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lunes, 27 de octubre de 2025

Día 687: Es el antikirchnerismo, estúpido… @dealgunamanera...

 Día 687: Es el antikirchnerismo, estúpido…


Día 687: Es el antikirchnerismo, estúpido. Fotografía: CEDOC

El miedo a la inestabilidad económica, un patrón recurrente del voto argentino, volvió a hacerse presente. Esta vez, el gobierno de Javier Milei articuló su estrategia sobre tres ideas fuerza: “kirchnerismo”, “inestabilidad” y “caos”.

© Escrito por Jorge Fontevecchia el lunes 27/10/2025 y publicado por el © Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República Argentina.


Esta columna de hoy también podría titularse como: “El kirchnerismo leyó mal a Ernesto Laclau". O, lo que decía Peter Drucker: “Se muere de éxito”, por aquello que dio resultado y se profundiza hasta lograr opuesto, en este caso la polarización. Pero comencemos con nuestro título.

En 1992, durante la campaña en la que Bill Clinton derrotó a George W. Bush padre, un asesor de Clinton, James Carville colocó carteles internos en las oficinas demócratas con los ejes de campaña. 1) Cambio vs. más de lo mismo. 2) No olvidar el sistema de salud. 3) Es la economía, estúpido. Este último apuntaba a que el problema de la gestión republicana se centraba en los dramas cotidianos de las personas en relación con económico. Esta frase pasó de ser un recordatorio interno y quedó instalado en la historia política internacional. Parafraseándola, podemos intentar explicar el triunfo libertario de ayer con: “Es el kirchnerismo, estúpido”.

La histórica recuperación luego de la derrota bonaerense de 14 puntos de La Libertad Avanza (LLA) en provincia de Buenos Aires, la mayor de todas las sorpresas de anoche, se puede explicar por varios factores, pero evidentemente lo más importante es que los ocho puntos que subieron los libertarios entre septiembre y ayer, fueron impulsados por un antiperonismo y más particularmente, un antikirchnerismo muy profundamente arraigado en la sociedad, inclusive en el bastión del peronismo, que es la provincia de Buenos Aires.

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Es decir, en las elecciones bonaerenses de septiembre hubo un 61% de participación y ayer fue a votar un 68%. Es decir, hay un 7% de personas votaron ayer y no en septiembre. Esas personas, masivamente fueron a votar por LLA, asustados por la potencial vuelta del kirchnerismo que se dedujo luego del importante triunfo de Fuerza Patria por catorce puntos. Esto llevó a LLA de 33% a 41%. El peronismo, por su parte, perdió 261 mil votos que probablemente se dispersaron en varias listas, el voto en blanco y el nulo que juntos sumaron un 4%.

Quien anticipó esta tendencia en este mismo programa fue Cristian Buttié, director de CB Consultora, siendo el único de los consultores que ubicada al oficialismo por encima del 40%. "La elección de provincia de Buenos Aires despertó un interés en ese segmento que no estaba yendo a votar, que no está enamorado de Milei. Pero al ver 14 puntos de diferencia a favor del peronismo, define ese votante apático cuál es su mal mayor y su mal menor en esta elección. Y ese votante está definiendo si va a votar. Si va a votar, acompañar a La Libertad Avanza porque su mal mayor es que se caiga el Gobierno y vuelva el kirchnerismo. Entonces, ese es el vector que hay que seguir de cerca", había anticipado en Modo Fontevecchia.

¿Cuánta crueldad y miseria puede tolerar la sociedad en nombre del antiperonismo?

La simplificación de la política como una actividad agonística donde la clave reside en la correcta elección de los enemigos fue una estrategia que pudo ser útil para Néstor Kirchner en 2003, permitiéndole confrontar y aumentar su escaso 20% inicial de votos hasta el 40%. Sin embargo, esta tesis resulta una estrategia deficiente para el peronismo en su conjunto, ya que en Argentina el antiperonismo es una fuerza mayor que el peronismo, y el sistema electoral incluye balotaje.

El kirchnerismo revivió el antiperonismo que Carlos Menem había logrado licuar en los años 90 con su corrimiento hacia la derecha. En la actualidad, el voto a favor de LLA se interpreta en gran medida como un voto contra el kirchnerismo. La idea de que "Sin Cristina no se puede, con Cristina no alcanza" ha evolucionado a la conclusión de que "Con Cristina no se puede".

Esta polarización fue auto-producida y la estrategia de Cristina Fernández de Kirchner de intentar cruzarla nominando a Daniel Scioli, luego a Alberto Fernández, y finalmente a Sergio Massa, no logró trascender el hecho de que cualquier candidato en alianza con ella termina siendo percibido como kirchnerista. El "pase de magia" de nominar a Alberto por haber sido crítico funcionó una vez, pero el truco ya no funcionará.

