Creer (II)…
El
vice que no fue: Zannini como Boudou. Foto: CEDOC PERFIL
Creer depende tanto de la capacidad
selectiva de la memoria como de la profilaxis del olvido.
En
el evento que reunió a los diez personajes del año de la revista Noticias, en
el Malba, uno de ellos, el actor Julio Chávez, sostenía que su profesión tenía
el privilegio de mentir sin que fuera pecado. Que a la noche, cuando terminaba
sus funciones, podía decir: “¡Qué bien mentí hoy!”. Mientras lo escuchaba,
pensé en la política y probablemente en gran parte de las actividades sociales
que requieren la colaboración y la esperanza.
Pensar
que sin mentira no habría sociedad se parece a lo que sostenía Alan Turing, el
padre de la inteligencia artificial, en su famoso Test de Turing, sobre que sin
mentira no había inteligencia: que una computadora habría alcanzado el grado de
inteligencia artificial recién el día que pudiera mentir, porque de lo
contrario siempre se tildaría. A cierto punto de cualquier capacidad algo se
escapa al cálculo racional constantemente, y ese algo requiere una operación
irracional para continuar el curso.
Que
una mayoría similar a la que permitió a Cristina Kirchner ganar su reelección
con el 54% de los votos hoy apoye a Cambiemos lleva a pensar que ambas mayorías
inevitablemente comparten una parte de sus votos y que la sociedad precisa
creer cada vez que ahora “sí se puede”. Si la sociedad no creyera, no podría
“mentirse” seriamente al estilo de Julio Chávez para mantener la rueda de la
vida girando.
"¡Qué bien mentí
hoy!", cuenta Julio Chávez que dice el buen actor. Como en política.
Ver
a Cristina Kirchner en su desolada conferencia de prensa posterior a la orden
de prisión preventiva dictada por el juez Bonadio nos impone reflexionar sobre
la banalidad no sólo del mal sino del poder.
De
la misma forma que al caer la ex Unión Soviética y perder su aura no se pudo
comprender cómo ese país en cierto sentido primitivo pudo haber mantenido en
vilo a Occidente, cuesta imaginar cómo esa mujer con el pelo recogido y las
normales marcas del paso del tiempo en su piel pudo haber tenido en su puño a
todos los poderes fácticos de la Argentina. ¿Tan poco eran? ¿Tan poco era ella?
Lo
que lleva a pensar qué poco serían Macri y Cambiemos si les retiráramos la
parte de mentira necesaria para construir su aura e investidura. Siempre todo
rey está desnudo aunque nadie lo vea, hasta determinado momento en que todos lo
ven.
Macri
hoy goza de lo mismo que gozaron el kirchnerismo, el menemismo y hasta el
alfonsinismo: un endiosamiento por comparación con la desazón de lo que lo
precedió, que es del mismo tamaño que la ilusión que el ciclo anterior generó.
¿Quién puede creer en la justicia de Bonadio si no es con el deseo de querer
creer?
¿Quién
pudo creer en los números de Cristina Kirchner de una Argentina con menos
pobres que Alemania o en la promesa de Macri en campaña de pobreza cero sino
nosotros, que con la técnica de Julio Chávez sabemos mentir muy bien a los
demás y especialmente a nosotros mismos? Sin nuestra crédula colaboración, los
políticos no podrían dar un solo paso. Y ni hablar de los jueces como Bonadio,
cuyos antecedentes en el tema de AMIA y Nisman merecerían el repudio de toda la
colectividad judía, que ahora olvida para elogiar su giro funcional a los deseos
actuales de la mayoría.
No
habría moda sin creer en alguna convención tan arbitraria como utilitaria. No
habría hombres que cocinaran o jóvenes que se tatuaran, por ejemplo. Sin creer,
no habría burbujas financieras, ni sobrevaloración del rumbo económico de
ciertos países o de algunas actividades. Parte de nuestros empresarios
sospechan que la Argentina ahora repite un ciclo de endeudamiento como en los
90, y que a los que prestan, nuevamente, no les preocupa qué pasará en una
década. Otros empresarios creen que la Argentina marcha en la dirección
correcta. Y gracias a los que creen, marcha.
Hay
un video que se viralizó en redes sociales que compara la técnica de
comunicación de Macri con la de los pastores evangelistas. Los siete minutos del video son una dura
crítica a –dicen– “la estrategia de manipulación a través de un método de
persuasión ya conocido, donde la emoción le gana a la razón”. La misma crítica
se podría haber hecho del relato kichnerista o del discurso neustadtiano de los
90 menemistas. Crítica que primero no permea en la sociedad, lo hace cuando
aparece otra narración con la que pueda esperanzarse, porque sin esperanza
tampoco hay vida. Tan importante es la narración, que el jefe de Gabinete, la
persona más importante del Gobierno después del Presidente, Marcos Peña, es
virtualmente un ministro de Comunicación.
Sin la colaboración de lo
irracional y el olvido, la sociedad no podría superar sus contradicciones
El paso
por Comodoro Py y su posterior traslado a los penales de Ezeiza y de Marcos Paz
de parte del gabinete del gobierno de Cristina Kirchner, que alegra a muchos y
shockea a todos, permite reflexionar por su carácter extraordinario, qué “nada”
es el poder cuando la audiencia decide suspender la credulidad, requisito
indispensable para que el poder funcione o para disfrutar de cualquier obra en
la butaca de un teatro.
Creer
en Bonadio es tan difícil como haber creído en Boudou hace unos años, pero
cuando su libreto es funcional a las necesidades de la platea puede conquistar
a la audiencia y arrancar aplausos, hasta que por el paso el tiempo se le caiga
su máscara. El día de la detención de Zannini, D’Elía y compañía, vi en el canal
de noticias América 24 un “reportaje” de Eduardo Feinmann al diputado
kirchnerista Andrés Larroque y, por la agresividad del entrevistador, terminé sintiendo compasión por el entrevistado. Pero esencialmente me pareció un buen ejemplo de cómo el actual fanatismo
“anti K” de muchos jueces, periodistas y votantes fue –antes– fanatismo “pro K”
de esos mismos periodistas, jueces y votantes.
Sin
esa irracionalidad, sin esa posibilidad de olvido no habría forma de continuar
ni de empalmar la contradicción del pasado con el presente. Por eso, creer
depende tanto de la capacidad selectiva de la memoria como de la profilaxis del
olvido. Desgraciadamente para Perfil, que comenzó denunciando el pacto con Irán
en 2011, creer en Nisman y peor aún en Bonadio resulta más que difícil. Y como
se explicó en la columna anterior –“Creer (I)”–tampoco
Perfil puede creer que haya habido traición a la patria del Poder Ejecutivo de
entonces y no del Legislativo.