza de una cruzada contra la corrupción; que algunos de esos malandras ostenten un cargo sindical no debe confundir. Son la excepción, mucho menos frecuente que la enquistada en otros actores de la sociedad, y de ningún modo la regla.

La honestidad de la inmensa mayoría. Desde la fundación de la CGT, en 1930, a partir de la confluencia de gremialistas provenientes del anarquismo, el comunismo y el socialismo, y durante todo el período peronista que llega a nuestros días, el movimiento obrero organizado hizo suyos los valores de honradez que, frente a las corruptelas de patrones, políticos y funcionarios inescrupulosos, llevaron a que los militantes sindicales padeciesen todo tipo de sacrificios materiales. Más allá de cualquier debate sobre su actuación o sus posiciones políticas, es indudable la conducta solidaria de los principales secretarios generales y dirigentes históricos de la CGT, llámense Luis Gay, José Espejo, Eduardo Vuletich, Andrés Framini, José Alonso, Raimundo Ongaro, Augusto Vandor, Agustín Tosco, René Salamanca, José Ignacio Rucci o Saúl Ubaldini, por citar sólo algunos nombres de una larguísima lista, que incluye a la gigantesca mayoría de los miles de cuadros que tiene hoy el sindicalismo argentino. Todo ello, sin contar los innumerables compañeros que se desempeñan en los cargos intermedios de las estructuras gremiales.

Todos los gremialistas que acabo de mencionar vivieron austeramente y, en más de un caso, incluso en la pobreza, muy a pesar de la denigrante y estúpida cantinela de todo pelaje, cuyos exponentes vieron en el peronismo “el hecho maldito del país burgués”, tal como lo decía John William Cooke. Es muy fácil de comprobar lo que digo. Basta comprobar que, una vez fallecidos esos dirigentes, muchos de ellos asesinados, dejaron a sus familias en serias dificultades. Para vivir, la mayoría de sus esposas e hijos debieron recurrir a la solidaridad de sus compañeros.

El mito de un Vandor “millonario”, por tomar un solo ejemplo, no se sostiene ante la realidad de que su viuda tuvo que trabajar 25 años más para jubilarse y seguir viviendo en el mismo departamento de dos ambientes de la calle Emilio Mitre. Qué rara forma esa de “robar” para seguir siendo pobre, sin siquiera asegurarle el futuro a su familia.

Recordemos, ya que hablamos de muertes o, mejor dicho, de asesinatos, que el movimiento obrero argentino ofrendó la vida de más de veinte secretarios generales desaparecidos durante el Proceso de Videla y Martínez de Hoz. Y lo menciono así porque muchos de los que hoy hablan desde posiciones dominantes y con poder de decisión fueron socios de esos tenebrosos personajes.

A esos compañeros que forman parte del martirologio de nuestro pueblo hay que agregar la larga lista de dirigentes y militantes sindicales asesinados en los años setenta por pseudorrevolucionarios que despotricaban contra la supuesta “burocracia sindical” o por las bandas lopezreguistas. Los violentos siempre forman parte de esa secta, transversal a las ideologías. Nunca les importó el zanjón de sangre y dolor que dejaron detrás de sus alocadas aventuras.

Todo ello vuelve más indignantes los casos de corrupción en las filas del movimiento obrero. Hay que ser un cretino completo para que, después de dedicar años de vida a la militancia gremial, se manche al conjunto de la dirigencia luego de alcanzar un cargo de poder. El poder sirve para transformar a la sociedad, para mejorar la vida de los compañeros y compañeras, no para alimentar la ambición de nadie.

Cuando veo a esos idiotas del dinero fácil, me viene a la memoria la actitud de José Espejo, hombre de confianza de Eva Perón y del General, que acumuló un enorme poder. Cuando tuvo que irse, lo hizo sin pestañear, en silencio, respetando las reglas de la militancia gremial y política; y buscándose un trabajo, en su caso, repartiendo vino casa por casa, hasta su jubilación. 

Los que se quedaron en el 55. El bloque mediático, la corporación judicial y el particular poder político-económico que hoy nos domina hacen lo imposible para convencer al hombre común de que estamos a merced de un grupo de filibusteros, vulgares chorros disfrazados de gremialistas, cuya única aspiración sería alcanzar el poder para dedicarse a esquilmar a sus compañeros.

