“Era mi deber servir al país”…
Justicia. “Un argentino no conoce qué es la Corte, ni qué
función tiene, ni el nombre de quienes la integran, ni sus antecedentes.” Foto:
Cedoc Perfil
En esta entrevista, publicada por la revista de la
Facultad de Derecho de la UBA en 2005, el juez que acaba de renunciar a la
Corte Suprema de Justicia recuerda su infancia, estudios y militancia política.
El legado de un apasionado por el Derecho y la República.
—¿Qué recuerdo tiene de su infancia?
—Los recuerdos de mi infancia tienen siempre en mi caso el sello de la
incertidumbre, toda vez que en los primeros años de mi vida tuve que acompañar
a mis padres por los distintos lugares de mi provincia natal, Salta. Recuerdo
haber transitado por distintos lugares de mi provincia, yo nací en Salta
capital, así lo dice mi acta de nacimiento, pero por los viajes que he
realizado, conocí Metán, El Tabacal, Chicoana, Rosario de la Frontera, El
Galpón. Distintos lugares en donde fui a diferentes escuelas rurales y que
están siempre presentes por las narraciones de mi padre. Durante toda esa
época, mi padre realizó trabajos como funcionario provincial o bien por cuenta
propia, y ya habían nacido mis hermanos, por lo menos tres de ellos. Lo cierto
es que recién comienzo a tener una visión clara cuando mi padre decide
trasladarse a Buenos Aires y nos trae a su esposa y a sus hijos. Fuimos a vivir
a la calle José Hernández 1415, era una calle de tierra, la calle Libertador
que ahora cruza se llamaba Blandengues. Mi familia era de clase media baja y en
aquel entonces yo no tuve que trabajar. Esto fue así gracias a que mi padre fue
un hombre de labor, de trabajo, que ocupó distintos cargos provinciales.
Incluso llegó en un momento determinado a ser interventor de la comuna de
Choele Choel, yo tendría diez años, u once, en ese tiempo. Recuerdo que en los
distintos años que yo viví con mis padres el país fue progresando. De la casa
situada en la calle José Hernández pasamos a vivir en la calle Olazábal, y de
allí a la calle Mendoza. Luego pudo comprarse un chalet en el alto y salimos
del bajo, pero ya había pasado bastante tiempo y, en ese momento, ya casi me
había recibido de abogado. Mi experiencia entonces se forjó durante toda esa
etapa de mi vida en el Bajo Belgrano.
—¿Cómo fue su paso por la escuela primaria y secundaria?
—Mi escolaridad, hasta el cuarto grado inclusive, se vio segmentada por esos
cambios de domicilio permanente, y sólo se normalizó cuando nos trasladamos a
Buenos Aires. Fue allí cuando ingresé a la Escuela de Varones N° 8 del Consejo
Escolar N° 10, que estaba situada en la calle Blandengues y Juramento. Lo que
sería hoy Libertador y Juramento. Tengo recuerdos de la escuela, no muchos,
pero tengo recuerdos. Entre mis compañeros estaba Alberto Gnecco, que fue el
médico más prestigioso del Bajo Belgrano. Recuerdo también que en el año 30,
justo cuando terminé mis estudios primarios, tuve oportunidad de ver de cerca
al general José Félix Uriburu desde el alambrado que nos protegía del
ferrocarril que va de Retiro a Tigre. Pude observar su paso, con cierta
soberbia, en el coche que con la capota baja conducía a quien protagonizó el
primer capítulo de la etapa militar en la Argentina. Al año siguiente, en 1931,
ingresé al Colegio Nacional Nicolás Avellaneda, ubicado en las calles Humboldt
y El Salvador. Un alumno de apellido Denevi, que presidía la lista, concurrió a
nuestra división y solicitó a los compañeros que eligieran al representante del
turno de la tarde por el alumnado del colegio para que ocupara el cargo de
vicepresidente. Me sorprendió que mis compañeros me eligieran, ese episodio
marcó el inicio de un nexo con el estudiantado. Mi trabajo en el centro de
estudiantes fue activo. Recuerdo que el conocimiento de la catástrofe producida
en Sanpacho, República de Chile, por un terremoto que produjo muertes y
pérdidas materiales, me llevaron a realizar una colecta en el Colegio. Lo que
hizo que por primera vez hablara en cada una de las aulas reclamando la
solidaridad y cooperación con las víctimas del desastre. Pero no sólo me ocupé
de este suceso. Al conocer que los alumnos del Colegio Mariano Moreno habían
dispuesto una huelga y habían sido reprimidos, promoví que el alumnado del
Avellaneda hiciera un día de paro en solidaridad con los alumnos del Mariano
Moreno.
—¿Qué hechos destaca en esta etapa de su vida?
