Corrupción pública y privada… Nunca Más
Sin destino. El Presidente recibió a los conductores de Vicentin para
intentar arreglar algo que parece de muy difícil arreglo. Fotografía:
Presidencia
No es necesario pensar que el capitalismo es siempre un
irredimible sistema corrupto, porque tal evaluación pasaría por alto su
funcionamiento en naciones como Alemania, donde en 2012 el presidente Christian Wulff tuvo que renunciar bajo la
acusación de tráfico de influencias. En algunos países, las transgresiones se
pagan y los castigos se cumplen.
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Escrito el domingo 21/06/2020 por Beatriz Sarlo y publicado por el Diario
Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República de los Argentinos.
Un pesimista o un
escéptico podría sonreír al leer lo que arriba queda escrito. Y dirá: acá
existe Vicentin, y su historia de favores recibidos durante diferentes
gobiernos prueba que el empresariado y el Estado establecieron alianzas
financieras más allá de todas las normas. De acuerdo. La historia de Vicentin
fue publicada, entre otros medios, por un matutino al que difícilmente puede
acusársele de izquierdismo.
Del lado de los
políticos, las cosas no son más santas que del costado empresarial. La ex
presidenta y hoy vicepresidenta Cristina Kirchner fue y seguirá siendo objeto
de sospechas fundadas que pueden avalar un juicio y posible condena, si su
amigo Alberto no interviene con alguna maniobra de esas que conocen los
abogados penalistas.
¿Por qué usar a
Cristina Kirchner como caso ejemplar, si hay tantos otros? Porque es una
política de primera línea, que aspira a seguir ejerciendo su imperio sobre el
Presidente a través de la troupe de secretarios, ministros y representantes que
consideran más conveniente seguirla a ella que a Alberto Fernández. Porque
sería un milagro y el comienzo de algo nuevo.
Juicio y
castigo. Somos como somos y, sin una respuesta ejemplar,
persistiremos. En 1986, el Juicio a las Juntas Militares y las condenas
impartidas por el tribunal sobre los actos de sus integrantes, la cárcel que
siguió a esas condenas, el repudio y el desprecio que merecieron los culpables
trazaron una línea. El título del famoso informe sobre muertos y desaparecidos
fue una orden: Nunca Más.
Del Juicio a las
Juntas parece imposible volver hacia atrás. No hay retroceso salvo que se
quiera negar la barbarie que el juicio demostró con testigos y pruebas. Los que
no sabían o no se quisieron enterar durante la dictadura ya no tuvieron la
escapatoria de declarar, con mirada ingenua como disfraz del cinismo, que no se
sabía nada. Todo el juicio fue un revelador que actuó sobre una película que
parecía velada para siempre. Mostró las caras, los lugares, los instrumentos de
tortura, las fosas donde se tiraban restos humanos.
Como sí se hizo con el terrorismo de
Estado, parece imposible un juicio que castigue a políticos y empresarios
En Argentina
todavía no tenemos un Nunca Más de la corrupción. Y hoy parece una ilusión que
algo así podría producirse. No existe un político que comprometa su nombre, su
honor, su palabra, su futuro, y convenza a su propio partido de que, caiga
quien caiga en ese juicio, se lo llevará adelante. No existe un Raúl Alfonsín,
que le ganó las elecciones al justicialismo porque tenía fuerza moral,
convicción y coraje.
Por el camino que
vamos, será difícil que lleguemos a tener un político de esa cepa. La
democracia que ganamos en 1983 nos acostumbró a sus virtudes y a sus defectos.
Entre sus virtudes figura la justicia. Pero el trapicheo es uno de los defectos
de nuestra democracia actual, que llega incluso a anular sus virtudes.
