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sábado, 10 de junio de 2023

La sonrisa del dragón… @dealgunamaneraok...

La sonrisa del dragón… 

Xi Jinping. Fotografía: CEDOC

El último viaje de Massa y su comitiva a China replantea el alineamiento internacional de la Argentina. Los acuerdos con Xi Jinping y el frío de EEUU. 

© Escrito por  Jaime Neilson, former editor of the Buenos Aires Herald (1979-1986), el sábado 10/06/2023 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. 

Hace casi veinte años, el entonces presidente Néstor Kirchner anunció que China estaba por invertir tanta plata en el país que en adelante habría que colgar un retrato suyo al lado de aquel del Libertador José de San Martín en todos los despachos oficiales. Aunque el torrente de dinero que Néstor esperaba conseguir nunca se materializó, lo que presuntamente tenía en mente distaba de ser insensato.

Como muchos otros, el fundador de la dinastía K entendía que la expansión económica de China modificaría drásticamente el mapa geopolítico del mundo e intuía que a la Argentina le convendría vincularse cuanto antes con la eventual superpotencia de mañana, emulando así a San Martín que despejó el camino para que el país tuviera una relación estrecha y beneficiosa, que duraría más de un siglo, con el Imperio Británico.  Puede que Sergio Massa, con lo de “Argenchina” cuya aparición festejó, haya fantaseado con asegurarse un lugar igualmente destacado en el panteón nacional.

De resultar ciertas las previsiones de los convencidos de que el futuro se escribirá en chino mandarín, ni el gobierno actual ni sus sucesores inmediatos podrían darse el lujo de minimizar el significado del cambio así supuesto. Después de la Segunda Guerra Mundial, el presidente Juan Domingo Perón, cometió un error garrafal al oponerse frontalmente a la hegemonía patente de Estados Unidos que creía sería pasajera. Andando el tiempo, procuraría reconciliarse con el cada vez más imponente “Coloso del Norte”, pero ya era demasiado tarde. Desgraciadamente para el país, la resistencia inicial del general a reconocer que el orden mundial basado en el poder de Estados Unidos duraría por mucho tiempo, lo hizo consolidar el modelo socioeconómico que está desintegrándose ante nuestros ojos, con consecuencias terribles para la mayor parte de la población.

Sea como fuere, mientras que en 1946 era razonable suponer que países de cultura occidental continuarían desempeñando un papel rector en el mundo, puesto que tanto Estados Unidos como su principal rival, la Unión Soviética, se habían inspirado en ideas netamente europeas, la situación actual es muy diferente. Aunque la elite china ha adoptado una versión sui géneris del marxismo, su forma de pensar debe mucho a sus propias tradiciones, en especial a las confucianas, de suerte que para los demás es aún más difícil entender lo que los motiva de lo que era para los “kremlinólogos” que intentaban descifrar lo que ocurría en el seno del régimen soviético.

El cada vez más autocrático presidente chino Xi Jinping y quienes lo rodean son nacionalistas. Sienten orgullo por lo logrado a través de los milenios por la gran civilización china que, no lo olvidemos, en distintas épocas era por mucho la más próspera e intelectualmente más sofisticada del mundo. Desde su punto de vista, sería natural que China retomara su lugar en el ápice de un orden internacional jerárquico en que los demás pueblos ocuparían puestos más humildes.

Hasta hace poco, China disfrutaba de una relación mutuamente beneficiosa con Estados Unidos en que, a cambio de encargarse de la producción de bienes de consumo y de tal modo ayudar a reducir el costo de vida de los norteamericanos, aprovechaba las ventajas comerciales y tecnológicas que les brindaba el orden mundial regenteado por Washington. Sin embargo, al darse cuenta los norteamericanos de que, con su ayuda, China estaba erigiéndose en una superpotencia rival que se guiaría por valores que les son radicalmente ajenos, llegaron a la conclusión de que habían sido víctimas de una gran estafa. Con todo, si bien quisieran “desacoplarse” de China con la esperanza de frenar su desarrollo económico privándola de acceso al mercado norteamericano, no les será nada sencillo hacerlo sin poner fin a la globalización y de tal manera provocar una gravísima crisis económica mundial que a buen seguro los perjudicaría.

Frente a China, Joe Biden ha resultado ser aún más agresivo que Donald Trump. En Washington, los jefes militares están preparándose anímicamente para una eventual guerra en defensa de la independencia de Taiwán que, para Pekín, es sólo una provincia rebelde que tarde o temprano tendrá que ser reincorporada a la Madre Patria, una guerra que, de acuerdo común, sería una catástrofe aún mayor que la provocada por la invasión de Ucrania por el ejército de Vladimir Putin. Sin embargo, aun cuando los dos gigantes opten por seguir compitiendo de manera pacífica, ambos harán cuanto puedan por aumentar el poder económico, tecnológico y diplomático propio en desmedro de aquel de su contrincante, lo que ya ha comenzado a plantear problemas a los muchos países, entre ellos la Argentina, que quisieran sacar provecho de la “guerra fría” que se ha desatado.

