25 de Mayo de 1810...
© Compilado el
viernes 02/12/2012 y publicado por Ricardo Faggella en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. El contenido de esta obra corresponde al Tomo II de Historia Argentina, La Revolución de José María Rosa.
Miércoles 23 de mayo.
Desde las 10 de la mañana los
capitulares estuvieron entregados al complicado escrutinio del congreso
vecinal. A las dos de la tarde el síndico Leiva, a quien el pronunciamiento
hacía gran elector de la nueva Junta, se puso a redactar el bando a fijarse en
la ciudad, dictar el Reglamento constitucional del nuevo gobierno, y elegir sus
componentes de manera de contentar a todos. Leiva era un temperamento
conciliador y reacio a los cambios bruscos. Separar al virrey absolutamente le
parecía un acto revolucionario. En Buenos Aires podía pasar, por hallarse
pronunciada la opinión, pero no ocurriría lo mismo en el interior. Seguramente
Montevideo, más por decisión de sus vecinos que por la de su timorato
gobernador Soria, habría de resistirlo; y no había duda lo harían el brigadier
Velazco en Paraguay, Gutiérrez de la Concha en Córdoba, Nieto en Charcas, y
Paula Sanz en Potosí; y, desde luego, el virrey Abascal en Perú, que ocupaba
con Goyeneche a La Paz desde los acontecimientos del año anterior.
Leiva, con Villota, había aconsejado al
virrey el temperamento del cabildo abierto, propuesto por los carlotinos,
para llevar a un remanso sereno la turbulencia callejera del domingo 20. No
había resultado tan remanso como esperaba, pero de todos modos los vecinos le
habían dado su confianza al erigirle con voto decisivo. Emplearía su influencia
para llevar adelante el viejo plan de Cisneros: alargar las cosas hasta la
reunión del congreso de todo el virreinato.
Uno de los votos del cabildo abierto
—el del presbítero Bernabé de la Colina— dio la solución a las cavilaciones de
Leiva. El presbítero había votado por una junta presidida por el virrey e
integrada con un representante de cada una de las clases destacadas de la
ciudad: militares, eclesiásticos, abogados y comerciantes. Ofrecería al virrey
la presidencia, y a cuatro del partido criollo las vocalías: Saavedra, como la
figura de más prestigio en las milicias, representaría a éstas; el presbítero
Sola, cura de San Nicolás, al clero; Castelli, el defensor de Paroissien, a los
abogados; y el comerciante José Santos Incháurregui, a los suyos. Los cuatro
habían votado por la deposición del virrey y representaban matices del partido
revolucionario: Saavedra a los milicianos que estuvieron con Liniers el 1 de
enero de 1809, Sola al clero patriota que quería una "junta como en
España", Castelli a los carlotistas, e Incháurregui, amigo de Álzaga y de
gran actuación en las invasiones inglesas, a los partidarios del ex alcalde de
1807 y 1808 (por un error repetido se dice que Incháurregui y Sola eran
españoles; lo era sólo aquél, pero con viejo arraigo en la ciudad; Sola había
nacido en Buenos Aires).
A las dos de la tarde fueron dos
regidores —Ocampo y Anchorena— a notificar a Cisneros su cesantía, y
posiblemente decirle por lo bajo que sería repuesto al día siguiente como
presidente de la Junta conservándole el tratamiento de virrey. Cisneros entregó
el bastón y la banda, insignias del mando, y por fórmula hizo una protesta.
Bando del 23, sobre el resultado del
Cabildo Abierto.
El bando que se fijó en seis ejemplares
en las cercanías del cabildo decía:
1º) Que el
voto de la asamblea de vecinos había sido que el cabildo, con voto decisivo del
síndico, se subrogaba provisionalmente en el mando hasta erigir una Suprema
Junta "que haya de ejercerlo dependiente de la que legítimamente
gobierne en nombre de Fernando VII" (esto lo agregaba Leiva por su
cuenta).
2°) Que
procedería inmediatamente a erigir la Junta.
3°) Que ésta
ejercería sus funciones "hasta que se congreguen los diputados que se
convocaran de las provincias interiores para establecer el gobierno más
conveniente".
Apoyo de los jefes militares.
