No
es cómo, es el qué…
Cacerolazo: primera protesta contra Macri, déjà
vu de 2002. Foto: Obregón.
En
cada una de las medidas, se intenta salvar a Macri poniendo como responsables a
sus asesores o ministros.
© Escrito por Jorge Fontevecchia el sábado
17/07/2016 y publicado en el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos
Aires.
Cada vez que recrudecen las
críticas al gobierno de Macri –el pico anterior fue previo a la balsámica
aparición de los bolsos de López en el monasterio–, se escuchan reproches a la
comunicación o a la instrumentación de las medidas. Muchos opinan que se debió
comunicar de forma diferente para lograr adhesiones y convencimiento. Mientras
que otros consideran que el problema lo generó una mala instrumentación de las medidas
porque se debería haber hecho en dosis más espaciadas o con distintos
procedimientos.
Consciente o
inconscientemente, ambas críticas comparten una consecuencia común: salvar a
Macri de la responsabilidad de las medidas utilizando de pararrayos a los
ministros o asesores. Aranguren, con su frontalidad, es un gran pararrayos pero
es obvio que la decisión no fue de él. Esa elaboración emocional, mayoritaria
en la parte de la sociedad que votó a Macri, es comprensible: nadie que haya
invertido en la compra de una casa, un auto o cualquier bien costoso aceptaría
a los siete meses haber hecho la peor inversión o haberse equivocado, y elegir
a un presidente disruptivo con el orden precedente es una enorme inversión para
todos aquellos cuya calidad de vida cotidiana depende de lo que haga ese
presidente.
Hay
hipocresía en atribuir el problema del aumento de las tarifas a que no hubo
audiencias públicas
Pero desde esa perspectiva
algo negadora y algo más confortable, el problema nunca estaría en el “qué” de las
medidas sino en el “cómo” de su pasaje a la práctica. Cuando en realidad el
verdadero problema está en las cuestiones muy de fondo, aunque difíciles de
digerir, como que la mayor parte de la población padecerá una reducción en sus
ingresos reales porque la economía argentina se encaminaba a un ajuste debido a
que su déficit fiscal venía aumentando año tras año. En alguna medida, “es un
2002 en cuotas”, como había anticipado Lavagna cuando el kirchnerismo quiso
corregir el retraso de las tarifas y el dólar –la “sintonía fina” de 2012– y,
al ver la reacción contraria de la población, decidió entregarse al facilismo
de posponer el problema, asumiendo también ese día que no iba a continuar en el
poder después de diciembre de 2015.
El cacerolazo del jueves a la
noche, aunque incomparable en términos cuantitativos, tuvo un déjà vu de 2002:
fue por cuestiones económicas y fue heterogéneo políticamente. Y al igual que
en 2002, las protestas de las personas generan efectos políticos como acortar
la vida política de determinados funcionarios y/o de un gobierno, pero no
podrán torcer el rumbo de lo inevitable, en este caso una reducción de la
capacidad de consumo. En 2002, la caída de esa capacidad vino por una inflación
cercana a la actual (41%) pero sin paritarias. En 2016, las paritarias fueron
en promedio un 15% menores que la inflación (30% contra 45%) pero las tarifas
de los servicios públicos, que en 2002 prácticamente no se pudieron aumentar,
en 2016 vinieron a agregar una pérdida del salario real.
El poder de compra del salario
no se constituye directamente por el valor en dinero de éste, sino por el
subsidio o no que tengan los productos que se consuman. En la ex Unión
Soviética, donde el salario de las personas con estudios universitarios no
alcanzaba los 100 dólares mensuales, no había pobreza, porque el transporte y
todos los servicios públicos eran proveídos sin costo por el Estado agregándole
al salario mucho más de lo que se recibía en dinero. Sumado a subsidios en todo
tipo de productos que, al venderse a precios infinitesimales, había cupos de
compra limitados y colas interminables para adquirirlos. Así como “altitud
corrige latitud”, en las temperaturas acercándose al ecuador, “precio corrige
cantidad” porque si el precio es inferior al costo, escasea el producto.
Se podría simplificar diciendo
que si la Argentina arrancó 2016 con un déficit de alrededor del 8% del
producto bruto y un déficit sustentable sería del 3%, los argentinos deberemos
consumir el 5% menos.
¿Pero quién ganaría las
elecciones prometiendo bajar el consumo un 5%? O ya en el gobierno, ¿quién no
perdería apoyo más rápidamente si le dijera a la población que no hay más
salida que apretarse el cinturón? Por eso, el problema del Gobierno no es de
comunicación, hay temas que no se pueden comunicar.
En el macrismo aplican una
frase de Macri cuando era presidente de Boca: en ciertas circunstancias hay que
“hacerse el boludo”. Y cuando dicen “estamos aprendiendo”, en realidad es
“vamos probando y cuando el paciente grita mucho, paramos y comenzamos el ajuste
por otro lado, donde se sienta menos el dolor”, pero finalmente los sueldos
reales bajarán.
Y el ajuste es mayor a ese 5%
del déficit fiscal a reducir, porque desde hace varios años se había estancado
el empleo privado a partir de que los salarios argentinos en dólares habían
alcanzado un nivel superior a los de nuestros vecinos y países con similar
competitividad, haciendo que no fuera rentable invertir para la mayoría de las
empresas. La cantidad de trabajo también corrige por su costo.
Un ejemplo es Rosario con la
prohibición a los supermercados de abrir los domingos, el día de mayor consumo.
El sindicato cree que las horas extras que perderán serán compensadas con otras
mejoras en futuras negociaciones que conseguirán aun trabajando un día menos,
como los continuos feriados. Ventajas que se extinguen porque, a mediano plazo,
si una sociedad no produce mejor que otra, no podrá sostener un consumo mayor,
aunque se trate de un discurso muy antipático y antipopular.
Aranguren
es apenas el pararrayos de todo el e económico y de la política del propio
Presidente
Hay cierta hipocresía en
atribuir a la falta de audiencias públicas el problema del aumento de tarifas.
Sería más justo reconocer que el Gobierno cosechó ahora las críticas acumuladas
por un aumento significativo de la inflación y por paritarias con aumentos de
sueldos por debajo de esa inflación, y que este nuevo aumento de tarifas fue la
gota que colmó el vaso.