Muchachos, este FMI no es el mismo…
La
política argentina vio pasar una ola tras otra de supuestos ganadores eternos
que al final no duraban ni dos años. Macri fue el dios del neoliberalismo en el
2015. Pasaron dos años, ya fue desalojado del podio luminoso y va siendo una
sombra que hunde al país. Es el punto de inflexión donde las gigantografías de
la política transmutan en figuritas. Pero tuvo tiempo para el desastre, para
dejar un futuro de rodillas. El Fondo Monetario fue duro con el país pero leal con
su agente. No le perdona ni un dólar a la Argentina y le impuso condiciones
imposibles, pero concedió un plazo de gracia insólito que protege a Macri hasta
las elecciones del 2019.
© Escrito por Luis
Bruschtein el sábado 09/06/2018publicado por el Diario Página/12 de la Ciudad
Autónoma de Buenos Aires.
“Fue
un punto de partida” festejó Mauricio Macri al brindar con un grupo de
periodistas por el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional. Hace dos años
y medio que está en el gobierno y ahora recién habla de “punto de partida”.
Pero el punto de partida real fue su primer gran triunfo en el Senado, la
guillotina que dividió al peronismo, el 29 de marzo de 2016, cuando se autorizó
al gobierno a endeudarse para pagar a los fondos buitre. Solamente se opusieron
16 senadores. Solamente 16 se negaron a que el país recorriera el despeñadero
del endeudamiento que desembocó en este esperpento del Fondo que enajena el
futuro.
Además
del sabor amargo que le quede en la boca a los legisladores que, presionados
por coyunturas puntuales, levantaron la mano para acompañar el proyecto que
habían presentado los radicales, el PRO, más el GEN de Margarita Stolbizer y el
Frente Renovador de Sergio Massa, incluso para estos senadores también, la
experiencia que puede servir para el futuro es no dejarse arrastrar por las
olas de triunfalismo que pasan como tormenta de verano. Ni siquiera se trata de
convocar ese momento para dividir, cuando lo que se necesita es sumar. Pero esa
experiencia nefasta tiene que servir por lo menos para poder diferenciar en
todas las coyunturas, lo esencial de lo secundario. Esa votación dirimió un
punto esencial arrastrada por la inercia de la coyuntura.
Habrá
que reivindicar a los 16 que resistieron esa presión, que soportaron los
discursos hegemónicos que los acusaron de facciosos, que sufrieron el ataque de
los medios y periodistas oficialistas que los acusaron de oposicionistas y
obstruccionistas, o que los hostigaban por defender una causa “populista”, una
causa que consagraban como perdida y desprestigiada. Ya con el diario del lunes
puede decirse que esos 16 senadores dieron cátedra para los futuros
legisladores.
Las
Madres de Plaza de Mayo representan casi en forma bíblica esa máxima. Fueron
resistencia en lo esencial contra un poder absoluto que parecía eterno. La
política tiene que aprender de esas experiencias que le han costado sangre
sudor y lágrimas. No se trata de rigidez maximalista ni de convertir a la
política en puramente testimonial. Se trata de ser conscientes de esa
diferencia entre lo esencial y lo secundario y poder desarrollar una política
con principios, que puede negociar, hacer acuerdos, retroceder o avanzar pero
sin renunciar a sus valores básicos.
En
el llano de la sociedad está la mitad más uno que votó este engendro. Personas
que van a sufrir por haber votado lo que llevó a sellar el acuerdo con el
Fondo. Personas cuyo voto condenó a todos los demás a sufrir las consecuencias de
esa decisión. Hay una mitad más uno que empieza a subir –o ya lo viene
haciendo– al tren fantasma de la desilusión. Hay dos jubilados sentados, uno
junto al otro. Y los dos están sufriendo por el precio de los remedios, el
recorte de las prestaciones y el sablazo a sus haberes. Ya no llegan a fin de
mes. Son el blanco central de los ajustes. Se achicarán aún más. Los dos están
sufriendo ese castigo. Pero seguramente, uno de ellos, además está sufriendo
por la culpa de haber votado a sus verdugos y debería sufrir también por lo que
está sufriendo su compañero de banco.
Acá
no hubo 54 contra 16. Hubo 51 contra 49. Por primera vez en la historia la
derecha conservadora había logrado seducir a esa mayoría que ahora transita el
purgatorio de la desilusión para algunos, del arrepentimiento para otros o de
la terquedad. Ya dejó de ser una mayoría satisfecha. Las encuestas dicen que el
70 por ciento de la sociedad no respalda el acuerdo con el FMI. Allí está una
parte importante de esa mayoría exigua del 2015.
