La vida es un tablero de ajedrez en donde los cuadros blancos son los días y los cuadros negros son las noches... Nosotros, somos las piezas que vamos de aquí para allá para caer al final en el cuadro de la nada... De Alguna Manera... Una Alternativa…
Día 687: Es el antikirchnerismo,
estúpido. Fotografía: CEDOC
El miedo a la inestabilidad económica, un patrón
recurrente del voto argentino, volvió a hacerse presente. Esta vez, el gobierno
de Javier Milei articuló su estrategia sobre tres ideas fuerza: “kirchnerismo”,
“inestabilidad” y “caos”.
Esta columna de hoy también podría titularse como:
“El kirchnerismo leyó mal a Ernesto Laclau". O, lo que decía Peter
Drucker: “Se muere de éxito”, por aquello que dio resultado y se profundiza
hasta lograr opuesto, en este caso la polarización. Pero comencemos con nuestro
título.
En 1992, durante la campaña en la que Bill Clinton derrotó
a George W. Bush padre, un asesor de Clinton, James
Carville colocó carteles internos en las oficinas demócratas con los
ejes de campaña. 1) Cambio vs. más de lo mismo. 2) No olvidar el
sistema de salud. 3) Es la economía, estúpido. Este último apuntaba a que
el problema de la gestión republicana se centraba en los dramas cotidianos de
las personas en relación con económico. Esta frase pasó de ser un recordatorio
interno y quedó instalado en la historia política internacional.
Parafraseándola, podemos intentar explicar el triunfo libertario de ayer
con: “Es el kirchnerismo, estúpido”.
La histórica recuperación luego de la derrota bonaerense de 14 puntos
de La Libertad Avanza (LLA) en provincia de Buenos Aires, la
mayor de todas las sorpresas de anoche, se puede explicar por varios factores,
pero evidentemente lo más importante es que los ocho puntos que subieron los
libertarios entre septiembre y ayer, fueron impulsados por un antiperonismo y
más particularmente, un antikirchnerismo muy profundamente
arraigado en la sociedad, inclusive en el bastión del peronismo, que es la
provincia de Buenos Aires.
Es decir, en las elecciones bonaerenses de septiembre hubo un 61%
de participación y ayer fue a votar un 68%. Es decir, hay
un 7% de personas votaron ayer y no en septiembre. Esas personas, masivamente
fueron a votar por LLA, asustados por la potencial vuelta del kirchnerismo que
se dedujo luego del importante triunfo de Fuerza Patria por catorce puntos.
Esto llevó a LLA de 33% a 41%. El peronismo, por
su parte, perdió 261 mil votos que probablemente se
dispersaron en varias listas, el voto en blanco y el nulo que juntos sumaron
un 4%.
Quien anticipó esta tendencia en este mismo programa fue Cristian
Buttié, director de CB Consultora, siendo el único de los consultores que
ubicada al oficialismo por encima del 40%. "La elección de provincia de
Buenos Aires despertó un interés en ese segmento que no estaba yendo a votar,
que no está enamorado de Milei. Pero al ver 14 puntos de diferencia a favor del
peronismo, define ese votante apático cuál es su mal mayor y su mal menor en
esta elección. Y ese votante está definiendo si va a votar. Si va a
votar, acompañar a La Libertad Avanza porque su mal mayor es que se caiga el
Gobierno y vuelva el kirchnerismo. Entonces, ese es el vector que hay que
seguir de cerca", había anticipado en Modo Fontevecchia.
La simplificación de la política como una actividad agonística donde la
clave reside en la correcta elección de los enemigos fue una estrategia que
pudo ser útil para Néstor Kirchner en 2003, permitiéndole
confrontar y aumentar su escaso 20% inicial de votos hasta el 40%. Sin embargo,
esta tesis resulta una estrategia deficiente para el peronismo en su conjunto,
ya que en Argentina el antiperonismo es una fuerza mayor que el peronismo, y el
sistema electoral incluye balotaje.
El kirchnerismo revivió el antiperonismo que Carlos Menem había
logrado licuar en los años 90 con su corrimiento hacia la derecha. En la
actualidad, el voto a favor de LLA se interpreta en gran medida como un voto
contra el kirchnerismo. La idea de que "Sin Cristina no se puede,
con Cristina no alcanza" ha evolucionado a la conclusión de
que "Con Cristina no se puede".
Esta polarización fue auto-producida y la estrategia de Cristina
Fernández de Kirchner de intentar cruzarla nominando a Daniel
Scioli, luego a Alberto Fernández, y finalmente a Sergio
Massa, no logró trascender el hecho de que cualquier candidato en alianza
con ella termina siendo percibido como kirchnerista. El "pase de
magia" de nominar a Alberto por haber sido crítico funcionó una vez, pero
el truco ya no funcionará.
