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domingo, 4 de febrero de 2018

Escándalos de Corrupción… @dealgunamanera...

Esos sindicalistas ricos que dan vergüenza ajena…

Caídos. Humberto Monteros, de Bahía Blanca y el Pata Medina, de La Plata, de la UOCRA; Caballo Suárez, del SOMU; Balcedo, del SOEME. Fotografía: Cedoc

El secretario general de la CGT dijo sentir eso ante las fortunas “mal habidas de algunos malandras” que ostentan un cargo en gremios. Sin embargo, advierte que son una excepción y que machacar con esos casos busca golpear al movimiento obrero.

© Escrito por Juan Carlos Schmid, Secretario general de la CGT, el domingo 04/02/2018 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Vergüenza ajena es la expresión inmediata que siento al ver las riquezas mal habidas que los medios han develado de algunos mal llamados dirigentes sindicales.

Sin embargo, no podemos ser ingenuos… Detrás de la reiteración de titulares e imágenes se busca instalar la certeza de una cruzada contra la corrupción; que algunos de esos malandras ostenten un cargo sindical no debe confundir. Son la excepción, mucho menos frecuente que la enquistada en otros actores de la sociedad, y de ningún modo la regla.

La honestidad de la inmensa mayoría. Desde la fundación de la CGT, en 1930, a partir de la confluencia de gremialistas provenientes del anarquismo, el comunismo y el socialismo, y durante todo el período peronista que llega a nuestros días, el movimiento obrero organizado hizo suyos los valores de honradez que, frente a las corruptelas de patrones, políticos y funcionarios inescrupulosos, llevaron a que los militantes sindicales padeciesen todo tipo de sacrificios materiales. Más allá de cualquier debate sobre su actuación o sus posiciones políticas, es indudable la conducta solidaria de los principales secretarios generales y dirigentes históricos de la CGT, llámense Luis Gay, José Espejo, Eduardo Vuletich, Andrés Framini, José Alonso, Raimundo Ongaro, Augusto Vandor, Agustín Tosco, René Salamanca, José Ignacio Rucci o Saúl Ubaldini, por citar sólo algunos nombres de una larguísima lista, que incluye a la gigantesca mayoría de los miles de cuadros que tiene hoy el sindicalismo argentino. Todo ello, sin contar los innumerables compañeros que se desempeñan en los cargos intermedios de las estructuras gremiales.

Todos los gremialistas que acabo de mencionar vivieron austeramente y, en más de un caso, incluso en la pobreza, muy a pesar de la denigrante y estúpida cantinela de todo pelaje, cuyos exponentes vieron en el peronismo “el hecho maldito del país burgués”, tal como lo decía John William Cooke. Es muy fácil de comprobar lo que digo. Basta comprobar que, una vez fallecidos esos dirigentes, muchos de ellos asesinados, dejaron a sus familias en serias dificultades. Para vivir, la mayoría de sus esposas e hijos debieron recurrir a la solidaridad de sus compañeros.

El mito de un Vandor “millonario”, por tomar un solo ejemplo, no se sostiene ante la realidad de que su viuda tuvo que trabajar 25 años más para jubilarse y seguir viviendo en el mismo departamento de dos ambientes de la calle Emilio Mitre. Qué rara forma esa de “robar” para seguir siendo pobre, sin siquiera asegurarle el futuro a su familia.

Recordemos, ya que hablamos de muertes o, mejor dicho, de asesinatos, que el movimiento obrero argentino ofrendó la vida de más de veinte secretarios generales desaparecidos durante el Proceso de Videla y Martínez de Hoz. Y lo menciono así porque muchos de los que hoy hablan desde posiciones dominantes y con poder de decisión fueron socios de esos tenebrosos personajes.

A esos compañeros que forman parte del martirologio de nuestro pueblo hay que agregar la larga lista de dirigentes y militantes sindicales asesinados en los años setenta por pseudorrevolucionarios que despotricaban contra la supuesta “burocracia sindical” o por las bandas lopezreguistas. Los violentos siempre forman parte de esa secta, transversal a las ideologías. Nunca les importó el zanjón de sangre y dolor que dejaron detrás de sus alocadas aventuras.