El problema electoral para el kirchnerismo no se resume únicamente en el 41% obtenido por LLA, sino en que el peronismo de Tucumán y el Frente Cívico de Santiago del Estero no son kirchneristas, y que más del 7% de los votos de Provincias Unidas es directamente antikirchnerista.

Aunque el kirchnerismo representa aproximadamente un 20% de los votos, sin los cuales el peronismo iría dividido y no llegaría a un balotaje, este dilema es aprovechado por fuerzas opositoras como LLA y, anteriormente, por Mauricio Macri. Además, se observa un corrimiento del electorado hacia la derecha, lo cual ya se había manifestado con la victoria de Sergio Massa sobre el kirchnerismo en la provincia de Buenos Aires en 2013, y con Macri en 2015.

El miedo es una emoción que se puede manipular en el terreno político si se realiza una lectura adecuada del contexto para identificar los temores de los ciudadanos. A partir de esto, se crean estrategias políticas que utilizan la propaganda para incitar al voto popular. La manipulación del miedo no es nueva en la cultura occidental, ya que desde la retórica se posicionó como un elemento esencial que un orador debía usar para conmover y ganar al auditorio. 

A través del tiempo, el miedo ha ganado espacio en la política, permitiendo la emergencia y difusión de imaginarios sociales dominantes en las ciudades. Estos imaginarios pueden incluir la inseguridad, la violencia o las situaciones experimentadas en los espacios públicos, aunque sus categorías varían según el lugar y evolucionan con el tiempo. 

Mientras que en el pasado se usaban figuras como el demonio o las brujas, hoy los prototipos de miedo difieren de acuerdo con cada país o cultura. En la cultura moderna, quienes buscan instrumentalizar el miedo se valen de los medios de comunicación, pues estos desempeñan un papel fundamental al producir y difundir información saturada de imágenes sobre, por ejemplo, la delincuencia urbana. 

El miedo político se entiende como el temor de la gente a que su bienestar colectivo resulte perjudicado -como el miedo al terrorismo, el crimen o la descomposición moral- o la intimidación ejercida por el gobierno. Además, es un tipo de miedo que emana de la sociedad y tiene consecuencias directas sobre ella. 

La naturaleza del miedo hace que las personas sean vulnerables a la manipulación, tanto individual como colectivamente. Los políticos conocen esta estrategia y utilizan los medios para fortalecer los discursos de miedo y alcanzar sus objetivos, a menudo mediante tácticas como el pánico moral. 

El voto del miedo es el acto de sufragar motivado por una serie de temores, amenazas, intimidaciones e incertidumbres sobre el presente y el futuro de una colectividad determinada. Para incitarlo, a los votantes se les suele plantear un dilema de pánico mediante discursos que advierten que, si ganan los candidatos opositores, se podría desestabilizar el Estado, poniendo en riesgo la paz, el bienestar, el progreso, la seguridad o los valores. Por lo tanto, se invita a votar para evitar esa desestabilización. 

Un ejemplo analizado es la campaña de reelección de George W. Bush en Estados Unidos en 2004, donde el miedo fue un elemento fundamental. Aunque los votantes expresaron que Bush no había sido eficaz en la economía y temían por el futuro económico del país -lo que inicialmente los inclinaba hacia el demócrata John Kerry-, el factor decisivo terminó siendo el miedo a la seguridad nacional y al terrorismo. Dado el ambiente tenso por el atentado del 11 de septiembre, se encontró que el presidente Bush generaba más confianza en el manejo del terrorismo, lo cual incidió directamente en el resultado final. 

En consecuencia, las emociones son fundamentales en el campo político, con una hegemonía sobre lo racional, y el miedo se utiliza como instrumento para persuadir a los votantes. La psicología política se ocupa de guiar estos temas, abordando la propaganda y las decisiones políticas basadas en emociones.   

Por ejemplo, en Argentina, un patrón de comportamiento electoral históricamente significativo se basa en el miedo a la inestabilidad económica. Este fenómeno se manifestó por primera vez en las elecciones de 1995 como el "voto cuota". En ese momento, a pesar de los efectos negativos de la convertibilidad, que ya venía demostrando pérdida de empleo, y la crisis del "efecto tequila", el temor a perder la estabilidad impulsó a las personas endeudadas por créditos y compras, como electrodomésticos o autos, a votar por la continuidad de la política económica del menemismo. 

