martes, 1 de marzo de 2011

Dengue... De Alguna Manera...

¿Que es el Dengue?...


© Publicado por C.E.M.U. Medicina Laboral

Huracán 1 vs. Arsenal de Sarandí 1... De Alguna Manera...

¿Festeja el punto?

Huracán sufrió bastante ante Arsenal y, de hecho, estuvo cerca de perder. Por otro lado, Claudio Guerra se comió un gol increíble que pudo darle la victoria en el debut de Pompei. ¿Sirve o no?

Huracán es un buque a la deriva en medio de un mar negro, bajo una tormenta y con su cubierta repleta de agujeros. Sin embargo, contrató a alguien que sabe de reparación de boquetes. La ida de Miguel Angel Brindisi tuvo que ver con que el técnico pensaba que si el seguía, el destino del Globo ya estaba escrito. Por eso, el arribo de Roberto Pompei, quien tomó las riendas en épocas de tempestad en Boca, es un intento de torcer ese rumbo que por ahora transita el camino de la Promoción.

Tito se la jugó por la experiencia para recibir a Arsenal: Rolando Zárate y Angel Morales volvieron a la titularidad luego de la finalísima con River. La idea central fue establecer un tándem entre Matute y Cristian Maidana para abastecer al Roly y Javier Cámpora. Sin embargo, poco funcionó y el equipo de Gustavo Alfaro, siempre complicado, lo hizo sufrir en más de una oportunidad con las escapadas de Marcos Aguirre y Juan Pablo Caffa.

Por los volantes del Arse, y su mayor claridad por sobre los del Globo, fue que hubo un leve olorcito a gol allá por el final de la primera mitad. Pero quien golpeó primero, después de la charla en el entretiempo, fue Huracán. Ahí, con el gol de Javier Cámpora consumado, fue que Tito pidió tranquilidad a gritos. No llegó: Alfaro movió fichas, metió a Luciano Leguizamón y éste, fresquito, le puso un centro a la cabeza a Obolo.

El empate trajo un diluvio de situaciones de gol sobre el arco de Gastón Monzón. Con Caffa por izquierda y Andrés Franzoia por derecha, Arsenal abrió el juego a las bandas. Claudio Guerra pudo haber hecho que todo el minucioso trabajo de Alfaro con los cambios fuera en vano, pero se perdió un gol que, prácticamente, estaba hecho. A Arsenal, que tuvo mejor volumen de juego, le faltó claridad en el último pase (el de la red). Huracán dejó a la vista que le falta remo para salir de la tormenta...

© Escrito por John Jones y publicado por el Diario Deportivo Olé el lunes 28 de Febrero de 2011.

“Hubo nervios...”

Pompei aseguró que notó fallos "en jugadas puntuales" en algunos de sus jugadores. Pero ojo, dijo que no hay que arrepentirse: "No hay tiempo, el próximo partido siempre es el más importante. Vamos a poner todo".

"Tiempo no hay, el próximo partido siempre es el más importante, sabemos cuál es la situación y sabemos también que le vamos a poner todo lo que tenemos. También van a poner todo los que están desde afuera siguiendo este proceso". La palabra de aliento es de Roberto Pompei, flamante debutante en el banco de Huracán.

Para Tito, si ante Newell's no se suma de a tres, se pondrá peor: "Los silbidos van a venir si el resultado es como el de hoy. Si hubiésemos ganado uno a cero y habríamos jugado exactamente de la misma manera, pero el cabezazo de Obolo se iba, la gente iba a terminar aplaudiendo".

¿Cómo analizó el partido? "La sensación es que fue un partido peleado, en algún momento lo podríamos haber ganado y en otro lo podríamos haber perdido. Cuando nos pusimos en ventaja tuvimos cinco minutos más de posesión del balón. A partir de la jugada del gol de ellos perdimos posesión. Tuvimos después un par de chances para ponernos arriba y ellos también las tuvieron", tiró.

Por otro lado, aclaró que hay mucho por mejorar. "Me voy conforme con algunas cosas del equipo, con otras no tanto. Hay que seguir trabajando, mejorando fundamentalmente en el retroceso", comentó. Por último, soltó que vio fallos en algunos de sus muchachos: "Hicieron un gran esfuerzo. Se nota en algunos jugadores, en algunas jugadas puntuales, los nervios. Esto hay que seguir trabajándolo día a día, convencerlos de que lo pueden hacer".

© Publicado por el Diario Deportivo Olé el lunes 28 de Febrero de 2011.














domingo, 27 de febrero de 2011

27 de febrero de 1812... Creación de la Bandera Argentina...