Ese discurso o, más bien, ese relato de ficción, se inserta en un entramado ideológico y sociológico al que podemos definir como los nostálgicos de la dictadura instaurada en 1955, la mal llamada Revolución Libertadora. Esa que se hizo para que “el hijo del barrendero siga siendo barrendero”, según el no muy elaborado pensamiento del almirante Arturo Rial. En ese barro, mezcla de revanchismo, desprecio por el prójimo y odio a los pobres; se amasó el pensamiento prejuicioso y la acción disociadora de muchos en nuestra vapuleada Argentina. La “grieta”, que tanto se menciona, tiene un origen mucho más antiguo que el expuesto en tiempos más recientes.

No es mi intención aquí fungir de historiador, pero sí recordar algunos hitos de esa desdichada trayectoria. El general Aramburu y el almirante Rojas creyeron que destruyendo el movimiento sindical harían desaparecer al peronismo. Lo que lograron fue el nacimiento de la Resistencia Peronista. El presidente Frondizi, un dirigente de primera línea con orígenes de radical probo, acudió al ingeniero Alsogaray con las mismas intenciones, y ya sabemos en qué terminó. Onganía le encomendó la misión a Krieger Vasena, con el resultado de los Rosariazos, Cordobazos y demás puebladas. López Rega lo intentó con Celestino Rodrigo; Videla y Martínez de Hoz lo emprendieron con el peor genocidio de nuestra historia. El doctor Alfonsín, obnubilado por su amigo Germán López, que se había quedado anclado en 1955, pergeñó la llamada “ley Mucci”, y el resultado fue la más continuada protesta obrera contemporánea. Cavallo lo intentó hasta que su sueño mesiánico naufragó tras la odisea de la Banelco, poniéndonos al borde de la desintegración y el riesgo de una guerra intestina de todos contra todos.

Esta historia, de más de sesenta años, que sumió a la Argentina en estériles confrontaciones, fue movida por ese sueño eterno, para usar las palabras de Andrés Rivera, de desintegrar al movimiento obrero organizado y, por esa vía, devorarse al peronismo.

Los ataques desde la doble moral. El actual embate apela a unos pocos casos excepcionales que pretenden manchar a todo el movimiento obrero y, lo que es más grave, buscando otorgar a los funcionarios de turno una injerencia que no les compete. De eso se trata la anunciada intención de emprender auditorías o controles sobre las organizaciones gremiales, en una violación de las normas internacionales y nacionales que les reconocen independencia del Estado y de los gobiernos. Esos anuncios olvidan que los sindicatos no manejan fondos públicos, sino fondos de sus propios afiliados. Podría acaso tener algún sentido si en la Argentina hubiese un sistema de afiliación obligatoria. Pero en nuestro país la afiliación gremial es completamente voluntaria, y los sindicatos son entidades civiles, no oficiales, cuyos dirigentes responden exclusivamente a sus afiliados. Son estos los únicos con derecho a fiscalizar, lo que efectivamente se hace a través de la presentación anual de balances ante las asambleas y demás medidas de control de la gestión, de acuerdo con los estatutos de cada sindicato.

Las prestaciones sociales y médicas de los sindicatos argentinos constituyen una tarea sorprendente; es tan potente que llama la atención incluso de dirigentes gremiales de países más avanzados, donde a pesar de contar con mejores condiciones económicas no tienen coberturas tan amplias y eficientes. ¿No será este el verdadero problema que molesta a algunos representantes de poderosos intereses? ¿No será que no soportan a quienes consideran “feos, malos y sucios” porque construyen poder económico con el objeto de discutir de igual a igual?

