Sobre lo que significa ser de izquierda…
"Perdimos, no pudimos hacer la revolución. // Pero tuvimos, tenemos, tendremos
razón de intentarlo. // Y ganaremos cada vez que un joven sepa
que no todo se compra, // ni se vende y sienta ganas de querer
cambiar el mundo." // Envar
El Kadri
Hay una pregunta
reiterada, por cierto pertinente: "¿puedo luchar para revertir la miseria,
el hambre, la injusticia, el abandono, sin ser de izquierda?" La pregunta
alternativa y más directa para la discusión podría ser ¿puede alguien de
derecha luchar por la justicia social, los derechos humanos y el bienestar
humano generalizado o contra la degradación ambiental de manera efectiva?
Creo que estas
preguntas no se formularon en el pasado porque las izquierdas tenían ciertas
certezas que asumían sin considerar posible siquiera el debate al respecto.
Esas certezas partían de una clara división ideológica y política entre derecha
e izquierda que tenía como línea de demarcación la postura ante el sistema
económico y social imperante, el capitalismo. En ese debate nadie desde la
izquierda se planteaba la posibilidad de que desde posiciones de derecha se
pudiera ser siquiera solidario, menos aun respetuoso de los derechos humanos o
más específicamente de los derechos del pueblo pobre ni defender de la
soberanía nacional. Por lo que se asociaba automáticamente a la derecha con
posturas que se calificaban de pro-imperialistas y antidemocráticas.
Antes de
descalificar esa visión, sería bueno ponerla en contexto. En las décadas de los
años sesenta y setenta, incluso en los ochenta, el mundo vivía una polarización
detrás de la cual subyacía la Guerra Fría, y en los países subdesarrollados esa
polarización se entrecruzaba con otra observable en su existencia como naciones
dependientes y sometidas, cuya soberanía era constantemente vulnerada, y las
potencias dominantes que las avasallaban. De manera que la izquierda
"tercermundista" y latinoamericana, en particular, era necesariamente
antiimperialista no tanto por razones ideológicas, que ciertamente estaban
presentes, sino por razones de identidad y supervivencia.
La izquierda era
también anticapitalista, se podría decir que por razones ideológicas
predominantemente. Sin embargo, el carácter antisistémico de la izquierda no
conducía necesariamente a abrazar las mismas utopías. Un sector de la izquierda
era socialista, incluso comunista, pero no había consenso acerca de la
naturaleza del socialismo que se proclamaba, ni mayor claridad en cuál sería su
contenido programático ni su manifestación como forma de organización de la
sociedad. Una serie de experiencias en el mundo de ese periodo, particularmente
el conflicto chino-soviético, pero también la irreductibilidad en muchas
ocasiones de los diferentes sectores para acometer sus diferencias a la hora de
debatir política o ideológicamente hacían irresoluble el debate (irresoluble en
el sentido de que condujese a una síntesis que permitiera avanzar como
corriente política en la sociedad).
Tales son los casos de las múltiples
corrientes de izquierda que se autoproclamaban auténticas intérpretes de la
expectativa de los pueblos. Ni siquiera había acuerdo en la interpretación de
los textos que se consideraban fundamentales en la elaboración de una
alternativa de izquierda. Trostkistas, maoístas, prosoviéticos, castristas,
guevaristas, entre las más destacadas, se disputaban el campo del socialismo y
el comunismo. Si a este conjunto de corrientes se agregaran las de inspiración
socialdemócrata, el ámbito se tornaba aún más complejo. Sin embargo, si algún
consenso había entonces entre la izquierda radical era que la socialdemocracia
en el mejor de los casos podría ser considerada progresista en el mundo
desarrollado.