El problema electoral para el kirchnerismo no se resume únicamente en el
41% obtenido por LLA, sino en que el peronismo de Tucumán y
el Frente Cívico de Santiago del Estero no
son kirchneristas, y que más del 7% de los votos de Provincias
Unidas es directamente antikirchnerista.
Aunque el kirchnerismo representa aproximadamente un 20% de los votos,
sin los cuales el peronismo iría dividido y no llegaría a un balotaje, este
dilema es aprovechado por fuerzas opositoras como LLA y, anteriormente,
por Mauricio Macri. Además, se observa un corrimiento del
electorado hacia la derecha, lo cual ya se había manifestado con la victoria de
Sergio Massa sobre el kirchnerismo en la provincia de Buenos Aires en 2013, y
con Macri en 2015.
El miedo es una emoción que se
puede manipular en el terreno político si se realiza una lectura adecuada del
contexto para identificar los temores de los ciudadanos. A partir de esto, se
crean estrategias políticas que utilizan la propaganda para incitar al voto
popular. La manipulación del miedo no es nueva en la cultura occidental, ya que
desde la retórica se posicionó como un elemento esencial que un orador debía
usar para conmover y ganar al auditorio.
A
través del tiempo, el
miedo ha ganado espacio en la política, permitiendo la
emergencia y difusión de imaginarios sociales dominantes en las ciudades. Estos
imaginarios pueden incluir la inseguridad, la violencia o las situaciones
experimentadas en los espacios públicos, aunque sus categorías varían según el
lugar y evolucionan con el tiempo.
Mientras
que en el pasado se usaban figuras como el demonio o las brujas, hoy los
prototipos de miedo difieren de acuerdo con cada país o cultura. En la cultura
moderna, quienes buscan instrumentalizar el miedo se valen de los medios de
comunicación, pues estos desempeñan un papel fundamental al producir y difundir
información saturada de imágenes sobre, por ejemplo, la delincuencia urbana.
El
miedo político se entiende como el temor de la gente a que su bienestar
colectivo resulte perjudicado -como el miedo al terrorismo, el crimen o la
descomposición moral- o la intimidación ejercida por el gobierno. Además, es un
tipo de miedo que emana de la sociedad y tiene consecuencias directas sobre
ella.
La
naturaleza del miedo hace que las personas sean vulnerables a la manipulación, tanto
individual como colectivamente. Los políticos conocen esta estrategia y
utilizan los medios para fortalecer los discursos de miedo y alcanzar sus
objetivos, a menudo mediante tácticas como el pánico moral.
El
voto del miedo es el acto de sufragar motivado por una serie de temores,
amenazas, intimidaciones e incertidumbres sobre el presente y el futuro de una
colectividad determinada. Para incitarlo, a los votantes se les suele plantear
un dilema de pánico mediante discursos que advierten que, si ganan los
candidatos opositores, se podría desestabilizar el Estado, poniendo en riesgo
la paz, el bienestar, el progreso, la seguridad o los valores. Por lo tanto, se
invita a votar para evitar esa desestabilización.
Un
ejemplo analizado es la campaña de reelección de George W. Bush en Estados
Unidos en 2004, donde el miedo fue un elemento fundamental. Aunque los votantes
expresaron que Bush no había sido eficaz en la economía y temían por el futuro
económico del país -lo que inicialmente los inclinaba haciael demócrata John Kerry-, el factor
decisivo terminó siendo el miedo a la seguridad nacional y al terrorismo. Dado
el ambiente tenso por el atentado del 11 de septiembre, se encontró que el
presidente Bush generaba más confianza en el manejo del terrorismo, lo cual
incidió directamente en el resultado final.
En
consecuencia, las emociones son fundamentales en el campo político, con una
hegemonía sobre lo racional, y el miedo se utiliza como instrumento para
persuadir a los votantes. La psicología política se ocupa de guiar estos temas,
abordando la propaganda y las decisiones políticas basadas en emociones.
Por
ejemplo, en Argentina, un patrón de comportamiento electoral históricamente
significativo se basa en el miedo a la inestabilidad económica. Este
fenómeno se manifestó por primera vez en las elecciones de 1995 como el "voto cuota".
En ese momento, a pesar de los efectos negativos de la convertibilidad, que ya
venía demostrando pérdida de empleo, y la crisis del "efecto
tequila", el temor a perder la estabilidad impulsó a las personas
endeudadas por créditos y compras, como electrodomésticos o autos, a votar por
la continuidad de la política económica del menemismo.
Esta
dinámica se repitió en 1999, cuando la coalición de la Alianza, compuesta por
el radicalismo, parte del peronismo con Chacho Álvarez, que llevaba como presidente
a Fernando de la Rúa, ganó
las elecciones. Solo logró el triunfo presidencial asegurando que mantendría la
convertibilidad y no devaluaría la moneda. El desafío político en aquel
contexto era lograr votar a favor de la economía, pero al mismo tiempo
manifestarse en contra de la corrupción.