Tanto Estados Unidos como China cuentan con ventajas y desventajas. El sistema político norteamericano a veces parece ser tan disfuncional como el argentino, mientras que la dictadura china tiene forzosamente que privilegiar los intereses de una elite que se cree sin más alternativa que la de tratar de controlar hasta los pensamientos del resto de la población, La legitimidad del régimen depende de un pacto informal según el cual su derecho a gobernar se basa en el éxito innegable de su estrategia económica, lo que entraña el riesgo de que una recesión, o las secuelas del colapso demográfico que ya está incidiendo en la vida del país, darían lugar a disturbios inmanejables.

Por ahora cuando menos, Estados Unidos está tecnológicamente más avanzado que China, pero Xi y quienes lo rodean confían en que el empleo sistemático de la Inteligencia Artificial le permitirá adelantarse. En este terreno, cuentan con la ayuda de “progresistas” norteamericanos que están resueltos a subordinar todo, comenzando con la calidad académica, a la “equidad” racial y sexual, una obsesión que ya está teniendo un impacto muy negativo en las facultades científicas de Harvard y otras universidades aún muy prestigiosas.

Si China tiene una carta de triunfo en la lucha por superar a Estados Unidos en la carrera tecnológica, es la voluntad de esforzarse, es decir, “la cultura de trabajo”, de los integrantes más talentosos de su población. Como acaba de recordarnos Máximo Kirchner que, para extrañeza de muchos, acompañó a Massa en su expedición a los dominios de Xi en busca de dinero fresco, “es admirable lo que hizo China” en el ámbito de la enseñanza. 

TRASTIENDA DE LAS HORAS MÁS DRAMÁTICAS DE SERGIO MASSA

No se equivocó el jefe de La Cámpora, pero olvidó señalar que el sistema educativo chino se destaca por su rigor extremo. A diferencia de lo que es habitual en la Argentina, el país del “ingreso irrestricto” y de la mentalidad facilista correspondiente, en China los jóvenes que quieren ir a una universidad tienen que superar el temible Gaokao, una prueba que figura entre las más exigentes y competitivas del mundo entero.

Para prepararse, es normal que, durante años, millones de adolescentes chinos, cuidadosamente vigilados por sus padres, estudien al menos diez horas todos los días. Si por algún motivo los docentes se declararan en huelga, serían linchados por sus vecinos o, si tuvieran suerte, enviados a un campo de reeducación en alguna región remota, ya que incluso los contrarios al régimen comunista comparten la fe más que milenaria de los chinos en la meritocracia. De más está decir que sería maravilloso que Máximo, impresionado por un sistema educativo que ha contribuido enormemente a la transformación sumamente rápida de China de un país paupérrimo en una gran potencia económica, ordenara a la gente de La Cámpora militar para que la Argentina lo adoptara, pero la posibilidad de que lo hiciera es virtualmente nula.

Según Massa y otros oficialistas, los chinos estarán dispuestos a ayudar financieramente a “Argenchina” con “swaps” ampliados, yuanes y así por el estilo sin pedirle nada a cambio. Dicen que no son como los técnicos pedantescos del Fondo Monetario Internacional que, por razones incomprensibles, quieren que el gobierno preste más atención a los números. Es una ilusión.  Si bien es cierto que en ocasiones el régimen chino aplica criterios que son más geopolíticos que económicos cuando le interesa relacionarse con países en apuros, nunca vacila en aprovechar su capacidad para presionar a los endeudados para que lo apoyen en el escenario mundial, además de obligarlos a hacer concesiones que son lesivas a la soberanía nacional.

Lejos de ser un acreedor blando, como uno de los integrantes principales del FMI, China ha adoptado posturas tan severas como las de Alemania y Japón que están entre los más reacios a continuar aportando al “plan llegar” de Massa por entender que aprobarlo sería contraproducente no sólo para la Argentina sino también para el sistema financiero mundial.