Si los funcionarios están tan preocupados por controlar las cuentas de organizaciones civiles particulares, ¿por qué no auditan a entidades financieras o a la Sociedad Rural? Entre sus directivos o asociados hay más de un alto funcionario del actual gobierno, y el famoso bono recibido por un ministro, otorgado por una organización que él mismo presidía hasta minutos antes de asumir el cargo público, no es precisamente un ejemplo de transparencia. Por el contrario, sí es una muestra clara de un doble estándar moral que se extiende a otros hechos que ocupan la primera plana de los diarios. Todo esto sucede ante la mirada impertérrita de la Oficina Anticorrupción, un organismo que, cuando se trata de colegas funcionarios, a lo sumo expresa reconvenciones más propias de una maestra jardinera a sus niños que las de quienes deben velar por la ética pública. En cambio, si los señalamientos apuntan a algo someramente relacionado con un sindicato, esgrimen intervenciones, las llevan a cabo y, en lugar de sanearlo como prometen, lo terminan convirtiendo en una caja de Pandora.

La viga en el ojo del Gobierno. Las preguntas que se imponen son las siguientes: ¿fueron los sindicatos los responsables del atraso argentino?, ¿qué rol jugó el mundo empresario?, ¿qué intereses manejó y maneja el complejo mediático, que muchas veces se desentendió del destino del país?, ¿cuáles fueron las obligaciones que evadió nuestro sistema judicial para acomodarse a los diferentes “tiempos políticos”?

Entre tanto, la clase política, para defender espacios de poder que muchas veces tienen apenas el tamaño de una baldosa, pacta cualquier acuerdo a cambio de veinte monedas. ¿Acaso no acabamos de verlo en las llamadas “reformas” previsional y tributaria, verdaderos ajustes para favorecer a los sectores más concentrados de la economía, a costa de los más vulnerables?

Lejos, muy lejos de cumplir el mandato evangélico de prestar atención a la viga en el ojo propio más que a la paja en el ojo ajeno, quienes nos gobiernan pretenden presentarse como si hubieran sido creados por ángeles celestiales.

Todos los días nos enteramos de parientes de autoridades beneficiados por decretos de blanqueo, condonaciones de deudas con el Estado; de directivos, socios o accionistas de grandes empresas, quienes, no habiendo transcurrido el tiempo legal y, en más de un caso, sin haberse siquiera desprendido de esos intereses, pasan de la noche a la mañana a ser ministros y secretarios en áreas que afectan a esas mismas corporaciones. Tenemos un ministro de Hacienda declarando el ochenta por ciento de su patrimonio en el exterior. ¿Son verdaderos funcionarios públicos o siguen siendo los mismos CEO de siempre, encaramados en los organismos del Estado? ¿A esto pretenden llamar capitalismo en serio? Tengo todo el derecho a expresar mi recelo sobre estas situaciones. 

La misión del sindicalismo. Se está promoviendo una idea que no busca elevar las prácticas morales sino atacar al sindicalismo, intentando impedir que cumpla con su misión y razón de ser: la defensa de los intereses de los trabajadores y los más necesitados. Es decir, de todos aquellos que, en palabras del papa Francisco, son la “periferia existencial” en un mundo injusto y egoísta: nuestros viejos, nuestros niños, nuestros jóvenes que no pueden trabajar ni estudiar, los millones de argentinos que no consiguen llevar a sus casas lo necesario para parar la olla diariamente.

Es una primitiva y rudimentaria idea para convencernos del destino elegido por las víctimas de la injusticia y la desigualdad, quienes preferirían un plan de ayuda al orgullo de ser obrero y ganarse el pan con el sudor de su frente. Es una mirada tan antigua y retrógrada, que ya hace más de un siglo fue denunciada por nuestros mejores intelectuales y artistas, impecablemente retratada en esa maravillosa obra de Ernesto de la Cárcova, Sin pan y sin trabajo, pintada en 1894. Ya entonces se acusaba de “vagos” a los excluidos y explotados, y de “vividores” a quienes, sacrificando tiempo y descanso, luchaban por organizarlos.

Ahora, con un discurso pretendidamente “moderno”, nos apabullan con los mismos prejuicios y rencores. Que quede claro: los trabajadores soñamos con una democracia moderna, con instituciones republicanas sólidas, en una Patria donde la corrupción sea la excepción y no la norma, con la estrella polar que guía a la Doctrina Social de la Iglesia dentro de una concepción que conduzca hacia la verdadera armonía en la comunidad, que supo tener entre nosotros algunos defensores como Enrique Shaw, el único empresario propuesto para santo. Si el empresariado siguiese esas enseñanzas, no solo no habría divergencia de objetivos con el mundo del trabajo, sino que la alianza entre ambos sería casi indestructible.