En el marco de las
contradicciones imperantes, el capitalismo era percibido como la fuente de los
problemas y males que aquejaban a nuestras sociedades y se explicaba la
injusticia como resultado de la explotación y de la imposición de los intereses
de una minoría de la sociedad sobre los del resto. Por esta razón se percibía
la dominación como esencialmente antidemocrática. De manera que si ser de
izquierda suponía oponerse al statu quo, lograr una sociedad justa y
democrática (para algunos, socialista) pasaba necesariamente por luchar contra
la dominación y la explotación, y no sólo por mejoras en la aplicación de los
derechos. De hecho, se percibía como inviable en el capitalismo la aplicación a
cabalidad de la Carta Internacional de los Derechos del Hombre, así
como el propio programa de la revolución francesa (el momento más climático y
avanzado de la burguesía como clase revolucionaria): libertad, igualdad y
fraternidad. La burguesía aparecía en este marco traicionando a sus propios
valores y principios, una vez que se enseñoreaba entre sus motivaciones
centrales la aspiración a obtener una creciente ganancia.
Hoy en día no
falta quien considere la aspiración a ganar más como legítima y necesaria para
impulsar el crecimiento económico y el "progreso", incluso en las
filas del "progresismo". Por otra parte, hay quienes cuestionan la
idea misma de "progreso" y encuentran en el crecimiento y la
expansión del consumo que lo sustenta la fuente de uno de los mayores males que
enfrenta la humanidad: el calentamiento global y el consecuente colapso
ecológico [1]. En el FSM y en general en los ámbitos del progresismo mundial se
debate si el leit motiv de las posturas progresistas no
debería de ser el "ecologismo" que puede o no ser anticapitalista. De
hecho, hay sectores del liberalismo serio que han puesto un gran énfasis en
este aspecto, como Al Gore, el ex candidato a la presidencia de USA Estas
manifestaciones de diferentes sectores de la academia, la política o la opinión
pública en general han alimentado la percepción de que la línea demarcatoria
entre izquierda y derecha se ha borrado y la distinción, para algunos, se ha
tornado inútil para congregar esfuerzos en la sociedad civil orientados a
encarar los problemas del medio ambiente, la pobreza, la defensa de los
derechos humanos y la seguridad ciudadana, así como la consolidación de la
democracia, que en la mayoría de los casos pasaría por un fortalecimiento de
las instituciones. No siempre hay acuerdo, sin embargo, en que dicho
fortalecimiento debería empoderar a la sociedad civil, como la vigilancia
ciudadana, donde incluso hay discrepancia en torno al alcance de la rendición
de cuentas y, al menos, en el ámbito de los sustentadores del statu quo,
bastaría con hacer más transparente el desempeño del poder político, que muchas
veces queda reducido al sector público y exonera o es complaciente con las
responsabilidades del sector privado.
En esta nueva cosmovisión de los
conflictos, las clases sociales tienden a desempeñar un papel menos relevante,
si todavía se les concediera alguno, de manera que el capital ya no es el
centro en torno al cual se deslindan las posiciones progresistas, sino ámbitos
tan variados que en este enfoque quedan inconexos[2]. De esta manera el
movimiento progresista mundial que se congrega en los FSM ha encontrado
dificultades para mantener los criterios de su unidad o para las alianzas entre
movimientos diversos, corriendo el riesgo de volver a la dispersión de
movimientos con motivaciones específicas o puntuales: ecologistas, feministas,
defensores de los derechos humanos, defensores del derecho a la diversidad
sexual, racial y cultural. Estos movimientos, sin embargo, expresan respuestas
diversas a un fenómeno que caracteriza la dinámica de las relaciones
internacionales y del funcionamiento de las sociedades en lo que se ha dado en
denominar la posmodernidad.
La proliferación
de guerras que siguió al fin de la Guerra Fría, el deseo incontenible de USA de
ejercer una hegemonía sectaria y excluyente, los conflictos entre la potencias
tradicionales, USA, la UE y Japón, y su menor capacidad para seguir ejerciendo
como motor de la economía mundial y seguir satisfaciendo las necesidades de sus
poblaciones y entre éstas y las potencias emergentes, especialmente China y
Rusia, así como con las potencias regionales existentes o potenciales, son
expresión de las dificultades del capitalismo para su reproducción: un
excedente que resulta insuficiente para las expectativas de ganancia de las
grandes corporaciones, lo que ha determinado que el mundo se estreche en cuanto
mercado para tales expectativas, tanto porque la demanda se concentra cada vez
más debido a la distribución regresiva del ingreso, aunque hay ricos con un
poder adquisitivo multiplicado, como porque la degradación del medio ambiente
compromete la disponibilidad de recursos para la producción y reproducción del
sistema económico [3], lo que tiene importantes implicaciones en el orden
social y en la propia forma de hacer política.
