Se alinearon los planetas…
Empleado del mes, Donald Trump. Dibujo: Pablo Temes.
El Gobierno se
siente cómodo en la pelea con los líderes sindicales, que no
entienden el cambio de época.
Se alinearon los planetas…
Empleado del mes, Donald Trump. Dibujo: Pablo Temes.
El Gobierno se
siente cómodo en la pelea con los líderes sindicales, que no
entienden el cambio de época.
©
Escrito por Nelson Castro el sábado 02/11/2024 y publicado por el Diario Perfil
de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República Argentina.
Un ejemplo de la volubilidad de la política vernácula lo representa el
caso del reemplazante de Mondino, el flamante ministro de Relaciones
Exteriores, Gerardo Werthein, quien se venía desempeñando como
embajador de la Argentina ante el gobierno de los Estados Unidos, supo ser un
acérrimo acólito de Cristina Fernández de Kirchner. “Habíamos podido abandonar el
modelo de especulación financiera por uno de producción y, además, éramos de
los países más desendeudados del mundo”, escribió el flamante ministro en 2011.
El problema no es solo el cambio de opinión. Al fin y al cabo, ahí está el caso
de Daniel Scioli, que también se desvivió en elogios hacia la expresidenta –que
no le evitaron ser despreciado por ella– y hoy es funcionario estelar de este
gobierno que le permite por estos días subirse a la ola del fenómeno Franco
Colapinto e intentar traer la Fórmula 1 a la Argentina. El problema es de
esencia moral: haber apoyado al kirchnerismo significa haber convalidado la
corrupción reinante en esos gobiernos y el proyecto autocrático –y por
ende antidemocrático– que encarnaban. Queda claro que a La Libertad Avanza le
está costando demasiado mantener una línea de coherencia entre sus nuevos
funcionarios. En este mismo contexto se inscribe también la elección del
titular de la Dirección General Impositiva (DGI), Andrés Vázquez, con un
controvertido pasado kirchnerista.
La próxima semana será de gran expectativa en la Casa Rosada como
producto de la elección presidencial en los Estados Unidos. Prudente y
acertadamente, el Gobierno viene sosteniendo en su discurso una postura
equidistante de los dos candidatos. Se prenuncia una elección con un resultado
muy cerrado. En el promedio de las encuestas más respetadas hay una ventaja
mínima, pero sostenida para Donald Trump sobre Kamala Harris. Es claro que, en
el sentimiento de Milei, su deseo es que gane Trump. Su identificación y
cercanía con el candidato republicano hace la diferencia para un acceso a la
Casa Blanca que no tendría con Harris. Y eso, en el contexto de todo lo que
falta negociar con el Fondo Monetario Internacional, pesa. Lo vivió Mauricio
Macri: de no haber sido por su amistad con Trump, el extraordinario –y
controvertido– préstamo que el organismo le dio al país no se hubiese
materializado. Como ya se vio, en las filas del trumpismo, la figura de Milei
despierta apoyo y euforia. De ser elegido, habrá que ver cuánto de todo esto se
traduce realmente en medidas de apoyo para el gobierno argentino.
Mientras tanto, en la política de cabotaje, viejos fantasmas sobrevuelan
la escena. Por un lado, el paro en el transporte que impulsó una parte del
gremialismo duro, puso de manifiesto que dirigentes como Pablo Moyano no han
entendido el cambio que se está produciendo en la Argentina. Más allá del
gobierno libertario, la gente de a pie ya no tolera medidas que perjudiquen su
vida diaria en pos de sostener los privilegios de la casta sindical. La Unión
Tranviarios Automotor (UTA), el gremio que nuclea a los trabajadores de las
principales líneas de colectivos del país, decidió no participar de la medida
de fuerza luego de llegar a un acuerdo de recomposición salarial con el
Gobierno y las cámaras empresariales. El oficialismo logró así una doble
carambola: evitó un jueves sin el servicio de colectivos, aisló a los gremios
díscolos y los convirtió –una vez más– en su sparring de cara a la sociedad.
El otro hecho que se celebró dentro del Gobierno es que CFK se encamina
a presidir el PJ. No solo eso, La ex vicepresidenta se reunió con gobernadores
y otras figuras del peronismo para ponerse a trabajar de cara a las elecciones
de medio término del año que viene. Sergio Massa está incluido en ese combo.
Nada nuevo bajo el sol. Queda claro que la oposición no tiene figuras de
renovación y les regala a los libertarios la posibilidad de arrasar con el
pasado reciente que tanto mal le ha hecho a la Argentina.
