Rebajar lo humano…
El pretexto, la coartada, la excusa o el subterfugio son todas figuras
propias de una conciencia que busca otra versión disimulada para sus verdaderos
deseos o apetencias.
© Escrito por Horacio
González el jueves 18/05/2017 y publicado por el Diario Página/12 de la Ciudad
Autónoma de Buenos Aires.
Se podría decir que esa es una característica de las personas que
mantienen su ansiedad sobre un objetivo, pero que por distintas razones,
vacilan en presentarlo con su identidad verdadera. Tejen redes arácnidas,
tienen miedo de sus propias desmesuras. Su táctica es la de hacer constantes
excepciones sobre sí mismo, pero han
aprendido que la palabra es un simple cortinado ocasional. Luego de un choque
con quienes considerarán ajenos o inadmisibles esos anhelos suyos, no les
cuesta ausentarse de lo que han dicho. Hacen desaparecer lo dicho como en una
propagando de mosquitos.
El atenuante de este comportamiento
es conocido. Nunca es difícil encontrar un uso inevitable de coartadas en la
acción humana. Esto no ocurriría en las excepcionales conductas que actúen no
por intención sino en nombre de una ley universal. Pero la coartada sistemática
nos lleva a una conducta de mala fe que los funcionarios de este gobierno han
“protocolizado” como gravísima eximición del mundo del habla y lo que ella
implica como compromiso y autoexamen. Al contrario de lo que toda persona cree,
para ellos hablar no implica costos sino efímeras actuaciones. Se consideran
así exentos de censuras o autocensuras.
La
teoría de una conciencia gubernamental insoportablemente opaca pero
pavorosamente desdeñosa del drama del lenguaje (esto es, de la promesa, la
culpa o el dolor). Hablar entonces son emisiones encadenadas de excusas y
venganzas contra el tiempo. “Esto hoy lo creemos pero lo negamos, fojas cero; pero
volveremos.” Y reinician el ciclo de sus alucinaciones.
De ahí el uso del pretexto y todo un
bagaje de recursos evasivos para darle curso a acciones que tienen la
estructura de esa mala fe, la que aplican ignorando conscientemente su
verdadero sentido. En su reemplazo, esgrimen una segunda cuerda, un acorde
menor, de apariencia indiscutible, para que sirva para la justificación de una
decisión desmedida o agraviante. Así, para concluir el plazo de la Escuela
Itinerante, el macrismo alegó que era necesario arreglar las veredas de Plaza
Congreso.
Para justificar lo bochornoso del
fallo de la Corte, se lo disimuló alegando la independencia de poderes. Quieren
reivindicar el pasado terrorismo estatal, pero se exoneran a medida que la
Ciudad les hace llegar los indicios masivos del repudio. ¿Rosenkranz?
¿Rosenkranz? ¿Quién es? ¡Ah! Un personaje “totalmente independiente” de una
obra de Shakespeare. Sí, uno que tuvo que hacer un viaje con un tal
Guilderstein. Con razón ni sabíamos en dónde estaban. ¿Y Rosatti y Nolasco
podemos decir que son personajes de una ópera de Verdi? ¡No, no exageremos con
las exoneraciones compulsivas!
Para
masacrar la vida urbana como inherente a un conjunto vital de
ciudadanos-trabajadores, la desmenuzan en la atomización extrema en la figura
del vecino. Es el paso para justificar
la conversión de la ciudad en vías de circulación extremadamente
agresivas con sus clásicas instalaciones urbanas. Dicen que con el Paseo del
Bajo se ganará en espacios verdes. Para desmantelar el jardín zoológico dicen
que pondrán un parque ecológico. Para intervenir políticamente en el municipio
de La Matanza dicen que lo favorecen con la extensión del Metrobús.
Los asuntos políticos los hacen
pasar por cuestiones técnicas, las cuestiones técnicas por políticas de
seguridad, la seguridad se transforma en un protocolo, el protocolo sustituye a
la ley, y la ley ya no es más un acto deliberativo de la conciencia pública
–individual o colectiva–, sino un sondeo de opinión, un nivel de encendido de
un canal de televisión, un rito publicitario para vender una ciudad postiza
como los pícaros que hacían loteos falsos en la película El Jefe (Ayala, Viñas,
1962). Diagramar conductas con tecnologías de sujeción de la conciencia pasó a
llamarse Ley. Manipular un Metro-carpetazo-bus para investigar irregularidades,
en vez de crear tribunales ecuánimes –lo que todavía no es imposible a pesar de
la corrosión institucional imperante–, muestran una vocación inquisitorial que
entre el necesario juicio ponderado y la metodología global del escándalo,
elige una cámara de castigos a la “buena de dios”. Su verso parece republicano,
pero no es la poética de Rousseau sino la de Savonarola.