Esa vocación mayoritaria del sindicalismo argentino es la que está bajo ataque.

Lamentablemente, estamos enlodados en un mundo dominado por la “cultura del descarte” y, en lo que nos concierne, en una Argentina desigual e injusta; por eso, la misión de las organizaciones sindicales sigue vigente, por más que se la pretenda denigrar, encorsetar o encuadrar, caracterizándola como el final de un ciclo histórico.

La agresión contra los sindicatos no es nueva y siempre ha estado vinculada a políticas tendientes a concentrar cada vez en menos manos la riqueza e imponer condiciones progresivamente peores a las grandes mayorías. En su historia, el movimiento obrero atravesó etapas mucho más duras; basta recordar que ha luchado sin tregua durante los regímenes autoritarios.

Los trabajadores sufrimos la proscripción, los fusilamientos de la llamada Revolución Libertadora; la “movilización militar” y la aplicación del Plan Conintes bajo Frondizi y Guido; la represión del onganiato y el plan sistemático del terrorismo de Estado de la dictadura genocida de 1976. Y pese a su brutalidad, esos ataques no pudieron destruir nuestra convicción de bregar por una Patria justa, libre y soberana.

Entonces, si con toda esa violencia no consiguieron desarticular ni hacer desaparecer al movimiento obrero organizado, no será sembrando el desprestigio que podrán doblegar la voluntad de quienes hemos decidido dedicar nuestra vida a defender a la más vieja nobleza del mundo: la dignidad de los hombres de trabajo.



sábado, 14 de enero de 2017

No es el Sexo… @dealgunamanera...

No es el Sexo...


Mujeres son las nuestras, las demás están de muestra”, nos cantaban los muchachos peronistas a las entonces jóvenes universitarias de los años setenta. “Las demás”, las otras, eran las burguesas o las zurdas, lo que delata el sectarismo que nos atraviesa como cultura política.

© Escrito por Norma Morandini, Directora del Observatorio de Derechos Humanos del Senado, el sábado 14/01/2016 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Gobernaba Isabel Martínez, la viuda de Perón. Una mujer nacida de la costilla poderosa de un hombre poderoso, fiel a la tradición peronista de la participación de la mujer en la política. Los matrimonios políticos y la idea de la mujer-esposa, como intermediaria entre el líder y la masa.

Con el único consenso, la figura de Eva Perón, a la que también el peronismo interpreta según el momento político: del altar al balcón. La santa venerada por los más humildes de los tiempos de Menem a la política de los discursos de la última década, imitada en el tono de la voz, en el abrazo del renunciamiento, institucionalizada ya como ícono urbano tanto en museos como en la gigantografía del Ministerio de Acción Social que emula la del Che Guevara de La Habana.

Sin embargo, ya mucha agua corrió debajo del puente de la democratización, dinamizada por la recuperación de la libertad. Las mujeres en Argentina hicimos un largo y hermoso camino, desde el silencio en las plazas del país para demandar “verdad y justicia” hasta las bulliciosas manifestaciones para que “ni una menos” pague con su vida sus ansias de autonomía.

El silencio como forma de protesta fue reemplazado por la fuerza de las palabras porque, como escribió ese gran humanista que fue Vaclav Havel, “una sola palabra, bajo ciertas circunstancias, pronunciada por una sola persona, tiene más fuerza que un ejército. La palabra ilumina, despierta, libera”. Son las palabras y las acciones las que nos permiten incorporarnos en el mundo compartido, el del espacio público, donde mostramos lo mejor y lo peor que somos capaces de hacer.

Las mujeres en Argentina ya no necesitamos gritar porque tenemos la fuerza de los derechos, consagrados constitucionalmente. En menos de cuatro décadas, se feminizaron los claustros, la política, las empresas y la Justicia.

Se naturalizó que las mujeres podemos ser presidentas, juezas o ministras. Aun cuando no conseguimos evitar que la plaza pública siga ocupada por el llanto, hoy las nuevas madres en duelo, las víctimas de la impunidad y el desdén judicial, han democratizado generosamente su dolor para que “no nos pase” lo que ellas vivieron.

