Idas y Vueltas. Cristina es un viaje al pasado…
Cristina Fernández.
Dibujo: Pablo Temes.
La polémica generada sobre los "presos
políticos" saca a la luz una vez más las discrepancias entre los
Fernández. ¿Podrá el Presidente llevarnos al futuro?
© Escrito por Nelson Castro el
domingo 20/01/2020 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de
Buenos Aires.
Ante todo, los hechos, que siempre son sagrados:
Dijo Alberto Fernández: “Un preso político es una
persona que es detenida sin un proceso. En la Argentina, lo que hay son
detenidos arbitrarios, que es otra cosa. Es gente que podría soportar su
proceso en libertad pero los detienen porque son opositores”. Fue una
definición contundente de quien no es solo el Presidente, sino también profesor
en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires. Fue una definición
que, sin dudas, molestó a Cristina Fernández de Kirchner. Por eso, la réplica
–que no se hizo esperar– vino por parte de Oscar Parrilli y de Eduardo “Wado”
de Pedro, quienes la refutaron abiertamente diciendo que en la Argentina hay
presos políticos.
Del senador Parrilli, el amanuense de la
vicepresidenta al que suele maltratar de consueto con su lenguaje soez y
ordinario, no sorprende. En cambio, sí sorprende –e impacta– lo de De Pedro,
que es nada menos que el ministro del
Interior. Una cosa es que un legislador oficialista contradiga al Presidente
–al fin y al cabo Elisa Carrió lo hizo varias veces con Mauricio Macri–, pero
otra muy distinta es que un integrante del gabinete discrepe públicamente del
Presidente. ¿Imagina alguien qué habría pasado si, durante sus presidencias, a
CFK la hubiese desmentido abiertamente su ministro del Interior?
“Nosotros pensamos esto y no lo vamos a callar”,
dicen De Pedro y sus adláteres. Es la expresión no solo de una actitud
desafiante, sino también de una enorme diferencia conceptual con el Dr.
Fernández, cuyas consecuencias futuras son impredecibles.
Corrupción. El Presidente, que ha sido y es muy crítico de
las prisiones preventivas y de los procesos judiciales contra CFK, comprende
muy bien la diferencia que hay entre eso y un preso político. Aun cuando no lo
reconozca públicamente, sabe que la corrupción fue un emblema del kirchnerismo.
“Lo de Hotesur es desprolijo”, dijo entre sus más cercanos. “Cristina es
autoritaria pero no una ladrona”, sentenció. El problema que tiene es que,
cuando se lo confronta con los hechos, se le hace muy difícil mantener una
línea argumental que le dé sustento a su afirmación.
Hay que subrayar que los procesos judiciales
contra CFK y compañía han sido llevados adelante por jueces nombrados según las
disposiciones de la Constitución Nacional durante gobiernos peronistas.
Como en tantas otras áreas, en su relación con la
Justicia, el kirchnerismo funciona con su lógica binaria de siempre, cuya
ecuación es bien simple: si un juez falla a su favor, es bueno y hace justicia.
Si lo hace en contra, es malo y hace persecución política.
Para el kirchnerismo, Norberto Oyarbide –que
sobreseyó en forma exprés a CFK en la causa por enriquecimiento ilícito– era un
buen juez.
Cuando Claudio Bonadio sobreseyó a la ex
presidenta y a su difunto esposo por la compra de 2 millones de dólares en
2008, fue considerado un buen juez. En cambio, ahora que la investiga por
causas de corrupción es Lucifer en el mundo de las tinieblas.
Binario. En esa estructuración binaria del
pensamiento, el tema de la persecución política también merece un párrafo. El
kirchnerismo fue un emblema de esa práctica deleznable. Sus víctimas fueron
muchas. Una de ellas fue Alberto Fernández. Gustavo Beliz podría hablar horas
de lo que sufrió por haber denunciado las prácticas corruptas del gobierno de
Néstor Kirchner. Y tan fuerte fue esa persecución que tuvo que irse del país. Y
ni que hablar del entonces cardenal Jorge Bergoglio, a quien durante su tiempo
como arzobispo de Buenos Aires, el matrimonio Kirchner maltrató y persiguió.
Algún día se contará completa la historia de cómo Néstor Kirchner buscó que el
papa Benedicto XVI lo eyectara a Bergoglio de su cargo.
¿Cómo manejará Alberto Fernández esta situación?
¿Estamos frente a algo episódico o es este el preludio de lo que será un
gobierno en el que el kirchnerismo buscará imponerle su voluntad al Presidente
a cualquier precio? ¿Qué es lo que quiere CFK?
Cristina. Empecemos por el final. En el fondo, lo
que la vicepresidenta quiere no es solo salir indemne de los procesos
judiciales que la complican a ella y a sus hijos, sino algo más: una
reivindicación. Nada que sorprenda. Es la consecuencia lógica de su
personalidad patológica en la que dominan los rasgos de su enorme yo y la
ausencia de frenos sociales.
Para ella, nada de lo que se hizo en sus
gobiernos estuvo mal. Las “autocríticas” que aparecen en su libro Sinceramente
son muy lavadas y casi de circunstancia. Una prueba de que en la psicología
política y personal de CFK nada ha cambiado –ni cambiará– es que los
funcionarios que ha ido nombrando son los mismos que la acompañaron en sus
traumáticas presidencias. Y así como ella no ha cambiado, tampoco la esencia
del kirchnerismo ha cambiado.
La vicepresidenta es consciente de lo que
significan cada una de estas cosas. Ella sabe que una de las incógnitas que
debe despejar cuán independiente el Presidente es o será de ella. Ella sabe que
cada uno de sus gestos cuenta.
Axel. Entre esas disrupciones está la de Axel
Kicillof. Todo el batifondo armado –con acusaciones a María Eugenia Vidal– por
el pago o no pago del bono de 249.975 millones de dólares emitido el 26 de
enero de 2011 durante la primera gestión de Daniel Scioli sigue demostrando que
el gobernador todavía no se dio cuenta de la diferencia que hay entre estar al
frente de una provincia y estar al frente de una asamblea estudiantil.
Así no se solucionan los problemas; por el
contrario, así los problemas se agravan. Lo mismo hizo en 2014 durante la
negociación con los fondos buitre en Nueva York, donde pateó el tablero y
maltrató al juez Thomas Griesa y al mediador Daniel Pollack, dejando un pesado
lastre que luego debió renegociar Macri y pagar todos los ciudadanos. Otra vez,
pues, la repetición de los mismos vicios y los mismos errores.
“Tengo miedo del encuentro con el pasado que
vuelve a enfrentarme con mi vida”, reza un párrafo de Volver. Cristina
Fernández de Kirchner es eso; es un viaje al pasado. ¿Podrá el presidente
Alberto Fernández llevarnos al futuro?