Obtenida la aceptación de los
candidatos (ni Saavedra ni Castelli pusieron reparos), fueron convocados por
Leiva los jefes de regimientos para consultarles lo que había preparado
(nombramiento de la Junta, palabras del bando y Reglamento). No hubo oposición,
salvo algunos reparos al Reglamento de Pedro Andrés García: "Contestes
expusieron que aquel arbitrio (la Junta presidida por el virrey) era
el único que podía adoptarse en las circunstancias como el propio a conciliar
nuestra seguridad y defensa, y no dudaban sería de la aceptación del pueblo".
En ningún documento se encuentra una
resistencia de los jefes militares, sobre todo Rodríguez, como dice López en su
Historia. No la hubo en realidad. La inclusión de Belgrano en la Junta que dice
Mitre, parte de un error de Saavedra que confunde su nombre con el de Castelli
al escribir sus recuerdos.
Nada más pasó en el día, salvo un
incidente callejero pero sintomático de la agitación popular que la gente de
arriba no alcanzaba a percibir o creían poder dominar. Una manifestación rompió
los vidrios de la casa del Dr. Villota, sin duda como reacción por su discurso
del día anterior.
Bando del 24 de mayo y Reglamento de la
Junta.
A la mañana siguiente fue fijado el
bando haciéndose pública la integración de la nueva Junta.
"Considerando los graves
inconvenientes y riesgos que podrían sobrevenir a la seguridad pública sí. ...
fuese absolutamente separado del mando el Excmo. Señor Virrey de estas
provincias... pues que ellas podrían o no sujetarse a semejante resolución, o
al menos suscitar dudas sobre el punto decidido en cuyo caso serían
consiguientes males de la mayor gravedad, debemos mandar y mandamos que
continúe en el mando el señor Virrey asociado de los señores... cuya
corporación ha de presidir el señor Virrey con voto en ella... conservando su
renta y altas prerrogativas de su dignidad mientras se erija la Junta
General del Virreinato..."
A continuación venía el Reglamento,
cuyas principales disposiciones eran:
".. .Art. 4: el Cabildo designará
las vacancias de la Junta por muerte, ausencia o impedimento de los titulares;
art. 5: igualmente tiene el derecho de deponerlos "reasumiendo para este
solo caso la autoridad que le ha conferido el pueblo"; ... 7: no ejercerán
actos judiciales, quedando a su cargo exclusivamente la Audiencia; 8:
publicaría un estado mensual de cuentas; 9: no impondría contribuciones ni
servicios ni daría pensiones sin acuerdo del Cabildo; 10: ninguna orden del
virrey sería válida si no estuviera rubricada por los integrantes de la Junta;
11: se disponga en cada municipio la convocatoria de "la parte principal y
sana del vecindario" para elegir un diputado al Congreso General; 12: que
éste jure "estar subordinado al gobierno que legítimamente represente a
Fernando VII".
La Junta con Cisneros causó pésima
impresión en el pueblo: el virrey mantenía su tratamiento, sueldo, honores y
sobre todo el mando de las tropas. En cambio para la gente principal, tanto
criolla y española, la solución fue una fórmula salvadora de disturbios.
Se ha dicho que los jóvenes de
"las luces" iniciaron la resistencia a la nueva Junta. No hubo tal.
Los antiguos carlotinos se declararon contra la Junta
solamente la noche del 24 al 25 cuando fue evidente el pronunciamiento popular.
A las 4 de la tarde juró la Junta con
gran solemnidad. Leiva pronunció una alocución felicitando a Cisneros por su
anterior gobierno y deseándole ventura en el nuevo. La ciudad fue iluminada en
señal de regocijo, y tanto el virrey como los vocales recibieron plácemes en el
Fuerte hasta las ocho de la noche.
Inquietud popular.
Leiva había encontrado la mejor
solución a su leal saber y entender. Consultó con la clase principal y sana y
dio con la fórmula que le pareció perfecta. A la tarde del 24 todos estaban
jubilosos; los jefes militares en su totalidad juraron sostener la Junta que a
su entender "no dudaban sería de la aceptación del pueblo". Pero al
pueblo no se lo había consultado. Para Leiva no existía; era una masa
bulliciosa en los festejos cívicos, que servía para defender a la ciudad cuando
venían los ingleses, pero no tenía opinión. Un inmenso cuerpo cuya cabeza
estaba en la parte principal y sana, a lo menos hasta ese momento.