Todo ello vuelve más indignantes los casos de corrupción en las filas del movimiento obrero. Hay que ser un cretino completo para que, después de dedicar años de vida a la militancia gremial, se manche al conjunto de la dirigencia luego de alcanzar un cargo de poder. El poder sirve para transformar a la sociedad, para mejorar la vida de los compañeros y compañeras, no para alimentar la ambición de nadie.

Cuando veo a esos idiotas del dinero fácil, me viene a la memoria la actitud de José Espejo, hombre de confianza de Eva Perón y del General, que acumuló un enorme poder. Cuando tuvo que irse, lo hizo sin pestañear, en silencio, respetando las reglas de la militancia gremial y política; y buscándose un trabajo, en su caso, repartiendo vino casa por casa, hasta su jubilación. 

Los que se quedaron en el 55. El bloque mediático, la corporación judicial y el particular poder político-económico que hoy nos domina hacen lo imposible para convencer al hombre común de que estamos a merced de un grupo de filibusteros, vulgares chorros disfrazados de gremialistas, cuya única aspiración sería alcanzar el poder para dedicarse a esquilmar a sus compañeros.

Ese discurso o, más bien, ese relato de ficción, se inserta en un entramado ideológico y sociológico al que podemos definir como los nostálgicos de la dictadura instaurada en 1955, la mal llamada Revolución Libertadora. Esa que se hizo para que “el hijo del barrendero siga siendo barrendero”, según el no muy elaborado pensamiento del almirante Arturo Rial. En ese barro, mezcla de revanchismo, desprecio por el prójimo y odio a los pobres; se amasó el pensamiento prejuicioso y la acción disociadora de muchos en nuestra vapuleada Argentina. La “grieta”, que tanto se menciona, tiene un origen mucho más antiguo que el expuesto en tiempos más recientes.

No es mi intención aquí fungir de historiador, pero sí recordar algunos hitos de esa desdichada trayectoria. El general Aramburu y el almirante Rojas creyeron que destruyendo el movimiento sindical harían desaparecer al peronismo. Lo que lograron fue el nacimiento de la Resistencia Peronista. El presidente Frondizi, un dirigente de primera línea con orígenes de radical probo, acudió al ingeniero Alsogaray con las mismas intenciones, y ya sabemos en qué terminó. Onganía le encomendó la misión a Krieger Vasena, con el resultado de los Rosariazos, Cordobazos y demás puebladas. López Rega lo intentó con Celestino Rodrigo; Videla y Martínez de Hoz lo emprendieron con el peor genocidio de nuestra historia. El doctor Alfonsín, obnubilado por su amigo Germán López, que se había quedado anclado en 1955, pergeñó la llamada “ley Mucci”, y el resultado fue la más continuada protesta obrera contemporánea. Cavallo lo intentó hasta que su sueño mesiánico naufragó tras la odisea de la Banelco, poniéndonos al borde de la desintegración y el riesgo de una guerra intestina de todos contra todos.

Esta historia, de más de sesenta años, que sumió a la Argentina en estériles confrontaciones, fue movida por ese sueño eterno, para usar las palabras de Andrés Rivera, de desintegrar al movimiento obrero organizado y, por esa vía, devorarse al peronismo.

Los ataques desde la doble moral. El actual embate apela a unos pocos casos excepcionales que pretenden manchar a todo el movimiento obrero y, lo que es más grave, buscando otorgar a los funcionarios de turno una injerencia que no les compete. De eso se trata la anunciada intención de emprender auditorías o controles sobre las organizaciones gremiales, en una violación de las normas internacionales y nacionales que les reconocen independencia del Estado y de los gobiernos. Esos anuncios olvidan que los sindicatos no manejan fondos públicos, sino fondos de sus propios afiliados. Podría acaso tener algún sentido si en la Argentina hubiese un sistema de afiliación obligatoria. Pero en nuestro país la afiliación gremial es completamente voluntaria, y los sindicatos son entidades civiles, no oficiales, cuyos dirigentes responden exclusivamente a sus afiliados. Son estos los únicos con derecho a fiscalizar, lo que efectivamente se hace a través de la presentación anual de balances ante las asambleas y demás medidas de control de la gestión, de acuerdo con los estatutos de cada sindicato.