Si resulta que tengan razón quienes prevén que China desempeñe un papel internacional preponderante en los años que vienen, no manifestará mucha simpatía por países que parecen incapaces de mantenerse solventes. Los chinos no se sienten abrumados por “la culpa post-imperial” que aflige a los europeos y, hasta cierto punto, los norteamericanos. Tampoco se sentirán conmovidos por la pobreza extrema en otras partes del mundo; después de todo, tienen derecho a decir que, para superarlo, les bastaría con hacer lo que, a partir de 1979, ha hecho su propio gobierno. Se trataría de una propuesta que, claro está, no motivaría mucho entusiasmo en las filas de kirchnerismo.



    

lunes, 15 de junio de 2020

A 65 años del bombardeo de la Plaza de Mayo... @dealgunamanera...

A 65 años del bombardeo de la Plaza de Mayo que precipitó la caída de Perón…

Bombardeo. Fueron cinco horas de ataques en varias oleadas.
Hubo unos 300 muertos y más de 700 heridos. Fotografía: Cedoc

Bombas sobre la Casa de Gobierno, ataque terrestre de la infantería de Marina, incendio de iglesias, agitación en las calles, detención y muerte de un médico comunista en Rosario: todo eso ocurrió en esas jornadas de junio del 55 que antecedieron al derrocamiento de Perón.

© Escrito por Santiago Senén González y Fabián Bosoer (*) el domingo 13/06/2020 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República e los Argentinos.


Buenos Aires se estremeció esa mañana del 16 de junio de 1955 por el rugido de cuadrillas aéreas y el bramido de bombas y ruidos de metralla. No era un ataque de un ejército invasor sino de la propia Infantería de Marina nacional, por cielo y por tierra, en un nuevo levantamiento militar contra el gobierno del general Juan Domingo Perón, que había cumplido nueve años en el poder y transitaba el último tramo de su segundo mandato presidencial. Nunca había ocurrido en la Argentina un hecho de esas características, comparable con bombardeos durante la Segunda Guerra Mundial en Europa o la Guerra Civil española. Un antecedente del bombardeo al Palacio de la Moneda en Chile, el 11 de septiembre de 1973, con el derrocamiento y muerte de Salvador Allende.

Corpus Christi. Así sucedieron los acontecimientos en aquella jornada sangrienta. Días antes, el 11 de junio se había producido una gran movilización opositora estimada en 250 mil personas durante la procesión religiosa de Corpus Christi, desplazándose desde la Catedral al Congreso Nacional. Grupos que simpatizaban con Perón chocaron con los núcleos opositores católicos; esos activistas dañaron placas conmemorativas a la figura de Eva Perón, la líder popular fallecida dos años antes por un cáncer, a quien los peronistas consideraban “santa y mártir de los pobres”. 

En el mástil del Congreso arriaron la bandera argentina e izaron la bandera pontificia (blanca y amarilla), reflejo del conflicto entre el Gobierno y la Iglesia –debido a las recientes leyes de Divorcio y de reconocimiento legal de los hijos extramatrimoniales, la supresión de la enseñanza religiosa en las escuelas públicas, la regulación de las prostíbulos y la iniciativa impulsada desde el oficialismo de convocatoria a una convención constituyente que decidiera la separación de la Iglesia y el Estado.

La Policía Federal denunció que una bandera argentina fue quemada durante la procesión. Y al día siguiente se publicaría en los diarios la fotografía de Perón acompañado por su ministro del Interior Ángel Borlenghi observando los restos de la bandera quemada. El 13 de junio, Perón expulsó del país a los obispos Manuel Tato y Ramón Novoa, que partieron en avión el día siguiente con destino a Roma. El lunes 13 de junio, ambas Cámaras del Congreso entraron en sesión extraordinaria para repudiar la quema de la bandera. El martes 14 de junio hizo lo propio la CGT, en un acto en el que Perón agradeció a los trabajadores a través del secretario adjunto Hugo Di Pietro. Su titular, Eduardo Vuletich, se encontraba en Ginebra, en la asamblea anual de la OIT. 

Puerto Belgrano. Mientras tanto, en los ámbitos militares se ultimaban los planes para un nuevo levantamiento, con uno de sus epicentros en la Base Naval de Puerto Belgrano. El cabecilla era el jefe de la Infantería de Marina, el contralmirante Samuel Toranzo Calderón. Después de consultas con un sector del Ejército, encabezado por el general León Bengoa, se involucró a distintos núcleos de la Fuerza Aérea. Las operaciones mostraron fallas de coordinación y desajuste de los diversos grupos complotados. 