Así se transforma la vida en un
flujo de acoplamientos mecánicos revestidos de grácil ligustrina. Se la lleva a
lógicas de experimentación humana que están por encima de códigos o de
tradiciones jurídicas. Antes gobernó el Proceso, al que el macrismo añora en
sus clubes políticos. Ahora gobiernan por medio de procesamientos. Denominan
ley a una aleación empresarial-jurídica- gerencial y disciplinaria. De allí
sale la decisión, la voluntad o el capricho. Incluso el caprichito. Y la ley
siempre llega después, para sufragar un hecho consumado. Es ley macrista. Ley
que recubre lo ya decidido; ley que es la retaguardia justificadora, luego que
una orden de desmantelamiento fue ejecutada; ley es una retícula hueca que se
hace presente con calculada demora para cubrir lo que premeditadamente fue destruido antes.
El macrismo es fáctico, brutal, sus
intelectuales disfrazan el daño realizado con ropajes de constitucionalismo
republicano. La república se extingue en sus manos, la aplastan al convertirla
en actos de injuria, en persecuciones basadas en exterminios morales.
¡Toquen la palabra República cada
vez que Macri la pronuncia! Suena a hueca, como si una lanza hubiera rebotado
contra el caballo de Troya. Adentro esperan para tomar la Ciudad los
arregladores macristas de veredas.
El código que admiten es el del
insulto a lo popular, para luego solaparlo todo con el dicho de que lo mejor
que tenemos es el mismo conjunto de personas que acaban de vejar. (Pueden sonar
bombos del Tula en este preciso momento.) Al peronismo lo consideran un pellejo
vacío y precisan peronistas que se digan macristas y viceversa. No faltan
apostadores. La excavación automática del subsuelo social no da abasto; lo
dedos se electrizan de tanto timbrear. La leyenda del arreglador de veredas
merecería estar en la Biblia.
El macrismo convirtió a la república
en una monarquía del pretexto, en una autocracia de la coartada. Ese catálogo
completo de la aplicación de señuelos saca de apuro de cualquier gabinete, con
su jefe y todo. Incluye a trolls off shore, que globalizaron el insulto como se
globalizaron las computadoras chinas.
Desaparece el lenguaje con mínimos anclajes de verosimilitud. Siempre un
lenguaje vivo contiene su retractación, su pensar sobre sí mismo, su aire
confesional o excusatorio. No aquí.
Estos genuinos recursos han desaparecidos ahogados por un planicie
metálica de dos fríos enchapados: primero muestran un acto reglamentario
intrascendente para impedir el juego político trascendente; luego presentan un
ámbito público individualizado –por
ejemplo, la Ecobicicleta–, como cobertura bucólica de actos de afrenta laboral,
vejación personal, lapidación de nombres y prestigios. La pesada herencia es lo
más liviano que hay cuando es una obtusa metáfora y más pesada de lo que creen
cuando es una eficaz memoria social que decide no volver a fojas cero.
La palabra volátil y desarticulada
es transportada sobre decisiones de guerra. Para eso, los publicistas oficiales
pintarrajean la destrucción como si fuera un umbral para la esperanza futura.
Es el ameno pasaje macrista al desmigajamiento del trabajo, la anulación del
legado histórico nacional en su amplitud soberana. Es el aplastamiento de la
nación misma tragada en juegos corporativos no declarados algunos, alegremente
declarados otros. Endeudamientos inconcebibles, operaciones contra otros
estados –Venezuela–, y un proyecto de perdurabilidad infinita.
Nada tenemos contra el metrobús,
como es obvio; sí contra su ideologización alcornoque; nada contra la bicisenda
y sí con su explicación obtusa; nada contra la felicidad sino contra la pánfila
intención de anunciarla con eufemismos melosos y huecos. ¿Por qué llamar Paseo
del Bajo a una modalidad de circulación urbana que representa nada más que a
una visión del capitalismo que mira las ciudades como ámbito privilegiado de su reproducción
financiera? La Avenida 9 de Julio era un
verdadero Paseo antes del Metrobús. Allí sí fue una imposición de la Bicicleta
financiera absorbiendo metrobuses y
Bicicletas amarillas.
No es chiste, Mordisquito; te
regalan diez minutos de transporte pero te cobran la plusvalía urbana bajo la
forma de un ocio represivo. ¿Te acordás, Mordisquito, quién escribió esa frase?