Hoy
en día, este mismo fenómeno se estaría repitiendo, aunque con una nueva
denominación: el "voto
estabilidad". Ante este escenario, la oposición se
enfrenta al desafío de encontrar un candidato que esté dispuesto a prometer la
continuidad de dicha estabilidad económica. Su estrategia de éxito, además de
ese mensaje, dependería de que el desgaste del oficialismo por la acumulación
de casos de corrupción termine por afectar su base de apoyo y se creen las condiciones
para votar a favor de la economía y en contra de la oposición, como sucedió dos
veces en los noventa.
El
Gobierno logró conectar un conjunto de ideas fuerza: “kirchnerismo”, “inestabilidad” y “caos”.
Para eso, contó con la ayuda inestimable de Estados Unidos y probablemente la
amenaza de Donald
Trump de que si perdía Milei, retiraría su apoyo terminó
pesando más que el antiimperialismo en sangre de nuestra sociedad. Operó
generando miedo y terminó definiendo a un sector que entendió que el triunfo
del kirchnerismo significaba un estallido cambiario y un aumento de la
inestabilidad política y económica. Algo que se expresó luego de las elecciones
en la provincia de Buenos Aires.
Otro
de los datos es el magro resultado de Provincias Unidas.
En Córdoba, el
cordobesismo, liderado por Juan Schiaretti, cayó frente a LLA con una
diferencia de casi 14 puntos (42,39% para LLA frente a 28,28% para el
exgobernador). La división del voto provincial con Natalia De La Sota (más
del 8%) no es suficiente para explicar la magnitud de la derrota.
En Santa Fe, la
vicegobernadora Gisela
Scaglia obtuvo un pobre 18,66%, quedando tercera detrás de
LLA (40,69%) y Fuerza Patria (28,69%), a pesar de su alta imagen positiva.
En
otros distritos, los candidatos de la coalición en la Provincia de Buenos Aires
tuvieron un magrísimo resultado: Florencio Randazzo obtuvo el 2,5%, por
debajo de candidatos que no tenían un partido importante detrás. En Ciudad de
Buenos Aires, Martín
Lousteau cosechó el 6%. Lo mismo sucedió en los espacios
provinciales afines en Santa
Cruz (poco más del 15%), Jujuy (19,52%) y Chubut (20%), que
perdieron frente a LLA y/o el kirchnerismo.
La liga de gobernadores que se había expresado como
una oposición racional y sensata no logró ser la expresión del sector que no
está de acuerdo ni con el gobierno de Milei, ni volver al kirchnerismo. Ahora,
estos gobernadores están en serio problemas. Por un lado, serán convocados por
el Gobierno para apoyar las reformas estructurales. Si se oponen decididamente
y siguen en su rol opositor, pueden correr el riesgo de enfrentarse con parte
de su propio electorado que ayer votó por LLA y no recibir los fondos
coparticipables necesarios para afrontar sus gestiones.
Por
el otro lado, si los mandatarios provinciales son demasiado condescendientes
con el Gobierno, corren el riesgo ser absorbidos por LLA y que les suceda lo
mismo que al PRO. Hoy, el macrismo teme por su bastión, la Capital Federal.
Luego del triunfo de Patricia
Bullrich con el 50% de los votos, Jorge Macri debe estar
pensando mucho en su futuro como jefe de Gobierno porteño y la posibilidad de
caer ante Bullrich, que como se admite off the record, quiere su lugar al frente de la
Ciudad.
Volviendo
a los gobernadores y parafraseando el dilema hamletiano hoy deben pensar: “Ser oficialista u opositor, esa
es la cuestión”. Probablemente, repitan la misma táctica,
acompañar con matices ahora y esperar internamente, un nuevo cambio del viento
político, algo que como pueden ver en este país se da bastante a menudo.
Hablando
de dramas shakesperianos, se viene uno muy fuerte dentro del peronismo.
Cristina Kirchner ya le está pasando la factura a Axel Kicillof por
desdoblar la elección y generar este miedo a la vuelta del kirchnerismo. Desde
los intendentes cercanos al gobernador se quejaban de la conformación de las
listas y la falta de representación territorial, algo que debe haber afectado
en los 260 mil votos de diferencia entre septiembre y octubre. Por primera vez,
en las cuasi-provincias La Matanza y Lomas de Zamora, que tienen más habitantes
que muchas provincias, no tuvieron un solo candidato local en las listas a
diputado nacional.