Pero esa tarde del 24, apenas corrió la noticia que "el virrey
quedaba", dio muestras de existir. Empezó a notarse conmoción en los
cuarteles. No entre los comandantes que habían jurado sostener la Junta. En los
soldados, cabos y sargentos; luego pasó a los oficiales, y de allí llegaría a
los jefes: el virrey no podía quedar en el gobierno. La inquietud
se hizo mayor en Patricios; el inquieto Chiclana saldrá de las Temporalidadespara
asombrar al síndico que recibía plácemes por su fórmula salvadora espetándole
la tremenda verdad: "Al pueblo no le acomoda que el virrey quede bajo
ningún aspecto". Cosa tan absurda desconcertó y molestó a Leiva: "El
pueblo había depositado su autoridad en el Cabildo y éste obrado en virtud de
ella", y ordenó a Chiclana se fuese a su cuartel "arrestado por
impostor". Eran dos ideas distintas de lo que era el pueblo.
Esta vez la gente no fue a la plaza: se
dirigió a los cuarteles, sobre todo a las Temporalidades (Perú entre Alsina y
Moreno), donde los batallones 1 y 2 de Patricios estaban
acuartelados, para incitar la marcha sobre el Fuerte. No habría lucha, porque
los granaderos de Terrada que tenían la custodia virreinal,
eran también milicianos y criollos. Algo semejante a lo que pasaba en Patricios,
ocurría a las mismas horas en Arribeños y Andaluces.
A las ocho de la noche un grupo de oficiales patricios fue al Fuerte a
advertirle a Saavedra la gravedad de la situación; éste debió desconcertarse y
dolerse, pues creyó que el cuerpo le obedecería ciegamente. A la misma hora,
Castelli es llamado desde la casa de Rodríguez Peña, donde sus amigos le
impondrían la situación. Saavedra cree haber dado con el expediente para calmar
a los suyos: ¿si el virrey dejase el mando de las armas? Lo propone a Cisneros,
que lo rechaza de plano: prefiere renunciar antes de encontrarse como
Sobremonte el 14 de agosto. Vaya y pasen cuatro adjuntos, pero renunciar a la
comandancia de las armas, jamás. En ese momento —9 y media de la noche— vuelve
Castelli al Fuerte, pues informado de la exaltación de los cuarteles por sus
amigos quiere renunciar. Cisneros, según dice López, se puso de pie al saberlo:
"¡Pues renunciemos todos ahora mismo!". Castelli tomó la pluma y
redactó la dimisión colectiva: "En el primer acto que ejerce esta Junta
Gubernativa ha sido informada por dos de sus vocales de la agitación en que se halla
el pueblo...". "No, interrumpe Cisneros, ponga usted alguna parte del
pueblo"; "¡Es todo el pueblo, señor!; "Ni usted ni yo lo podemos
asegurar"; "Bien... alguna parte del pueblo". Vuelve a
interrumpir Cisneros que dicta: "lo que no puede ni debe ser por muchas
razones de la mayor consideración", que Castelli transcribe a la letra: lo
demás del documento insta la elección de quienes "puedan merecer la
confianza del pueblo, supuesto que no se la merecen los que constituyen la
presente Junta". Firman y sellan el pliego y lo mandan al cabildo, cuyos
titulares ya se habían retirado.
Saavedra y Castelli, ya renunciantes,
se retiran. Éste a lo de Rodríguez Peña, aquél al cuartel de Patricios, donde
al entrar debe hacer frente a un tumulto. Para calmar a los suyos les dice que
ha renunciado conjuntamente con la Junta en pleno. No habrá necesidad de
marchar sobre el Fuerte y sacar al virrey y a la Junta como lo querían en las
Temporalidades.
Viernes 25 de mayo.
La noche del 24 al 25 es de alboroto.
Una "especie de conmoción y gritería en el cuartel de Patricios" no
deja dormir al notario eclesiástico Gervasio Antonio de Posadas, que así lo
dice en su diario íntimo. Lo corrobora Cisneros en su informe al Consejo de
Regencia: "...en el cuartel de Patricios gritaban descaradamente algunos
oficiales y paisanos y esto era lo que llamaban pueblo..."; los oidores
que serían expulsados de Buenos Aires en breve, mencionan en su informe
"... una fermentación en el cuartel de Patricios" que precedió a los
sucesos del 25.