Esta dinámica se repitió en 1999, cuando la coalición de la Alianza, compuesta por el radicalismo, parte del peronismo con Chacho Álvarez, que llevaba como presidente a Fernando de la Rúa, ganó las elecciones. Solo logró el triunfo presidencial asegurando que mantendría la convertibilidad y no devaluaría la moneda. El desafío político en aquel contexto era lograr votar a favor de la economía, pero al mismo tiempo manifestarse en contra de la corrupción.  

Hoy en día, este mismo fenómeno se estaría repitiendo, aunque con una nueva denominación: el "voto estabilidad". Ante este escenario, la oposición se enfrenta al desafío de encontrar un candidato que esté dispuesto a prometer la continuidad de dicha estabilidad económica. Su estrategia de éxito, además de ese mensaje, dependería de que el desgaste del oficialismo por la acumulación de casos de corrupción termine por afectar su base de apoyo y se creen las condiciones para votar a favor de la economía y en contra de la oposición, como sucedió dos veces en los noventa.   

El Gobierno logró conectar un conjunto de ideas fuerza: “kirchnerismo”, “inestabilidad” y “caos”. Para eso, contó con la ayuda inestimable de Estados Unidos y probablemente la amenaza de Donald Trump de que si perdía Milei, retiraría su apoyo terminó pesando más que el antiimperialismo en sangre de nuestra sociedad. Operó generando miedo y terminó definiendo a un sector que entendió que el triunfo del kirchnerismo significaba un estallido cambiario y un aumento de la inestabilidad política y económica. Algo que se expresó luego de las elecciones en la provincia de Buenos Aires. 

Otro de los datos es el magro resultado de Provincias Unidas.

En Córdoba, el cordobesismo, liderado por Juan Schiaretti, cayó frente a LLA con una diferencia de casi 14 puntos (42,39% para LLA frente a 28,28% para el exgobernador). La división del voto provincial con Natalia De La Sota (más del 8%) no es suficiente para explicar la magnitud de la derrota.

En Santa Fe, la vicegobernadora Gisela Scaglia obtuvo un pobre 18,66%, quedando tercera detrás de LLA (40,69%) y Fuerza Patria (28,69%), a pesar de su alta imagen positiva. 

En otros distritos, los candidatos de la coalición en la Provincia de Buenos Aires tuvieron un magrísimo resultado: Florencio Randazzo obtuvo el 2,5%, por debajo de candidatos que no tenían un partido importante detrás. En Ciudad de Buenos Aires, Martín Lousteau cosechó el 6%. Lo mismo sucedió en los espacios provinciales afines en Santa Cruz (poco más del 15%), Jujuy (19,52%) y Chubut (20%), que perdieron frente a LLA y/o el kirchnerismo.



La liga de gobernadores que se había expresado como una oposición racional y sensata no logró ser la expresión del sector que no está de acuerdo ni con el gobierno de Milei, ni volver al kirchnerismo. Ahora, estos gobernadores están en serio problemas. Por un lado, serán convocados por el Gobierno para apoyar las reformas estructurales. Si se oponen decididamente y siguen en su rol opositor, pueden correr el riesgo de enfrentarse con parte de su propio electorado que ayer votó por LLA y no recibir los fondos coparticipables necesarios para afrontar sus gestiones.  

Por el otro lado, si los mandatarios provinciales son demasiado condescendientes con el Gobierno, corren el riesgo ser absorbidos por LLA y que les suceda lo mismo que al PRO. Hoy, el macrismo teme por su bastión, la Capital Federal. Luego del triunfo de Patricia Bullrich con el 50% de los votos, Jorge Macri debe estar pensando mucho en su futuro como jefe de Gobierno porteño y la posibilidad de caer ante Bullrich, que como se admite off the record, quiere su lugar al frente de la Ciudad. 

Volviendo a los gobernadores y parafraseando el dilema hamletiano hoy deben pensar: “Ser oficialista u opositor, esa es la cuestión”. Probablemente, repitan la misma táctica, acompañar con matices ahora y esperar internamente, un nuevo cambio del viento político, algo que como pueden ver en este país se da bastante a menudo.  

Hablando de dramas shakesperianos, se viene uno muy fuerte dentro del peronismo. Cristina Kirchner ya le está pasando la factura a Axel Kicillof por desdoblar la elección y generar este miedo a la vuelta del kirchnerismo. Desde los intendentes cercanos al gobernador se quejaban de la conformación de las listas y la falta de representación territorial, algo que debe haber afectado en los 260 mil votos de diferencia entre septiembre y octubre. Por primera vez, en las cuasi-provincias La Matanza y Lomas de Zamora, que tienen más habitantes que muchas provincias, no tuvieron un solo candidato local en las listas a diputado nacional.