—Al margen de la vida como estudiante, que la consideraba esencial, me
interesaron algunas otras cosas. Así fue que conocí algunas personas como
Secundino Calvo, Humberto Piñeiro, Manuel y Fernando Reyes, Armando y Ernesto
Vairus, Fernando Gaspar, el grupo de los Graciano y Alberto Langoni, entre
otros. Secundino Calvo merece un sitio aparte porque me abrió un campo de
acción y me facilitó formarme un eje en cuanto al conocimiento de los medios de
comunicación. Circunstancia que tuvo relación de correspondencia con mi afición
al juego de ajedrez. Aprendí ese juego a los 17 años y, cuando vivía en la
calle Olazábal, llegué a ganar un campeonato de la zona y luego gané el
campeonato metropolitano de la cuarta categoría. Pase así a tercera, pero
abandoné totalmente el juego porque llevaba muchísimo tiempo. Preferí el
estudio al juego de ajedrez, aún sigo con la afición, que no se olvida. Además,
hay otra cosa que gravitó muchísimo en mí, y fue el servicio militar. Lo hice
como estudiante, se hacía tres meses en ese entonces, un mes y medio de orden
cerrado, que es el que se hace en el cuartel con todos los movimientos y los
ejercicios, y un mes y medio de orden abierto, que se hacía en Campo de Mayo,
nos ponían en carpas, teníamos que armarlas, abrir las zanjas donde teníamos
que hacer nuestras necesidades. Era un tiempo amargo al mando de los sargentos y
los cabos. Eran duras las cosas, pero yo aprendí, y nunca se borró de mi
memoria, el juramento a la Bandera, me cayeron las lágrimas y a la promesa de
seguirla, y de ser necesario entregar la vida, no la olvidé jamás. Creo que es
absolutamente necesario que los jóvenes hagan, no ya el servicio militar, sino
algún servicio social.
—¿Cuándo supo de su vocación por el Derecho?
—Lo que más me llamaba la atención del Derecho durante mis estudios era que,
evidentemente, sabía se trataba de una herramienta valiosa para poder hacer
algo por la sociedad. Eso me hizo comprender que tenía una clara vocación
política, pero no sabía cómo orientarla. Pero tenía conciencia de que las
herramientas para gobernar y servir a la República estaban en el Derecho. Esto
lo comprendí estudiando Instrucción Cívica en el colegio nacional. Es decir, mi
vocación se orientaba claramente hacia el Derecho.
—¿Qué es el Derecho?
—El Derecho, como sistema de reglas sociales que ordenan la conducta humana, es
un producto social que representa y realiza un orden social deseable. En su
relación general con el Estado, el Derecho es un elemento esencial de la forma
política moderna, a tal punto que no hay Estado sin Derecho. En su relación con
los elementos de la estructura cumple, respecto de la población, la función de
fijar la esfera individual excluida de la acción del poder, los derechos
individuales y sociales, los de índole política reservados a los miembros de la
nación o pueblo del Estado, ordenando jurídicamente la convivencia como representación
del orden. Respecto del territorio, lo determina jurídicamente en su relación
con la población y el poder. Por último en su relación con el poder, su función
consiste en determinarlo como poder jurídico, conferir poder, requiriendo de
él, necesariamente, la sanción, para no quedar en un puro deber ético. El poder
no crea el Derecho, pero lo establece y lo aplica; el poder no es la regla
social, pero satisface la exigencia de sanción inherente a la regla jurídica.
Precisamente la sanción es la exterioridad del poder. Convierte las relaciones
que se dan en la estructura de la organización en relaciones jurídicas y a la
energía o fuerza del poder en fuerza jurídica. Cualificado por el imperio de la
ley, transforma la dominación que ejerce el poder en el Estado en dominación
legal, es decir, justifica o legitima el poder y lo convierte en autoridad
jurídica. La relación del Estado con el Derecho, o con cualesquiera de sus
restantes elementos esenciales, sólo puede comprenderse teniendo en cuenta que
éste se encuentra inserto en el cuadro conjunto de la organización; que es una
parte de la unidad estatal, un elemento de su estructura; y las funciones que
cumple dentro de ella. El problema de la relación entre Estado y Derecho dentro
de la forma política moderna, dentro del Estado actual, se resuelve
comprendiendo la función que el Derecho cumple dentro de la estructura de la
organización. Es un elemento del Estado, una condición esencial de su
existencia. La relación entre el Derecho y el poder no es ni de identidad ni de
oposición, sino de recíproca correlación. El poder formula y sanciona el
Derecho mediante sus órganos específicos; el Derecho lo justifica y legitima,
incluso le confiere poder; hace que su fuerza se convierta en fuerza jurídica y
en correspondencia con el proceso dinámico de la vida social el Derecho, como
representación de un orden y el poder como intermediario o ejecutor de su
efectividad, forman un ciclo que expresa y resume los cambios y
transformaciones que se producen en la realidad social y política.
—¿Cómo fue su ingreso a la facultad?
—Mi padre, cuando me preguntó qué carrera quería seguir me sugirió que
realizara la carrera militar. El era amigo del director del Colegio Militar. En
cuanto me dijo eso, lo espanté. Le dije que no me veía saltando y haciendo
ejercicios de tiro y todas esas cosas. De manera que mi vocación estaba en el
Derecho, y así se lo manifesté. Hoy estoy convencido de que ese ingreso
significaba mi destino. Si bien mi padre había tenido vocación política y había
militado en el Partido Conservador de Salta, que lideraba Robustiano Patrón
Costa, yo no tenía familiar alguno que me orientara en mis primeros pasos en la
Facultad de Derecho y carecía de toda experiencia de los usos propios del
lenguaje jurídico y de las mínimas nociones que pudieran facilitarme la
comprensión del mundo jurídico. Yo entré a la Facultad de Derecho después de
aprobar el examen de ingreso, y pronto me convertí en ayudante de la cátedra
del doctor José Sartorio. Allí hice un trabajo de recopilación de la
jurisprudencia de la Corte Suprema de Justicia de la Nación. Eso me aproximó a
la jurisprudencia de la Corte Suprema y aprendí cómo habían sido, a través de
sus decisiones, las líneas de su jurisprudencia. Aprendí también lo que es un
leading case, un caso singular, que lo llaman caso seminal, porque viene de
semilla, y los denominados holding. Recuerdo con fascinación, durante esta
época, la lectura de un libro que me abrió un horizonte y que ha influido en mi
comprensión del Derecho Constitucional. Este libro, cuyo autor es Carlos
Sánchez Viamonte, quien fue para mí el más original de los constitucionalistas
argentinos, fue publicado en el año 1934 y se llama Hacia un nuevo Derecho
Constitucional. Este libro, y luego el Compendio de Instrucción Cívica, que es
en realidad un tratado de Derecho Constitucional, también de Sánchez Viamonte,
fueron las dos obras que más gravitaron en mi pensamiento en los años de
facultad.