Una gritería en Patricios fue
el recuerdo de la noche de la revolución para los vecinos del centro de Buenos
Aires. Eran los orilleros que formaban el grueso de la milicia patriota
expresándose de manera airada: reclamaban su derecho a ser el nervio y la fuerza
de la historia argentina. Las milicias urbanas se alzaban contra lo arreglado
por la clase "principal y sana" que esa noche acababa de perder su
posición de clase dirigente. La ciudad amaneció amotinada y el alzamiento
desconcertó a todos; inclusive a los jóvenes que peticionaban a nombre del
pueblo y acababan de aplaudir la solución de Leiva; inclusive a los comandantes
que no habían vuelto a los cuarteles después de jurar apoyo a la Junta
presidida por el virrey, y nada sabían del "espíritu de Mayo" que
acababa de nacer.
No
era un planteo militar, de soldados que siguen dóciles a sus
comandantes. Los milicianos de Mayo tenían conciencia de ser el pueblo en
armas, y fueron ellos, los soldados y las clases, y no los comandantes quienes
gritaron su disconformidad. Fue una entidad nueva, el pueblo —el
auténtico pueblo, que no el retórico de los intelectuales— imponiéndose como la
gran realidad argentina. Fue también el levantamiento de las orillas contra el
centro que alguna vez debía producirse, pero no llegó a consolidarse por falta
de jefes con conciencia de su misión.
A las 8 se reunieron los capitulares.
Se habían retirado temprano la noche anterior y nada sabían de las ocurrencias;
en las calles no había nadie, y una llovizna fina prolongaba el temporal. La
mañana destemplada no parecía propicia a acaloramientos y no se explicaron la
gritería que llegaba de la calle del Correo. Tal vez juegos de la tropa
acuartelada. Discuten la renuncia de Cisneros y la Junta, que encuentran a
despacho. ¿Cómo semejante actitud, cuando todo se había arreglado a
satisfacción general? Sin duda, cosas de Chiclana que impresionaron a Saavedra.
Pero ¿a qué atemorizarse por la agitación de una parte del pueblo si los jefes
militares habían jurado su sostenimiento? Contestan que la Junta no tenía el
derecho de renunciar y "está estrechada a sujetar con las armas esa parte
descontenta... de lo contrario hace responsable a V. E. (el presidente y los
vocales) de las funestas consecuencias".
Primera intervención: la "multitud
de gente".
Apenas se ha mandado la nota, hizo
irrupción una "multitud de gente" que sube en alboroto la escalera y
golpea la puerta de la sala de sesiones. Leiva se asoma y tolera que algunos personeros entren
al recinto a hablar "acaloradamente" con los señores asombrados de la
irreverencia: "el pueblo se encuentra disgustado y en conmoción porque
no acepta al virrey en la Junta y menos con el mando de las armas".
Responden los señores, con calma, que han formado la Junta conforme
a las facultades que el pueblo les había conferido. "El Cabildo se ha excedido
de las facultades" dicen los personeros; no había sido la permanencia del
virrey lo resuelto y debe por lo tanto dejarse sin efecto. Leiva para
"serenar aquellos ánimos acalorados" promete que los capitulares
"meditarían sobre el asunto con la reflexión y madurez de las
circunstancias", y consigue que los personeros se vayan con la
"multitud de gente". Lo hacen profiriendo amenazas: si los señores no
procedían conforme a la voluntad del pueblo "podían ocurrir desgracias
demasiado sensibles y de nota".
Segunda intervención: comandantes de
las fuerzas.
Ante la amenaza, y convencidos que
ceder a la imposición tumultuaria quitando del mando "al jefe de estas
Provincias, sería el primer eslabón de nuestra cadena", los capitulares
buscan el apoyo de los comandantes de los cuerpos "no obstante que el día
de ayer se comprometieron a sostener la autoridad". A las 9 y media se
hacen presentes. Leiva les habla de lo ocurrido y recalca "los males que
iban a resultar siempre que se innovase en lo resuelto, recordándoles su
compromiso anterior". Menos los jefes de tropas veteranas (Orduña, de Artilleros;
Lecoq, de Ingenieros; José Ignacio de la Quintana, de Dragones),
que se mantienen en silencio, los demás (Romero, segundo de Patricios;
García, de Montañeses; Ocampo, de Arribeños; Terrada,
de Granaderos; Ruiz, de Naturales; Esteve y Llac, de Artilleros
de la Unión; Merelo, de Andaluces; Martín Rodríguez, del 1º de Húsares;
Núñez, del 2º; Vivas, del 3º; Castex, de Migueletes;
Ballesteros, de Quinteros) contestan "que no sólo no podían
sostener al gobierno, ni aun sostenerse a ellos mismos y menos evitar los
insultos que podrían hacerse al Excmo. Cabildo... que el pueblo y la
tropa estaban en una terrible fermentación...". Hablaban
todavía los jefes, cuando la gente de los corredores golpeó otra vez la puerta,
"oyéndose voces que querían saber de qué se trataba". Sin apoyo
militar, el cabildo manda a Manuel Mansilla y Tomás Manuel de Anchorena al
Fuerte a decirle a la Junta que "nuevas ocurrencias muy graves"
obligaban a variar su resolución y era "de necesidad indispensable a la
salud del pueblo que el Excmo. Señor Presidente (ya no le dieron tratamiento de
virrey) se separase del mando... sin protesta alguna para no exasperar los
ánimos".