Odio, aberraciones
y Milei...
© Escrito por Miguel Molina el lunes
20/05/2024 publicado por el Diario La
Vanguardia de la Ciudad de Barcelona, Reino de España.
Milei, arropado por celebrities de
la extrema derecha global, se abonó ayer a la mentira en un discurso en el que
llegó a culpar al socialismo del asesinato de 150 millones de personas, sin
aclarar en qué fuentes se basaba, y en el que calificó de “corrupta” a la
esposa del presidente del Gobierno español sin aportar prueba alguna.
Además,
en su fin de semana madrileño, Milei dejó anotada una frase estelar que
trasciende el concepto de fake news: “La justicia social es
una aberración”. Es una apreciación que a buen seguro comparten sus
correligionarios europeos, pero que se cuidarán mucho de sostener en plena
campaña electoral.
Hay maneras de
combatir estos discursos. El Gobierno español reaccionó llamando a consultas a
su embajadora. El filósofo Slavoj Žižek acaba de publicar un ensayo (Demasiado
tarde para despertar, Anagrama) en el que urge a movilizarse contra
la deriva apocalíptica de la historia. Y hay otras vías novedosas, como la que
exploran unos investigadores del MIT, Cambridge y Cornell que tratan de probar
que, con la ayuda de la IA, se puede lanzar mensajes que se ajusten como un
traje a medida a cada receptor de discursos de teoría de la conspiración.
Esta
focalización, sostienen, será mucho más útil para neutralizar estos embustes
que los desmentidos que no tienen en cuenta el modo en que las mentiras del
populista de turno impactan en las diferentes tipologías de creyente.
La IA al rescate, quién lo iba a decir.
Sin margen de error...
¡Tic, Tac,
Tic, Tac! Javier Milei. Dibujo: Pablo Temes
El Presidente está acostumbrado a frenar antes del precipicio. Pero hoy
no hay espacio para equivocarse.
El día a día tampoco le está resultando
fácil al oficialismo. La propia dinámica de la realidad, casi pone en jaque al
nuevo organigrama de reducción de ministerios. La ministra de Capital
Humano Sandra Pettovello no
la está pasando bien. En una misma semana su megacartera debió afrontar
conflictos muy complejos, entre reclamos docentes al borde del inicio de clases
y marchas piqueteras en diversos puntos del país. Existieron fuertes roces con
el Ministro de Economía, Luis Caputo. El propio Javier Milei había dicho
públicamente que la única autorizada para usar la billetera era su amiga y
titular del área de Capital Humano. Pero el hombre fuerte de las finanzas se ha
convertido en el custodio de los números oficiales y ha empezado a cosechar
críticas por lo bajo: “Toto hace su juego. Está ordenando el descalabro
general, pero también aprovecha para sacar algunas ventajas en la consideración
política. Molesta un poco, pero es natural”.
El otro receptor de críticas feroces a poco más de dos meses de gobierno es “el
arquitecto de LLA”, Santiago Caputo.
El ala moderada empieza a preocuparse por la ascendencia que tiene en el
Presidente. “Lo potencia en el mal sentido, Javier necesita serenarse y pensar
en frío y este chico no ayuda” –se quejan entre dientes.
El Presidente es el único responsable de sus ideas, sus formas y su
temperamento. Es un hombre acostumbrado a levantar el pie del acelerador a
pocos metros del precipicio, pero debe saber que la Argentina no está en
condiciones de resistir nuevos errores de cálculo.
Hoy por la noche la Argentina tendrá un nuevo presidente. Ojalá que también se
renueve la confianza de la sociedad.
Xi Jinping. Fotografía: CEDOC
El último viaje de Massa y su comitiva a China replantea el alineamiento internacional de la Argentina. Los acuerdos con Xi Jinping y el frío de EEUU.
© Escrito por Jaime Neilson, former editor of the Buenos Aires Herald (1979-1986), el sábado 10/06/2023 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Hace casi veinte años, el
entonces presidente Néstor Kirchner anunció que China estaba por invertir tanta plata en el país que en
adelante habría que colgar un retrato suyo al lado de aquel del Libertador José
de San Martín en todos los despachos oficiales. Aunque el torrente de dinero que
Néstor esperaba conseguir nunca se materializó, lo que presuntamente tenía en mente distaba de ser
insensato.