 27 de febrero de 1812 – Creación de la Bandera Argentina

 

El general Manuel Belgrano enarbola por primera vez la bandera nacional en las barrancas del río Paraná, en Rosario (provincia de Santa Fe). Inspira sus colores celeste y blanco en la escarapela nacional. La bandera originaria se ha perdido y se ignora si estaba formada por tres franjas o por dos, así como también la disposición de las mismas.
Etimológicamente la palabra bandera, proviene del latín, bandum, que significa estandarte y del germano bandra que puede traducirse como signo. Es un paño de forma rectangular o cuadrada, sujeto a un asta, empleado como insignia. Identificarse como grupo, fue propio del hombre desde que se reunió en comunidades.

Para diferenciarse del emblema español, la nueva nación que comenzó a gestarse bajo el primer gobierno patrio, el 25 de mayo de 1810, necesitaba un distintivo propio. En esa época, comenzaron a repartirse cintas celestes y blancas, tal vez tenían también color rojo, como imitación a los revolucionarios franceses, liderados por Domingo French y Antonio Berutti.

El uso de la escarapela como emblema del ejército patriótico fue propuesta por Belgrano, el 13 de febrero de 1812, siendo aprobado su uso por el Triunvirato, cinco días después, aceptando los colores celeste y blanco.

El 27 de febrero de 1812, a orillas del Paraná, en Rosario, cuando el sol comenzaba a declinar, Belgrano izó por primera vez el pabellón patriótico, tal vez realizado por las manos laboriosas de una rosarina, llamada María Catalina Echeverría de Vidal, junto a las Baterías Libertad e Independencia, que fue jurada por los soldados. Comunicado este hecho al Triunvirato, partió Belgrano a hacerse cargo del ejército del Norte, sin tomar conocimiento de que el organismo público le negaba la posibilidad de usar la nueva bandera, por la difícil situación reinante, y la aún no declarada decisión de poner fin drásticamente a la dominación de Fernando VII.

Sin saber de la prohibición de enarbolar el símbolo patrio, Belgrano, en Jujuy, colocó la bandera en los balcones del Ayuntamiento, en reemplazo de la española, y en esa ocasión recibió su primera bendición.

Sin embargo, la flamante bandera no pudo seguir desplegando su aliento de independencia, pues fue condenada a guardarse, cuando el 27 de junio el Triunvirato volvió a insistir con el requerimiento, que esta vez, fue acatado por Belgrano, que decidió el 18 de julio hacer caso a la petición, hasta que nuevos vientos de libertad, la hicieran flamear sin temores ni dudas.

El 23 de agosto de 1812, Buenos aires, la lució en la torre de la iglesia de San Nicolás de Bari, pero fue recién luego del 9 de julio de 1816, una vez declarada la independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata, más precisamente el 20 de julio, cuando su uso oficial fue aprobado por el Congreso.

El 25 de febrero de 1818, se le añadió el sol, en homenaje al Dios Inca Inti (Dios del Sol) estampado en la franja blanca central, reproducción del que aparecía en la primera moneda nacional. Sus 32 rayos dorados, están contenidos en negros bordes, alternándose un rayo recto y otro ondulado. Las franjas, superior e inferior son de color azul-celeste. La bandera con el sol fue usada para instituciones y eventos oficiales y de las Fuerzas Armadas hasta 1985, en que se dispuso su colocación en todas las banderas argentinas.

La Bandera oficial posee medidas reglamentarias: 1,40 m. de largo por 0,90 m. de altura.

Propuesta y Juramento de la Bandera

13 de febrero de 1812: Manuel Belgrano propuso al Gobierno la creación de una "escarapela nacional", en vista de que los cuerpos del Ejército usaban distintivos diversos.

18 de febrero de 1812: El Triunvirato aprobó el uso de la escarapela blanca y celeste, decretando: "Sea la escarapela nacional de las Provincias Unidas del Río de la Plata, de color blanco y azul celeste..."

27 de febrero de 1812: Entusiasmado con la aprobación de la escarapela, M. Belgrano diseñó una bandera con los mismos colores, enarbolándola por primera vez en Rosario, a orillas del río Paraná. Allí, en las baterías "Libertad" e "Independencia" la hizo jurar a sus soldados. Luego, mandó una carta al Gobierno comunicando el hecho. Este mismo día, el Triunvirato le ordenó hacerse cargo del Ejército del Norte, desmoralizado después de la derrota de Huaqui.