Las prestaciones sociales y médicas de los sindicatos argentinos constituyen una tarea sorprendente; es tan potente que llama la atención incluso de dirigentes gremiales de países más avanzados, donde a pesar de contar con mejores condiciones económicas no tienen coberturas tan amplias y eficientes. ¿No será este el verdadero problema que molesta a algunos representantes de poderosos intereses? ¿No será que no soportan a quienes consideran “feos, malos y sucios” porque construyen poder económico con el objeto de discutir de igual a igual?

Si los funcionarios están tan preocupados por controlar las cuentas de organizaciones civiles particulares, ¿por qué no auditan a entidades financieras o a la Sociedad Rural? Entre sus directivos o asociados hay más de un alto funcionario del actual gobierno, y el famoso bono recibido por un ministro, otorgado por una organización que él mismo presidía hasta minutos antes de asumir el cargo público, no es precisamente un ejemplo de transparencia. Por el contrario, sí es una muestra clara de un doble estándar moral que se extiende a otros hechos que ocupan la primera plana de los diarios. Todo esto sucede ante la mirada impertérrita de la Oficina Anticorrupción, un organismo que, cuando se trata de colegas funcionarios, a lo sumo expresa reconvenciones más propias de una maestra jardinera a sus niños que las de quienes deben velar por la ética pública. En cambio, si los señalamientos apuntan a algo someramente relacionado con un sindicato, esgrimen intervenciones, las llevan a cabo y, en lugar de sanearlo como prometen, lo terminan convirtiendo en una caja de Pandora.

La viga en el ojo del Gobierno. Las preguntas que se imponen son las siguientes: ¿fueron los sindicatos los responsables del atraso argentino?, ¿qué rol jugó el mundo empresario?, ¿qué intereses manejó y maneja el complejo mediático, que muchas veces se desentendió del destino del país?, ¿cuáles fueron las obligaciones que evadió nuestro sistema judicial para acomodarse a los diferentes “tiempos políticos”?

Entre tanto, la clase política, para defender espacios de poder que muchas veces tienen apenas el tamaño de una baldosa, pacta cualquier acuerdo a cambio de veinte monedas. ¿Acaso no acabamos de verlo en las llamadas “reformas” previsional y tributaria, verdaderos ajustes para favorecer a los sectores más concentrados de la economía, a costa de los más vulnerables?

Lejos, muy lejos de cumplir el mandato evangélico de prestar atención a la viga en el ojo propio más que a la paja en el ojo ajeno, quienes nos gobiernan pretenden presentarse como si hubieran sido creados por ángeles celestiales.

Todos los días nos enteramos de parientes de autoridades beneficiados por decretos de blanqueo, condonaciones de deudas con el Estado; de directivos, socios o accionistas de grandes empresas, quienes, no habiendo transcurrido el tiempo legal y, en más de un caso, sin haberse siquiera desprendido de esos intereses, pasan de la noche a la mañana a ser ministros y secretarios en áreas que afectan a esas mismas corporaciones. Tenemos un ministro de Hacienda declarando el ochenta por ciento de su patrimonio en el exterior. ¿Son verdaderos funcionarios públicos o siguen siendo los mismos CEO de siempre, encaramados en los organismos del Estado? ¿A esto pretenden llamar capitalismo en serio? Tengo todo el derecho a expresar mi recelo sobre estas situaciones. 