Como muchos otros, el
fundador de la dinastía K entendía que la expansión económica de China
modificaría drásticamente el mapa geopolítico del mundo e intuía que a la Argentina le convendría vincularse
cuanto antes con la eventual superpotencia de mañana, emulando así a San Martín que despejó el camino para
que el país tuviera una relación estrecha y beneficiosa, que duraría más de un
siglo, con el Imperio Británico. Puede que Sergio Massa, con lo de “Argenchina” cuya aparición festejó, haya
fantaseado con asegurarse un lugar igualmente destacado en el panteón nacional.
De resultar ciertas las
previsiones de los convencidos de que el futuro se escribirá en chino mandarín,
ni el gobierno actual ni sus sucesores inmediatos podrían darse el lujo de
minimizar el significado del cambio así supuesto. Después de la Segunda Guerra
Mundial, el presidente Juan Domingo Perón, cometió un error
garrafal al oponerse frontalmente
a la hegemonía patente de Estados Unidos que creía sería pasajera. Andando el
tiempo, procuraría reconciliarse con el cada vez más imponente “Coloso del
Norte”, pero ya era demasiado tarde. Desgraciadamente para el país, la
resistencia inicial del general a reconocer que el orden mundial basado en el
poder de Estados Unidos duraría por mucho tiempo, lo hizo consolidar el modelo
socioeconómico que está desintegrándose ante nuestros ojos, con consecuencias
terribles para la mayor parte de la población.
Sea como fuere, mientras
que en 1946 era razonable suponer que países de cultura occidental continuarían
desempeñando un papel rector en el mundo, puesto que tanto Estados Unidos como
su principal rival, la Unión Soviética, se habían inspirado en ideas netamente
europeas, la situación actual es muy diferente. Aunque la elite china ha
adoptado una versión sui géneris del marxismo, su forma de pensar debe mucho a
sus propias tradiciones, en especial a las confucianas, de suerte que para los
demás es aún más difícil entender lo que los motiva de lo que era para los
“kremlinólogos” que intentaban descifrar lo que ocurría en el seno del régimen
soviético.
El cada vez más
autocrático presidente chino Xi Jinping y quienes lo rodean son nacionalistas.
Sienten orgullo por lo logrado a través de los milenios por la gran
civilización china que, no lo olvidemos, en distintas épocas era por mucho la
más próspera e intelectualmente más sofisticada del mundo. Desde su punto de
vista, sería natural que China retomara su lugar en el ápice de un orden
internacional jerárquico en que los demás pueblos ocuparían puestos más
humildes.
Hasta hace poco, China disfrutaba de una
relación mutuamente beneficiosa con Estados Unidos en que, a cambio de encargarse de la producción de
bienes de consumo y de tal modo ayudar a reducir el costo de vida de los
norteamericanos, aprovechaba las ventajas comerciales y tecnológicas que les
brindaba el orden mundial regenteado por Washington. Sin embargo, al darse
cuenta los norteamericanos de que, con su ayuda, China estaba erigiéndose en
una superpotencia rival que se guiaría por valores que les son radicalmente
ajenos, llegaron a la conclusión de que habían sido víctimas de una gran
estafa. Con todo, si bien quisieran “desacoplarse” de China con la esperanza de
frenar su desarrollo económico privándola de acceso al mercado norteamericano,
no les será nada sencillo hacerlo sin poner fin a la globalización y de tal
manera provocar una gravísima crisis económica mundial que a buen seguro los
perjudicaría.
Frente a China, Joe Biden ha resultado
ser aún más agresivo que Donald Trump. En
Washington, los jefes militares están preparándose anímicamente para una
eventual guerra en defensa de la independencia de Taiwán que, para Pekín, es
sólo una provincia rebelde que tarde o temprano tendrá que ser reincorporada a
la Madre Patria, una guerra que, de acuerdo común, sería una catástrofe aún
mayor que la provocada por la invasión de Ucrania por el ejército de Vladimir
Putin. Sin embargo, aun cuando los dos gigantes opten por seguir compitiendo de
manera pacífica, ambos harán cuanto puedan por aumentar el poder económico,
tecnológico y diplomático propio en desmedro de aquel de su contrincante, lo
que ya ha comenzado a plantear problemas a los muchos países, entre ellos la
Argentina, que quisieran sacar provecho de la “guerra fría” que se ha desatado.