Además, el gobernador bonaerense podría recriminar
que el miedo a la vuelta del kirchnerismo se centra fundamentalmente en la
figura de Cristina Kirchner y que es ella la que bloqueó toda renovación
posible. En definitiva, siguiendo con este diálogo hipotético entre Kicillof y
Cristina, si el problema es adelantar la victoria bonaerense y generar una
reacción por el miedo, si hubiese victoria en octubre, tal vez el miedo hubiera
operado hacia 2027. Mejor que la derrota ocurra ahora y se genere la
renovación.
Este
problema de concepción que analizamos en el kirchnerismo se expresó con nitidez
en dos postales de ayer. Por un lado, Cristina se mostró bailando en su balcón
sin entenderse exactamente lo que festejaba, una imagen que probablemente
motivó a millones de personas a votar por LLA por la idea de ver a Cristina
festejando en su balcón. Militantes de La Cámpora compartían el video con frases
como “al final Cristina tenía razón, esto recién empieza”. Como si Cristina
estaba festejando que tiene un argumento para derrotar en su pelea interna con
Kicillof y en su mente, si se vuelve a hacer todo lo que dice “la jefa”, el
triunfo del peronismo en 2027 estaría asegurado.
Demostrando
que kirchnerismo y antikirchnerismo son dos caras de la misma moneda con pésimo
gusto funerario la militancia libertaria festejaba cantando “saquen al pingüino del cajón”,
otro triste momento de la política argentina a 15 años de la muerte de Néstor
Kirchner.
Los
libertarios si entendieron algo que el kirchnerismo no: que justamente el
triunfo explica que “Cristina no tiene razón”, no sobre el desdoblamiento o no
de una elección local, si no sobre su la posibilidad de kirchnerismo como
alternativa de poder. Un tuit de la abogada y periodista Natalia Volosin que
es contundente al respecto. “Les ganaron con corridas, corrupción, operaciones
y candidatos chorros, narcos, desconocidos o analfabetos. Si no entienden que el problema no es el
Gobierno, sino la oposición, en 2027 Milei va a arrasar”,
escribió.
En
el fondo el problema es que hay un 60% de la sociedad que se opone a Milei,
pero el peronismo representa solo la mitad de esta mayoría. La segunda mitad se
divide en múltiples listas que ninguna alcanza los dos dígitos y no representan
ningún proyecto de poder, pero tampoco quieren tener que ver nada con el
kirchnerismo.
Gran
parte de la derrota del peronismo se centra en que Cristina apuntó por su hijo, Máximo Kirchner, o por
figuras de pura cepa como Wado de Pedro. Las discusiones con el resto
del peronismo dieron lugar a soluciones de compromiso que no expresaron una
renovación y la batalla interna los consumió tanto que terminaron haciendo una
campaña completamente vacía, esperando que la sociedad los vote simplemente
para castigar a Milei. Hoy la oposición está en crisis. Representa al 60% de la
gente que fue a votar ayer, pero no tiene un proyecto claro de alternativa de
poder a Milei.
Mención
aparte merece que si el abstencionismo, más el voto en blanco y el nulo, fueran
representados por una suerte de frente electoral, hubiesen sacado cerca de 35%,
es decir más que el peronismo. Esta fue la elección nacional legislativa con menos
participación desde la vuelta de la democracia. ¿Vendrá de este
sector que no fue a votar el apoyo a un nuevo fenómeno político? No lo sabemos,
lo que sí sabemos es que el peronismo no los motiva.
El
miedo es la palabra clave para entender esta elección y miedo también de
quienes no se sienten representados por el Gobierno y entienden que los rasgos
más autoritarios y crueles de Milei pueden ser acrecentados por esta victoria.
Esperemos no sea así.
Producción de texto e imágenes:
Matías Rodríguez Ghrimoldi.
Presidentes del
BCRA: Sturzenegger y Caputo. Fotografía: CEDOC/ PERFIL
Las hipótesis a priori deben ser susceptibles de verificación en la
realidad, por lo menos tendencialmente. Tantos pronósticos incumplidos ponen en
duda la credibilidad de todos los economistas del Gobierno.
Milton Friedman, en The Methodology
of Positive Economics, escribió: “Los supuestos de una teoría deben juzgarse en
función de su idoneidad para suministrar predicciones suficientemente
ajustadas”. No hay ciencia sin algún tipo de posibilidad predictiva. Las
hipótesis a priori se deben confirmar en el testeo posterior, ser susceptibles
de verificación en la realidad, por lo menos tendencialmente.
Obtener resultados predichos,
esencia del apriorismo, es el fin del conocimiento. En una columna de la semana
pasada, escrita con el mismo clima de escepticismo que hoy, poniendo en duda
que muchos economistas argentinos cumplieran con ese estándar, recibí a pocas
horas de ser publicada dos reclamos de dos economistas celosos de su profesión
que por su extremadamente opuesta adscripción ideológica pintan la singularidad
del Gobierno.
Un pronóstico tras otro se revela equivocado en un clima generalizado de
escepticismo.