Nombres como el
de Padoan, zar de Vicentin, en los cuadernos de las coimas que recopiló un
chofer obsesivo, se encuentran en noticias que, si la Argentina no fuera un
país acostumbrado a la corrupción, serían excepcionales. Pero no lo son. Con el
mismo semblante austero que conocemos por las fotos de prensa, Javier González
Fraga firmó créditos en serie para Vicentin, en una secuencia diaria que
despierta todas las sospechas.
El Banco Nación
fue dispendioso con esa empresa, sin pensar quiénes iban a terminar pagando la
cuenta. La pagarán los argentinos, que no participaron ni en las sumas
millonarias que se han fugado a paraísos fiscales, ni en el bienestar del que
seguramente disfrutan los dueños y testaferros de Vicentin.
Sin un juicio a
la corrupción, como hubo un juicio al terrorismo de Estado, este camino de
barro seguirá siendo una pista asfaltada para los que formen parte de un grupo
que, en nombre de los sueldos que pagan o del comercio exterior que dinamizan,
obtienen los beneficios que son esquivos, si no imposibles, para el dueño de
una empresa pequeña o mediana. Se podrá decir que el capitalismo es así en
todas partes.
Pero no lo es.
Los bancos públicos no reparten créditos sin las garantías debidas. Los
gerentes que hicieran ese reparto saben que no solo eventualmente perderán su
puesto sino que podrán terminar en la Justicia. Los políticos no están
comprometidos en esas maniobras. El actual funcionario del Banco Nación,
Claudio Lozano, afirmó que Vicentin recibió un trato privilegiado, y superó
todos los límites de endeudamiento. Si Vicentin es un caso testigo, ¿habrá
llegado el momento de cambiar las cosas?
Investigar
la trama del delito. Estado y empresarios firmaron una alianza que les
resulta provechosa a los que pueden ser aceptados en ella como participantes de
los beneficios, si antes han colaborado en la estafa.
Imagino la
indignación de un empresario que necesita créditos y, para conseguirlos, sube
una cuesta empinada si no tiene los contactos, los amigos, la capacidad de
suspender juicios morales, el temple para dialogar con delincuentes. Seis meses
antes de entrar en cesación de pagos, según informa la agencia Télam, el Banco
Nación le prestó a Vicentin 6 millones de dólares. Cualquier suspicaz se
preguntará la razón que llevó a González Fraga a autorizarlo.
La responsabilidad es tanto de los
que manejaron Vicentin, como de los directivos del Banco Nación
La trama debe ser
investigada. ¿Qué tenía, prometía o repartía Vicentin para lograr esos
préstamos diarios? Afirmar que se realizaban para que siguiera pagando 4 mil
salarios despierta todas las sospechas sobre el modo en que el argumento
salarial es usado en beneficio de los empleadores. Hay depositadas decenas de
miles de salarios no en el bolsillo de los trabajadores, sino en los paraísos
fiscales. Estados Unidos ya comenzó una investigación. Un juez de Nueva York,
en respuesta a la solicitud de los acreedores bancarios de Vicentin, examinará
el destino de las transferencias de fondos realizadas por la empresa en los
últimos tres años. Son varios cientos de millones de dólares que descansan en
paraísos fiscales. Que dios ilumine al juez, porque es difícil que esas cosas
podamos llegar a saberlas por el accionar de los magistrados argentinos.
La ausencia de
responsabilidad moral es el límite que han traspasado estos manejos corruptos
del capitalismo. Un caso como el de Vicentin obliga a juzgar duramente la ética
pública de los sujetos intervinientes y de quienes sabían y callaron. Como dice
el sentido común: la fiesta de Vicentin la pagamos todos.
Hasta que no se
destruya la trama corrupta del capitalismo local, como se destruyó la de las
Juntas Militares, no habrá Nunca Más de la corrupción. Alguien tiene que ir
preso.
El fiscal
Pollicita ha pedido hace meses que se investigue a González Fraga. Los ingenuos
suponían que su seriedad y sus modales distinguidos no podían sino trasmitir
virtudes patricias. Se equivocaron.