—¿Cuál fue su primera experiencia laboral?, ¿estuvo
relacionada con el mundo del Derecho?
—Antes de entrar al servicio militar, cuatro meses antes, logré un trabajo, fue
el único trabajo en mi vida en relación de dependencia. Fue en la Liga
Argentina de Profilaxis Social del Dr. Fernández Verano, él tenía sus oficinas
en Corrientes y Carlos Pellegrini, en un tercer piso. Fui designado secretario
y ahí aprendí dos o tres cosas, la forma de manejar la correspondencia, la
manera de manejarse en una entidad.
—¿Qué sintió cuando publicó su primer libro, “Por una
nueva Argentina”?
—Yo me recibí a los 21 o 22 años y publiqué Por una nueva Argentina, que fue mi
primer libro, después de una serie de artículos, y fue comentado por algunos
diarios. Aquí, en el prólogo, está el compromiso que tomé, vean lo que
manifiesto aquí: “Las materias esbozadas a lo largo de este ensayo serán motivo
de una obra de mayor aliento. Surge a la vida impulsado por la pasión ardiente
de trabajar por la grandeza política, económica y moral de la República”. Trato
en el libro todo un programa que se observa en el índice que describe los
siguientes puntos: “Por la redención de la juventud. Por la libertad económica.
Por la reforma educativa argentina. Por la reforma sanitaria. Por la solución
de la cuestión social. Por la democracia; Por la libertad del sufragio. Por que
el lector quiera ser el ciudadano”. Esto se publicó el 15 de junio de 1940, es
decir, hace 64 años. Fue éste, entonces, mi primer trabajo. Además de hacer Por
una nueva Argentina, recuerdo que se iba a festejar el nonagésimo aniversario
de la sanción de la Constitución Nacional. Yo había sido becario de la Comisión
Nacional de Cultura, conocía la jurisprudencia de la Corte, y leo que el
Colegio de Abogados de la Ciudad de Buenos Aires –yo no me había incorporado
hasta entonces a ninguna de esas entidades– organizaba un concurso para
conmemorar el nonagésimo aniversario de la Constitución Nacional. El premio
eran un diploma y una medalla para el primero y una medalla especial de plata
para el segundo, había tercer premio también. A mí me interesó y preparé un
trabajo por el cual me dieron el segundo premio. Era un libro sobre fuentes de
la Constitución donde distingo entre fuentes reales y fuentes formales. Vean lo
que mencioné en la parte final del prefacio de esta obra: “Las largas horas
robadas al sueño, luego de la penosa tarea del tramitador de juicios, mirando
las hojas abiertas, como dos manos generosas de ese librito de 110 artículos,
he borroneado páginas, y concluido este ensayo, pero ni el insignificante
sacrificio de esas horas ni sus modestos resultados serán apropiados para
honrarla, porque la Constitución argentina conoce ya el valor de honra que le
dieron las palabras escritas y habladas durante sus noventa años de vigencia.
Ahora espera que la honren cumpliéndola y respetándola, con lealtad, con
honradez y patriotismo. Que Dios me depare ese privilegio. Buenos Aires, marzo
31 de 1943”.
—Usted militó en el socialismo durante varios años. ¿Por
qué cree que la Argentina no tiene un movimiento socialista mucho más
consolidado?
—Mire, en una oportunidad yo llego, en Belgrano Bajo, a un Comité Radical a
inscribirme. Me hacen sentar, yo era un muchacho como ustedes, y me hacen pasar
a un cuarto semioscuro donde me recibe un hombre que me pone una mano encima
del hombro y me dice: “Hijo, ¿qué querés?, ¿una decena de lotería para tu
familia?”, yo lo miré al tipo y le dije: “No, señor, estoy equivocado”. No
pensé jamás que me podían ofrecer por incorporarme a un partido la esperanza de
una decena de lotería, a raíz de ello no volví. Es decir, esa experiencia hizo
que después no quisiera aceptar cuando me invitaron a incorporarme al Partido
Conservador Demócrata o al Partido Radical. También me invitaron a sumarme a
las filas del Partido Demócrata Progresista. Tampoco quise. Se preguntarán qué
me llevó entonces al Partido Socialista. Miren, yo había publicado Por una
nueva Argentina, y sacó un comentario La Vanguardia. Entonces, fui a una
conferencia que daba un tal Nicolás Repetto, con debate público. Me senté y
escuché a este hombre, con unas excepcionales dotes expositivas y didácticas, y
vi que la gente pedía la palabra y no se interrumpía al orador sino con permiso
de éste, había respeto y tolerancia; yo miraba, eran obreros, gente del pueblo,
gente común, no eran profesores ni mucho menos. Me dije a mí mismo: “Esto es
otra cosa”. Y cuando llegó el momento de incorporarme a la vida política me
acerqué con otros diez amigos al Partido Socialista. Era un partido apoyado por
maestros, por gente ilustrada, pero a la gran masa del pueblo no tenía llegada.