Tercera intervención: el pueblo.
La multitud no deja los corredores,
manteniéndose en una expectativa amenazadora. Esperaban los capitulares que
llegase la definitiva renuncia de Cisneros cuando "algunos individuos del
pueblo a nombre de éste" se apersonaron nuevamente a la sala para decir
que no bastaba con la separación del virrey, pues "habiéndose excedido el
Cabildo en sus facultades, y teniendo noticia cierta de haber renunciado todos
los vocales, había el pueblo reasumido la autoridad que depositó en el
Excmo. Cabildo". Venía a imponer los nombres de una nueva Junta
"con la precisa indispensable condición de marchar dentro de quince días
quinientos hombres a las provincias interiores costeada con los sueldos del
virrey, oidores, contadores mayores, empleados del estanco del tabaco y otros
que tuviese a bien cercenar la Junta, dejándosele congrua suficiente para sus
subsistencias... debiendo temer en caso contrario resultados muy
fatales''...
Era indudable que la deposición del
virrey seria resistida por algunos intendentes, y se hacía ineludible mandar
una tropa que se impusiera al interior. El cambio político se hace revolución,
y agresiva: la expedición se costeaba con los sueldos del virrey y de quienes
habían votado el mantenimiento de su autoridad.
Ante el "alboroto
escandaloso" de semejante petitorio, Leiva sólo atina a pedir que
"representase el pueblo aquello mismo por escrito".
Lo que has
visto pasar
Solo vos,
Plaza de Mayo,
Lo podrás
olvidar
A través de
los años.
Siempre
fuiste un bastión,
Nuestro
punto de unión,
Donde el
pueblo expresó
Su alegría
o dolor.
Lo que has
visto pasar
Solo vos,
Plaza de Mayo,
Lo podrás
olvidar
A través de
los años.
Si tú amigo
más fiel
Fue el
Cabildo de ayer
Que nos dio
libertad
Y razón de
creer.
Plaza de
Mayo, Plaza de Mayo,
En tus
entrañas
Mi país se
fue formando.
Plaza de
Mayo, Plaza de Mayo,
Sos el
reencuentro
Que mi
gente soñó.
Quiero
cantarle a mi pueblo,
A su fe y
su tradición,
A los que
están aportando
Porque
crezca mi nación,
A la gente
que trabaja por mejorar mi país,
Para los
equivocados que cambiaron su raíz.
Al
inmigrante que un día
A mi patria
le creyó
Sembrando
semilla y niños
A esta
tierra se aferró.
Al que
desesperanzado
Hace tiempo
se marchó.
Hoy hermano
yo te digo
Es tiempo
de reflexión.
Al que
inventa paraísos
Sin conocer
su lugar.
De la
Quiaca a las Malvinas,
De la
Cordillera al Mar.
A los que
están infectados
Sin vacunar
su tradición.
Les digo,
Les digo en
celeste y blanco
Es nuestro
punto de unión.
Lo que has
visto pasar
Solo vos,
Plaza de Mayo,
Lo podrás
olvidar
A través de
los años.
Cuando un
pueblo vibró
El caudillo
al balcón,
Las palomas
se fueron con la Revolución.
Lo que has
visto pasar
Solo vos,
Plaza de Mayo,
Lo podrás
olvidar
A través de
los años.
Hoy palomas están
Junto a la Catedral,
Granaderos que velan
Por la libertad.
Plaza de Mayo, Plaza de Mayo,
En tus entrañas
Mi país se fue formando.
Plaza de Mayo, Plaza de Mayo,
Sos el reencuentro
Que mi gente soñó.