La profundización de la llamada
globalización ha venido acompañada de una paradoja: la mayor
internacionalización ha desatado las aspiraciones nacionalistas que podrían ser
contrarrestadas, aun cuando no desaparecieran, en un orden mundial multilateral
y no unipolar como el que pretenden imponer las fracciones neoconservadoras de
la oligarquía usamericana, que ha contado con la condescendencia, por decirlo
de alguna manera, de las fracciones liberales de la clase política, aunque no
siempre de la sociedad civil.
Esto es lo que
hace más complejo al mundo actual, a lo que se suma el uso que el poder
económico transnacional está haciendo de las mayores capacidades tecnológicas.
De manera que si observamos cuidadosamente la fuente de los conflictos
sociales, políticos y en la relación con la naturaleza lo que sobresale es la
forma en que el capital pretende resolver la contradicción entre su necesidad
de extraer mayores excedentes y los mecanismos de acumulación existentes.
Si en la
percepción del poder económico dominante no hay suficiente para todos, el
conflicto se resuelve concentrando la mayor porción posible de reservas de
recursos y de acceso a los mercados, al menos en tanto no se colonice la luna o
algún otro planeta para continuar con el "intercambio" de oro por
espejitos. Y si esta disputa entre capitalistas que cuenta con el respaldo de
sus respectivos Estados encuentra resistencias, éstas deberán ser arrasadas. No
hay tiempo ni humor ni capacidad para la seducción que genere consensos
amplios. Por esta razón los organismos multilaterales han sido puestos
enteramente al servicio del capital transnacional y el orden jurídico
internacional, en sí mismo cuestionable por su inequidad, es despreciado por
los poderes globales.
En este entorno,
¿se podría defender los derechos humanos, las libertades individuales, el
derecho de las naciones a la soberanía y la consecuente relación entre estados
basada en el principio de la igualdad y el respeto mutuo, el medio ambiente,
los derechos de las "minorías" (que en rigor no siempre pueden
incluirse entre las libertades individuales), sin tener una postura definida
ante los conflictos fundamentales que enfrentan a los seres humanos, ya sea
como naciones, como sectores sociales, como agrupaciones de diversa índole,
haciendo caso omiso de las implicaciones que tiene la hegemonía del capital
para el ejercicio pleno de tales derechos?
Visto así, ser de
izquierda pasa por una definición ante estos fenómenos. En los países en
desarrollo, en rigor dominados, encarar los problemas de la humanidad implica,
adicionalmente, encarar los retos que supone ser naciones subordinadas en un
orden mundial injusto. Si ser de izquierda consiste como antes en adoptar una
postura a favor de la democracia, la libertad y la justicia, y en consecuencia
contraria a la injusticia y la dominación, esa determinación no puede soslayar
la fuente de los problemas que aquejan a la humanidad y al planeta.
Por lo tanto, las
preguntas que habría que hacerse son: ¿Alguien que no cuestiona el orden
imperante podría ser de izquierda? ¿Se puede luchar por la justicia y la
libertad sin cuestionar el orden imperante? ¿Se puede generar organizaciones
para luchar por la justicia, la democracia y la libertad en la que sus miembros
no se posicionen claramente y sin disimulos en torno a la fuente de los
factores que generan la desigualdad, la miseria, la inequidad y la falta de
libertad? Habría que observar lo que ocurre en USA, considerado por los
liberales como la fuente de inspiración y el sustento de las libertades humanas
en el marco de la Ley Patriótica y otras disposiciones legales que cercenan las
libertades individuales, incluso en contra de la Constitución vigente, y en el
marco de la paranoia antiterrorista azuzada por el gobierno con la complicidad
de los medios de comunicación como cortina de humo para llevar a cabo una
agenda de dominación global unilateral.