La prueba está, por ejemplo, en que en las barriadas obreras de Avellaneda
ganaban los conservadores. Me quedé porque sabía que era una escuela de
civismo, por esa razón milité durante años en el Partido Socialista. Yo fui
socialista porque era lo más transparente y yo soy un demócrata. Si ustedes me
preguntan qué soy políticamente, yo les digo: soy demócrata en toda la
extensión que yo le doy a la palabra y que he expresado en mis libros. Creo,
sinceramente, en la vieja máxima de la Stoa griega (de los estoicos), que en su
templete pusieron que “el hombre sea sagrado para el hombre”. Todavía, a lo
largo de la historia no lo ha sido, pero creo en eso. De manera que no estoy
apasionado por ideología alguna, soy un crítico de ellas, de las ideologías, es
decir, tengo la suficiente experiencia por haber estudiado y por haber vivido
que las ideologías existen y seguirán existiendo, pero no traen la solución de
las cosas. Sé que son espurias, que no tienen sustancia; lo otro sí, pero creo
que la democracia contemporánea que gradualmente va adquiriendo forma y
contenido no es la democracia gobernada, la democracia puramente
representativa, sino la democracia gobernante. Para eso necesitamos una
revolución cívica, porque no hay democracia sin demócratas.
—¿Cómo comenzó su labor docente a nivel universitario y,
especialmente, en la UBA?
—Producida la revolución que depone a Perón, se designan interventores en las
universidades y están libres las cátedras. Yo recibo la invitación del
designado decano de la Facultad de Derecho de la Universidad de La Plata para
hacerme cargo de la cátedra que estuvo a cargo de Joaquín V. González; esa
cátedra es Historia de las Instituciones Representativas, pero también estaba
vacante la de Derecho Político. Al poco tiempo de desempeñar la primera, hablé
con el decano y le dije que me parecía que iba a ser más útil en la segunda, me
interesaba más la cátedra de Derecho Político. Mi llegada despierta interés en
algunos sectores y hacen que se constituyan otras dos cátedras en manos de
profesores de la Democracia Cristiana, porque en ese momento yo militaba en el
Partido Socialista. Entonces, para contrarrestar lo que se suponía era una mala
influencia, designan la cátedra que fue de Martínez y la otra cátedra a cargo
de Romero Carranza, también pertenecientes a la Democracia Cristiana. En la
facultad yo dicté cursos de promoción sin examen. Los alumnos venían a mis
cursos pero no daban conmigo. Se anotaban porque el examen en ese momento lo
daban cuando querían, cuando consideraban que estaban preparados. Me doy cuenta
de que, siendo profesor de primer año de la facultad, tenía que enseñarles a
mis alumnos, primero, una clara noción del mundo en que viven. Es decir, darles
las bases para una Teoría de la Sociedad. Enseñarles, también, cómo está organizado
ese mundo jurídica y políticamente, es decir, una Teoría del Estado.
—¿Cómo fue su experiencia como profesor durante el golpe
de 1966?
—Cuando viene el golpe de Estado del señor Onganía, yo fui el primero que
abandonó las aulas. Producido el golpe militar de Onganía vino la Noche de los
Bastones Largos, se apaleó a profesores y estudiantes. En la Facultad de
Derecho se hizo, por primera vez, una reunión del claustro de profesores, nos
citaron. En el fondo era para elegir y designar interventor de la Casa a Videla
Escalada, ésa era la intención. Yo sólo dije que debía investigarse,
previamente, por qué se había realizado y cómo se había realizado ese operativo
de la intervención a la Facultad. Ni Soler, ni Oderigo ni otros hombres que se
tenían por maestros me apoyaron. Al contrario, dijeron que no debíamos
investigar. Y no faltó el profesor que dijera que los estudiantes habían
atacado a la policía. Es decir, se negaron a investigar los acontecimientos.
Eso originó mi renuncia.
—¿Puede comentarnos algunos puntos referidos al libro “La
naturaleza del peronismo”?
—Les va a interesar este primer libro sobre el peronismo, del que no hay casi
ejemplares. Fue la primera investigación que se hizo en el país, que cobra una
actualidad singular porque el señor Lanata, que publica dos tomos de Historia
de los argentinos, en dos capítulos señala los méritos de ese trabajo. Es una
obra completa, me gustaría que por lo menos la hojeen. En ella van a encontrar
cosas como ésta: el GOU, todo el mundo dice que es el Grupo de Oficiales
Unidos; no es cierto, es una logia que se llamaba –y están acá los Estatutos de
la Logia– Grupo Obra de Unificación del Ejército, que fueron copiados por el
GOU de los estatutos de la Logia que tenía el ejército japonés.
—¿Qué recuerdos tiene de su ingreso a la Asociación de
Abogados de Buenos Aires?