Pero sobre todo, se han incorporado a la política numerosas dirigentes autónomas, verdaderas ciudadanas, nacidas de su propia vocación pública. Ya no esposas, ya no mesías, ya no reinas sin coronas.

Simplemente ciudadanas, más parecidas a las dirigentes de las democracias desarrolladas del mundo. De modo que, a esta altura del desarrollo democrático, no vale la pena gastar energías para ocuparnos de los residuos de autoritarismo e intolerancia, y opinar sobre la opinión ajena que ha degradado el debate.

En cambio, vale observar que las mudanzas culturales, o sea los valores compartidos, son más lentos, dependen de la participación colectiva y de la circulación de nuevas ideas en el debate público. En la medida en la que las mujeres fuimos apareciendo en la vida pública, pasamos a ser vistas y escuchadas, fuimos construyendo la pluralidad que define a la democracia.

Las argentinas, también, incorporamos la idea de la igualdad en la diferencia. Ya no nos definimos por contraposición al hombre sino como su paridad. La virtud de ser iguales para profundizar la democracia. 

Frente a nuestra obstinada cultura de muerte, vamos, también, contraponiendo una cultura de vida, que no puede ser otra que una auténtica educación en derechos humanos porque la naturaleza humana se define por la dignidad. No por el sexo. Mujeres orgullosas de su condición de personas, responsables por nuestras vidas y la de los otros para eludir lo que también nos degrada: ser víctimas.




martes, 15 de diciembre de 2015

La locura y la razón… @dealgunamanera...

Guaranga hasta el final…


La última grosería de Cristina Fernández de Kirchner como presidenta fue no asistir a la ceremonia de traspaso de mando. Según el diccionario, guarango significa “descortés, incivil, grosero”. En esta materia, la ex presidenta superó incluso a su difunto esposo y a Eva Perón.

© Escrito por Diego Bigongiari el lunes 14/12/2015 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Cuando el pasado mes de mayo entregué mi libro Guarangadas K al editor, quedé con la certidumbre de que Cristina Fernández de Kirchner no podría con su genio y en los seis meses que le quedaban de gobierno produciría más groserías que la última reflejada en el libro, con Barack Obama en la Cumbre de Panamá. No me equivocaba.

Desde entonces sumó una buena cantidad de groserías y destratos a su ya copiosa producción: en Roma,  ante una conferencia de la FAO, aseguró que en Argentina había 5% de pobres y 1% de indigentes.

Se despachó por cadena nacional contra los premios Martín Fierro: “Todos saben por ahí cómo se otorgan algunos premios”.

  • Inauguró un centro cultural al que le puso el nombre de su difunto esposo. Inspiró los ataques contra el “casi centenario” miembro juez de la Corte Suprema Carlos Fayt.
  • Usó la cadena nacional para informar que “el doctor Mariano Grondona, que es un chacarero, cobró 21.600 pesos de devolución de retenciones”.
  • Colgó en la Casa Rosada un retrato de su esposo y del dictador Hugo Chávez.
  • Bajó a Florencio Randazzo de su candidatura a la presidencia de tal modo que éste se enteró por televisión.
  • Hizo remover al juez Luis María Cabral de la Cámara de Casación. Afirmó que el tumor del canciller Héctor Timerman lo causó la comunidad judía con sus críticas.
  • Llamó “pistolero, mafioso, extorsionador” al juez federal Claudio Bonadio.
  • Se permitió arreglarle el cabello al periodista Dexter Filkins cuando la entrevistó, a quien le dijo su famoso “bad information”.
  • Usó la cadena nacional para hacer campaña electoral en favor de su propio hijo.
  • Tildó de “dispositivos antidemocráticos” a programas periodísticos como el de Jorge Lanata y dijo: “Antes había grupos de tareas con miembros de las fuerzas armadas. Hoy han cambiado los grupos de tareas, se conforman con un trípode: denuncia mediática, opositores de centroderecha y el Poder Judicial”.
  • Afirmó que la casa de la diputada Lilita Carrió “es casi un aguantadero”.
  • Aseguró que Skanska, uno de los primeros escándalos de corrupción del gobierno de su difunto esposo, “a mí me suena a nombre de yogur”.
  • Dijo que el nazismo “fue la consecuencia de las condiciones que los aliados impusieron a la Alemania vencida en el Tratado de Versalles” y llamó “burro” al profesor Alejandro Gorbacho, que la contradijo.
  • Violó la veda electoral en las elecciones de octubre y de noviembre. Ignoró a su candidato Daniel Scioli en un acto público.
  • Comparó al candidato Mauricio Macri con el ex presidente Fernando de la Rúa, denunciando una “campaña cloaca” en su contra.
  • Hizo afirmaciones grotescas en su último discurso ante la Asamblea General de Naciones Unidas.
  • Gastó fortunas a cuenta del próximo gobierno, nombró cientos o miles de empleados públicos semanas y días antes de abandonar el poder e incluso embajadores, que son representantes del gobierno y no del Estado.
  • Y puso la cereza sobre la torta con el vodevil egocéntrico del fallido traspaso de los atributos de mando presidencial: en un par de entrevistas radiales a propósito de Guarangadas K, dije hace meses que la última grosería de Cristina podría ser no asistir a esa ceremonia.
Hay kirchneristas que comparan a Mauricio Macri con Hitler. Pero en rigor, Cristina Fernández de Kirchner tiene mucho más de hitleriana que el nuevo presidente. Fue Hitler quien descubrió que tener un enemigo puede ser el mayor activo de los líderes carismáticos y que para éstos es más fácil definir su identidad por lo que se odia antes que por lo que se cree: la ex presidenta siguió al pie de la letra estas enseñanzas.