La Junta se mantiene sin el virrey.
No obstante haber renunciado la noche
anterior, los cuatro vocales de la Junta estaban en el Fuerte con el virrey a
la espera de la resolución final del cabildo. Recibieron la nota rechazando sus
dimisiones, y tras ella se presentaron Anchorena y Mansilla a aconsejar la
renuncia del virrey "sin protestas". Tal vez sugirieron que los
vocales quedasen en sus cargos, pues se ofició al cabildo que "pase a la
elección de vocal que subrogue al Excmo. Señor Virrey publicándose de inmediato
un bando". Ni Saavedra ni Castelli, ni menos Sola e Incháurregui, estaban
al tanto de lo que ocurría en los cuarteles.
El cabildo al recibir la nota de los
vocales, les pidió que detuvieran la fijación del bando pues acababa de
exigirse el nombramiento de una nueva Junta. Rogó a los del Fuerte estar a la
espera "de las ocurrencias sobrevenidas".
Se presenta el petitorio.
"Después de un largo intervalo de
espera" se presenta la petición solicitada por Leiva, firmada por "un
número considerable de vecinos, religiosos, comandantes y oficiales de los
cuerpos".
El petitorio en sellado de un cuartillo
(era mucho el respeto por las formas aún en plena revolución) estaba
encabezado: "Los vecinos, comandantes y oficiales de los cuerpos
voluntarios de esta capital de Buenos Aires que abajo firmamos, por sí y a
nombre del pueblo...", y reproducía el pedido verbal; es decir, el
nombramiento de una nueva Junta, el envío de la expedición al Alto Perú pagada
con los sueldos del virrey y altos funcionarios. Se reunieron en total 411
firmas, de las cuales ocho repetidas, y seis o siete estampadas por terceros
(no debe asignarse a estas rúbricas un carácter doloso dado su escaso número).
Firman todos los comandantes de milicias, la mayor parte de los oficiales, aun
de los cuerpos reglados, clérigos (entre ellos los padres de la Merced en cuyo
convento estaba el cuartel de Arribeños) y muchos civiles. French y Beruti lo
hacen "por mí y a nombre de los 600" refiriéndose a la Legión
Infernal que acaudillaban. No firman, por supuesto, ninguno de los propuestos
como miembros de la Junta.
Presentado el petitorio, aun Leiva pide
"que se congregase al pueblo en la plaza... pues el cabildo debía oír del
mismo pueblo si ratificaba el contenido de aquel escrito". "Al cabo
de un gran rato", dice el acta, salieron los señores al balcón del Cabildo
"viendo congregado un corto número de gente", que hizo preguntar al
síndico "¿Dónde está el pueblo?".
Ni la irónica pregunta de Leiva ni el
"corto número" congregado en la plaza, permite afirmar la ausencia de
pueblo en la Revolución de Mayo. La masa estaba en los cuarteles: se trataba de
antiguos milicianos, que aprestaban sus armas para salir junto con los cuerpos
e imponerse al virrey y al cabildo.
En respuesta se oyeron voces "que
si hasta entonces se había procedido con prudencia, echarían mano de los medios
violentos". Alguien habló de tañer la campana del Cabildo (sin badajo
desde el 1 de enero de 1809) y a su falta tocar generala "en cuyo caso
sufriría la ciudad lo que hasta entonces se había querido evitar". Leiva
comprendió que había sido una imprudencia burlarse del "corto"
número, pues no tenía a su lado a nadie. Ordenó al secretario leer el
petitorio, que será ratificado por los concurrentes. El secretario empieza a
leer los artículos del Reglamento, pero tal vez la inclemencia del tiempo los
obliga a retirarse del balcón sin concluirlo. Convienen que no
hay más remedio que ceder a la violencia "por los que han tomado la voz
del pueblo", y nombrar la Junta propuesta "archivando esos papeles y
el escrito para constancia en todo tiempo". Se procede sin pérdida de
tiempo a instalar la nueva Junta "porque estrechan los momentos".
Son llamados sus integrantes. Saavedra
expresa que "el día anterior había hecho formal renuncia del cargo de
Vocal", pero admite su nombramiento "para contribuir a la tranquilidad
del pueblo y salud pública"; Azcuénaga pone curiosos reparos a un
nombramiento "del Excmo. Cabildo y una parte del pueblo" pidiendo se
tomase "la opinión universal de todo el vecindario, pueblos y partidos de
la dependencia del Cabildo". Finalmente todos prestan juramento sobre el
Evangelio de "desempeñar legalmente el cargo y conservar íntegra esta
parte de América a nuestro Augusto Soberano el Sr. Dn. Fernando VII y sus
legítimos sucesores, y guardar puntualmente las leyes del reino".