En la mañana del jueves 16, en el Ministerio de Marina los infantes sublevados se preparaban para tomar la Casa de Gobierno. La Aeronáutica mandó un helicóptero con un alto oficial para informarle a la Armada que efectivos de Punta Indio habían tomado el Aeropuerto de Ezeiza, y se disponían a bombardear Plaza de Mayo. A último momento, el contralmirante Aníbal Olivieri, a cargo del ministerio y con parte de enfermo, y el comandante de Infantería de Marina, vicealmirante Benjamín Gargiulo se plegaron a la conspiración. Como asistente de Olivieri se encontraba el teniente de navío Emilio Massera. El vicepresidente Alberto Teisaire también un hombre de la Marina retirado, buscaba una mediación con los insurrectos en la Escuela de Mecánica (ESMA).

El bombardeo tuvo un público que no esperaban sus ejecutores: era el acto de desagravio que había convocado el Gobierno en Plaza de Mayo para esa misma jornada antes del mediodía. El ministro de Aeronáutica, brigadier mayor Juan Ignacio de San Martín, dispuso que la aviación testimoniara su adhesión al presidente de la República en un acto cívico-militar. Para esto decidió que una formación de aviones sobrevolaría el área céntrica. El anuncio del desfile reunió a numeroso público. Se trataba de un acto en solidaridad con el Gobierno frente a los embates de la oposición. Pero sería una trampa mortal.

A la hora señalada. A las 12:40, del aquel jueves 16 de junio de 1955 la escuadra de treinta aviones de la Marina de Guerra (veintidós North American AT-6, cinco Beechcraft AT-11, tres hidroaviones de patrulla y rescate Catalina), inició la serie de bombardeos y ametrallamientos al área de la Plaza de Mayo. Muchos de los aviones habían sido pintados con el signo de “Cristo Vence”, una cruz dibujada dentro de una letra V. Perón había dejado su despacho al iniciarse el ataque y se refugió en la sede del Ejército, junto al ministro Franklin Lucero. 

Fueron lanzadas más de cien bombas –con un total de entre 9 y 14 toneladas de explosivos– la mayoría de ellas sobre las Plazas de Mayo y Colón y la franja de terreno comprendida entre las avenidas Leandro N. Alem y Madero, desde el Ministerio de Ejército (Edificio Libertador) y la Casa Rosada, en el sureste, hasta la Secretaría de Comunicaciones (Correo Central) y el Ministerio de Marina, en el noroeste. 

Mientras tanto, los sublevados intentaron asaltar la Casa Rosada. Su accionar se desarrolló ante una población sorprendida. Estos grupos de civiles armados, llamados “comandos civiles”, cuyo concurso estaba previsto en apoyo de las fuerzas militares atacantes, intervinieron solo en acciones colaterales. Una de ellas fue la ocupación momentánea de Radio Mitre, desde donde lanzaron una proclama que daba por muerto a Perón, tildado como “tirano”. No tuvieron el protagonismo previsto. Tampoco, los militantes convocados por la CGT para defender al presidente en medio del asedio. 

Cinco horas. El ataque aéreo se realizó en sucesivas oleadas durante cinco horas. Tuvo como objetivo la Casa Rosada –donde estimaban que estaba Perón–, la Plaza de Mayo y sus adyacencias, donde se registró el mayor número de víctimas, el Departamento Central de Policía y la residencia presidencial, que estaba donde hoy se encuentra la Biblioteca Nacional. Más de trescientos muertos y alrededor de setecientos heridos fue el saldo estimado del ataque. Al menos medio centenar de ellos se encontraban dentro de la Casa de Gobierno, en la que impactaron 28 bombas. Pero el levantamiento fue un fracaso. Los cabecillas huyeron a Uruguay o fueron detenidos. El contralmirante Oliveri fue destituido por un tribunal militar, Gargiulo se suicidó, tras entregarse a las fuerzas leales. 

Una imagen retrató la trágica jornada: la fotografía de un trolebús cargado de pasajeros, ardiendo en llamas tras el impacto de una bomba, a metros de la Plaza de Mayo. El reportero gráfico que produjo la foto, que es su ícono, que recuerda esta brutal acción de guerra contra la población civil fue una joven que caía cerca del vehículo, que muestra su pierna destrozada por la metralla. Quien la sacó era el reportero gráfico del diario Democracia, enviado para cubrir el desfile de aviones. Quedó tan traumatizado que nunca se refirió al tema. Años después, tras la recuperación de la democracia en 1983, era el jefe de fotógrafos de la agencia estatal Télam. También allí mantuvo su reserva y silencio sin brindar mayores detalles. 