—Siempre tuve mi estudio en la calle Uruguay 634, piso 3° E. Un día bajo y
cruzo la calle Uruguay y paso por la calle Tucumán 1381, y leo: “Asociación de
Abogados de Buenos Aires”, una chapa, una escalera, y subo. Allí me encuentro
con un hombre joven, Arena se llamaba de apellido, estaba escribiendo sentado y
me dice: “Doctor, siéntese, ya lo van a atender”. Le pregunté: “¿Hay alguno de
la comisión directiva?”, respondió: “No, yo soy el gerente”. El estaba solo, lo
vi levantarse, y al cabo de unos cinco o diez minutos pasó un abogado, luego
pasó otro, y más tarde otro más. Yo le pregunté a este muchacho cuándo me iban
a atender. Me respondió: “Acaban de llegar para atenderlo”. Me recibieron, eran
amigos, una corriente de simpatía, de cordialidad, de camaradería y de
compañerismo. “No tiene más que firmar acá, doctor, y gracias por haberse
incorporado”. Yo dije: “¿Ya me aceptan?”, dicen “sí, lo trataremos en la
próxima reunión de Comisión Directiva”. Me pareció espléndido, siempre me quedó
la espina de qué había pasado, cómo este muchacho Arena lo había logrado, cuál
era la clave. En el año 1963 fui elegido presidente de la Asociación. Durante
ese período implantamos el sistema de guardias a cargo de miembros de la
Comisión Directiva. El consocio Vanossi fue designado secretario letrado de la
Corte Suprema. También, se adquirió la octava parte del local que ocupaba la
Asociación en la calle Lavalle y se realizaron mejoras. Se designaron
subcomisiones de legislación. Se obtuvo la autorización para colocar una
vitrina en Tribunales. Se convocó a asamblea extraordinaria para el día 29 de
noviembre a fin de escriturar ese local de la calle Lavalle. En ese mismo
período, participamos en las Jornadas Universitarias de Arrendamientos
organizadas por la Universidad Nacional de La Plata, el Congreso de Derecho
Comercial realizado en Montevideo, las reuniones con el Instituto de Derecho
Comercial sobre Reformas al Código de Comercio, las Jornadas Latinoamericanas
de Derecho Tributario, asimismo, se participó en la VII Conferencia Nacional de
Abogados llevada a cabo en Corrientes.
Lo trascendente de ese período es que se establecieron, con carácter abierto,
las distintas comisiones de Legislación y Estudio que se crearon a instancia
mía. Las distintas comisiones de Legislación y estudio que están hoy en el
Colegio de Abogados fueron idea mía. No me jacto de ello, simplemente, para que
ustedes conozcan la labor llevada a cabo. Se decidió, además, y es también muy
importante, la construcción de la sede de la entidad de la calle Uruguay 485.
Se inició el proceso de incorporación de socios. Se llegó a quintuplicar el
número de afiliados y se llevó a cabo la primera jornada sobre colegiación
legal donde se sostuvo la necesidad de un Colegio Público de Abogados para la
Capital Federal. Piensen que estamos en el año 1963 o 1964. Durante el
ejercicio 1964-1965, se consideró un proyecto del Dr. Giuliani Fonrouge
relacionado con “las contribuciones de los fondos locales y el impuesto de
réditos”, se aprobó la reglamentación para la participación de la Asociación en
congresos, jornadas y conferencias y se creó la Comisión de Damas. Lo más
significativo de ese período fue, a mi entender, la virtual inauguración de la
construcción de la nueva sede de la calle Uruguay 485 donde funciona la
Asociación de Abogados, cuya escritura de dominio lleva mi firma.
—Particularmente, ¿cuál fue su rol y el de la Asociación
de Abogados de Buenos Aires en los años previos y durante la última dictadura
militar sufrida por nuestro país?
—Quisiera yo recordar, especialmente, algunas de mis intervenciones porque ahí
recibí a las primeras Madres de Plaza de Mayo y, también, tuve que visitar al
barco Granadero en el puerto. Lo hice con miembros de la Comisión Directiva
para examinar cómo estaban los detenidos, los chicos y las chicas detenidos por
la subversión, eran los tiempos en que se los colocaba en camarotes,
verdaderamente un tratamiento inhumano. Los visité. Recuerdo siempre que cuando
subí la planchada empezaron a cantar Z, una estremecedora canción que exaltaba
la libertad. Además de eso, he firmado hábeas corpus; abogados que tenían miedo
de ser objeto de crimen y que me venían a ver en mi carácter de presidente para
que firmara yo los hábeas corpus, pues no tenían destino ni se les daba
trámite, prácticamente no se cumplía con lo que debía ser el hábeas corpus.
Pero no tuve inconveniente en firmar. Me parece importante que también se sepa,
porque todo se tira en la bolsa del olvido. En la masacre de Trelew mataron a
todos los detenidos, menos a tres que los dieron por muertos y una de las
chicas era de apellido Berger. Yo conocí a la mayoría de los jóvenes que
luchaban contra la dictadura militar. Por ejemplo, a Duhalde y Ortega Peña. No
me refiero al presidente Duhalde que fue alumno mío. Bueno, como les decía,
recuerdo que el Dr. Villagra, un abogado de un inmenso valor civil, que ya
tenía dos muertos en la familia, inició una demanda reclamando, a favor de la
chica Berger, el resarcimiento de los daños sufridos. Tenía miedo de firmarla y
quería que yo, como presidente de la Asociación, la firmara y la firmé porque
entendí que era mi deber tutelar los fueros de la abogacía.
—¿Qué otras memorias tiene de aquella época tan difícil
para nuestra nación?