La misión del sindicalismo. Se está promoviendo una idea que no busca elevar las prácticas morales sino atacar al sindicalismo, intentando impedir que cumpla con su misión y razón de ser: la defensa de los intereses de los trabajadores y los más necesitados. Es decir, de todos aquellos que, en palabras del papa Francisco, son la “periferia existencial” en un mundo injusto y egoísta: nuestros viejos, nuestros niños, nuestros jóvenes que no pueden trabajar ni estudiar, los millones de argentinos que no consiguen llevar a sus casas lo necesario para parar la olla diariamente.

Es una primitiva y rudimentaria idea para convencernos del destino elegido por las víctimas de la injusticia y la desigualdad, quienes preferirían un plan de ayuda al orgullo de ser obrero y ganarse el pan con el sudor de su frente. Es una mirada tan antigua y retrógrada, que ya hace más de un siglo fue denunciada por nuestros mejores intelectuales y artistas, impecablemente retratada en esa maravillosa obra de Ernesto de la Cárcova, Sin pan y sin trabajo, pintada en 1894. Ya entonces se acusaba de “vagos” a los excluidos y explotados, y de “vividores” a quienes, sacrificando tiempo y descanso, luchaban por organizarlos.

Ahora, con un discurso pretendidamente “moderno”, nos apabullan con los mismos prejuicios y rencores. Que quede claro: los trabajadores soñamos con una democracia moderna, con instituciones republicanas sólidas, en una Patria donde la corrupción sea la excepción y no la norma, con la estrella polar que guía a la Doctrina Social de la Iglesia dentro de una concepción que conduzca hacia la verdadera armonía en la comunidad, que supo tener entre nosotros algunos defensores como Enrique Shaw, el único empresario propuesto para santo. Si el empresariado siguiese esas enseñanzas, no solo no habría divergencia de objetivos con el mundo del trabajo, sino que la alianza entre ambos sería casi indestructible.

Esa vocación mayoritaria del sindicalismo argentino es la que está bajo ataque.

Lamentablemente, estamos enlodados en un mundo dominado por la “cultura del descarte” y, en lo que nos concierne, en una Argentina desigual e injusta; por eso, la misión de las organizaciones sindicales sigue vigente, por más que se la pretenda denigrar, encorsetar o encuadrar, caracterizándola como el final de un ciclo histórico.

La agresión contra los sindicatos no es nueva y siempre ha estado vinculada a políticas tendientes a concentrar cada vez en menos manos la riqueza e imponer condiciones progresivamente peores a las grandes mayorías. En su historia, el movimiento obrero atravesó etapas mucho más duras; basta recordar que ha luchado sin tregua durante los regímenes autoritarios.

Los trabajadores sufrimos la proscripción, los fusilamientos de la llamada Revolución Libertadora; la “movilización militar” y la aplicación del Plan Conintes bajo Frondizi y Guido; la represión del onganiato y el plan sistemático del terrorismo de Estado de la dictadura genocida de 1976. Y pese a su brutalidad, esos ataques no pudieron destruir nuestra convicción de bregar por una Patria justa, libre y soberana.

Entonces, si con toda esa violencia no consiguieron desarticular ni hacer desaparecer al movimiento obrero organizado, no será sembrando el desprestigio que podrán doblegar la voluntad de quienes hemos decidido dedicar nuestra vida a defender a la más vieja nobleza del mundo: la dignidad de los hombres de trabajo.



jueves, 29 de mayo de 2014

A 45 años del Cordobazo, el hijo de Agustín Tosco habla sobre su padre... De Alguna Manera...


A 45 años del Cordobazo, el hijo de Agustín Tosco habla sobre su padre...

Agustín Tosco fue uno de los líderes del Cordobazo. Foto: WIKIPEDIA

Héctor tenía 11 años cuando su papá falleció en Buenos Aires. La vida clandestina, las persecuciones y las amenazas en el velorio del dirigente gremial.