Noche de Brujas. Esa noche, sofocado el movimiento insurgente, fueron atacadas y ardieron varias iglesias del centro de la Ciudad de Buenos Aires incluyendo la propia sede de la Curia metropolitana junto a la Catedral, por grupos de choque, exhibiendo la extrema radicalización del conflicto, mientras se especulaba sobre la intención de la CGT de distribuir armas para apoyar al Gobierno. Aconsejado por los altos mandos del Ejército, Perón lanzó un mensaje de conciliación. El Estado de Sitio fue levantado, cesaron los ataques a la Iglesia y se sustituyeron las figuras del gabinete más cuestionadas. Los dirigentes de la oposición fueron invitados a discutir una tregua. A sus seguidores, Perón declaró: “La Revolución Peronista ha terminado. Comienza una nueva etapa que es de carácter constitucional. Yo dejo de ser el jefe de una revolución para pasar a ser el presidente de todos los argentinos, amigos o adversarios”. Este llamado a la pacificación momentáneamente tuvo eco con el cambio de Gabinete y se ofrecieron espacios radiales a políticos de la oposición. 

El impasse solo duró un par de semanas. Los planes para su derrocamiento avanzaban y Perón, en una verdadera declaración de guerra, advierte el 31 de agosto ante la multitud en Plaza de Mayo aquello de que “por cada uno de los nuestros que caiga, caerán cinco de ellos”. El nuevo conflicto agregó nafta a las llamas. El secretario de la CGT Di Pietro, que reemplazó a Vuletich, propone la creación de milicias populares, lo que es rechazado de plano por el ministro de Guerra, Franklin Lucero. Pero la suerte parecía estar echada y la caída, inminente, se produciría tres semanas más tarde. 

De las bombas que cayeron en la plaza y los ametrallamientos al Palacio de Hacienda esa jornada del 16 de junio del 55 quedaron marcas visibles por largos años. Una placa colocada en el restaurado frente recuerda a los muertos por los trágicos sucesos. En 2005 se dictó la ley 26.564 de indemnización para los deudos de las víctimas. El bombardeo fue llevado al cine por Leonardo Favio, en Sinfonía de un sentimiento, estrenada en el 2000 en el cine Atlas Recoleta.

Desaparición y muerte de Ingalinella

El mismo jueves 16 de junio, la Policía de Rosario comenzó a detener a dirigentes opositores y al día siguiente se llevan de su domicilio al doctor Juan Ingalinella, un médico afiliado y militante del Partido Comunista. Lo condujeron a la División Investigaciones de la Jefatura de Policía junto con otras sesenta personas. La casa de Ingalinella había sido allanada en repetidas oportunidades y él había sufrido ya varias detenciones. Pero esta vez, sería diferente. Los detenidos fueron retornando a sus hogares, pero no el médico. 

Ante las gestiones de su esposa y de sus camaradas, la Policía aseguró que había salido por sus propios medios de la jefatura. Hubo protestas, movilizaciones y paros reclamando su aparición. Recién el 20 de julio el interventor federal de la provincia, Ricardo Anzorena –quien hasta entonces había negado la veracidad de la denuncia– ordenó la detención del jefe y del subjefe de investigaciones y de otros policías, así como el reemplazo del jefe de Policía de Rosario, Emilio Vicente Gazcón, por Eduardo Legarreta quien exoneró a los policías involucrados. El 27 de julio de 1955, el ministro de gobierno de Santa Fe dio un comunicado oficial: [Ingalinella] “habría fallecido a consecuencia de un síncope cardíaco durante el interrogatorio”. Murió en la sala de torturas.

Periodistas bajo fuego 

El periodista Roberto Di Sandro, que cubría en ese momento la actividad de la Casa Rosada (lo hace hoy todavía), llegaba con otros colegas (los hermanos Almonacid, Aulio Sila, de France Press y Enrique, de Clarín). Ellos fueron protagonistas y víctimas de las bombas de Plaza de Mayo. Las páginas de Di Sandro en su libro A mí no me lo contaron, testimonian esos sucesos. El colega las recuerda en muchas de las reuniones que se efectúan habitualmente con viejos periodistas del círculo conocido como Veteranos en su tinta”. 

Cuenta Di Sandro que escuchó al teniente coronel Oscar Goulú, jefe de la guardia, dar las órdenes para la defensa de la Casa Rosada. Mientras Perón, acompañado del general Sosa Molina se dirigía al Edificio Libertador, situado cruzando la avenida Paseo Colón, el personal de la Casa de Gobierno se refugió en los túneles aledaños al edificio donde hoy está el Museo del Bicentenario. En el camino se encontraron con el embajador Ildefonso Cabaña Martínez quien dijo “parece que es la Marina contra el Ejército”. Un juicio similar tuvo otro alto funcionario que compartió el refugio, el subsecretario del Interior, Abraham Krislavin, cuando salían del Patio de las Palmeras hacia los túneles. Era común entre los periodistas hablar del túnel que había facilitado a Perón su llegada al Ministerio de Guerra, donde lo esperaba el general Franklin Lucero, pero no fue así: llegó allí “a cielo abierto”, acompañado por Sosa Molina. 