Saavedra exhorta a los concurrentes a
"mantener el orden, la unión y la fraternidad" y guardar respeto a la
persona de Cisneros y familia. Que repite desde el balcón a la gente de la
plaza que lo aclama.
Entre repique de las campanas y salvas
de artillería, los componentes de la Junta de Mayo pasan al Fuerte a hacerse
cargo de sus puestos. No los acompañan los capitulares, dice el acta, "a
causa de la lluvia que sobrevino". Eran las ocho de la noche del viernes
25 de mayo de 1810.
La Junta de Mayo.
Estaba compuesta por:
Presidente y Comandante General de Armas:
Teniente Coronel Cornelio Saavedra, Jefe de Patricios.
Vocales:
Dr. Juan José Castelli, abogado.
Licenciado Manuel Belgrano, abogado.
Teniente coronel Miguel de Azcuénaga,
sin mando de tropa.
Pbro. Manuel Alberti, cura de San
Nicolás.
Domingo Matheu, del comercio.
Juan Larrea, del comercio.
Secretarios
Dr. Juan José Passo, abogado.
Dr. Mariano Moreno, abogado.
¿Cómo surgieron esos nombres? Guido, al
escribir medio siglo después sobre cosas presenciadas en su extrema juventud,
dice que Beruti escribió los nombres como inspirado de lo alto, tal vez porque
lo vio escribir de corrido el petitorio. En realidad la Junta del 25 era una
remodelación de la Junta del 24. Al ascender a Saavedra a presidente se lo
reemplazaba como representante del ejército por Azcuénaga, que tenía el mismo
grado de teniente coronel en la milicia aunque no mandaba tropas. Las
sustituciones se pensarían con un abogado, Belgrano, para reemplazar a
Castelli; un clérigo, Alberti, en cambio de Sola (muy amigo suyo), y alguno
entre los comerciantes, Larrea y Matheu, en vez de Incháurregui: los
reemplazantes tenían la misma posición política de los reemplazados. Después se
resolvió mantener a Castelli, tal vez porque su reemplazo por haber formado
parte de la junta virreinal, pondría en situación desairada a Saavedra; y si
dos carlotinos (Castelli y Belgrano) y dos del partido militar (Saavedra y
Azcuénaga) integraban la junta, era comprensible se aumentase la representación
de los comerciantes amigos de Álzaga, incluyéndose, por tanto, conjuntamente a
Matheu y Larrea. Es presumible que se buscaron personas de la amistad de Sola e
Incháurregui para sustituirlos, pues Alberti era el amigo inseparable de Sola,
y Matheu y Larrea hombres de toda la confianza de Incháurregui.
Saavedra no quiso aceptar, debiendo insistir Cisneros por considerarlo
una garantía "de orden". Aun así expresaría su protesta en el acto
del nombramiento. Belgrano no sabía su inclusión, pues dice en sus Memorias
"apareció una junta de la que yo era vocal, sin saberlo"; Moreno,
según su hermano Manuel, "muchas horas hacía estaba nombrado secretario de
la nueva junta y estaba totalmente ignorante de ello"; tampoco quiso admitir
el cargo e hizo "protesta ante la Audiencia por acto violento en su
nombramiento", dirá Pueyrredón años más tarde.
Los secretarios que serían incluidos después (y sin voto), debieron sus
nombramientos a su condición de buenos letrados: Passo por su actuación
brillante en el cabildo del 22, y Moreno debido, posiblemente, a sus conexiones
profesionales con los ingleses.
Años después diría Pueyrredón que los
nombres salieron del cuartel de Patricios y fueron elegidos por Chiclana, Díaz
Vélez, Perdriel, Vicente Dupuy, Enrique Martínez y Manuel Bustillo. Un remitido con
seudónimo, pero cuyo original es letra de Pueyrredón, publicado en el n' 781
del 14-5-1826 de la Gaceta Mercantil, así lo dice; como también
informa de la protesta de Moreno ante la audiencia. Es posible. A los oficiales
de Patricios, conforme al deseo del cuerpo y las demás milicias, les interesaba
la jefatura de Saavedra. Los demás eran simples adjuntos a
quienes no dieron importancia. Pueyrredón lo sabía de oídas porque no estaba en
Buenos Aires.