El 23 de junio de 1975, Agustín Tosco, desde la clandestinidad, tomó una hoja y comenzó a escribirle a su hijo, Héctor, que cumplía 11 años. "Queridísimo hijo: Tengo una gran emoción al escribirte. Hoy cumples once años de edad y yo te siento todo un hombrecito. Hubiera querido estar contigo, conversar mucho, que me contaras tantas cosas, y yo contarte otras. 

Ahora se me hace un nudo en la garganta y casi no sé que decirte (...) Hubiera querido hacerte un regalo grande y hermoso, el que más te gustara. Cómo me han despedido del trabajo no cobro sueldo; cómo me persigue la policía y me ha amenazado las 'Tres A', vivo de la solidaridad económica y del amparo de mis compañeros. Estoy ajustado a ciertas privaciones, pero no podía olvidarme de ti. He hecho comprar un juego de ajedrez y te lo envió como presente por tu cumpleaños".

Héctor Tosco tenía 11 años cuando su padre, el secretario general del Sindicato de Luz y Fuerza, Agustín Tosco, le mandó esa carta desde la clandestinidad. El 5 de noviembre de ese mismo año murió enfermo en una hospital de la Ciudad de Buenos Aires. Agustín fue uno de los líderes del Cordobazo, insurrección obrera y estudiantil que estalló el 29 de mayo de 1969 contra la dictadura de Juan Carlos Onganía.

Hoy, a 45 años de ese hecho histórico que precipitó a la renuncia del dictador, Héctor dialogó con Perfil.com sobre como fue  la relación con un padre al cual siempre visitó en la clandestinidad o preso "aunque no era ningún ladrón".

Perfil.com: -¿Cómo era tu padre?

Héctor Tosco: Tuve una infancia bastante complicada porque falleció cuando yo tenía 11 años, entonces los momentos con él para mí fueron espectaculares, aunque posiblemente el escenario no era concordante con lo que te estoy diciendo porque esos momentos eran en cárceles de Devoto o Rawson o momentos difíciles en su vida. Pero mi viejo era muy cariñoso conmigo y con mi hermana por su convicción. Cuando me manda esa carta, hacía año y medio que no lo veía porque estaba clandestino.

- Inclusive antes que llegue el gobierno militar.
- Es que en el '75 era muy áspera la mano. Mi viejo escondido en Punilla en Córdoba con bandas paramilitares que lo amenazaban de muerte. Entonces para mi cumpleaños me mandó un jueguito de ajedrez.

-¿Qué te pasa cuando volvés a leer esa carta?
- Es volver en el tiempo y se me caen las lágrimas. Yo entendía bastante lo que pasaba porque mi mamá nos contaba la situación que vivíamos y que papá no era un delincuente.

- ¿Qué te decían en la escuela?
- En general no me decían que era un delincuente. Yo fui a escuela pública y los maestros sabían quien era Tosco y contra queen se enfrentaba. Y los padres de mis compañeritos eran todos laburantes.

- ¿Cómo analizás la vida de tu padre, con las protestas sociales de aquella época y la lucha armada que luego se produjo?
- Dentro del movimiento obrero mi viejo fue uno de los actores de la época que más claro tuvo la situación y vió lo que iba a pasar. Hace poco en un acto leíamos lo que escribió sobre el Cordobazo en junio del '70 y había cosas que aún suceden hoy, la entrega del patrimonio nacional con Martinez de Hoz, lo previeron ahí. Córdoba fue esa usina intelectual, ya que compartían el material con estudiantes y bases obreras.

- ¿Qué puntos en común tiene aquel sindicalismo combativo y este de hoy en día?
- En aquel momento tambien existían estructuras como las de hoy. Y surge una CGT de los argentinos, un modelo diferente que le dieron nombre de sindicalismo de liberación. Mientras tanto en Buenos Aires era más jerárquico. La CTA de hoy es una organización que se toma de esos tiempos. Por eso la lucha de ese momento era con Rucci, Vandor. Es difícil relacionar aquel momento donde no había democracia con la de hoy porque en su época desde el '55 hasta el '73 fueron dictaduras constantes.