Ambos coincidían en que hubo
injusticia en la generalización porque ellos habían pronosticado en diciembre
lo que viene sucediendo, no como la calificadora de riesgo Fitch, que suelta de
cuerpo esta semana bajó de un día para el otro (no escalonadamente) su
pronóstico de crecimiento del producto bruto argentino en 2018 a la mitad de lo
que había previsto en diciembre.
Con razón, Carlos Melconian me
recordó la cantidad de advertencias públicas que hizo sobre cómo se subestimaba
la herencia, se erraba en el diagnóstico y se cometía mala praxis. Desde la
perspectiva opuesta, Axel Kicillof, a quien no conozco, en su argumentación me
envió su discurso de diciembre pasado, cuando se aprobó el Presupuesto y, otro
anterior donde dice expresamente: “Esto termina en el Fondo Monetario
Internacional”.
Que Kicillof, que tiene aversión a Macri, y Melconian,
que tiene justificados motivos para sentirse maltratado por el Gobierno, fueran
de los pocos notables, junto a alguna otra excepción, que advirtieran en
diciembre un futuro económico tan distinto al que preveía el Presupuesto
aprobado en el Congreso no quita la importancia de que la mayoría de los
pronosticadores no lo haya advertido. Ni las consultoras de economistas
argentinos, ni las calificadoras de riesgo como Ficht, ni tampoco el Fondo
Monetario Internacional, previeron una megadevaluación.
Una respuesta posible es porque los pronósticos siempre
están guiados por intenciones, conscientes o inconscientes, lícitas o ilícitas.
El Gobierno y los legisladores de Cambiemos impulsaron un Presupuesto optimista
(dólar a 19 pesos en diciembre de 2018 e inflación anual entre 10% y 12%)
porque deseaban que así fuera, y con su deseo quisieron contagiar las
expectativas de la sociedad para que contribuyera a la realización del
pronóstico: la vieja idea de que el oráculo cumple una función performativa, no
adivina qué va a pasar sino que dice lo que tiene que pasar. El mismo argumento
se podría utilizar para los pronósticos de Kicillof y, de forma muy diferente,
de Melconian: que con su sola formulación contribuyeron a que sucediera lo que
pronosticaron.
En el caso de los estudios de economistas locales, la
explicación puede ser esta: venden sus pronósticos a las empresas cuyos CEO les
piden que por favor sean optimistas con sus proyecciones para que los
accionistas no reduzcan las inversiones y no tener menos presupuesto para todo,
incluso para seguir contratando los informes de los economistas.
En el caso de las calificadoras de riesgo puede deberse a
que no cuentan con más recursos de análisis que el periodismo especializado,
incluso algunas surgieron de editoriales de publicaciones económicas, y siguen
en sus vaticinios lo que dice la mayoría, sin pensamiento propio.
Finalmente, respecto del Fondo Monetario Internacional,
salvo que se trate de un país en beligerancia con las principales potencias que
integran su directorio, sus informes tienen en cuenta el ámbito político y
entonces tratan de no generar la profecía autocumplida.
En un contexto
donde hay crisis de representación, porque las instituciones políticas
perdieron autoridad y legitimidad, el descrédito también afecta a la economía,
que genera una sensación de vacío en los ciudadanos. A Macri se le reclama que
tenga éxito en la economía o que se vaya en 2019, pero en cualquier caso la
sociedad precisará volver a creer en los que saben de economía y creer
que ellos la guiarán hacia el progreso. Sin credibilidad no hay economía ni
política que resistan.
Si lo que se dice que va a pasar reiteradamente no se
cumple, la pregunta a formularse es: ¿“es la economía, estúpido”, como se le
dijo a George Bush padre cuando competía contra Clinton por la presidencia de
los Estados Unidos y perdió, o “es la política, estúpido”? Puesto en otros
términos, ¿el problema era Sturzenegger o en su momento Prat-Gay y hasta el
mismo Melconian promoviendo autocrítica desde dentro del Gobierno, o el
problema es que el propio Presidente perdió credibilidad?
La pérdida de
credibilidad no es solo de Sturzenegger sino del equipo del Gobierno
Otra forma de escaparle al tema de fondo es criticar la comunicación, el
clásico “matar al mensajero”. El error de usar para el día a día del Gobierno
las mismas técnicas con las que Jaime Duran Barba hace ganar las elecciones no
es una explicación válida. No es lo mismo que el Gobierno recién asumido no
haya explicado por cadena nacional la pesada herencia recibida que más tarde
haya anunciado que lloverían dólares, que en el segundo semestre se despegaría
o que ya habían aparecido los “brotes verdes”. Esto no habla de comunicación
sino de una percepción distorsionada de la realidad, probablemente potenciada
por los economistas argentinos y extranjeros que le pronosticaron a Macri un
futuro mejor para poder venderle deuda y servicios de consultoría. En síntesis,
no es ni la economía ni la política, “estúpidos”; es el deseo.