Uno de los autores de este artículo (N. de la R.: Santiago Senén González) estaba acreditado en la Sala de Periodistas de la Policía Federal y acompañó al jefe de Prensa en una recorrida para ver los estragos de las bombas en Plaza de Mayo. Antes, pasó por la sede central de la Asistencia Pública, ubicada en Esmeralda al 100 y volvió a ver la misma escena de columnas de activistas disfrazados con atuendos religiosos, al parecer militantes de la Alianza Libertadora Nacionalista, y uno de ellos con el cáliz alzado como si fuera un partido de fútbol gritaba, eufórico…” ya quemamos cinco”.

*Periodistas e historiadores.

Fotografías:





lunes, 16 de septiembre de 2019

A 64 años de la Revolución Libertadora... @dealgunamanera...

A 64 años de la “Revolución Libertadora”: intimidad del golpe de Estado a Perón…

Juan Domingo Perón.

El detrás de escena del levantamiento militar de 1955 que derivaría en la proscripción del peronismo durante 17 años. Lealtades, traiciones y fallos estratégicos.

© Escrito por Marcelo Laraquy el lunes 16/09/2019 y publicado por la Revista Noticias de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Los sectores golpistas de las Fuerzas Armadas creían que la formación de las milicias era inminente. Y si no lo creían, lo decían. Era un argumento para sumar fuerzas a la rebelión. La quema de iglesias y la violencia discursiva de Perón fueron disparadores para la organización de un nuevo alzamiento.

El 2 de septiembre, el general Dalmiro Videla Balaguer, que había recibido la medalla a la “lealtad peronista” por su actuación en el bombardeo de junio, intentó sublevar la guarnición militar de Río Cuarto, en Córdoba, junto con otros cinco oficiales. El movimiento fracasó, se fugaron y no pudieron ser capturados. Fue el primer indicio. Perón no depuró de las filas castrenses a los sectores golpistas, tampoco realizó una reestructuración que favoreciera a los suboficiales que se mantenían leales a su mando.

Uno de los focos de la conspiración lo lideraba el general retirado Eduardo Lonardi  que ya se había levantado contra Perón en 1951. Permaneció casi un año en prisión. Pero entre ellos había un antecedente más personal: en 1937, mientras servía en la agregaduría militar de la embajada en Santiago de Chile, el mayor Perón había tendido una red de espionaje que le proveía información sobre movimientos de tropas y compras de armas del ejército local. La red fue descubierta cuando él ya había abandonado la embajada y el caso estalló en las manos de su reemplazante, el mayor Lonardi, quien fue deportado de Chile por orden del presidente Arturo Alessandri Palma.


Lonardi representaba a sectores nacionalistas y católicos del Ejército. Fue el coronel Arturo Arana Ossorio, de artillería, católico y también rebelde en el ’51, quien lo entusiasmó para liderar la sublevación. El 16 de septiembre de 1955, Lonardi tomó las escuelas militares de Córdoba. Los comandos civiles armados acompañaron su misión. El último bastión fue la policía local, que no se rindió y enfrentó a los insubordinados. Para la Marina, el alzamiento no resultó sencillo. Tomaron la base de Puerto Belgrano, en Bahía Blanca, pero el avance sobre la de Río Santiago, en La Plata, fue rechazado por el fuego de la artillería y la aeronáutica leales.


El general Pedro Eugenio Aramburu, que dudó en un primer momento de colocarse al frente del movimiento militar, viajó a Curuzú Cuatiá, en Corrientes, para tomar un regimiento. Al llegar tarde, su objetivo fracasó. Entonces huyó y dejó a la deriva a las tropas sublevadas.

Argentina. Un siglo de violencia política 1890-1990. De Roca a Menem. La historia del país. Foto del autor: Sol Santasiero

Dos días después del alzamiento, los rebeldes estaban acorralados. En Córdoba, diez mil hombres de las tropas leales habían recuperado el aeropuerto. La base de Río Santiago había sido recuperada. Las guarniciones de Capital Federal no se habían levantado. Lonardi estaba a punto de rendirse. Solo la Marina de Guerra alzada, que había bombardeado la destilería de petróleo de Mar del Plata y amenazaba con continuar el ataque sobre los depósitos de La Plata, Dock Sud y Capital Federal, daba un poco de aliento al plan rebelde.