- ¿Era peronista o marxista?
- Mi viejo decia claramente "filosoficamente soy marxista", pero en la práctica bregó por la unidad de todos los cuadros políticos para una sociedad mejor. Además acá la mayoría de los trabajadores era peronista, al igual que Atilio López, su compañero en Córdoba.

- Pero al mismo tiempo tuvo que luchar con peronistas.
- Es que dentro del peronismo tenemos a la derecha y a la izquierda. Cuando intervienen Córdoba gobernaban peronistas y los que llegan son de la derecha peronista y asesinan a López.

- ¿Cómo era vivir con un padre clandestino o preso?
- Siempre tuve orgullo de mi viejo y lo que sufrimos con mamá, fue puntal en eso. Las mujeres de estos hombres del Cordobazo hay que reconocerlas a ellas también porque tuvieron que enfrentar eso.

- ¿Fuiste al velorio? (NdeR: la derecha peronista amenazó a quienes asistieron a su funeral)
- Me acuerdo, estaba en el sepelio y la derecha peronista realizó una represión tremenda que incluyó disparos para todos lados. Mi tío me metió para adentro y tuve la suerte de poder enterrarlo. Sentí mucho miedo.

© Escrito por Ramón Indart el Jueves 29/05/2014 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

La insurrección que comenzó en Córdoba precipitó la renuncia de Onganía. Foto: Cedoc




Agustín Tosco fue uno de los líderes del Cordobazo. Foto: WIKIPEDIA



Hubo una feroz represión. Foto: Cedoc




La manifestación incluyó a obreros y estudiantes. Foto: WIKIPEDIA
 


domingo, 4 de mayo de 2014

Pescado podrido... De Alguna Manera...


Pescado podrido...


La Presidenta transita por laberintos insólitos para compararse con el pasado. Datos falsos. Hay que estudiar con atención la relación maternal que Cristina estableció con los muchachos de La Cámpora. Utiliza ese espacio de diálogo que se establece en los patios internos de la Casa Rosada como una suerte de terapia que le permite reflexionar con más serenidad sobre su propio liderazgo.

Uno de los pibes para la liberación la notó apenas altanera, con pocas pilas, y la arengó: “Vamos por todo, Cristina”. Ella se detuvo y lo contradijo: “No, no. Eso fue utilizado en contra nuestro. ‘Nunca menos’ me gusta más”. Segundos antes les había pedido que salieran a predicar las bondades del modelo casa por casa con palabras sencillas para que todo el mundo entendiera y ella clavó varias veces “semiótica y semiología” metida en un berenjenal similar al que ingresó al comparar “paradojas con parábolas” o al confundir a Jauretche con Scalabrini Ortiz.

Revisitó dos temas calientes de todos los debates entre los que se ofrecen como vanguardias de su pueblo: cuando Perón echó a los Montoneros de la Plaza de Mayo al grito de “imberbes” y “estúpidos” y la experiencia clasista y combativa del Sitrac Sitram.

Casi no tuvo repercusión porque lo dijo en voz baja, como reculando, pero su mirada de aquel 1º de Mayo histórico fue muy similar a la de los peronistas que rompieron en su momento con Montoneros o que hoy fustigan sin eufemismos su militarismo ultraizquierdista e irresponsable. Cristina dijo que “se le quiso enseñar peronismo a Perón y se le discutió su conducción. Muchos de los que ya no están desde nuestras propias filas cuestionaban por burgués al plan económico de Gelbard, que era revolucionario”. Se ubicó en el mismo centro del altar del fundador del movimiento y aclaró que “cuando nos corren por izquierda porque vamos despacio, y por derecha porque somos demasiado intervencionistas, quiere decir que estamos en donde tenemos que estar. Es un termómetro, una fórmula que no falla nunca”.