(Fuente www.perfil.com). El periodismo profesional es costoso y por eso debemos defender nuestra
propiedad intelectual. Robar nuestro contenido es un delito, para compartir
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Dujovne-Caputo.
Sería riesgoso dejar en manos de economistas el destino económico del país. Dibujo:
Pablo Temes.
Si una Nación se manejara como una empresa todo sería más sencillo. Lo que
se gasta nunca podría ser más de lo que ingresa, no al menos por mucho tiempo.
La célebre “the economy, stupid” fue una jugada perfecta que el Duran Barba
de Clinton (James Carville) le propuso para vencer a Bush padre. El republicano
venía con una alta imagen positiva producto de su política exterior y parecía
invencible si el demócrata no conseguía correr de allí el foco de la opinión
pública. Lo logró con aquella frase contundente e instalando la dicotomía entre
“el cambio vs. lo viejo”, otra de las patas estratégicas de la campaña de
Carville.
Los estadounidenses lo interpretaron como la promesa
de mejorar sus condiciones económicas cotidianas, más allá de
los grandes relatos políticos, y le dieron su voto.
Para los economistas, la frase remite a que, detrás de todo, se esconde el
interés, la lógica y la necesidad económica. Entienden, con razón, que la
economía es la estructura de una sociedad sobre la que se montan luego
superestructuras legales, jurídicas y hasta culturales y religiosas.
Eso es cierto, solo que los
que mueven las teclas de la economía son los dedos de la política.
Esa misma ductilidad que usaron Clinton y Carville para llegar a la presidencia
de la primera potencia mundial. La economía es la estructura, pero la política
es la que determina qué estructura se elige.
La
economía. Esta semana la Argentina terminó conmovida
por lo que más la suele conmover: la disparada del dólar. Se la asocia de
inmediato a tres problemas serios:
1) Corrida
financiera.
2) Inflación.
3) Recesión.
Como si le faltara alguna dosis de dramatismo a un dólar de 23,30; el
jueves pasado se cerraba con Carrió transmitiendo en vivo desde la Casa Rosada
para “llevarle tranquilidad” a los argentinos.
En el Gobierno sostienen
que ninguno de esos tres fantasmas existe. Creen que sobre hechos
reales, otros debatibles y muchos falsos, la oposición y cierto establishment
“juegan con fuego”.
Explican en privado lo mismo que en
público: hay un reacomodamiento de la divisa tras la suba de tasas en los
Estados Unidos y cambios de cartera en el mercado local, y que el Central tiene
el poder de fuego para controlarlo: “Corrida es otra cosa y, más allá de la
incertidumbre que se genera, el mercado financiero está tranquilo”.
El problema incuestionable es el de la
inflación y el temor a que el nuevo aumento del dólar vaya a los precios. Algo
que, pese a lo que digan los funcionarios, va a suceder. Y no solo por la
porción de productos total o parcialmente importados que se consumen aquí y que
ahora habrá que pagar más al convertirlos en pesos. O por los bienes
dolarizados, como las propiedades y el combustible. También por las empresas
extranjeras cuyas casas centrales seguirán pidiendo los mismos resultados en
dólares que tenían previsto, más allá de la cotización en pesos de la divisa.
En cualquier caso, será inevitable que el
incremento del dólar se traslade, en mayor o menor porcentaje,
a los precios.
Abril rondaría 2,5% de inflación y, con el nuevo dólar, mayo difícilmente baje
del 2%.
Las mismas cifras que los Kirchner
escondían y subestimaban, son un grave problema para un Presidente que llegó
prometiendo que no solo bajaría la inflación sino que hacerlo sería fácil. No
es fácil, pero sí imprescindible para cualquier gobierno
que pretenda ordenar cuentas y darle previsibilidad a la sociedad.
El otro desafío que Macri se autoimpuso es
el de terminar con el déficit fiscal. El
viernes Dujovne y Caputo celebraron que este año incluso se superará la meta
prevista, bajándolo del 3,2 al 2,7% del PBI.
Es el resultado de un ajuste en la
administración pública y de la quita de subsidios. Y la reducción de subsidios
es el origen del incremento de las tarifas de luz (560% en promedio), agua
(416%) y gas (290%) aplicado desde la asunción de Macri. Solo en este primer
semestre, las subas en el transporte le agregarán un 62% a los boletos de tren
y otro 67% a los de colectivo y subte.
Estos
aumentos achican el déficit, pero retroalimentan mes a mes el proceso
inflacionario y dejan en manos del Banco Central la
difícil responsabilidad de, aun así, frenar la espiral. Lo intenta, acotando la
flotación libre del dólar y sin mucha suerte. Debió vender US$ 7.500 millones
de reservas en dos meses y llevar las tasas al 40%, con el consiguiente
enfriamiento de la economía. El primer trimestre terminó con una caída del consumo
del 1% con respecto al mismo trimestre de 2017, que ya había sido frío.
