Cuando todos los caídos en Malvinas rencuentren sus nombres…
Un grupo de soldados argentinos marchan para
ocupar la base de la Marina Real británica en Puerto Argentino/Port Stanley,
pocos días después de la toma de las Malvinas por el ejército argentino, el 13
de abril de 1982. Fotografía: Credit Daniel Garcia/Agence France-Presse
-- Getty Images
Cada mañana durante estos últimos dos
meses, lo primero que hacía Sonia Ortega al despertar era consultar cómo iba a
estar el clima de ese día. Sabía que estaba más cerca el momento de
rencontrarse con su hijo José Honorio Ortega, quien cayó en la Batalla de Pradera del Ganso durante la Guerra de las Malvinas, en 1982. El cuerpo de Ortega yace
en una de las 121 tumbas sin identificar que han sido recientemente exhumadas
por el equipo forense de la Cruz Roja Internacional en el Cementerio de Darwin, en el marco del Plan de Proyecto
Humanitario, tras un acuerdo histórico firmado entre Argentina e Inglaterra en
2016.
© Escrito por Teresa Sofía Buscaglia el domingo
17/09/2017 y publicado en la edición en español del Diario New York Times, de
la Ciuad de Nueva York, U.S.A. (Teresa Sofía Buscaglia es periodista especializada en
temas ambientales y movimientos sociales. Colabora con el diario La Nación)
Para un país que aún sufre las heridas de
la desaparición y la muerte de miles de ciudadanos durante los años
setenta, una cosa es clara: este paso tiene un valor de redención y
justicia. El reclamo por la soberanía de las islas Malvinas se inició en 1833,
cuando los ingleses las invadieron, y ha durado casi dos siglos sin éxito. La
derrota y la inevitable asociación de la Guerra de las Malvinas con la Junta
Militar que gobernó Argentina de 1976 a 1983, les había negado a los
excombatientes el merecido reconocimiento.
Quienes pertenecemos a la generación de
José, así como a generaciones anteriores, fuimos educados con manuales de
historia que nos enseñaban un pasado glorioso, con un Libertador de tres países
de América, José de San Martín, entre nuestros próceres. Eso nos causaba un
orgullo histórico que la dictadura argentina supo manipular. Solo así se podría
entender el apoyo que le dio todo el país a esa guerra. Hubo cerca de 200 mil
voluntarios civiles. Luchar por Malvinas era ser protagonista de una
reivindicación muy esperada y eso no dejó vislumbrar el infierno que nos
esperaba.
El Estado hizo muy poco por los que
murieron allá y por los sobrevivientes. Al regresar, los excombatientes no
tuvieron apoyo psicológico ni económico, solo sus familias los esperaron y les
dieron el auxilio que necesitaban. Para numerosos sobrevivientes, eso no fue
suficiente. El olvido de la sociedad y el trauma de la guerra llevó al
suicidio a un número de exsoldados cercano a los 649 caídos en combate.
También para Gran Bretaña las tareas de
exhumación en el Cementerio de Darwin marcaron un giro político muy novedoso.
Cada año, ante la ONU, se le cuestionaba al gobierno británico negarse al
diálogo por el tema Malvinas, en contraste con la actitud de respeto que habían
tenido con los prisioneros y muertos argentinos al finalizar la guerra. Fue un
militar inglés, Geoffrey Cardozo, quien se encargó de levantar el Cementerio de
Darwin para sepultar a los 237 soldados argentinos —entre los cuales había 121
sin identificar— que encontró en los campos de batalla y que la dictadura se
había negado a repatriar. “Ya están en su patria”, le contestó el dictador
Leopoldo Galtieri, a horas de renunciar.
Cuando los excombatientes Julio Aro, José
Rascchia y José Luis Capurro viajaron a Londres en 2008, invitados por
veteranos ingleses, se encontraron con Cardozo, ahora retirado, quien les
entregó un sobre diciéndoles: “Ustedes sabrán qué hacer con esto”. Contenía un
informe con una minuciosa descripción de cada uno de los cuerpos que había
enterrado en el Cementerio de Darwin, en febrero 1983, a meses de terminada la
guerra. Al llegar a Buenos Aires, los tres excombatientes crearon la fundación Nomeolvides con la misión de devolverle la identidad y la memoria a los 121
soldados no identificados.