Recalculó la vieja consigna de “ni yanquis ni marxistas”. Justificó sus pecados de todo tipo hacia su propio relato, como el ajuste ortodoxo liberal y antipopular por un lado y el respaldo a un general que manchó los derechos humanos como César Milani, por el otro. Pero, cuando recordó con tristeza que Néstor Kirchner nunca había ganado una elección nacional en la que él encabezara la boleta, concluyó que “la historia fue injusta con Néstor”, aunque no pudo con su genio de la épica millonario guevarista: “Si él no hubiera descolgado el retrato de Videla, yo no hubiera podido colgar el del Che Guevara”. Ese es un nudo gordiano de sus neuronas. 

Le cuesta explicarse a sí misma la magnitud y la procedencia de su fortuna.

Y eso la deja pedaleando en el aire cuando arremete contra los empresarios codiciosos que “cuanto más tienen, más quieren”. ¿Y Boston, Cristina”, diría Aníbal Fernández. Una especie de culpa de ser ricos que pretenden pagar con paternalismo hacia los más humildes, a quienes “perdonan” si cometen delitos “porque el castigo es irracional”. Eso dijeron dos fiscales que militan en el victorhuguismo judicial, una sobreactuación engolada que, como Eugenio Zaffaroni, se conduele con los que menos tienen mientras nadan en sus océanos de euros.

Dificultó que los camporistas hayan comprendido la anécdota gremial cordobesa que Carlos Zannini le contó a Cristina. Una exageración bizarra que Cristina creyó y repitió a pié juntillas. Dijo que los del Sitrac Sitram habían hecho paro porque les habían servido congrio tres días seguidos en el comedor de la planta fabril. Aclaró que el congrio es un pescado riquísimo y quiso caricaturizar a los trabajadores que hoy hacen medidas de fuerza. No lo dijo, pero fue como decir: “Se quejan de llenos”. Doble falta. 

Hoy, más de la mitad de la fuerza laboral gana menos de 4 mil pesos; hay 35% de trabajo en negro; hace dos años que no se crean empleos privados y, en blanco, ya comenzó la destrucción de puestos laborales en las automotrices, por ejemplo. El nivel de pobreza y desigualdad es el mismo que en los 90, y un millón y medio de jóvenes no trabajan ni estudian. Primer error. Muchísimos no están llenos y se quejan.

Segundo: más que congrio, a Cristina le dieron pescado podrido. Con data floja de papeles de Zannini, fue ofensiva hacia una de las experiencia legendarias de la izquierda más intransigente. El Cordobazo, que hirió de muerte a la dictadura patricia de Onganía, también fue protagonizado por los operarios mejor pagos del país. Eso se llamaba conciencia de clase, señora. Estos eran los gremios de las fábricas MaterFer y ConCord, que le jugaban por izquierda incluso a Agustín Tosco y seguían a dirigentes históricos del trotskismo como Gregorio Flores o René Salamanca, un líder mecánico ícono que se apoyaba tanto en el maoísta Partido Comunista Revolucionario como en la Vanguardia Comunista, que simpatizaba con Albania y en el que militaba el Chino Zannini antes de ser detenido por la dictadura.

Este espacio de poco rebote periodístico que intento iluminar mostró a Cristina modificando su caracterización (por lo menos momentáneamente) de lo que fue la batalla entre el campo y el Gobierno por la 125. No se trató de “la oligarquía que quería destituir a Cristina”, como se dijo hasta ahora, sino que “fue un momento donde nos agarramos a patadas entre todos”. Lo dijo esta semana.

Coincidió con el discurso de Carlos Zannini en el Mercado Central. No en la ubicación escatológica del grano que le salió al establishment con Néstor, sino en remarcar quiénes son las miles de flores que florecieron: “Ustedes son las únicas caras nuevas que hay. Los demás, y me incluyo, somos figuritas repetidas”. Más que autocrítica y esperanzada en las nuevas generaciones de La Cámpora, la Presidenta pareció interesada en llevarse puestos a todos sus pares el día que abandone el poder en el 2015. 

Luces para algunas sombras de Cristina.

© Escrito por Alfredo Leuco el Sábado 03/05/2014 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.