Al igual que el Führer, fue de esos contados mandatarios que se permitió maltratar a reyes, presidentes y embajadores de otros países: la lista es larga. Y como el de Hitler, su legado será discutido largo tiempo entre quienes analizan la historia desde la racionalidad y quienes dejan la puerta abierta al fatídico influjo de la psicopatología.

La locura nunca puede ceder el mando a la razón.




sábado, 21 de noviembre de 2015

Argentina es bipolar... @dealgunamaenra...

La salud mental de Cristina Fernández, a debate…

Presidente de la República Argentina, Cristina Fernández de Kirchner

Un libro insiste en que la líder argentina es bipolar y ella lo niega. El autor, antikirchnerista, asegura que la presidenta padece cinco trastornos mentales.


Argentina es bipolar. Y para sus detractores, la presidenta Cristina Fernández también. Tras más de doce años de gobiernos del matrimonio Kirchner, el país ha quedado dividido, polarizado entre kirchneristas y antikirchneristas, como evidencia la campaña electoral para elegir la semana próxima al sucesor de Fernández. Los medios de comunicación no son ajenos a esa polarización.

Nelson Castro es uno de los periodistas más populares de Argentina. Desde sus programas de radio y televisión fustiga diariamente a la presidenta y al Gobierno. Acostumbra a mirar fijamente a la cámara y hablar directamente a la mandataria. Pero además Castro es médico neurólogo, lo que le ha permitido especializarse en la salud de los mandatarios argentinos, escribiendo libros sobre las enfermedades de Evita o el general Perón. Su última obra, Secreto de Estado (Sudamericana), está dedicada a la salud de Fernández y está resultando muy polémica porque asegura, sin un ápice de duda, que la presidenta padece bipolaridad y otros trastornos mentales.

"La enfermedad más importante que tiene es la atrofia frontal, una afección que produce trastornos de conducta, que genera conductas desinhibidas", dice Castro a La Vanguardia, aunque asegura que esta patología no provoca la bipolaridad pero está "asociada". El periodista explica que "los médicos que la trataron dicen que la conducta de Cristina es el producto de cinco factores: estrés, bipolaridad, síndrome de Hubris, atrofia frontal y narcisismo; hay de todos estos un poquito".

Excepto en el caso de la atrofia del lóbulo frontal, los otros cuatro trastornos ya habían sido diagnosticados por Castro basándose en fuentes médicas próximas a la Casa Rosada. En el caso concreto de la bipolaridad, la revista Noticias ya lo había publicado en el 2006. La publicación tampoco identificó a su fuente, pero luego trascendió que se trataba del psiquiatra Alejandro Lagomarsino, que supuestamente había tratado a Fernández. Sin embargo, Lagomarsino no puede confirmarlo porque falleció de cáncer en el 2011. Otro argumento para quienes no tienen dudas de la bipolaridad de la mandataria es que su hermana, Giselle Fernández, sí padece esa enfermedad.