Pero la pregunta
más importante es si alguien que no cuestiona el orden imperante, llámese de
derecha o como plazca, podría sumar en la lucha por la libertad, la igualdad y
la solidaridad humana. A lo mejor podemos encontrar personas que en un ámbito
son claramente sustentadoras del orden vigente, pero están genuinamente
preocupadas por la ecología o el hambre o la discriminación. El punto es si
desde sus posiciones políticas y su postura ante los conflictos fundamentales
podrán sumar a la lucha por un mundo mejor. En el mundo actual, en el que la
polarización (pobreza-riqueza, dominadores-dominados, ganadores-perdedores) es
el signo de los tiempos, no se puede pretender no definirse para sumarse a
causas determinadas.
A lo mejor el
desprestigio de la izquierda construido con un ímpetu digno de mejores causas
con base en las divisiones, la descalificación artera, el sectarismo, la
corrupción y el autoritarismo, quiera ser usado como justificación para no
optar. Sin embargo, cabría preguntarse si esos vicios son exclusivos de la
izquierda y más específicamente si la derecha no adolece de ellos. La
construcción de una alternativa democrática y liberadora pasa necesariamente
por la construcción de las organizaciones políticas que se comprometan con
tales propósitos y ello requiere necesariamente la elaboración de un nuevo marco
político y programático, de lo contrario seguiremos en un activismo
movimientista como el que está paralizando al altermundismo en cuanto expresión
de la lucha por Otro Mundo.
Acometer estas tareas con consistencia y compromiso
supone en primer término una definición precisa en lo político e ideológico. Si
somos consecuentes con el compromiso de superar los vicios de la "vieja
izquierda", debemos sumarnos al esfuerzo por construir una "nueva
izquierda" que responda a las expectativas populares y a la tarea de hacer
de la democracia el escenario para el quehacer político y social.
Llegado a este
punto a la pregunta original "¿puedo luchar para revertir la miseria, el
hambre, la injusticia, el abandono, sin ser de izquierda?" se podría
responder sí. Lo observamos en un sinnúmero de organizaciones sociales como las
ONG u organizaciones comunitarias y religiosas en las que los impulsos
humanitarios valores y apreciaciones éticas prevalecen sobre las convicciones
políticas o la ideología. La pregunta "si ello me hace necesariamente de
izquierda", en cambio se responde negativamente, porque ser de izquierda
es una opción política ante el sistema de dominación y no sólo ante sus
implicaciones en la equidad, la justicia y la democracia.
La distinción entre "progresistas"
e "izquierdistas" radica precisamente en la disposición que nace de
la mente, el corazón y las entrañas y da forma a nuestros valores para
enfrentar al sistema como un todo o sencillamente acometer contra sus estragos.
La pregunta que surge con esta constatación, por lo tanto, es ¿hasta qué punto
están dispuestas a llegar las organizaciones políticas, las formaciones de la
sociedad y los individuos en la lucha por la libertad, la justicia y la
democracia?
Alguien preguntaba
alguna vez al fragor de un debate sobre el anticapitalismo si se debería
derrocar a ese sistema (el capitalismo) que ha traído el progreso y el
desarrollo a la humanidad. Más allá de que esta forma de encarar las cosas
pudiera ubicarse con mayor propiedad en el periodo formativo de lo que se ha
dado en llamar modernidad, lo cierto es que encierra una posición ideológica
que supone que las sociedades dependientes y atrasadas como la nuestra podrían
alcanzar el desarrollo en el capitalismo, y que no cuestiona en absoluto la
dominación de Estados poderosos económica y militarmente sobre Estados
débiles y menos se cuestiona sobre las motivaciones de esa dominación ni el
papel que hubiera desempeñado en el "progreso" y en el
"desarrollo" de las naciones prósperas[4].