—Recuerdo que ésas fueron mis palabras para un brillante abogado, que había
sido alumno mío en La Plata, el Colorado Zavala Rodríguez, que fue asesinado en
Burzaco. Estaba galvanizado por la muerte del Che Guevara, incluso se separó de
la mujer, una brillante muchacha, psicóloga. Levantó su estudio, vendió sus
bienes. Yo hablé con ellos, con el matrimonio, y a él le dije: “Mirá, si fueras
mi hijo te diría lo mismo que te voy a decir ahora, creo que no hay destino en
tu lucha, no vas a tener éxito, el éxito tuyo está en la política, sos
auténticamente un líder, estás huyendo de tu destino natural, crees que éste,
el fusil, es la revolución y no la vas a lograr, no podés luchar contra las
Fuerzas Armadas”. Estaba empecinado, obstinado, sentí muchísimo que llevara a
cabo la separación; murió, por supuesto, en su ley. El doctor Zavala Rodríguez
pudo haber sido un gran líder juvenil y un gran político argentino. Recuerden
el nombre. Yo tenía la sensación de que esos jóvenes eran como los gorriones
que iban contra el alambrado, y que eran prisioneros del alambre, estaban
enloquecidos. Creían que podían crear la patria socialista. Esa también fue una
de las tantas tareas que hice mientras estuve en esa segunda presidencia.
—¿Cuál fue el rol que jugó la Asociación de Abogados de
Buenos Aires en el proceso que desencadenó, finalmente, en la colegiación legal
de los abogados?
—La gran bandera que nosotros tuvimos siempre en la Asociación fue la bandera
de la colegiación legal, pero existieron algunas etapas previas. En su momento,
Lanusse, que era presidente de facto, comunicó a las entidades profesionales su
interés en que se creara un foro de los abogados. Me puse en contacto con el
presidente del Colegio de Abogados de Buenos Aires, doctor Alejandro Lastra, y
diseñamos una ley. Estábamos dispuestos a crear el Foro de Abogados que,
básicamente, es el que regula, actualmente, al Colegio Público de Abogados de
la Capital Federal. En ese momento se produjo una escisión en la Asociación,
que vino a ser, prácticamente, un grupo muy especial de abogados. Surgió la
Gremial de Abogados formada por quienes, a su modo, estaban en combate, en la
lucha contra el gobierno militar. De manera que esa escisión significó que el
gobierno diera marcha atrás, por temor de que ése fuera una especie de punteo,
un muestreo de la opinión pública de la Capital, en base a la elección de los
abogados, y fue sepultada la creación del Foro de Abogados. En lugar de eso se
creó el Tribunal de Etica y se confió a la Corte Suprema una función que no le
era propia, la de ser jueces o designar jueces para que juzguen a los abogados.
Por suerte, cuando nosotros vinimos a la Corte dispusimos dejar sin efecto no
solamente la ley de facto 22.192 sino también el Tribunal de Etica. Es decir,
concluido el denominado Proceso de Reorganización Nacional y restablecido el
imperio de la Constitución Nacional, el día 9 de febrero del año 1984, reunidos
en la Sala de Acuerdo del Tribunal de la Corte Suprema, los Jueces de la Corte
Suprema de Justicia de la Nación doctores Genaro Carrió, Augusto César
Belluscio, Enrique Petracchi, José Severo Caballero y yo, con la presencia del
entonces procurador general de la Nación, Juan Gauna, analizamos la procedencia
de la designación dispuesta por el artículo 24 de la Ley 22.192, y dejamos sin
efecto tal esquema por Acordada N° 4 de 1984, al resolver que no se encontraba
dentro del ámbito de la jurisdicción de la Corte la designación de jueces para
los abogados. Reitero, resultaba aplicable en ese caso la doctrina de la
resolución dictada el 14 de marzo de 1903, según la cual en situaciones de esa
índole corresponde que la Corte se pronuncie de oficio, ya que corresponde a
las facultades de este tribunal la atribución inherente a la naturaleza del
poder que ejerce, juzgar en los casos ocurrentes la constitucionalidad y
legalidad de los actos que se le someten, toda vez que, en ocasión de ello, ha
de cumplir una función que le confiere la Constitución a la ley, y a ese efecto
la Corte Suprema no es un poder automático.
—¿Qué recuerdos tiene del momento en que le ofrecieron un
lugar en el Alto Tribunal?
—Yo no lo conocía al doctor Alfonsín. Me habla por teléfono la noche siguiente
al triunfo Alconada Aramburu y me dice: “Dr. Fayt, ahora no se puede negar,
necesitamos su colaboración”. Dije: “Déjeme pensar cuarenta y ocho horas”. Lo
pensé. Yo tenía un estudio con una clientela formada a lo largo de cuarenta
años de ejercicio profesional. Cerré mi estudio, acepté. Creí que era mi deber
servir al país. Mi idea era, con claridad, ser un juez imparcial e
independiente y trabajar exclusivamente en los fallos y ver todos los fallos.
¿Por qué?, porque si yo no veía un fallo dejaba de ser juez, me podían traer
una cosa hecha con la renuncia y firmarla. Ya le habían hecho una broma de esas
con la renuncia a alguien. Además, entendí que era necesario estudiar, ver las
cosas, no improvisar.
—¿En qué modificó su vida su asunción como ministro de la
Corte Suprema de Justicia de la Nación?