Ahora Castro se basa en el testimonio anónimo de otro psiquiatra, colaborador de Lagomarsino. Evidentemente, los cinco trastornos de la conducta mencionados no favorecen a Fernández, especialmente viniendo de uno de sus más mediáticos detractores. El síndrome de Hubris, por ejemplo, puede definirse como la adicción al poder o delirios de grandeza. No obstante, Castro defiende su profesionalidad y no cree que haya violado ningún código de ética médica escribiendo el libro, alegando que la salud de un presidente es un "asunto de estado". Además, el periodista deja claro: "Yo no soy el que violó el secreto o no", trasladando ese asunto de conciencia a sus fuentes médicas.

Para defender su libro, Castro enumera cómo se manifiestan esos supuestos trastornos mentales. "Afectan al egocentrismo de Cristina, al culto a su personalidad excesiva, su poca aptitud para tolerar opiniones dentro de su Gobierno contrarias a la suya, su tendencia a tomar decisiones sobre temas que conoce poco, su manejo centralista del poder, la falta de reuniones de gabinete, su tendencia a creer que la realidad es como ella cree que es y a creer que las opiniones que son distintas a las de ella son opiniones de gente ignorante", asegura Castro.

Por su parte, Fernández, que nunca se había referido en público a su supuesta bipolaridad, reaccionó hace unos días, denunciando una "campaña cloaca" contra ella y contra el candidato kirchnerista. No sólo negó que sea bipolar, sino que criticó la estigmatización de los enfermos mentales y defendió a quienes sufren esa patología refiriéndose a su hermana, sin citarla.

"Sabiendo que en mi familia tengo una persona muy inteligente que se enferma, porque son tan brutos que creen que los bipolares son locos. Los bipolares son enfermos que tienen una gran dosis de inteligencia y que tratados con su medicación son excelentes. Dicen que Einstein era bipolar, ¿no? Lamento, podría parecerme a Einstein, pero no soy bipolar", zanjó Fernández.

© Escrito por Robert Mur el domingo 16/11/2015 y publicado por el Diario La Vanguardia de la Ciudad de Barcelona, España.

  

viernes, 17 de octubre de 2014

17 de octubre 1945... "El tiempo me dará la razón"... De Alguna Manera...


17 de octubre 1945: "El tiempo me dará la razón"...


Ese día el coronel Juan Domingo Perón, desde los balcones de la Casa Rosada, pidió a los trabajadores que reclamaban su libertad que se "unan y sean más hermanos que nunca" y advirtió a los "indignos farsantes que este pueblo no engaña a quien lo ayuda".

Aquella Plaza de Mayo que desbordaba de pueblo reclamó la libertad de quien reconoció los derechos de los trabajadores y de quien le escribió a Evita desde su prisión en la isla Martín García: "Tesoro mío. Tené calma, y aprendé a esperar. Esto terminará y la vida será nuestra. Con lo que yo he hecho estoy justificado ante la historia, y sé que el tiempo me dará la razón".

"Empezaré a escribir un libro sobre esto (...) veremos entonces quién tiene razón. El mal de este tiempo y especialmente deeste país, son los brutos, y tú sabes que es peor ser bruto, que ser malo", le dijo Perón a la abanderada de los humildes.

Y el tiempo le dio la razón. Aquel 17 de octubre fue el corolario de una serie de hechos que comenzaron el 10 de octubre cuando por la mañana se convocó a los gremios a los que Perón les hablaría esa tarde para despedirse, desde la Secretaría de Trabajo.

Poco antes, precisamente la noche del 8 de octubre, cuando el entonces coronel festejaba sus 50 años, el jefe de la guarnición de Campo de Mayo, general Eduardo Avalos, le exigió la renuncia a la vicepresidencia de la Nación y a los cargos de secretario de Trabajo y secretario de Guerra.

La resolución de dirigirse a los trabajadores constituyó su última alternativa política, un pretexto para congregar a los obreros que lo apoyaban y hacer una demostración de fuerza ante los ojos de los militares.