A lo mejor supone que esa
"superioridad", derivada de las razones que fueran, les otorga el
derecho a imponerse al resto. Si así fuera, los neoconservadores usamericanos
estarían actuando correctamente. Este enfoque entre sectores que se consideran
a sí mismos progresistas resulta de haber eliminado de sus análisis conceptos
como explotación, clases sociales o imperialismo; entre sus sectores con mayor
iniciativa y protagonismo se suelen gestar propuestas para enfrentar la
inequidad que no cuestionan sus orígenes sistémicos: la explotación y la
dominación, o suponen que el orden imperante puede transformarse con buena
voluntad y disposición política o con mejoras en la legislación, por eso
sobrevaloran el papel de las instituciones y desdeñan o no atinan a observar lo
que ocurre en las estructuras de las formaciones sociales, lo que caracteriza
su esencia y las identifica.
Hay casos en los
que las transiciones ideológicas hacia estas canteras están determinadas por el
fracaso del llamado socialismo real, el autoritarismo y la formación de un
nuevo bloque social dominante dentro del partido en el poder. Aturdidos y
decepcionados al constatar que aquello en lo que creyeron era una falacia o una
utopía irrealizable pierden de vista que ningún error, exceso, crimen o
aberración que se hubiera cometido en el "socialismo real" absuelve
al capitalismo de sus crímenes contra la humanidad y el planeta.
Desde la caída
del Muro de Berlín y la disolución de la URSS las filas de la izquierda fueron
conmocionadas con un profundo impacto psicológico, moral, emocional y político.
Lejos de analizar qué pasó y en qué medida lo ocurrido era consecuencia
directa, inmediata o necesaria del ideario socialista, abjuraron de sus
convicciones y se retiraron de la actividad política o transitaron al campo antes
considerado enemigo o buscaron alternativas como la llamada "Tercera
Vía" y la socialdemocracia, variantes en general de un liberalismo más o
menos radical en el mejor de los casos.
Hay una pregunta
que es fundamental formularse a la hora de adoptar una postura política que
pretende no ubicarse en la derecha ni en la izquierda: ¿puede la derecha
impulsar un proyecto democratizador, incluyente, equitativo, justo que
signifique una salida del atraso y rompa las cadenas de la dependencia? Si la
respuesta es afirmativa, entonces no es preciso definirse de izquierda para
luchar por la democracia, la justicia, la equidad y la preservación de nuestro
hábitat natural. Sin embargo, son tan evidentes, aunque no tan obvias para
algunos, las responsabilidades de los grupos económicos dominantes [5], que la
sola duda parecería un intento de exculpación.
Si en algo los neoliberales han
sido incapaces de responder decorosamente a sus críticos es precisamente en la
profundización de la desigualdad, lo que ha agotado el crédito político de la
derecha, sustentadora natural de las políticas neoliberales, por la sencilla y
elocuente casualidad de que están pensadas, diseñadas y ejecutadas para
beneficio de las fracciones monopólicas del capital. La concentración del
capital y el recurso exacerbado a políticas comerciales "no
competitivas" son parte del proceso de ahondamiento de la desigualdad. En
consecuencia, en América Latina tras la constatación del fracaso del Consenso
de Washington se ha observado el arribo al gobierno por la vía electoral de
regímenes que se reclaman de izquierda o al menos no se incomodan por ser
considerados progresistas.
Junto al
hundimiento ocasionado por el neoliberalismo se observa como respuesta
ideológica de la derecha una estratagema disfrazada de discurso que pretende
sepultar el conocimiento sociológico crítico prevaleciente con un solo
concepto: globalización, "un Big Bang homologable a la teoría del origen
del universo" [6]. El concepto globalización ha devenido en consigna
-catalizada por una entelequia: el mercado- de la muy desprestigiada creencia
del "fin de la historia", que aspiró a ser fundamento de la revisión
de las ciencias sociales, abandona hoy en día por su propio artífice: Francis
Fukuyama. Esta es la ideología dominante de la decadencia de la civilización
del capital transnacional.
