Aguantadero…
Ejemplo riojano. El gobernador Sergio Casas, uno de los que hacen cualquier
cosa para quedarse. Fotografía: Redes Sociales
¿Por qué 16 gobernadores quieren seguir al frente de sus
provincias? ¿Nunca les alcanza el tiempo?
© Escrito por Beatriz
Sarlo el domingo 03/02/2019 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad
Autónoma de Buenos Aires.
Para
esto no se pelearon centralistas y provincianos en el siglo XIX. Sus
enfrentamientos no significaron solamente ambiciones personales; invocaban
cuestiones institucionales, que no siempre eran pretextos para conservar el
poder o alcanzarlo. Al reconocer los derechos de las provincias, los
constituyentes de 1853 quisieron debilitar el localismo autoritario y feudal,
que no ha perdido fuerza en el siglo XXI. En ocasiones, parece que esta larga
historia hubiera transcurrido en vano. Las peleas políticas siguen impulsadas
por una avidez revestida con “principios” y causas nobles. La semana pasada, 16
gobernadores vieron coronados sus esfuerzos reeleccionistas. Entre ellos, el
fabuloso Gildo Insfrán, que va por el noveno período en Formosa.
En un
acto escolar, una alumna de su provincia obsequió al gobernador con un poema
que halagó su personalismo. No es para menos, porque Insfrán se
vanagloria de que Formosa es la provincia que más habría invertido en educación.
Los implacables controles de Chequeado.com muestran que, pese al poema recitado
por la nenita de guardapolvo blanco, Formosa ocupa el lugar doce en inversión
por alumno. Como curiosidad, el Cippec agrupa a Formosa, Buenos Aires y La
Rioja en el medio de su cuadro de inversiones educativas, con datos del 2009.
Pero
mejor no mirar mucho ese cuadro, porque Urtubey, que ahora tiene aspiraciones
presidenciales (¿quién no las tiene?), fue tres veces gobernador de Salta y
colocó a su provincia en el peor puesto de la tabla, allí donde menos
inversiones se hicieron. Solo superan a Urtubey los Rodríguez Saá que,
en amable o conflictiva alternancia, gobernaron décadas San Luis; y Alberto quiere
seguir por cuarta vez.
Son 16. Vuelvo a Insfrán porque su caso es llamativo.
Sin parar, es gobernador de Formosa desde 1995. En 2003, una Constituyente
habilitó la reelección indefinida, un “permiso” que afecta el principio
democrático de alternancia. También le sobró tiempo para otros menesteres: es
socio de Boudou en Old Fund, que le facturó millones a Formosa por una
asesoría; y, al parecer, la sociedad fue más activa que la recaudación de ese
dinero, porque sobre ella planea la sombra del affaire Ciccone Calcográfica. En
las elecciones de 2019, Insfrán corre de nuevo para batir su propio récord.
El
domingo 27, el gobernador
Sergio Casas de La Rioja celebró un plebiscito
aprovechando el calor de enero. Se votaba para habilitar una reforma de la
Constitución que permitiera al gobernador Casas un tercer mandato (poca cosa si
se lo compara con el linaje Rodríguez Saá en San Luis o el amigo Insfrán).
Leo
el diario y, aunque estoy acostumbrada a las noticias argentinas, me cuesta
creerlo. ¿Por qué toda esta gente quiere seguir gobernando su provincia? ¿Por
qué no ha habido la alternancia que cualquiera puede comprobar en la lista de
los gobernadores norteamericanos del último siglo, para nombrar una nación
profundamente federal? Hacer memoria: Dorrego y otros federalistas argentinos
admiraron las instituciones norteamericanas. Eran unos soñadores que nunca
entendieron el país que les había tocado.
Imagino
respuestas a la pasión de los 16 gobernadores que van por la reelección: están
orgullosos de lo que han hecho y no quieren dejar su obra a mitad de camino,
una obra a la que, como a las catedrales y las pirámides, no le alcanzan quince
años, ni veinte; o tal vez han delinquido demasiado y temen un sucesor adverso;
quizá no alcanzaron a fortalecer su equipo, o se sienten irreemplazables y
temen a sus sucesores no solo porque vayan a cortarles las piernas o mandarlos
a la Justicia, sino porque se consideran a sí mismos los únicos capaces. ¿Y si son simplemente personalistas
que no se conciben fuera del poder, al que necesitan como aguantadero?