El jueves 11 de octubre Perón solicitó licencia al ministro de Guerra a la espera de su retiro y el 12 por la mañana, los civiles antiperonistas se citaron en la plaza San Martín y reclamaron ante el Círculo Militar el reemplazo del entonces presidente Edelmiro Farrell. 

La resolución de dirigirse a los trabajadores constituyó su última alternativa política, un pretexto para congregar a los obreros que lo apoyaban y hacer una demostración de fuerza ante los ojos de los militares.

En el mismo momento el coronel Domingo Mercante, principal colaborador de Perón, congregó a dirigentes gremiales para pedirles que convoquen a una huelga general.

El sábado 13 de octubre el presidente Farrell encomendó al subjefe interino de policía, mayor Héctor D'Andrea, la detención de Perón en su casa de la calle Posadas 1567.

D'Andrea cumplió esa orden y Perón fue trasladado a la isla Martín García.

Un hábeas corpus, alentado por Eva Perón, fracasó, pero la noticia de su detención movilizó a los gremios y los obreros de la carne, dirigidos por Cipriano Reyes, recorrieron las calles de Berisso y Ensenada con carteles y banderas argentinas.

El domingo 14 Perón siguió preso en Martín García. Supuestamente atacado de pleuresía se iniciaron gestiones para internarlo en el Hospital Militar, trámite que resultó exitoso, pero el traslado se postergó hasta el miércoles 17.

Al conocerse el lunes 15 de octubre la noticia del traslado de Perón al Hospital Militar, Cipriano Reyes organizó la movilización popular.

En la tarde del martes 16 de octubre, en Berisso, los obreros de la carne iniciaron una marcha reclamando de viva voz la libertad de Perón.

La policía provincial dispersó a los manifestantes a las pocas cuadras, pero se reagruparon con la intención de cruzar el puente que une Berisso con Ensenada, para llegar hasta la destilería de YPF y levantar a sus obreros.

Fueron de nuevo contenidos, esta vez por un piquete de marineros. Hechos similares se reprodujeron en Avellaneda, y, finalmente, algunos grupos de trabajadores llegaron a la Capital.

El miércoles 17 de octubre, a las 2 de la madrugada, Perón fue llevado al undécimo piso del Hospital Militar. Evita, con su hermano Juan Duarte, ingresaron poco después.

A partir de ese momento, el cuartel general de operaciones tuvo como sede ese sector del policlínico.

Horas después, a las 7 de la mañana, los obreros de la carne lanzaron una huelga general y comenzaron a recorres las calles porteñas.


Con el correr de las horas se fueron congregando en la Plaza de Mayo, pero la espera fue larga: Perón habló por fin a la medianoche.

Desde los balcones de la Casa Rosada, Perón dijo a los trabajadores: "Muchas veces he asistido a reuniones de trabajadores. Siempre he sentido una enorme satisfacción; pero desde hoy sentiré un verdadero orgullo de argentino porque interpreto este movimiento colectivo como el renacimiento de una conciencia de los trabajadores, que es lo único que puede hacer grande e inmortal a la patria".

"Hace dos años pedí confianza. Muchas veces me dijeron que ese pueblo a quien yo sacrificara mis horas de día y de noche, había de traicionarme. Que sepan hoy los indignos farsantes que este pueblo no engaña a quien lo ayuda", sentenció.
 
Y agregó: "Que sea esa unidad indestructible e infinita, para que nuestro pueblo no solamente posea esa unidad, sino que también sepa dignamente defenderla".

"Dije que había llegado la hora del consejo, y recuerden, trabajadores, únanse y sean más hermanos que nunca. Sobre la hermandad de los que trabajan ha de levantarse nuestra hermosa Patria, en la unidad de todos los argentinos", resaltó.

Y concluyó: "Pido a todos que nos quedemos por lo menos quince minutos más reunidos, porque quiero estar desde este sitio contemplando este espectáculo que me saca de la tristeza que he vivido en estos días".
 
La lealtad del movimiento peronista todos los 17 de octubre le dio a Perón la razón. 

© Escrito por Mariana Menzulio y publicado el 17/10/2014 por http://www.telam.com.ar