Sergio Massa. Dibujo:
Pablo Temes.
Lo que
deja CFK. La derrota cultural de la década se anticipa con el auge de los
candidatos light. Mala praxis política.
Si las
elecciones presidenciales fueran el próximo domingo, los tres candidatos con
mayores posibilidades de ganar serían Daniel Scioli, Sergio Massa y Mauricio
Macri. Ese es el dato de mayor provocación intelectual que aportó la última
encuesta de Enrique Zuleta Puceiro. Es la confirmación de la derrota cultural
del cristinismo. Esos tres dirigentes de matriz similar, casi la contracara del
concepto dogmático de “progresismo”, fueron paridos por la “ideologitis” de
Cristina, es decir por la inflamación de su ideología. Ella y sus intelectuales
son los responsables de que el péndulo de las preferencias haya iniciado su
periplo hacia el otro lado. Es que a
toda acción corresponde una reacción en igual magnitud y dirección pero de
sentido opuesto. Es la ley de la dinámica de Isaac Newton que el materialismo
dialéctico supo frecuentar.
Cuando
Cristina abandone el poder en 2015 habrá destruido muchas cosas. Las más
graves, desde el punto de vista simbólico, son la convivencia pacífica y el
concepto de “progresismo”. El resto es economía, se puede arreglar con
racionalidad, soja y profesionalismo. La plata va y viene, pero lo importante
es la salud democrática y republicana. El gran desafío para el que venga será
suturar las heridas para rehabilitar la cohesión social y extirpar el odio que
transformó en enemigo a todo el que piensa distinto. Pero así como Carlos Menem
invalidó por su mala praxis corrupta el término “liberalismo”, Cristina dejará
herido de muerte el contenido de la palabra “progresismo”, también por su mala
praxis corrupta. En este último caso hay que hacer un agregado generacional que
se repite como comedia y, ojalá, no como tragedia.
En los
70, una minoría intensa utilizó la lucha armada y el tiro en la nuca como
instrumento político (definición de Joan Manuel Serrat sobre la ETA) y se
autotituló “vanguardia revolucionaria”. Con una asombrosa mezcla de coraje,
ingenuidad e irresponsabilidad, finalmente, guió a parte de esa generación a la
muerte y no a la victoria socialista. Fue tan blindado el microcosmos en el que
desarrollaron sus acciones, que se convirtieron en una patrulla perdida lejos
de las demandas del pueblo y de su nivel de conciencia, como se decía entonces.
La guerrilla hablaba en nombre de un pueblo que no la escuchaba.
Sin
embargo, la permanente extorsión ideológica sobreactuada a la que hoy someten
al ciudadano común es patética. Es de un sectarismo recargado pero, por suerte,
menos peligroso porque se hace sin armas en la mano.
Pero
esa “ideologitis” que te obliga todo el tiempo a fijar posición sobre todo es
la misma. Ese falso relato que se quiere imponer a los amigos para estigmatizar
a los enemigos hoy es ridículo. Por eso surgen nuevos liderazgos más
descafeinados que apuestan al discurso de “la gestión para resolver los
problemas de la gente” en lugar de “el combate contra las corporaciones
oligárquicas”. Hasta Cristina tuvo que recurrir a un candidato no beligerante y
apto para la clase media ligth como Martín Insaurralde para subirse a ese
viento de cola. La fría caja registradora de votos manejada por Cristina le
robó una foto al Papa y no a Evo Morales o a Fidel Castro. Más claro: Carlos
Kunkel o Diana Conti fueron sepultados debajo de la sábana del Frente para la
Victoria. Pero resucitaron a Scioli. Por eso quien más posibilidades tiene de
derrotarlos es Sergio Massa.
De esta
manera, una porción importante de la sociedad independiente denuncia su
hartazgo frente a esa obsesión cristinista de teñir todo de falsa batalla épica.
Todo es liberación o dependencia. Que a esta altura le pongan al torneo de
fútbol Nietos Recuperados y a la copa
Miguel Sánchez, tiene una doble lectura. Por un lado, el ejercicio de la
memoria sobre el horror del genocidio nunca será suficiente. Pero la repetición
serial de más de lo mismo como dogma y fanatismo provoca cierto vaciamiento de
los contenidos y el reclamo desde la izquierda para combatir otras impunidades
más cercanas en el tiempo que son responsabilidad del actual gobierno. ¿Se imaginan
un campeonato de fútbol llamado Tragedia de Once? ¿O un trofeo con el nombre de
Julio López o Juana Gómez, la chiquita qom de 15 años violada y asesinada en
Chaco?
Ese
repliegue del kirchnerismo sobre sí mismo, igual que en los 70, lo aísla de las
grandes mayorías y lo deja atado a los más verticalistas. Su intolerancia ya no
es contra viejos enemigos oligárquicos como La Nación o nuevos enemigos
monopólicos como Clarín. Ahora van contra los propios, atacan a los que
integran “el campo popular y progresista”, que empieza a astillarse. Jamás
nadie podría acusar al director de teatro Carlos Rivas de golpista o
simpatizante de la derecha. Todo lo contrario. Sin embargo fue atacado como si
fuera un criminal de lesa humanidad sólo porque se atrevió a poner en palabras
lo que piensan muchos argentinos democráticos, republicanos, progresistas,
honestos y defensores de todos los derechos humanos.
En las
discusiones en el trabajo, con amigos o la familia, los niveles de ceguera
verticalista son peligrosos. El veneno que los Kirchner diseminaron sobre las
venas abiertas de Argentina logra que hasta los hechos más cotidianos sean
considerados de vida o muerte.
¿Te
gustó Metegol?, te preguntan desafiantes. Si decís que sí, te convertís en un
antikirchnerista sólo porque Juan José Campanella no permitió que lo
domestiquen. La única salvación del escrache es si decís que la voz del Negro
Fontova hace un mejor trabajo que la de Fabián Gianola. Y cuidadito con
caracterizar de genio a Charly García. Serás fusilado por el paraperiodismo
estatal y acusado de macrista. Sólo el asco de Fito por los porteños es
nacional y popular. Son discusiones de secta endogámica, “fecundación entre
individuos de la misma especie”, como dice el diccionario. Por suerte, la
inmensa mayoría de los argentinos no participa de este infantilismo de asamblea
universitaria.
El
laburante que viaja mal en los trenes de mierda y que gana poco y no le alcanza
y que tiene miedo por su vida y la de sus hijos quiere que se dejen de hinchar
las pelotas con tanta sanata presuntamente progre y trabajen en serio para
construir un país mas justo y más libre. En 1764, Cesare Beccaria, un luchador
por la emancipación y contra el despotismo, abogó por “la máxima felicidad para
el mayor número de personas posible”. Algo así es la democracia realmente
popular.