El
sinuoso camino de Alberto…
Axel Kicillof. Dibujo: Pablo Temes
La economía marcará el éxito o
el fracaso del Gobierno, aunque para eso se necesita certidumbre política, algo
que hoy no posee.
© Escrito por Nelson Castro el domingo 26/01/2020 y
publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Es una foto que habla. Fue tomada en las horas previas a la partida de Alberto Fernández hacia Israel. Se ve a Cristina Fernández de Kirchner en el momento de firmar el libro de traspaso del mando. A su lado, el escribano general de gobierno, Carlos Gaitán. La vicepresidenta sonríe y el escribano también. Es una ceremonia que, en realidad, es un trámite que, a partir de un decreto publicado en el Boletín Oficial el lunes pasado, se ha simplificado y ya no exige la presencia del Presidente y del vice para su validación.
Pero –siempre hay
un pero cuando se trata de CFK– lo curioso y singular es el lugar: no es el
despacho que la vicepresidenta ocupa en el Congreso; no es tampoco la Casa de
Rosada; no es ni siquiera un despacho oficial: es el despacho de CFK en el
Instituto Patria. Hace acordar a cuando se hacía llevar los diarios en el avión
presidencial desde Buenos Aires a El Calafate. Las conductas de CFK no han
cambiado.
Israel. Al
Presidente le fue bien en Israel. Fue una buena decisión suya la de participar
en las ceremonias oficiales de conmemoración de los 75 años de la liberación
del campo de concentración de Auschwitz, emblema de las atrocidades cometidas
por el nazismo durante la Segunda Guerra Mundial.
Lo más importante
fue mostrarle al mundo que, al menos en la condena a ese hecho repugnante y
trágico de la historia, hay en la Argentina una política de Estado. No es un
tema menor.
Eso no significa
que las diferencias con Israel se hayan extinguido. Algunas se corrigieron
rápidamente en estos días tras la rectificación que debió hacer la ministra de
Seguridad, Sabina Frederic, que había afirmado que “mantener a Hezbollah como
una organización terrorista es comprarnos un problema que no tenemos (sic)”.
Y claro que esas
diferencias se extienden a la muerte de Alberto Nisman –un magnicidio
institucional– y al sabor amargo que dejó para las relaciones entre los dos
Estados el fallido memorándum entre la Argentina e Irán, fogoneado por CFK y su
difunto ex canciller Héctor Timerman. Y, hay que decirlo, son diferencias nada
sutiles.
En la reunión –y
posterior discurso– entre Alberto Fernández y el primer ministro de Israel,
Benjamin Netanyahu, no faltaron las palabras referidas a la necesidad de
mantener el compromiso en busca del esclarecimiento del atentado contra la
AMIA.
La confirmación
de ese compromiso es –sin duda– algo valioso pero hay que recordar que otros ya
dijeron lo mismo, con las mismas palabras, el mismo énfasis y, lamentablemente,
el mismo resultado: la nada misma. A 28 años del ataque terrorista contra la
Embajada de Israel, a 26 del atentado contra la AMIA y a cinco del trágico
final de Nisman hay un denominador común: el fracaso.
El caso Nisman ha
dejado al Presidente en una situación incómoda. Y lo mismo vale para la
Justicia.
Buena
impresión. En su primera experiencia internacional, AF produjo una
buena impresión, mucho mejor que la que solía producir CFK. A la entonces
presidenta no la soportaba nadie. Es cierto que no le costó mucho lograrlo:
hizo falta tan solo un poco de sentido común y buenos modales. Hay, además, una
necesidad de aceitar la buena relación del Presidente con los líderes
mundiales. Es una necesidad que tiene una explicación muy simple: la deuda de
la Argentina con el Fondo Monetario Internacional y los bonistas. De eso habló
con ellos en las pocas palabras que cruzó a lo largo de su corta estadía en
Jerusalén.
Lo que los
líderes a los que vio –y a los que va a ver en la semana entrante– se
preguntan es si el Presidente es quien está en control del Gobierno o es la
vicepresidenta. Y esa pregunta aún no tiene respuesta.
El Presidente
viene desandando un camino sinuoso. Y ese camino sinuoso tiene consecuencias no
solo políticas sino también económicas. Una de esas sinuosidades se da en los
nombramientos. Que el titular de la Inspección General de Justicia sea el
abogado Ricardo Nissen, el apoderado de Máximo y Florencia Kirchner en la causa
Hotesur, es lisa y llanamente un verdadero disparate. “Cuando hay una causa que
involucre a Hotesur me abstendré”, dijo Nissen para responder a las críticas
que generó su designación. ¿Puede alguien sensatamente creer que eso será así?
Justicia. Gustavo
Beliz sigue trabajando en el tema judicial. Habrá un proyecto de reforma de la
Justicia Federal, un fuero que necesita cambios. La incógnita es hacia
dónde irán esos cambios. Si el objetivo es diluir el poder actual de los jueces
para favorecer a CFK y compañía, nada habrá cambiado. No es eso lo que Beliz
quiere. Lo mismo dice el Presidente. Pero habrá que ver qué es lo que la
vicepresidenta quiere.
Guillermo Nielsen
es un ejemplo de las consecuencias que genera la duda sobre el real poder de
AF. A su paso por el Foro Económico de Davos dejó conceptos que despertaron el
interés de muchos de los que lo escucharon. Esos muchos le creen a Nielsen y
comparten sus diagnósticos y sus planes. Lo que no saben –y se preguntan– es si
en el Gobierno le creen o no, si valoran sus iniciativas o no, si sus proyectos
son prioritarios o no.
Otro foco de
tensión interna es la provincia de Buenos Aires. Axel Kicillof sigue
demostrando haber aprendido poco de sus gruesos errores del pasado. Cree que
apurando a los acreedores con bravuconadas los va a acorralar para que depongan
sus exigencias en relación con el pago del bono 2021 por 250 millones de
dólares, que vence a fin de este mes.
Lo peor es que
eso se traduce también en tensiones con el ministro de Economía, Martín Guzmán.
“O me dan la plata para pagar o no lo pago”, dijo el gobernador bien fuerte
para que se enterara el que quisiera dentro del gobierno nacional.
El asunto es de
gran importancia no solo para el caso en sí sino también para toda la renegociación
con el Fondo Monetario Internacional. Y esa negociación es clave para poder
aspirar a transformar la Argentina en un país atractivo para los inversores,
algo que hoy no es.
Será la economía
uno de los puntos claves –aun cuando no el único–que marcarán el éxito o el
fracaso del gobierno de Alberto Fernández. Y no habrá posibilidad de éxito
económico si no hay certidumbre política, esa que hoy le falta al Gobierno.