—A partir de mi nombramiento no he concurrido a algún acontecimiento
internacional de los muchísimos que me invitaron, incluso no he ido a
conferencias nacionales e internacionales. De los abogados, a las invitaciones
que me realizaron a los actos no voy. Acá mismo, no voy a la mayoría de los
actos que se realizan. Aquí hablé, cuando estaba Carrió, y rendimos homenaje a
Alberdi, en nombre de la Corte Suprema, di una conferencia sobre Alberdi. Es
decir que hablé en nombre de la Corte Suprema sobre Alberdi. Y he sacado
alrededor de doce libros que son como etapas recorridas por la Corte en materia
de prensa, dos libros están dedicados a las 198 sentencias que dictó la Corte
en toda su historia sobre información y comunicación. La omnipotencia de la
prensa. Su juicio de realidad en la jurisprudencia argentina y norteamericana
es uno, el otro es La Corte Suprema y sus 198 sentencias sobre comunicación y
periodismo. Además uno muy reciente titulado La Corte Suprema y la evolución de
su jurisprudencia. Leading cases y holdings. Casos trascendentes, que resume lo
realizado por la Corte en estos últimos veinte años.
—¿En qué cuestiones estima que la jurisprudencia de la
Corte Suprema de Justicia de la Nación ha innovado durante estos veinte años?
—Sobre información y comunicación se ha innovado mucho. Se transformó el
derecho de publicar las ideas por la prensa, en el derecho de información
individual; en derecho a la información, en el derecho social a ser bien
informado y el derecho patrimonial que tienen las megaempresas que manejan el
negocio de la noticia ya que como ustedes saben, la noticia se ha convertido en
una mercancía. Además, se ha establecido el derecho de respuesta, que se conoce
como réplica. En defensa de los periodistas se ha consagrado la real malicia.
Además, se ha reconocido el control de constitucionalidad de oficio por la
Corte. La Corte de los Estados Unidos todavía no lo hizo. Las cuestiones
políticas, que antes estaban prohibidas para la Corte Suprema de Justicia, las
cuestiones electorales que antes estaban vedadas. Además de eso, la función
dirimente de la Corte. Dirimir no es juzgar, no es conciliar, no es arbitrar.
La conciliación busca el arreglo entre las partes, el juez es el que dicta
sentencia. El que dirime es el que compone, el que dicta el procedimiento y la
sentencia de acuerdo a equidad, a lo que le parece, en la Constitución se da
esa función a la Corte en los casos entre las provincias, y acá hemos sostenido
que también lo puede tener la Corte cuando sea la Nación y las provincias, ¿por
qué? Porque tienen que componerse el todo y la parte.
—¿Qué comentario le merece el trabajo realizado por la
Corte Suprema en estos años?
—Hay nuevas dimensiones que se abren, en estos veinte años, que fueron
establecidas por la Corte y que han merecido el respeto y el comentario de
nuestra jurisprudencia en los mejores centros mundiales. ¡Acá no! Un argentino
no conoce qué es la Corte, ni qué función tiene, ni el nombre de quienes la
integran, ni los antecedentes académicos, personales, jurídicos etc. Y, sin
embargo, la ha hecho centro de sus críticas, piensan que es una especie de nido
de analfabetos, ignorantes y corruptos. Gritan que se vayan, no saben ellos lo
que están haciendo. ¿Cómo modifica usted eso? ¿Cómo lo van a modificar en el
futuro? Yo he sostenido que la Corte argentina no debe conocer más que en 200
casos. La Corte norteamericana, con 270 millones de personas que habitan
Estados Unidos, conoce entre 80 y 150 casos al año. Yo veo 80 casos en una
semana, ahora mismo debo tener 60 afuera. La causa de esta situación es que se
ha ido produciendo un fenómeno de descarga en la Corte de todas las cuestiones
creadas por la situación económica. Si no puede pagarse a los jubilados se
establece un recurso ordinario ante la Corte a favor de la Anses. La Corte se
ha transformado en un tribunal de ramos generales y no puede ser. ¡No puede
ser...! Y han creado también un Consejo de la Magistratura que es para Europa,
donde hay parlamento, donde hay otra estructura que no es la americana. Además,
se le ha dado al procurador general –que antes era un colaborador directo de la
Corte– la función de dictaminar en todos los recursos extraordinarios. Tenemos
la obligación de mandarle al procurador general todos los recursos
extraordinarios y esperar que dictamine. No podemos rescatar el expediente, no
obstante no ser obligatorio para nosotros su dictamen. Hubo veces en que había
dos años de atraso en la Procuración. En otras palabras, los cambios profundos
los vamos a ir realizando nosotros mismos. Tenemos plena conciencia de lo que
hemos hecho. Con relación a la tarea en la Corte quiero que ustedes hojeen este
nuevo libro que está por publicarse en La Ley. Y que lean la parte primera, el
prólogo y los fallos dictados en los últimos veinte años. El título: “Los
leading cases y holdings dictados por la Corte Suprema de Justicia de la
Nación”, el control de constitucionalidad de oficio, el derecho de la
información y a la información, el derecho de respuesta, la real malicia, las
cuestiones políticas y electorales, la función dirimente de la Corte Suprema.
Esas son nuevas dimensiones.
—¿Qué motivaciones lo impulsaron a interponer la acción
de conocimiento a raíz de la disposición del artículo 99, inciso 4°, de la
Constitución nacional reformada?