Olvidemos. Te empobrecen bajo un protocolo obligado y te mandan a pedalear en
una Eco-Ciudad que ya no es tuya. Es un eco del circulador inmaterial del gran
Capitalismo. Es el plato fuerte de la globalización irresponsable, que anula lo
que toda nación debe resolver en su seno, la preparación del hombre universal,
de un humanismo incisivo que piense el planeta bajo el estímulo de una nueva
humanidad del trabajo y la cultura emancipada.
Todos estos son planos del
laboratorio maquinístico que robotiza el trabajo, lo brutaliza para quienes lo
tienen y lo “pilotea cancheramente” para quienes no lo tienen y quizás no lo
tendrán. La circulación humana, un
derecho histórico consagrado, la acicalan con calcomanías de alegría y el éxtasis de un tuteo falsificado. Por
eso, “vos” que me estás escuchando, vos, sí, vos, Mordisquito, como te decía
Discépolo, ¿qué harías si oyeras al soberbio e improvisado Macri decir que
habló con Trump sobre “vos”…? ¿Te creías
que antes, cuando el gobierno anterior decía capitalismo serio, hacia solo obra
capitalista? No, Mordisco, hacía cosas a las que por improvisación les daba ese
nombre pero merecían otro.
Ese otro nombre, costaba hacerlo
salir de las gateras. Pero mirá como está el mundo, Mordi. Todo ha mutado, vos
y yo también. Pensalo. Te quiero decir una cosa más, ponételo en la cabeza, que
junto al corazón son emblemas alegóricos de la libertad ¡Qué frase! ¿Te diste
cuenta, no? Bueno, ante esta destrucción de la lengua, la política, la cultura
de textos e imágenes, de la libertad urbana, de la vocación laboral, hay una
persona que debe presentarse a la lid. Con urgencia –mirá lo que te digo–, con
urgencia. Porque guarda una distancia enorme con el resto. Se llama Cristina,
vos la conocés. Sé que primero la viste con suspicacia y luego te diste cuenta. Y empezaste a reírte del
tintineo de mucha moneda falsa lanzada por los truchos del pretexto infinito y
de la coartada sistemática. Son momentos cruciales, perentorios. Dicen que
polariza mal, que con ella se discute el pasado y no “para adelante”. ¿Y? ¡Si
justamente se trata también de discutir contra esos conceptos de ocasión! Es un
tema de tragedia clásica no de estadística profesional.
Bueno, Mordi. Tiene que presentarse porque no tiene otro remedio
que presentarse. No me mires así. Y encima te agrego: dijo cosas importantes en
Europa. ¿Pero por qué ponerlas bajo la invocación de un capitalismo serio?
Concepto equívoco, aunque sea dicho con
toquecito irónico y teniendo en cuenta los nubarrones de violencia que imperan
por doquier, el drama de los migrantes, las graves militancias sacrificiales de
nuevas teologías políticas. Mordisquito, vos no sos el de antes, yo tampoco.
Cristina debe decir presente, ni siquiera en nombre de su liderazgo ni de cómo
“tracciona votos” –ojo a la jerga–, sino por la incumbencia fatal que una
persona no puede eludir. Pues encarna ese pathos de la distancia –no te asustes
por la frase, hasta la dicen en la Casa Rosada; es de Nietzsche pero lo
comprenden mal–, distancia que la separa inevitablemente del absolutismo
trivializado que nos gobierna.
Esa distancia primordial y fuera de
discusión puede esfumarse en la indigna crueldad de estos días si no se asumen
las quijotadas y las valentías necesarias. Debe presentarse –no me mirés así,
Mordisquito–, y te digo más, debe presentarse poniendo otra palabra sugestiva y
convocante en el lugar donde dice capitalismo, palabra que no está a la altura
de todo lo demás que dice.
¡Date cuenta, Mordisquito! date
cuenta, no es un tema político ni económico; es que están rebajando lo humano,
nos dicen que estamos demás, aquí y allá, que nos corramos, que nos vayamos,
que tienen que reparar esta vereda, que ni para pedalear servimos. No nos
rebajemos, vos no sos el mismo Mordi, ya te lo manifesté de entrada. No sos el
que desconocía por qué se estaba así, como te pinchaba Discepolín, que en el
fondo te tenía como un hijo descarriado, como se decía antes. Comprendiste,
comprendimos. Está el país en juego y una noción de la emancipación humana se
podrá abrir ente nosotros. Dos cosas nos deben llenar el ánimo de admiración y
respeto, Mordisquito. El cielo estrellado sobre nosotros y la ley moral en mí,
en vos, y en todos nosotros.
Horacio González