El déficit y la inflación son dos problemas
que los gobiernos deben afrontar. La diferencia es que el primero afecta a casi
todos los países y el segundo a casi ninguno.
De 186 estados, hay 147 que están en rojo
con sus cuentas fiscales. Casi el 80% del total. De ellos, algo más de un
tercio está igual o peor que la Argentina.
Con la inflación, el ranking es distinto.
Hay solo seis países con más inflación que el nuestro: Venezuela, Sudán del
Sur, Congo, Siria, Libia y Sudán. Naciones cruzadas por miserias y guerras
internas.
La
política.
La definición de que la política es el arte de lo posible, indica como
contrapartida que el arte de alcanzar objetivos imposibles no se llama
política. Puede ser magia u otra ciencia social, pero política no es.
El objetivo de Cambiemos de ordenar la
economía es meritorio. La cuestión es cómo hacerlo. ¿Será posible reducir el
déficit con shock de incrementos en tarifas y servicios, bajar la inflación a
pesar de eso y aplicando tasas del 40% y lograr, con todo, que ni la economía
ni la sociedad se enfríen?
Si
una Nación se manejara como una empresa todo sería más sencillo.
Lo que se gasta nunca podría ser más de lo que ingresa, no al menos por
mucho tiempo. No habría más empleados que los necesarios ni obligación de donar
dinero para que el vecino viva mejor. Manejar un Estado es tan distinto que,
por ejemplo, para salir de las crisis recurrentes del capitalismo (y solo para
eso) Keynes recomendaba profundizar el endeudamiento y la impresión de
billetes. Imagínense si un CEO tuviera esa posibilidad.
Sería un error decir que Macri no entiende
de política, por algo llegó donde llegó, pero su especialidad es la
administración privada, la elaboración de estrategias electorales y la voluntad
para estar preparado cuando la historia lo necesitó.
Los economistas tienen que saber sumar, restar y alguna otra operación
compleja. Pero los políticos son los filósofos de la economía, los que estudian
las causas y efectos de esas sumas y restas.
Que Macri sea un ingeniero no significa que
no pueda desarrollar una mayor sensibilidad para entender que en la conducción
de un país no hay física sin metafísica ni matemática sin cierta épica. Y que
no habrá eficiencia económica sin eficiencia política.
Un poeta español, Antonio Machado, decía
que en política solo triunfa quien pone la vela donde sopla el aire, no quien
pretende que sople el aire donde pone la vela. Macri ganó porque supo
representar a una mayoría social que soplaba en esa dirección.
Su desafío ahora es tener la sensibilidad suficiente para hacer de la política
el arte de obtener los resultados económicos que pretende a través de un camino
posible y en los tiempos posibles.
No es algo que puedan resolver sus
múltiples ministros de Economía. Es algo que solo pueden resolver los
políticos.
Es un fin de semana intenso en los Estados Unidos. Se cumple un año
de la asunción presidencial de Donald Trump y en Nueva York y Washington la fecha marca también el recuerdo de la
marcha de las mujeres que, con su multitudinaria dimensión, exteriorizó no solo
el nivel de rechazo que genera el presidente de los Estados Unidos entre sus
compatriotas, sino también la profundidad de la división por la que hoy en día
atraviesa la sociedad americana. Quienes marcharon entonces contra Trump
marcharon otra vez ayer. Mientras tanto, para neutralizar esto, el presidente organizó una fiestapara
celebrar el aniversario.
El devenir de los hechos en este primer año de gestión es
abundante en episodios que a lo largo de la historia caracterizaron el manejo
del poder en las así llamadas repúblicas bananeras. Decir esto no es original.
Lo novedoso es que esto esté ocurriendo en los Estados Unidos. La presidencia
de Trump ha puesto en jaque los
valores del sistema democrático de este país. Paradójicamente,
todo sucede en medio de un repunte claro y objetivo de la economía
norteamericana.
Ese repunte, que ya se venía produciendo durante los últimos años de la
administración de Barack Obama, se vio revitalizado por algunas de las medidas implementadas por Trump.
Entre ellas está la reducción del impuesto a las ganancias para las empresas,
que pasó del 35% al 21%. Esto les permitió recuperar competitividad e hizo que
muchas de ellas que habían reducido su nivel de inversiones en el país las
redireccionaran hacia aquí.
Otra de las medidas que generó esta reactivación tiene
que ver con la eliminación de
regulaciones orientadas a la protección del medio ambiente. Las
encuestas del viernes, que mostraron un muy bajo nivel de aprobación del
gobierno de Trump –solo el 39%–, señalaban en paralelo un alto nivel de
aprobación de la gestión económica, aun cuando reconocía que las medidas
adoptadas por Barack Obama eran la base de la reactivación de la
economía.