Tanto Estados Unidos como China
cuentan con ventajas y desventajas. El
sistema político norteamericano a veces parece ser tan disfuncional como el
argentino, mientras que la dictadura china tiene forzosamente que privilegiar
los intereses de una elite que se cree sin más alternativa que la de tratar de
controlar hasta los pensamientos del resto de la población, La legitimidad del
régimen depende de un pacto informal según el cual su derecho a gobernar se
basa en el éxito innegable de su estrategia económica, lo que entraña el riesgo
de que una recesión, o las secuelas del colapso demográfico que ya está
incidiendo en la vida del país, darían lugar a disturbios inmanejables.
Por ahora cuando
menos, Estados
Unidos está tecnológicamente más avanzado que China, pero Xi y quienes lo rodean confían en que el empleo
sistemático de la Inteligencia Artificial le permitirá adelantarse. En este
terreno, cuentan con la ayuda de “progresistas” norteamericanos que están
resueltos a subordinar todo, comenzando con la calidad académica, a la
“equidad” racial y sexual, una obsesión que ya está teniendo un impacto muy
negativo en las facultades científicas de Harvard y otras universidades aún muy
prestigiosas.
Si China tiene una carta
de triunfo en la lucha por superar a Estados Unidos en la carrera tecnológica,
es la voluntad de esforzarse, es decir, “la cultura de trabajo”,
de los integrantes más talentosos de su población. Como acaba de recordarnos Máximo Kirchner que, para
extrañeza de muchos, acompañó a Massa en su expedición a los dominios de Xi en
busca de dinero fresco, “es admirable lo que hizo China” en el ámbito de la
enseñanza.
TRASTIENDA DE LAS HORAS MÁS DRAMÁTICAS
DE SERGIO MASSA
No se equivocó el jefe de
La Cámpora, pero olvidó señalar que el sistema educativo chino se destaca por
su rigor extremo. A diferencia de lo que es habitual en la Argentina, el país
del “ingreso irrestricto” y de la mentalidad facilista correspondiente, en
China los jóvenes que quieren ir a una universidad tienen que superar el
temible Gaokao, una prueba que figura entre las más exigentes y competitivas
del mundo entero.
Para prepararse, es
normal que, durante años, millones de adolescentes chinos, cuidadosamente
vigilados por sus padres, estudien al menos diez horas todos los días. Si por
algún motivo los docentes se declararan en huelga, serían linchados por sus
vecinos o, si tuvieran suerte, enviados a un campo de reeducación en alguna
región remota, ya que incluso los contrarios al régimen comunista comparten la
fe más que milenaria de los chinos en la meritocracia. De más está decir que
sería maravilloso que Máximo, impresionado por un sistema educativo que ha
contribuido enormemente a la transformación sumamente rápida de China de un
país paupérrimo en una gran potencia económica, ordenara a la gente de La
Cámpora militar para que la Argentina lo adoptara, pero la posibilidad de que
lo hiciera es virtualmente nula.
Según Massa y otros
oficialistas, los chinos estarán dispuestos a ayudar financieramente a
“Argenchina” con “swaps” ampliados, yuanes y así por el estilo sin pedirle nada
a cambio. Dicen que no son como los técnicos pedantescos del Fondo Monetario
Internacional que, por razones incomprensibles, quieren que el gobierno preste
más atención a los números. Es una ilusión. Si bien es cierto que en
ocasiones el régimen chino aplica criterios que son más geopolíticos que económicos
cuando le interesa relacionarse con países en apuros, nunca vacila en
aprovechar su capacidad para presionar a los endeudados para que lo apoyen en
el escenario mundial, además de obligarlos a hacer concesiones que son lesivas
a la soberanía nacional.
Lejos de ser un acreedor
blando, como uno de los integrantes principales del FMI, China ha adoptado
posturas tan severas como las de Alemania y Japón que están entre los más
reacios a continuar aportando al “plan llegar” de Massa por entender que aprobarlo sería contraproducente
no sólo para la Argentina sino también para el sistema financiero mundial.
Si resulta que tengan
razón quienes prevén que China desempeñe un papel internacional preponderante
en los años que vienen, no manifestará mucha simpatía por países que parecen
incapaces de mantenerse solventes. Los chinos no se sienten abrumados por “la
culpa post-imperial” que aflige a los europeos y, hasta cierto punto, los
norteamericanos. Tampoco se sentirán conmovidos por la pobreza extrema en otras
partes del mundo; después de todo, tienen derecho a decir que, para superarlo,
les bastaría con hacer lo que, a partir de 1979, ha hecho su propio gobierno.
Se trataría de una propuesta que, claro está, no motivaría mucho entusiasmo en
las filas de kirchnerismo.