3 de marzo de 1812: El Triunvirato contestó la carta de Belgrano, ordenándole que disimulara y ocultara la nueva bandera y que, en su lugar, pusiese la que se usaba entonces en la Capital. La orden se debió a la preocupación por la política con el exterior. Pero, cuando la orden salía de Buenos Aires, M. Belgrano ya marchaba hacia el norte y, por esta razón, no se enteró del rotundo rechazo del Gobierno a la nueva bandera.

25 de mayo de 1812: Al frente del Ejército del Norte, el entonces General en jefe M. Belgrano movilizó sus tropas hacia Humahuaca. En San Salvador de Jujuy, enarboló al ejército de su mando la bandera en los balcones del Ayuntamiento, en vez del estandarte real de costumbre que presidía las festividades públicas. Allí, la bandera argentina fue bendecida por primera vez.

27 de junio de 1812: El Triunvirato ordenó nuevamente a M. Belgrano que guardara la bandera y le recriminó su desobediencia.

18 de julio de 1812: El General contestó que así lo haría, diciendo a los soldados que se guardaría la enseña para el día de una gran victoria.

El Avión... De Alguna Manera...

El Avión...

A veces, sucede que los efectos de un hecho son mucho más importantes, o al menos más pedagógicos, que sus propias causas. Inclusive, puede ocurrir que el episodio sea, en lo potencial, de muy escasa trascendencia pública. Y que sus consecuencias lo transformen en algo tan inventado como rimbombante.

¿Alguien cree que el decomiso del avión militar estadounidense era o es un episodio capaz de despertar atracción masiva? Obvio que no. Pero los alcances periodísticos que tuvo conllevan una esencia muy valiosa, aunque, en principio, nada sorprendente. Por aquello de la (no) relación causa-efecto, carece ya de mayor sentido hurgar en cómo fue que se prendió el fósforo. ¿El Gobierno sobreactuó la medida para afirmar su verba antiimperialista? ¿Fue necesario el show mediático? ¿No era lo mismo proceder hacia idéntico fin pero con mayor reserva? ¿Acaso habríamos sido menos soberanos si se hubiese maniobrado con sigilo? ¿Es tan grave la carga no declarada de ese avión norteamericano? Cualquiera de esas preguntas, que a priori son o podrían ser legítimas, pasó a ser irrelevante al cotejárselas con la réplica barbárica de los medios de comunicación hegemónicos, sus periodistas más connotados y, desde ya, una mayoría de la oposición o, si se quiere, de los dirigentes opositores que hablaron del tema (sólo el hijo de Alfonsín resaltó al procedimiento como de pleno derecho, y hubo un resto que se llamó a silencio). Para subrayar, por las dudas: esos interrogantes, en realidad, nunca fueron el objeto analítico prioritario, sino que obraron como subordinados al espanto causado entre el cipayaje por –al fin y al cabo– un mero incidente diplomático con los Estados Unidos. Con excepción del odio de clase, el racismo, el sentimiento de venganza y las barbaridades que se dijeron cuando el conflicto con los campestres, es difícil recordar un hecho a través del cual se haya manifestado, con tanta brutalidad e ignorancia, el espíritu y el estilo de quienes conforman, desde los medios, un soporte clave de la mentalidad vasalla.

Cabezas de portadas, informativos de radio y televisión, columnas centrales, entrevistas, machacando con la “perplejidad y preocupación” de los Estados Unidos por la “improcedencia” de haber amedrentado al personal del avión. Ex embajadores con amplia concesión de espacio, absortos por haber colocado a Washington en un “banco de acusados” (Juan Archibaldo Lanús). Y por estas acciones que “nos condenan a la intrascendencia” en la que en verdad ya estaríamos, porque “ningún líder de nación políticamente gravitante (...) ha aterrizado en estas playas” (Rodolfo Gil). Amateurs impunes que hablaron de la inmunidad que proveen las “valijas diplomáticas”: una licencia que no tiene absolutamente nada que ver con el decomiso de un avión de carga. Los disparates interpretativos, sin un solo dato de sostén, bajo aseveración de que se ejercitó una represalia contra Obama por no incluir a la Argentina en su próxima gira. La impudicia de sugerir que si tampoco viene el jefe del Fondo Monetario por algo será. La amenaza de que la Casa Blanca borre al país de su status de aliado extra OTAN, brindado gracias al alineamiento incondicional de Menem con la política exterior de los republicanos... Qué asco.