¿Cambiemos? Los gobernadores de Cambiemos conversan
hace meses con la Jefatura
de Gabinete si conviene o no desdoblar las elecciones
nacionales de las provinciales. Vidal quería desdoblarlas, persuadida de que
ella podría salvar su ropa más fácilmente si no tenía que ayudar a salvar la de
Macri. El Presidente, con toda la razón del mundo, la presionó para que las
elecciones nacional y provincial sucedieran el mismo día. En primer lugar, él
puso a Vidal en
la provincia; y, en segundo, fue generoso con ella, como no lo había sido
Cristina con Scioli: “Si Cristina me hubiera tratado como este ejecutivo
nacional trató a su gobernadora, no estaría donde estoy ahora, de relleno en
las revistas de chismes”, debe fantasear retrospectivamente Scioli.
Por
su parte, Vidal
quiere ser gobernadora y luego presidenta. Finalmente, el PRO
acordó una sensata simultaneidad de ambas elecciones. Nadie pensó si los
ciudadanos votarían más libremente si no se vieran obligados a elegir los dos
cargos en el mismo día. Nadie creyó en este discurso que circuló por allí. Se
discutió hasta que se convencieron de que, sin desdoblamiento, los dos
resultaban favorecidos. Que se hayan equivocado o no, es otra cuestión que
sabremos en las elecciones. Está claro que a nadie le importó cuál era la forma
más libre y racional de plantear una elección. Todo lo que se haya dicho sobre
la yuxtaposición o la separación de las fechas es doble discurso y retórica.
La
“mesa chica” de Cambiemos quería prolongar hasta marzo el suspenso sobre
elecciones conjuntas o desdobladas. Pero los consejeros de Vidal creyeron
inconveniente que las vacilaciones se
leyeran “como una especulación”. Es decir, no querían que se
las interpretara como lo que eran: un cálculo político al que le faltó tiempo y
apoyo. Pero, en vez de callarse la boca, siguieron hablando: “Hay que darles
previsibilidad a los bonaerenses y decirles cuándo van a votar”. Esto es
sencillamente una mentira, porque no se trata de la razón por la cual las
elecciones finalmente no se desdoblaron. La razón es que Macri y su entorno
creen que todo debe subordinarse a la elección de presidente y que, en
consecuencia, no hay que perder los votos que podrían ir a Vidal y no a la
reelección de Macri si cada uno jugara su destino por separado.
Juro que creo en mi mentira. El que miente a los
otros necesita, por razones políticas, llegar a creer en lo que ha mentido.
Gildo Insfrán no piensa que es una transgresión tan disparatada como descomunal
ser gobernador de Formosa durante 25 años. Por un lado, conoce la profundidad
de su afrenta a la democracia liberal. Por el otro, piensa que no es una simple
transgresión, sino algo que está en la necesidad de las cosas, no solo en sus
intereses mezquinos.
Por
eso, hombres como Insfrán o como el riojano Casas, que será recordado por
su plebiscito en
plena canícula, no son simples mentirosos, sino algo mucho más dañino. Creen en
lo que dicen, como si fuera verdad. Lo cual es mucho peor que la mentira. No
son cínicos, como lo era Menem. María Eugenia Vidal y Macri repiten sus razones
como si fueran las que más convienen a la gente. Hábiles gestores de una doble
moral, creen en lo que dicen, aunque también sepan que son mentiras.
Los
gobernadores que van por su reelección son
responsables de la falta de sentido de la política argentina. Unen su suerte a
su territorio. Son hombres de paja que no están en condiciones de enunciar
claramente cuáles son sus motivos. En consecuencia, cualquier objeción y
cualquier crítica cae desautorizada, porque no admite respuesta verdadera.
Disfrazan la verdad de lo que saben y se justifican: no tengo ningún sucesor en
quien confiar; necesito mantener el aguantadero de la casa de gobierno; los que
vienen detrás de mí quieren destruirme; esta provincia no puede pasar a la
oposición y soy yo el único en condiciones de impedirlo.
Las razones de Macri son diferentes. No
puede decir: fracasé cuatro años y por eso necesito otros cuatro para demostrar
que soy capaz de superar el fracaso. Tampoco admite el razonamiento
inverso: si fracasó cuatro años, no conviene darle otra oportunidad. La
historia, además, muestra que los segundos períodos fueron siempre peores que
los primeros. La
reelección trae mala suerte.
(Fuente:
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