El Reglamento del 25 de mayo.
Al tiempo de aceptar la imposición, el
cabildo insiste en el Reglamento “que había meditado para el caso
que se hiciese lugar a la erección de la nueva junta". El secretario
empezó a leer desde el balcón, pero como las manifestaciones populares no
estaban siempre de acuerdo y la lluvia arreciaba, se suspendió la lectura (que
tenía algo de referéndum popular) después de los cuatro primeros artículos.
Este Reglamento contenía parecidas disposiciones al anterior; que
el cabildo podía "remover a los vocales siempre que su conducta no fuese
arreglada" (art. 2), provocaría una protesta popular y el síndico debió
aclarar que se haría con justificación de causa y conocimiento del
pueblo.
Hay varias actas del 25 de mayo, con
diferencia entre ellas. Los capitulares hicieron un juego para el público,
donde aparecerán de acuerdo con el nombramiento de la nueva Junta, y otro
reservado, con sus protestas, por si cambiaban las cosas. En un acta la
disposición mencionada figura como art. 2 al leerse desde el balcón; en otra
como 5, sin hacerse mención de la justificación de causa y conocimiento del
pueblo.
Fuera del Congreso General del
virreinato por diputados elegidos por "la parte principal y sana del
vecindario", a razón de uno por cada ciudad y villa con ayuntamiento -que
deberían jurar "estar subordinados al gobierno que legítimamente
represente al Sr. Fernando VII" (lo que no habían hecho los miembros de la
Junta)-, el Reglamento que ponía a la Junta revolucionaria bajo la tutela del
cabildo reaccionario, no se cumpliría en ninguno de sus artículos.
Juramento de lealtad a la Junta.
La misma noche del 25 la Junta emitió
un bando para castigar a quienes "vertieran especies contrarias a la
estrecha unión que debe reinar entre todos los habitantes de estas provincias,
o que concurran a la división de españoles-europeos y españoles-americanos tan
contrarias a la tranquilidad de los particulares y bien general del Estado...
todos los habitantes deben guardar decoro y veneración a la respetable persona
del Excmo. Señor Don Baltasar Hidalgo de Cisneros".
Cisneros, en retribución, firmó el 26
una circular a las autoridades comunicando "su abdicación del mando"
y asunción de la Junta "esperando yo del patriotismo de V. e individuos de
su mando... la subordinación y unión de voluntades".
A las 3 de la tarde del 26, la mayor
parte de las autoridades prestaron juramento de "reconocimiento y
obediencia" a la Junta; a la misma hora del 27 lo hicieron las tropas y el
oidor Reyes, miembros del tribunal de cuentas y ministros de la Real Hacienda.
El alcalde Lézica y el síndico Leiva
dieron el juramento en nombre del cabildo con la salvedad de que solamente
debían "prestarlo ante el rey". El fiscal Caspe el 26 hizo lo mismo,
mostrando su desprecio al concurrir "escarbándose los dientes con un
palillo". Como desagradara que la audiencia enviase un fiscal, acudió el
27 el oidor Reyes —que también se escarbó los dientes como muestra de
desprecio— y dejó constancia de jurar "bajo el concepto de dependencia de
la Junta de Gobierno legítimamente establecida en la península"; la misma
salvedad hicieron el tribunal de cuentas y la Real Hacienda. Juraron "Usa
y llanamente" el tribunal del consulado, canónigos del cabildo eclesiástico,
administrador de correos, prelados de las órdenes religiosas y comandantes
militares.
Presenció los juramentos del 27 el
comandante de las fuerzas británicas surtas en el río, Charles Montagu Fabián,
y su oficialidad. Los buques ingleses Mutine, Pitt y Misletoe fueron
empavesados e hicieron salvas de artillería. El comandante Fabián se jactaría a
su gobierno: "de haber arengado al pueblo, diciendo que los ingleses
dejarían su isla para venir a habitar estas hermosas regiones". La arenga,
si ocurrió, no la habría entendido nadie pues el pueblo no sabía inglés y el
comandante no hablaba español.
La alegría de los ingleses era
comprensible: el 19 se había vencido el plazo para irse de Buenos Aires que les
habla dado Cisneros. Ahora se quedarían y se les acabaron las molestias.