Día a día. La crónica de la semana que pasó exhibe con claridad el permanente estado
de desorden que se vive dentro de la Casa Blanca y las consecuentes mentiras y
contradicciones del presidente.
Veamos:
El lunes 15 se conmemoró la figura de Martin Luther King
Jr. Ese es un día feriado y, como forma de subrayar el peso de la
conmemoración, es habitual que las figuras públicas, comenzando por el
presidente, se involucren en algún acto de servicio comunitario. El mismísimo
Trump había mencionado esto –“es un día
dedicado a gestos solidarios”, dijo–, por lo que se esperaba que, en
cumplimiento de la tradición que honraron sus predecesores, participara de
alguna taraea comunitaria. Sin embargo, nada de eso ocurrió. El presidente se
pasó todo el día jugando al golf en su espectacular casa de Mar-a-Lago.
El martes recrudeció la historia del encuentro sexual de
Trump con la actriz porno Stormy Daniels, a la que conoció en 2006, durante un
torneo de golf que se jugó en Nevada, al mismo tiempo que su esposa Melania se
recuperaba del parto de su hijo Barron.
El miércoles el tema fue la salud del presidente y la
controversia acerca de la interpretación de los resultados de su último chequeo
médico. Mientras el médico de la Casa Blanca anunciaba que el estado de salud
del jefe de Estado era excelente, destacados cardiólogos salieron a criticarlo
diciendo que, en virtud de los valores de colesterol del presidente y de su
peso, eso no era así.
Pero lo más interesante del asunto es que, en muchos
medios se habló de que Trump había falseado su altura para no ser catalogado de
obeso. Y el jueves recrudeció el tema de las expresiones del presidente, quien,
durante un encuentro con legisladores de ambos partidos, al hablar del espinoso
asunto de los inmigrantes, se
refirió a Haití y El Salvador como sheetholes (agujeros de
mierda).
Memoria. Hace veinte años, el entonces presidente Bill Clintonestuvo
a punto de ser destituido por su aventura amorosa con la becaria de la Casa
Blanca, Mónica Lewinsky. La acusación principal no fue la infidelidad de
Clinton, sino que, al haber negado el affaire, había mentido.
“Cuando la persona que se desempeña como presidente
miente, no puede continuar en su cargo”, llegó a decir el fiscal especial
nombrado para el caso, Kenneth Starr, quien batalló fuertemente para llevar a
Clinton al juicio político (impeachment). Si ese criterio se aplicara hoy en
día, Trump debería haber sido
destituido hace meses a partir ya del russiagate, el escándalo
vinculado a la participación de Rusia en el proceso electoral de 2017.
Algo de todo esto es lo que refleja el libro de Michael Wolf –algunos de cuyos
párrafos explosivos adelantó PERFIL el fin de semana pasado– Fier and Fury
–Fuego y furia–, que está haciendo furor.
Indiferencia.
Nada de esto preocupa a quienes son férreos seguidores del presidente. Para
ellos, como para Trump, esas verdades son mentiras. Solo les interesa la parte
económica, que, como ya se dijo arriba, indiscutiblemente ha mejorado.
Un párrafo especial merece la relación de Trump con la
prensa. Aquí las cosas muestran un deterioro del respeto que siempre se tuvo en
los Estados Unidos a la libertad de prensa, verdadero valor de este país.
Trump ha
tomado una actitud peligrosa consistente en descalificar a todo aquel que lo
critique. La situación remeda –y mucho– a lo que se vivió en
la Argentina durante el kirchnerato. No significa esto que no haya habido
errores por parte de los medios críticos del presidente. Lo que hace Trump a
diario no es criticar a sus críticos, algo absolutamente legítimo. Sino que los
descalifica. He ahí como muestra la entrega de los premios Fake News (Noticias
Falsas) al New York Times, el Washington Post, CNN , CBS, NBC, que son los
medios que dan cuenta de las mentiras, las contradicciones, el maltrato y la
intolerancia del presidente, y del ambiente de desorden que se vive en la Casa
Blanca.
Una carta del muy respetable senador republicano John McCain no solo ha sido muy crítica de esta
actitud de Trump, sino que lo ha alertado de las implicancias negativas y
peligrosas que esto puede traer para el ejercicio libre de la prensa en muchas
partes del mundo.
“Nos volvemos mejores, más fuertes y más efectivos como
sociedad teniendo un público informado e interesado que presiona a sus
políticos para representar mejor no solo sus intereses, sino también nuestros
valores”.
El párrafo resume de modo impecable el dilema que plantea
la presidencia de Donald Trump, dilema
que divide a la sociedad estadounidense y al mundo.