De manera que la
lógica "no soy de derecha", pero "tampoco soy de izquierda"
sólo tiene una solución posible: "soy de centro" y más vale asumirla
en cuanto tal. Lo que no es razonable es la pretensión de querer hacer
desaparecer la diferencia izquierda-derecha en aras de no optar. Peor aún,
desde una postura "progresista" no se puede no ser antiderechista,
puesto que ello supondría una postura sinuosa ante el neoliberalismo, aun
cuando pudieran deprimirnos genuinamente sus implicaciones y consecuencias en
el tejido social, el bienestar; supondría que no se repudia a quienes suprimen
en los hechos el ejercicio efectivo de los derechos humanos, aunque se milite
en la defensa de los principios en los que se sustentan las libertades
democráticas, o a los que discriminan en la práctica, aunque se declare
rechazar toda forma de exclusión.
No rechazar a la derecha supone que luchar
contra el capital transnacional no se asume como obligación moral, aunque
alarmaran los estragos que provocan en el medio ambiente "determinadas
prácticas empresariales" o el daño que causan la especulación o males
endémicos como la esclavitud, el tráfico de personas, armas y drogas, la
corrupción y la tortura, obviándose el papel de estas atrocidades en la
generación de ganancias y la acumulación de capital. Se trata al capitalismo
como si fuera ajeno a sus excrecencias o como si no tuviera relación con el
auge y empoderamiento de las mafias internacionales. Se podría argumentar que las
poderosas mafias rusas emergieron en el agonizante "socialismo real",
pero no se puede perder de vista que la regla sería que las civilizaciones o
los sistemas decadentes se pudren cuando no se transforman. Esto es exactamente
lo que vive el capitalismo del siglo XXI temprano, por lo tanto, el
anticapitalismo no sólo es legítimo sino necesario para imaginar y construir
alternativas.
La incapacidad
para generar alternativas en la derecha se pretende disfrazar con manipulación
mediática, y degradación de la conciencia y la moral de la sociedad con el
objeto velado de trivializar la crítica y desarticular la organización de la
sociedad y su resistencia. La manipulación es expresión de la incapacidad para
generar consensos y regenerar la hegemonía (en el sentido gramsciano) que
legitima la dominación. Cuando esta vía resulta insuficiente se recurre a la
represión abierta y generalizada, es decir se atropellan los derechos humanos,
las libertades básicas y al propio orden jurídico sobre el que se sustentan el
statu quo y sus instituciones. Cuando el estado de derecho se torna desechable,
la manipulación mediática y la represión son tanto más reiteradas y grotescas.
Esta situación no surge por generación espontánea y no hace falta ser un cultor
de teorías de la conspiración para constatar como se articula en tanto
instrumento de dominación dentro y fuera de las instituciones. De manera que la
crisis del parlamentarismo, la corrupción del sistema judicial, el imperio de
los lobby en la gestación de acuerdos y "consensos" de minorías que
buscan imponer sus designios y el autoritarismo son manifestaciones de la
crisis de dominación.
La necesidad de recurrir a la fuerza bruta para sustentar
la dominación se observa de manera descarnada en las políticas expansionistas y
guerreristas de USA. Desde la derrota de Vietnam a la derrota de Irak, el
imperialismo usamericano sólo ha tenido un gran triunfo político: el colapso de
la Unión Soviética y su bloque. Aun así, la llamada revolución conservadora que
impulsó al neoliberalismo y la globalización acusa sus últimos estertores y
está siendo sepultada al compás de terribles atrocidades: la barbarie sionista,
la extensión de la guerra en el Medio Oriente, el Asia Central y el Cuerno de
África por parte de las potencias occidentales, desastres naturales resultantes
del calentamiento global, el retorno de la carrera armamentista, la
proliferación de pandemias que diezman principalmente a las poblaciones
localizadas en las regiones más pobres y abandonadas por la "gran civilización
occidental".