—Me quedé porque quiero al país, por amor a la patria. Podría haberme ido
cuando se fue Bacqué, cuando se aumentó el número de miembros, o tras la
reforma de la Constitución. Podría haberme ido al Colegio Público de Abogados o
a la Asociación de Abogados. Podría haber hecho política y ocupar varios
lugares. Pero, en realidad, yo soy juez desde hace veinte años, todavía no
tengo ni Parkinson ni demencia senil. Me voy a ir cuando crea que el país ya no
me necesita. Había pensado hacerlo en los próximos meses, pero creo que debo
quedarme, porque la Corte Suprema todavía no está integrada y yo puedo aún
servir a la Nación.
—¿Qué obras jurídicas recomendaría a un joven estudiante?
—En primer término recomendaría la lectura de mi Derecho político, en esta
obra, como ya les dije, describo el derecho político como un sistema formado
por cuatro magnitudes: una Teoría de la Sociedad, una Teoría del Estado, una
Teoría de la Constitución y una Teoría de los Actos Políticos. Creo que, a
través de ella, los estudiantes pueden adquirir una clara noción del mundo en
que viven. Además, le incluyo, como un acto de amor a los estudiantes, una
sinopsis que clarifica los conceptos, y les permite penetrar en cada capítulo
teniendo y grabando en la memoria la síntesis, que clarifica el orden lógico de
la exposición. Podrán comprender perfectamente el texto y recordar esta materia
con sólo pocas horas de lectura. De ahí el éxito que ha convertido a esta obra
en un clásico, se publicó en el año 1960 y desde entonces sigue viviendo, por
eso está en la onceava edición. Estimo, por otra parte, que algunos autores que
menciono a lo largo de la obra merecen un conocimiento directo por parte de los
estudiantes, un recorrer las fuentes, en particular les recomiendo la lectura
de La política de Aristóteles; Traité de Science Politique de Georges Burdeau;
Derecho constitucional de Rafael Bielsa; Teoría general del Estado de R. Carré
De Malberg; L’influence des Systemes Électoraux sur la Vie Politique de
Maurice Duverger; El Estado moderno de Silvio Frondizi; Manual de la
Constitución argentina de Joaquín V. González; Principios de derecho público y
constitucional de Maurice Hauriou; Líneas fundamentales de la filosofía del
derecho de Guillermo Federico Hegel; Teoría general del Estado de George
Jellinek; La representación política de Mario Justo López; Teoría general del
Estado, teoría comunista del derecho y del Estado, y esencia y valor de la
democracia de Hans Kelsen; Tratado de la ciencia del derecho constitucional de
Segundo V. Linares Quintana; El espíritu de las leyes de C. de S. Montesquieu;
Historia de la teoría política de G. H. Sabine; Lecciones de derecho político
de Luis Sánchez Agesta; Derecho político, Las instituciones políticas en la
historia universal, Manual de derecho constitucional y democracia y socialismo
de Carlos Sánchez Viamonte; Teoría de la Constitución de Carl Schmit y Economía
y sociedad de Max Weber.
—¿Qué consejo le daría a un estudiante y a un joven
graduado?
— Como verán, yo estoy desnudando cosas que no pensaba desnudar. Por eso me
permito aconsejarles: “Sean como la tierra que es paciente, sean como el agua
que es clara y cristalina, sean como el fuego que es fuerte, sean como el
viento que es justo”. La tierra es paciente, porque por más que tenga la mayor
premura, en ningún momento se aventura a hacer que los ciclos de las estaciones
se adelanten. Quiere que el verano sea el verano, el invierno el invierno, el
otoño el otoño, es decir, las distintas etapas de la naturaleza. Además recibe
las eyecciones de los animales y de los seres humanos y las transforma en
abonos para que florezca todo lo que la naturaleza brinda, las flores, los
frutos, los árboles, la magnificencia del planeta que habitamos, y es paciente.
El agua es cristalina y transparente, canta en las montañas, pero también
cuando está sucia se limpia a ella misma, y es absolutamente necesaria para la
vida de los seres humanos, los animales y las plantas. El fuego, fuerte, al
lapacho, a los árboles y a los troncos más duros, los quema, produce luz y
calor. El viento es justo, castiga con las tormentas, con el ciclón, con los
huracanes, pero también despeja las nubes y es necesario para la vida, tiene el
oxígeno, el hidrógeno y el nitrógeno, es decir, lleva por sobre todo el
oxígeno, que es necesario para la vida de los hombres, de los animales y de las
plantas. Entonces sean pacientes como la tierra, claros y transparentes como el
agua, fuertes como el fuego y justos como el viento. Muy bien, ahora vamos al
final, como final de nuestra conversación quisiera repetir tres propósitos que
en su momentos formulé en una carta que le envié a Alberto Spota. En primer
lugar, que la ciudadanía sea consciente de que es absolutamente indispensable
comprender que el futuro no nos será dado, sino que debemos hacerlo y, en medio
de la crisis que nos rodea, contra esa crisis y sin duda por la misma crisis,
trabajar con todas nuestras energías, sin tasa ni medida, por la reconstrucción
política, social y económica de la República. En segundo lugar, poner de
resalto que la llama que iluminó nuestro sendero y nos unió fue la de la
esperanza, la esperanza de contribuir a la grandeza de nuestro país. Ella nos
hizo inmunes a todos los infortunios. Por último, el propósito, que
quisiera gritar en viva voz, en su compañía, con sus amigos, sus alumnos, sus
discípulos, de que ¡nadie ni nada arrebate del corazón y el alma de la juventud
argentina el derecho de tener esperanza, el derecho a la fe en sí misma y la
confianza en el resultado de su propio esfuerzo!