“Malvinas es una causa humanitaria para mí.
Cubrí la guerra y vi morir a muchos amigos queridos. En aquel momento, hice la
promesa de dedicar mi vida a honrar la memoria de todos los que estuvieron
allí”, me dijo la periodista Gabriela Cociffi, quien acompaña a la fundación
Nomeolvides desde el primer momento. Su compromiso ayudó a contrarrestar la
falta de dedicación del Estado. Hacía muchos años que Cociffi reclamaba un
listado oficial de familiares de los caídos, para poder obtener de ellos una
muestra de ADN con el fin de identificarlos. “¿Por qué te interesa tanto esta
causa, tenés un muerto ahí?”, le preguntó a Cociffi un funcionario muy cercano
a la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner. “Yo tengo 649 muertos. ¿Vos,
no?”, le respondió.
Coccifi también consiguió que otro inglés,
el músico Roger Waters, fundador de Pink Floyd, se involucrara en el tema
Malvinas y pidiera personalmente a la expresidenta Cristina Fernández que
hiciera el reclamo ante la Cruz Roja Internacional. El gobierno argentino
finalmente hizo el pedido formal correspondiente y se presentó ante el Comité de Descolonización de
Naciones Unidas para solicitar, nuevamente, el inicio
de un diálogo con Inglaterra. La comitiva presidencial incluía a madres y
políticos de todos los partidos.
¿Por qué tardó tanto el Estado en tratar de
devolverle la identidad a sus combatientes? Porque la sociedad no supo separar
a los responsables de los crímenes de la dictadura de aquellos que fueron a dar
su vida por una causa que creían justa. “Nadie murió con un tiro en la
espalda”, sostenían los excombatientes. Sin embargo, el reconocimiento tardó décadas en llegar.
Soldados argentinos capturados y vigilados por
combatientes de la Marina Real británica en el área de Goose Green, en las
Malvinas, el 2 de junio de 1982. Fotografía: Credit Martin Cleaver/AP
Photo
“Una foto de aquel momento mostraba el
cuerpo de mi hijo junto al de otros soldados, apilado en una fosa llena de
agua, directamente en la tierra. Esa imagen me acompañó todos estos años
silenciosamente. Así lo soñaba. Por eso, cuando conocí a Geoffrey Cardozo y me
enteré de la forma respetuosa en la que lo había enterrado, sentí mucho
alivio”, recuerda Sonia Ortega, mientras espera los resultados del análisis
forense para identificar los restos. Actualmente, las muestras de ADN de los
121 cuerpos exhumados se están analizando en los laboratorios del Equipo Argentino de Antropología Forense y el gobierno argentino dará a conocer los resultados en diciembre de
este año.
La Cruz Roja Internacional terminará en ese
momento la labor humanitaria de devolverle la identidad a cada uno de los
cuerpos enterrados, sin nombre y sin historia. Se las devolverá a ellos y a una
sociedad que también necesita cerrar estas heridas. Mientras tanto, brinda su
asesoramiento y experiencia a funcionarios del gobierno para enfrentar el
momento de entregar los resultados a las familias y organizar el viaje a las
Malvinas. Madres como Sonia Ortega podrán finalmente viajar a las islas para
sentarse junto a la tumba de sus hijos.
De ahí en adelante, la cuestión de las
Malvinas volverá al punto muerto donde ha estado durante más de tres décadas de
democracia, en las cuales Argentina ha intentado restablecer diplomáticamente,
sin lograrlo, el diálogo con Inglaterra. (El gobierno inglés
mantiene cerradas las puertas del diálogo argumentando que los malvinenses
se consideran parte de Gran Bretaña, aunque desde la posguerra la
administración de las islas sea económicamente poco eficiente).
La historia argentina seguirá entonces
marcada por las secuelas de esta guerra, aunque, al menos, los muertos habrán
recuperado su nombre. Sin embargo, ambos gobiernos deberían ver en el gesto
fraternal y sin pretenciones de Geoffrey Cardozo un modelo de inspiración. Más
allá de las banderas en conflicto, Cardozo cumplió con el mandato ancestral de
enterrar a los soldados que yacían sin nombre y sin ley, con la seguridad de
que sus padres vendrían a buscarlos algún día. Ese día por fin llegó.