Pese al cuadro favorable, el día 19 de septiembre, Perón renunció con un mensaje ambiguo, que el general Lucero transmitió por la cadena oficial, para asegurar una “solución pacífica”. Algunos oficiales le pidieron continuar la lucha, pero el jefe de Estado no varió su posición. Delegó el poder en una junta de generales, que se vio obligada a pedir una tregua a los insurrectos cuando estaban a punto de dar por finalizada su sublevación. Al día siguiente, la junta parlamentó con el almirante Isaac Rojas en un buque de guerra y acordaron la cesión del poder.

Si Perón esperaba que su decisión generara un nuevo 17 de octubre y la indignación popular lo repusiera en el poder, el cálculo político falló.

Algunos grupos sindicales habían reclamado armas para defender al gobierno —que le fueron negadas—, pero la nueva conspiración militar no desencadenó un estado de movilización en el peronismo. La CGT se mantuvo a la expectativa. Lo mismo sucedió en el Ejército. La mayoría de los oficiales estaban decepcionados con Perón —en especial por la quema de las iglesias—, pero no promovieron su derrocamiento porque se sentían ajenos a las luchas políticas. Sumidos en la incertidumbre, los leales, o mejor dicho los “legalistas”, demoraron la tarea: habían reprimido sin convicción.


El 21 de septiembre de 1955 Lonardi asumió como “presidente provisional” de los argentinos y dos días después ingresó en la Casa Rosada. La Plaza de Mayo fue desbordada por el festejo. Perón se había embarcado en un buque de guerra paraguayo y emprendió viaje hacia ese país. No quería sentirse responsable de una guerra civil. Abandonó el poder y no hizo nada, ni dejó que nadie lo hiciese, por Evita. El padre Hernán Benítez le pidió unas líneas de autorización para que la madre retirara el cadáver embalsamado de su hija del salón de la CGT. No se las concedió. Perón volvería al país diecisiete años después.

* Fragmento de Argentina. Un siglo de violencia política 1890-1990. De Roca a Menem. La historia del país. (Sudamericana)


domingo, 27 de enero de 2019

Lavagnomics: la economía según Lavagna… @dealgunamanera...

Lavagnomics: la economía según Lavagna…

Lavagna apoya la desregulación del mercado aéreo y lo hecho en Vaca Muerta. Dibujo: Pablo Temes

Roberto Lavagna no da entrevistas, no va a actos, no recorre el país. Ni siquiera acepta que está en campaña. Pero que lo está, lo está, aunque aún no decidió si será candidato.

Su centro de operaciones está en el barrio de Saavedra, en su casa más exactamente.

Lo custodia un gato, el perro de su hijo menor y Claudine Marechal, su inseparable esposa desde hace casi medio siglo. Y, como un Perón en Puerta de Hierro, en el living de su elegante residencia recibe a los dirigentes que le piden audiencia, tratando de decodificar qué quiere cada uno y por qué le dicen lo que le dicen.

En cualquier caso, lo que él les dice es más o menos lo que viene diciendo siempre. Por lo menos en materia económica.

Clave dólar. Lo que piensa de lo que se debería hacer con la economía se lo contó varias veces a Macri. Al principio el Presidente parecía acordar y le mostraba un retrato de Frondizi, el padre del desarrollismo, pero Lavagna cree que hoy Macri ya está jugado a una política opuesta a sus recomendaciones.

Su debate con los economistas macristas gira en torno al rol de la inversión. Mientras que para éstos la inversión es la que hace girar el círculo virtuoso de la economía, para el ex ministro es una consecuencia de un círculo que antes fue puesto a girar por otros motivos. Explica que las inversiones se hacen para ganar dinero, y que no hay inversiones que vayan a un país con caída del empleo, crisis de consumo y dificultad para exportar. Por mejor buena cara que se le muestre al mundo.

Su palabra clave es dólar. Cree que la recomposición de los precios relativos es la que pone en marcha la economía y que nada existe con un dólar atrasado que le hace perder competitividad a los productos y al trabajo argentino. Le parece un suicidio que el Gobierno lo haya dejado atrasar tanto y celebra que, aunque brutalmente, el mercado haya obligado a la devaluación, “porque de lo contrario hoy estaríamos peor”.

Para los asalariados que vieron devaluar sus ingresos y para los empresarios acosados por no poder trasladar el aumento del dólar a los precios (o que lo hicieron y perdieron ventas), el 100% de devaluación quizás no sea buena noticia. El ex ministro se lo achaca a un gobierno que no supo manejar una devaluación controlada.

Cree que el dólar alto pone en marcha el círculo virtuoso de la economía y culpa a Macri de haberlo retrasado y de pensar que la habrá inversión en un país sin demanda ni mercado.