Transita el momento de la desilusión. Todavía no relaciona su voto y el acuerdo con el Fondo. Tratan de encontrar respuestas en las mismas corporaciones mediáticas que los sedujeron para decidir su voto y encuentran los mismos argumentos: la pesada herencia y “éste no es el mismo FMI”.
Transita el momento de la desilusión. Todavía no relaciona su voto y el acuerdo con el Fondo. Tratan de encontrar respuestas en las mismas corporaciones mediáticas que los sedujeron para decidir su voto y encuentran los mismos argumentos: la pesada herencia y “éste no es el mismo FMI”.
La
desilusión deberá traspasar esa pared para convertirse en pulsión positiva.
Pero en la disputa de poder, el poder económico erigió su trinchera estratégica
en ese lugar, sobre ese muro de manipulación de la información y construcción
de sentido, incluso para la desgracia por parte de las grandes corporaciones de
medios. Si llueve excremento tendrán una construcción simbólica que ayude a
bailar bajo la lluvia. En algún momento el poder de la virtualidad empezará a
resentirse pero su duelo mítico con la realidad no tiene un saldo absoluto.
La
exigencia central del Fondo para conceder el stand by es bajar el déficit de
4,30 por ciento del PBI a 2,70 en un año. Para esta gente, reducir el déficit
no es recaudar más, sino gastar menos. Son pocos lugares donde se puede gastar
menos en el presupuesto y todos tienen que ver con lo social: obra pública,
educación, salud, salarios, pensiones y
jubilaciones. Achicar los 3200 millones de dólares que implican esas exigencias
quiere decir, miles de despidos, congelamiento salarial, achicamiento de
pensiones y jubilaciones, decadencia de escuelas y hospitales.
Cuando
el déficit fiscal pasa los cuatro puntos, se considera que una economía está en
crisis. Se dijo que el déficit que dejaba el kirchnerismo era de siete puntos y
que el gobierno lo hizo bajar a 4,30 en el primer año. No se entiende cómo
puede bajar el déficit cuando se sacan retenciones y se recauda menos por la
sensible baja del consumo más un tarifazo que no saca subsidios. Para
cualquiera que sepa sumar y restar, medidas de ese tipo en cualquier lugar lo
que producen es aumentar el déficit por la gran caída de la recaudación sin que
haya recuperación del consumo. A pesar de que Cambiemos hablaba de siete
puntos, los organismos internacionales ubicaron el déficit fiscal del año 2015
en 2,7 por ciento. Otros organismos hablan de 3,2. Pero no más.
Si
después de todas las medidas que bajaron la recaudación, el déficit llegó al
4,3, es evidente que el kirchnerismo había dejado un buen margen para que el
déficit creciera por lo menos dos puntos. Según la consultora Ferreres, en el
último año del gobierno de Cristina Kirchner la economía creció 1,7 por ciento,
la industria 1,1 y la inversión 1 por ciento. Para el FMI, el crecimiento fue
del 1,5 por ciento. Las famosas tasas chinas de los años anteriores habían
bajado pero no había estancamiento ni caída, ni siquiera para fuentes que no
eran kirchneristas, como las que se señalan.
En
cambio, las cuentas de este gobierno de radicales y conservadores son
alarmantes: el déficit fiscal asciende al 4,30 por ciento, si se le agrega el
2,30 que se va por deuda externa, más el 1 por ciento de la deuda provincial,
más el 1,70 de déficit cuasifiscal por Lebacs, el total de la sangría llega al
9,30 por ciento del PBI. Y si se hace la cuenta incorporando la última
devaluación del peso, el agujero negro que abrió este gobierno es pavoroso. Los
neoliberales más ultras hacen estas cuentas para presionar por más ajuste y
achicamiento del Estado. Pero al mismo tiempo exponen el fracaso de las
políticas que quieren impulsar, porque Macri no es comunista ni keynessiano.
Son
procesos que van en el mismo sentido. Destrucción de la economía, subordinación
a los organismos financieros internacionales, caída de la imagen de Macri,
aumento del malestar social con el gobierno y un lento pero progresivo
descongelamiento en la oposición peronista y no peronista. No hay elementos en
dirección contraria a este proceso de desgaste acelerado del gobierno y de
recomposición lenta de la oposición. Todo fluye en detrimento del gobierno
conservador. Pero al mismo tiempo la deudodependencia de una economía, que
desde que asumió Cambiemos acentuó su espiral descendente, esparciendo pobreza
real y no virtual, cerrando miles de pequeñas y medianas industrias y comercios
y recortando salarios y jubilaciones, plantea un cuadro muy deteriorado para el
que aspire a asumir en el 2019.