Correspondería revisar si esta embestida mugrienta de los medios y sus ordenanzas no tiene nada de insólito, desde el entendimiento de que, después de todo, es la expresión de una tilinguería tan reaccionaria como ancestral. Porque, tal vez, nos encontremos con una segunda lección, o ratificación, de lo motivado por el caso del avión yanqui. No hay la más mínima duda en torno de que piensan efectivamente así, pero, ¿no debería haberla acerca de lo obnubilados que están respecto de la temperatura popular? ¿No advierten que su grosería genera un resultado inverso al que buscan? El Gobierno les provoca arcadas, es cierto, quizá más por el despliegue de su discurso confrontativo que por una grave afectación de sus intereses. Ahora bien: ¿tanto como para enceguecerlos de esta manera? ¿Tanto como para que extravíen así la necesidad de una táctica de enfrentamiento menos guaranga, vistos los resultas que obtienen? ¿No los alertaron en absoluto la masividad de los festejos por el Bicentenario, la del funeral de Kirchner, la unanimidad de las encuestas que encargan ellos mismos y que muestran a Cristina en posición de clara favorita? Como el firmante se resiste a creer que puedan despistarse de semejante forma, aunque tampoco lo descarta, termina cayendo en la cuenta de que, perdidos por perdidos siquiera en lo coyuntural, resuelven persistir en fugar hacia delante. En redoblar la postura de choque. Sería probable que estén imitando a los propios K, que en la más dramática de sus instancias apostaron a profundizar las grandes líneas de enfrentamiento con bloques de poder específicos. Y les fue bien, o les va bien.

Hay esa palabra, cipayos. Es de origen persa y la primera vez que se la citó, en el Diccionario de la Real Academia Española, aludía a “soldado indio”, en 1869. Pero unos años después, la definición se ensanchó a “soldado indio al servicio de una potencia europea”. Una segunda acepción es “secuaz a sueldo”. El profesor venezolano Alexis Márquez Rodríguez señala que la connotación peyorativa de la palabra comenzó a usarse, al parecer, en Cuba y Puerto Rico, cuando aún eran colonias españolas y se empleaba para designar al criollo que se alistaba en el ejército colonial. Aquí, ya se sabe, la popularizó Arturo Jauretche a través de su Manual de Zonceras, que lista las ideas negativas de los argentinos sobre su propio país. El escritor mantenía que esos preceptos eran introducidos en la conciencia ciudadana desde la educación primaria, y ya marcaba que después se sostenían a través de la prensa. Un postulado conocido por todo aquel que disponga de inquietudes intelectuales básicas. Sin que pierda valor, ninguna vez.

Puede que la furia cipaya sea sencillamente eso, en lugar de una apuesta política, meditada, a favor de acentuar los topetazos. Puede que no puedan con sus raíces clasistas o adquiridas, y listo. Si es eso les cabe una extensión, ahondada, de la legendaria sentencia borgeana acerca de que los peronistas no son ni buenos ni malos sino incorregibles. Porque, dada por eficaz la provocación, ellos, la clase dominante argentina y –hoy más que nunca– sus puntas de lanza mediáticos, portan una incorregibilidad más emperrada todavía. El peronismo fluctuó históricamente a derecha e izquierda, y en su nombre se crió mucho de lo mejor y lo peor de este país. Pero estos garcas no oscilaron nunca. Jamás dejaron de ser escribanos de los imperios de turno, jamás tuvieron una fisonomía patriótica, jamás se plantearon a dónde condujo su pusilanimidad. Son los tipos de las relaciones carnales y en una de esas, como ya se expresara en esta columna hace unas pocas semanas, el tiempo les da la razón a caballo de esa significativa porción de la sociedad que tiene su misma escala de valores. De esa gente que toda la vida miró hacia afuera no para ampliar sus miras de pensamiento crítico, sino por la comodidad cobarde del presunto amparo bajo el sol. Esos frívolos acaban de dar otra muestra de sí.

A veces su símbolo es un helicóptero. A veces un avión.

© Escrito por Eduardo Aliverti y publicado por el Diario Página/12 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el lunes 21 d Febrero de 2011

Wikileaks en Página /12... De Alguna Manera...

Wikileaks en Página/12...

A partir de hoy, los lectores de Página/12 comenzarán a tener acceso a todos los cables de Wikileaks sobre la Argentina. Se trata, en su mayoría, de más de dos mil despachos originados en la embajada de los Estados Unidos en Buenos Aires. La publicación es el resultado de una convergencia entre Wikileaks y Página/12 basada en el derecho de los ciudadanos a ser informados.