Los sindicalistas que lo escuchan son sensibles a este punto de su teoría económica por las quejas y angustias de sus afiliados en los períodos de devaluación. Pero él entiende que la devaluación tiene mala prensa porque se la asocia a la baja inmediata de salarios. Incluso acepta que ése es el objetivo último de una devaluación: bajar el costo argentino y ganar en competitividad para vender más al mundo, aunque aclara que eso es en términos de dólar. El porcentaje de devaluación en dólares no tiene que implicar, asegura, la pérdida del mismo porcentaje de poder adquisitivo en pesos. Igual reconoce que una parte de la devaluación sí se traslada a los precios.

El problema es que en 2018, a una devaluación del 100% le siguió una inflación del 50% y la consiguiente pérdida del poder de consumo. Pero está convencido de que no todo fue culpa del dólar, sino de un gobierno que azuzó la inflación con constantes tarifazos.

La rueda del crecimiento. Se le dirá que desde afuera todo parece sencillo, pero responde que la situación que él recibió en 2002 era infinitamente más compleja que la actual. Saca pecho por lo que consiguió en sus años como ministro de Economía (2002-2005) con un PBI creciendo a más del 8% anual, los célebres superávit gemelos y la baja de la inflación y la pobreza.

Afirma a quienes lo visitan que en su caso no es difícil imaginar lo que haría con la economía, porque ya lo hizo antes. Y vuelve a su teoría del círculo virtuoso, que es el que aseguraría que el déficit baje, y no las políticas monetaristas. Se jacta de haberlo hecho.

Muestra que el reciente superávit comercial es producto de aquélla y, según él, tardía devaluación del peso: el aumento del dólar genera automáticamente una disminución de las importaciones, como sucede ahora, y eso implica girar menos dólares al exterior y el reemplazo de bienes importados por otros que se fabrican en el país. Con el tiempo, los precios locales más competitivos en dólares abrirán nuevos mercados para exportar y habrá un ingreso genuino de divisas.

Cree que el dólar no se debe retrasar, sino ubicar en un lugar intermedio entre alcanzar la máxima competitividad posible del peso sin caer en el peligro de encarecer en extremo los insumos importados.

Macri: ¿nada bien? Lavagna se reúne con dirigentes de casi todas las corrientes. Los macristas le recuerdan que, buena o malamente, las variables se van acomodando. El les responde que eso es esencial, pero solo el principio, que luego hay que hacer ingeniería de foco, sintonía fina para tomar medidas puntuales que controlen la inflación, incentiven el consumo y eviten distorsiones económicas.

Un ejemplo que suele mencionar de sintonía fina es el de los préstamos UVA. Entiende que así como están, atados a la inflación, no sirven y frenan el crédito, la construcción y el consumo: las cuotas deberían estar atadas solo a los incrementos salariales.

Hay cosas que sí cree que Macri hace bien, como la desregulación del mercado aéreo. La presenta como muestra de que cuando se aplica su teoría el círculo virtuoso funciona: había una demanda de viajes baratos y nuevas rutas que una medida oficial hizo explotar, vienen inversiones para saciar esa demanda y se crean nuevos empleos que generan un aumento del consumo que producirá nuevas inversiones.

También festeja la fórmula del sindicato único por empresa que agiliza las relaciones laborales y haría más sustentables los negocios.

En especial señala el caso aéreo, en el que las empresas deben convivir con múltiples gremios. Los sindicalistas con los que habla aparecen, por lo menos ante él, flexibles a pensar nuevas formas de regulación laboral. Así como están, pierden aportantes y crece el empleo informal y los movimientos sociales.

A esos sindicalistas les explica que una reforma es imprescindible y que debe producir beneficios para empleadores y empleados, porque si son solo para los primeros –los tranquiliza– habría un incremento de rentabilidad, pero no de empleo.

El otro tema que elogia del Gobierno es Vaca Muerta. Lo usa como ejemplo de círculo virtuoso: el Estado genera condiciones para que los privados hagan negocios, los negocios producen exportaciones e ingreso de divisas y, además, mano de obra y consumo.

En operaciones. Hablar de economía frente a sus visitas no le cuesta nada, pero piensa que la economía de un país no es para dejarla en manos de técnicos, sino de líderes con sensibilidad política.

También se queja de una parte de la sociedad y de la “derecha” que, por distintos motivos, no quieren reformas económicas de fondo. Llama derecha al sector financiero que,  estima, gana mucho dinero y se opondría a un cambio de la estructura productiva del país.
Lavagna está en operaciones, terminando de tantear las condiciones para lanzar su candidatura.

Mientras, espera que sus glorias del pasado y las necesidades del presente se unan para que un hombre de 77 años termine gobernando el país. Y hace como que no quiere, pero quiere.


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