Además, el gobernador bonaerense podría recriminar que el miedo a la vuelta del kirchnerismo se centra fundamentalmente en la figura de Cristina Kirchner y que es ella la que bloqueó toda renovación posible. En definitiva, siguiendo con este diálogo hipotético entre Kicillof y Cristina, si el problema es adelantar la victoria bonaerense y generar una reacción por el miedo, si hubiese victoria en octubre, tal vez el miedo hubiera operado hacia 2027. Mejor que la derrota ocurra ahora y se genere la renovación. 

Este problema de concepción que analizamos en el kirchnerismo se expresó con nitidez en dos postales de ayer. Por un lado, Cristina se mostró bailando en su balcón sin entenderse exactamente lo que festejaba, una imagen que probablemente motivó a millones de personas a votar por LLA por la idea de ver a Cristina festejando en su balcón. Militantes de La Cámpora compartían el video con frases como “al final Cristina tenía razón, esto recién empieza”. Como si Cristina estaba festejando que tiene un argumento para derrotar en su pelea interna con Kicillof y en su mente, si se vuelve a hacer todo lo que dice “la jefa”, el triunfo del peronismo en 2027 estaría asegurado.

Demostrando que kirchnerismo y antikirchnerismo son dos caras de la misma moneda con pésimo gusto funerario la militancia libertaria festejaba cantando “saquen al pingüino del cajón”, otro triste momento de la política argentina a 15 años de la muerte de Néstor Kirchner.

Los libertarios si entendieron algo que el kirchnerismo no: que justamente el triunfo explica que “Cristina no tiene razón”, no sobre el desdoblamiento o no de una elección local, si no sobre su la posibilidad de kirchnerismo como alternativa de poder. Un tuit de la abogada y periodista Natalia Volosin que es contundente al respecto. “Les ganaron con corridas, corrupción, operaciones y candidatos chorros, narcos, desconocidos o analfabetos. Si no entienden que el problema no es el Gobierno, sino la oposición, en 2027 Milei va a arrasar”, escribió. 


Mayra Mendoza: "Cristina tenía razón"


En el fondo el problema es que hay un 60% de la sociedad que se opone a Milei, pero el peronismo representa solo la mitad de esta mayoría. La segunda mitad se divide en múltiples listas que ninguna alcanza los dos dígitos y no representan ningún proyecto de poder, pero tampoco quieren tener que ver nada con el kirchnerismo.

Gran parte de la derrota del peronismo se centra en que Cristina apuntó por su hijo, Máximo Kirchner, o por figuras de pura cepa como Wado de Pedro. Las discusiones con el resto del peronismo dieron lugar a soluciones de compromiso que no expresaron una renovación y la batalla interna los consumió tanto que terminaron haciendo una campaña completamente vacía, esperando que la sociedad los vote simplemente para castigar a Milei. Hoy la oposición está en crisis. Representa al 60% de la gente que fue a votar ayer, pero no tiene un proyecto claro de alternativa de poder a Milei.

Mención aparte merece que si el abstencionismo, más el voto en blanco y el nulo, fueran representados por una suerte de frente electoral, hubiesen sacado cerca de 35%, es decir más que el peronismo. Esta fue la elección nacional legislativa con menos participación desde la vuelta de la democracia. ¿Vendrá de este sector que no fue a votar el apoyo a un nuevo fenómeno político? No lo sabemos, lo que sí sabemos es que el peronismo no los motiva.

El miedo es la palabra clave para entender esta elección y miedo también de quienes no se sienten representados por el Gobierno y entienden que los rasgos más autoritarios y crueles de Milei pueden ser acrecentados por esta victoria. Esperemos no sea así.


Producción de texto e imágenes: Matías Rodríguez Ghrimoldi. 
TV/LT




domingo, 29 de noviembre de 2015

Destino enceguecedor… @dealgunamanera...

Destino enceguecedor…


No habrá una generación que se la pase debatiendo para entender qué fue de verdad el kirchnerismo.

Nacidos entre la década del 40 y la del 50 del siglo pasado, la tarea que pareció imponerse a mi generación intelectual y política fue la de “entender el peronismo”, regidos por el signo de las masas, como lo definió Carlos Altamirano con una imagen justa. Antes que nosotros, hombres como Jorge Abelardo Ramos, Juan José Hernández Arregui, Ismael Viñas, Rodolfo Puiggrós o John William Cooke habían trazado las grandes líneas del debate para militantes. Sabato y Martínez Estrada escribieron sobre el primer peronismo. Sebreli compuso una Eva fascinante, ética y psicológicamente verdadera. Grandes divulgadores, como Félix Luna, y decenas de investigadores académicos, especialmente en los últimos años, aportaron nuevo conocimiento a este continente donde el peronismo fue el astro cuya fuerza de gravedad atraía a propios y ajenos; y Tulio Halperin Donghi, cuyo ensayo La larga agonía de la Argentina peronista es una obra indispensable.