Este diario se interesó en los materiales de Wikileaks desde que, el año pasado, otros colegas en todo el mundo comenzaron a difundir cables secretos o confidenciales que hilaban la comunicación entre la embajada estadounidense en la Argentina y el Departamento de Estado. A la vez el australiano Julian Assange, alma mater de Wikileaks, definió su papel en el circuito mundial de las noticias: sería un vehículo de la libertad de expresión.

Assange acaba de refirmarlo en medio de una situación personal compleja, porque la Justicia sueca quiere extraditarlo de Londres bajo cargos que el investigador niega. A principios de este mes alentó a sus amigos de todo el mundo a que siguieran haciendo campaña en favor de esa meta. No le faltó buen humor. “Hay cuatro cosas que no pueden ocultarse eternamente: el sol, la luna, la verdad y el postre”, dijo al saber que miles de personas estaban organizando cenas para juntar fondos en su defensa. Por esos días la convergencia entre Wikileaks y Página/12 maduraba hasta transformarse en un convenio de partes.

Los gobiernos y las articulaciones de poder económico trabajan en pos de una ilusión: que muchas de sus acciones queden en secreto. Y los periodistas tienen la suya: romper el secreto. En esa tensión permanente y natural entre las dos ilusiones, a veces se cumple una y a veces otra. Esta vez es el turno de la segunda.

La gran ventaja del convenio entre Página/12 y Wikileaks es que el diario se obliga a deberes que cumple con gusto desde que apareció hace casi 24 años. Por lo pronto, tendrá que develar secretos. Además, deberá hacerlo con rigor. Si un artículo menciona un despacho diplomático, los lectores tendrán acceso al texto completo. No podrá deformar ni manipular el contenido. Protegerá a empleados estatales de bajo rango y evitará poner en riesgo la integridad física y la vida. E iniciará un proceso de difusión de documentos del que ya participan, entre otros, medios como The New York Times, The Guardian y La Jornada de México.

Al divulgar miles de documentos escritos en embajadas estadounidenses repartidas por todo el planeta, Wikileaks usó el criterio de abrir puertas y ventanas. Los postres están ahí en la mesa, pero Assange nunca dijo que a él le gustaba el sabor de cada uno de ellos. Sólo ejerció su derecho a informar para que otros puedan ejercer su derecho a conocer. Por eso Luiz Inácio Lula da Silva, unos días antes de dejar la presidencia de Brasil, dijo que la detención de Assange en Londres era “un atentado a la libertad de expresión”, aseguró que en todo caso había que culpar a quienes escribieron los cables y no a quien los difundía e ironizó sobre que “la diplomacia más poderosa del mundo está, como en el Lejano Oeste, poniendo carteles de Se busca vivo o muerto” para conseguir el silencio de Assange.

Igual que Wikileaks, Página/12 tiene claro que está revelando documentos y no verdades absolutas. La investigación, el conocimiento profundo y el contraste de una documentación con otra y con los hechos son los que acercan a los ciudadanos a la verdad. Ni el documento más exacto es cándido. Los textos obtenidos por Wikileaks fueron escritos por la diplomacia norteamericana. Tienen énfasis y obsesiones. Son notorias sus diferencias de calidad en la apreciación de una situación u otra y el sesgo de sus análisis. Se ve de manera nítida la forma hegemónica de relacionarse con el resto del mundo. Los diplomáticos no sólo preguntan. También influyen y presionan para impulsar sus intereses económicos, estratégicos y militares.

En los documentos desfilan presidentes, funcionarios de menor rango, dirigentes políticos, empresarios, consultores, diplomáticos y periodistas. Algunos, estén de acuerdo o no con las posiciones centrales de Washington, mantienen su dignidad. Otros parecen desesperados por agradar a sus anfitriones. Estos últimos podrán comprobar, a medida que vayan leyendo los cables, que no siempre esa desesperación es correspondida por el respeto y que hasta un tostado fuera de temporada queda registrado con ironía.

En los cables, el pensamiento y la actitud de cada interlocutor aparece en el marco del vínculo con los diplomáticos estadounidenses y tal como es descripto por el embajador de turno, su segundo o el consejero político. Los lectores tendrán la posibilidad de sacar sus propias conclusiones y Página/12 hará lo de siempre: ayudarlos. Porque Assange tiene razón: las cosas no pueden ocultarse eternamente.

© Publicado por el Diario Página/12 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el lunes 21 de Febrero de 2011