En la medida en
que la derecha se radicaliza y las fracciones extremistas ganan terreno, ¿se
puede no ser de derecha ni de izquierda? En la medida en que la articulación de
una respuesta democrática con consenso social es una necesidad imperiosa y
exige propuestas políticas precisas, así como generar las organizaciones que
las pongan en práctica ¿se puede no ser de izquierda? Lamentablemente no es tan
simple. La complejidad ha sido expuesta de manera brillante por Boaventura de
Sousa Santos [7]: "Algunos, al considerar que no tienen que explicitar de
qué lado están, han cesado de preocuparse de dicho interrogante y han criticado
a aquellos que sí lo hacen; a otros quizá las generaciones más jóvenes de
científicos sociales, les gustaría responder a esta pregunta y por tanto tomar
partido al respecto, pero han constatado, en ocasiones con angustia, la
aparente y creciente dificultad de identificar posiciones alternativas
concretas frente a las cuales sería imperativo escoger de qué lado se está. Ellos
también son los más afectados por el problema que aquí constituye mi punto de
partida: ¿por qué, si hay mucho para criticar –tal vez más que nunca antes–,
resulta tan difícil construir una teoría crítica?".
Varios temas
surgen inmediatamente de esta reflexión de Santos:
1.
El problema de la tolerancia
2.
El problema del posmodernismo
3.
¿Puede la izquierda ser liberal?
4.
¿Es la izquierda necesariamente revolucionaria?
5.
¿En qué consiste el socialismo? ¿Hay un socialismo del siglo XXI?
Temas que
constituyen en sí mismos una agenda para la reflexión y la discusión tendiente
a consolidar una propuesta consistente de izquierda.
Notas
[1] Véase
Hamilton, Olive. El fetiche del crecimiento. Ed. Laetoli, España,
2006
[2] Las
llamadas políticas de identidad, políticas culturales o particularismos
militantes. Ver Eric Hobsbawn, "La izquierda y la política de la
identidad", New Left Review edición en español No. 0.
Zigmunt Bauman ha advertido sin embargo, que no se debería subestimar el hecho
de que estos temas hallan sido politizados en la posmodernidad. Ver Ética
posmoderna. Siglo XXI, Argentina, 2004.
[3] Véase
Immanuel Wallerstein, "¿Globalización o era de transición?", en
Eseconomía, Nueva Época, No. 1, otoño 2002.
[4] Sobre la
discusión del desarrollo y las implicaciones del desarrollo de las naciones
avanzadas para las naciones atrasadas puede consultarse Ha-Joon Chang, Retirar
la escalera, Ed. Catarata, Madrid, 2004; Gilbert Rist, El
desarrollo: historia de una creencia occidental, Ed. Catarata, Madrid,
2002; Gilbert Dupas, O mito do progreso , Editora Inesp, Sao
Paulo, 2006; G. Arrighi, A Ilusão do desenvolvimento, Editora
Vozes, Petrópolis, 1998; José Luis Fiori, "Formação, expansão e limites do
poder global", en O poder Americano, Editora Vozes,
Petrópolis, 2005; "Introdução: De volta à questão da riqueza de algumas
nações" y "Estados, moedas e desenvolvimento", en Estados,
moedas e desenvolvimento das nações, Editora Vozes, Petrópolis, 2000.
[5] El capital más
propiamente, aunque hay quienes prefieren usar un concepto que aparenta ser
anodino y neutral, inscrito en la "corrección política":
"empresarios", porque pretenden desclasar la propiedad. A partir de
la formación de un nuevo sector de propietarios emergidos en el ámbito de la
informalidad se ha pretendido implicar que la propiedad no supone o ha dejado
de expresar una relación social. Si bien se puede constatar el ascenso de estos
sectores, provenientes en algunos casos de las clases trabajadoras a la "clase
media", ello no ha significado una reducción de la pobreza (hay pobres más
pobres, pobres que antes no lo eran y más pobres en general) ni mayor equidad.
[6] Marcos
Roitman-Roseman, "La involución de la derecha latinoamericana". la
Jornada, 11 de febrero de 2007.
[7] Véase El
milenio huérfano. Ensayos para una nueva cultura política. Ed. Trotta,
España, 2005. Pág. 101.
© Fernando Sánchez Cuadros es economista, nació en Perú y reside en la
Ciudad de México.