Como si fuera un drama de ideas políticas, Halperin observaba nuestros debates para “entender el peronismo”, a la búsqueda de aquel fenómeno sin cuya comprensión creíamos que era imposible intervenir en la vida pública. En la derecha o en la izquierda, de Frondizi a demócratas cristianos como Carlos Auyero, era preciso entender el peronismo. En el caso de mi generación, esto quería decir, en primer lugar, no equivocarse sobre su potencia cultural y social. No equivocarse como se había equivocado el Partido Comunista. Muchas interpretaciones entraban en conflicto, desde el trotskismo hasta el maoísmo, desde la izquierda antiimperialista hasta la derecha nacionalista, pero el nombre de la cuestión era el mismo. Y ese nombre, el peronismo, designaba el problema a resolver: incorporarse al movimiento para transformarlo desde adentro; acercársele en tanto aliado indispensable para llegar a las masas; copiar sus relaciones reales e imaginarias con los sectores populares; dar un “verdadero” contenido a su discurso nacionalista o distribucionista o antiimperialista (elíjase el adjetivo según las tendencias que lo pronunciaban).

Nada hubo en mi vida más obsesionante que el peronismo, con sus caras y máscaras.

Nada hubo en mi vida más obsesionante que el peronismo, bajo sus diferentes caras o máscaras. Y no soy una excepción. Miles de políticos e intelectuales apoyaron al peronismo, no porque ignoraran sus rasgos insalvables, sino porque creyeron que por allí pasaba una clave que, de no poseerla, destinaba todos los esfuerzos a la inutilidad. Probablemente el menemismo, una creación peronista sin dudas, haya abierto el período final de este encantamiento. Frente al menemismo, cuadros distinguidos e inteligentes como Chacho Álvarez, que pertenecía al corazón de la renovación peronista, decidieron abandonar el movimiento y construir una nueva alternativa. Quizás allí deba buscarse el comienzo del fin.

Debo decir que “entender el peronismo” fue una tarea política inconclusa por naturaleza, porque quizás había menos que entender que lo que se presuponía, y entender no era apoderarse de un talismán que asegurara el destino político de nadie. Sin embargo, fue un fascinante ejercicio intelectual y un campo de debate ideológico, en tiempos en que, a diferencia del presente, el debate ideológico no era considerado una pieza de museo, tiempos en los que se admitía que existían derecha e izquierda, aunque no tuvieran la fijeza que tuvieron en 1920 o en 1960. Todos los que nos entrenamos en ese campo de debate (que, en ocasiones, fue campo de batalla) mantuvimos una relación intensa con el pasado argentino, a veces demasiado intensa, demasiado parecida a un destino enceguecedor.

El kirchnerismo enterró al peronismo, porque no le fue bien: en ese lugar el fracaso no se tolera.

La victoria del PRO parece abrir el desenlace de un último capítulo que duró doce años y lleva por título “kirchnerismo”. No digo esto porque el “peronismo” vaya a desaparecer, sino porque solamente políticos de mi generación usan esa bandera para designar una tarea por delante (De la Sota, por ejemplo, cuya vida política transcurrió bajo el mismo signo que la mía; Julio Bárbaro, por ejemplo, que todavía cree necesario dividir entre peronistas de verdad y máscaras kirchneristas). Me arriesgo a decir que ese capítulo se acerca a su fin. El kirchnerismo ha sido su enterrador, porque fue peronismo y no le fue bien: nada peor para un peronista que otro peronista fracasado.

Puedo equivocarme, pero añadiré un último detalle: no habrá una generación que se la pase debatiendo para entender qué fue de verdad el kirchnerismo. Esta época no construye mitologías sino cuando están fuertemente sostenidas en los medios. Esta época es ingrata con aquellos que pierden centralidad y, además, no poseen las virtudes de un liderazgo fuera del poder y sin los atributos del Estado. No hay operación histórica que pueda sacarle a la Presidenta que se retira el haber sido electa dos veces; haber repetido, pero también modificado e invertido la tradición marital peronista; haber convocado, en su mejor momento, a millones. Pero está lejos de ser un enigma. Casi podría decirse que hoy ya ha sido demasiado explicada.

© Escrito por Beatriz Sarlo el domingo 29/11/2015 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.